Augurio de una condena (Novela)

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Extrem05
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Re: Augurio de una condena (Novela)

Mensaje por Extrem05 »

9 de Agosto de 2013, Lena Ruz.

Entreabrí los ojos.

―Ugh… ―balbuceé mientras presionaba mi mano contra la cabeza en un vano intento de mitigar el intenso dolor que se apoderaba de mí.

Me había pasado con la bebida y el café cargado que me estaba tomando no me ayudaba en nada, incluso tenía la sensación de que me estaba dejando peor cuerpo del que ya tenía, y lo peor de todo era que ni tan siquiera era pude degustar su sabor. Y a pesar de mis intentos de olvidar, igual que cada mañana, tenía la amarga sensación de que me merecía todo lo que estaba experimentando. Apenas había dormido un par de horas, tenía el estómago cerrado y me dolía la cabeza. También me estaba comenzando a doler el brazo de tanto apretar, por lo que decidí parar pues ya llevaba en esa postura como diez minutos y todo continuaba igual que al principio. Además, me estaba empezando a cansar.

Me levanté de la mesa, busqué entre los cajones algo que me ayudase con mi problema y entonces encontré unos analgésicos. Me los tomé con un poco de agua y me fui directa al cuarto de baño. Llené la bañera hasta arriba con agua tibia y con mucha espuma. Eché unas sales de baño al agua, esperé unos minutos y me metí dentro. Me tumbé y esperé otros cinco minutos con la esperanza de relajarme y aliviar el dolor. Me encantaban los baños relajantes, me tomaba uno casi todos los días pues me ayudaban a evadirme y a serenarme, a activarme para empezar el día.

Cuando me sentí lo suficientemente relajada cogí la página del periódico que me entregó el parguela y que había preparado junto a la bañera, la desarrugué y me dispuse a leer todo mientras me relajaba dentro de la bañera:

“Se busca menor desaparecido en Forlón.
Jaime Garrido. Desaparecido el 7 de Agosto de 2013.
La última vez que lo vieron sus padres fue en su habitación, cuando lo dejaron para que durmiera. Los padres aseguran que escucharon un ruido y que cuando fueron a ver qué ocurría el niño ya no se encontraba en su habitación. No se sabe con certeza si fue un secuestro o si el niño ha huido por algún motivo.
Si alguien lo ha visto, por favor que contacte con la policía de Forlón. El niño tiene 7 años, pesa unos 23 kg, pelo negro, tez morena, ojos oscuros y constitución delgada. Vestía un pijama con un estampado de ositos cuando desapareció”

La noticia también adjuntaba una foto del crío, así que no llegué a comprender muy bien por qué ofrecían también una descripción física. Claro que esto es lo que suele ocurrir cuando contratan a niñatas y a becarias inexpertas en vez de dejar trabajar a profesionales como yo. Tanto estudiar y formarte para que luego solo se fijaran en la imagen. Me ponía enferma solo de pensarlo. La sociedad era una mierda y el machismo era alimentado día y noche por ella. La prueba de ello fue que me hubieran echado tras la desfiguración de mi rostro.

Tiré la página al suelo y me sumergí en el agua para no pensar más en esta mierda; pero, al apartar estos pensamientos, en su lugar, la imagen de Alex no paraba de venirme a la cabeza. Quería evitarlo pero me acababa de tomar unas pastillas y no tenía el cuerpo como para volver a empezar a beber. ¿Qué ha sido de ti, hijo mío? Saqué mi cabeza del agua y abrí el ojo. Me quedé pensativa, tumbada en la bañera y con deseos de quedarme así para siempre, pero el agua se estaba enfriando demasiado y yo debía tomar una decisión antes de que esto ocurriera. Odiaba al memo, estaba segura de que él había tenido algo que ver con la desaparición y posible muerte de Alex. Pero no tenía pruebas, no podía hacer nada contra él a no ser que me tomara la justicia por mi mano. Quizá era hora de actuar, de encontrar algo que le incriminase. Quizá este pobre Jaime y su desaparición pudieran ayudarme en mi causa, pues no hay mal que por bien no venga.

La policía no iba a encontrar una mierda, pues son unos ineptos de categoría, pero era factible el hecho de que este crío aún tuviera alguna esperanza de continuar con vida y de que mis métodos menos convencionales le ayudasen a salir de esta.

No me sentía con muchas ganas de comenzar una investigación como las que hacía antaño como periodista para mis reportajes. Pero sentía que tenía como la obligación de encontrar a Jaime antes de que fuese demasiado tarde. Me había determinado a mí mismo a intentar hacerlo, pues ha desaparecido de la misma forma en la que lo hizo Álex. Tenía que hacer algo al respecto. Por mí misma y por él, sentía que se lo debía por todo aquello que no hice cuando desapareció. Al menos tenía que intentarlo.

Me levanté, salí de la bañera, me sequé el cuerpo y me dispuse a elegir atuendo con el que comenzar mi misión, mi primera investigación en más de un año. Abrí el armario del cambiador y eché un ojo, nunca mejor dicho: ―No, no y no― musitaba mientras iba apartando atuendos.

No sabía que ponerme para esta situación. No quería ir excesivamente elegante, pero tampoco muy informal, más bien necesitaba un término medio.

―Vamos a ver que tenemos por aquí… ―musité.

Entre tanta indecisión y fondo de armario, sentí como uno de mis trajes me llamaba y me atraía hacia él de forma irremediable. Entonces me asomé al fondo y vi mi antiguo traje de reportera, que me llamaba tras llevar un todo un año de vacaciones. Este fue mi traje favorito por aquel entonces, cada vez que me lo ponía me hacía sentir alguien importante, alguien especial y diferente a los demás. Decidí volver a contar con él, pues para averiguar lo que le había pasado a Jaime debía volver a ejercer. Era un traje de tonalidades oscuras, muy elegante y ajustado y con un increíble escote que atraía la atención de todo hombre heterosexual y mujer lesbiana a mí paso, desviando con ello el interés por la deformidad de mí rosto.

Tras vestirme, me arreglé un moño y fui a mirarme al espejo: Me veía despampanante, era como si el tiempo no hubiera hecho mella en mí. Al menos de cuello para abajo, pues luego miraba el semblante que me acompañaría por el resto de mis días y me entraban ganas de ponerme a llorar. No me acostumbraba a esto, cada vez me costaba más mirar lo que había bajo este parche oscuro que llevaba.

Una vez vestida me acicalé hasta que me vi perfecta, pero sentí que aún me faltaba una cosa, algo ajeno a mi vestimenta o maquillaje y a mi aspecto físico. Fui al comedor y palpé con mi mano por debajo de la mesa hasta que di con lo que buscaba: Mi revolver Webly del calibre 38, un arma monísima que conjuntaba con cualquier cosa que llevara puesta. Esta arma la conseguí en el mercado negro tras el ataque que sufrí en casa. Aún no la había usado, ni siquiera sabía cogerla o disparar con ella, pero me hacía sentir más segura, más poderosa. La necesitaba conmigo, así que elegí un bolso pequeño a juego con el traje y la guardé dentro.

Salí de mi casa con la información necesaria y con unas gafas de sol para protegerme del daño que normalmente este me provocaba tras mis numerosas resacas. Los padres de Jaime vivían un tanto lejos de mi apartamento, en una urbanización al oeste, así que preferí coger el coche a pesar de que estaba segura de que el tráfico iba a ser estresante y dañino para mi cabeza. No obstante, decidí aprovechar el atasco para practicar un poco la dicción, llevaba tanto tiempo sin ejercer que estaba algo desentrenada, pero tras un par de minutos practicando caí en la cuenta de que esto lo llevaba en la sangre. Era lo mío, no debía preocuparme.

Al cabo de un rato llegué a la urbanización donde residía la familia de Jaime. Me bajé del coche y busqué el número de su vivienda.

―Número veinte, número veintidós ―murmuré mientras iba contando en voz alta―. Aquí es, número veinticuatro.

En frente de la puerta de la vivienda familiar había a un chico extremadamente delgado que vestía una sudadera verde el doble de grande que él. Estaba dejando algo en el buzón de los Garrido. Al acercarme, se percató de mi presencia y salió corriendo, como asustado. Al principio pensé que era por mi deformidad, pero luego caí en la cuenta de que llevaba puestas las gafas de sol, por lo que el motivo debía de ser otro. Pero para miedo el que inspiraba él, pues era un yonqui de categoría, de lo peor de la sociedad. Tenía la piel amarillenta y llevaba puesta la capucha de la sudadera.

Examiné la carta que había dejado en el buzón, con su apresurada huida no le dio tiempo a colocarla bien por lo que sobresalía un poco. Me fue muy fácil obtenerla. Le eché un ojo a la extraña carta: No ponía remitente, ni destinatario, ni nada. Me pareció un tanto misterioso así que me la guardé en el bolso que traía conmigo con la intención de leerla más tarde.

Me puse erguida, acomodé mi moño por si se había movido y llamé al timbre. Al cabo de dos minutos, una joven pareja abrió la puerta.

―¡Hola! Estoy investigando la desaparición de su hijo. ―Me llevé la mano al pecho―. No sabéis cuánto lo siento. ¿Me permitís pasar y haceros unas preguntas?

Ambos se quedaron mirándome el uno al otro sin articular palabra. Parecían cansados y abatidos, iban embutidos en pijamas comprados en el rastrillo y estaban muy desaliñados. La mujer incluso tenía manchas de comida por el rostro, manifestando su indiferencia por la vida y por todo lo que le quedaba en ella.

―¿Es usted policía? ―preguntó la mujer.

―No, soy periodista ―respondí.

―No, por favor. No queremos hablar con la prensa, respete nuestra intimidad y nuestro dolor y váyase de mi casa.
―Pero es que yo no soy cualquier periodista, soy la mismísima Lena Ruz. ―Ambos se volvieron a mirar y pusieron cara de incertidumbre―. ¿Es que nadie en esta ciudad veía el maldito noticiario?

―No creo que usted aporte nada a la investigación policial ―continuó el hombre―. Fuera de aquí o llamaremos a la policía.

―Espere, sé quién es ―dijo la mujer―. He estado buscando casos similares en internet. Su hijo también desapareció, ¿verdad? Apenas he podido encontrar información, ¿qué fue de él? ―preguntó mientras me cogía las manos con fuerza y con la esperanza de que le diera una buena noticia.

―Oficialmente, sigue desaparecido ―dije con todo el dolor de mi corazón―. Pero lo que encontraron me hace pensar que está muerto.

―¡No! ―La madre de Jaime comenzó a llorar y a estrujarme la mano derecha―. ¡Jaime está bien! Tiene que estarlo, mi pequeño ―Se derrumbó―. No, no, no. ―Apenas se la entendía, estaba tan apenada que no podía gesticular palabra.

―¿No tiene decencia? ¿Cómo puede venir aquí a hacer negocio cuando a su hijo le pasó lo mismo que al nuestro? ―preguntaba el atontado del marido de esta señora de forma retórica.

―¿Me pides decencia tras perder a mi único hijo? ―pregunté―. La decencia es lo de menos en este momento. La decencia os la dejo a vosotros que aún tenéis esperanzas, mi hijo lleva desaparecido un año.

―Tom, déjala que pase ―dijo la mujer serenándose.

La señora me extendió su mano y yo se la acepté. Me ayudó a subir el escalón de la entrada, con ello invitándome a entrar a su casa. Sin mediar palabra me llevó a través del jardín hasta su hogar y me invitó a subir a la habitación del desaparecido Jaime.

―Este es el cuarto de mi hijo ―dijo uno vez estuvimos dentro.

Observé con atención bajo la atenta mirada de la afligida madre. La habitación del pequeño parecía conservarse tal cual se quedó cuando desapareció. La cama estaba sin hacer y había varios juguetes esparcidos por el suelo. Me acerqué a una cómoda situada junto a la ventana y miré las fotos que había sobre ella. Cogí una de las fotografías en las que aparecía toda la familia, parecían ser felices, justo como nos veíamos el memo y yo meses antes de la desaparición de Álex.

―Era un niño muy guapo ―murmuré.

―Es ―contestó su madre.

Dejé el marco en su lugar y di media vuelta.

―Yo… Yo… ―murmuraba la señora―. Sé que Jaime no se ha escapado de casa, alguien se lo ha llevado y solo de pensar en el motivo que podrían tener para hacerlo me pone enferma. ―La señora dejaba escapar alguna lágrima mientras hablaba que rápidamente se limpiaba con la manga del pijama―. ¿Cómo puede seguir usted hacia delante con esta incertidumbre?

―Le aconsejo comprar un par de botellas de vino ―musité―. Pero yo he venido porque quiero hacerte algunas preguntas, te prometo que no publicaré nada en la prensa.

―Ya sé que preguntas me va a hacer. No hay mucho que contar, sobre las doce de la noche escuchamos un ruido en su habitación y al ir a ver qué ocurría él ya no estaba.

―¿Escucharon algún grito, alguna voz?

―Nada, solo un golpe seco en el suelo y cómo alguien abría la ventana. Eso es todo lo que puedo decir, la policía ya ha examinado toda la habitación y no han encontrado nada. Quienes lo hicieran lo elaboraron todo perfectamente, es como si lo hubieran planeado con tiempo. ―La señora se sentó en la cama de su hijo―. Con usted pasó igual, ¿verdad? Solo que usted sí llegó a tiempo para intentar salvarlo y por ello acabó con eso ―dijo señalando el parche que cubría la cuenca de mi ojo―. ¿Le vio la cara?

No recordaba nada, ni tan siquiera la figura del agresor que se coló por la ventana. Siempre pensé que lo había hecho el memo para deshacerse de nosotros, para librarse de la incómoda situación que teníamos en casa y así poder empezar una nueva vida, pero la desaparición de Jaime de forma tan similar a la de Álex justo un año después me producía serias dudas. Ahora bien, sí que era verdad que parecía que el secuestrador lo tenía todo calculado, ¿para qué querría alguien llevarse a unos pobres niños? Solo pensar en Álex hacia aumentar mis ganas de abandonar esta absurda investigación y volver a coger la bótela de ron.

Carraspeé mi voz.

―Las preguntas las hago yo ―dije.

―Sabe, vi un par de entrevistas suyas de cuando todo esto ocurrió. Aunque no lo aclara, en una ocasión usted misma dejó caer que fue su marido quien lo hizo, ¿de verdad cree que fue él? ―preguntó.

―Ahora es mi ex marido ahora y sí, estoy convencida ―dije a pesar de las dudas que empezaban a cuestionar mis ideas.

―¿Entonces por qué quiere investigar esto? ¿Piensa que su marido puede estar detrás de la desaparición de mi hijo? ―preguntó a duras penas con el rostro aún lloroso―. Yo no lo creo. Sé lo que siente, ¿sabe? Sé que ahora sospecha de todo el mundo y sé que lo más fácil es echarles la culpa a otros, pero creo que también hace esto porque quiere dejar de odiarle.

―No digas tonterías. Incluso si mi ex marido no lo hizo, no le voy a quitar la culpa de lo que nos pasó. Para él fue un alivio, ni siquiera le he visto llorar una sola vez.

―Pero quizás no fue él. ―Volvió a cogerme de las manos de la misma forma en que lo hizo cuando me preguntó por el paradero final de Álex―. Yo estoy cansada, me paso el día en vela, ni siquiera llego a pensar con claridad. Usted ahora está serena y preparada, busque a quien ha hecho esto.

―¿No confía en la policía?

La mujer se echó a un lado y sacó un cigarrillo de su bolsillo.

―¿Esos? ¿Acaso avanzaron algo en la investigación de su hijo? Vivimos en Forlón, en esta ciudad no le importamos a nadie. ―En algo coincidíamos―. Sé que usted como madre y como periodista de investigación llegará más lejos.

―Yo ya no soy madre, no lo olvide. A mí ya no me motiva nada en esta vida y lo que no hice por mi hijo no lo haré por el hijo de otra. Mírate, por favor. No eres capaz ni de darte una ducha y encima quieres que yo encuentre al secuestrador de tu hijo mientras.

―¿Entonces para qué ha venido? ―preguntó el marido, quien escuchaba todo desde detrás de la puerta―. No venga a insultarnos. Váyase de una vez de aquí.

―La verdad es que no lo sé… ―musité.

―Váyase, por favor ―sentenció la mujer.

La señora se quedó sentada en la cama fumándose el cigarrillo que se acababa de encender. Su marido abrió de par en par la puerta de la habitación y me acompañó a la salida, mi visita no le había agradado así que la concluyó cerrándome la puerta de la calle en las narices. Me di cuenta de que estaba un poco desentrenada, había ido a hacer varias preguntas y al final esas preguntas me las habían hecho a mí, esa señora solo intentaba liarme para que usase mis dotes para ayudarla, pero lo único que había conseguido fue echarme un poco para atrás. Se me hizo un nudo en la garganta solo de escucharla, pues me recordó a mí misma hace tan solo un año. Seguía sintiendo que me merecía una venganza, aún si el caso de Jaime fuese algo totalmente paralelo, necesitaba desquitarme de mi dolor. Pero no quería pensar, no quería pasar meses investigando algo que seguramente no me llevaría a ninguna parte.

Volví al coche y me senté dentro. Aún me dolía un poco la cabeza así que decidí esperar cinco minutos antes de volver a conducir. Para hacer tiempo, decidí abrir y leer la carta que había cogido prestada del buzón.

"Sin saberlo, contribuís al equilibrio de la vida. Gracias por este maravilloso presente que habéis traído al mundo."

―¿Qué mierda es esto? ―pregunté en voz baja.

Un instinto desconocido volvió a florecer en mí. Sin pensarlo dos veces arranqué el coche, ignorando el dolor de cabeza y dictando mis pasos con el fuego que ardía dentro de mi corazón, ansioso de venganza. Me dirigí a la zona más infame de la ciudad, sin contar los suburbios, claro está. Tarde poco más de quince minutos, aparqué en un lugar discreto y me dispuse a esperar a que ese mal nacido que dejó la carta llegara a comprar su mierda.

Si uno quiere droga, este era el lugar idóneo para comprarla. Este parque contenía numerosos matorrales y árboles donde poder ocultarte para realizar una transacción segura. También contaba con muchas posibles vías de escape en caso de actuación policial. Además, al ser un barrio pobre y problemático las patrullas urbanas apenas pasaban por aquí. Parecía ser que la policía de esta sucia ciudad estaba demasiado ocupada comiendo donuts y no tenía ni tiempo ni valor como para hacer algún tipo de redada.

Estuve más de una hora esperando, incluso pensé en desistir, pero estaba segura de que ese chico vendría aquí tarde o temprano. Las apariencias no engañan tanto como la gente dice.

Y entonces le vi aparecer por la esquina. Continuaba con la capucha subida y, por su forma de caminar, estaba muy nervioso. Seguramente estaba buscando a su camello habitual.

Cogí la pistola, respiré hondo y me bajé del coche. Fui directa hacia él y no dejé que mi temblor de piernas se apoderara del resto de mí. Le pillé desprevenido, le agarré por la espalda, le empujé tras unos arbustos y presioné el arma contra su cuello.

―¡Eh! ¡¿Qué coño te pasa?! ―preguntó asustado―. Mujer, ¡suéltame! Por favor, te juro que yo no he hecho nada.

―¿Por qué entregaste esa carta? ¿Qué tienes que ver con los Garrido? ―pregunté―. ¿Has secuestrado al hijo de esa pareja?

―¿Qué hijo? ¡¿De qué estás hablando?! ¡No!

Ante su negativa. Presioné el arma aún más para que sintiera el frío de alguien capaz de arrebatarle la vida, pero entonces esta se disparó sola, retumbando por toda la calle, acentuando mi dolor de cabeza y dándole en la oreja derecha. No había puesto el seguro y del tembleque que me entró casi se me cae el arma al suelo, pero tras disparar ya no podía dar marcha atrás. Volví a sujetar el arma con fuerza y apunté a su oreja izquierda con fuerza y determinación a pesar de que me zumbaban los oídos tras el estruendo.

―¡Ah! ¡Mierda tía, joder! ¿Qué te pasa? ―preguntaba el yonqui llorando y dejando caer una enorme baba por su boca.

―¡Responde a mi pregunta! ¡Rápido! ―grité.

El arma había retumbado por todo el parque, no había nadie más pero seguro que los vecinos lo habían escuchado. Debía darme prisa antes de que llegase la policía o alguien que pudiese verme. Menos mal que iba con gafas de sol y el arma no estaba registrada.

―¡De verdad que yo no he hecho nada! ¡Joder! Solo tenía que entregar esa carta. ¡Yo solo hice lo que me pidieron! Mira. ―Sacó un billete de cien euros de su bolsillo derecho―. ¡Mira todo lo que me han dado solo por entregarlo! No miento.

―¿Y quién te la dio? ―pregunté.

―¡Ese tío, ya sabes! Ese de la discoteca Dubai, el calvo. ¡Joder, tía! ¡Me has volado la puta oreja! Estoy sangrando, no me encuentro bien.

―¡Continúa!

Le di un rodillazo en los huevos.

―¡Vale ya! Joder. Me dio estos cien euros por esa tontería, no pude decir que no, necesito la pasta porque debo mucho dinero. De verdad que no tengo nada que ocultar, ¡no me mates!

―Bueno pues, ¡largo de aquí! ―Le agarré por la sudadera, le levanté, le quité el billete de cien euros y le di un puntapié en el trasero―. ¡Y búscate un empleo de verdad, pedazo de mierda! Que no te vuelva yo a ver trapicheando con esa gente.

El yonqui salió corriendo presionando su mano sobre su oreja y, cuando ya estaba al final de la calle, me sacó un dedo, me miró con odio y me gritó algo:

―¡Hija de puta! ¡Te vas a cagar!

Por un momento llegué a asustarme, pero entonces volví a apuntarle con mi preciado revolver Webly y entonces desapareció de mi vista. Cuando me sentí un poco más segura dejé de apuntar, me giré y con paso raudo me dirigí de vuelta a mi coche. Me subí e intenté tranquilizarme, me sentía eufórica y tenía la sensación de que el corazón se me iba a salir disparado contra el cristal del coche. Agarré el volante y apoyé mi cabeza sobre este. Estaba temblando, pero me volvía a sentir viva por primera vez en mucho tiempo. ¿Abandonar la investigación? Ni de puta broma, esto era lo que necesitaba, esta era mi curación. Yo era la mejor periodista de investigación de esta maldita ciudad y todos iban a escucharme. Aún tenía cinco balas en mi revolver y no vacilaría en usarlas todas.
Estaba exultante, deseando ir a ese lugar que nombró el yonqui: La discoteca Dubai, ¿qué tendría que ver ese calvorota en todo esto?
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lucia
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Re: Augurio de una condena (Novela)

Mensaje por lucia »

Me encanta el giro del último capítulo que has subido. Lo deja muy interesante al estar investigando tanto Lena como Borelli. En cambio, el esquema de Noah se me está haciendo un poco repetitivo, y eso que esta vez no deja a los dos que le ayudan en la estacada.

Eso sí, sigues teniendo muchos fallos tontos y otros del estilo que te marco:
  • un semblante impune a nuestra presencia. Es inmune.
    esa llamada procedente de la misión. Imagino que es prisión.
    fui incapaz de gesticular palabra. Articular.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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