El niño estaba en el centro sobre un montón de pajitas recortadas con tijeras. El niño, como era muy pobre, sólo tenía un calzoncillo para taparse sus cosas, pero, como era Dios, tenía una corona de hojalata dorada.
El lago estaba dentro de la tapadera de una caja redonda de pastillas. Encima del agua del lago, había un pato de corcho que, como le pesaba la cabeza, en cuanto me descuidaba se ponía partas arriba. En el fondo del lago, había un pez pintado de rojo.
Como el niño tenía frío y no había calefacción, detrás de él había colocado un burro y una vaca que le calentaban con su aliento. El burro estaba a su derecha y la vaca a su izquierda.
Del cielo caía, colgada de un hilo, una estrella con lentejuelas para señalar a los Reyes Magos dónde estaba el niño. Para que pudieran llegar con facilidad, había un camino de polvo de arena amarilla en medio del campo verde de musgo.
Como era de noche, el cielo de papel azul oscuro estaba salpicado de estrellitas de papel de plata. Para que se supiera de qué se trataba, en el borde y con letra caligrafiada, puse: "Este es el portal de Belén en que nació el niño Jesús el día 24 de diciembre", en una tira de papel.
Por la noche, después de rezar el rosario, abuela dirigió unos villancicos y yo me senté sobre sus rodillas (de ella).
Ceremonia por un teniente abandonado, de Fernando Arrabal
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— ¿Seguro que no hay peligro? —dijo una mujer—. ¡Con lo que acabo de ver, no podría jurar que usted conduzca bien!
Bronceada por el sol, de claros ojos pardos, quería que la convencieran.
— No hay el menor peligro, señora; suave como un plumón de cardo. Este Fleet está volando desde el 24 de diciembre de 1928... Probablemente sirva para un vuelo más antes de hacerse pedazos...
Me miró parpadeando, sobresaltada.
El puente hacia el infinito, de Richard Bach
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La enfermedad, diagnosticada en la primavera de 1988, lo carcomió durante diecisiete meses y se lo llevó en la Nochebuena de 1989. La señora de Meurisse, la madre, organizó una colecta entre los residentes del palacete, y dejaron ante mi puerta una bonita corona de flores, ceñida por una cinta que no llevaba ninguna mención. Ella fue la única que asistió al funeral. Era una mujer piadosa, fría y rígida, pero había cierta sinceridad en sus modales austeros y un poco bruscos, y cuando murió, un año después de Lucien, me hice la reflexión de que era una mujer de bien y que la echaría de menos, aunque durante quince años apenas hubiéramos intercambiado alguna que otra palabra.
La elegancia del erizo, de Muriel Barbery
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Nochebuena de 1859
Fuimos todos a oír la misa del Gallo. Mi padre y yo vamos siempre. Mi abuelo no ponía los pies en la iglesia; era republicano y ateo por principio. Yo no estoy segura de que las creencias religiosas de mi padre fueran del agrado del Curé si las comentara con él, cosa que no hace. Pero cree firmemente en la conservación de la vida de la comunidad, del pueblo bretón, que incluye la Navidad y todos sus significados, viejos y nuevos. Ella dice ser miembro de la Iglesia Anglicana en Inglaterra, pero dice que aquí la fe de sus padres es la fe católica, en su forma bretona. Yo pienso que el Curé se sorprendería también si supiera lo que ella piensa, pero parece que se alegra de verla en la iglesia y respeta su aislamiento. A lo largo del Adviento ella ha ido a la iglesia cada vez con mayor frecuencia. Contempla, soportando el frío, la obra del artista que esculpió el Calvario, las toscas figuras talladas con tanto esfuerzo en el durísimo granito. El nuestro tiene un bonito San José con el asno camino de Belén (la iglesia está dedicada a San José). Mi padre comentó que en nuestra tierra los animales de los establos tienen habla la noche de la Natividad, cuando el mundo entero se reconcilia con su hacedor en la inocencia primigenia, como era en tiempos del primer Adán. Ella dijo que el puritano Milton hace, al revés, del momento de la Natividad el momento de la muerte de la Naturaleza; por lo menos evoca la antigua tradición de los viajeros griegos que en esa noche oían gritos que salían de los santuarios diciendo: Llorad, llorad, que el gran Dios Pan ha muerto. Yo no dije nada. Le vi echar su capa sobre los hombros de ella y llevarla a nuestro sitio en la primera fila de la iglesia, y lo vi, Dios me perdone, como una prefiguración de la vida que nos espera.
Posesión, de A. S. Byatt
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24 de diciembre
— ¿De veras quieres que me quede, papá? —preguntó Harry, Echando hacia atrás la cabeza—. Mi presencia aquí no parece serle grata a todo el mundo.
(...)
Cuando regresó a la cocina, Tressilian sentía un extraño abatimiento. Toda aquella tensión y disgusto que dominaba a los invitados era impropia de la Nochebuena... No le agradaba.
Navidades trágicas, de Agatha Christie
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Pasé aquella primera Nochebuena africana en la pensión. Aunque intenté rechazar la invitación, la dueña me convenció una vez más con su vehemencia arrolladora.
— Tú te vienes a cenar a La Luneta y no hay más que hablar, que mientras la Candelaria tenga un sitio en su mesa, aquí no pasa nadie las pascuas solo.
El tiempo entre costuras, de María Dueñas
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Viernes, 24 de diciembre de 1943
Querida Kitty:
Ya te he escrito en otras oportunidades sobre lo mucho que todos aquí dependemos de los estados de ánimo, y creo que este mal está aumentando mucho últimamente, sobre todo en mí. Aquello de Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt
ciertamente es aplicable en mi caso. En la más alta euforia me encuentro cuando pienso en lo bien que estamos aquí, comparado con la suerte que corren otros chicos judíos, y "la más profunda aflicción" me viene, por ejemplo, cuando ha venido de visita la señora Kleiman y nos ha hablado del club de hockey de Jopie, de sus paseos en piragua, de sus representaciones teatrales y los tés con sus amigas.
Diario, de Ana Frank
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El día de Nochebuena empezó como todos los años. Siempre había algo que arreglar en el último momento, siempre quedaba algún regalo por envolver. Como habían prometido no abrir el calendario mágico hasta que repicaran las campanas de Navidad, Joakim y sus padres estuvieron todo el día entrando por turno de puntillas en el cuarto de Joakim para echar un vistazo lleno de expectativas al calendario.
El misterio de Navidad, de Jostein Gaarder
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La Navidad fue espantosa. Jaime se fue a Castellón el día de Nochebuena por la mañana y volvió la primera tarde de 1985. No pudo estar fuera menos tiempo y me llamó todos los días, por la mañana, por la tarde, por la noche. Temía que Marcos quisiera sacar ventaja de su ausencia, y en eso, como en todo, tenía razón.
Castillos de cartón, de Almudena Grandes
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— ¡Pues sí, ya ves, unas tanto y otras tan poco...! Que a alguna que yo me sé, mejor le habría valido ser un poco más puta y andar menos a la sierra a coger tomillo para el cajón de las bragas, ¡que de puro machorra, hasta en Nochebuena echaba a su hombre de casa!
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Cuando llegó Nochebuena y él no apareció, creí que me llevaban los demonios. Me entró tanta rabia que ni siquiera cené, no te digo más, y ella tampoco.
(...)
Bebíamos a morro, limpiando el gollete con la palma de la mano antes de llevarnos la botella a la boca, y pasándola hacia la izquierda después del primer trago, hasta que llegaba otra por la derecha, y alguien empezaba a cantar en una lengua extraña, algunos le hacían coro durante un momento, luego cesaban y se reían, parecían muy contentos, se lo dije a Hristo y él me miró con cara de extrañeza, claro que estamos contentos, me dijo, mañana es Navidad. Entonces me eché a reír y él me besó, y me sentí mejor porque estaba allí, con aquellos millonarios desposeídos, que no tenían absolutamente nada pero esperaban del futuro absolutamente todo, porque estaban vivos, y llenos de cosas por dentro, y al día siguiente era Navidad, y no hacía falta nada más para estar contento.
Malena es un nombre de tango, de Almudena Grandes
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La historia nos había mantenido alrededor del fuego casi sin respirar, y salvo el gratuito comentario de que era espantosa, como debe serlo toda narración contada en vísperas de Navidad en un viejo caserón, no recuerdo que se pronunciara una palabra hasta que alguien tuvo la ocurrencia de decir que era el único caso que él conocía en que la visión la hubiera tenido un niño.
Otra vuelta de tuerca, de Henry James
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En Nochebuena, una vez los niños estuvieron dormidos al fin, Louis y Rachel bajaron sigilosamente del desván como dos ladrones, cargados de cajas de colores: una colección de bólidos Matchbox para Gage que acababa de descubrir el encanto de los coches de juguete, muñecas Barbie y Ken para Ellie, varios juegos, un triciclo enorme, vestiditos para las muñecas, una cocina con una bombilla que se encendía, etcétera.
Cementerio de animales, de Stephen King
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Me acuerdo de que este incidente me había puesto de buen humor y de que empecé mis vacaciones con más paciencia y dulzura hacia todos de la que habitualmente tenía. Hasta con Angustias me mostraba amable. La Nochebuena me vestí, dispuesta a ir a Misa del Gallo con ella, aunque no me lo había pedido. Con gran sorpresa de mi parte se puso muy nerviosa.
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— Pues nosotros, mamá, la vimos la noche de Nochebuena volver a casa con don Jerónimo casi de madrugada. Juan y yo nos escondimos en la sombra para verlos pasar. Debajo del farol que hay a la entrada se despidieron, don Jerónimo le besó la mano y ella lloraba...
Nada, de Carmen Laforet
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En conmemoración del enlace matrimonial que vuestros soberanos reyes contrajeron en el mes de agosto, Carlos III y Elisabet Cristina, quedáis cordialmente invitados a la primera representación de la ópera "Il più bel nome", la cual tendrá lugar en el Salón de Concentraciones de la Lonja.
Primicia de un evento así en toda la península en el día de gracia de Nuestro Señor del veinticuatro de diciembre del presente año.
El alma en llagas, de Lançelot
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Jem y yo esperábamos la Navidad con sentimientos contradictorios. El aspecto bueno lo constituían el árbol y el tío Jack Finch. Todos los años, la víspera de Navidad íbamos al Empalme de Maycomb a esperar al tío Jack, que pasaba una semana con nosotros.
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Cuando el tío Jack saltó del tren la víspera de Navidad, tuvimos que esperar a que el mozo le entregase dos largos paquetes. A Jem y a mí siempre nos parecía chocante cuando el tío Jack besaba a Atticus en la mejilla; eran los dos únicos hombres a los que habíamos visto besarse. El tío Jack estrechó la mano a Jem, y a mí me levantó, aunque no lo bastante alto: el tío Jack era más bajo que Atticus; era el benjamín de la familia, más joven que tía Alexandra. El tío Jack y la tía se parecían, pero él hacía mejor uso de su cara: nunca mirábamos con recelo su afilada nariz y su barbilla.
Matar un ruiseñor, de Harper Lee
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La noche, inusualmente fresca pero no fría para tratarse de un 24 de diciembre, parecía no acabar nunca. Pero Ingrid sabía que contaban con muy pocos minutos para tomar las instantáneas necesarias e impedir una desgracia a manos de unos fanáticos crueles y descerebrados.
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Una virtual vista aérea del Egipto antiquísimo y un rótulo les situó en la noche del 24 de diciembre. En una especie de pesebre, la diosa virgen Isis da a luz a su hijo Horus. Es, como Cristo, la luz del mundo, y se le identifica con el Sol, el salvador y la verdad. Es llamado "El Ungido", al igual que Jesús, y su anagrama es KRST, letras que conforman también el sobrenombre del Mesías cristiano.
La Isis dorada, de Jorge Magano
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El día veinticuatro de diciembre, Marco Craso celebraba su ovación. Dado que el ejército de Espartaco contaba con una fracción samnita, había obtenido dos concesiones del Senado: en lugar de ir a pie, se le había autorizado a desfilar a caballo, y, en lugar de lucir la simple corona de mirto, se le permitió coronarse con el laurel del triunfador. Acudió una gran multitud a aclamarle a él y a su ejército, llegado de Capua para la ocasión, aunque la gente se daba muchos codazos al ver el escaso botín, pues toda Roma conocía la debilidad de Craso.
Favoritos de la Fortuna, de Colleen McCullough
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Yo tenía ocho años y aún estaba convaleciente de la tuberculosis, pero aquel día salí a la calle, envuelta en una bufanda y bien abrigada, porque era Nochebuena y cenábamos en casa de mi abuela. Subía por Reina Victoria de la mano de mi madre, con mi padre al lado y mi hermana Martina, cuando de repente nos detuvimos y nos pusimos a contemplar el cielo. Es decir, toda la calle se detuvo y miró para arriba.
La loca de la casa, de Rosa Montero
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Allá por los años 30, Sócrates Aguirre, aquel hombre sutil y excelente que fue mi jefe en el consulado de Buenos Aires, me pidió un 24 de diciembre que yo hiciera de San Nicolás o Viejo Pascuero en su casa. He hecho muchas cosas mal en mi vida, pero nada quedó tan mal hecho como ese Viejo Pascuero. Se me caían los algodones del bigote y me equivoqué muchísimo en la distribución de los juguetes. Y cómo disfrazar mi voz, que la naturaleza del sur de Chile me la convirtió en gangosa, nasal e inconfundible, desde mi más tierna edad? Recurrí a un truco: me dirigí a los niños en el idioma inglés, pero los niños me clavaban varios pares de ojos negros y azules y mostraban más desconfianza de la que conviene a una infancia bien educada.
Confieso que he vivido, de Pablo Neruda
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Después del blitz, la guerra prosigue sin tregua. El 18 de diciembre, Pasquale Galasso, homónimo de uno de los boss más poderosos de los años noventa, es liquidado detrás de la barra de un bar. El día 20 se cargan a Vincenzo Lorio en una pizzería. Y el 24 matan a Giuseppe Pezzella, de treinta y cuatro años.
Gomorra, de Roberto Saviano
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En el barrio existía una cruel costumbre relacionada con los arbolitos que quedaban sin vender hacia el final del día 24. Se decía que si uno esperaba hasta entonces, no había necesidad de comprarlos, porque se los tiraban a uno por la cabeza, lo que era literalmente verdad.
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El día de Nochebuena, a medianoche, los niños buscaban a los vendedores que aún tenían árboles por vender. El vendedor arrojaba árbol por árbol, empezando por el más grande. Los muchachos se ofrecían a hacer de blanco. Si el peso del árbol no los derribaba, éste les pertenecía. Si no resistían el golpe, perdían la oportunidad de ganarse el árbol. Solamente los más groseros y algún que otro adolescente corrían el riesgo. Los demás esperaban astutamente a que llegasen los árboles menos pesados para poderlos resistir. Los pequeñuelos aguardaban a que apareciese un arbolito que no midiera más de treinta centímetros de altura y chillaban de alegría cuando ganaban uno.
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Cuando abrieron la hucha encontraron que había cerca de cuatro dólares. Neeley agregó un dólar, y Francie, cinco, de modo que disponían de diez dólares para regalos de Navidad. La víspera de Navidad salieron los tres de compras, y se llevaron a Laurie con ellos.
Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith
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No, se trata del señor Johnny Foote Jr., quien en Nochebuena va a enterarse de que Minny Jackson trabaja de sirvienta en su casa.
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Se supone que Miss Celia va a contárselo en Nochebuena, después de que me marche y antes de que vayan a cenar a casa de la madre de Mister Johnny. Pero Miss Celia está actuando de una forma tan rara últimamente que me pregunto si no irá a echarse atrás. «¡No, señora!», me digo todo el día. Pienso darle la barrila hasta que se lo cuente.
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El día de Nochebuena es deprimente, lluvioso y cálido. Cada media hora, Padre sale del dormitorio de Madre, mira por la ventana y pregunta si ya ha llegado, aunque nadie le escuche. Mi hermano Carlton salió esta tarde de la facultad de Derecho de la Universidad de Luisiana rumbo a casa y a los dos nos alegra tenerlo aquí. Madre lleva todo el día vomitando y con arcadas. Apenas es capaz de abrir los ojos, pero no puede dormir.
Criadas y Señoras, de Kathryn Stockett (traducción de Álvaro Abellá)
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Madrugada de una noche
víspera de Navidad, la gran ciudad neoyorquina duerme en silencio y la pluma corre sola, pergeñando cuartillas, pobres cuartillas que nunca verán la luz porque fueron sinceras, demasiado sinceras.
Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán