Fotografía imaginaria del desierto al amanecer
Publicado: 09 Ene 2009 19:25
Las láminas de basalto de aquella enorme roca
que surge del centro de la arena,
son como cáscaras de hielo,
trozos del puzzle del huevo cascado,
como pedacitos en el suelo
de nuestra propia ineptitud,
y de esa timidez que sólo busca fronteras
en los lugares que no reconoce como suyos.
El viento se lleva hasta las rocas más pesadas,
las de cuarzo pulido por eones,
rodeadas de cadáveres microscopicos,
con la serpiente que presta su voz a la aurora,
y muda su piel pidiendo permiso
para pulir los últimos detalles de su vida.
El desierto se abre en una fotografía
tomada con un objetivo gran angular,
en seis trozos iguales pegados con celofán,
llena la arena de bultos, es el techo
de los coches tras la granizada de Noviembre.
Ahora la aurora recorre la primera capa de arena
rápida como los lagartos que caminan sobre el agua,
dejando su calor en forma de huellas,
desperazando a los que atosigaban y eran atosigados,
tomandose con calma el cambio de ciclo,
el de lo que es visto ahora, y antes no lo era.
Casi meto las manos en el papel
y enredo los dedos en los pocos helechos,
casi ciego a los babuínos que aplican saliva
a sus culos hinchados, rojos y gruesos.
A un centímetro de decenas de kilómetros,
se quedan mis falanges de todo lo tocable,
que simulan ser las únicas que apenas han rozado
el techo del universo que les tiene resguardados
más allá de este pedazo de papel fotográfico.
Porque sé que aquellos no morirán,
seguiran tiesos, altos, salvajes o nulos
hasta que las retinas no filtren la luz
de los colores que segrega esta postal.
Ya el último rayo ha caído implacable,
abrasa a las miles de pieles movibles,
filtrandose entre granos de arenisca,
reflectando su poder en la estepa sudorosa,
abrasador como un pecho latente que se asusta
por el inesperado ruido de la puerta
cuando los cuerpos andan en bambalinas
descubriéndose mutuamente,
derritiendo los cascotes polares,
en láminas de hielo, cáscaras de basalto,
o quién sabe qué, o quizá sí lo saben,
pues hacen el mismo ruido al caer
que los cubitos al chocar contra del vaso
luciendo inflado por el whisky tostado
que tengo agarrado entre los dedos,
con la fotografía sujeta en mi otra mano.
que surge del centro de la arena,
son como cáscaras de hielo,
trozos del puzzle del huevo cascado,
como pedacitos en el suelo
de nuestra propia ineptitud,
y de esa timidez que sólo busca fronteras
en los lugares que no reconoce como suyos.
El viento se lleva hasta las rocas más pesadas,
las de cuarzo pulido por eones,
rodeadas de cadáveres microscopicos,
con la serpiente que presta su voz a la aurora,
y muda su piel pidiendo permiso
para pulir los últimos detalles de su vida.
El desierto se abre en una fotografía
tomada con un objetivo gran angular,
en seis trozos iguales pegados con celofán,
llena la arena de bultos, es el techo
de los coches tras la granizada de Noviembre.
Ahora la aurora recorre la primera capa de arena
rápida como los lagartos que caminan sobre el agua,
dejando su calor en forma de huellas,
desperazando a los que atosigaban y eran atosigados,
tomandose con calma el cambio de ciclo,
el de lo que es visto ahora, y antes no lo era.
Casi meto las manos en el papel
y enredo los dedos en los pocos helechos,
casi ciego a los babuínos que aplican saliva
a sus culos hinchados, rojos y gruesos.
A un centímetro de decenas de kilómetros,
se quedan mis falanges de todo lo tocable,
que simulan ser las únicas que apenas han rozado
el techo del universo que les tiene resguardados
más allá de este pedazo de papel fotográfico.
Porque sé que aquellos no morirán,
seguiran tiesos, altos, salvajes o nulos
hasta que las retinas no filtren la luz
de los colores que segrega esta postal.
Ya el último rayo ha caído implacable,
abrasa a las miles de pieles movibles,
filtrandose entre granos de arenisca,
reflectando su poder en la estepa sudorosa,
abrasador como un pecho latente que se asusta
por el inesperado ruido de la puerta
cuando los cuerpos andan en bambalinas
descubriéndose mutuamente,
derritiendo los cascotes polares,
en láminas de hielo, cáscaras de basalto,
o quién sabe qué, o quizá sí lo saben,
pues hacen el mismo ruido al caer
que los cubitos al chocar contra del vaso
luciendo inflado por el whisky tostado
que tengo agarrado entre los dedos,
con la fotografía sujeta en mi otra mano.
