Los puentes de Donosti (Relato sin género concreto)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: Megan, kassiopea

Responder
Avatar de Usuario
Tente
Lector voraz
Mensajes: 172
Registrado: 22 Abr 2019 15:45

Los puentes de Donosti (Relato sin género concreto)

Mensaje por Tente »

Sucedió en Donosti, o en San Sebastián, como prefieran. Aunque usar el verbo suceder puede resultar excesivo porque en realidad no ocurrió nada. Nadie que pasara por allí se habría percatado de que en pleno Boulevard tenía lugar una preciosa historia de amor, eso sí, sólo imaginaria. No me gustaría usar la palabra ‘platónico’ porque a mis cuarenta años largos sonaría demasiado ridícula.

Sentados en un banco, como cada día, mi marido y yo mirábamos callados el constante flujo de paseantes. Hemos tenido suerte, durante toda la semana que llevamos aquí de vacaciones no ha llovido ni un solo día aunque esa nube que asoma por el monte Urgull tiene muy mala pinta, tan negra ella. Ese era el tipo de conversación más frecuente, casi único, entre nosotros dos. Luego él volvía a sumergirse en ese profundo silencio que tan bien conozco, la mirada perdida más allá del horizonte como inmerso en insondables reflexiones filosóficas. Sin embargo, tras tantos años de matrimonio, ya sé que en su mente no hay espacio para mucho más que los últimos fichajes del Real Madrid, su equipo. Lo único que le hacía desviar levísimamente la vista era el paso de jovencitas medio desnudas camino de la playa de la Concha. Les echaba un ojo con tanta discreción y aparente desinterés que llegué a pensar que eran figuraciones mías. El caso es que me da igual, por mí podría salir corriendo detrás de ellas babeando. No recuerdo cuantos años llevo sin que me duelan ese tipo de cosas. Sentía más rabia por no haber subido al monte Igueldo y sólo por ahorrarnos los míseros euros que cuesta el funicular. Nunca podré soportar su tacañería, siempre empeñado en guardar el dinero para cuando nos haga falta. Además, según él ya no tenemos edad para ir a un parque de atracciones.

También yo debía estar con esa modorra veraniega, inevitable después de comer, porque no me había dado cuenta de que frente a nuestro banco uno de esos mimos que tanto abundan últimamente estaba trabajando, si puede llamarse así al hecho de quedarse totalmente quieto durante mucho tiempo. En realidad nosotros dos no éramos algo muy diferente, si mi marido no encendiera un cigarro de vez en cuando pareceríamos dos estatuas más. Por pura malicia se me ocurrió un pequeño chiste, el trabajo de mi esposo era similar al de los mimos: es funcionario.

Aquel hombre cubierto completamente de barro que colgaba de una farola debía estar allí antes de que nos sentáramos nosotros, quizás estábamos fastidiando su número allí en medio. Puede que por eso me escrutara con esos ojos tan fijos, tan inexpresivos, que me recordaron las miradas de los peces que habíamos visto por la mañana en el acuario. Para disimular mi turbación saqué del bolso las pipas y me puse a comer haciéndome la distraída pero atrapada ya por la inmóvil presencia que parecía sonreírme en secreto.

Decidí que era italiano, al fin y al cabo la historia de amor que estaba surgiendo sólo estaba en mi mente y como cualquier escritor que se plantea una novela, yo tenía todo el derecho a elegir cada detalle a mi antojo. Le puse por nombre Marcelo en homenaje a mi actor favorito y le creé un pasado apasionante lleno de aventuras, pasión, libertad, ese tipo de cosas que me son tan ajenas desde hace años. No era muy agraciado, entre aquellos harapos asomaba una barriga importante que no disimulaba lo más mínimo, bajo la arcilla que cubría su cabeza brillaban al sol sus imponentes entradas y además era bastante más bajo que mi marido pero todo eso a estas alturas de mi vida ya importaba menos. Había algo en él mucho más importante, la posibilidad de vivir de verdad en lugar de seguir así, viendo pasar los días sin más, como vemos las gaviotas que pasan de vez en cuando camino de la isla de Santa Clara.

Mi marido detesta que coma pipas y se quejó echándome el humo en la cara, como tantas veces. Pero no me molestó y conseguí desarmarle con una sonrisa que esa vez tampoco supo interpretar pero le devolvió a su eterno sopor.

Una niña, con más miedo que otra cosa, echó una monedilla en el cesto de Marcelo obedeciendo a sus padres, pero él ni se inmutó lo que decepcionó a su efímero público pero a mí me pareció una confirmación. Estaba allí sólo por mí, para mirarme y ni siquiera un billete de los grandes podría romper la magia de ese momento. Creo que me habría quedado toda la vida así, sólo pensaba en congelar ese instante y dejarlo fijo para siempre, quieto como el mismo Marcelo que ahora sonreía ya sin disimulo. Sería maravilloso ser una fotografía, permanecer así para siempre, amarilleando poco a poco con el paso de los años.

Regresé a este mundo cuando mi marido me avisó de que iba a un estanco cercano a por tabaco. Era mi oportunidad, por fin solos. A mi mente se asomó el estribillo de mi bolero favorito, aquello de "si tú me dices ven, lo dejo todo". Y pasó, aquella estatua de repente habló, sólo dos palabras que me acompañaran ya para siempre: “Vente conmigo”. Y sí, sin decir palabra contesté que sí, que me iba con él, pero la visión de mi marido abriendo su nuevo paquete de tabaco ya de vuelta pudo más que mi corazón y permanecí allí sentada, atada fuertemente a aquel banco de madera por años y años de rutina y de sentido común. El mimo que ni se llamaba Marcelo ni era italiano se marchó con un aire de tristeza a buscarse la vida en otro rincón de la ciudad.

-Menos mal que se ha ido el payaso ese, debería buscarse un trabajo de verdad– balbuceó mi marido ignorante como siempre de cuanto pasaba por mi mente y por mi corazón. No pude evitar que mi amor se transformara en el odio más profundo pero a él tampoco le importó nada. Siempre lo tiene todo claro: las mujeres somos incomprensibles, ya se me pasará.

Nos levantamos de allí sin ganas de nada. Él tenía que sacar unas fotos de los puentes más importantes de Donosti, pero no para el National Geographic sino para no sé qué estudio de Urbanismo que le habían encargado los del Ministerio. Tampoco era precisamente Clint Eastwood quién me cogió la mano camino del puente de Maria Cristina. Pero no sería justo echarle la culpa de todo a mi marido, nunca he pensado que casarme con él haya sido un error, lo malo es que ahora sé que tampoco fue la decisión más acertada de mi vida. Él me ha dado una vida bastante cómoda. Incluso, a su manera, creo que me quiere y que me querrá hasta que la muerte nos separe.
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Los puentes de Donosti. (Sin género concreto).

Mensaje por lucia »

Ese vente conmigo no sé si me gusta o no me gusta. Creo que lo único que aporta es la tristeza del mimo, que tampoco debería ser tal por una desconocida a la que solo conoce de vista.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Tente
Lector voraz
Mensajes: 172
Registrado: 22 Abr 2019 15:45

Re: Los puentes de Donosti. (Sin género concreto).

Mensaje por Tente »

Debió ser un flechazo.

Supongo que está claro que es mi versión de "Los puentes de Madison" trasladando la acción a San Sebastián.
Responder