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"El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento, y el sufrimiento, el lado oscuro de la fuerza es" (Star Wars)
J.M. acude hoy a su primera entrevista de trabajo, a sus ya entrados 44 años. Parece mayor de lo que es: sus hundidos y abotargados ojos, sus canas cenicientas salteadas, le aumentan algo su edad biológica. Su rostro expresa un cansancio anormal, proveniente de una noche "de siglos". Entra trémulo y a la vez emocionado en la gran Corporación: fría y mayestática, como un coliseo romano. Gris y desnudo de ornato es su altanero frontispicio. Arquitectura funcional en estado puro. Han aceptado su currículo. Le han dado esperanzas. Todo son buenos presagios. Pero antes necesita ir al lavabo. Leámosle un poco el ruido de su mente
¡Qué aspecto tengo! Menos mal que en mi DNI está la fecha de mi nacimiento. Tengo que conseguirlo. Me está dando la misma punzada en el estómago que cuando iba al Supremo a examinarme de las oposiciones a judicaturas. ¡Me siento muy nervioso! ¡Me tomaré ahora mismo otro Valium! He perdido toda mi juventud estudiando. Cuántos tribunales calificadores... ¿Qué coño se creían que estaban calificando? Vas y te presentas tras años de trabajo ante ellos, ofreciéndoles en bandeja de plata 75 minutos de exposición oral en los que a una carta te lo juegas todo. Y ahí está el tribunal impertérrito: hablan entre ellos, alguien enciende un cigarrillo con expresión de monstruoso tedio... ¡No les importa una mierda lo que tú te estás jugando! Un suspenso tras otro... No sé cómo no me he vuelto loco. Por eso la vida tiene que compensarme de algún modo, hoy he de lograr ese trabajo. Mira como sí han aceptado mi currículo, saben que estoy sobradamente preparado después de lo que he estudiado tantos años.
Me obsesiona eso que leí sobre que las células del cuerpo sólo alcanzan una edad máxima de 7 años. Ummm, me siento mejor, la pastilla azul me empieza a hacer efecto, creo que estoy, del mismo relax, divagando. Me digo a mí mismo: "José Manuel, ¿y si tus células se renuevan cada siete años, dónde se quedan las muertas? ¡No tienen ni un digno entierro!" Jajaja... Uf, si alguien entrara y me viera reír solo pensaría que estoy loco. ¿Y si se nos caen las células como a los lagartos de V la piel humana? Todos morimos niños, nunca con más de 7 años. ¡Qué bonito! La vejez no existe, mis células no tienen 44 años: son todas unas niñas.
Desde que empecé las oposiciones, cojo una obsesión tras otra, como dice mi psiquiatra.
Son los nervios. Por eso mi pensamiento está algo errático. He de concentrarme en causar la mejor de las impresiones...
José Manuel atraviesa el umbral de la puerta que habrá de ser la de la salida a otra vida. Su paso es cadencioso, aunque vacilante:
-Siéntese, hombre- le dice el seleccionador con voz cansada. Su nombre: Ramón. 100 kilos de peso apenas mantenidos a raya por fútbol diario. Cara bulbosa y de circunstancias. Ojos de un marrón telúrico indiferente y grave. Sonrisa herbácea tan leve que casi parece un extraño rictus. Tiene acento malagueño, José Manuel lo aprecia enseguida.
-Buenas tardes-contesta tratando a duras penas de modular su voz
-A ver, ¿tiene usted 44 años?
-Así es.
-¡Pero bueno! ¡Nunca ha trabajado! ¿En nada?
-Verá usted, he estado opositando
-O sea, ¡no ha hecho jamás nada! Todo este tiempo, ¿ha estado encerrado en su casa? No entiendo como han aceptado su currículo, ¡valiente pérdida de tiempo!
A J.M. se le enrojece la cara. Si antes sentía miedo, ahora le posee la rabia. ¿Quién es ese gordo insolente para tratarlo a él como una escoria? Puede que ningún tribunal calificador de este mundo haya valorado nunca su trabajo, pero ¡él sabe mucho de leyes y de jurisprudencia! ¡Él no es nadie para despreciarlo!
J.M. le explica su dura odisea homérica al seleccionador. Incluso le recita de memoria varios artículos de distintos códigos. Y finalmente, vencido, incluso le suplica...
-Verá usted hijo, doy esta entrevista por finalizada. Le deseo mucha suerte, pero tengo poco tiempo y me esperan muchos candidatos con auténtica experiencia de años en sistemas del sector, así que si no le importa
J.M. se levanta como un resorte mecánico, poseído de pronto por una fuerza hercúlea que neutraliza los dos Valiums 5 de su sangre y de sus músculos:
-¡Sí que me importa! ¡Me importa! ¿Me entiende, viejo gordo seboso y cabrón?
-¡Pero bueno! ¡Usted además de inepto está loco!
J.M. agarra por la corbata violentamente al entrevistador, que empieza literalmente a morirse por dentro de miedo:
-¡Yo me merezco este puesto! ¿Quién se ha creído usted qué es para despreciarme a mí? Yo casi llego a Juez, ¿sabe? -balbucea trémulamente, pero pronuncia la palabra "juez" casi como si fuera un orgasmo semántico- Una vez me faltó muy poco para aprobar, me lo dijo el propio presidente del tribunal...
-Hijo, tranquilícese-intenta alcanzar el teléfono con la mano para avisar a seguridad.
-¿Se cree que soy gilipollas, Ramón? Deje el telefonito quieto, no sea majadero. Ahora que lo pienso, su nombre suena a insulto. En una etapa de mis oposiciones estuve obsesionado con los nombres. Dice mi psiquiatra que padezco obsesiones sucesivas. En otra etapa más feliz estuve obsesionado con prostíbulos. Es por lo que me da, ¿sabe? Usted va a entender, aunque sea por la fuerza, que no es nadie para tratarme a mí como una puta escoria, ¿me entiende?
Ramón suda como una vaca en celo. Ramón se siente absolutamente indefenso. Ese loco inútil lo tiene inmovilizado, le ha puesto una navaja de afeitar en el cuello y no se atreve a moverse ni un puñetero milímetro. ¡Aún hay gente que usa navaja para afeitarse! Piensa estupefacto, con la respiración entrecortada y el corazón a punto de explotarle en mil pedazos
-Estoy cansado de que me traten mal, Ramón. Tú eres la gotita que ha rebosado mi vaso. ¿Le gustaría morir joven?
-Pero, ¡qué dices! A ver, serénese hijo. Yo le prometo...
J.M. aprieta levemente la punta de la navaja contra su carne cetrina, y unas gotas de sangre fresca caen al suelo
-¡No me mienta! Había puesto esperanza en esta mierda de entrevista. ¿Sabe? ¡Mucha! ¡Usted parece un sapo gigantesco! ¡No habla, croa! Jajajaja
Ramón escucha con ojos espantados sus estentóreas carcajadas. Pero se resiste a creer lo que está pasando. ¡Y él se quejaba de su aburrido matrimonio y de sus años! ¡Bendito aburrimiento, que cuando lo ponen en jaque, crece en valor!
-Hijo, usted es joven, tiene media vida por delante, debe dominarse, no conseguirá nada...
-¡Yo ya sé que no he conseguido nada! Incluso para follar me tenía que conformar con una puta que me hiciera como si yo fuera una puta habitación, ¡usted no entiende nada! ¿Verdad? ¡Debió ser más amable, maldita sea! ¿Cómo puede decir con ese descaro que yo no sirvo para nada? ¿Cómo? ¿Sabe usted cuánto he estudiado, cuánto me he esforzado? No se preocupe, va a morir a la tierna edad de 7 años, jijijijijijiji, la edad de sus celulitas, jijijijijiji...
A Ramón se le desorbitan los ojos.
J.M., desde que escuchó de labios de Ramón la palabra "nada", la misma se le ha repetido como un eco insoportable en su cerebro. Nada, nada, no eres nada, J.M. Nada. Carmen Laforet escribió un libro llamado "Nada". Una sola palabra, "nada", le está perforando el cerebro de extremo a extremo. Cae como lluvia ácida y corrosiva en sus neuronas adormecidas por Valium 5, y las despierta de golpe, enfebrecidas de ira y odio.
-¿Sabe una cosa? Sufro mucho. Soy un sufridor. Eso me pasa
Y le asesta varias puñaladas certeras en el tórax, alcanzándole el corazón. La herida no obstante era superficial. Ramón murió del infarto que le produjo el mismo pánico
J.M. escupió el cadáver encharcado en sangre.
-Sufro, sufro mucho
Musitó cuando se lanzó por la ventana para ser un número más, esta vez no en la lista de miles de opositores, sino en la de asesinos-suicidas de la España negra de "El caso"
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¡No te lo quites por nada 
Me recuerda a uno 
