Memorias de un emigrante (Micro novela)

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Seth Lione Turilli
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Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Título: Memorias de un emigrante (parte 1,5 de la trilogía de la Mala Suerte)
Género: Biografía, humor y algo de acción.
Ambientación: Año 2005.
Personajes: Getxa Etxeberria, Glenn O’Hara, Wolfgang Schneider…
Sinopsis: Dicen que los principios siempre son difíciles, yo pensaba que eso era mentira pero cuando llegué a mi nuevo país descubrí que la realidad, en este caso, superaba cualquier frase hecha.
Otros datos de interés: Ésta estaría entre la primera parte (Memorias de un superviviente) y la segunda (Las memorias de Leprechaun) será corta como la primera pero no creo que tanto… ya veremos, todavía está muy verde. A veces hay fallos pero no son míos, eh.
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Portada:
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Necesitaría como siempre, críticas constructivas y demás.


1
Yo, Getxa Etxeberria


Jueves, 10 de noviembre del 2005.

«¿Que he hecho?» fue lo que pensé al poner los pies en el suelo del aeropuerto de aquella gran ciudad bañada por el Océano Pacífico y de nombre Ciudad Central. El aeropuerto era un edificio acristalado hasta el techo, miré hacia los carteles intentando acordarme de la palabra, como se decía, como se decía.

—Apártate de ahí —dijo un chico que portaba una gran maleta.

Me quedé ahí clavado como una estatua mientras miraba embobado los carteles, como se decía, como se decía... me moví un poco más y vi el cartel con la flecha y la palabra: salida.

—Salida, salida.

Como decía el cartel; salí y una brisa fría me encogió de arriba abajo. Un hombre bastante alto me miró de arriba abajo.

—¿Eres policía?
—¿Eh?
Police —dijo en inglés—, que si eres de la police.
—Sí.
—Dame tu carné de identidad.
—¿Eh?

Susurró algo que sonó como «Ahí va la ostia» pero yo en aquel tiempo era muy cortito, pobre de mí.

—Lo siento, no se hablar inglés... ¿sabes español?
—Poco.
—Necesito que me enseñes —hacía tantas señas como haría yo en los próximos meses— la card de la police.

Sacó la suya y me la enseñó y reaccioné, saqué la mía y se la tendí.

—Perfecto, puedes subir al autobús. Coloca la carden esto y cuélgalo en tu bolsillo, como lo llevo yo —dijo señalándose el bolsillo de la camisa donde tenía su tarjeta de la police.

Mientras acomodaba mis posaderas en aquel autobús pensaba de qué me había servido el dichoso Erasmus en Bilbao si tenía esas dificultades para hablar español. Y encima ese tío me había hablado en inglés, si fuera en alemán... pero no, tuvo que hablarme en inglés. No voy a mentir, parezco uno de esos ingleses que van a veranear a España y se tiran todo las vacaciones borrachos y quemándose al sol.

—Inglés... —susurré y cerré los ojos. Me quedé dormido al instante.

Cuando desperté noté como crecía el nudo que tenía en el estómago y agarré la mochila que tenía a mi lado con fuerza. Empecé a sudar como un cerdo.

—¡Eh! ¿Te pasa algo? —Me preguntó un chico que estaba detrás de mí al oírme resoplar como un toro.
—No.
—¿Es tu first vez aquí?
—Sí.

¿Porque todo el puto mundo se pensaba que era inglés?

—Tranquilízate, ya verás cómo no es para tanto.
—Ya.

Como podéis leer, era un chaval muy tímido.

—Cuando lleves un tiempo no te dolerá tanto, ya verás.

¿Lo que no me dolerá? Mis nervios aumentaban a pasos agigantados y una chica rubia se sentó a mi lado.

—Respira con calma o te dará un ataque de ansiedad. A todos nos fastidia separarnos de nuestra familia así que no pienses en ello.

Bajé la voz.

—No entiendo cuando me hablan rápido y eso hace que tenga... —suspiré.
—¡Ah! no lo sabía. ¿Lo sabes de corrillo o bien? O sea que si sabes un poco o mucho.

¿Qué es corrillo?

—Estudio varios cursos en universidad.
—Me llamo Clara.
—Getxa.

Ese soy yo, fui bautizado con el curioso y único nombre de Getxa y aunque me gusta no lo entiendo.

—¿Que te ha pasado en la cabeza?

Me encogí de hombros. No iba a ponerme a explicar que hace dos días me habían freído a pedradas cuando iba hacia mi casa a dormir. El mayor gusto de mi vida fue dejar los antidisturbios, que asco, no volvería jamás.

—¿Eras antidisturbios?
—Sí, hasta... antes.
—Lo entiendo, él también era pero pidió el traslado.
—Yo también, me enfadé y me... pedí que me llevaron aquí.
—Hablas como uno de mis primos. Por cierto, me gusta cómo suena tu nombre, es como Getxo —rió— yo soy de allí.

Solo sabía de Getxo que estaba en Bilbao y que hablaban un idioma rarísimo llamado euskera, lleno de te equis y te zetas que no sabía, sé ni sabré pronunciar ni aunque viviera diez vidas.

—Hermano —exclamó la chica al ver mi carné— también eres Etxeberria.

Llevo los dos apellidos de mi madre: Etxeberria Izara, pero para todos en Bilbao era Eche —que por desgracia tampoco sé pronunciar—. Siempre he pensado que bautizarme con esos apellidos —son los de mi madre— fue una especie de venganza contra mi persona, con ellos podría hacerme pasar por un vasco de pura cepa pero como abriera la boca se desharía mi gran papel. Mi aspecto de inglés paliducho y rubio y mi nombre no hacen gala con mi verdadera nacionalidad.

—¿De dónde eres?

Sales por la autovía de Bilbao todo hacia adelante, cruzas la ciudad de San Sebastián y entras de nuevo en una autovía —puede que no sea así pero es lo que recuerdo de cuando volví de Bilbao— vas todo adelante —creo, no conozco tan bien España— y llegas a un sitio llamado Irún. Al llegar a un sitio dejas, como diría el policía, tu card y pasas al otro lado, a Hendaya, de allí vas hasta San Juan de Luz y te das cuenta que era mucho mejor ir por Navarra pero bueno, tú sigues hasta Bayonne y luego tuerces hacia la derecha. Subes un poco más y tuerces un poco más hacia la derecha, hasta Saint-Paul-lès-Dax y sigues todo recto. Allí todo es verde, Landas es verde, y sigues hasta un pueblito llamado Saint-Pierre-du-Mont, allí bajas a tomar una bocanada de aire puro y a estirar las piernas, luego coges el coche y sigues un poco más, tres kilómetros y llegas a la capital de Landas, Mont-de-Marsan. De allí soy yo o sea que yo de inglés no tengo nada de nada.

De ahí solo he salido para el Erasmus en Bilbao y cuando entré en la policía, para irme a París dónde me apedrearon en plenos disturbios. Me quité un momento el casco —cosa que está prohibido— y un pedrusco enorme me abrió una brecha cojonuda en la frente y otra me impactó en la parte de atrás de la cabeza —palabra que odio a muerte, con lo fácil que es decir tête—, seguramente me iba a quedar una bonita cicatriz.

—¡Eh rubio! ¿Tú no estabas en la frontera?

Pues sí, mi primer trabajo fue en la frontera de Irún-Hendaya hasta que me destinaron a París. Ese chaval tenía pinta de ser uno de los Guardias Civiles que había allí.

—Sí.
—Me lo imaginaba.
—¿Qué te ha pasado en la cabeza?
—Me tiraron un piedra.

El muchacho rió.

—UNA piedra, pues anda queee... —dijo alargando la e, nave espacial llamando a la tierra; tenemos un idiota en el autobús, repito, tenemos a un idiota en el autobús.

El vehículo paró delante de un edificio que parecía del futuro, era redondo y estaba lleno de cristales oscuros.

—Hemos llegado, chicos —comentó el español que me corrigió.
—Chicos, coged vuestras cosas y vayamos dentro —comentó el que parecía ser el Boss.

Bajé del bus, me colgué la mochila al hombro y cogí mi maleta de ruedas, me fui hacia la puerta mientras un policía con cara de poli-duro nos vigilaba desde una esquina. Sentí sus ojos oscurecidos por unas gafas de sol clavadas en la parte posterior de mi preciosa tête.

Entré dentro y el Boss nos condujo a una enorme sala, miré antes de entrar lo que ponía: sala de actos. Sería para hacer actos, ¿pero qué clase actos serían esos?

—¿Actos? —No me había dado cuenta que lo había dicho en voz alta.
—Reuniones —me dijo un hombre alto y de pelo negro—, pasa.

Pasé maleta en mano y me senté en un sitio que no estuviera ni muy cerca ni muy lejos del atril. La silla era de plástico duro y todos los compañeros policías se fueron sentando en torno a mi persona, por lo menos el nudo del estómago ya no estaba tan tenso. Recuerdo que mientras sacaba una liberta de la mochila me dio un tirón donde llevaba puestos los puntos y casi se me cayó la mochila al suelo. Puse el cuaderno y el bolígrafo en la mesa y un señor de pelo marrón empezó a hablar, hablaba tan rápido que me enteré de pocas cosas. Luego pusieron un vídeo horrible sobre catástrofes naturales.

—¿Te estás enterando de algo? —Era la chica de antes y miró el cuaderno. Solo había escrito «salida» y «sala de actos».
—No.
—Dice que aquí en esta ciudad hay muchos terremotos.
—¿Terremotos?
Séismes, temblores de tierra.
—Oh.

Que desgracia la mía; no sabía ni español ni inglés, las dos lenguas oficiales de aquel país: Terra da Lume. Según me enteré después significaba Tierra de Fuego en un idioma originario del norte de España.

—Dice el commisaire que después de ver el video esperemos ici y nos asignarán a nuestros compañeros.

Era la única que intentaba que entendiera lo que estaba diciendo intercalando palabras francesas entre las españolas. Chica lista.

No sabía lo que significaba asignarán pero cuando acabó de hablar el comisario nos quedamos todos sentaditos como buenos alumnos mientras yo repetía como un mantra «que no me toque un compañero español, que no me toque un compañero español» esto puede sonar mal pero no era por cuestiones de batallas e invasiones pasadas, era solo que los españoles hablaban extraño y no entendía nada.

—María Etxeberria, tu compañera será Sofía Pérez —la mujer rubia salió hacia el pasillo.
—Getxa Etxeberria, tu compañero será Glenn O'Hara.

Como la de «Autant en emporte le vent» o en español «Lo que el viento se llevó», pensé.
Me levanté portando la maleta de ruedas y la mochila y salí al pasillo, me encontré con el hombre con cara de poli-malo que nos vigilaba y me tendió la mano subiéndola un poco para que llegase bien.

—Glenn.
—Getxa.

No estoy acostumbrado a estrechar la mano a la gente, así que creo que lo hice con la mano un poco blanda y él sonrió.

—No te pongas nervioso, aquí estarás como en casa ya verás.

Sí, seguro...

Era un hombre enjuto y desde mi metro con noventa se veía muy bajito; puede que no llegara al metro sesenta. Estaba bastante delgado y no tenía pelo.

—¿Quieres tomar una infusión o comer algo?
—Sí.

Nos fuimos a una cafetería que había cerca de la comisaría, detrás de la barra había una foto gigantesca de Bilbao.

—¿Es tu nuevo compañero? Qué guapo —silbó y noté como me ruborizaba al instante, miró mi carné— Otro paisano, ¿de dónde?
—No soy vasco —todavía no tenía pillado el truco (ni lo tengo) y casi todas las palabras las decía (y digo) con un acento al final o sea que vasco se convirtió en «vascó». No me entra en la cabeza cuando tengo que ponerlo y cuando no.
—Ah, pero había oído Etxeberria —dijo él pronunciándolo muy bien, me sorprendió oírlo tan bien.

Oír esa erre española me daba unos dolores horribles en el centro del cerebro.

—Mi madre es de Navarra, por eso me puso sus apellidos.

El hombre me miró alzando una ceja.

—¡Hostia puta! ¿Eres francés?
—De Mont-de-Marsan.

Mont de Magsán es un sitio precioso, se come bien y se hacen unas fiestas —en verano— como si fuera España, allí adoramos un deporte en el que te pones un guante gigante parecido a una banana y con eso se golpea una pelota sobre una pared verde y se juega con casco —no sé cómo se llamará en realidad— y también nos gusta el rugby, yo jugaba hasta que mi rodilla se fue a la merde. En cuestiones idiomáticas pues como en todos los sitios, si quieres hablar español lo hablas, si quieres vasco pues también pero el idioma oficial es el francés de toda la vida. Hay un idioma autóctono llamado gascón pero es muy raro y no entiendo nada. Yo en mi casa, con mis amigos, en la escuela y con mi familia he hablado en francés aunque mi madre fuese española, nunca le pedí que me enseñara español y ella tampoco lo hizo, no sé porqué pero yo sé que se enfadó mucho con su país por algo que no sé.

Por la puerta de la cafetería entró el hombre de antes, el moreno de pelo negro.

—Wolf, ven que te presento al chico nuevo.

El hombre se fue hacia donde estábamos.

—No recuerdo tu nombre…
—Getxa.
—Eso, Getxá, el es Wolfgang Schneider.
—Getxa, es sin acento en la a.
—Sin acento en la a...
—Pues como suena, Glenn, que no te enteras —dijo la camarera y repitió mi nombre sin acento. Perfecto— Así ¿verdad cariño?
—Si. Encantado de conocerle.
—Esto es inaudito, un francés policía, en mis treinta años aquí no he visto ninguno.
—¿No hay franceses?
—Franceses en general si pero en esta comisaría no, nunca. Hoy es un día histórico, Mari ponle lo que pida y lo pago yo —el acento de ese hombre era muy fuerte.
—Después de mangiare te llevaré al sitio donde vives.
—Eso es en italiano —comentó el tal Wolf con su voz de barítono.
—Es verdad. ¿Qué tipo de música te gusta?
—El reggae, metal y rock.
—¿Y tu grupo favorito?
—Los Eagles.
—¿Los Eagles eagles?
—No sé como se dice, Eagles of Death Metal.

Sin comentarios… pero sí, adoro todas las canciones de ese grupo. Es mi grupo no francés favorito. Aunque digan cosas buenas de ellos, Gojira no me gustan. En cantantes solistas mi favorito es Manu Chao, no es solo el autor de «qué hora son mi corasón» tiene canciones muy bonitas, tristes y rítmicas.

Después de comer, en silencio, le di un papelito arrugado donde tenía apuntada la dirección de la casa de mi tía.

—Una buena zona, sí señor. ¿Te llevo ahora?
—Sí, quiero… usar la regadera. No sé si se dice así.
—¿Para lavarse el cuerpo? La ducha.
—Ah.

Salimos de la cafetería y me subí al coche de mi nuevo compañero, un Mercedes de los años ochenta y más largo que un submarino. Mientras el coche rodaba, lento, por las calles yo miraba como hipnotizado todo. Me sorprendió mucho la palabra supermercado. La apunté en el cuaderno.

—¿Supermercado es un supermarché?
—Eso sí que lo sé, sí, es donde se compran productos. Oye, si tienes algún problema me puedes llamar.
—¿Eh? ¿Podría hablar un poco más… relajado, no entiendo?
—Vale.

Lo repitió más lento, afirmé con la cabeza y apunté el número de su teléfono móvil, por lo menos los números los sabía bastante mejor que el abecedario. Llegamos enseguida a la gran casa de seis dormitorios y cinco baños. Entré a la casa con mi nuevo compañero.

—Buff, tendrás que limpiar un poco esto.

Mi tía y sus hijos vivían en Normandie y aquella era su residencia de verano, en realidad odiaba a la gente rica. Una casa solo para verano cuando la gente se está muriendo de hambre, anda ya.

—Me quedo a ayudarte.
—Bueno...

Aunque no estaba muy sucia tuvimos que quitar polvo de las estanterías y de alguna cosa más. Abrimos las ventanas y el mismo aire frío llenó el ambiente. Me estremecí.

—¿Tiene calefacción?
—La casa... no sé. Eso sí —dije señalando a la chimenea.
—Pues eso calienta que da gusto.
—Mi casa tiene una y come mucho tronco.
—Pues sí, como la locomotora de un tren.

Aquella chimenea de merde me dejó sin troncos en menos de una semana.
Fui a la cocina, abrí la nevera y miré dentro. Estaba llena de comida. Entré al salón y encendí la televisión. Todos canales en español e inglés. No sabía si había antena parabólica.

—No sé si se podrá ver canales internacionales —comentó Glenn.

Empecé a pulsar números al azar y me salió la televisión 1 de España, Italia 1 y la ARD alemana donde echaban Los Simpson, era la 46. Canales de series, de política, policíacas, en inglés, una de Japón en la cual encontraría de nuevo mi pasión por las series anime, otra alemana, otra inglesa, una llamada ETB 1 que hablaban en ese curioso idioma que es el vasco y por fin apareció la FRANCE 3 apunté el número en la libretita para no liarme y le di voz. Los disturbios en Francia se recrudecían a pasos agigantados.

—¿Sabes cocinar?
—Sí, gracias.
—Yo me marcho, tienes teléfono móvil.
—Sí.
—Perfecto. Hasta mañana.
—¿Mañana?
—Sí, tú empiezas mañana.
Très bien. Au revoir.
—Adiós.

Cerró la puerta cuando salió y me quede allí en aquella gran casa de casi quinientos metros cuadrados. Me levanté y miré la foto donde estaban mis primos León y Toro con su madre, sonrientes, con sus dientes reconstruidos a base de aparatos dentales y empastes. Putos ricos.

El timbre de la puerta sonó y tuve ganas de no contestar pero yo ante todo tengo mucha educación desde siempre así que fui hasta la puerta y la abrí. Una mujer de unos setenta años sonrió.

—Había visto las ventanas abiertas y venia a ver si estaba todo en orden.
—Sí, todo en orden.
—¿Eres familiar de Lisa?
—Su sobrino.
—Yo soy tu vecina, Aranzazu —me agarró del brazo, me plantó dos besos y se los devolví. Mucho mejor eso que esa costumbre tan extraña de dar la mano.
—Yo soy Getxa —dije sonriendo.
—Tú no eres español, ¿verdad?
—No. León si, vasco. ¿Mi tía no le dice nada?
—¿A quién, a mi? Si me dijo algo —echó un vistazo al interior—. Aquí estarás muy solo, ven a comer a mi casa así no estaremos tan solos.

Y así conocí a la vecina, Aranzazu, una mujer encantadora y parlanchina. Se puso muy contenta cuando se enteró de que era francés porque ella era profesora de dicho idioma. Creo que estuvimos hablando hasta casi las seis de la tarde. En noviembre aunque sea un mes tan triste, en Ciudad Central nunca hacía frío por lo que era maravilloso salir hasta tarde. Cuando me despedí de la vecina me marché a callejear por las calles. Entré en una tienda.

—Hola, ¿necesitabas algo?

Saqué un pequeño diccionario y busqué la palabra.

—Pan.
—Hay mucho tipo de pan. Mediana, grande, larga.
—Esa.

Señalé a la más larga así tenia para comer hoy y me quedaría un trozo para otro día.

—Sesenta centavos.
—¿Sesenta?
—Seis cero, sesenta.

Saqué el dinero y se lo di, la chica me estudió con la mirada.

—Tú eres nuevo por aquí ¿verdad? Sabrás volver solo ¿no?
—Creo...mi móvil no va.
—¿No puedes llamar?
—No.
—Eso es porque es de tarjeta, bajando esta calle hay una tienda de telefonía.
—Ya —miré la hora—. Es muy noche.
—Cierran a las diez.

¿A las diez? Y yo acostumbrado a que todo cerrara a las siete y media de la tarde.

—¿Cómo van a cerrar a las diez? Eso es... oh.
—Me gusta tu acento, muy parisino.

Me hubiera gustado que hubiera acabado preguntándome si era belga para acabar de joderme la tarde. Aunque eso sí, prefería que me llamasen belga a parisino, en aquella época odiaba un poco París por mi experiencia pedríl.

Cogí el pan y salí de allí hasta la tienda de teléfonos, entré y me acerqué.

—¿Necesitas algo?
—Sí, quería una tarjeta para mi móvil, por favor.
—Tenemos muchos operadores, ¿buscas uno en concreto?
—Orange.
—Claro, tienes que dejarnos tu carné de identidad o pasaporte.

Que pesados con el dichoso carnet de identidad. La miré con una mueca de confusión y entró un hombre alto y de pelo negro.

—No sé que es.
—¿Y el pasaporte? El passport.
—No lo llevo aquí.
—El carnet de identidad es la Carte nationale d'identité —dijo el hombre con un curioso acento del suroeste francés.
—Ah ya. Muchas gracias —dije sonriendo y la chica también.

Lo saqué y se lo di.

De nada, me llamo Gèrard. Los principios son difíciles, a mí también me costó mucho al principio.
Mucho gusto. Yo me llamo Getxa.
—¿De dónde eres? Yo soy de Burdeos.
Bueno vino —dije volviendo a usar el español— yo de Mont-de-Marsan.
—¿Lleva mucho tiempo aquí?
—Desde esta mañana.
—Ya veo y con el pack básico en español. Yo también llegue así, con el A2 de español.
—En la escuela me dieron un diploma que ponía que era B algo pero no lo creo.

Eso es cien por cien real pero cuando acabé de estudiar, mí querido cerebro se cortocircuitó y desaprendí lo que me enseñaron. No es broma, soy muy predispuesto a sufrir unas cosas llamadas meningiomas. O sea tumores cerebrales.

Cuando salí del edificio me quedé con cara de connard, que sería en español algo así como gilipollas. ¿Pero que coño había pasado… dónde estaba? Miré hacia todos los lados y entré de nuevo a la tienda de telefonía.

—¿Que nombre tiene esta calle?
—San Lázaro.
—Oh.

Recordé que había bajado desde mi casa hasta allí pero ¿sería igual para subir?

—¿A que calle vas? —Me preguntó el tipo, Gèrard.
—A… Bi-bisadoa —dije intentando leer lo que había escrito en perfecto frañol.
—¿Bidasoa? Todo hacia arriba pero si quieres espérate y te acompaño —que dominio del idioma tenía ese señor. Increíble. ¡Y sin ser nativo!
—Vale.

Me pareció mejor esperar que perderme en una ciudad que no conocía, eso ya me pasaría tres días después.
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lucia
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por lucia »

Aparte de recordarme esta canción de Mano Negra y de recordar el humor tirando a negro que tienes, hay que decirte que haces que sintamos la confusión de Getxa a cada momento.
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Ahora, hay momentos en que parece que no hayas revisado el texto o lo hubieses revisado demasiado seguido.

Y la portada me encanta, pero mas para algo tipo cifi o así.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Seth Lione Turilli
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Muchas gracias por tu comentario, Lucía, a mi también me está gustando hacer esta nueva micronovela, más o menos la hago para no repetirme en la siguiente, Las memorias de Leprechaun. Justo cuando vi tu comentario venía a poner el segundo y sí, el primero lo corregí un poco por encima así que da igual ya hará tiempo para cambios.

PD: La portada es así por los ojos azules de Get que reflejan su miedo.

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2
Mi casa… teléfono


Gèrard me dejó en casa sano y salvo. Entré a la cocina y saqué varias cosas que vi en la nevera, champiñones y verdura congelada, abrí la despensa para coger el paquete de arroz y cerré la puerta. Puse en una taza el arroz, corté una cebolla, un pimiento rojo, un tomate y un calabacín en dados pequeños. Busqué una sartén y la puse al fuego y cuando se puso caliente eché primero la cebolla, luego el pimiento… o sea en orden y luego le eché un poco de sal. Cuando empezó a soltar toda el agua metí la taza de arroz y varios vasos de agua y dejé que se hiciera. Mientras observaba la evolución de mi Estupenda Cena marqué el número de mi madre.

—¿Sí?
—Mamá, soy yo.
—Get hijo, ¿qué tal llegaste?
—Bien, estoy muy cansado. No sé, yo creo que irme ha sido una estupidez.
—Eso nos ha pasado a todos cuando decidimos dejar nuestro país. Pronto será más fácil, ya verás.
—No sé. ¿Sabías que el idioma oficial de aquí es el español?
—¿Qué? No, no lo sabía, ¿en serio? No te asustarías al darte cuenta, ¿verdad?
—Un poco sí
—reí.

Me la imaginé mirando por la ventana hacia el parque Jean Rameau y tuve que detener a mis pensamientos.

—Tu se fuerte, todavía eres joven para volver cuando quieras. Pero dale una oportunidad.
—Ya.


Mi madre y yo solo nos llevamos pocos años porque ella me tuvo a los dieciséis años. Un tonto romance de verano con consecuencias; el nacimiento de Cyrano, como me apodaban en clase por mi prominente nariz. Moví la sartén por si acaso y le bajé un poco el fuego.

—Relájate y todo irá como la seda.
—Lo intentaré… adiós mamá, se me va a quemar la comida
.

Ella rió.

—Adiós hijo, te quiero mucho —me dijo en español.
—Yo también a ti —dije a su vez en francés.
—Mi pequeño chovinista —colgó.

¿Chauvinista moi? Odio esa palabra, me gusta mucho más la palabra patriota pero chauvinista no, eso sería estar loquísimo por tu país y a mi Francia no me trae loco, hay muchas cosas buenas como otras muchas malas. Además yo creo que todos los emigrantes, los primeros días comparamos todo con nuestro país de origen pero es algo normal y natural. Salir de tu zona de confort fastidia mucho. Puse más atención al arroz y luego me senté a comer mientras veía la televisión, los disturbios habían menguado por arte de magia, como sabía que Napoleón IV —Sarkozy—no iba a hacer nada pues ellos se resignaron a seguir peleando por conseguir más derechos. Más tarde llegarían los nuevos años de «paz armada» hasta el verdadero y cruel resurgimiento de la extrema violencia sin sentido pero, gracias a Dieu, todavía faltaban diez años.

Estuve viendo la televisión hasta tarde y no pude pegar ojo. Me eché una siesta de dos horas y desperté con jet lag o sea, no sabía dónde estaba. Miré por la ventana y vi el acojonante Pacifico a lo lejos.

—En Ciudad Central —suspiré.

Me estiré y puse la radio. Una voz calmada daba las noticias en español así que la cambié a otra emisora de música y sonaba Shakira. La apagué. Después de ducharme me miré en el espejo y descubrí que tenía más ojeras que Drácula. Desventajas de tener la piel blanca y fina como el papel de fumar. Salí a donde tenía la ropa y me puse a elegir que llevar, como nadie me había dicho nada cogí unos pantalones vaqueros y la camiseta de mi selección… la de rugby, claro. También me puse las botas que me habían regalado los de antidisturbios hacía cuatro días.

A las ocho de la mañana pasó a buscarme mi compañero, O'Hara, para ir a comisaría. Al entrar conocí a una mujer rubia llamada Sara, era del norte de España pero había vivido en Madrid casi toda su vida.

—¿Conoces Madrid?
—No.

Prefería no haberla conocido.

—Pues es muy bonita.
—Ya.

Había viajado a Madrid hacía un año y lo que viví allí me iba a perseguir el resto de mis días, eso lo tengo clarísimo. Entrar en «ese sitio» y escuchar todos esos teléfonos móviles sonando al unísono, familiares que querían saber si sus hijos, hijas, maridos, mujeres estaban bien. Horrible. O «gente» que había volado dos kilómetros… todo horrible.

—Vamos, que te enseño la comisaría.

Aquél tuteo injustificado me estaba poniendo de los nervios. No hay nada que me ponga más nervioso que el típico tuteo español. Sentía la mandíbula tan tensa que pensé que me iba a romper en cualquier momento.

—¡Estas muy tenso! Relájate.

«Si me tuteas no puedo relajarme».

Suspiré... creo que se dice así. Mi ansiedad crecía por momentos y en un momento dado reventé.

—P-perdón. N-n... N-n.

He hice lo que me pasa en estos casos, me fui corriendo de allí con el corazón a mil por hora. Bajé una calle, pase una carretera en la cual un coche estuvo a punto de atropellarme y una mujer me miró con preocupación, como si estuviera escapando de alguien, pero no podía dejar de correr. En mi endiablada carrera me topé con unas puertas que daban a un parque enorme. Entré un poco más tranquilo y paseé por el mismo. Los árboles me tranquilizaban y me senté en un banco al lado de un hombre que tocaba el violín subido en algo que no logré ver.

Miré el móvil y me dio el superbajonazo, empecé a llorar. El hombre, de tez oscura me miró sin dejar de tocar mientras seguía con mis suspiros entre lloros. ¡Qué panorama! Un rubio de metro noventa y con cuerpo de levantador de piedras llorando como un soldado francés después de, una vez más, rendirse.

El chico se bajó de donde estuviera subido y debido a mi estado de nerviosismo no me di cuenta que se había sentado a mi lado.

—¿Qué te pasa?

Di un salto que casi me caigo.

Putain! Me has asustado.

El hombre me dio un pañuelo e intenté secarme los ojos.

—Para llorar así te debe haber pasado algo, ¿quieres que vayamos a tomar una tila?
—Sí, vale.

Yo, nuevo en la ciudad y acababa de decirle que si a un tío que no conocía de nada, ¿y si hubiera sido un violador o algo así? Niños, gente, nunca hagáis esto porque no sabes la persona que os podéis encontrar y lo mismo digo ahora con estas páginas como BlaBlaCar o Uber.

Nos levantamos y comprendí que no estaba subido en ningún sitio. Era alto como una secuoya, seguramente superaba los dos metros diez y con creces. Salimos del parque y entramos en un portal muy bonito, subimos hasta la planta cuarta y entré en su casa.

—Madre mía Walt, que poco trabajas... ¿y esto?

¡Eh! No soy esto, soy una persona con sentimientos no un objeto extraño, pensé.

—No sé, estaba llorando en el parque y me dio pena.
—¡Que adorable!

La mujer tenía la misma piel que él pero más clara y el pelo peinado con trencitas, algunas de colorines y otras del suyo natural.

—Que mala cara tiene.
—Tenía un ataque de ansiedad de los grandes.

La muchacha me miró de arriba abajo.

—Ve calentando agua y pon una de esas hierbas tuyas para que se relaje un poco.
—Sí, claro.
¿Estás bien? —La miré sorprendida— No te sorprendas, fui a un colegio francés.
—Estoy bien.
—Perfecto, siéntate allí.


Pasamos al salón y el hombre se fijó en la camiseta.

—Ah, claro, la camiseta. ¿Eres nuevo aquí?
—Llegué ayer.
—Ahora lo entiendo, a mí también me pasó. No tan exagerado pero sí, lloré bastante. Dejar las cosas tan lejos duele mucho.


En la pared había un televisor grande y al lado una foto de él junto a una chica de pelo moreno en la cima de un edificio muy alto, él sonreía agachado y la chica también, iban vestidos muy bien: él con traje de raya diplomática y ella con un traje falda —no sé si se dirá así—. Yo tenía esa misma fotografía presidiendo el propio salón de mi piso de París, me la hice cuando fui con mi madre a Nueva York.

—Yo tengo una igual...

Anda que no había llovido desde aquella fotografía.

—Todos la tenemos —dijo suspirando.

Recuerdo los nervios que sentí en el ascensor (ciento uno, ciento dos, ciento tres...) y el vértigo cuando miré hacia abajo aunque el guía nos había advertido que no mirásemos. Luego, como todo en esta vida, lo joden los de siempre. Siempre tiene que haber un grupo terrorista que arme la de Dios por todo el mundo y gente, gilipollas, que se dejan comer la cabeza por dichos grupos. Y así era antes, es ahora y será dentro de diez, quince, veinte y treinta años.

No me había dado cuenta que la chica había traído una humeante taza con unas hierbas metidas en un sobrecito, seguro que era lo que llamaban tila. Yo no soy muy de infusiones, soy más de cerveza y sobre todo de vino. Ya que no puedo catar los quesos —soy intolerante a la lactosa— hago lo mismo pero con el vino, cuanto más francés mejor. Mon petit chauviniste…

Le di un sorbo y como era de esperar, me quemé la lengua.

—Espera un poco, hombre. ¿Cómo te llamas?
—Getxa.
—Yo soy Farah y él es Walter.
—Walt para los amigos.
—Mi nombre se dice Getxa.
—Lo entiendo, sin acento.


Lo de poner acento a las cosas que no tienen no le encuentro la lógica y siempre he pensado, ¿nos pasa algo a los franceses en la cabeza para que hasta acento tenga acentó? No me fastidies. Algún defecto genético tenemos seguro. ¿En qué momento helado se convirtió en heladó, metro en metró o Getxa en Getxá? Increíble, hasta ahora, diez años después de estas vivencias sigo haciendo los mismos fallos.

Después de quemarme la lengua hasta la campanilla dejé reposar un poco la taza mientras la mujer me contaba que era de Damasco, la capital de Siria, ese país tan bonito y paradisíaco. El chico, Walter, era de Alepo, capital económica de Siria. Yo me he criado con gente árabe y aunque suene un poco raro, allí me sentía como en casa.

Cuando me acabé la infusión cerré los ojos un momento y desperté cuando ya había caído el sol. Al principio pensé que me habían puesto algo en la infusión pero me di cuenta que estaba acostado y tapado con una manta, sí, debo admitir que me llevé un susto enorme y la constancia de que iba a dormir nada aquella noche.

Tenía la boca seca pero era muy diferente a despertarse con una buena resaca de vino, cerveza o vodka. Parecía que nadie me había robado ya que mi bandolera estaba a un lado junto con las botas y estaba totalmente vestido. Suspiré, me levanté y fui por el pasillo.

—Buenas noches, bello durmiente —dijo el tal Walter en español y me sorprendió esa expresión—. El baño está en la segunda puerta a la izquierda.

Hallé la puerta y entré al baño para vaciar mi vejiga. Cuando acabé me lavé las manos concienzudamente y salí.

—Gracias por la bebida.

Sonrió.

—Pasa, no voy a comerte.

Me senté en una silla en frente a él.

—La mayoría de los habitantes del Irish Port somos extranjeros. ¿Qué te pasó en el parque? Me asustaste mucho.
—No sé, me dolía aquí —señalé al pecho— y me fui.
—¿De dónde?
—Trabajo.
A ver si van a despedirte por irte corriendo el primer día —dijo cambiando al francés, tenía un curioso y típico acento árabe.
—No, soy policía, no pasa nada. ¿De qué trabaja?
—¿Quién, yo? Soy artista callejero a tiempo completo.

—Su mujer, ¿se ido? —Sabía que para mí era malo hablar en francés todo el rato así que cambié.
—Farah no es mi mujer, es una amiga. Pues no hablas mal para ser nuevo.
—Muy mal, no entiendo cosas.
—Pero sabes distinguir, más o menos, el masculino del femenino. Además te acostumbrarás pronto, para vosotros el español es muy fácil pero para los anglopar... los que hablábamos inglés es más difícil.
—Los árabes hablan bien español.
—Eso es verdad, pero hace mucho que no soy árabe —sonrió.

Me gustaba que sonriera porque si y no por oírme expresarme en español. En el único sitio que no se han descojonado de mi persona fue en Madrid pero bueno, fui a lo que fui, así que no había tiempo para bromas sobre erres. Desde mi propia experiencia y sin generalizar, claro, creo que la gente no nos toma en serio. No hablo de mí como persona, como Getxa sino yo como lo que soy; francés. Oyen a un alemán hablando español con su fuerte acento y nadie se atreve ni a toser pero nos oyen a nosotros y se tronchan de risa, puede que no en la cara pero se nota. ¿Tanta gracia hacemos? No lo entiendo.

—¿Quieres que te acerque a tu casa?

Me había dado cuenta que no era un hombre, era un chico, o sea que seguramente no llegaba ni a los treinta años. Tenía la cara rara, no sé, como si se la hubieran reconstruido.

—Vale, no sé donde estoy —dije casi en perfecto español, tanto que me asusté.

Fuimos en su coche, un OPEL un poco pequeño para él, hasta mi maison y le di las gracias. Marqué el número de mi madre y se puso al aparato, Anne, mi madre es de un pueblo cercano a Pamplona llamado Lekumberri, pero tiene ese típico acento del norte de España por lo que su forma de hablar francés es un poco fuerte. Ella trabaja de profesora allí, en Mont-de-Marsan, le da clase de francés a niños de seis años. Acentos, verbos... ya sabéis, la mítica asignatura llamada «Lengua y literatura». Todos hablamos nuestros respectivos lenguajes pero si no sabemos lo que es un verbo o un campo semántico pues lo pasamos realmente mal. Maman me dio el sabio y genial consejo que se me quedó en, como dicen los españoles, la mollera; tu si no sabes algo dices la palabra en francés y ya está. Mejor que dejar las frases a medias...

Me pasé toda la noche como un zombie, comí a las tres de la madrugada y me fui a echar la siesta al sofá pero no dormí. Estuve viendo una serie de dibujos, South Park, en español y le di al botón de los subtítulos; inglés, francés, alemán y árabe. Suerte que hablara uno de los idiomas más normales del universo. Pero le di a los subtítulos árabes, se veían símbolos que no supe identificar y cuando me cansé lo puse en alemán, reconocí la palabra «Guten tag», una de mis favoritas después de «Ich bin loquesea» y Tan... digo, «danke», justo puse los subtítulos en francés cuando uno de los personajes le decía a Cartman un claro y conciso «fils de pute». A las cinco de la mañana me entró otra vez hambre y corté cuatro patatas y las freí con abundante aceite de oliva. Esperaba que el aceite de oliva no tuviera un precio tan prohibitivo como en Francia o me iba a enfadar, debido a mi intolerancia a la lactosa la mantequilla también me sienta como una patada en las entrañas. En el mismo aceite también me freí un huevo mientras que en la televisión, justo coincidiendo con el cambio de hora; de las cuatro a las cinco, empezó a sonar la mítica canción de «qué hora son, mi corasón» de Manu Chao, miré hacia la televisión y me dio la risa. ¡Qué grandiosidad!

Sinco de la mañana en Siudad Sentral, Teggá —para los que no entiendan mi sutil humor francés, Terra— da Lume.

Me comí la comida muy a gusto, con la otra media baguette y un vaso de agua del grifo, que para mi sorpresa estaba buena. Cuando acabé de comer puse FRANCE 1 que estaba tres canales más adelante de FRANCE 3; estaban poniendo las noticias en las que una mujer de acento parisino decía que las ciudades seguían ardiendo como consecuencia de los... ¿protestadores? ¿Veis? Así es mi vida, que remedio. Una cosa son las larguísimas y míticas huelgas de trabajadores y otras esas personas quemando todo lo que encontraban por delante como si eso tuviera la culpa de lo que le pasó a esos chavales. ¿Qué culpa tenía yo de que hubieran muerto aquellos jóvenes con el maldito cuadro eléctrico? ¿Me merecía aquellas pedradas solo por estar trabajando aquel día en ese suburbio parisino? Yo creo que no.

Aunque entrara a las nueve estaba harto de ver la televisión así que salí de casa y anduve hasta la comisaría. Entré triunfante, como un soldado francés que ha ganado la guerra.

La mujer de ayer me miró y sonrió.

—Cariño, estábamos muy preocupados por ti. ¿Estás bien?
—Mejor, gracias.
—Eres el chico nuevo, ¿no? Sí, seguro. Nunca olvido una cara.
—Soy Getxa, sí —sonreí—. Siento ayer, me puse nervios.
—No pasa nada, lo entendió hasta el comisario y eso es muy raro. Ahora tendré que llamar a tu compañero para que no pase a buscarte.
Me llaman el desparecido, que cuando llega ya se ha ido —cantó el alemán alto de cuyo nombre no conseguía acordarme—. ¿Estás mejor?
—Sí. Nervios.
—Pues Glenn se asustó mucho, le dije que eras mayor para cuidarte solo y mira, yo tenía razón. No tienes buena cara pero no te has vuelto a tu país.

Porque no tenía ni un euro sino hubiera cogido el primer avión para Francia y no me habrían visto más el pelo por ahí. Pero volvería a la primera frase del francés de la guerra así que prefiero hacer buen uso de mis raíces rusas y no dejarme llevar por el pánico. Seguro que os estáis preguntando, ¿raíces rusas? Pues sí, mi padre biológico se llama Vladimir —no, no es Putin— y vive en San Petersburgo, de ahí mi pelo rubio, los ojos azul oscuro y posiblemente, mi metro noventa. Hasta el verdadero auge de las redes sociales no iba a conocerle y solo sabía que mi madre lo había conocido cuando trabajaba en París. Luego conoció a mi padrastro y tuvo a mis tres hermanos que apellidan Oyarzun, lo malo que tiene mi madre es que siempre se junta con gilipollas. De mi padrastro, Igor, podría hacer una novela de quinientas páginas pero solo diré de él que está en la prisión de Alhaurín de la Torre, creo que está en el sur de España.

—¿Cómo se llamaba?
—¿Quien?—Usted.
—¿Yo? Wolfgang pero puedes llamarme Wolf, como lobo en inglés.

Tenía el acento alemán que describí antes y pronunciaba las erres suaves con excesiva fuerza.

—Tú eres Getxa ¿no?
—Sí.
—Aunque sea de buena educación no me gusta que me traten de usted.
—Vale, como quieras.

Sí, ya lo dije pero en serio que odio tutear a la gente y siento como si les estuviera faltando el respeto o algo parecido. Si Glenn no me decía nada seguiría hablándole respetuosamente y no como si fuéramos niños pequeños. En Italia también se tutea a la gente.

—Aquí está la galería de tiro —dijo Wolf—. ¿Sabes disparar?
—Sí, soy antiémeute. No sé como se dice.
—Yo también, aquí casi todos hemos sido antidisturbios. Menos tu compañero, él empezó de policía de patrulla y subió por sus propios medios hasta ser inspector.

Solo había entendido «policía de patrulla» e «inspector».

—Podrías hablar más relajado, no entiendo cuando hablo rápido.
—Vale, ¿qué hiciste durante tu día libre?
—Dormir. Jet lag, me voy a volver loco.
—Pronto se equilibrará tu mente con el tiempo y problema resuelto.
—¿Mente?
—Cerebro.

¡Qué bien! Obvio la palabra «cabeza».

—¡Corre Forrest, corre! —Dijo Glenn cuando entró— Estoy curtido en mil batallas pero nunca había visto a nadie correr tanto como tú. Si quieres luego te acompaño a apuntarte a la academia. Es gratis si demuestras que eres nuevo y te enseñan cosas básicas.
Oui, vale.

Sentí que empezaba mi declive en materia de hablar frañol.

Cuando acabamos el turno, que consistió en hacer un tour completo por el edificio, fuimos a dicha academia y entramos. Era un pequeño cuadrado lleno de mesas y una pizarra grande. Pasamos a un corredor… ¿o se dice pasillo? Y nos quedamos parados en frente a una puerta. El hombre llamó con los nudillos y abrió la misma una chica morena y me sonrió.

—Getxa, te presento a Elsebeth. Es mi sobrina y la profesora de esta academia.
—Mucho gusto conocerla.
—¿Tienes el pasaporte?

Saqué la carte y se la tendí, la miró con curiosidad y luego a mí.

—Aquí en la escuela hay varios luxemburgueses y dos belgas.
—¿Tus apellidos se pronuncian como están escritos?
—Sí, supongo… ¿eso es lo mismo que decir?
—Algo así. ¿Has hecho algún curso de español?
—Antes de lycée, no sé como se dice.
—Bachillerato o sea, el instituto.
—Eso, antes de université.
—Ya. Te cuento, yo esto lo hago por amor al arte. Si estudiaste ¿como ahora sabes tan poco?

Suspiré.

—Antes de université me… yo tuvo un tumeur cérébrale. Lo olvidé.

Que quede claro, fue una secuela del coma inducido al que me sometieron.

—¿Qué nivel tenías?
—B2, creo. Mi madre española pero no pedí enseñar a mí.
Si a vosotros os cuesta leer imaginaos a mi escribir esta curiosa forma de hablar.

—Si quieres te puedes quedar, empezaré en diez minutos.
—¿Tan pronto?
Dix —diez.
—He entendido deux —dos.
—Puedes salir, Getxa pero mientras esperas escribe una presentación, todo lo que quieras.
—Sí.

La muchacha se despidió de su tío con un abrazo, que frialdad. Ni en una familia se dan besos… en fin, británicos.

—¿Es de Irlanda?
—¿Quién, yo? —Afirmé con la cabeza— Sí, de un pueblo a quince kilómetros de Dublín. Bueno, luego me mandas un mensaje y paso a buscarte ¿vale?
—Vale.

Lo mejor, cuando te hacen una pregunta es repetir lo último pero si te preguntan: ¿cuántos años tienes? No respondas años, quedaría raro.

Me senté en un banco al lado de la puerta y allí ya estaba esperando un chico moreno con cara de belga. Saqué la libretita y escribí los primeros trazos de mi presentación: Hola, llamo Getxa Etxeberria Izara y soy de Mont-de-Marsan, Landas, Aquitania, Francia.

Europa, la tierra, el universo, la vía láctea.
Última edición por Seth Lione Turilli el 24 Abr 2017 15:45, editado 1 vez en total.
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lucia
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por lucia »

Visto que el repaso no lo vas a hacer todavía, obvio esa parte. Y como ha salido pro segunda vez el frigorífico, si la tía solo va en verano, ¿porqué está la nevera llena de comida? :lista:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Se la compró la vecina porque sabía que iba "pa'lli" :D :D
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Seth Lione Turilli
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Os dejo el booktráiler y el tercer capítulo.

phpBB [media]

Enlace


PD: Este Getxa casca mucho más que los demás protagonistas, y sí, se ríe de su forma de hablar :D :D

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3
No soy Zizou


Je llamo Gechá Echeveguía Isagá, llevo veintidós años de edad y soy de Landas, en la Francia.
—Muy bien Getxa, me alegro que te hayas presentado. Lo has hecho muy bien.

Luego se presentó un chico llamado Mathias, de Brujas, Mohamed de Costa de Marfil, Pierre de Luxemburgo y varios japoneses que huían de su país y sus estrictas normas. En la primera clase aprendimos a presentarnos correctamente, las risas que nos pasamos me curó todos los males. Al final de clase nos fuimos los tres —Mathias, Pierre y moi— a tomar algo a un bar cercano mientras seguíamos partiéndonos de risa mientras pedíamos, a nuestra manera, la cerveza. La joven camarera nos miró con una cara de esas que se pone a los graciosos, seguro que estaba pensando «¿se están cachondeando de mí?»

—¿Rubia o morena? —Me preguntó la chica.
—Eh.
—¿La cerveza?
—Sí, la cerveza. Rubia —dijo señalando al grifo de la Estrella Damm— o morena —lo mismo al de Guinness.
—Esta —señaló Mathias.

La chica puso los ojos en blanco, puso las jarras y la cerveza empezó a salir.

—Yo también —dije.
—Y yo —dijo Pierre.
—A ver si os aclaráis —protestó la camarera.
—Menuda mal educada —dijo Mathias en francés.
—Voy a poner este cuchitril a parir en Internet. Que se jodan —comentó Pierre.
—Y yo, a mi no me trata mal nadie —vuelvo a repetir que odio las faltas de respeto—. ¿Nos hacemos un simpa?
—¿A que no hay huevos? —animó Mathias.
—¿Que no? ¡Te vas a enterar!

NUNCA, por mis pelotas medio vascas, rechazaría un reto ni aunque aquella noche terminara en comisaría. Entre compañeros o gente que me cae bien me envalentono de mala manera y nunca he entendido porqué. Los genes españoles, me imagino. Pero fallaría al principio número uno de las Normas de Maman. Me imaginé como su mano me golpeaba en la nuca mientras me decía en su profundo español: «yo no te eduqué así».

—Pero eso sería una falta de respeto enorme. Ya nos tienen suficiente manía a los franceses para que encima nos vayamos sin pagar.
—Es verdad —me miró Pierre—. ¿en serio? ¿Franceses?
—De habla francesa quería decir.
—Ya.
—Por cierto, ¿qué hay en Luxemburgo?
—Preguntó Mathias.
—Luxemburgueses y dinero, solo eso.
—¿Y la capital?
—No sabes cuál es la capital de Luxemburgo y está en Bélgica, ¿pero qué mierda me estás contando, amigo? La capital se llama como el país; Luxemburgo. Yo soy de Esch-sur-Alzette.


Casi me salió de mi boca un «quoi?» como una casa de grande pero afirmé con la cabeza. Luxemburgueses…

—Lo mejor de Luxemburgo es France Gall —dijo Mathias.
—Poupée de cire poupée de son —canté. Para los no francófonos; significa algo así como «muñeca de cera, muñeca de música».

Cuando nos pusieron las jarras de cerveza pagamos cada uno las nuestras y me di cuenta que tenía que cambiar más euros. Aunque la ciudad era muy barata había cambiado solo veinte.

—¿Sabe dónde se cambia dinero?
—Hay un banco a dos calles de aquí pero ya está cerrado y mañana no abre.
—Vale, gracias.

No me respondió ni con un triste «de nada», que sequedad de tía, la cerveza estaba muy buena y la chica también e imaginé que por eso era tan borde. Los guapos se creen dioses, por ello prefiero no considerarme como tal sino como el típico rubio que hay en todos los países y con más nariz que rabo tiene el diablo.

Al salir del bar nos despedimos y le envié un mensaje a Glenn diciendo que estaba fuera de dicha tasca.

Dos minutos más tarde vi como su coche se aproximaba por la calle. Cuando paró entré al mismo.

—¿Qué tal?
—Bien, difícil. He hecho amigo.
—Eso es bueno pero no te acostumbres a tener amigos que hablen tu mismo idioma o no aprenderás nada, yo también hice amigos que hablaban inglés cuando llegué pero no es bueno. Para ti hablar español va a ser muy fácil, ya verás, demás esa palabra —fácil— es muy parecida a la francesa, facile.

Arrancó y el coche se movió.

—Y la voiture como se llama español.
—¿El qué? —dijo mirando por el retrovisor.
—Esto.
—¿Dónde estamos? El coche.
Oui? Menudo palabra…
—¿En serio esa palabra tan rara es coche? —Preguntó Glenn.
Voiture, oui, es esto... coche.
Repitió la palabra como «vuatúr» y me sorprendió la pronunciación casi perfecta.
—Mañana haremos nuestro partido anual de policías contra bomberos, ¿te gustaría jugar?
Sonreí.
—Vale, sí.
Juego al fútbol tan mal que siempre me ponían de portero para que no diera vergüenza ajena a la gente que venía a verme.
—¿Quieres que venga a buscarte? Se hará en el Irish Park.
—No gracias, ya sé donde está parque.

La mañana siguiente me desperté con ciertos remordimientos por haber aceptado e incluso pensé en fingir que estaba enfermo para no ir pero respiré hondo y sonreí mientras me decía a mi mismo: «no pasa nada Get. No eres Zizou, solo recuerda cuando jugabas de pequeño en el parque». Hubo un tiempo, cuando era niño, que me dio por el fútbol pero lo dejé por el taekwondo y éste tuve que dejarlo por la maldita lesión en la rodilla. Una pena, pero gracias al altísimo me dio tiempo para ganar el campeonato de Europa en el dos mil uno, cuando tenía dieciocho años, y ser subcampeón de Europa en el dos mil tres. En mi casa de Mont todavía tengo las medallas, los diplomas y las copas.

Mientras pensaba en mi carrera deportiva recordé que había traído una de las copas; la de campeón y que todavía estaba en maleta, abrí la misma y la saqué junto a una botella de vino. Busqué un sitio dónde ponerla y la coloqué en la repisa donde estaba la foto de la perfecta y rica familia de mi tía Lisa. Ésta la metí en un cajón que había debajo de las estanterías, creo que se llama así el mueble donde la gente pone libros, figuras... También saqué de mi mochila los discos de Manu Chao, su música fue lo único que evitó volverme loco en Madrid mientras me despertaba por las noches llorando a moco tendido y sudando como un cochino mientras mi madre hacía lo mismo desde Francia; llorar, llorar y llorar.

Me vestí con los pantalones del chándal de correr y me puse la camiseta de la selección francesa de fútbol.

Fui andando a paso rápido hasta el parque, entré por la puerta, anduve un poco perdido y a lo lejos vi el enorme campo de fútbol, casi tenía gradas y todo. Los bomberos eran unos chicarrones de espaldas anchas y casi todos superaban el metro ochenta de estatura, me sorprendió que hubiera varios chicos pelirrojos y tres chicas, éstas eran un poco más bajitas, claro.

El árbitro parecía profesional y el portero era un tipo de pelo oscuro igual que los ojos. Wolfgang llevaba la camiseta de la selección alemana y Glenn del Manchester United. Los demás llevaban del Real Madrid, Barcelona y reconocí la del Athletic de Bilbao y otra del San Sebastián... no, de la Real Sociedad, perdón. Me fijé en uno con la camiseta del Pamplona... mierda... del Osasuna. Uno de los bomberos llevaba una del Olympic de Lyon.

Gallo, ven aquí —gritó Wolf sonriendo.

Fui hacia ellos y me presentaron a varios de los bomberos. En realidad el de la camiseta del Olympic, era de Lyon.

—¿En serio tengo que jugar contra un Landés? Menuda mierda.

Tenía un acento fuertísimo y hasta a mi me sorprendió.
Los otros dos eran de Dublín y la chica, Vanessa, era de una isla del mediterráneo llamada Cerdeña.

—Encantada de conocerte, me gusta tu nombre.
—Muchas gracias.

Sonreí agachando un poco la mirada y ella me golpeó en la espalda con fuerza. Mientras estaba ahí con todos me di cuenta que yo era de la misma altura de Wolfgang ya que estábamos cara a cara. El más grande de los bomberos mediría metro ochenta y siete.

No soy Zidane ni tampoco un retransmisor de fútbol así que lo resumo: nos ganaron por un solo gol. Quedamos tres a cuatro y porque dejé pasar un balón, también descubrí que no jugaba nada mal y todavía podía correr muy rápido. Bueno, de eso me había dado cuenta cuando salí pitando por la puerta de comisaría. Ni yo ni Wolf metimos un solo gol, el jodido Glenn había metido él solo los tres goles. ¡Qué manera de jugar! Y el último de los bomberos había sido obra de Vanessa.

—Eres el jodido Maradona, Glenn. Madre mía, ¿por qué no te has dedicado a esto?
—Prefiero la policía. Lo malo es que no te puedes hacer multimillonario.

Nos sentamos a una mesa de merendero y los bomberos trajeron unas cervezas en una neverita para los que habíamos jugado. Uno de los bomberos, de tez oscura, miró hacia el cielo totalmente azul.

—Pronto empezará el sale temps y por eso lo hemos hecho hoy.

Me sorprendió que dijera mal tiempo en francés, puede que fuera otro de los idiomas oficiales de Ciudad Central, me extrañaba que tanta gente supiera francés.

—Se habla mucho francés ici.
—Te recuerdo que soy de Lyon.
—Yo nací en Argelia y mi madre es francesa, de Toulousse. Me llamo Hamman.
—Pero no le invites a una barbacoa, no come cerdo —comentó Wolf y el bombero le lanzó la chapa que le dio en el pecho.
—Normal, el que come cerdo es un cerdo multiplicado por dos —oí detrás de mí y Hamman rió. Reconocí la voz con ese extraño acento entre norteamericano y árabe: Walter.
—¿Ya estás mejor?
—Sí.
—Me alegro.
—Walt el Gigante, ¿si no comes cerdo como creciste tanto?
—Es genético, ya sabes, papá y mamá son grandes pues lo mismo que con lo del cerdo: alto más alta es igual a alto por dos.

Reímos.

—¿Os habláis surnom? —Pregunté.
—Aquí todos nos conocemos por motes, yo soy de Hermülheim así que me llaman der Kaiser —comentó Wolf.
—Yo soy bajo e irlandés, por eso me llaman Leprechaun.
—¿Porqué Kaiser? —Le pregunté.
—Soy del mismo barrio que el Kaiser de la Fórmula Uno.

Me imaginé que se refería a Michael Schumacher. Der Kaiser sonaba muy bien.

—¿Y yo?
Vasco te queda muy bien.
—O Señor Rubio —dijo Walt—. Como el de Reservoir Dogs.
—Me gusta, me gusta mucho —comentó Glenn.
—Glenn es el fan más friki de Tarantino que te puedes encontrar en este mundo —comentó Wolgang dirigiéndose a mi persona.
—Los viejos no podemos ser frikis, no digas tontadas. ¿Te gusta Tarantino, Getxa?
—No está mal, vi todas las películas. Me gusta Pulp Fiction.

Junto con Grease las habré visto por lo menos cien veces, sin exagerar, y en español con subtítulos en francés, en español sin subtítulos y en francés.

—Hay algunas muy truño —dijo Vanessa— como esa que son historias cortas.
—¿Four Rooms? Es extraña pero no está mal. Además es una película de muchos directores no solo de Tarantino.

Aquello degeneró en una discusión por que película era mejor, yo también di mis argumentos a mi manera y acabamos a las tres de la tarde.

—¿Donde se cambia dinero?
—En los bancos pero están cerrados, es domingo.
—¿Cuanto quieres cambiar?
—Veinte euros.
—Pues veinte euros son treinta dólares lumenses —sacó la cartera y me dio tres billetes de diez.
—No, no hace falta.

Hizo un ruido con la boca.

—Da igual, mañana lo llevo a cambiar y me quedo con ellos. Dámelos.

Glenn me llevó a moi maison, me despedí de él y me quité los restos del partido de fútbol con una buena ducha poniéndome primero el gorro para no mojar la venda que me cubría la cabeza. Me vestí y salí a callejar por el barrio, bajé hasta la tienda de telefonía y me fui todo recto. Había algunos comercios —muy pocos— abiertos. A lo lejos oí un ruido muy grande y una mujer se apoyó contra la pared de un edificio. Miré hacia todos los lados y me dio una sensación como de mareo, todo se movía a mi alrededor, era rarísimo así que me apoyé en una pared. Una farola se movía hacia todos los lados y di un grito; ¡temblaba hasta el suelo! ¿Que coño estaba pasando?

Se oía una especie de traqueteo y varios grupos de personas con aparente normalidad empezaron a salir de una boca del metro. Un estruendo, gente saliendo de la boca del metro, estruendo, gente, personas, ruido grande... ¡un atentado! Fui corriendo hacia ellos.

—¿Que ha pasado allí?
—¿En dónde?
Metró.
—El metro siempre para cuando hay un terremoto.

Espera un momento, ¿había dicho terremoto? Claro, la farola bailarina... me dieron ganas de reírme y suspiré, prefería un terremoto a un atentado así que seguí andando, los árboles y algunas cosas más tardaron un poco en detener su vaivén. En veinte minutos llegué a una preciosa calle recta en la cual había un mercadillo callejero. Los edificios eran muy bajos y varios de los balcones estaban decorados con banderas de color verde, blanco y rojo, o sea, la bandera italiana.

Había toda clase de alimentos frescos; tomates, lechugas, cebollas y frutas de todo tipo. Me acerqué a una de las tiendas dónde vendían frutas, la chica parecía estar en calma y el letrero todavía se movía.

—¡Tenemos ofertas! Tres kilos de manzanas por dos dólares. Dos kilos de naranjas un dólar con setenta centavos.
—Naranjas —aunque debo admitir que casi no sabía lo que era una naranja en realidad pero si conocía el color. O sea que sería algo de ese color.
—Buena decisión, guapo.

Otro país dónde se tutea a primera vista: Italia. Lo sé porque recorrí Italia de norte a sur y me llamó mucho la atención.

La mujer me dio la bolsa con los dos kilos de naranjas y como estas eran pequeñas había muchas más de las que imaginé.

—Muchas gracias.
—A ti, guapo.

Me acerqué a otra carpa donde había verdura, según el vendedor, recogidas de su propio huerto así que me llevé tres lechugas, dos pepinos y varias zanahorias. En todo aquello solo me gasté tres dólares.

Al final aquella ciudad iba a ser barata, no se ganaba mucho pero todo era baratísimo y la calidad de vida, ¡que paraíso! El precio más caro para alquilar un piso que había visto era de seiscientos dólares o sea que imaginaros como era este: noventa metros cuadrados, tres habitaciones, calefacción individual y en la zona media. El más barato —de cuarenta metros cuadrados— que vi fue de doscientos diez dólares al mes. Una ganga. Lo malo es que estaba en los barrios bajos, pero estos no eran como en París que se les llama a las zonas que vive «mala gente», Ciudad Central está compuesto por zonas: los barrios bajos, medios y altos. Los barrios bajos están rodeados por un dique y son fácilmente inundables si hubiera un tsunami. Los barrios medios tienen cuestas, no son muy pronunciadas pero tienen menos facilidad de inundación y los barrios altos, imposibles de inundar aunque el maremoto cayera del cielo, todo es cuesta abajo por eso mismo y todas las casas —construidas casi igual— tienen sistemas anti-terremoto que se mueven con la propia tierra o algo así.

Little Italy era un barrio medio y tenía su trozo de zona baja, cosa que no pasaba en el Irish Port que era todo del medio y alto.

Estuve andando por todo el mercadillo y compré algunas cosas más como aceite de oliva por solo dos dólares y en uno de los puestos se me antojó un queso pero recordé que no tenía mis pastillas y solo pensar en el dolor de estómago se me pasó. Sí, amigos y amigas, soy intolerante a la lactosa; francés e intolerante a la lactosa, que cosa más jodida. Para comer una ración o dos de raclette o algo que lleve derivados de la leche tengo que empastillarme con lactina y eso no es bonito. Simplemente prefiero no comer nada que lleve lactosa y punto, así que para quitarme el mono de queso que tenía me compré una botella de vino casero. A falta de queso bueno es el vino.

Cuando quise darme cuenta vi que estaba en una callejuela extraña. Llevaba miles de bolsas y no sabía dónde estaba. De un estudio de tatuajes salía música reggae. ¿Dónde me había metido, en la zona del Moulin Rouge?

—Hola rubio, ¿necesitas algo?

Nada de lo que imaginaba ella, por decirlo con sequedad, el sexo y yo no nos llevamos muy bien. Lo encuentro MUY aburrido, desde mi primera vez pensé «¿pero esto es el sexo? ¡Qué aburrido!» y ahora simplemente paso de esas movidas, prefiero cocinar, ver una película o leer un buen libro, en francés o en español, no me importa mientras sea bueno. ¿Apatía sexual, asexualidad? ¡Yo que sé! Pero el voulez-vous coucher avec moi ce soir? ni aunque me lo digan de usted —vous— le diría un rotundo ¡no!

—Creo que me he perdido…
—¿Quieres que yo te encuentre?
—No, gracias. ¿Me puede ayudar, por favor?
—Encima de guapo, educado. Claro, príncipe rubio. ¿Que necesitas?
—¿Como puedo volver mercado?
—¿Al mercadillo? Ve toda la calle recto hasta el final y luego gira hacia la derecha.

Llegarás enseguida.

—Gracias.
—Adiós, chico guapo.

Hice lo que me dijo la muchacha y llegué de nuevo al mercadillo, crucé los puestos que recordaba y di con el edificio en el que me había apoyado, suspiré y sonreí. Miré el reloj en el móvil, eran las cinco de la tarde y mi estómago gritaba que tenía hambre así que entré en un pequeño restaurante de kebab. Pedí un dürüm de ternera, patatas fritas y Coca Cola. Los dos hombres que estaban detrás de la barra eran casi idénticos y saludaron a una chica que estaba en apoyada en la barra.

—¿Ya has acabado por hoy?
—Pues claro, con el mercadillo solo he vendido pan.
—Algún día tenemos que poner un stand en el mercado para vender nuestros kebab —dijo uno de ellos.
—Los árabes hacen eso en París —dije.

El hombre me miró.

—¿Hacen eso en París?
—Sí, ponen puesto y venden cosas árabes —me encogí de hombros.
—Pues no es mala idea. ¿También ponen los mercados en domingo?
Oui. En la Bastille hay uno.
—¿Cómo te llamas?
—Getxa, ¿usted?
—Karim, él es mi hermano...
—Karim, ¡no hables por mí! Es feo. Me llamo Samir.

El mayor rió y le dio un golpe en las costillas con el codo.

—Siéntate, te llevaré la comida.

Me senté a una mesa muy baja y en una especie de cojines. Acomodé mis piernas bien para evitar tirar algo.

—Es raro, ¿verdad? —dijo la chica sentándose a la misma mesa.
—Como una jaima desierto. Pero soy muy grande.
—Ya lo veo —sonrió.

Nos pusieron la comida en la mesa. El kebab parecía estar buenísimo y aunque debo admitir que me gusta cuidarme, hay días que me dejo llevar por el fast food o comida rápida.

—Yo soy de Madrid.

No me imaginaba que hubiera tanta gente de Madrid.

—Llegué el año pasado con mi familia aquí, fue duro.
—Putos tarados mentales, me ponen enfermo —dijo Karim—. Luego, por culpa de esos cuatro gilipollas no se fían de los musulmanes ni de los árabes.
—Pues imagínate después del once de septiembre —comentó otra voz—. No había dios, con perdón, que viviera allí.
—No hay derecho que cuatro gilipollas atenten contra gente normal y corriente que van a trabajar, joder.

Hice oídos sordos pero imaginé que hablaban del atentado de Madrid. Solo había pasado un año y mucha gente seguía en shock por la tragedia. Preferí no pensar en ello o me desmayaría recordando todos aquellos teléfonos móviles sonando.

Llegué a casa dos horas después y me dieron ganas de elegir habitación pero preferí esperar y me quedé en el sofá. Aquella casa era demasiado grande para mí, sería un sueño para cualquiera que no estuviera acostumbrado a compartir piso con cinco personas.

En París vivíamos cinco antidisturbios de todas las nacionalidades en un espacio de sesenta metros cuadrados. Éramos pocos comparado con los pisos patera en los que había hasta diez o doce personas pero nadie hacía ni decía nada. Si los propios policías teníamos que vivir de semejante manera ¿a quién nos íbamos a quejar? ¿A la policía de la policía? ¡Que estupidez! Yo cada vez lo tengo más claro, nunca más volveré a vivir en una ciudad grande; ni en París, ni Berlín, ni siquiera Dublín o Madrid, la única de las que nombré sin acento. Ciudad Central es grande pero tiene una calidad de vida impresionante, tanto que Terra da Lume siempre encabeza, junto con Dinamarca, el ranking de países donde la gente es más feliz.

Otra cosa de lo que carecen en París es de buen humor, hay una tasa altísima de suicidios y hace unos años las empresas tuvieron que «poner los cojones sobre la mesa» o se quedaban sin empleados.

Ahora, en pleno año dos mil quince, es todo diferente, extraño y grotesco. Si no te suicidas otros lo harán por ti, es duro lo que voy a dejar caer pero es así y por mi experiencia previa —ojalá me confunda— todavía será más duro. Hemos sembrado ciertas plantas carnívoras en enormes jardines sin ley y eso mismo harán, comernos vivos a todos. ¿Pesimista o realista? Ni una cosa ni la otra, francés. Je suis Getxa et j’air peur.
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por lucia »

Tu as peur de quoi? :grinno:

En alguna de tus novelas/micronovelas tendrás que contar más de cómo acabó siendo este mundo paralelo :lista: Recuerdo algo en la del Leprechaun, pero poco.
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Seth Lione Turilli
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Es solo un nuevo continente no un mundo, es exactamente igual al nuestro pero con una porción de tierra en el océano atlántico-pacífico tal que así:

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De que tiene miedo se sabrá en los próximos capítulos pero con el párrafo final se puede suponer :(
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lucia
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por lucia »

Ahora también te puede tocar un atentado terrorista y no vivir con miedo. Aunque el peligro en Madrid era mayor con ETA activa que ahora con Isis y similares.
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Re: Memorias de un emigrante [Micro novela]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

lucia escribió:Ahora también te puede tocar un atentado terrorista y no vivir con miedo.
En este capítulo se sabrá...

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4
Ocho nombres franceses


La manía de encadenar nombres es mítica en nosotros los franceses, hay chicos y chicas que tienen cuatro, cinco o seis nombres. Yo creo que cuando el cura me bautizó no se sorprendió por mi nombre sino porque solo tuviera uno. Yo podría ser perfectamente Pierre Getxa Antoine François Jean Etxeberria Izara y que solo se sorprendiesen por la rareza de los apellidos.

Aquella noche me acomodé en el sofá y puse a Lofofora en el gran equipo que había en una repisa y no le di mucha voz. Eran las doce de la noche y cuando antes acostumbrara mi cuerpo a la nueva hora antes se me pasaría el jet lag.

Cerré los ojos y canté con la mente. Todo se volvió negro.

Desperté contento como un cuco, la música ya no sonaba y el sol se colaba por las rendijas de la persiana. Puse FRANCE 2 y vi que eran las siete y media de la mañana. No estaba mal. Después de ducharme desayuné el arroz con verduras que me había sobrado y un café doble, cogí la libretita que usaba para hacer las listas de la compra y apunté leche de soja o algo similar. Mi cuerpo, como el de cualquier persona, necesita calcio.

A las nueve llegó Glenn, puntual, y aquel gran coche le hacía parecer que había descendido unos centímetros. Estaría bien probar alguna vez con esa altura. Su metro sesenta no tenía nada que envidiar a mi metro noventa y dos.

—¿Que tal has dormido?
—Muy bien, gracias.
—De nada, chico.
—¿Y usted?
—También. Por cierto, no hace falta que me hables de usted. Si lo piensas, no, tutear no es una falta de respeto.
—A nosotros enseigner desde chicos. Costumbre.
—Eso había oído siempre, por eso usáis siempre el vous.
Tu es feo, vous bueno.
—¿Cuando tienes que ir al médico? —Dijo señalando a la venda.
—Dos días más.
—¿Te quedará cicatriz?
—¿Eh? —otra palabra que se dice igual pero acabado en ce— Sí, puede.
—Yo tengo más cicatrices que un torero —rió.

Pues a mí no me hacía gracia que me quedara un costurón en el centro de la frente. Pero bueno, usando jerga taurina: en peores plazas hemos toreado.

Ahora sí que empezaba mi primera jornada de verdadero trabajo. Mientras estábamos en el coche recibimos una llamaba que alertaba de un automóvil que había caído a la ría de la ciudad.

Pasamos por el Saint Patrick’s Bridge, el puente que separaba la isla donde se asiente el Irish Port y Little Italy y llegamos al otro lado rapidísimo. A ese lado, Ciudad Central parecía una ciudad estadounidense con sus enormes rascacielos.

Nos acercamos al acantilado y una gran grúa tenía cogido por el gancho un coche rojo que todavía estaba chorreando de agua. El chófer hablaba un perfecto inglés pero luego cambió a un penoso español. Me sentí muy identificado con su idioma tarzanesco.

—Me llamo para recojo coche cae ría.
¿Quien le llamó? —Le preguntó Glenn en inglés.
Un hombre que iba en bicicleta por debajo vio el coche en el agua y la policía me llamó para elevarlo.
Eché un vistazo al coche y todavía sujeto con el cinturón de seguridad había un hombre con la cabeza contra el volante.
¿Que le habrá pasado?
—¿Cómo? —Me preguntó a su vez Glenn.
—¿Qué?
—¿Que qué has preguntado?
—Qué le pasado.
—Puede que muriera del golpe, cuando venga der Wolf y los forenses lo saquen del coche lo sabremos. Por cierto, de Wolf tienes que saber dos cosas: no hables de religión ni de política con él, bueno, con ningún alemán.
—¿Porqué?
—Su familia lo pasó muy mal en el pasado. Ya sabes…

Aunque no lo capté al momento imaginé que Wolfgang Schneider, sus ojos, su pelo negro y su nariz extraña descendía de judíos.

—¿Era judío?
—En presente, es judío.
—Vale. Yo de cosas judías no sé…

Glenn rió.

—Cosas judías, tiene gracia.
—¿En verdad apellidas O’Hara? Como Scarlett.
—Es uno de los apellidos más normales de Irlanda y todos hacen el mismo comentario pero ya estoy acostumbrado —se encogió de hombros.

Miré por el cristal del coche.

—Es viejo.
—¿Quién?
—El mort.
—No creas, el agua hincha a la gente y los arruga.
—Que fea muerte…
—Muy fea. ¡Eh! Ya hablas mejor.
—No entiendo mucho.
—Pero algo más, sí, ¿verdad?
—Algo más.

Todavía se me estaba haciendo el oído a las expresiones y al acento de los que hablaban español.

—Cada persona habla raro.
—Raro no, diferente. Los irlandeses hablamos diferente a los italianos.
—Los italianos bien.
—Tú también lo hablarás bien pero tienes un acento tan marcado y fuerte que no te lo vas a quitar nunca.

Mejor, el acento de uno es su marca personal y sí, tenía razón; un acento como el mío no se puede perder ni aunque lleve dos mil años viviendo en cualquier país hispanoparlante.

—Los alemanes sí.
—Depende de quién, a Wolf se le nota mucho su alemanidad, ¿verdad?
Oui. Tu no.
—Yo no soy alemán pero tampoco lo tenía tan marcado.
—Depende de zona.
—Más bien del país. Hay acentos fuertes, flojos o ninguno.
—Españoles no.
—Ahí depende de la zona del país, ¿ves? Mira, ahí viene der Wolf.

Wolf llegó en un SEAT, se bajó del coche con un bollo en forma de lacito en una mano y un vaso de café en la otra.

—Ahora entiendo porque dicen que los alemanes somos brutos. No hay Dios que se trague esto, ¿queréis un poco?

Aunque no me gustaba mucho cogí un pedazo.

—Brezel.
—¿También hay brezels en Francia?
—¿Y croissants en Alemania?
Touché.

Echó un vistazo dentro del coche. Glenn le explicó lo que le había dicho el conductor de la grúa.

—Pues hasta que no venga el forense no podremos hacer nada pero debo decir que por los daños que tiene el coche tendrían que habérsele roto las piernas, pero parece que no las tenga rotas.
—Yo creo que ya estaba muerto cuando cayó desde el acantilado —caviló Glenn.
—Puede ser.

El forense llegó muy rápido y se presentó. Se llamaba John y tenía ciertos rasgos irlandeses. Era alto, entre el metro ochenta y el metro ochenta y cinco. El pelo lo llevaba corto y de un color rubio-pelirrojo.

—Vaya suerte la de este hombre...

Abrió la puerta del coche y salió de su interior una gran cantidad de agua junto con un olor horrible, como de pescado podrido.

—¡Dios! —Exclamó.
—¿Qué pasa? —Preguntó Glenn.
—Huele mal —dije.
—Ahhh.

¿Cómo podía no oler semejante peste? El hombrecillo metió la cabeza dentro y me entraron arcadas solo de pensarlo.

—Tiene el cinturón en torno al cuerpo y una mano debajo del asiento.
—Buscaría algo —dijo Wolf pensando—, ¿pero qué?
—Cuando nos pongamos las mascarillas lo veremos. Sal de ahí, Glenn —le riñó el forense.

Fuimos a una furgoneta y nos pusimos las mascarillas, gorros, monos desechables azules y protectores para los zapatos.

—Por cierto, Getxa, ¿sabes escribir en español?

Escribir en español, ¿eso se come?, pensé. No había caído en ello y me quedé clavado allí mismo, cuando ya tenía una pierna metida en el mono.

Mon Dieu...
—Buena respuesta. Tú escribe los informes en francés y luego lo traducimos como podamos.
—Yo pensaba que los franceses hablabais en español.
—Lo olvido por un tumeur cérébrale.
—Pues vaya. ¿Y no volviste a aprender lo olvidado?
—¿Eh? —Procesé la pregunta y negué con la cabeza— No. No salía de Francia nunca hasta que me enfado y vine.
—¿Porque te enfadaste?
—No me gusta París.

Siempre le he dado las gracias a mi madre por haberme parido en Mont-de-Marsan en vez de en París, que era dónde vivía ella. Esto es muy gracioso porque cuando iba de camino hacia España se puso de parto y el conductor del autobús paró en el hospital de Mont, cuando salió del hospital y buscó una casita para vivir, le gustó tanto que se quedó allí. Me importa tres pitos que sea una ciudad tan españolizada pero odio con toda mi alma París, pero siempre hay algo que me hace volver y la vuelvo a cagar.

—En toda mi vida he conocido gente de todo el mundo pero tú tienes el acento más pronunciado que he oído —comentó John.

Era verdad, sonaba a algo parecido a Jean Reno en Godzilla —todos con doblaje español, claro— junto con Merovingio de Matrix y el Inspector Clouseau de Steve Martin, me identifiqué mucho con la escena —aunque sea patética— del aeropuerto y las hamburguesas. La primera vez que grabé un audio para ver como sonaba mi voz en español y lo escuché casi me puse a llorar.

Abrió las puertas del coche otra vez y yo le quité el cinturón al hombre que se cayó a un lado y de la boca empezó a salirle agua a borbotones. ¡Qué asco! Noté como algo me tocaba la cara y grité con fuerza.

Putain! Merde... Dios —grité y del salto que pegué me caí hacia atrás.
—¿Que mierda haces?
—Me toca cara. Hostia.

Glenn abrió la puerta y el brazo salió por la misma.

—Pues está bien muerto…
—El brazo mueve.

Yo todavía seguía en shock mirando dentro del coche, me fijé bien y debajo del asiento vi que sobresalía algo largo y de color negro.

—Hay algo —grité.

El alemán metió la cabeza.

—¿Qué es eso?
—No sé, parece dinamita... —dije.
—Apártate, niño.
—Ayudadme a moverle —dijo el forense.

Entre el forense y Wolf le desabrocharon el cinturón de seguridad y sacaron el cadáver del hombre, que en realidad no era tan mayor. Tenía el pelo negro y la piel blanca pero acorchada por el agua, lo tumbaron en el suelo mientras yo quitaba el asiento del conductor. Al ver aquel bicho silbé con fuerza. Glenn vino hacia mí, que sostenía lo que parecía ser un trozo de un arma desmontada. Metió la mano debajo del asiento trasero y sacó un maletín negro. Lo abrió y estaban las demás partes, la culata del arma era de madera.

—Un kaláshnikov —dijo Wolf.
—Madre mía —cogió los trozos y los unió—. Es un puto AK soviético.
—¿Para qué quiere eso? —Pregunté—. ¿Para cazar?
—Como caces con uno de estos te quedas sin animal, ¿sabes lo que hacen estos chismes? Te deja un agujero más grande que el de la capa de ozono.
—Pero también hay AK en escopeta que sirve para cazar —explicó Wolf.
—Con esto se cazarían elefantes como mínimo.

Ciudad Central, como tiene salida al mar a veces salían este tipo de armas de contrabando sin que nos enteráramos, claro, pero en todas las partes pasa esto en mayor o menor medida.

—Es para guerra, ¿non?
—Y para muchas otras cosas pero sí, es sobre todo para la guerra.

Seguro sería para Irak, me imaginé a todos esos pobres niños muertos por culpa de las bombas, las metralletas y demás maldades y me dieron —una vez más— ganas de llorar.

—Cógelo, chico, ya verás lo que es bueno.

Lo cogí con las dos manos, como debe ser y apunté hacia el océano pacifico. Que arma más señorial y bonita. Toqué la madera con las manos enguantadas y me dieron ganas de tirarlo por el acantilado.

—Pareces un ruso, chico —rió Wolf.
—¿Te gusta? —dijo Glenn sonriendo.
—No está mal. Mejor que escopeta bolas.

O el cañón de agua…

—¿Eras antidisturbios? —Me preguntó John.
—Sí.

O los gases lacrimógenos o de pimienta, ojalá hubiera tenido uno a mano.

—Cuando era joven un gilipollas me reventó un ojo con una de esas pelotitas de goma tan bonitas, anda que…
—¿Y no ves? —Le pregunté.
—No, por eso soy forense y no policía.

Le iba a decir que yo cuando aquel antidisturbios le sacó el ojo no había nacido pero me callé como una pute. Demasiado tenía ya con las risitas disimuladas cuando decía que era gendarme, la gente se piensa —por una serie de películas francesas de humor— que nos dedicamos a correr detrás de tías desnudas. Pulsé el gatillo y sonó un clic, como pensaba, estaba descargado.

—¡Cuidado! No vuelvas a hacer eso, ¿y si llega a estar cargado? —Dijo John, pues si que tenía miedo el tío a un fusil que había estado hasta hace unos minutos desarmado, metido en una maleta y en el agua.

Me ganas de gritar «pum, pum» pero sería raro por mi parte así que salí del coche y dejé el fusil en la pradera.

—¿AK 56? —Preguntó Wolf.
—No, aquí pone 47—dijo leyendo una especie de manual de instrucciones.
—¿Pone que no apuntes a la gente como dicen en los juguetes? —Se burló Wolf.

Reí.

Una idea fugaz cruzó por mi mente como un rayo.

—Mañana hago barbecue en casa.
—¿Es lo mismo que una barbacoa? —Preguntó Wolf y pensé en la canción de mi paisano Georgie Dann. Ya te iba a decir yo donde meterte la barbacoa, pesado de los cojones.
—Sí, eso.
—¿Nos estás invitando?
—Sí, tú y tu mujeres. Puedes llamar bomberos si quieres.
—Lo que te pasa es que ha gustado Vanessa, ¿no? —Quiso saber Glenn.
—Bueno... algo así.

No creo que me hubiera puesto colorado pero sí, me había gustado bastante esa chica a pesar de mi decaimiento sexual.

—Los llamaré, ¿Hamman puede venir con su pareja?
—Ellos y mujeres.
—Tendré que comprar algo para llevar —dijo Glenn rascándose detrás de la cabeza.

Unas notas sobre costumbres francesas: nunca te presentes sin llamar a la puerta de un francés, seguro que te dice que te vayas a tomar por el culo —con una sonrisa, eso sí—, si un francés os invita a ti a tu pareja id solo los dos o le sentará como una patada en el estómago y por último, lleva algo —aunque sea vino o queso— que para eso te invitan; gorrón.

—Queso no, intolerance lactoise.
—Como mi mujer —comentó Wolf y sabía ciencia cierta que ahora vendría el mítico comentario—. ¡Qué putada! Es como vivir en Alemania y que no te guste la cerveza, ¿a ti te gusta?

Afirmé con la cabeza.

—Tres bien —pronunciado como suena, claro, y con la erre perfectamente dicha. Olé.

Si él podía reventar mi idioma yo hacía —y hago— lo mismo cuando cantaba alguna canción de Rammstein.

—¿Comes cerdo? —Le pregunté.
—Sí, claro, ¿por qué lo preguntas?
—No sé...

Wolf rió y me palmeó en la espalda.

—Tranquilo, los judíos no nos comemos a nadie. Al revés. Solo soy de la religión judía pero no practicante. Hamman y su pareja no comen cerdo, él por ser musulmán y el otro porque le da cosa.
—Mejor, más costilla para los demás —dijo Glenn sonriendo— ¿Tu eres cristiano?
—Agnóstico.

Creo que hay algo que maneja todo pero como no puedo saberlo con rotundidad me quedo en el agnosticismo.

—¿Tu? —Le pregunté a él.
—No. ¿Sabes lo que es el sintoísmo?
—Creen en espíritus del bosque.
—De la naturaleza no del bosque.

Sería uno de los pocos sintoístas occidentales que había en la tierra... pero al estar tan cerca Ciudad Central de Japón podía entenderlo.

—Él tiene una casa en Japón por eso es de esa religión —explicó Wolf.
—Irlandés sintoiste.
—Raro, ¿verdad?
—¿Y a novia Hamman le da asco cerdo?
—Asco no, cosa. Todos sabemos lo que hacen los cerdos en su intimidad.
—Por eso son tan blandos por dentro, por la cantidad de barro y cosas que comen. Mmmmmm, cerdooo —dijo imitando a Homer Simpson.

Encima de friki del cine era de Los Simpson, ese tío cada vez me caía mejor.


—Hola, je llamo Gechá Echebegiá Izagá y soy de Mont-de-Marsán. En Fransiá.
—De —me corrigió la profesora.
—De Fransiá.
—Muy bien Getxa, estás aprendiendo muy rápido.
Grasiás.

Luego se presentó de nuevo el chico negro, Mohamed, que empezó con un «mi llamo Mojamet» típico de los árabes que hablan en español. En realidad lo pasaba bastante bien, mucho mejor que las clases de vasco en Bilbao. Ahí sí que las pasé canutas, yo creo que ese idioma es extraterrestre o algo porque no entiendo como algunos vascos de nacimiento no saben ni hablarlo. Mi madre tampoco sale del kaixo y del agur. Cuando entramos los Erasmus a la clase en la i… ai… cómo se llame la escuela de vasco y vimos el panorama de idioma salimos pitando de allí. Y éramos todos belgas, británicos, japoneses, franceses… pero eso no hay Dios quién lo lea, hable o escriba. Los primeros en irse fueron los belgas y los últimos —creo— que fueron los japoneses. Yo abandoné a la segunda semana. Recuerdo al gilipollas del profesor diciéndome «tienes apellidos vascos y no sabes euskera» pues claro que no, Einstein, yo le expliqué que era hijo de una española y se calló para el resto del curso.

En la temporada que viví en Bilbao no solo aprendí a hablar español sino que también hice amigos —y no tan amigos— y con ese notanamigomío acabé a hostias cuando le dije, gritando y con un par de pintas más de las permitidas, que por lo menos yo no pitaba al himno como hacían ellos. Soberana paliza nos dimos, él acabó con una fractura de mandíbula y yo de nariz. A hostias, se le quitaron las ganas de hacer chistecitos de gabachos y yo por lo menos podía comer comida sólida y no con una pajita como él. En realidad soy muy paciente aunque sea un poco bocazas pero cuando salto me llevo por delante a quién sea.

¿Me gusta pelearme? Cuando estoy en plena batalla me gusta pero cuando lo pienso en frío no.
¿Se me da bien? Yo creo que sí.
¿Por eso entré en los antidisturbios? Probablemente, la adrenalina es una droga muy mala.

Al salir de clase fuimos "los tres mosqueteros", o sea Pierre, Mathias y yo a otro bar, como cambió la cosa. La camarera era majísima y nos sonrió, cómplice, cuando le pedimos la cerveza en nuestro rudimentario español. De los altavoces sonaba una canción de Dropkick Murphy's.

—Claro que si chicos, ahora mismo. ¿De clases?
—¿Eh? Sí, fuimos de clases.
—Así me gusta, espero que os estéis esforzando ¡eh!
—Ya.

No entendí lo de esforzando pero bueno, sonreí. Mis amigos estaban más callados que moi. En clase decidimos que entre nosotros íbamos a intentar hablar en español.

—Seguro que os cuesta un poco pero pronto hablaréis bien, ya veréis.

Bien, alguien que no dudaba de mi nacionalidad y su ausencia de acento me hizo pensar en la vecina península ibérica.

—¿Español?
—¿Quién, yo? Sí hijo, soy española. Llegué hace poco y mira, ya tengo trabajo.
—¿Madrid o Barcelona?
—Chico, no solo existen Madrid y Barcelona pero yo soy de Madrid.
—Bien. Espero somos buenos vecinos —los otros me miraron y la mujer se puso a reír con ganas.
—No estáis mal... sois como los portugueses pero más tiquismiquis. Os quejáis por todo, calmaros hijos míos, calmaros. ¿Vosotros también os quejáis?
—Yo no français, belga.
—Yo no, luxemburgo.

Yo también te quiero, belga de mierda.

—Ser francés no es malo —dije cruzándome de brazos.
¿Te has enfadado? ¡Si no he dicho nada!
Relajaros un poco, por Dios, estamos dando la nota.
—Me importan tres pares de cojones.

Me estaba comportando como un niño pequeño rabión, sí, pero no me gustó que saltara tan rápido como diciendo "¡uy no!, yo no soy francés. Yo me ducho todos los días y no como baguette" me sentó como una patada en plenos huevos pero intenté sonreír.

—Da igual —dije en español.

Tomé un sorbo de cerveza y miré a la mujer.

—¿Barrio o pueblo?
—Barrio, el Pozo del Tío Raimundo...

Ahí me había alojado el año pasado.

—¿Llevas mucho aquí? —Me preguntó.
—Menos una semaine.
—Yo tres meses y mírame ahora. Se está mucho mejor que allí.

Me di cuenta que la mujer solo usaba una mano, la otra era muy rara y no parecía real.

—Lo siento —dije mirando su mano aparentemente falsa.

La mujer se encogió de hombros.

—Se me cayó el único brazo de leche que tenía, luego crecerá otro —rió con una nota de tristeza en la voz.

Reí. Pobre mujer.

—Yo estuve.
—¿Donde?
—Cuando atentado Madrid.

La mujer tragó saliva.

—Ya.
—Soy policía.

En mi mente oí los móviles que sonaban y que nadie cogería jamás. Puse los brazos en la barra y metí la cabeza, las melodías bailaban por mi mente mientras, con el experto, analizaba trozos de cuerpos. Me dieron muchísimas ganas de llorar.
Última edición por Seth Lione Turilli el 24 May 2017 15:28, editado 1 vez en total.
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Re: Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por lucia »

La transición que haces del 11 M a la sala de París queda un tanto rara. Especialmente porque casi todos asimilamos GEO a un cuerpo español y no a uno francés y pensamos que de pronto ha empatizado tanto con las víctimas supervivientes del 11 M que lo que cuenta es de algo de uno de los trenes.
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Re: Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Si queda raro, tendré que poner mejor lo que le pasó en la sala de conciertos (Bataclan) para que no quede tan extraño. Gracias por tus críticas, lo mejor de este foro :alegria:
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Re: Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por lucia »

Con que quites esto "mientras, con el experto, analizaba trozos de cuerpos" debería quedar más claro que lo que él empieza a rememorar no es su visita a Madrid por el 11-M como policía y ya no chocaría que luego aparezca claramente como víctima en el siguiente.
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Re: Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

La armada antiterrorista francesa se llama RAID no GEO, me lié. Es verdad, mea culpa.
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Re: Memorias de un emigrante (Micro novela)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Arreglé el otro capítulo y dejo el nuevo aquí... por cierto, que raros son mis personajes :risa: :risa:

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Cantaba «Brin mi tu laif» mientras en su casa, Amy Lee, la cantante de Evanescence lloraba a moco tendido por estar destrozando su canción. Siempre me gusta cantar o bailar cuando estoy contento o cuando trasteo en la cocina. Aquella mañana estaba las dos cosas; de buen humor y haciendo pan. Siempre he odiado —y odio— el pan de los supermercados, a saber que llevarán, así que prefiero hacerlo casero. Quinientos gramos de harina de fuerza, o sea dura, diez gramos de levadura fresca, trescientos gramos de agua y diez gramos de sal. Luego seguís una de las muchas recetas que hay por internet y voilá, tendréis pan casero mucho mejor que el que se compra ya hecho. A mi Internet no me ayudó, me lo enseñó mi madre de pequeño mientras descansaba en casa después de operarse de una enfermedad con el nombre de mi signo zodiacal. Sí, soy cáncer ya que nací el siete de julio, San Fermín. Riau, riau. Mi madre tuvo esa asquerosa enfermedad en el ovario pero en un año estaba curada.

Miré como fermentaba la masa del pan y la tapé de nuevo.

Además del vino adoro hacer barbacoas. Me encanta ese ambiente distendido, conversaciones por aquí y por allá, comida, bebida... Abrí la nevera y miré lo que había comprado en una carnicería que estaba bajando la cuesta dónde vivía: costilla de cerdo, panceta, salchichas, cuatro filetes de ternera y cuatro cuartos de pollo.

Para acompañar todo eso iba a hacer un puré de patata, no hay barbacoa buena sin algo de patata pero imaginé que Wolf apelaría al tópico de que todos los alemanes comen puré de patata con todo pero amigos míos, es verdad, con casi todos los platos ponen algo de patata. Uno de mis grandes amigos era alemán y lo comía así todo además de comer las patatas fritas de bolsa con sabor a pimiento rojo, sí, el condimento. ¡Qué cosa más mala por Dios! Mi otro amigo era árabe, de Argelia para más señas y aprendí que los musulmanes no comen cerdo ni beben alcohol. Yo no sería de una religión que me prohibiera hacer cierta cosa, ni de coña. Mi madre nunca me inculcó ninguna religión y me alegro por ello.

Mi cuerpo se movía por inercia mientras aquella canción, banda sonora de una película de una mala película de superhéroes —Darevil—, se crecía y empezaba a cantar un hombre que berreaba como si estuviera poseído. Cuando acabó la música se puso "La valse à sale temps" de mi paisano Manu Chao y dedicada al coñazo con apellido polaco o sea a Sarkozy. Bailé con el vals mientras preparaba la carne y cantaba en alto.

Todavía faltaba tiempo para que llegaran así que cuando acabé de hornear el pan y metí unas cuantas barras en el congelador me tumbé en el sofá mientras la música seguía sonando y me quedé dormido.

Me despertaron un par de voces en un idioma hablado muy rápido que identifiqué como alemán, el timbre de la puerta sonó y me apresuré a abrir. Era Wolf y una mujer rubia bastante atractiva de nombre Heide. Le sobraban diez o doce kilos pero su belleza facial le quitaba todos los defectos que tuviera. En un ataque de gabachería le planté dos besos y ella se quedó parada con los ojos como platos.

—Perdón, costumbre —me excusé.

—No pasa nada chico, da igual —tenía el acento más cerrado que el de Wolf pero hablaba muy bien en español.

Cogí lo que traía en la mano y sonreí.

—Es un pastel de manzana, ¿te gusta?

—Mucho, gracias.

Mejor que el brezel...

En el altavoz empezó a sonar "Dans mon Jardin" reí. Wolf me miró.

—En mi jardín —traduje.

—Mejor que "La Barbacoa" cualquier cosa —dijo Wolf riendo.

Que pereza de canción, para hacerse los graciosos, en las fiestas de Mont siempre la tocan, esa, "El Chiringuito", los toros y el flamenco son míticos allí. Bueno, es algo que no me quita el sueño, aunque lo de las corridas de toros sí pero lo del flamenco no. Además la mayoría de los habitantes de ciudad son medio españoles o del todo. En los parques además del francés y el árabe se escucha mucho hispanohablante. Hay niños que hablan francés, árabe y español. Eso sí que me parece increíble.

Mi ceño se frunció cuando escuché a alguien hablando en francés perfectamente, sonó el timbre y abrí la puerta. Era Hamman —el bombero— y Walt el Gigante, ¿pero qué coño...? Les saludé dándoles la mano y cogí el presente que habían traído, un queso. Suspiré.

—Gracias.

—Es de oveja, Glenn nos contó que tenías alergia a nosequé y le dijimos a la quesera que nos diera un queso que no tuviera el alérgeno ese y nos dio este.

No sabía si fiarme o no pero decidí que lo probaría, si me sentaba mal tenía al Señor Retrete a tres metros de moi jardin. Aun con eso tragué saliva de nuevo, tenía miedo a la reacción de mi estómago. Si no me sentaba bien lo llevaría el día siguiente a comisaría para que lo cataran.

Los últimos en llegar fueron Glenn con mi profesora, su sobrina y la chica guapa, Vanessa, sola. A mi compañero le di la mano y a las chicas repetí la tradición de los dos besos.

—Que confianzas tenéis los franceses —dijo Vanessa sonriendo—. No me importa, en mi familia también se llevan los besos.

¿Qué demonios había en Cerdeña? ¿Tenían idioma propio o hablaban en italiano? pensé.

—Para ti —me dio una caja con algo que sonaba a dulces cerdeños, ¿se llamarían cerdeños? No creo, sonaría muy mal.

Saqué el pollo del envase igual que la costilla de cerdo y los puse en una bandeja mientras preparaba el entrante con un poco de queso, jamón de pato, jamón serrano, ensaladilla rusa de verduras. Afuera hacía un día muy soleado y todos tomaban el sol sentados en la mesa de merendero. Glenn entró.

—¿El baño?

—Por el pasillo, dos puerta izquierda.

—Entendido.

Que mala cara tenía el hombre, puede que no hubiera dormido bien o algo de eso. Tenía ojeras y la piel pálida, me preocupé mucho cuando oí ruidos extraño o de "estar echando hasta la primera papilla" cuando salió se acercó a donde estaba yo.

—¿Me puedes dar un vaso de agua? Creo que el desayuno no me ha sentado bien.

Le di un vaso de agua del grifo, otro consejo de Francia; cuidado con decir en un restaurante que quieres agua o te traerán una mini botella de agua o una botella de agua con gas. Mejor pedid vino, aunque sea de los baratos que para eso estáis en Francia.

—Que mala pata ponerme malo hoy...

—Eso no es culpa tú.

—Ya, lo que cené anoche me sentó como un tiro de escopeta.

Cogió una pastillita y la tomó con el agua.

—En media hora estaré como nuevo, ya verás —sonrió.

Estaba pálido como un extra de una película de zombis. Me dio miedo de que se desmayara pero en cinco minutos volvió un poco de color a su rostro. El estado de mi compañero Glenn me recordó a mi madre cuando le daban la quimio y no quería —ni podía— levantarse de la cama por eso me asusté mucho y temí que tuviera alguna enfermedad de esas, como dicen los españoles, tochas. Los signos estaban allí: calvicie, palidez, vómitos... yo de medicina no sé mucho pero sé distinguir cuando alguien está jodido y él lo estaba. Le observé de reojo mientras bebía el resto del agua, vi que tenía algo extraño y redondo que se veía bajo la camisa blanca, esa cosa estaba debajo de la piel. ¡Un marcapasos! No, había corrido como el viento cuando el partido de fútbol contra los bomberos. Dejé de pensar.

—¿Mejor? —Le pregunté.

—Sí.

Tomó otra pastilla y sacó dos inhaladores e inspiró de cada uno de ellos dos veces. ¿Asma? ¿Enfisema pulmonar? ¿EPOC?

—¿Fumas?

—En pasado, fumaba. Lo estoy dejando y me está costando mucho.

—Es difícil.

—Mucho, muchísimo. Lo mejor es no empezar. No fumes, nunca.

Odio todo lo que tenga que ver con el tabaco, es destrozar los pulmones y el dinero a lo tonto. Prefiero gastarme el dinero en cosas sanas como ir al gimnasio, aunque debo admitir que soy muy perro para esas cosas y ciertas cosas como las pesas me aburren mucho. Mi parte chauviniste siempre quiso apuntarse a esgrima pero mi parte española acababa riéndose de ella y le decía "y luego a parkour, no te jode". Me considero una persona ágil pero no tanto para ir saltando por las paredes como una mala imitación de Spiderman. Pero, sí, hay mucho enganche a saltar por los sitios.

Reí.

—No me gusta tabac.

—Haces bien.

Al final aposté por el asma porque algunos deportistas profesionales hacían deporte para sentirse mejor como Miguel Indurain, el ciclista navarro. Aunque diga que salió positivo por los inhaladores siempre habrá alguien que dirá que es un drogadicto, como les jode a la gente perder... metete en mi cuerpo, parte española pero a mi parte francesa también le fastidia porque luego salimos en las noticias como los insultones de Europa y me duele. Esto no lo digo por los guiñoles lo digo por el momento más embarazoso de mi vida junto con mi madre, que fue estar viendo como daban las copas del Tour en Champs Elisees y todo el público abucheando a uno de los ciclistas españoles de cuyo nombre no logro acordarme, solo me acuerdo que es de Madrid. En el tenis "Uy, nos hemos confundido con el himno" en fin, no es oro todo lo que reluce en mi bella Francia.

Afuera empezaron a oírse conversaciones y sonreí.

—Se nota que te gusta estar con gente.

—Tengo tres hermanos. Irlandeses tienen muchos hermanos igual.

—Eso es un cliché pero es más real que falso. Yo tengo siete hermanos, conmigo somos seis hombres y dos mujeres.

Solo me salió otra expresión cliché pero verdadera.

—Oh la lá!

—¿Te parecen muchos?

—No, me sorpreso.

—Pues no es tan sorprendente en un país cristiano, por no decir católico. Ya sabes.

Las peleas entre católicos y protestantes en Irlanda se llevó la vida de muchísima gente pero sobre todo policías. Más o menos como pasó con ETA, solo que ellos luchaban por la independencia del Pays Basque. El mundo sin guerras ni terrorismo sería el paraíso pero eso es una utopía imposible de lograr.

—Pensé que Irlanda no habla de religión.

—No estamos en Irlanda, aquí se puede hablar como y de lo que quieras.

—Très bien. Este país tranquilo.

—Sería mejor sin terremotos pero bueno, es una desventaja de vivir tan cerca de Japón.

Ahora tenía mucho mejor aspecto que antes y había recuperado casi todo el color. Cogimos la carne y fuimos al jardín, Wolf se levantó y nos ayudó con la carne, Hamman también se levantó y dijo que le encantaba hacer barbacoas. Walt permanecía sentado y hablando con mi profesora.

—¿Te ayudo, niño? —Le dijo a Hamman.

—No, tranquilo.

Bajó la voz.

—Le duele la espalda.

—¿Es hermano?

—¿Walt mi hermano? —rió—. No, es mi pareja, novio o como quieras decirlo.

—Ah, bien.

—¿Tienes carbón?

—Oui, carbón.

Abrí una especie de cabaña donde mi tía guardaba cosas y cogí el saquito de carbón. Con el encendedor largo encendió uno de los carbones y luego empezaron todos a arder para más tarde quedarse al rojo, ya era hora de empezar a asar.

—Vete a sentarte un poco, nosotros nos encargamos de todo —dijo Glenn sonriéndome.

Fui a sentarme y lo hice al lado de Vanessa.

—¿Conoces Pas de Calais?

—¿Nord? No.

—Yo viví un año, no se parecían nada a los de Bienvenidos al Norte. Eran muy educados y agradables.

—Tienen fama de carácter pero son buenos.

—Ni una palabra más alta que otra.

—¿En qué trabajabas? —Le preguntó Heide, la mujer de Wolf.

—En un bar, Cerdeña es un país muy pequeño.

Entré a la cocina y calenté el puré de patata. Cuando lo saqué oí una risa.

—Para vosotros, patateros —dijo Wolf y Walt rió.

—Tópico alemán, lo sé —dije.

—Quien diga que los alemanes no comemos patatas a kilos, miente —confirmó Heide.

—Pero sigue siendo un cliché.

—Pues claro. ¿No ponen a los franceses como ratones humanos, todo el día comiendo queso?

—Es verdad, en Francia gusta queso. Uno cada día del año.

—Pues mira tú que bien —dijo Vanessa.

—Los tópicos tendrían que estar prohibidos —dijo Hamman.

—Ya habló Doña Angustias —rió Walt.

—Franceses come quesos; alemanes e irlandeses come patatas, italianos... —dejó una pausa.

—Gritones —dijeron todos al unísono.

—Y los ingleses, irlandeses y escoceses tienen un problema muy grande de alcoholismo —comentó Glenn dándole la vuelta a una chuleta.

—Yo tengo la mejor de todas, los españoles hablan mal de su país.

—¿Y eso es un cliché? Es una verdad pura y dura. ¿Los sardos tenéis algún cliché?

—Los de Cerdeña no tenemos de eso pero siempre nos preguntan, ¿dónde está eso? ¿Se habla italiano o «cerdeño»? Parece que sea una isla del pacífico porque cuando le digo a alguien que está en Europa se quedan con una cara...

—Mediterráneo, ¿non?

—Sí, cerca de Córcega. ¿Sabes dónde está?

—Oui, Corse es isla de Francia.

Mientras comía me preguntaba: ¿como se llamarán los de Cerdeña?



—¿Sardos? Qué eso.

—Los de Cerdeña somos sardos.

—¿Sardo, como el animal, cerdo?

—No, sardo de sardina —me dio un golpe en el hombro— idiota.

Habíamos pasado una velada genial, la carne se asó perfectamente, bebimos vino, cerveza y de postre la tarta de manzana asada. Acabamos hasta arriba de comida. Aunque haga memoria no recuerdo lo que pasó después pero allí estaba, mirando al techo de la habitación de mi tía Lisa. Miré a Vanessa, era impresionante, tenía los brazos las piernas perfectas y bronceadas...

—¿En París no hay sol?

—Non, poco sol. No España.

—Estás muy pálido, tienes que tomar el sol un poco más.

El vientre plano y los pechos perfectos, solo recuerdo como ella me miraba a los ojos... por eso odio el sexo, después no recuerdo nada. Sí, es algo rarísimo pero no recuerdo ni mi primera vez, que fue después del tumor cerebral. Hay gente que después del sexo se desmaya pero a mí se me borra de la mente directamente. Solo imaginaba que había habido algo porque estábamos en pelotas pero nada más. Mi cerebro, al llegar al final, se desconecta. ¡No es justo! Maldito ex-tumor cerebral...

Algún día tendré un hijo y no sabré como lo he hecho. De ahí mi apatía sexual.

—Lo olvido.

—¿Lo qué?

—Cuando sexo, olvido después.

—¿Que olvidas qué?

—Esto... no sé qué pasó. No recuerdo nada.

—¿En serio me estás diciendo que no recuerdas lo que hemos acabado de hacer hace medio minuto?

—Sí, como película que cuando despierta es lo mismo.

—¿En serio?

—Sí, solo sé porque recuerdo ojos mirando a mí, arriba.

—Hostia puta, eso sí que es raro. ¿Te lo has mirado?

—Cuando lyceé yo tumor cerebrale —dije señalándome la cabeza.

—¿Y desde ese tumor te pasa eso?

—Sí, dolores de tête y no recuerdo.

—Pobre rubio...

—¿Novio?

—¿Yo? ¡No! No soy una infiel.

La casa estaba vacía, antes de eso nos despedimos de todos con el pretexto de ver una película, empezamos a verla y acabamos allí, en la cama de mi Santa Tía Millonaria. Hasta su foto que estaba en la mesilla había volado, posiblemente de una patada, hasta la puerta.

—¡Eh! Ahora que recuerdo creo que he oído hablar en las noticias de algo llamado amnesia sexual.

—No entiendo cuando hablan rápido pero eres guapa.

—Gracias, hombre —rió.

Juré que el próximo que me hablara rápido le iba a responder en un puro y cerrado acento francés del norte, el cual imito a la perfección. Cerré los ojos y me quedé dormido enseguida. Me desperté a las cuatro de la madrugada, sudando y oyendo móviles sonando por todos los lados. Fui a la cocina y bebí un vaso de agua mientras pensaba que me estaba volviendo loco de remate. Di las gracias a Vanessa por haberse ido y no haberme visto en ese estado.

Me senté en el sofá y al poner la televisión un dolor horrible me taladró las sienes. ¡Resaca a la vista!

—Putain! —Para los menos avispados, significa algo así como joder— Putain! Moi tête.

Me preparé un café doble y luego me tumbé en el sofá mientras sonaba una canción en español. Antes de dormir me oí exclamar: ¡pero que feo es ese jodido idioma!

Cuando me desperté lo hice en el suelo, en algún punto de la noche me había caído del sofá y no me había enterado. A lo lejos y bajo la niebla de mi mente podía oír «La Marsellesa» sonando. Me senté en el suelo y puse la cabeza en la mesita cuando una voz terrible gritó en mi oído de resacoso: «Allons enfants de la Patrie». Lo cogí cuando llegó a «Égorger vos fils, vos compagnes!» pensando en degollar a quién osó despertarme lo cogí.

—Oui?

—Getxa, soy yo, Glenn. Estaba llamando a tu puerta pero no me respondías, me has pegado un susto de muerte.

—Merde! Je dormais.

—¿Eh?

Cambié el chip lo más rápido que pude.

—Esta durmiendo. Antes.

—Son las once, el jefe te va a matar.

—¡Me cago en la puta! —Exclamé, sacando mi vena española y colgué.

Mientras me duchaba y vestía juré y perjuré no volver a hacer una barbacoa en días normales. Aquel día llegué al trabajo a las doce de la mañana y me cayó una bronca de las gordas bajo la amenaza de llamar a Pierre, mi jefe parisino. Me mantuve callado y cuando pasó el chaparrón salí de allí. Mientras iba por el pasillo varias caras se volvieron hacia mi persona pero estaba tan enfadado que les hubiera reventado la misma a todos así que fui a mi cubículo, me senté con el ceño fruncido y empecé a decir todas las palabrotas que conocía en idiomas que ni si quiera existían. Glenn se mantuvo callado y escribiendo algo en el ordenador.

—Putain! Merde!

—¿Mejor?

—Sí, un poco. Fiestas días normales nunca.

—No, mejor será que no.

Mierda, no le había preguntado el apellido a Vanessa.

—¿Vanessa apellido?

—No lo sé, no la conozco tanto como para eso.

La autopsia del tipo del coche demostró que había muerto antes y de una puñalada en las cervicales.

—¡Que puto dolor! —Dijo Glenn encogiendo el cuello.

—¿Cómo se llamaba? —Preguntó der Wolf.

—Vete tú a leer esto... Fa...faquir nosequé.

—Joder Glenn. Fawwa-Fawzi Saadi, ¿pero qué coño de nombre es ese?

—Egipcio —dijo Glenn—. Tendremos que ir archivo del Padrón Municipal. Vamos Get, así te enseño como se comprar los billetes y lo demás del metro. ¿En París lo usabas?

—Non.

Hacía un año y siete meses que no me subía a nada que rodara sobre raíles. Tragué saliva.

Bajamos y me enseñó cómo sacar el billete por el módico precio de un dólar y veinte centavos. ¡Qué barato! Bajamos al andén. Empecé a sudar profusamente.

—¿Qué te pasa?

—Estoy mal —dije desabotonándome la chaqueta.

—¡Siéntate un poco!

Uno de los trenes pasó corriendo la estación y cuando iba por el túnel vi una luz extraña, que había salido de la propia luz del convoy.

—¿Qué pasa...? Esa luz.

Dicen que los franceses somos directos pues estuve diciendo "esa luz" más de media hora antes de empezar a hiperventilar y los guardias de seguridad hicieron acto de presencia para más tarde llamar a una ambulancia mientras oía en mi mente las melodías que nunca tendrían respuesta. Si no hubiera bajado allí no tendría que haberle contado al médico que tenía miedo a los trenes, metro e incluso al tranvía.

Glenn entró donde estaba.

—¿Estás mejor?

Yo estaba sentado en un sillón y con una máscara de oxigeno puesta. Afirma con la cabeza mientras la pastilla que tenía debajo de la lengua iba menguando poco a poco.

—No entiendo que te ha pasado.

Me quité la mascarilla.

—No quiero bajar, te dijo.

—No pensaba que te pondrías así.

—Hace un año yo trabajo Madrid, en atentado tren.

—Ah, no lo sabía.

—Vi trozos personas y móviles que no coge nadie. Es horrible, ¿tú vives eso?

—Más o menos —sonrió— hace unos años se cayó un edificio conmigo dentro.

—¿Atentado?

Se alzó de hombros.

—Para algunos todavía no está muy claro.

—¿Para ti?

—No lo sé.

Minutos después hablé con una psicóloga que me dijo que tenía estrés agudo por culpa de esa experiencia traumática. Evitación, miedo, pesadillas recurrentes, sensación de estar allí y lo peor fueron las "" auditivas de las melodías de los móviles. Y ya que estaba allí me quitaron los puntos que tenía en la cabeza.

Salí de urgencias con la baja, una bolsita con pastillas para los nervios y con una llamativa cicatriz en forma de hoz en la frente. Fui al baño, me miré en el espejo y un pensamiento recorrió mi mente: putain! Soy rubio.

—¡Hostias! No me imaginaba que serías tan rubio —dijo Glenn cuando salí del baño, estaba comiendo unas galletitas que había sacado de una máquina.

Si tuviera el pelo un solo tono más rubio será considerado como albino.

—Empiezo a trabajar y no puedo.

—A veces pasa.

Al salir a la calle me di cuenta de que ya era de noche.

—Hoy puedes dormir en mi casa, mañana te llevo a la tuya.

—No, gracias.

—No empieces con lo de "gracias pero no". Te voy a llegar aunque sea a rastras.

—Vale.

Entramos al coche y arrancó.

—Walt me cae bien, ¿conoces antes?

—Sí, lo conocí cuando se vio implicado en un horrible choque en cadena que hubo en el puente. Un bus se paró en mitad del puente y todos empezaron a chocar, murieron ocho personas y los pasajeros del bus salieron por su propio pie aunque uno de ellos murió atropellado al bajarse del mismo.

—¿Él iba en bus?

—Sí, salió ileso pero el conductor del bus se durmió. Pero creo que lo conozco de más antes. Coincide que se llama Walter.

—Llama y habla. Dile va a su casa.

Pensó y miró por el retrovisor.

—No lo sé, tengo miedo de meter la pata.

—¿La pata?

—De confundirme.

—Pues eso bueno, te quitas eso de la tête.

—Eso es verdad. ¿Recuerdas lo que hacías hace cuatro años?

—Estaba en lyceé.

Y me faltaba un año para que, cuando hablaba durante la entrega del título de bachillerato me diera un derrame cerebral por culpa del dichoso tumor. Niños, recordad que nunca hay que perder el sentido del tumor.

—Mejor no te quedes... duda.

—Lo haré pero me da cosa preguntarle sobre esas cosas.

—¿Por atentado?

—Sí. Ojalá supiera donde vive.

—Yo sé, cuando ataque ansiedad y correr hacia parque él ayuda. Fui casa. Había una chica.

—¿Una chica cómo?

—Morena.

Se alzó de hombros. Miró el reloj del salpicadero y este marcaba las nueve de la noche.

—Ya mañana.

Toda mi vida entera gira en torno al terrorismo: mi madre huyó de ETA, conoció a un tío, padre de sus tres hijos que resultó ser un terrorista de ETA, ayudé durante el 11M causándome un enorme trauma, cinco años después me pasaría otra cosa relacionada con eso y ahora, diez años después, estoy destrozado por culpa de otros gilipollas. Lo malo es que estos están muchísimo más motivados en joder a la gente. Y la mañana siguiente iba a conocer la verdadera historia de mi compañero y me enteraría porque quería hablar con aquel árabe apodado el Gigante.
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