Mañana de perros (Relato corto, pov animal)

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Mr. Rig
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Mañana de perros (Relato corto, pov animal)

Mensaje por Mr. Rig »

Antes de empezar con el relato, estoy compartiendo aquí parte del contenido que estoy subiendo a mi recientemente creada cuenta de Patreon, motivo por el cual en algunos post publico también la dirección de la página. En este caso no es una publicación abierta, pero estoy buscando apoyos para seguir adelante y por ello quiero mostraros algo de mi trabajo. En este caso, un relato narrado desde un punto de vista (pov) canino, como un experimento narrativo que se me ocurrió al encontrarme con la crítica de una novela de Reverte con ese mismo formato. Como la crítica era absolutamente despiadada con el señor este, se me ocurrió la idea de probar a hacer una cosa así y ver si podía hacerlo mejor.

En cualquier caso, si os interesa y os gusta, podéis encontrar más contenido picando en el banner de mi firma.

Y dicho esto, allá vamos...

MAÑANA DE PERROS

El martilleo de las chicharras se colaba en mi cráneo mientras el penetrante y dulce olor a podrido me mareaba por completo. No era capaz de medir la temperatura, pero podía sentir que era demasiado alta, dado que el calor se filtraba a través de mi pelaje como un millón de pellizcos.
Las almohadillas de mis patas se raspaban con las piedras de los laterales del sendero de tierra, pero no podía caminar por el centro, con una arena ardiente y sedosa. El cuerpo se me escoraba solo hacia esa zona cargada de guijarros, buscando cobijo bajo la sombra de las ramas. Mi lengua colgaba por mi boca abierta, pese a esa podredumbre cada vez más intensa taladrándome el hocico.

Debía de estar cerca.

El resto de la manada sonaba disperso por el bosque. De vez en cuando el crujido de alguna rama seca, o un leve rastro de olor transportado por el viento me indicaban por dónde estaban buscando, y me hacían preguntarme si la peste sería más intensa por allí. También podía notar, de un modo muy sutil pero inconfundible, un tímido hilo de agua corriendo a lo largo de una acequia. Me hacía salivar, y atascaba en mi garganta gemidos rasposos y lastimeros, pero por más que quisiera desviarme y beber hasta olvidar el insoportable calor, no podía hacerlo.

No era solo por el rastro podrido. Me estaban vigilando. La correa apenas tiraba, pero estaba ahí, sujeta por la firme mano de uno de ellos.

Nuestros captores.

No recordaba otra cosa más allá de ellos, envueltos en esas extrañas pieles azules, trayendo a nuestras celdas líquidos que parecían agua, pero cuyo olor nos gritaba lo contrario, que hacían latir algo dentro de nuestras costillas y nos impedían dormir durante días. Su forma de escupir órdenes incomprensibles, de acompañarnos en todo momento, al otro lado de esas correas negras con las que nos sujetaban cuando estábamos fuera.

Y no era la primera vez que mi hocico se desbordaba con ese olor a podrido, que nada tenía que ver con su agua falsa. Estaba mucho más relacionado con los rostros blanquecinos que me encontraba cada vez que rodaba los ojos hacia ellos; con la película líquida que empañaba sus frentes y no tenía nada que ver con el calor. Su intranquilidad caminaba con ellos, al igual que ellos con nosotros.

—¡Esta ahí! —gritó alguien, apenas unos pasos a mi izquierda.

Casi de forma automática, una docena de ladridos graves inundó la arboleda. Nosotros no necesitábamos hablar en voz alta. El cuerpo, la postura, los ojos... solo necesitábamos mirarnos para entendernos; pero ellos no. Nuestros captores siempre estaban soltando sus combinaciones de gritos y quejidos, incluso a nosotros.

Solo hay un motivo para ladrar entre nosotros. Solo uno. Ellos.

La correa se tensó, pero yo ya estaba preparado. Flexioné mis patas traseras y me lancé en dirección a los gritos y ladridos, mientras el olor dulzón y espeso se intensificaba.

—¡Vamos, chico! —gritaba detrás de mí el captor que sujetaba la correa, tratando de seguir mi ritmo pero quedándose más y más atrás a cada paso.

Por suerte para mi cuello, no había mucha distancia. La fuente del olor yacía apoyada contra el tronco de uno de los árboles, clavada a él por sus extremidades superiores. Debía de llevar ahí varias jornadas. La sangre ya no tenía el matiz salado de cuando está fresca, y el ruido de los insectos que se arrastraban por su carne hinchada casi podía tapar al de las chicharras.

La inquietud que caminaba con los captores había llegado mucho antes, acompañada del pánico. Era uno de los suyos, cubierto con pieles de otro color. Parecía una hembra. Podría parecer algo distinto mientras se pudría, pero mis sentidos gritaban con un millón de sensaciones encontradas, en una confirmación que me arañaba las entrañas.

El olor de la muerte causaba un efecto distinto en ellos, como si tras los ojos se codificara una sucesión de colores verdosos y violáceos que tendieran al negro.

Mis hermanos tenían el pelaje de la espalda erizado, y seguían con la sucesión de ladridos. Repasé su perfil sin moverme, con la columna tensa y las garras clavándose en la arena.

"Se les puede matar", me recordé. No me había dado cuenta, pero yo también había empezado a ladrar. El pecho me latía como si hubiese tomado uno de sus brebajes.

Se les puede matar.

Tarde o temprano seremos libres.
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lucia
Cruela de vil
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Re: Mañana de perros (relato corto, pov animal)

Mensaje por lucia »

Mas que un perro, parece que estés describiendo un lobo.

Y con pocas adaptaciones, podría ser un esclavo huyendo de los esclavistas.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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