El Profesor de Piano: 2da. parte. (Erótico +18)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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PequeñaDiosa
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El Profesor de Piano: 2da. parte. (Erótico +18)

Mensaje por PequeñaDiosa »

Los días pasaron desde la última lección, yo no podía dejar de pensar en él. Había escrito muchas veces sobre sus facciones, su porte, su voz. Quería capturar de alguna forma su anatomía en mis escritos, así no lo olvidaba. Así lo recordaba.

Sentía un fuego arrollador al recordarlo, mis mejillas instantáneamente se sonrojaban cuando lo pensaba, sentía un calor inusual en mi cuerpo. Nunca había sentido algo así por alguien, no comprendía del todo que era lo que me pasaba, y si antes era distraída, ahora lo estaba más aún. Él era mucho mayor que yo, pero muy guapo. Yo no me consideraba una chica muy guapa, aunque, bueno mi padre siempre me cuidaba, decía que era muy hermosa para andar sola en la calle, siempre me acompañaba a todos los sitios. Mi padre fue el único que me dijo que yo era bella, pero claro era mi padre.

Tampoco era una chica que podía interactuar mucho con el sexo opuesto, siempre escondida tras mis libros, mi lapicera y mis cuadernos, sin prestar mucha atención a mi alrededor.

El día tan esperado llego, nos saludó a ambas, mi madre se fue a leer nuevamente al jardín. Quedamos los dos solos otra vez.

- ¿Cómo te sientes hoy, Isabella?

-¡Bien! Mire al suelo.

Él puso una de sus manos en mi mentón, y me levanto la faz.

- ¿Por qué siempre miras al piso cuando te hablo? ¿Por qué tus mejillas se sonrojan cuándo te hablo?

Enmudecí más aún.

-¡Tranquila! Entiendo, jovencita, eres una chica tímida, no quería causarte un malestar.

-No me causa ningún malestar, sino todo lo contrario.

-¿Qué te causa, Isabella? Si es que no consideras imprudente que lo pregunte.

-¡No, no me incomoda! Sin embargo, no soy capaz de decirlo.

- ¿Por qué no entonces me lo escribes?

- Llevo días escribiendo sobre usted.

-¿Qué dijimos? Se levantó e hizo ademán de que le dolía la espalda.

Yo sonreí tímida.

-He escrito sobre ti hace días.

- ¿Puedo ver lo que escribes sobre mí?

-¡No! Me sonrojé.

-Bueno, no quería importunarte, Isabella. Pero siento que deseas mostrarme lo que escribes sobre mí, porque no serás capaz de decirlo con palabras.

- ¿Lees mi mente?

-No, pero leo tus expresiones, y como te comportas cerca de mí.

- ¿Usted qué piensa de mí?

- Creo que no es correcto que te diga lo que pienso de ti.

- ¿Por qué?

- Eso sí que podría incomodarte. Estamos en tu horario de clases, no deberíamos conversar respecto a esas cosas.

- ¡Perdón, Señor!

-Otra vez el perdón, y otra vez el Señor ¿Qué vamos a hacer contigo, Jovencita?

- No sé. Sin embargo, quiero saber lo que piensa de mí. Prometo no incomodarme.

- ¡Bien! Te lo advertí.

- De verdad quiero escucharlo, nunca un hombre se ha referido a mí.

- ¿En serio?

- Sí, nunca. De hecho, no interactuó con ellos. Mi padre siempre me cuidaba mucho.

- Tenía muchas razones para hacerlo.

-¿Por qué? Me inquiete en el taburete.

- Porque eres demasiado hermosa para andar por la calle sola, si fueras mi hija tampoco te dejaría un instante sola, y te cubriría entera para que no apreciaran tu belleza con una mirada lasciva.

-¡Oh! Es el primer hombre que me dice que soy bella. Bueno, padre también, pero claro, es mi padre. Siempre me iba a encontrar hermosa ¿Entonces eso piensa de mí?

-Eso, y muchas cosas más que prefiero omitir.

- ¡Por favor, no omita nada! Quiero saber más.

- Te contare más si tú me dices que piensas de mí, jovencita.

- ¡Esta bien, es un trato! Le tendí la mano.

El me la tomó, la miro y me dijo: ¡Trato!

-Necesito que mires para otro lado, llevo el libro escondido en mi ropa.

-¿Por qué lo escondes, Isabella? Tengo más curiosidad por saber qué es lo que piensas de mí. Sonrió.

- ¡Por favor, mire para otro lado!

-Me cubriré los ojos.

- ¡Esta bien!

Me subí un poco el vestido sin dejar de mirarlo, y busqué entre mis pantys el libro. Sentía que él me estaba observando. Era notorio que no había cubierto por completo los ojos, además se movía inquieto en la silla. No me importo, y seguí en busca del libro, subiendo aún más mi vestido, dejando entrever mis bragas.

Le entregué el libro, él lo tomó con sus largos dedos, lo acercó a su nariz. Yo me cubrí los ojos, y mis mejillas nuevamente se pusieron de un rojo vivo.

- ¿Por qué lo hueles?

-Porque huelen a ti.

Me tapé la cara, me senté en el sofá de la sala sin poder articular palabra.

- ¡Tranquila! No vi nada, solo lo olfateé porque me gusta el aroma de los libros, cuadernos y esas cosas.

- ¡Entiendo!

-Mientras leo, necesito que practiques lo que te pedí estudiar.

Me levanté del sofá, me senté frente al piano. Él se levantó con mi libreta, y comenzó a leer. Mi corazón palpitaba a 1000% por hora. El daba vueltas alrededor del piano, y de vez en vez lo mire esbozando una sonrisa. Pasaba por detrás de mí, y cuando me equivocaba, pasaba su mano cerca de mi hombro, rozándolo. Era una sensación poderosa, sentía que tenía mucho calor, y pequeñas gotas de sudor comenzaron a caer.

-¿Qué pasa, Isabella? Te notó agitada.

-En esta habitación hace mucho calor, Señor.

- ¡Otra vez el señor! ¿Qué debo hacer para que dejes de llamarme así? ¿Debo castigarte? Río.

No pude decir palabra, mis mejillas se colorearon más. Levante la cabeza, y con una pequeña sonrisa le dije:

- ¿Quizás es necesario buscar otra manera de enseñarme?

- ¿Y esa sonrisa, Isabella? ¿Qué estas sugiriendo?

-Nada, perdón. No, es nada.

-Bueno, termine de leer tu libreta. Has escrito mucho de mí. No sabía que te causaba esas sensaciones. No son sensaciones de una señorita.

-¡Oh, no! Me cubrí la cara.

Se acercó a mí, y me quito las manos de la cara.

- ¡Tranquila, Isabella! Es una broma, por favor, disculpa.

-¡Oh, no! No me atrevo a mirarlo, señor. Pérdoneme ¿Me puedo retirar?

-¡No! Estamos en clase aún. Me halaga lo que piensas de mí, una chica tan bella como tú tenga esos sentimientos por mí, simplemente no me lo esperaba del todo.

-Son sentimientos puros.

- ¡Lo sé! ¿Ese calor que te provoco nunca, nunca lo habías sentido?

-No, con nadie. Tu eres el primero que me provoca eso.

-Isabella ¿Nunca has explorado tu cuerpo? ¿Nunca te ha llamado la atención preguntarte por qué tienes ciertas cosas?

-No, señor. Yo no sé nada. Yo soy así, y no me pregunto más.

-Isabella, ¿Te interesaría además de aprender piano, aprender de ti?

- ¡Me encantaría!

-Yo podría enseñarte si me dejaras. Explicarte de diferentes formas que significa eso que estás sintiendo si tú me lo permites ¿Quieres entenderlo?

-Sí, quiero entenderlo.

- ¿Estás segura?

-Sí.

- ¿Harás lo que yo te diga sin cuestionarme?

-Mientras no sea nada malo, claro.

-No, todo lo contrario, es maravilloso, me lo agradecerás.

-Entonces quiero saber.

-Sin embargo. Se detuvo. Sino haces algo bien, debo corregirte.

- ¿De qué manera me va a corregir? ¿Va a doler?

-No, preciosa. No dolerá, te encantará la forma en que te voy a corregir.

-Yo estoy dispuesta, pero aun no me dice lo que piensa de mí.

- ¡Ah, sí claro!

-Necesito que practiques lo que te pedí, y mientras te voy diciendo.

Puse mis manos en el piano, y practiqué las distintas notas.

-Considero que eres una jovencita muy hermosa, tienes una cara muy hermosa e angelical, tu boca es perfecta, tu cintura, tu todo.

- ¿Me encuentra así de hermosa?

-Sí, pero necesito que dejes de tratarme de usted.

- ¡Perdón!

-Y también necesito que dejes de pedir perdón.

Se sentó frente a mí.

-Necesito un favor muy grande.

- ¿Qué?

-Cuando tengamos nuestras clases, quiero que siempre estés sin tus bragas.

Me cubrí la cara, mi corazón se aceleró.

-Eso no sería decente de mi parte.

-Dijiste que querías entender ese calor que sentías, necesito que cuando estemos en nuestras lecciones estés sin ropa interior ¿Quieres aprender?

Apreté una tecla por error, y la mantuve presionada por más tiempo.

- ¡Bueno!

-Sigamos con la lección.

Se puso atrás mío y acercó su cara a mí, sentía su respiración en mi cuello.

Mi cuerpo temblaba al tenerlo tan cerca.

-Olvidaba. También quiero que tomes notas de lo que vayas sintiendo.

- ¡Esta bien!

La clase continuo, me paso más material para estudiar. Y finalmente miró su reloj.

-Ya es hora que me vaya. Antes, tu madre me ha pedido que tomes dos lecciones a la semana, así que nos veremos en dos días más, bella Isabella.

- ¡Oh, perfecto!

- La próxima clase será una mezcla de que sientas y de que aprendas.

- ¡Esperare ansiosa mi próxima lección!

-Yo también, Isabella.
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PequeñaDiosa
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El Profesor de Piano: Tercera Parte y Final.

Mensaje por PequeñaDiosa »

Esos dos días se me hicieron eternos esperando, no podía casi ni conciliar el sueño pensando en lo que mi profesor de piano me enseñaría. Ya no solo serían lecciones relacionadas con el instrumento, sino también podría comprender lo que sentía.

Al fin se acercaba la hora, me metí a mi habitación, me quité las bragas, sintiéndome un poco confundida y extraña al andar con mis partes pudendas casi al aire, podía sentir una pequeña brisa que entraba a mi entrepierna. Me causaba algo extraño estar así.

Escuche el timbre de la puerta, era el, y se veía más guapo que otras veces. Mi madre y él se saludaron. Yo me acerque de a poco sin dejar de percibir la mirada sonriente que me daba Albert.

Mi madre se fue al jardín como siempre.

Entramos a la sala, sentía mucha ansiedad.

Él se sentó a mi lado, sin decir palabra, y comenzamos la lección repleta de formalismo.

Seguí tocando las notas, hasta que me equivoqué en una.

-Perdón, señor, lo volveré a hacer.

-Tres errores consecutivos, eres todo un caso, Isabella. Tendré que castigarte, jovencita.

-Perdón, lo siento. No volverá a ocurrir señor.

-¿Sigues? Abre las piernas.

- ¿Qué?

-Que abras las piernas.

-No ¿Por qué?

-Ábrelas y entenderás. Sonrió maliciosamente.

Abrí lentamente mis piernas, el metió una de sus manos bajo mi vestido. Yo lo frené con la mía y atajé su mano.

- ¿Qué hace?

-Enseñarte, corregirte por tus errores no solo al dirigirte a mí, sino también de tu manera de tocar el piano, además te dije en muchas oportunidades que no quería escucharte decirme señor, ni perdón ¡Ahora tu castigo, quita tu mano, Isabella! Déjame hacer mi trabajo.

Nuevamente intento meter más su mano llegando hasta mis muslos, y le ataje la mano.

-No, esa es mi intimidad. Nadie nunca la ha tocado, ni yo.

-Entonces no podrás entender.

-¿Debe ser así?

-No hay otra forma, Isabella.

-No pensaba que sería de este modo.

Quito su mano lentamente, y la detuve cerca de mi rodilla.

-Isabella, no quiero obligarte a nada, pero… ¿Por qué detuviste mi mano? Sonrió.

-Porque quiero aprender, si esta es la forma para comprender, y no me perjudicara, quiero hacerlo, solo… no se lo diga a mi madre, por favor.

- ¡Estás loca! Jamás se lo diría, es nuestro secreto, Isabella.

-Nuestro secreto. Sonreí.

- ¡Sí!

- ¿Me dejaras corregirte?

-¡Sí! Susurre.

Quite mi mano de la suya, y él fue subiendo lentamente, se encontraba cerca de mis muslos, los apretó, yo casi me caigo el impacto que me causo, y fue subiendo más hasta llegar ahí, a mi sexo.

-¡Oh, no pensé que lo harías! Que sucia eres.

-Perdón, perdón. Usted me lo pidió, yo hice lo que me pidió. Comencé a sollozar.

Quito su mano y me abrazo.

- ¡Tranquila, tranquila! Es solo una broma, me gusta que muestres obediencia ¡Muy bien, Isabella! Y me seco las lágrimas con un pañuelo que saco de su bolsillo.

-Yo no quiero que pienses que soy una sucia.

-Te explico, en estas situaciones que involucran la piel, no es malo decirte sucia u otros apelativos. Es un juego, con el tiempo te va a encantar que te trate así. No significa que lo seas, es jugar.

-¡Ah! Si entonces no piensas eso de mí, te dejo que me llames como quieras para no echar a perder el juego.

- ¡Bueno, creo que sigamos con la lección de piano mejor!

-No, quiero aprender eso también que usted me estaba haciendo. Sentí algo.

- ¿Qué sentiste?

-Calor, pero un calor maravilloso. Solo por un momento sentí que algo se estaba prendiendo en mí.

El metió su mano nuevamente, subió hasta mi muslo, lo apretó, suavemente fue llegando a mi sexo, tocó, uno de sus dedos se metió en él, presiono un poco, y fui sintiendo que me incendiaba. Bajo más hasta mi hendidura, y metió de a poco un dedo, solo el inicio. Comencé a chillar, el me tapo la boca.

-Sé que eres virgen, tendré cuidado. Pero cada vez que me digas Señor, perdón o te equivoques en una nota, este dedo irá entrando más y más en ti hasta provocarte un placer que sentirás que quieres desmayarte. Te darán ganas de quitarte la ropa, y pedirás más.

Mis ojos estaban turbados, y mi boquita soltaba pequeños gemidos, el movía lento el dedo, solo la yema estaba adentro, hizo ademán de quitar su mano, y yo se la detuve.

-No, Isabella. Si te equivocas, te corrijo. Sigamos con la lección, y hazlo bien, porque hoy puede ser un dedo, mañana puede ser otra cosa.

Segunda parte: El profesor de Piano.

Nuestra clase continuo normalmente. Se despidió de mi como siempre.

Cuando Albert se fue quede un tanto confundida y curiosa con lo que había iniciado en esta clase. Quería saber que más podría llegar a sentir ¿Qué otra cosa podría ingresar entre mis piernas? A parte de ese maravilloso dedo alargado y delicado que me provoco un gran ardor en mi interior. Yo no sabía si eso podía ser bueno o malo para mí. Solo quería continuar con este juego que me presentaba.

Los días pasaron hasta la próxima clase, escribí montones sobre mi querido profesor de piano, sus lecciones cada vez se habían puesto más interesantes.

Me avergonzaba un poco lo que estaba sintiendo, esas ganas que me entraban en la noche por explorarme, pero siempre me contuve.

Mi madre por su parte no dejaba de hablar maravillas de Albert en las sesiones de té con sus amigas. Nadie sospechaba que era más que un profesor que enseñara piano.

Hasta que el día llego de nuestra próxima clase. Lo espere como me lo había pedido, sin bragas.

Nos encontramos en el salón yo seguí tocando mis notas y el comienzo básico de una tonada común.

Estaba inspirada tocando, sentía que estaba aprendiendo muy bien. Hasta que me equivoque.

-Perdón, señor. Lo volveré a hacer.

Él se puso por atrás mío, poso una de sus manos en mi cuello, comenzó a bajar lentamente mientras decía:

-No me gustan los errores jovencita. Yo dije que iban a ver castigos.

Siguió bajando sus manos hasta uno de mis pechos, lo apretó suavemente. Luego, poso su mano libre en mi otro pecho y comenzó a masajearlos.

Yo eché mi cabeza para atrás y cerré los ojos.

- ¿Quién te dijo que dejaras de tocar? Concéntrate, Isabella.

Comencé a tocar nuevamente la tonada, sin poder dejar de cometer errores por las sensaciones que me provocaban sus manos en mis senos. Mis pezones se elevaron, y el comenzó a pellizcarlos suave, y subía la intensidad a medida que me equivocaba. Yo no podía concentrarme y comencé a gemir bajo.

-Isabella, debes concentrarte.

-No…No puedo…Adoro lo que haces con mis senos.

Me giro y quede frente a él.

-¡Abre las piernas!

Las abrí de inmediato, metió una de sus manos, me rasgo los muslos y lentamente uno de sus dedos se internó en mi vulva buscando mi clítoris. Presiono levemente, yo sentí un calor intenso en mi vientre, y di un pequeño gritito. Me puso una mano en la boca.

-Puedes gemir, pero te cubriré la boca. No queremos que tu madre sospeche.

-¿Qué me está haciendo?

-¿Te molesta?

-No, todo lo contrario. Es muy agradable.

-Es solo el comienzo, Isabella.

-¿Por qué…Por qué…me gusta tanto?

-Porque es uno de los puntos de placer que tienen todas las mujeres.

Siguió presionando mi clítoris, logrando incendiarme, mi boca cubierta por su hermosa mano, acallaba mis gemidos.

Fue bajando hasta mi hendidura y metió uno de sus dedos.

-¿Quiero que me digas las notas musicales?

-¿Qué?

-Dímelas…

-Do…Re…Mi…Fa. Suspire.

-¡Sigue!

-Sooooollll…

-Continúa, preciosa.

-Laaaaa.

A este paso ya no podía continuar, sentía que poco a poco me iba desvaneciendo.

-Continúa.

- Siiiii…Doooooo.

Mis piernas se tensaron, y el Do siguió sonando en mi boca fuertemente. Él sonreía mientras iba quitando su dedo. Lo metió en mi boca, y puse una cara de asco.

-No pongas esa cara, Isabella. Son tus fluidos, es tu orgasmo, un orgasmo en Do es perfección. Nunca se te olvidaran las notas. Lo practicaremos de otra forma.

Me giro nuevamente, me puso frente al piano. Paso sus manos por mis hombros, tomó mis manos y me indico en que equivocaba.

-Quiero que te levantes ahora, Isabella.

Extrañada me levante. El subió gran parte de mi vestido por atrás. Y metió una mano de lleno en mi sexo nuevamente, introduciendo de a poco un dedo.

-¿Otra vez? Pregunté.

-Sí ¿Por qué? ¿No te gusta, Isabella? ¿No te gusta lo que tu profesor te está enseñando?

-Me gusta la forma en que me enseña a tocar piano, y a sentirme.

Mis ojos se cerraron, me mordí el labio, queriendo que su largo dedo entrará otra vez.

-Bien, las notas, ahora en el piano.

Comencé a tocar el Do, y sucesivamente las otras, cada nota que tocaba, su dedo entraba más en mí, lo movía acorde a las teclas. Continuó hasta que termine.

-Ahora al revés.

Do, Si. Mis piernas tiritaban, no podía mantenerme en pie cuando sentí que otro dedo estaba entrando, me quejé un poco. El paso su mano por mi mejilla y la besó. Estaba en rojo vivo. Quería encontrar su boca, pero no me atrevía a pedirle eso. Simplemente sentía sus labios en mi mejilla besándome continuamente. Sus dedos entraron cada vez mejor, sentía un poco de dolor. Sin embargo, la humedad la podía percibir.

-Te estoy preparando, Isabella.

-¿Preparando para qué? Gemí.

-Ya verás, no seas impaciente. Pero hoy no será, la próxima no sé. Veremos cuando yo estime conveniente. Cabe decir, que por acá no es precisamente donde deseo entrar. Me gusta el estilo normando.

-¿Qué es el estilo normando?

-Entrar por otro lugar, te lo explicare en las siguientes clases. También debo prepararte.

Sus dos dedos se internaron más, y más violento. Yo seguí tocando las notas en el piano, cuando sentí mis piernas tensar, y quedé en FA.

El quito sus manos. Se sentó junto a mí, y me ordeno seguir tocando la tonada anterior.

-Quiero pedirte algo, Isabella.

-¿Qué? Lo miré de reojo mientras tocaba.

- Quiero que las noches en qué no este te toques.

-¿Me toque?

-¡Sí!

-Que te toques como yo lo hice. Quiero que sientas lo que te provoco mi dedo, pero ahora con las tuyas. Quiero que poco a poco te abras para mí, eso me permitirá enseñarte otras cosas. Si prometes hacer eso a diario, es probable que me atreva a enseñarte algo mejor.

-¡Claro, claro que lo haré!

-¿Quieres continuar con estas lecciones?

-Con las lecciones de piano, y las otras. Cubrí mi cara.

El quito las manos de mi cara, y paso una de ellas por mi mejilla.

-Adoro esa pureza que tienes, esa inocencia.

-Yo adoro sus lecciones, señor.

Agarro mi moño y lo tiro para atrás.

-¿Qué hace?

-Te dije que buscaría la forma de castigarte si volvías a decirme señor.

Se levantó, se sentó en el sofá, y me indico que me acercara a él, me recostara en sus piernas.

-¿Para qué?

-Sin preguntas, solo hazlo.

Me recosté en sus piernas, como si fuera una niña pequeña, levanto mi vestido dejando mi trasero al aire.

-¡Levanta más el trasero!

Lo levante, y comenzó a darme nalgadas suaves.

-¿No me volverás a decir más señor ahora?

-No, señor. Sonreí.

-¡Ah, ya veo a lo que quieres jugar! Eres una niña mala.

Comenzó a golpearme con más intensidad, y yo no dejaba de repetir señor para que siguiera con el juego. Cada vez golpeaba más fuerte, y yo sentía una satisfacción tan grande en cada contacto de su palma en mi trasero. Me ardían, pero quería que continuara golpeando más fuerte. Uno de sus dedos se metió brusco en mi sexo, chille un poco. Comenzó a meterlo más y más, luego otro. chille más fuerte, me golpeaba y metía sus dedos feroces en mi entrepierna.

-¿Crees que tu madre escuche?

-¡No! Esta fuera de casa, en el jardín no se escucha nada. Gemí.

-Entonces puedes gritar.

Comencé con la tonada más bella según Albert, mis gemidos y mis grititos. Sentía que mi boca era dulce sinfonía, sus golpes, sus dedos, mi boca, el orgasmo. Las lecciones.

Me levantó, y me dijo:

-Creo que no podré esperar. Pero debo aguantar. Quiero enseñarte algo.

Nos levantamos. El bajo su cremallera, dejando salir un enorme bulto. Yo lo mire asombrada, era largo, blanco y gordo.

-Eso es lo que quiero que entre en ti. Puedes tocar si quieres.

-¡No, qué vergüenza! Me cubrí los ojos.

El brusco quito sus manos de mi cara.

-Quiero que lo mires, quiero que lo toques ¡Arrodíllate frente a él, ahora!

Me arrodillé, y tuve muy cerca su bulto en mi cara.

-Mi pene está erecto desde el primer día que puse un pie en esta casa, tu provocas esto en mí. Lo mismo que yo te hago sentir cuando meto mis dedos, mi pene te lo hará sentir el doble. Así que míralo y respétalo, porque el placer que te concederá no te lo imaginas. ¡Ahora tócalo!

Agarro una de mis manos viendo que no tomaba la iniciativa y la puso en él. Estaba duro, la piel era suave.

-Ahora mueve tu mano de arriba abajo. Tomó mi mano con la suya, comenzó a subirla y bajarla.

-¡Oh!

Echó la cabeza para atrás y me pidió continuar.

-¡Excelentes manitas de pianista, excelentes manitas para masturbar! Te verías más linda sin ese moño anticuado. Me desarmo el moño y mis cabellos cayeron hasta mi espalda.

-Madre va a sospechar.

-¡Te ordenas después! Te quiero con el pelo así, te ves tan hermosa. Me quito las gafas.

-¡Oh! Seguí masturbándolo.

-¡Eres preciosa! Quiero ver lo que puede hacer esa boquita, no dejes de masturbar, pero ahora acerca tu boca a él.

Acerqué mi boca de forma tímida, comencé a pasar mi lengua. El tomo mi cabeza y metió todo su pene en ella. Sentí nauseas.

-¡Perdón! Pero esa es la forma, intenta que cada vez sea más adentro, Isabella.

Comencé a meterlo de a poco dentro de mi boca, sin dejar de masturbar la base. Era un miembro enorme, sentía la boca llena, y lo miraba de vez en vez. Observando que su boca estaba abierta, y gemía bajito. Era tan guapo. Continué por un largo rato.

-Debes estar atenta, pronto vendrá. No dejes de chupar, y mi pene te compensara.

Seguí las indicaciones que me dio, hasta que su pelvis se comenzó a mover compulsivamente, mi boca se llenó de un líquido caliente que me chorreo un poco el vestido.

-Debes tragarlo. Se bebe.

Lo tragué con dificultad.

-Tiene un sabor raro.

-Es el sabor de mi orgasmo, Isabella. No es nada rato, te acostumbraras. No seas maleducada.

- ¡Perdón!

-Otra vez el perdón, pero te disculpare por esta vez. Porque me hiciste sentir maravilloso. Descargar en tu boquita fue exquisito. Continuemos con las lecciones.

Saco un pañuelo, me limpio la boca y luego el vestido. Nos sentamos ambos satisfechos a terminar la clase.

En la espera de nuestra próxima clase comencé en la noche a explorar mi cuerpo como me lo había indicado mi profesor.

Con mucho pudor, baje una de mis manos a mi sexo, palpe curiosa. El solo contacto de mis dedos en aquellas zonas que me había indicado encendieron en mí esa llama, no era lo mismo, pero igual de satisfactorio. Sobre todo, cuando ingrese uno de mis pequeños dedos en mi entrepierna, sintiendo todos mis pliegues, el acelerar de mi corazón, los jugos que iban embadurnando mi dedo a medida que entraba y salía. Cerré mis ojos, y fui hasta mi clítoris presionando de lado a lado, hasta sentir la culminación, el chorro que salía de mi hendidura y el gemido bajito. Me sonroje después de esto, con imágenes vividas de su falo en mi cara.

Otra vez nos encontramos en el mismo sitio, las mismas notas, la misma canción, y su belleza que me cautivo desde el primer momento que puso un pie en mi casa.

Nos sentamos, nos miramos. Y su boca beso la mía, mientras sus manos buscaban internarse en mi entrepierna, el calor de la habitación ascendió. Tomo una de mis manos y la puso en su sexo. Yo comencé lento a acariciar, sintiendo como esa parte se elevaba con mi tímido contacto. Su lengua se internó en mi oído, se revolcó en él, cubriendo con ella no solo ese sector, sino todos mis puntos sensibles que provocaban un fuego arrollador. Mi boca emitía bellos sonidos en el oído de mi querido profesor, que ascendían a medida que me estimulaba gratamente.

De un momento a otro me tomo fuertemente, puso mis manos en el piano, levanto mi vestido, escuche que bajaba su cremallera. Poco a poco iba ingresando su pene en mi sexo, abriéndome dolorosamente. Tiraba de mi pelo para que olvidara de vez en cuando el dolor que me provocaba la abertura de mi sexo virginal. Ingreso de golpe, y comenzó el bamboleo, escuchaba como su pelvis chocaba con mis nalgas. Me rasgaba. Luego, de un buen tiempo ingresando, sentí adormecida esa zona, apreté los dientes, miraba para todos lados.

Era una mezcla de excitación, mi primera vez, romperme. El agarro mis caderas con sus hermosas manos, y entraba violento. Olvidando ya la delicadeza que me había prometido. Observé un momento su cara. Sus ojos cerrados, una pequeña sonrisa, la cara de satisfacción. Y me sentí tranquila, porque Albert estaba disfrutando.

No me queje, no gemí. Solo intentaba comprender que era esto que pasaba.

-La primera vez no es tan maravillosa, Isabella. Me susurro al oído.

- ¡Tranquilo! Pequeñas lágrimas brotaban.

- Te prometo que para una próxima disfrutaras, querrás más. Siempre vas a querer más, y yo me veré con el deber de complacerte.

Siguió. Finalmente sentí sus dedos clavarse en mis caderas, y el penetrar profundo. Algo llenaba mi sexo.

Descanso un momento en mi espalda. Me dio vuelta y me beso.

-¡Eres perfecta! Y tu sexo es una delicia, me siento muy afortunado de ser el primero que entrara por ahí. Limpio mis lágrimas.

- ¡Yo también me siento afortunada!

Intente caminar, pero mis piernas se quebraban, aun sentía las pulsaciones en mi sexo. Como si aún estuviera dentro de mí. Me provocaba cosquillas, no había dolor. Solo una sensación extraña. Trate de sentarme incomoda, con un chorreo intermitente de sus jugos.

- ¿Te gusta que te haya llenado de semen?

- Aun siento tus jugos entre mis piernas. Es placentero.

- Sí, fue mucho más placentero acabar ahí. Pero no hemos terminado.

- ¿Qué más quieres enseñarme? Mi cara se ilumino.

-Ponte en la misma posición.

Me apoye nuevamente en el gran piano de mi querido padre, el levanto mi vestido, bajo hasta mis nalgas, las abrió. Me sonroje.

- ¿Qué haces?

-Te va a encantar.

Metió su lengua completa en mi trasero, comenzó a lamerlo, a chuparlo, escupió varias veces en él.

-Ahora chúpamelo.

Me agarro del brazo brusco y me puso de rodillas ante su pene, lo metí en mi boca, chupando apasionada ese bello miembro que me ofrecía.

-Quiero que lo escupas.

Comencé a escupir sin entender nada varias veces, hasta que quedo cubierto de mi saliva. Me levanto y me puso nuevamente en la posición.

-Esto va a doler un poco más.

Y sentí su pene en mi trasero, ingresaba en mi agujero, raspando los pliegues. Otra vez la sensación de rasgarme. Comenzó a darme palmadas fuertes, mientras ingresaba más y más.

No podía dejar de quejarme por el ardor. Ahora también me abría desde otro lugar, de un lugar que yo entendía que se utilizaba para otros fines. Entro cada vez más, y algo se activó en mí, comencé a gemir descontrolada. Él puso una de sus manos en mi boca para acallar mis grandes gritos.

-Creo que te gusta más que entre por este lugar.

Me agarro sin sacar su pene y me puso en el piso en cuatro, agarro fuerte mis caderas y entro cada vez más, mordí una parte de mi vestido, gotas de sudor se avecinaban por mi frente, mi cara estaba roja, y disfrutaba profundamente su pene en mi culo.

-Este es el estilo normando, te cojo por el culo.

Mi vagina se llenaba de jugos, de solo sentir su pene dentro. Paso una de sus manos por mi clítoris, y comencé a perder la cabeza, solté el vestido, grité como una diabla. Rasguñe el suelo, quería morder. Me mordí el brazo para tranquilizar mis gemidos. Metió uno de sus dedos en mi hendidura.

-Estas realmente mojada, jovencita. Creo que te gustará más que te dé por el culo.

Termino acabando, se alejó, y me pidió quedarme en esa posición para ver como sus jugos se deslizaban por mis muslos. Yo satisfecha sentía como bajaba todo su semen.

Se acercó y me tendió un pañuelo.

-No, quiero quedarme así, quiero quedarme con tus jugos en mi sexo y mi culo.

-Isabella, estás completamente desatada.

- ¡Quiero más!

-No, nada más por hoy, debemos seguir con tus lecciones. En otra clase continuaremos explorando más.

La clase acabo, me beso la frente y me dijo:

-Nos volveremos a ver otra vez, Isabella.

Espere largos días para ver a mi apreciado profesor.

La clase nunca llego. Me quede con el recuerdo de quien ingreso en mí por todos lados. Me entrego mi primera experiencia.
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Re: El Profesor de Piano: Tercera Parte y Final.

Mensaje por imation »

PequeñaDiosa, muevo a este subforo tus mensajes, creo que es el sitio indicado. Y por cierto, falta la primera parte...
Leyendo: Ensayos, George Orwell.


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lucia
Cruela de vil
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Re: El Profesor de Piano: Segunda Parte. (erótico +18)

Mensaje por lucia »

Ese profesor es un hijoputa. :evil: :evil:

Por cierto, en los diálogos se pone otra raya cuando dejan de hablar y se comenta lo que hacen.
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