La música en un fragmento literario

La música amansa a las fieras.

Moderador: Emilio6

Melinoe
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Melinoe »

Richard Yates, Las hermanas Grimes :arrow: The Everly Brothers, Bye Bye Love

Eric cruzó los brazos sobre el pecho como diciendo que no le importaba que no lo incluyeran mientras los otros dos muchachos salían del salón y regresaban trayendo dos guitarras baratas. Cuando se aseguraron de que el público estaba preparado, se pararon en el centro de la habitación, inundando la casa de música con una imitación de los Everly Brothers:

Bye bye, love

Bye bye, happiness…


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Pseudoabulafia
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Pseudoabulafia »

De un salón de baile por el que pasé, salió a mi encuentro una violenta música de jazz, ruda y cálida como el vaho de carne cruda. Me quedé parado un instante: siempre tuvo esta clase de música, aunque la execraba tanto, un secreto atractivo para mí. El jazz me producía aversión, pero me era diez veces preferible a toda la música académica de hoy, llegaba con su rudo y alegre salvajismo también hondamente hasta el mundo de mis instintos, y respiraba una honrada e ingenua sensualidad.
Estuve un rato olfateando, aspirando por la nariz esta música chillona y sangrienta; venteé, con envidia y perversidad, la atmósfera de estas salas. Una mitad de esta música, la lírica, era pegajosa, superazucarada y goteaba sentimentalismo; la otra mitad era salvaje, caprichosa y enérgica, y, sin embargo, ambas mitades marchaban juntas ingenua y pacíficamente y formaban un todo. Era música decadentista. En la Roma de los últimos emperadores tuvo que haber música parecida. Naturalmente que comparada con Bach y con Mozart y con música verdadera, era una porquería..., pero esto mismo era todo nuestro arte, todo nuestro pensamiento, toda nuestra aparente cultura, si la comparamos con cultura auténtica. Y esta música tenía la ventaja de una gran sinceridad, de un negrismo innegable evidente y de un humorismo alegre e infantil. Tenía algo de los negros y algo del americano, que a nosotros los europeos, dentro de toda su pujanza, se nos antoja tan infantilmente nuevo y tan aniñado. ¿Llegaría también Europa a ser así? ¿Estaba ya en camino de ello? ¿Erramos nosotros, los viejos conocedores del mundo antiguo, de la antigua música verdadera, de la antigua poesía legítima, éramos nosotros únicamente una exigua y necia minoría de complicados neuróticos, que mañana seríamos olvidados y puestos en ridículo? Lo que nosotros llamábamos «cultura», espíritu, alma, lo que teníamos por bello y por sagrado, ¿era todo un fantasma no más, muerto hace tiempo y tenido por auténtico y vivo todavía solamente por un par de locos como nosotros? ¿Acaso no habría sido auténtico nunca, ni habría estado vivo jamás? ¿Habría podido ser siempre una quimera y sólo una quimera eso por lo que tanto nos afanamos nosotros los locos?
El lobo estepario, de Herman Hesse


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Cape »

En la orilla - Rafael Chirbes

Mi hermana Carmen hace decenios que no viene a estar con nosotros como hacía antes, cuando, un par de veces al año, se traía a los niños y a veces al marido. Apareció en visita relámpago con motivo de la operación de mi padre. Cuando sus hijos eran pequeños, se instalaban aquí todos ellos el verano entero, aunque no ponían los pies en casa más que para dormir, porque el día lo pasaban en la playa y las noches en la terraza de alguna de las heladerías de la avenida Orts, en Misent. Su marido se añadía al grupo cuando cogía las vacaciones en la fábrica de hilados, generalmente la segunda quincena de agosto. La casa se llenaba de voces y de cachivaches multicolores de esos que rodean a los niños: avionetas y cochecitos de plástico, bolsitas de golosinas y frutos secos, chicles pegados en la balda del baño, flotadores, aletas de goma y gafas submarinas con boquilla y tubo respiratorio tirados sobre las sillas del recibidor para enojo de mi padre. ¿No sabéis que la sal se come el barniz y estropea la madera? Esas cosas se dejan en el terrado, fuera. Provocaban molestias, sin duda; pero también animaban esta casa, tan silenciosa y hasta sombría durante el resto del año, sobre todo desde que murió mi madre, que hasta sus últimos años mantuvo la costumbre de tararear mientras fregoteaba el suelo, golpeaba con los zorros los muebles y tendía la ropa en el patio. La bien pagá, Picadita de viruelas, Angelitos negros, Ay mi Rocío.


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Última edición por Cape el 24 Feb 2014 13:41, editado 1 vez en total.
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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Cape »

En la orilla - Rafael Chirbes

Tuvo que ser muy bueno su padre, ¿verdad? Da pena verlo así. Tiene ojos de bondad. Tú qué sabes Liliana. Sabes de lo tuyo, de tu dolor doméstico del que también yo conozco algo, porque me lo has contado. Un dolor que me conmueve como si fuera mío, que despierta en mí ganas de abrazarte, de beber esas lágrimas tibias que te resbalan por la mejilla. Piel canela. No, tú no conoces la canción, ojos negros, piel canela, eres demasiado joven, me importas tú y tú y tú y solamente tú, dice la canción.


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

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La serpiente sin ojos - William Ospina

Blas recordaría siempre esas horas, cuando el mar no era visible pero ya se sentía su olor en el viento. Y el descenso a zancadas, y la carrera por la playa increíble, porque él fue el segundo en entrar en el agua espumosa. Vio a Balboa cantando el Te Deum laudamos, gritando su proclama y sus rezos, clavando una vez y otra vez la bandera en el lecho de arena y de espuma, y mirando, sin poderlo creer todavía, el mar gris, el mar ilimitado, el mar salvaje que se extendía ante ellos y que ningún hombre de su tierra había contemplado jamás.


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Melinoe
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Melinoe »

Yasushi Inoué, La escopeta de caza

A la larga, me abandonó la paciencia y, con precaución, abrí los ojos para verte apuntándome. Pero, de pronto, se me antojó ridícula aquella comedia, e hice un movimiento. Y cuando mi mirada se fijó en ti, y no en tu reflejo en el vidrio, desviaste bruscamente el cañón de la escopeta. Te pusiste a apuntar hacia las rosas alpestres que habías traído del monte Amagi y que habían florecido por primera vez aquel año, y por fin apretaste el gatillo. ¿Por qué no mataste a tu infiel esposa? Por aquella época, merecía bastante, creo yo, que me disparasen. Tenías claramente la intención de asesinarme y sin embargo no apretaste el gatillo. Si no hubieras, sí, si no hubieras considerado indigna de ser tenida en cuenta mi mala conducta, si tu odio me hubiera alcanzado a través de mi corazón, me habría apretado contra ti. O, al revés, hubiera podido demostrarte mi habilidad en el tiro. En cualquier caso, como te habías negado a actuar, aparté los ojos de las rosas que habías elegido como blanco en mi lugar y, con paso expresamente vacilante, me dirigí hacia mi cuarto, al tiempo que tarareaba la canción Sous les toits de Paris.


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

Arreciaba la lluvia. Era granizo menudo. To­mó la dirección de Doctor Esquerdo y se puso a buscar música en la radio, cambiando conti­nuamente de emisora. De pronto, paró el botón. Había surgido una canción de los Beatles:
...speaking words of wisdom,
let it be…
—Let it be — let it be — let it be — let it be —coreó alegre y desafiante, mientras ponía en marcha el limpiaparabrisas. Tenía una voz de barítono muy agradable.


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

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Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

Miraba ahora la pared de enfrente, donde aparecía colgado un lienzo de gran tamaño representándola a ella de medio cuerpo, tal como era diez años atrás. En aquel tiempo, a Jaime, que tenía doce, le encantaba venir por las tardes a esta habitación a ver cómo pintaba Víctor Pon­cela a su madre. Posaba con un traje malva y una rosa en la mano, junto a la ventana, miran­do a lo lejos. «Así es como estás mejor, cuando miras hacia Portugal», le decía Víctor. Y ella son­reía. Las sesiones duraron casi dos meses. To­maban el té, ponían discos, charlaban mucho y a veces Víctor no trabajaba siquiera. Un día ella había estado cantando fados con mucho senti­miento. Jaime, ahora, mientras miraba algo des­concertado el retrato, recordaba la letra de una de aquellas canciones, la que más le emocionaba:
Meu amor não me perguntes o porque
da paixão que me tortura...


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

Jaime abrió los ojos, se incorporó en el diván y se quedó mirando con un gesto de zozobra e incomprensión las paredes del despacho de su padre. Otro sueño sin argumento. Se le desvanecían las imágenes, sólo conservaba la de un caballo blanco y, adherida a ella, la sensación de que tenía que dar a alguien un recado fundamental, cosa de vida o muerte; se aferraba desesperadamente a esa sensación como al único asidero ca­paz de redimir su memoria que sentía amenaza­da, balanceándose en el vacío, suspendida de aquel tenue hilo que era como una hebra de telaraña. Llamó en voz alta a Joaquín, aunque no sabía si el mensaje era para él» pero Joaquín no estaba. No, se habían ido todos, le habían deja­do solo, también la chica que le acariciaba la cabeza. ¿Dónde? ¿Cómo había sido? Trató de re­cordar y le salían enredados retazos del sueño (unos árboles y un caballo blanco al que una mujer perseguía) con Imágenes de una escena más concreta y cercana que se configuraba, tra­bajosamente, a fragmentos. Sí, era la buhardilla, había llegado de madrugada allí y en su cama ha­bía acostado un chico rubio pálido que se había puesto muy malo, un bajón de tensión se lo con­taron los otros y el relato alteraba sus rostros unos rostros los conocía y otros no eran bastan­tes emergían de cuerpos echados sobre la alfom­bra gris al chico aquel de la tensión baja no lo había visto nunca, tenía un nombre extranjero, Richard o tal vez Peter y los otros se habían asustado porque no le encontraban el pulso y estaba a punto de perder el billete de cierto avión o tren o barco. También estaba allí sentada contra la pa­red la chica que luego le había acariciado el pelo, aunque eso tal vez era de otra escena, de otro día. Tenían puesto un disco de Georges Moustaki:

Il y avait un jardin
qu'on appellait la terre...


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y a él no le hicieron caso, apenas si le miraron, tuvo que decir muchas veces que tenía abajo un taxi sin pagar, hasta que Joaquín, al cabo de un rato, se acabó enterando, venía de tomarle el pul­so al rubio y entonces montó en cólera, una de aquellas cóleras espectaculares de Joaquín y le llamó narciso, egoísta y señorito de mierda, que sólo le gustaba llegar a los sitios para llamar la atención, pero por fin bajó a pagar el taxi, y él tenía náuseas y se fue a vomitar y luego se tum­bó en la alfombra sobre las piernas de una chica que le seguía pasando un vaso con ron o tal vez era aguardiente. Sí, la chica, aunque no le llegó a ver la cara, era de esta misma escena, él esta­ba muy triste y le gustaba escuchar la canción de Moustaki con los ojos cerrados:

...Il y avait un jardin,
une maison, des arbres,
avec un lit de mousse
pour y faire l'amour,

notaba que ella le acariciaba el pelo, y le dijo:
—Pero eso ya no sirve, hemos perdido el pa­raíso, no sirve, son palabras, nada sirve...
Y seguramente se durmió sobre las piernas de aquella chica que ya no estaba cuando se des­pertó ni había nadie en la habitación porque le habían dejado solo, siempre le dejaban colgando así del hilo de telaraña, con la memoria que le hacía aguas, siempre se despertaba solo y no sabía a quién tenía que dar los recados urgentes que sólo entendía cuando estaba dormido. Ya, pero, ¿y antes de la buhardilla?... Antes estaba echado con su madre en la cama grande, ella por dentro y él por fuera, con las manos enlazadas, borrachos los dos, acunándose mutuamente con aquella canción remota del verano de Cascaes, una canción de cuna para dormir a Isabel:

Ferme tes jolis yeux
car le bonheur est bref...


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y después se había despertado solo en el cuarto de arriba con la claridad del primer amanecer del otoño que se le venía encima como un fardo insoportable: «Otro otoño, Jaime —había dicho su madre en cierto momento tapándose los ojos—, está entrando otro otoño, es demasiado, no lo voy a poder soportar». Se había despertado con el recuerdo de esta frase en aquella casa que se le caía encima, con la lengua áspera, como de ceniza, y un dolor de cabeza igual que el de ahora, alarmado, herido por los añicos de un sueño confuso, nadando en su estela de incertidumbre y premonición, cuántos mensajes hechos pedazos, cuántas responsabilidades abstrusas e indescifrables encerraban los sueños desde que hemos perdido el edén de la infancia, ya nunca dormía bien.
Estas paredes estaban forradas de madera, no podía forzarse a recordar nada más. Cerró los ojos otra vez porque todo le daba vueltas, así con los ojos cerrados encontraba refugio en una lejana quietud, un ruido de olas a través de la ventana y un cielo azul de verano que luego se puso plomizo, él mismo acunaba a la niña con aquella canción que había aprendido de su ma­dre, un agosto en Cascaes:

Ferme tes jolis yeux
car tout n'est que mensonge,
le bonheur n'est qu'un songe.
Ferme tes jolis yeux…
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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

Luisa se quedó sola, de pie en medio de aquel cuarto tan feo que despedía un olor acre y difuso, mirando un balcón desde el que se veía otro balcón muy cerca, escuchando una canción que no entendía:

Here I lie in my hospital bed,
tell me, sister morphine,
when are you comin' round again...


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Cape
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Re: La música en un fragmento literario

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A sus plantas rendido un león - Osvaldo Soriano

En la rotonda donde estaba la barrera, la banda escocesa tocó It's a long way to tipperary y luego, ante una señal del embajador, se lanzó con The British Grénadiers. Los nativos que se reunieron en las veredas aplaudieron la exhibición y aprovecharon que los ingleses habían cerrado el tránsito para seguir la fiesta con sus propios instrumentos.


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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por 1452 »

Ordinary Grace - William Kent Krueger escribió:When my mother sang I almost believed in heaven. It wasn’t just that she had a beautiful voice but also that she had a way of delivering a piece that pierced your heart. Oh when she sang she could make a fence post cry. When she sang she could make people laugh or dance or fall in love or go to war. In the pause before she began, the only sound in the church was the breeze whispering through the open doorway. The Coles had chosen the hymn and it seemed an odd choice, one that had probably come from Mrs. Cole whose roots were in southern Missouri. She’d asked my mother to sing a spiritual, Swing Low, Sweet Chariot.

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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por 1452 »

Ordinary Grace - William Kent Krueger escribió:By the time we crossed the street and approached the side door that led to the church basement and to the room where Gus slept it was twilight and the tree frogs and the crickets were kicking up a pleasant racket. Gus’s Indian Chief was parked in the church lot along with a couple of cars that I didn’t recognize. The light was on in my father’s office and through the window came the beautiful sweep of Tchaikovsky’s Piano Concerto No. 1. My father kept a record player in his office and a shelf of recordings that he often listened to as he worked. This piano concerto was one of his favorites. We went in the door and at the bottom of the stairs we stopped cold. In the center of the basement under the glare of the unshielded bulb a card table had been set up and around it were Gus and three other men. There were cards on the table and poker chips and the air was full of cigarette smoke and beside each man’s stack of chips there was a bottle of Brandt beer. I knew all the men. Mr. Halderson, the druggist. Ed Florine, who delivered mail and was a member of my father’s congregation. And Doyle, the cop. The play stopped the moment the men saw us.

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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por 1452 »

Ordinary Grace - William Kent Krueger escribió:At the western edge of the quarry was a large flat table of red rock that stood half a dozen feet above the water and was surrounded by willows that curtained it from view. This was the favorite place for swimming because the water dropped immediately and deeply and you could jump and dive from the rock without worrying about what might be under the surface and when you were ready to climb out there were natural steps and handholds in the face of the rock. I heard music coming from the willows, the tinny sound of a transistor radio on which Roy Orbison was singing Running Scared. We walked silently and in single file along the trail and when we reached the willows I held up my hand signaling the others to stop and I crept forward.

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Re: La música en un fragmento literario

Mensaje por 1452 »

Ordinary Grace - William Kent Krueger escribió:They lay on a big blanket that had been spread over the wide flat ledge of rock. Morris Engdahl in his white swimming trunks had pretty much glued himself to a girl who wore a red bathing suit and had long blond hair. On top of a cooler sat a couple of bottles of beer and the transistor radio which was now playing Del Shannon’s Runaway. While I stood watching from the shadows of the willows Morris Engdahl’s left hand crawled over the girl’s right breast like a big white spider and began to knead the fabric of her suit. In response she arched her back and pressed harder against him.

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