El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Carta abierta a Santa Catalina

Santa Catalina, aunque no quiero alarmarte, lo que vi meses atrás en la calle Suipacha me tiene preocupada. No tanto por los conejitos, que son traviesos pero inocentes, como por el daño que estos puedan estarles haciendo a los geranios. No sé si te habrás enterado de que, por miedo a que se convirtiesen en trece, ese número tan fatídico para muchos, el escritor argentino decidió dejarlos en solo once conejitos esparcidos, al alba, sobre los adoquines de la calle. Una docena, casi, de copos blancos junto al cuerpo mucho más visible y, por ende, molesto del hombre que los vomitaba.

Descendieron primero ellos, uno detrás del otro, como si la mano de su verdugo no pudiese evitar el acariciarlos con cariño antes de arrojarlos al vacío. He sido testigo del mimo con que criaba trébol en la terraza para calmar sus urgencias culinarias; y de cómo pasaba las noches en vela con todas las luces encendidas para que ellos las creyesen días y retozaran a gusto por la casa. No me extraña, pues, ese gesto contradictorio, esa vacilación de última hora, esa inevitable pausa entre un golpe y el siguiente. Once «plaf» con sordina que ni siquiera yo, que estaba tan cerca y tan atenta, tengo la certeza de haberlos oído.

Sí, Santa Catalina, solo once golpecillos sordos cuando, en realidad, tú y yo sabemos que deberían haber sido doce…

El último en caer fue él, el nuevo inquilino del ático. Llevaba los dedos índice y pulgar de la mano derecha metidos en la boca, como si se estuviese extrayendo algo de la garganta. Y en efecto, justo cuando se hallaba a ras de mi balcón, le vi sacarse de la boca el conejito que completaba la docena. Era tierno y delicado como sus hermanos, pero envuelto en una pelusilla tan negra que todavía no me explico cómo pude verlo. Como tampoco me explico de dónde salió de súbito aquella sombra, todavía más oscura, que en un quiebro casi imposible logró salvarle la vida una milésima de segundo antes de que sonara el gran y definitivo «plaf».

Lo que sí descubrí enseguida fue por qué había conseguido hacer aquella pirueta tan complicada. En cuanto el volador ascendió unos metros, la luz de una farola iluminó la cometa que le servía de paracaídas y el misterio dejó de serlo. Del cuello le colgaba una cestilla plateada, de la que asomaba la cabeza del conejito de marras. Pero te engañarías, Santa Catalina, si pensaras que el gazapo estaba temblando de miedo. No, aquel diablillo negro miraba a su alrededor con placidez. Con esa placidez ingenua y bobalicona de quienes están estrenando la vida. De ahí que fuese capaz de mirar hacia abajo sin que el resultado de los recientes «plaf» le impresionase lo más mínimo. Acababa de escapar de ese pozo oscuro y de agua amarga, que es la garganta humana, y lo único que le importaba ahora era descubrir ese juego de luces y sombras que parecía ser la vida. Ese veneno que solo nos hiere si se lo descuida...

Como te iba diciendo, el volador llevaba colgada del cuello una cestita plateada. Los mosquetones de anclaje a la cometa eran también del mismo metal. Al pronto pensé que eran de aluminio o de alguna otra aleación similar, pero el brillo casi luminoso de su acabado y la ligereza con que se mecía la canastilla despertaron en mí el recuerdo de un encuentro muy querido. Sí, Santa Catalina, hicieron que me acordarse de cuando, en aquella ya tan lejana primavera, conocí a Gades niño a la sombra, siempre azul, de los jacarandás. Y aunque el gazapo y su salvador se perdieron pronto de vista, continué pensando en el niño del tirachinas. Él me había explicado que, en la Gran Nebulosa de Orión, las nuevas estrellas son al principio como gigantescas cáscaras de nuez, secas y vacías, a la espera de almas jóvenes que las enciendan. Por eso bajaban ellos a la Tierra, para recogerlas justo en ese instante en el que el cuerpo de los niños, o bien de los gazapillos, se halla todavía tibio. ¿Tan inexperto era aquel volador que se había adelantado y, en lugar de hacerse de una tacada con una docena de almas jóvenes, en el canasto solo llevaba un conejito y vivo?

La pregunta, Santa Catalina, no solo se quedó sin respuesta sino que, con este enrevesado trajín en el que nos empeñamos en convertir la vida y que nos impide pensar en las cosas realmente importantes, yo me olvidé de que los conejitos fueron finalmente doce, de que el volador era novato y por error solo se llevó un conejo vivo, y hasta de acudir al entierro del vecino del ático. Pero hace unos cuantos domingos, mientras desayunaba tranquilamente en un bar, se posaron en mi mesa unos gorriones de una mansedumbre tan sospechosa que el suceso de la calle Suipacha adquirió una relevancia nueva. ¿Que no comprendes qué tienen que ver los gorriones en esta historia? Espera, espera que te cuente lo que descubrí en la negrura de sus ojos y comprenderás.

Parecían gorriones normales, indistinguibles del resto de los de su especie, pero daban saltitos alrededor de mi mano con una confianza tan ciega que enseguida comprendí que nadie les había dado nunca una pedrada. Más por fantasear que por otra cosa, me dije que también a ellos solo les habían disparado en la vida con balas de mentira. Y sí, Santa Catalina, pensar en disparos inofensivos hizo que de nuevo me acordase de la lejana primavera en la que el teorema de los cuatro colores tomó la forma de una enorme cometa enredada en la copa de un jacarandá; y recordé también que de ella colgaba ese niño que para evitar que los gorriones se comiesen sus geranios les disparaba con el tirachinas balines de algodón azul...

Unos tirones suaves pero insistentes, en el dedo anular de la mano izquierda, me hicieron volver a la realidad de aquellos otros gorriones mansos y confiados. ¡Qué osados y qué cándidos!, pensé al comprobar que pretendían quitarme la alianza tirando de ella hacia arriba. Que su brillo metálico hubiera atraído su atención no me extrañó, pero sí que osasen trajinar tanto junto a una mano. Es más, al darse cuenta de que los estaba observando, uno de ellos giró la cabeza y también pareció observarme a mí. En la negrura de su pupila vi unos puntitos brillantes a los que mi mente, siempre tan racional, no logró encontrarles una explicación. Para colmo, eran unas lucecillas tan pequeñas que ni con gafas lograba verlas bien. Tal vez desalentados por el fracaso, uno tras otro levantaron entonces el vuelo y me dejaron cavilando sobre lo que había visto o, más bien, había creído ver.

Como ya te habrás imaginado, al domingo siguiente volví al mismo bar y me senté en la misma mesa. Por si acaso ellos regresaban, en la mochila llevaba una buena lupa y una libretita para tomar nota ―un biólogo que se precie de serlo siempre lleva encima un cuaderno de campo―. Gracias a Dios, no solo se posaron de nuevo en mi mesa sino que volvieron a las andadas. Mi alianza los tenía encandilados y hasta tuve la impresión de que, los muy ingenuos, me miraban buscando mi complicidad. Por supuesto, aproveché la chance para observar con la lupa los puntitos brillantes de sus ojos. El patrón era siempre el mismo. En algunos casos, sin embargo, las lucecillas no se movían pero parpadeaban; en otros, el brillo era siempre el mismo y la configuración cambiante. Se me metió en la cabeza ―ya luego verás por qué― que las unas eran el reflejo de un puñado de estrellas; las otras, nubecillas de luciérnagas. En cuanto a la composición, aunque en ese momento no fui capaz de recordar dónde, estaba segura de haberla visto antes.

Hace unos días, saltó el Levante. Un viento que, como tú bien sabes, puede llegar a ser muy molesto y nos obliga a encerrarnos en casa más de lo deseable. Andaba yo ojeando los dibujos que había trazado en la libreta y, de súbito, lo vi claro: ¡Orión! Sí, aquel par de trapezoides eran el torso de El Cazador, y el garabato que había debajo, la constelación de Lepus. Me imaginé enseguida al animalejo asomando la cabeza fuera de la madriguera para cotillear y, como en lugar de cerebro lo que yo tengo es una rueca, de inmediato recordé la cabecilla negra asomando del cesto plateado del volador justo antes de poner rumbo a la Gran Nebulosa. Caí entonces en la cuenta de que, si aquel ícaro novato había cometido ese error, lo más seguro es que hubiera cometido otros muchos. Además, los gazapos habrían dejado ya de serlos y, como los conejos son tan traviesos, habrían hecho muchas travesuras de las suyas. O dicho con otras palabras: lo que ocurrió en Australia siglo y medio atrás, ahora se estaba repitiendo en el corazón de la Gran Nebulosa de Orión. Lógico, pues, que los gorriones hubiesen decidido emigrar a la Tierra... ¡Pobre Gades y pobres geranios!, pensé.

Sí, Santa Catalina, el Levante que nos suele poner las cabezas patas arriba esta vez me ayudó a resolver el misterio de los gorriones mansos. Aunque no del todo, puesto que continua siendo un enigma por qué no son iguales las lucecitas que brillan en los ojos de los unos y de los otros. Eso sí, para conseguir que la bandada de gorriones dejara de revolotear en mi cabeza, he elaborado mi propia teoría. Pura especulación, Santa Catalina, y eso es algo impropio de una científica. Pero tú te habías ido de vacaciones..., y tanto revoloteo me estaba volviendo loca. Como bien recordarás, en su tratado filosófico sobre las sombras, Sereno C. Williams mantiene que en el cielo nocturno de nuestros sueños no brillan estrellas sino luciérnagas. No es, pues, del todo descabellado pensar que los gorriones de las lucecillas que titilan sean los nacidos en la Gran Nebulosa, que sienten morriña de su tierra y aprovechan las noches estrelladas para mirar a Orión con insistencia. Los otros, en cambio, han debido nacer durante el éxodo y, como no conocen la constelación de la que tanto les hablan sus padres, solo son capaces de verla en sueños.

Ahora que ya te he contado mis sospechas me quedo más tranquila. Me consta que tú sabes cómo iluminar con luciérnagas y cómo endulzar el agua amarga de ese pozo oscuro que tenemos en la garganta. ¿Cómo explicar, si no, que tus lamentospara tenerte conmigo los ratos que no me abrazas, a ti, mi niño chiquito, a ti, mi niño del alma...― se hayan convertido en un risueño geranio ―...te planté a mi verita―? Sabrás, por tanto, poner orden también entre los conejos y los geranios para que esa especie de ícaro, que tienes por segundo retoño, pueda seguir soñando con voladores que salvan vidas sin que se les derritan las alas. Pero para quedarme del todo tranquila, antes de terminar esta carta, tengo que confesarte además un secreto.

Espero que sepas perdonarme el que no te lo haya dicho desde el primer momento. Tenía miedo de que al saberlo dejaras de estar de ese otro lado de la pantalla ―a nadie le gusta que le conviertan el patio de su casa en un gallinero―. Resulta, Santa Catalina, que también yo vomito de vez en cuando algún que otro animalillo. En los últimos tiempos han sido unos pollitos preciosos que, nada más salir de mi boca, contemplan la vida con la misma placidez bobalicona que el conejito negro de la calle Suipacha. Entre nacimiento y nacimiento me digo que no puedo seguir regando el mundo de pollos y me hago el propósito de matar al siguiente de la mejor forma posible. Pero luego llega una nueva arcada y, al sentir en la palma de la mano la tibieza húmeda del recién nacido, decido que ese será el último al que le salve la vida. Me esmero entonces en criarlo y, una vez es capaz de valerse por sí solo, lo suelto en el pinar que hay aquí al lado.

En mi favor solo puedo decirte que no he sido consciente de mi irresponsabilidad hasta hace unos días. Una mañana, al llegar entre dos luces a este recinto, había un grupo de gallinas asilvestradas picoteando en el césped y, para mayor inri, una de ellas tenía doce pollitos. Sí, Santa Catalina, doce, ni uno más ni uno menos, como los gazapos de la calle Suipacha. ¿Recuerdas que te hablé de ellos? Una docena de polluelos de colores variados y alegres como unas castañuelas. La coincidencia me hizo caer en la cuenta de que también nosotros nos podríamos estar enfrentando a una invasión indeseada. Por supuesto, esas doce preciosidades variegadas no habían salido de mi boca, pero eran fruto de las que sí salieron y eso me hizo sentirme por primera vez culpable.

Ya sabes que trabajo en un centro de investigación marina y que estoy, por ello, acostumbrada a bregar con animales. Pero los habitantes del mar son silenciosos y disciplinados: jamás cacarean ni osan salirse de los tanques de agua salada en los que están confinados. Eso no quita que en alguna ocasión, cuando me quedo hasta tarde trabajando sola, al pasar junto al acuario del patio ―lo único que a esas horas permanece iluminado―, vea a través del cristal el palpitar pausado y monótono de sus agallas y me acuerde de los axolotl. No puedo evitar, entonces, sentir cierto temor de que el día menos pensado sea yo quien, desde ese otro lado del cristal, vea alejarse una figura humana que me será muy familiar. Aunque comparado con el pavor que siento ahora mismo ―ahí afuera están las gallinas aleteando como posesas―, ese otro miedo se me antoja contenido y, hasta cierto punto, placentero.

Sí, Santa Catalina, estoy asustada porque son muchas y están muy bien organizadas. Hace días que mis compañeros decidieron no regresar al trabajo hasta que los de la empresa antiplagas hayan limpiado la zona. Dijeron que harían una «desgallinización» pero que tardarían un poco en empezar, porque es la primera vez que se enfrentan a una plaga de estas características y necesitan poner a punto la técnica. Desde que me he quedado sola, el número de gallinas ha aumentado y, además, están muy excitadas. De vez en cuando me asomo a la ventana y asisto, con asombro y consternación, a los enfrentamientos de las unas con las otras para mantenerse en forma. Son ya tantas y tan belicosas que a nadie en su sano juicio se le ocurriría salir ahora del edificio.

Te preguntarás por qué motivo no me marché, como mis colegas, antes de que la situación fuese tan extrema. No lo hice, en parte, porque me sigo sintiendo culpable: culpable de no haberme dado cuenta a tiempo del peligro que suponía ese volador novato transportando gazapos vivos a la Nebulosa de Orión; y culpable de haber infestado este pinar de gallinas por una sensiblería absurda. De ahí que me parezca indigno comportarme como una rata huyendo ahora del barco. Los inquilinos de los estanques necesitan que alguien les eche de comer a diario y que vigile que no les falte el oxígeno. Es más, pese a ser animales de sangre fría, tengo la sospecha de que saben apreciar la compañía humana y, si yo me hubiese ido, se sentirían muy solos.

Pero, si te soy sincera, sé que me he quedado sobre todo porque soy curiosa y necesito saber cómo termina esta historia. Sí, Santa Catalina, tengo una necesidad casi morbosa de saber si será la razón la que se imponga o si, por el contrario, al final me dejaré llevar por mi lado más poético y sensiblero. De un lado, en el acuario del patio, el pausado palpitar de las agallas me sigue recordando que ahí tengo una puerta por la que podría evadirme sin dejar de ser quien soy; afuera, en cambio, están ellas aleteando para que no me olvide de que, si lo deseo, tengo la oportunidad de salir de este atolladero absurdo con tal de convertirme en quien no fui. Dudo entre hacer caso a la llamada silente del fondo marino o a la negrura nictitante de los ojos que me observan desde ahí fuera. O dicho de otra manera, aceptar por fin que soy un axolotl o tratar de asomar la cabeza en uno cualquiera de los días soleados y azules de esa infancia entre gallinas ―la de tus retoños― que nunca fue la mía. Realidad o ficción, Santa Catalina, that is de question…

De niña, mi madre me hablaba de un pozo muy hondo y muy oscuro en cuyo interior solía arrojar la gente sus desgracias para perderlas de vista. Cuando eso ocurría, la pocera aguardaba a que las penas se sedimentasen y, en cuanto el agua volvía a estar clara, la usaba para regar las plantas de su huerta. Pero un día el pozo se oscureció aún más y la angustia acumulada de tantos años trepó por sus paredes hasta que el agua se desbordó. En vez de amilanarse, la pocera cavó acequias, encauzó el agua rebosante hacia sus matas y, una vez estuvo segura de que saldrían adelante sin ella, se dedicó a la cría de luciérnagas. Aunque he tardado muchos años en comprender lo que me quería decir mi madre, por fin lo he comprendido. Ahora sé que hasta en el más hondo y oscuro de los pozos se puede montar una feria revistiendo sus paredes con luciérnagas. Y las buenas hortelanas sabéis muy bien cómo criarlas: basta ensanchar un luminoso instante para que ellas se enciendan a borbotones. Así, pues, que tú estés ya enterada del nuevo peligro que asola el mundo de Gades niño me quita un gran peso de encima.

Ha llegado la hora de poner el punto final a esta misiva. Pero a mí no me gustan las despedidas y, en vez de decirnos adiós, te propongo que sigamos a uno y otro lado de la pantalla compartiendo este milagro tan placentero que es la vida. Son tantas las verdades ―y tan pocas las mentiras― que te he dicho en esta carta que te estarás preguntando si no seré un pájaro tan marrullero como el segundo de tus geranios. No es el caso. Yo siempre he sido una persona seria y sensata, solo que de un tiempo a esta parte la cabeza se me había llenado de conejos y gorriones ―y la garganta de pollos― y necesitaba que alguien me ayudase a poner orden en la granja. Aunque si quieres que te diga la verdad, todita la verdad, puede que te haya escrito porque hace días que sopla Levante y ando con los sentimientos revueltos. Y ellos, Santa Catalina, cuando son sinceros, son también tiernos animalillos que nos cosquillean en la garganta sin parar hasta que los convertimos en palabras y se los hacemos llegar a sus destinatarios.

Y justo eso, Santa Catalina, es lo que he intentado hacer contigo tiñendo de azul tu pantalla. :60:



:chupete: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :burro: :chupete:
Última edición por jilguero el 23 Mar 2017 08:28, editado 1 vez en total.


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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Una bandada por aquí, una bandada por allá. ¡Qué lío, Santa Catalina!
Y tengo que confesarte un secreto :wink:
Yo creía que el conejito salvado era también blanco y cuál es mi sorpresa cuando he leído en este hilo que es negro. ¿Cómo ha sido eso? :shock: :shock: ¿Lo soñaste tú? :roll:

Mira, seguiremos pasito a paso y, si al final no nos gusta el resultado, hacemos como Penélope..., y vuelta a empezar. :60:



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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por Estrella de mar »

Justo leí la semana pasada el relato de Cortázar. :o

El tema del número de los conejitos tiene su aquel. El once es un número maestro en numerología. El primero que se repite a sí mismo. No sé si a Julito le iban esas cosas. :cunao: Yo lo interpreto así y me quedo tan pancha. :boese040:
Además, podría ser que el doce fuera demasiado cartesiano para la pluma del argentino. :lol:
Acababa de escapar de ese pozo oscuro y de agua amarga, que es la garganta humana, y lo único que le importaba ahora era descubrir ese juego de luces y sombras que parecía ser la vida.
Me apasiona este párrafo, jilgueritín. :roll:
Ese veneno que solo nos hiere si se lo descuida...
¡Mu bien dicho! :lol:

Qué ternura da esa cestita plateada. :08:
Va a ser muy divertido asistir al proceso de parto de esta carta abierta. :boese040:

¿Has leído mucho a Cortázar? ¿Podrías guiarme? Yo sólo Rayuela y algunos cuentos. ¿Hacia dónde me recomiendas que tire?

Pd. ¡Vivan los geranios de la Catalina! :128:
:beso:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Estrella de mar escribió: ¿Has leído mucho a Cortázar? ¿Podrías guiarme? Yo sólo Rayuela y algunos cuentos. ¿Hacia dónde me recomiendas que tire?

Pd. ¡Vivan los geranios de la Catalina! :128:
:beso:
En su momento, me leí todos los relatos suyos, uno detrás de otro. Era (y puede que sea aún) mi manera preferida de leer: sumergirme en un autor hasta tener la sensación de que su mundo ya no solo es suyo sino también mío, o incluso que me hago un mundo propio con sus ladrillos, que todo es posible en nuestras cabecitas :D . Por desgracia (o por fortuna, pues para eso está la relectura), la memoria hace que me haya olvidado de la mayoría de sus textos, si bien hay algunas historias, como esta de los conejitos, Continuidad de los parques (madre mía qué redondez, si bien es un texto a lo Borges, que engancha vía razón, no corazón, lo digo porque aquí se tiende despreciar ese otra forma de "tocar" al lector que para mí es la más excelsa si se hace bien), Cartas de mamá, Casa tomada, Axolotl y alguna otra historia que no recuerdo ahora el título. Rayuela me la bebí, en su momento, cuando he intentado releerla, ahora que ya soy más crítica y no valoro tanto las originalidades estructurales, se me ha hecho pesada, si bien sigue teniendo páginas que me parecen magnificas. Para mí Cortázar es grande por sus relatos sobre todo.
Conclusión, no sabiendo en qué etapa como lectora te hayas ni realmente cuáles son tus gustos, te diría que este autor es para sumergirse en él de cabeza y con insistencia, si de verdad quieres vibrar. Otra cosa es que hallarás "broza", qué le vamos a hacer, pero si conectas con él vas a disfrutar y vas a aprender. No sé, es complicado aconsejar en esto de leer porque, aunque suene a tópico, estoy convencida de que cada lector lee una historia distinta. Solo decirte que para mí Cortázar es de los autores sin los que mi vida habría sido otra. ¿Será tú caso? Averígualo. :wink:

PD: ¡Vivan los geranios de Santa Catalina y las gitanillas de su tierra natal! :60:
Y digo yo si en ese patio, en el que también huele a jazmines en el verano (en los de mi tierra siempre era así), no podría haber una perchita en alguna esquinita para que se posen los pájaros... :roll:

Última edición por jilguero el 19 Ago 2016 10:10, editado 2 veces en total.


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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Santa Catalina, como una tortuga voy y encima sin saber si el siguiente paso habré de darlo para delante o para detrás.
La culpa es del Levante que me hizo precipitarme e igual estoy llenando, como el volador novato, esta canastilla con las palabras indebidas. :|
Pero, como ahora mi tierra es la tuya, espero que me sepas perdonar :wink:


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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por Estrella de mar »

Muchas gracias, mi pajarillo cantor. Tomo cumplida nota de tus recomendaciones. Yo leí Rayuela en el 2010 y la disfruté mucho. Es más, la recuerdo con enorme cariño, pero luego leí un recopilatorio de relatos y ya no fue lo mismo. Sin embargo, al leer el de la calle Suipacha me ha vuelto a entrar el gusanillo de Cortázar. :P
La culpa es del Levante que me hizo precipitarme e igual estoy llenando, como el volador novato, esta canastilla con las palabras indebidas.
No lo creo. El viento no puede inspirar nada indebido. :60: Además, nuestra Catalina ha de ser muy comprensiva, teniendo en cuenta que ha criado unos geranios bien hermosos y ha adoptado a un jilguero y a una gitanilla. ¡Nada más y nada menos! :boese040:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por Mister_Sogad »

No se yo si sabré apreciar todo lo que aquí vas a plasmar pajarillo, pero como sé que por tus dominios soy bien recibido ya me lo leeré en cuanto pueda, y le haré seguimiento, por supuesto. :60: :60:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Mister_Sogad escribió:No se yo si sabré apreciar todo lo que aquí vas a plasmar pajarillo, pero como sé que por tus dominios soy bien recibido ya me lo leeré en cuanto pueda, y le haré seguimiento, por supuesto. :60: :60:
Ya sabes que en la mesa camilla de la gitanilla y Jilguero siempre eres bien recibido.
No esperes nada del otro mundo. Es una carta abierta, un charlar en voz alta con Santa Catalina (tan paciente, ella, y tan calladita) sobre esas pequeñas cosas (¿casualidades?) que me ocurren en el día a día y que, sin saber muy bien por qué :roll: , es a ella a quien me apetece contárselas.
Al margen de eso, puesto que lo hago en voz alta con el propósito de que sea de paso un reconocimiento a quien está de ese otro lado de la pantalla, cualquier crítica, sugerencia, opinión sin más, será bien recibida.
Y si viene del padre de la última isabelina ni te digo. :60:


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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Mira, Santa Catalina, tenía yo razón. :D
En cuanto se han enterado de que se han acabado las vacaciones, vuelven a estar aquí. :60:
Bueno, este estaba hoy haciéndose el interesante posado en el garrote del banquillo :wink:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Estrella de mar escribió:Además, nuestra Catalina ha de ser muy comprensiva, teniendo en cuenta que ha criado unos geranios bien hermosos y ha adoptado a un jilguero y a una gitanilla.
Sí, sí, comprensiva debe ser, pero me da que se tiene que estar planteando si cerrar la cancela de su casa, en lugar de tenerla entreabierta como hacía hasta ahora. Porque una cosa es dejarnos disfrutar de los geranios de su patio desde la puerta de la calle, o incluso dar cobijo a alguna gitanilla salerosa, y otra muy distinta que empiece la invasión de los pájaros. :meparto:
No me olvido de la carta, Santa Catalina, pero es que ando poniendo un poco de orden antes de emborronar otro poquito de azul tu pantalla :wink:


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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

La culpa la tiene el Levante, que me hizo precipitarme... :dragon:
¡Santa Catalina, en menudo lío andamos metidas! :cunao:

No me acordé de advertirte de que, cuando cojo la pluma, además de ser una tortuga titubeante :luf: , también ando para adelante y para atrás por culpa de que se van colando en la historia cosas que encuentro a mi paso. :quefallo: Eso es justo lo que me ha pasado hoy: en vez de hablarte de los gorriones, que era lo que tocaba, he dado un salto por culpa de que he visto este vuelo de Ícaro en una pared
El sueño de Ícaro.jpg
y me he acordado del niño Gades y sus voladores.
Me da que voy a terminar como Yuyu con sus "cervezitas": tal que así :oops: :oops: :oops: :oops:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

Invasión gallinacea.jpg
Se acabó la tregua, Santa Catalina. Hoy al llegar a mi centro de trabajo he visto que están ya por todos lados :loco: : las más taimadas, agazapadas bajo los vehículos; las más cobardes, encaramadas aún en los árboles (es la primera vez en mi vida que las veo subirse a los cipreses :shock: :shock: ); y esas que se dejan ver son solo las más descaradas.
Confío en que al menos me dejen acabar la carta... :roll:

Y mira lo que está pensando la abeja de la acuarela:
Abeja soñadora.jpg
Santa Catalina, creo que quiere colarse en la historia pero :no:
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por lucia »

Pues déjala que se cuele, que para eso la carta es para ella :mrgreen:

¿Y no te dan ganas de perseguir a las gallinas hasta hacerlas aletear un poco? :lista:
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jilguero
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió:Pues déjala que se cuele, que para eso la carta es para ella :mrgreen:

¿Y no te dan ganas de perseguir a las gallinas hasta hacerlas aletear un poco? :lista:
Pero si encima se cuelan las abejas serán ellos, los animales varios, quienes ganen la batalla y no podré terminar la carta. :roll:

Quita, quita, desde que me enteré de lo que son capaces los pavipollos cuando crecen y actúan en comandita les tengo mucho respeto a las aves de corral. :wink:


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lucia
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Re: Carta abierta a Santa Catalina (en elaboración)

Mensaje por lucia »

:lol: :lol:
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