Abanico de fuego (Novela de fantasía)

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Evenesh
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

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—Huele muy bien —la ninja le dedicó una mirada que esta vez sí quiso expresar gratitud.

—Gracias, es la especialidad de la casa —el posadero se rió y se fue de allí satisfecho.

Media hora después, la ninja terminó de comer y el posadero fue a su mesa.

—¿Desea algo más, señorita?

—No, pero déjame decirte que la comida estaba muy buena —declaró la ninja mojando pan en un poco de salsa que aún quedaba en el plato.

—Gracias, señorita, la ha hecho mi esposa.

—Dale mi enhorabuena, ya no quedan cocineras como ella —sabía bien de lo que hablaba porque había probado muchos de los guisos de las posadas que visitaba y ninguno estaba tan bueno.

—Lo haré —el posadero se fue de allí con una sonrisa estúpida en los labios.

Miya estaba muy cómoda en ese local que mantenía un frescor muy agradable, a pesar de ser un verano especialmente húmedo en Sakai.

Después de un buen rato, llegó el alcalde, camuflado con una capucha, y ella no lo vio hasta que tomó asiento a su lado. Por su indumentaria habría dicho que no quería que lo vieran con ella de ninguna manera, pero era normal y no pensaba molestarse por eso. El posadero, que vio entrar al encapuchado y sentarse al lado de la chica, fue a su mesa y se dirigió a él:

—¿Qué quiere usted? —Preguntó el mesonero intentando ver su rostro, sin éxito.

—Tráeme un té, hoy me está molestando el estómago —el hombre se llevó la mano al pecho.

—Enseguida, señor.

El tabernero se fue y la charla entre la ninja y el alcalde empezó:

—¿Ardor de estómago? —Preguntó ella acariciando un cuchillo que sacó de su cinturón.

—Sí —respondió con parquedad— Tú debes de ser Miya.

En aquellos tiempos era normal que las personas que necesitaran los servicios de los asesinos de las sombras nunca se comunicaran con ellos de manera directa, aunque en este caso el alcalde de Sakai había especificado que quería hablar con su asesino de las sombras para informarle en persona, por eso previamente pidió una descripción breve de ella.

—No me imaginaba que serías tan joven —la miró de manera desdeñosa y a ella no pareció gustarle ese comentario, no obstante, se contuvo porque el alcalde había prometido pagarle toda una moneda de oro; ese hombre debía estar desesperado.

—¿De qué se trata?

La muchacha se sentó más derecha, cruzó la pierna izquierda sobre la derecha y quedó a la espera. El alcalde habría preferido no tener que recurrir a un asesino de las sombras, pero su problema era demasiado grande como para no hacer nada.

—Hay un noble que se ha negado a participar en uno de mis negocios.

—Negocio fraudulento, por supuesto —Miya lo miró y el alcalde pensó que no tenía educación e incluso se le pasó por la cabeza darle un guantazo, pero sabía muy bien que estaba ante alguien que podría matarlo allí mismo y desaparecer casi de inmediato.

—Es cierto que no es legal, pero le he ofrecido un alto porcentaje por su ayuda —intentó defenderse.

—Y él no aceptó —ladeó la cabeza y puso cara afligida.

—No sólo eso, dice que me va a delatar ante el estado mayor y no puedo permitirlo —el alcalde dio un golpe con el puño que hizo que se moviera tanto el plato como el vaso de madera.

—Tranquilo, amigo, no pretenda hacerse el macho ante mí; lo tengo ya muy visto.
Su interlocutor la miró extrañado y para Miya no fue muy difícil adivinar lo que estaba pensando.

—No es necesario que intente parecer un hombre porque, de serlo, mataría usted mismo a ese noble —esas palabras sonaron tan contundentes que un escalofrío recorrió la espalda del hombre.

—Yo no puedo verme involucrado en algo así —el alcalde aún no podía creer la ligereza con la que la ninja hablaba de arrebatar una vida, aunque pensó de inmediato que él no era mucho mejor porque le pidió que arrebatara dicha vida.

—¿Cuanto me va a pagar? —Miya cambió de tema de una manera tan brusca que al alcalde le dio la impresión de que le importaban menos sus asuntos políticos que aquellos a los que tuviera que matar.

—Lo acordado: una moneda de oro.

—Lo haré por dos monedas —fue tan rotunda que descolocó completamente al hombre, quien se removió desesperado en su asiento.

—No puedo darte esa cantidad.

—Comprenda que he tenido que venir aquí para que me informara, cosa que no entiendo porque mi informador me podría haber dado las instrucciones. Así que, entre mis honorarios y que me he hospedado en dos posadas antes de llegar a ésta son dos monedas de oro, o lo toma o lo deja.

El alcalde se quedó un rato pensativo y Miya aguardó con paciencia, sabía que para un cargo político debía ser muy duro aceptar esas condiciones, pero ella podía poner las que quisiera porque para eso ella era la asesina de las sombras.

—Bueno, señor alcalde, siempre puede matarlo usted mismo —Miya se levantó de la silla e hizo ademán de marcharse aunque sabía que no la dejaría ir; le interesaba demasiado.

—Espera, te daré esas dos monedas de oro pero mata a ese hombre —el alcalde sonó tan desesperado que a la experimentada guerrera casi le dio asco.

—Eso está hecho, por dos monedas de oro mato a quien haga falta.

—Sólo quiero advertirte algo, este fin de semana Takayama tiene visita. Por lo visto vienen unas geishas y ha invitado a muchos de sus amigos.

—No importa, en algún momento tendrá que dormir y entonces le daré un corte limpio y certero en el cuello —mientras decía esto parecía disfrutar.

—Toma —le acercó un retrato de Takayama— este es el noble que tienes que matar.

—Ya está muerto —se rió la ninja.

El alcalde se fue de allí y aún sentía el escalofrío que le había provocado esa última frase de la ninja. Y es que había que reconocer que en esos tiempos los ninjas eran los seres más indeseables, pero no los condenaban porque habían arreglado muchos asuntos políticos y privados, mientras los pagadores se beneficiaban casi siempre con dinero, influencias u otros beneficios.

Mientras el alcalde se iba, Miya pensó en lo que le había contado el hombre. No le gustaba trabajar para políticos porque todos eran tan corruptos que a la chica le repugnaba.
Sin embargo, esas dos monedas de oro, aunque provinieran del alcalde, le vendrían muy bien.

Cuando se quedó sola, la mujer se acercó hasta la barra y allí la esposa del posadero la atendió, era una señora gorda de sonrisa agradable, quien le preguntó qué quería. Miya le pidió una habitación y ella le dio las llaves de una que había quedado libre esa misma mañana, así que tenía el servicio completo hecho, lo que agradó a la asesina.

—¿Ya hemos terminado? —preguntó Miya.

—Sí, que pase buena noche.

—Gracias.

—Perdone, señorita, son veinte monedas de plata.

—Si no le importa preferiría pagarlo todo mañana —la voz de la asesina de las sombras era fría pero intentaba mostrar un matiz de amabilidad, cosa que consiguió a medias.

Miya subió, abrió la puerta y entró en la habitación. Era bastante modesta pero había dormido en sitios peores. Como aquella vez que tuvo que dormir en un pajar, o siempre que dormía al aire libre, sobre todo en invierno; se levantaba a la mañana siguiente con dolor de huesos.

A medida que se desvestía cada vez se fue haciendo más patente que le hacía falta un baño, así que cogió un balde, lo llenó de agua y la echó en una gran tinaja. Se desnudó por completo, se metió dentro y empezó a enjabonarse.
Mientras lo hacía repasó en su mente lo que debía hacer e intentó trazar estrategias, aunque ella siempre actuaba sobre el terreno; al final era lo más cómodo. De todas formas, lo único que tenía que conseguir era que no la vieran, algo que para una ninja era bastante fácil.

Cuando terminó, cogió una toalla de tacto muy suave, se secó y luego se puso un pijama que sacó de un pequeño paquete que llevaba escondido, lo deslió y quedó ante su vista una prenda de color rosa, con geishas y pájaros pintados volando por su superficie. La chica se puso a bromear e imitó las posturas cursis de los dibujos que había en el atuendo. Al ponérselo notó el tacto suave de la seda sobre su piel y se sintió refrescada, aunque ella no lo habría dicho nunca de ese modo. Así como tampoco permitiría que la vieran vestida con un pijama tan cursi, porque tenía que mantener una imagen de asesina. Una vez que hizo todo eso se desdobló, dejó su segundo cuerpo fuera de la habitación alerta y se tumbó en la cama para dormirse enseguida. Aquel había sido un día muy largo, y previamente había matado a un par de señores por los que le habían pagado en total tres monedas de oro.
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Y aqui reflejas a la ninja como una asesina descerebrada al estilo de los narcos mejicanos o tirando a psicópata.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Ouch, pegas fuerte, Lucía. :lol: Me doy cuenta de que no soy perfecto pero pensé que sería normal que se comportara un poco como lo que es: una asesina de las sombras y son, ante todo, personas despiadadas que siempre matan por una cantidad.
No entiendo muy bien tu comentario porque si en un principio se comporta de una manera más dócil es porque está fingiendo, no hay que olvidar que en ese tiempo los asesinos de las sombras están muy mal vistos, y se les tiene miedo y ella juega con su anonimato. Entonces cuando se ve increpada es cuando reacciona de la manera que tú dices, no veo donde está lo malo, me pareció lógico que se pusiera así. Y es que para dedicarse a lo que se dedica ella hay que estar un poco mal de la cabeza, precisamente me pareció una reacción muy normal.
Sé un poco más específica, please. :cunao:
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Tienes a los asesinos tipos pistolero, a los psicópatas y a los profesionales y seguro que hay mas. Piensa en qué pueden diferenciarse estos tipos y luego aplícalo a tu ninja.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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UNA PÉRDIDA IRREMPLAZABLE

La geisha se levantó temprano, con el alba, y despertó a su acompañante. La chica se arregló deprisa, se puso un yukata elegante de viaje y salió a ver el esplendoroso sol de mediados de verano.

En aquella casa, como en muchas otras, había cerezos, y éstos se estaban deshaciendo de sus flores rosas, las cuales, caían al suelo adornándolo como si los dioses no quisieran que ella y su acompañante se dañaran sus delicados pies. La mañana estaba transcurriendo con tranquilidad y aún no había vuelto a pensar en lo que habló con el hombre en la terraza, pero estaba convencida de que hacía lo mejor.

Su acompañante ya estaba lista y en ese momento apareció ante ellas el joven del día anterior.

—¡Qué bien!, pensé que ya te habías ido —el hombre estaba sin resuello por haber venido corriendo.

—¿Qué quieres? —Preguntó Kioko dándole la espalda.

—Pues verás, sólo quería despedirme. También quiero que sepas que respeto tu decisión —respondió el hombre buscando su cara.

La geisha le sonrió, ¿por qué no hacerlo? Era un hombre encantador. Después de eso Akori se agachó, cogió una flor rosa y se la ofreció. Fue un acto que la emocionó porque, aunque era verdad que el suelo estaba lleno de esas flores, nadie le había regalado nada en mucho tiempo.

—Gracias, me gusta mucho —dijo la chica aspirando el suave aroma de la bella flor rosa.

El cochero se acercó con un aire muy serio a ambas mujeres y les dijo con respeto:

—Señoras, el coche está listo.

—Gracias, vamos enseguida —contestó Kioko con un hilo de voz.

Los dos se miraron pero sabían que sus caminos no se volverían a cruzar y por eso el hombre le dijo:

—Te deseo que seas muy feliz —la miró de forma tierna y cálida.

—Igualmente, lo siento mucho —bajó la cabeza.

Akori levantó su cabeza con suavidad y le dijo:

—No hay nada que sentir, —rozó con el envés de su mano la blanca piel de Kioko— estoy muy contento de haberte conocido.

Luego, Akori saludó a la acompañante de la mujer, volvió a la residencia y ni siquiera esperó a que se fueran. La geisha se sentía muy confundida, pero ahora vivía para llevar una vida errante y no quería establecerse con nadie. Además, aún recordaba a su marido. Por muy atractivo, encantador, o bueno que fuera, no habría podido amarlo como se merecía. Por eso lo dejó marchar y siguió su camino, como hizo él.

Aquel encuentro y separación, lejos de ponerla triste, hizo que volviera a sonreír porque Akori parecía muy seguro de lo que sentía. Sus ojos eran grandes y pudo ver que no la engañaba, al contrario que los gañanes que quisieron aprovecharse de ella y que tuvo que apalizar para defenderse de ataques brutales. Aquel era distinto, de hecho, si volvía a encontrárselo cuando el dolor hubiera pasado quizás podría amarlo, pero ahora mismo sentía que no era capaz.
Quería huir de su anterior vida, sin embargo, la desesperanza caló en el ánimo de la geisha porque por mucho que intentara huir su pasado la acompañaba.

Subieron al carromato y Akori, desde su habitación, tenía sentimientos contradictorios. Por un lado estaba contento por su encuentro y por otro estaba afligido, porque en los ojos de ella pudo notar que ya no volverían a verse más. Sin embargo, su encuentro había sido uno de esos sucesos auténticos que tan pocas veces le habían pasado y por ello la alegría de su encuentro venció a la tristeza de verla marchar.

—¿A dónde vamos, señoras? —preguntó el cochero abriendo la portezuela del techo.

—Pon rumbo a Sakai, y date prisa, a ver si llegamos para el almuerzo.

—Sí, señora —contestó el cochero con decisión.

Dentro del carromato, Riada, la acompañante de la geisha le preguntó curiosa:

—¿Quién era ese hombre?

—Un amigo que conocí ayer después de la fiesta.

—Es muy guapo.

—Sí, lo sé, pero no me siento preparada aún para amar a nadie.

—Otra vez con el mismo cuento, niña, ¿cuándo vas a volver a enamorarte?

—Cuando el dolor que tengo aquí desaparezca – la geisha puso su mano en su pecho.

Riada nunca se había casado y consideraba que el matrimonio era como una cárcel, y tener que limpiar, cocinar y criar niños era su yugo. Por ese tiempo la mujer sólo servía para eso y no se le daban más atribuciones y ella sabía que valía mucho más. Además, no estaba dispuesta a permitir que nadie le pusiera una mano encima porque, al igual que en el otro caso, también era un tiempo donde proliferaban los borrachos, los cuales tenían la mano muy larga para sus mujeres y, en el peor de los casos, para sus hijos.

Riada salió de sus pensamientos y vio a Kioko oliendo la flor rosa. Estaba claro que aquel hombre le había causado una fuerte impresión.

—Le gustó mi baile —dijo de repente la geisha, emocionada.

—Claro, ese número es muy bueno.


—No, ayer me comentó que yo podría ser su musa.

—Vaya, vaya, te ha salido un pretendiente —se rió su compañera de viaje.

—Sí, lo sé, los hombres son muy previsibles, pero éste no era como los demás, se notaba en el trato —la geisha no pudo evitar sonreír al decir estas palabras.

—Y sin embargo aquí estás de viaje a Sakai —dijo Riada con desesperación.

—Ya sé lo que me vas a decir, pero parece que te olvidas que estuve casada.

Riada podía entender su dolor, pero no podía comprender el luto que pretendía guardarle a su marido hasta su propia muerte. Y es que ella no se había enamorado y era incapaz de entender la unión tan fuerte que se establecía entre ambos amantes.

—¿No te parece que va siendo hora de que reorganices tu vida? —Preguntó la mujer con evidencia.

—Lo intento, pero nadie es lo bastante bueno —respondió Kioko.

—A tu marido no le gustaría verte así —la advirtió su acompañante.

—Es verdad —dijo la chica mientras sacaba de un baúl el retrato de su esposo.

—¿Otra vez esa vieja pintura?

—Déjame en paz, es el único recuerdo que tengo de él – Kioko levantó un poco la voz pero no tanto como para resultar amenazante.

Ahora se explicaba por qué no había olvidado a su marido muerto; el retrato tenía la culpa. Al verlo, volvían sentimientos que la muchacha debería olvidar para poder seguir viviendo, porque si no se convertiría en una vieja solterona infeliz que sólo pensaría en el pasado. Por ese motivo Riada le quitó el retrato en un descuido y lo tiró por la ventanilla del coche de caballos.

—¡¿Qué haces, idiota?! —Gritó la geisha muy enojada— A ver si todavía lo podemos recoger— Kioko estuvo a punto de abrir la portezuela del cochero pero Riada lo impidió.

—Déjalo donde está.
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Algunos fallitos que he visto: en la despedida de Kioko y Akori tienes dos parrafos que son casi idénticos (de ahí lo de repetitivo), luego Riada se dedica a juzgar su tiempo desde la mentalidad de ahora cuando deberías haber intentado hacerlo desde la mentalidad de su tiempo (sigo soltera porque los hombres tienen la mano muy larga y no quiero eso para mí, por ejemplo). Por último, este evidencia chirría. Yo hubiese preferido énfasis o algo similar ya que decir con evidencia sin dar pistas de la evidencia no queda bien.
—¿No te parece que va siendo hora de que reorganices tu vida? —Preguntó la mujer con evidencia.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Muy buenas
Gracias por señalarme eso, me lo apunto muy fuerte para la próxima corrección. Gracias por tu ayuda, los comentarios son muy útiles :D
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Evenesh
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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El cuadro salió volando por un precipicio y a no ser que pudiera volar, la mujer había perdido lo único que la ataba a su esposo; un retrato especialmente fiel en los detalles y en el parecido.

—¡Por qué has hecho eso!

—Lo he hecho por tu bien.

—¡¿Tú crees que es para bien que haya perdido el único recuerdo que me quedaba de mi marido?!

La mujer gritó tanto que hasta el cochero se enteró, algo insólito porque la mayoría de damas que había llevado hablaban casi siempre cuchicheando, como si guardaran secretos importantes que nadie debiera oír, por no mencionar que aún así el hombre era duro de oído.

—Es algo muy bueno, sí —respondió Riada con tranquilidad.

La geisha parecía muy enervada, y miraba a su acompañante con cólera. De no ser porque eran amigas, y ella una persona cabal, la hubiera matado a golpes allí mismo, algo que podría haber hecho sin problemas.

—Está bien —se tranquilizó—. Dime, ¿por qué has tirado el retrato? —preguntó la geisha con calma mal disimulada.

—Esa pintura no te dejaba avanzar en tu vida, yo sé que ahora no lo entiendes, sé que te duele, pero un día me lo agradecerás.

—¿No te parece que soy yo quién debe decidir si la necesito o no?

—También yo tengo derecho, te he visto crecer y no me he separado de ti desde hace años, pero por encima de todo, te quiero —la miró a los ojos y la geisha giró la cabeza hacia el paisaje que se sucedía ante ella.

Riada sabía que lo que había hecho era muy radical pero ya habían pasado cinco años desde su pérdida y, aunque no quisiera reconocerlo, la geisha seguía viva y tenía que reorganizar su vida para ser feliz.

—Escúchame, Kioko, siento haber tirado la pintura pero me tienes muy preocupada. Da la impresión de que te
consideras muerta, al igual que tu marido.

La geisha había empezado a llorar con lágrimas contenidas que surcaron sus mejillas en un fino hilo.

—No puedes seguir así toda la vida; sólo tienes veinticinco años —Riada la obligó a mirarla.

Su acompañante la vio llorar y se puso muy triste pero una de las dos tenía que ser más fuerte que la otra.

—Anda, no sigas llorando, te saldrán arrugas —le limpió las lágrimas de sus mejillas.

—Riada, me duele mucho —logró decir con voz quejumbrosa.
—Ya lo sé, cariño, —la geisha hundió su cabeza en los brazos de su acompañante— ya lo sé.

Kioko lloró todo el viaje y ninguna de las dos se percató de que pasaron la parte pobre de la ciudad, pero para los pobres no pasó desapercibido aquel majestuoso carruaje.

—Anda, dentro de poco llegaremos a nuestro destino, ¡enjúgate esas lágrimas, que todos vean lo hermosa que eres!— Riada le dedicó una amplia sonrisa que la geisha no pudo ignorar porque se sentía muy vulnerable.

—Gracias, eres una buena amiga —respondió la geisha mientras se secaba con un pañuelo bordado con flores y pájaros.

En poco más de diez minutos llegaron a la residencia de Takayama, donde unos sirvientes se ocuparon del carro, y los caballos fueron llevados a las caballerizas donde les dieron paja.

Las mujeres fueron llevadas por un suntuoso salón donde se cruzaron con otras personas que parecían visitantes atónitas de una galería de arte. En las paredes había cuadros, pero no eran ni mucho menos obras maestras.

—Perdone, ¿quién es toda esta gente? —Preguntó Kioko a uno de los sirvientes.

—Es el público, se les hace esperar aquí con una buena copa de sake.

—¿Toda esta gente ha venido a verme a mí? —Kioko se sintió muy contrariada porque nunca había actuado para tanta gente, la mayoría de las veces lo hacía para una audiencia de aproximadamente treinta o cuarenta personas, ya que los nobles sólo invitaban a sus amigos más cercanos.

—Sí, su número es muy conocido y todo el mundo, incluido yo, ha querido verlo al saber que venía —el sirviente le hizo una mueca, y a Kioko no le cupo la menor duda de que quería lo mismo que los demás hombres.

Cuando dejaron atrás el gran salón, llegaron a una escalera que se dividía por ambos lados y había columnas cuya decoración eran dragones. Las cortinas tenían bordados de dragones y no les pareció tanto una casa particular como un prostíbulo, por las cosas tan horribles que había por todos sitios. Figuras muy grandes expuestas sobre mesas demasiado pequeñas, cortinas de un color rojo que hacía juego con todo, ya que la decoración general era color pasión, y arabescos demasiado fáciles como para resultar llamativos a la vista.

Al subir las escaleras se encontraron en la planta donde según la guía estaban todos los cuartos.

—Esta será su habitación —señaló la guía a una puerta de madera que parecía muy bien cuidada.

Sin duda la limpieza era lo principal allí, lo que reforzó la idea de ambas de que aquello era un prostíbulo.

—Gracias —dijo Kioko.

Cuando abrieron la puerta se encontraron ante una habitación gigantesca, con dos camas. Las cortinas transparentaban toda la naturaleza que rodeaba a aquella casa, si es que podía llamarse así. Había un espejo muy grande donde una se podía mirar entera, una gran tinaja para bañarse y una pequeña cocina daba la posibilidad de cocinar, aunque no es que fueran a usarla.

—Bueno, la comida estará servida dentro de poco. El señor de la casa les ruega que vistan de etiqueta.

—Respecto a eso, dígale al señor que no tenemos hambre —la geisha aún recordaba las lágrimas derramadas en el carromato y eso le arrebató el apetito.

—Eso no puede ser, el noble Takayama está ansioso por conocerla —la guía se escandalizó un poco pero enseguida recuperó la compostura.

—Lo siento, me ha pasado algo en el carromato —miró a Riada y ésta le sonrió.

—Espero que no haya sido nada grave.

—Tranquila, no tiene importancia, pero me ha quitado el apetito.

—Espero que se recupere —deseó la guía con amabilidad.

—Gracias —la geisha le hizo una reverencia a la guía que ésta devolvió de igual modo.

Cuando levantó la cabeza, Kioko miró sus vestidos de viaje y entonces recordó que le haría falta que alguien se los planchara.

—Por cierto, ¿ustedes tienen servicio de plancha? —llamó la atención de la mujer antes de que se fuera.

—Sí, acaba de llegarnos el nuevo modelo de plancha; no hay nada más moderno.

La geisha cogió ambos vestidos y se los entregó a la guía, quien no parecía muy contenta con esa tarea, ya que ella no era lavandera sino una guía, en aquellos tiempos era algo muy distinto, aunque en lo práctico no es que le tuvieran más respeto a ella que a una simple lavandera. Después de eso, la guía se fue con ambos vestidos al hombro y se quedaron solas.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

El cuadro salió volando por un precipicio y a no ser que pudiera volar
Aquí, por ejemplo, quedaría mejor sustituir el salió volando por cayó. A fin de cuentas, salió del carruaje y fue a parar al precipio y no al revés :cunao:

Y si yo hubiese sido Kioko, hubiese salido de la casa prostíbulo nada mas cruzar la puerta y ver el percal. Total, para desairarlo un poco no cenando, lo mismo daba desairarlo del todo. :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Aquí, por ejemplo, quedaría mejor sustituir el salió volando por cayó.
Uff, tienes muchísima razón, lo he escrito fatal. Lo tendré muy en cuenta para la corrección.
Y si yo hubiese sido Kioko, hubiese salido de la casa prostíbulo nada mas cruzar la puerta y ver el percal. Total, para desairarlo un poco no cenando, lo mismo daba desairarlo del todo.
Sin duda pero ella se ha comprometido a bailar y por eso no se va. Además juego con que en aquellos tiempos ser un señor ya era de por sí algo que respetar por la forma de ser de las personas, por tradición y por un una cuestión de educación dentro del núcleo familiar. :( Algo por otra parte totalmente retrogrado.

Muchas gracias por comentar :alegria:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

No sé. Creo que los capullos de entonces se ponían igual de furiosos por las tonterías que por lo gordo por que solían salir indemnes con más facilidad.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Muy bien visto, sin duda es por eso, como saben que no les puede pasar nada se molesta por todo :cunao:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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EL NOBLE TAKAYAMA


Media hora después habían desecho el equipaje y los vestidos estuvieron guardados en el gran armario. El mueble era tan grande que hubiera podido albergar diez veces más vestidos de los que ellas llevaban.

A pesar de que eran dos mujeres muy coquetas siempre habían preferido viajar ligeras de equipaje, pero aún así eran de la opinión de que un armario lleno de ropa podía ser casi terapéutico, de modo que solían llevar más vestidos de los que se acababan poniendo.

Después de eso Riada se dio un baño en la tinaja y cuando le tocó a Kioko alguien llamó a la puerta.

—Ya voy yo.

—De acuerdo —respondió Kioko tapando la tinaja con un biombo de estilo chino, el cual, estaba pintado con motivos de señoras rezando en actitud suplicante a un poder superior proveniente del cielo.

Riada abrió la puerta y se encontró ante un noble bien vestido, a juzgar por su aspecto debía tener unos veinticinco años, aunque no era fácil adivinar su edad porque los nobles no es que fueran precisamente los seres más trabajadores sobre la faz de la tierra.

—¿Quién es usted, señor?

—Me llamo Takayama, y soy el dueño de esta residencia, ¿puedo pasar?

—Pase, por favor —Riada fue amable con él aunque llegó a pensar que era un descarado por venir a la habitación de dos mujeres solas.

—Me he llevado una gran desilusión cuando me dijeron que no bajaríais a cenar —el hombre estaba disgustado pero la visión de Riada lo calmó un poco.

—Si la gente lo viera aquí pensarían mal tanto de usted como de nosotras —espetó Riada.

—No se preocupe por eso, señora, soy un hombre respetable.

Riada dudaba mucho de esas palabras pero no porque las dijera él sino por el simple hecho de que ningún noble en aquellos tiempos era respetable. La mayoría de ellos vivían sólo para organizar fiestas en sus mansiones donde comida, bebida y sexo nunca faltaban. No obstante, aquel hombre parecía algo más a simple vista, aunque ella no hubiera podido explicarlo.

—Respecto a lo de vuestra ausencia en la comida, debo decir que me ha decepcionado bastante porque no he podido presumir de haberos contratado.

—¿Quién es, Riada? —preguntó la geisha saliendo de la tinaja y escondiéndose tras el biombo.

—Es el señor de la casa —Riada miró hacia el biombo sólo un segundo para después centrar de nuevo su mirada en el hombre.

—Pobrecito, el importante noble no ha podido presumir de algo ante sus estirados amigos.

—No es sólo eso —el noble se rió por la grosería de su invitada.

El hombre apartó la mirada de Riada y habló en dirección al biombo:

—He venido a conoceros, ¿es posible? —preguntó, casi suplicante.

—Claro que sí —respondió la geisha poniendo su ropa sobre las paredes del biombo.

Después de un rato de miradas incómodas entre Riada y el noble, Kioko salió finalmente de detrás del biombo y Takayama pudo observar que llevaba un kimono rosa que apenas dejaba alguna parte de su piel destapada, pero lo que más le sorprendió fue la belleza que exudaba; era como un ciervo único y maravilloso en un mundo donde todo lo demás estaba podrido. Al observarla, notó que sus mejillas se ponían rojas por el calor que estaba sintiendo y es que, como buen noble, adoraba todo lo que fuera bello y aquella persona era la mujer más hermosa que había visto, es mas, llegó a pensar que estaba tocada por los dioses, porque no era posible que una mortal tuviera esos rasgos tan dulces y serenos.

La geisha se aproximó hasta él y lo miró a sus ojos negros, y no le hizo falta demasiado para adivinar sus pensamientos. Había estado demasiadas veces delante de hombres como para saber lo que pensaban.

—Así que usted es Takayama —le sonrió con ternura.

—Sí, soy yo —la voz del hombre apenas era audible porque sentía que su lengua se había dormido y que había perdido súbitamente los dientes.

—Quiero agradecerle que nos haya invitado a su casa —Kioko hizo una reverencia corta y él se sentía acartonado, y sólo movió sus ojos de arriba abajo.

El hombre, que sintió asco de su propia voz de hace un segundo, se aclaró la garganta y luego le dijo:

—Gracias a ti por haber venido —le sonrió esta vez con una sonrisa un poco forzada.

A la geisha no le hizo falta más que eso para saber que, como había dicho, ese hombre era respetable y, además, que no había estado con demasiadas mujeres.

Se imaginaba que era por las enfermedades de transmisión sexual de las cuales no se sabía casi nada en aquellos tiempos, además, aunque había indicios de contagio, dichas enfermedades superaban la medicina actual.

Las rameras solían ser las portadoras más frecuentes de dichas enfermedades aunque era difícil ver a un noble con ellas, porque por supuesto estaba muy mal visto que un noble requiriera sus servicios. El motivo por el que a veces un noble las contrataba era porque a menudo era más difícil de lo que la gente creía hacer el amor con una duquesa o una condesa, ya que éstas eran tan remilgadas y estiradas que vivían sólo para los cotilleos que se contaban la una a la otra, en algunas fiestas de nobles viejos que iban camino de la senectud.

—¿Qué os parece esta casa? —preguntó el noble de nuevo con su característica voz ronca.

—Si puedo serle sincera la verdad es que parece un prostíbulo —intercedió de repente Riada.

—Riada, por favor. —la geisha la miró desagradada por su falta de tacto— Discúlpela, a veces me da la impresión de que debió nacer en un establo —señaló a su compañera.

El noble comenzó a reírse porque los invitados no solían ser tan francos con una persona de su posición. Aunque era verdad que la mayoría de sus invitados eran sus amigos y no les interesaba hablar mal de él. No obstante, también era cierto que en raras ocasiones recibía en esa casa a desconocidos, por lo que aquel comentario fue un soplo de aire fresco.

—No te preocupes, me ha hecho mucha gracia —a juzgar por la risa parecía que el noble se estaba divirtiendo, lo que les dijo lo poco que se divertía ese hombre si ese comentario le había parecido gracioso —en realidad es algo parecido a un prostíbulo, por eso no me importa la horrible decoración.

—Es un negocio un tanto feo —Kioko lo miró de forma reprobatoria, aunque no estaba en su ánimo juzgar a nadie.

—No, no me entiendas mal, esto no es ningún negocio; lo único que hago es dejar esta casa a mis amigos para que puedan estar juntos todo el tiempo que quieran.

—¿Y por qué iba a hacer usted eso?
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Evenesh
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—No sé si lo sabrás, noble señora, pero la mayoría de mis amistades son personas casadas, o mejor dicho, infelizmente casadas, y necesitan un sitio donde verse.

—Es interesante, es la primera vez que un noble hace algo así de desinteresado, y que conste que no apruebo la infidelidad.

—Bueno, supongo que esa clase de traición no es propia de personas de nuestra categoría, pero en el fondo todos somos humanos y cometemos errores.

—Esa es la cuestión, el mundo sería demasiado aburrido si todos fuéramos iguales —la geisha se dirigió hacia el biombo y empezó a cambiarse de ropa, pues no se había fijado en que dentro de poco sería su turno de actuación.

—¿Sabe? He oído muchos rumores acerca de nobles que roban escrituras y chantajean al pueblo quien, indefenso, ven cómo abusan de ellos —Riada fue tan franca que el noble no pudo reaccionar de inmediato.

—Riada, por favor —le rogó la geisha vistiéndose.

—Espera, Kioko, no creo haber dicho nada malo, solamente la verdad.

El noble se puso muy serio porque Riada había dado con un tema que para él era muy delicado. Sobre todo porque en sus cuarenta años de vida habían intentado sobornarlo en muchas ocasiones y siempre se negó. La sola idea de que alguien lo comprara era algo que lo repugnaba porque se sentía un hombre íntegro.

—Mira, Riada, ignoro la clase de nobles que has conocido pero te puedo asegurar que yo soy distinto a ellos —Takayama parecía muy convincente y Kioko le creyó desde ese momento.

—Eso parece una defensa barata más que otra cosa —se burló la mujer.

—Riada, por favor, modérate, estás creando una situación muy violenta —Kioko esta vez sí le gritó aunque no dejó de vestirse.

—No importa, señora. Mira, Riada, soy tan distinto a los demás que incluso han amenazado mi vida en un par de ocasiones por no hacer lo que me pareció injusto.
—¿De verdad?

—Claro que sí. Comprendo que por lo general los nobles se portan muy mal con el pueblo. Sé de algunos que exigen impuestos abusivos, sé que otros amenazan al pueblo e incluso he oído rumores de que algunos roban las escrituras de los ciudadanos para luego chantajearlos con ellas. Sin embargo, al igual que sucede en casi todos los ámbitos de los seres humanos, siempre hay alguien que no encaja en lo establecido por la mayoría.
Riada se quedó tan sorprendida que no supo qué responder, mientras que Kioko le habló:

—Está diciendo la verdad, Riada.

—¿Cómo puede saber eso? Apenas le conoces como para afirmarlo con seguridad.

—Es por la pasión de sus palabras, un hombre culpable no puede hablar con esa convicción de que hace lo correcto —la geisha estaba ya acabando de vestirse.

—Gracias, señora, ya veo que eres muy inteligente —el noble miró a Riada con cierto reproche.

—¿Acaso está insinuando que yo no lo soy?

—Riada, basta ya, —ordenó Kioko— ha quedado bastante claro que no le guardas respeto a los nobles, pero estás haciendo una montaña de un grano de arena. Además, por si no lo has notado, esta discusión es totalmente absurda.

—Tu amiga tiene razón, es inútil discutir sobre mi honradez.

—Bueno, yo no diría que sea honrado, Takayama, en algunos pueblos le llamarían proxeneta e incluso podrían denunciarle por ello —Kioko habló con un tono de voz calmado pero firme.

—De hecho ya me ha pasado pero la policía nunca me ha condenado porque no es ilegal que ceda mi casa para ciertas actividades, digamos, de carácter lúdico —se rió el hombre por estar hablando de ese tema.

Kioko lo miró y era verdad que cada uno era libre de utilizar sus pertenencias de la forma que prefiriera y, después de pensarlo unos momentos, pese a su rechazo anterior, tuvo que reconocer que mientras no estuviera ganando dinero con esa actividad el noble no estaba haciendo nada ilegal. Lo más seguro es que ese fuera el argumento que esgrimió Takayama ante la policía para librarse de las acusaciones.

—Bueno, ¿quería algo más, Takayama? —la voz de Kioko sonó con urgencia, lo que hizo que el hombre mirara su reloj de bolsillo.

—Ah, es cierto, vuestra actuación va a empezar dentro de poco.

—Eso es —intercedió Riada haciéndole un gesto con la mano para que se fuera de allí.

—Está bien, ya me voy, —el noble se rió por lo encantadoramente grosera que era Riada— me alegro de haberte conocido, Kioko.

—Lo mismo digo —le correspondió con un gesto muy leve de su cabeza.

El noble pasó por el lado de Riada con una sonrisa de suficiencia y la mujer creyó que le pegaría un guantazo por su descaro, sin embargo, se contuvo porque era una señora y no quería ensuciarse las manos con él.

—Menudo descarado —Riada se dirigió hasta el biombo donde vio a la geisha casi vestida— ¿has visto cómo me ha hablado?

—Cálmate, Riada, si te soy sincera tú has sido muy descortés con él —le sonrió aunque vio que su compañera ni siquiera intentaba cambiar la expresión de enfado.

—Lo siento, pero ya sabes que no soporto a los nobles.

—Es posible que no, pero eso no te da derecho a juzgar a un hombre que no conoces.

—¿Lo dices en serio?

—Claro que sí, además, cada uno es como es y no va a cambiar porque tú se lo digas, ¿no te parece?

—Supongo que no —respondió a regañadientes.

—En vez de pensar en lo inevitable termina de arreglarte, nuestro número empieza en breve.

—Es cierto, ya voy.

La compañera de la geisha se puso su disfraz de demonio. Como ya era habitual, uno de los números que representaban era el de la Diosa tentada. En él, Riada tocaba una pieza musical muy oscura que simbolizaba sus deseos de controlar a Kioko, la Diosa, quien bailaba en el centro intentando resistirse a su influjo. El número acababa cuando Riada, el demonio, era expulsado del escenario por la Diosa.

Kioko por fin estuvo lista y salió del amparo del biombo y se puso a hacer algunas posturas de su técnica, le hacía falta relajarse antes de cada actuación, además, la visita del noble la había dejado intranquila, era como si sobre ese hombre fuera a producirse en breve una desgracia. Una sensación desagradable que, no obstante, se esfumó en cuanto él salió del cuarto. Sin embargo, aunque parecía que no tenía importancia, había tenido una premonición y solía hacer caso de éstas ya que nunca le habían fallado.
Riada estuvo lista por fin y se reunió con ella con su pequeña guitarra, y salieron del cuarto muy nerviosas porque nunca habían actuado para tanta gente.
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6
LA MALEABILIDAD DE LOS HOMBRES


Al salir del cuarto vieron que la mujer que las guió hasta su habitación estaba delante de la puerta.

—Por fin habéis salido, llevo un buen rato esperando.

—No sabía que fueras a venir —dijo Kioko.

—Yo tampoco, pero el noble ha pensado que podríais perderos por el prostíbulo —les dedicó una sonrisa muy forzada.

Las dos se miraron desconcertadas y luego centraron su mirada de nuevo en la guía.

—¿Cómo se os ha ocurrido ser tan sinceras con un noble?

La geisha dibujó una sonrisa en su rostro y tuvo que contener una carcajada, mientras miraba a su compañera. Riada la había visto por el rabillo del ojo y se fue de allí enfadada.

—¿He dicho algo inconveniente? —preguntó la guía observando el paso destemplado de la mujer.

—No, no te preocupes, aunque posee muchas virtudes la sutileza no está entre ellas —le sonrió a la guía.

—Deberíamos ir a buscarla o no sabrá llegar al escenario.

—No te preocupes, estará allí —la geisha estaba muy segura porque en los años que llevaban juntas Riada nunca la había decepcionado en modo alguno.

La guía se puso en marcha y Kioko la siguió. A la geisha le pareció curiosa la manera lenta de andar de la guía, parecía como si tuviera todo el día para completar el recorrido cuando realmente en unos minutos ella y Riada debían estar actuando.

—Debes disculpar a mi compañera, pero lo cierto es que yo también pensé que esta casa era un prostíbulo —la geisha no la miró pero dijo esas palabras sin ningún reproche.

—A pesar de tu aparente calma estoy convencida de que repruebas el uso que se le da a esta casa —dijo la guía mirándola de lado.

—En modo alguno, sé muy bien que otros nobles hacen cosas mucho peores. Lo que me parece despreciable es que el hombre siga fijando su valía por el dinero que posee —ambas comenzaron a bajar la escalera que llevaba hasta el lugar de la actuación.

—Es cierto que a veces el ser humano actúa de maneras muy disparatadas.

—Aunque lo peor es que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por alcanzar ese bien material, incluso matar a nuestros semejantes —la geisha sabía muy bien de lo que hablaba porque se había cruzado con muchos ladrones en sus viajes.

—Por lo que veo, señora, está desencantada de la vida.
—Sí, a veces siento que no merece la pena ni siquiera seguir viviendo. Estoy cansada de encontrarme corrupción allá por donde voy, y los mismos defectos estúpidos una y otra vez.

—La entiendo muy bien, señora, pero ese es el mundo en el que nos ha tocado vivir; quizás dentro de quinientos años todo sea distinto —la guía dijo estas palabras con una alegría especial.

—Yo creo que siempre habrá estupidez, quinientos años después o mil años después. En realidad el tiempo que pase no es importante porque a lo largo de su historia el ser humano no se ha caracterizado por su buen juicio a la hora de escoger lo de verdad importante —se miraron y la guía pudo comprobar que estaba completamente convencida.

—No entiendo esa seguridad, al fin y al cabo es posible cambiar.

—Claro que es posible, sólo que a lo largo de su historia el ser humano ha demostrado que eso no es lo que se le da mejor.

La guía se calló unos instantes porque quería comprender lo que le había dicho la geisha, pero ella no podía pensar de esa forma porque creía que todos los seres humanos podían tener una segunda oportunidad. Además, no hubiera entendido con facilidad el razonamiento de Kioko porque la vida de la geisha había sido peor que la de la guía.

—No entiendo tu negatividad, señora.
—Si como yo hubieras tenido que aprender a vivir en la calle, alimentándome de lo que podía robar, no te sería difícil comprenderlo —Kioko le sonrió pero su sonrisa era cansada, porque sólo de pensar en el pasado evocaba la peor época de su vida.

—¿Viviste en la calle?

—Sí, y en la calle aprendí que el ser humano puede ser la peor de las bestias porque, a pesar de que muchas personas vieron cómo me moría de hambre, nadie me ayudó.

Finalmente, llegaron hasta la puerta por donde entraban las actrices y Riada ya estaba allí esperando con mala cara.

—¿Ves? Te dije que no me fallaría —la geisha señaló a su compañera, aunque ésta no parecía muy receptiva ante ese gesto.

Después de eso entraron por la puerta y la guía se fue a observar el espectáculo desde el teatro.

Enseguida un hombre vestido con ropajes medievales salió a su encuentro.

—Señoras, creí que no llegabais.

—Somos Kioko y Riada.

—Está bien, las anunciaré.

Cuando el hombre vestido de forma ridícula se fue, Riada miró a su compañera y le preguntó:

—¿De qué estabas hablando con la guía?

—De nada importante.

—Os habréis reído de mí agusto, ¿verdad?

—No, Riada —se rió Kioko— la conversación ha girado en torno a la maleabilidad de los hombres.

Cuando el presentador las anunció la geisha se colocó en un extremo del escenario y su compañera en el otro, sentada en una silla. Riada llevaba en las manos la guitarra pequeña y se esforzaba por recordar todas las notas que tenía que tocar.
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