Susurros sacros (prólogo, Grimdark)

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7sergi9
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Susurros sacros (prólogo, Grimdark)

Mensaje por 7sergi9 »

PRÓLOGO
Año 3161 del Reposo de Craménar
Gran fortaleza de Norosir
Caendár

Las pequeñas manchas de moho carmesí parecían dibujar lágrimas de sangre en las magnánimas paredes de la antigua fortificación. Con ya varios milenios de historia muertos dentro de sus muros, el viejo castillo se imponía sobre las enormes montañas del valle de Irrynir. Monstruoso, impresionante, había sido moldeado con viejas y profanas hechicerías hasta contar con murallas de más de cuarenta metros de altura, todo para contener la llegada de antiguos y desconocidos peligros… si alguien conocía de ellos, hace ya miles de años que había muerto.

Vientos pavorosos chocaban contra las enormes murallas de la estructura. Aquellos vientos soplaban con tanta fuerza que era difícil mantenerse en guardia sin llevar la pesada armadura saendyr. A parte de los molestos sonidos producidos por el viento, un silencio mortal tragaba todo el lugar. Ese silencio se debía a que era de madrugada, no había muchos soldados en la guarnición del castillo, y los pocos que había, aún se encontraban durmiendo.

Para Caendár de la muy noble casa Vuntyr, el Sur se parecía a mucho a lo que imaginaba. Los bosques de fagus eran inexistentes en los muertos valles de Irrynir, la vegetación era exigua, solamente el despreciable moho rojo pintaba el panorama. A lo lejos, muy al sur, el moho desaparecía para comenzar a dar paso a matorrales y estepas, plantas y hierbas propias de las tierras infieles del Kaytur.

Caendár se encontraba rígido, vigilante a los infinitos caminos de moho que se encontraban frente a él. A su espalda se erigía la gran fortaleza de Norosir, antaño llamada con otro nombre en la lengua blasfema, aunque entonces, puesto que el valle hacía miles de años había sido convertido a la única fe, se había visto renombrada. Caendár odiaba el lugar, la hechicería profana que había servido para construir esa abominación seguía impregnada en las paredes y suelos del fuerte… el solo hecho de estar ahí le producía nauseas.

“Es como si contaminase mi sangre”, había pensado la primera vez que llegó a Norosir.

Los pensamientos de Caendár fueron interrumpidos, un sonido metálico había penetrado entre los estruendos del viento, el sonido de una armadura moviéndose. Era uno de sus pocos compañeros de tormento, Aldáyr, de la noble casa de Ityear.

—Dime o todopoderoso señor de Vuntyr, ¿Por qué estamos aquí? —preguntó mientras observaba el infinito camino de moho maldito.

El joven estudió a su compañero de guarnición. Conocía perfectamente todas las pataletas de sus compañeros, y a pesar de que tenían la misma edad, no lo parecía en absoluto. Si bien ambos eran de casas nobles, Caendár pertenecía a la élite de la elite, tenía el mayor rango noble de todos y eso se notaba en su madurez.Respecto a la interrogante de su camarada, Caendár sabia la razón de su estadía. Era una costumbre vieja, cuando cada hombre cumplía los veinte años, debía viajar de peregrinaje a alguna de las fronteras con los impuros, al norte contra los bárbaros paganos de Vajar o al sur contra infieles del Kaytur, era una forma de adentrar a los inexpertos en los peligros del mundo. A pesar de eso, los más nobles siempre iban en grupos de cuatro y generalmente a lugares de poco peligro, como la fortaleza de Norosir.

—Son las tradiciones, eres un saendyriano, ¿cierto? —se atrevió a decir Caendár.

—¿Tradiciones?, ¡no digas estupideces! —respondió con burla—, no ha habido una guerra contra los infieles en cien putos años Caendár, ¡cien putos años!

Caendár sabía que era verdad, no había habido una guerra santa en muchísimo tiempo. Ahora todos los fieles preferían ignorar la impura presencia de los Kaytur, todo para seguir disfrutando sus especias, sus granos para bebidas exóticas, sus bellas esclavas o sus pomposas telas tan populares en las cortes nobles del imperio. Caendár también estaba decepcionado, él había sido entrenado en la guerra, había acompañado a su padre a las incursiones contra las bestias come-hombres del norte y había llevado sus cabezas decapitadas ante los pies del emperador… “padre, ¿qué hago aquí?”

—Quería ir al norte Caendár, a cortar las extremidades de bárbaros Vajar, a probar a las mujeres de esos salvajes... o, ¡dicen que sus mujeres gimen como perras cuando son penetradas!

Caendár le dedicó una breve mirada de repugnancia, lo suficientemente notable para que Aldáyr lo notase.
—Fue decisión de los sacerdotes y nuestros padres —siseó entre dientes, como si hablara consigo mismo.

—¡Ja! —bramó—. Yo, el mejor mago curativo de la academia de los mil ojos y tú… el héroe de Orkistrand, él que con 16 años había decapitado a un jefe de tribu vajarink, ¿enviados por mera coincidencia?

Caendár se encogió de hombros.

—Si quieres decir algo, solo dilo.

—Pues te lo diré, oh noble señor de Vuntyr. ¡Fuimos enviados aquí junto a los cobardes para proteger al hijo idiota del duque de Arnyar!, ¡para proteger a tu primo, al hijo de tu zorra tía!

Finalmente, Caendár se volvió a su compañero. Tenía el ceño fruncido debajo de la armadura y una postura amenazante, Caendár se había cansado de discutir y estaba decidido a cerrar el asunto.

—Así funciona el mundo Aldáyr, aprende la lección.

—¿Qué lección? —preguntó, dando un paso atrás ante la imponente presencia de Caendár.

—Todas y cada una de las personas se doblegan. No importa si eres un noble o un esclavo, todos se arrodillan ante alguien con más poder o influencia que tú.

—¿Arrodillarse?
Repentinamente y pese a los tempestuosos vientos, Aldáyr se había quitado el yelmo de su armadura, dejando ver sus rasgos saendyr. El joven noble poseía el cabello castaño y unos ojos azules, su rostro tenía una expresión burlesca y despectiva.

—No simules ni por un minuto que nuestras circunstancias son iguales. ¡Mi padre fue obligado a enviarme!... los tuyos no son obligados a nada.

Era verdad, Caendár lo sabía. Su presencia ahí no había sido obligada, sino que era una simple muestra de buena voluntad por parte de su padre, un gesto de cariño para su hermana, la esposa del duque de Arnyar. La de Aldáyr sin embargo…. hijo de un conde menor en los territorios del duque, sin duda nunca había tenido la opción de negarse.

—Si te sientes tan abrumado por una cuestión tan banal y simple, el norte no era para ti —dijo con rigidez—. Habrías muerto enseguida.

La conversación no duró mucho más, el sonido chirriante de las escaleras se había escuchado. Caendár alcanzó a oler el hedor a alcohol barato, y a escuchar los fuertes pasos de múltiples armaduras moviéndose. El resto de los compañeros de Caendár ya se habían levantado. Ante la llegada de los otros y no sin antes soltar una mueca de desprecio, Aldáyr volvió a colocarse el yermo para dirigir su mirada a los caminos de moho rojo.

—Oh, el santo señor de Vuntyr ha madrugado de nuevo —dijo el recién llegado—. Siempre un paso delante de los simples mortales como nosotros.

—Oduár, tan pestilente como siempre —Caendár dijo con neutralidad—, ¿Se volvieron a emborrachar anoche?

Oduár de la casa Dayrt era un hombre repugnante, eso había pensado Caendár desde el primer momento en que lo había visto. Su aspecto y sus modales lo corroboraban; Regordete, con extremidades flácidas y siempre mugriento, su hedor solo era oculto por la pestilencia a alcohol barato… Oduár parecía más salvaje que saendyr, era una vergüenza para su pueblo.

—¿Ha habido noticias de los exploradores? —preguntó el repugnante noble.

—No —gruñó Caendár—. Hace tres lunas que debieron venir a avisar el retorno.

—Esos soldados de casta inferior, ¡hijos de rameras! —Oduár gritó mientras se balanceaba de forma obscena, evidentemente borracho—, ¡se burlan de nosotros!

Pese al desagrado que tenía Caendár por la actitud de Oduár, en esa ocasión estaba de acuerdo. Ya habían pasado más de tres semanas, era tiempo de regresar a casa, el lapso de peregrinaje había concluido. Sin embargo, ni un solo explorador había ido para anunciar el retorno, así era como dictaba la tradición.

—Tal vez olieron el hedor a obscenidad que desprendes —dijo Aldáyr—. El olor a alcohol barato y heces que desglosa tu armadura… ¡espantaría a un ejército entero!

—¡Hechicero desgraciado!

Oduár seguía balanceándose, intentando encontrar la empuñadura de su arma con sus regordetas manos, todo sin éxito.
“Patético”, pensó Caendár. El intento de lucha de Oduár no persistió mucho, desde las sombras, otro de los nobles guarnecidos en el castillo salió de las sombras.

—Tal vez sea hora de explorar.

Su primo, Ilyrisár, era un hombre débil. Su postura era ridícula, pareciendo que a penas lograse soportar el peso del metal de la armadura, incluso el viento predominante en la fortaleza lograba desequilibrar sus pasos. Ilyrisár… la razón por la que su padre le había enviado, para proteger a la vergüenza del noble legado de sus antepasados.

—¿Y supongo que debo ser yo? —preguntó con desaire.

—¿¡Quién mejor que el decapitador de Orkistrand!? —Oduár rugió. A pesar del “entusiasmo” de su voz, Caendár percibió desprecio en su tono.

—¿Tanto temen a los ítyauw? —ridiculizó a sus compañeros.

Los Ítyauw eran bestias parecidas a las ratas, extremadamente desagradables a la vista; tenían una piel semi calva, con escasos mechones de pelaje rojizo y ojos saltones del mismo color, tal y como el moho maldito que consumían. Pese a que eran asesinadas fácilmente, su comportamiento era agresivo. Solían usarse en bromas o para ridiculizar oponentes debido a que acostumbraban saltar y despedazar los testículos de sus enemigos cuando se sentían amenazadas. Por algún motivo, imaginar a esa bestia haciendo chillar de miedo a Oduár… eso le causó cierto placer.

—Desgra…. —Oduár quería volver a hacer un patético espectáculo, sin embargo, Ilyrisár le interrumpió.

—Eres el más fuerte, querido primo —dijo con voz cansada—. ¿Acaso debo ir yo?, ¿Con mi débil cuerpo?

Odiaba a Ilyrisár, siempre haciendo gala de su debilidad, como si fuese una bendición en lugar de una marca de deshonra. Lloriqueaba y provocaba lastima para hacer doblegar la voluntad de hombres más bendecidos que él.

—Lo haré —dijo girándose hacia Aldáyr—, pero me llevaré al curandero conmigo.

—Como si nos importara ese mago de baja casta —dijo Oduár.

Caendár pudo sentir el enojo del hechicero, pese a eso, Aldáyr se había negado a apartar la vista del camino de moho rojo.
—Tened cuidado —gruñó—. Los Ítyauw olfatean la inmundicia y sin un curandero cerca… una amputación de huevos podría ser mortal.

—Mald…ito engr…eído —refunfuñó con dificultad, la embriaguez estaba a punto de hacerlo desmayar—. No… eres m…ejor que nosotros.

—Todos son mejores que tú, Oduár —masculló, decidido a bajar al interior de la fortaleza.
7sergi9
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Re: Susurros sacros (prólogo, Grimdark)

Mensaje por 7sergi9 »

Pues revisando mi computador, he encontrado este prólogo de una idea que jamás desarrollé más allá de esto. Lo escribí con 18 años y me ha parecido lo suficientemente decente para retomarlo y escribir más. La cosa es que me he emocionado tanto con esto que he creado ya un mapa y varios arcos de la historia. Me gustaría saber qué opinan!

(ha sido un lio acomodar esto en formato de texto, lo tenía en un documento en word con formato literario)
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lucia
Cruela de vil
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Re: Susurros sacros (prólogo, Grimdark)

Mensaje por lucia »

¡Y no aprovechaste para revisarlo? Se te han colado unas cuantas erratas, como un yermo, las magnánimas paredes...
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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