Púrpura color Sol (Relato)

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Marco Toche
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Púrpura color Sol (Relato)

Mensaje por Marco Toche »

PÚRPURA COLOR SOL
Quien me hubiera visto hacer el amor con esa hermosa mujer, creería que soy cualquier otra persona, menos el ecuánime Víctor. Porque al conocerla, había dejado de morir y salté a la vida. Pero nos han separado para siempre y yo he ido muriendo, desde que nuestro amor no me alimenta. Para disimular mi desenfreno sexual, la naturaleza me ha dotado de un rostro sin expresión. Y estoy seguro de que no es el efecto del café, que a muchos sirve de afrodisíaco. Me lo he cuestionado seriamente y no hallo más que una conclusión más o menos sensata y comprobable: el púrpura del sol. Aunque le falta cuerpo a esas nubes, el color pardo de su horizonte es cautivador. Se parece a un café escuálido, desteñido, insípido. Y el sol… ese nítido púrpura incandescente. Definitivamente, la creación es divina. ¿Qué haría yo sin el oeste para ver al sol reposar? Qué bueno que el mundo es redondo y no triangular.
El caso es que la perfección del sol me excita. La perfección eleva el placer. Imaginar a las nubes copulando me excita también. Creo que el púrpura es el color del amor. Pienso frecuentemente en la escena de dos nubes haciendo el amor sobre todos, bajo la nada, recostadas en el horizonte, al lado del sol. Un lecho naranja y púrpura para hacer el amor.
Y es posible comprobar el efecto de ese color en mi apetito sexual. Recuerdo muy bien la primera vez que descubrí esa sensación, fue el día que conocí a mi mujer y tuvimos sexo. Nuestra relación empezó así, somos de pocas palabras y preferimos entregarnos a la carne, que es la única que no miente.
Yo tenía un problema: Luisa, mi nana, no me da permiso para salir a jugar, nunca lo ha hecho. Y hasta hoy sigue atormentándome con ese jugo que prepara una vez al día para mí. Pobre Luisa, cree que esa porquería grumosa e insípida tiene propiedades curativas. ¿Quién se cura durmiendo diez horas con un sorbo de nosequé?
Aunque me gustaría que todos supieran lo horrible que es soportar a esa mujercilla la mitad del día, no quiero perder de vista la anécdota más hermosa de mi vida. Una tarde, mientras Luisa preparaba ese mejunje, se me ocurrió una gran idea para evadir su asedio. Como su habitación estaba frente a la mía, y considerando la poca privacidad que me otorgan esas mamparas antiestéticas que rodean mi cuarto, no podía escaparme mientras ella estuviera de pie. Las veces que ingresaba a darme ese jugo, ella bebía algún líquido parecido en otro vaso, como para invitarme a mí a tomar el que me correspondía y beber esa pócima somnífera. Descubrí que ella, para no confundirse, había marcado su vaso en la base. Era una pequeña L. Lo importante es que me las arreglé para matar a Luisa y escapar de esa habitación, para descubrir qué había afuera de mi mundo. Aunque seguramente esa plaga está viva, porque hierba mala nunca muere. Además, no tiene hijos que lloren por ella. Cuando alguien no tiene quien le llore, se muere tarde y a solas, decía Luisa. Si regreso algún día y la encuentro viva, la mataré de un golpe en la crisma.
Al huir de ese claustro, fui iluminado por primera vez con la luz de ese púrpura intenso, redondo como las pelotas de metal que Luisa tiene de adorno en sus cabellos; en medio del naranja tenue, salpicado de flacas nubes. Oh, ¡qué placentero! Grande fue mi sorpresa, cuando vi unas criaturas peludas, de más o menos cincuenta centímetros de alto, todas muy parecidas a gloria, la amiga de Luisa. Ella dice que gloria es un perro y que no habla, pero yo siempre he comprendido lo que dice. Que hable en un idioma desconocido para la mayoría no la convierte en un ser sin comunicación; simplemente hace de Luisa y todos los demás unos incapaces. A diferencia de Luisa, gloria me cae muy bien, ya que nunca anda sermoneándome por comer los restos de mi moco o examinar las heces con palillos para pasta. Luisa no entiende que soy un científico en potencia.
El mundo exterior es maravilloso. Y descubrí que soy extraordinariamente sociable. Esa tarde les conté a todos mis nuevos amigos sobre gloria, se veían muy emocionados por la idea de conocerla algún día. Aunque todos parecían muy amigables, uno me persiguió enojado, creo que porque no lo saludé. Felizmente fui más astuto y escapé corriendo. Luego de la persecución, llegué al paraíso de Alcan. Había un gran arco, con un letrero encima que no me preocupé en leer. Después de todo, leer es todo lo que hacía en mi habitación. Ese día solo quería experimentar. Estaba maravillado por la arquitectura del lugar. Había miles de mesas y adornos, alineados en filas y columnas, todas de tamaños y diseños parecidos; parecía un mosaico, como esa pintura de arte barroco que Luisa tiene en su habitación.
Mientras caminaba asombrado-porque leí en una revista que con asombro se aprende mejor- descubrí que no eran adornos ni mesas. Eran camas donde las personas esperaban a sus amigos y familiares. Como el centro de reposo que está en la segunda planta del edificio donde vivo, pero con mejor estética y mucha más privacidad. Y sin Luisas, claro. ¿Cómo lo supe? Fácil: el amor de mi vida estaba esperándome. Era la única cama que no tenía cubierta de concreto. Miré al cielo y observé al sol moverse lentamente, se me entumeció algo entre las piernas. Luego bajé la mirada. Al verla, experimenté algo nuevo. Tenía los pechos descubiertos y al apreciar sus pezones me excité mucho; tanto, que mi pantalón podría haber reventado en ese momento.
El entumecimiento era como el proceso de recarga de una munición de estallido al contacto. Normalmente le veo los pechos a Luisa, pero no me siento excitado. Con mi mujer es diferente, todo gracias al color del sol, que oscurece el tono de sus pezones y acentúa el redondo de sus senos. Me acerqué a ella poniéndome en cuclillas y le acaricié suavemente, recordé que Luisa siempre hablaba sobre la delicadeza que hay que tener con las mujeres. Supe que esa mujer era mía, además, porque no se opuso. Solo me miraba fijamente. Y yo podía reconocer el placer estallando en su interior, por la mueca de sus labios y el calor de su cuerpo. Durante el recorrido lento de norte a sur, entre sus pechos y su vientre, empecé a arder desde adentro y se aceleró mi respiración. Sentía cómo la sangre llegaba a mis sienes y, luego de golpear las paredes de mi cerebro, descendía para empozarse en mi entrepierna. Nuevamente, me invadió el deseo de mirar al sol, como para buscar una respuesta en su recorrido hacia el frente occidental del cielo que peina este paraíso. Al elevar la vista, mis pupilas y el sol se cruzaron con tal precisión, que seguramente mi cerebro hizo corto circuito.
Entré en una faceta que hasta entonces no había conocido. Ah... Y ese aroma que desprendía… Como el de las heces que examino, pero con un toque de tabaco chino, como el que fuma Herminio, un amigo del edificio. Con toda esa lascivia al tope, sentía espasmos ligeros en mi abdomen y notaba cómo mis piernas se tensaban cada vez que tocaba más íntimamente a mi mujer. Cuando no pude contener más las ganas de entrar en ella, le pedí que me ayudase a penetrarla; después de todo, yo era primerizo y no sabía exactamente cómo hacer eso. Pero creo que es un tanto holgazana para llevarme el ritmo. Tiene suerte de que yo siempre traigo energías para eso. Y esa vez, yo la levanté, llevando sus tobillos a mis hombros y empecé a ejecutar movimientos pélvicos que ni siquiera yo sabía que podía realizar. El entumecimiento fue mayor y sentí un estallido, humedad, escozor, complacencia, relajamiento en el abdomen… Mi corazón empezó a latir con menor velocidad y dejé a mi mujer otra vez en su lecho. Como soy un caballero, le dije mi nombre. Ella parecía aún presa del placer, no hablaba y la mueca seguía ahí.
Mientras ella disfrutaba a su manera, fui por algo de beber. A unos doscientos metros de donde estábamos, encontré a un anciano sentado sobre una banqueta, con dos vasos con algún líquido caliente a su lado derecho. Después de olerlo, descubrí que era café, lo mismo que Luisa nunca me dejaba beber. Prohibirle a un hombre que beba café es como apresarlo y colocarle una cadena de diez kilos en el pene. Parecía esperar a alguien más. Me senté del lado izquierdo de la banqueta y le hablé. El señor estaba muy tenso, no se movía. Y parecía enfermo, traía un color pálido, casi gris. Le pedí uno de los vasos. No respondió. Tomé uno y me lo llevé a la boca, no se opuso. Asumí que estaba de acuerdo y bebí el café. Repito: ¡dejar a un hombre sin café es una crueldad! ¡Cuánta perfección en un solo vaso! Luego de darle un par de sorbos, lo llevé conmigo hasta el lecho de mi amada y lo bebí junto a ella, mientras ambos apreciábamos al sol ponerse. La primera puesta de sol y café tibio para tomar fue como una inyección de deseo sexual. Volvimos a hacer el amor, esta vez fue largo, las nubes aplaudían y gritaban por nuestro amor. Anocheció y empezaron a llorar sobre nosotros, por la emoción del amor a primer encuentro. Dormía yo sobre ella, cuando de repente a media noche sentí que alguien se acercaba a lo lejos. Por la fuerza de las pisadas, asumí que no se trataba de alguien amigable. Busqué con qué protegerla, no hallé nada cerca. Me quité el camisón blanco y lo tendí sobre su cama, encima coloqué un par de puñados de hierba que había en los linderos y me escondí detrás del cabezal de su cama, que era lo suficientemente alto como para que no me vieran, si me agachaba un poco.
Las nubes lloraban otra vez, pero con mayor intensidad y sin aplausos previos. Era un llanto de pena. Seguramente ellas presentían que alguien iba a destruir el amor que ellas apreciaron nacer esa tarde. El caminante llegó hasta donde estábamos, traía una linterna en la mano y la encendió sobre mi mujer, alcanzó a verla desnuda, ya que el camisón era delgado y la luz intensa. Imaginar a otro hombre apreciando su desnudez me desencajó, pero intenté guardar la calma y seguí agachado. Luego levantó el camisón y llamó a otros hombres, que vinieron corriendo y con más linternas. No soporté la idea de que tal vez abusarían de ella, así que salí inmediatamente y lo ataqué, le quité la linterna y se la partí de un golpe sobre la cabeza. EL hombre cayó y yo intenté levantar a mi mujer, para huir juntos de ese lugar y poder amarnos lejos del tiempo, bajo el todo y las nubes. La cargué sobre mis hombros y me eché a correr lo más rápido que pude. En esos instantes todo lo que pasaba por mi mente era correr hasta que el cielo fuera púrpura otra vez, las nubes aplaudieran y el cielo nos cubriera, para hacer el amor bajo todo, sobre nada, recostados en no sé dónde y besarnos hasta no sé cuándo.
Alcanzaba a escuchar las pisadas de los demás hombres. Como tengo un oído muy agudo, sabía que eran cuatro persecutores, por los intervalos entre las pisadas y las diferencias en la fuerza del sonido que provocaban. De pronto los hombres se detuvieron, yo seguí corriendo. Oí que algo reventó, despidiendo un sonido similar al que provoca Luisa cuando matica chicle. Sentí cómo mi columna se calentaba rápidamente, de abajo arriba, hasta llegar a mi nuca y enfriarse de arriba abajo, hasta que el frío llegó a mis tobillos y no pude avanzar más. Caí al suelo y mi mujer también. Los hombres corrieron hacia nosotros y apuntaban con sus linternas. Uno de ellos, al que ataqué, estaba tocándola. Intenté levantarme, pero fue inútil. Después de forcejear desde adentro, pidiéndole a mi cerebro que hiciera corto circuito otra vez y me transmitiera fuerzas, entré en un sopor como el que me causaba ese mejunje grumoso. Nos habían separado, nuestro amor duró lo que tarda el cielo en esconder al sol.
- - Acabamos de encontrar el cuerpo de Alicia López, la niña de catorce años que reportaron perdida hace tres semanas. Fue hallada en el cementerio de perros de Alcan, a las once y media de la noche, un hombre desnudo y de aparente esquizofrenia estaba con ella, atacó a uno de los guardias y se la llevó. Al revisar las fotografías que nos envió el director del manicomio, pudimos determinar que era el interno que se escapó. Afortunadamente, fue reducido y pudimos recuperar el cadáver de la niña, tiene señales de una muerte cruel y algunos indicios de violación, así como restos de líquido seminal.
-La voz del otro lado de la llamada rompió en llanto.
Desgraciados.
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lucia
Cruela de vil
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Re: PÚRPURA COLOR SOL

Mensaje por lucia »

Qué era un loco escapado del manicomío que no entendía lo que hacía se veía venir al poco de entrar en la zona de camas, que la violada fuese una chavala de catorce años, no. Y que la hubiese matado, además, en vez de ser una mujer en coma, tampoco. Y creo que hubiese quedado mejor si no hubieses especificado que era esquizofrénico. Mas que nada porque solemos asociar a los esquizofrénicos con gente que oye voces, no necesariamente con gente que además tiene retraso mental o problemas de empatía.

Por cierto, podías haber avisado en el título para no encontrarnos de golpe con el percal :lista: Hay gente a la que le desagrada leer historias de estas.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

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