. El aburrimiento. El aburrimiento.
Estoy realizando uno de mis experimentos más delicados. Paseando por estos pasillos en pos de mujeres desconocidas. No busco mucho. Solo interrogar su mirada. Pararme delante de ellas con cualquier excusa y mirarlas a los ojos. Durante un segundo transmitirles la idea de que no hay nada en mi gesto que deba preocuparlas. Mientras tanto, mis ojos leerán en los suyos la información preciosa que atesoran. El aburrimiento. El deseo insatisfecho. El placer con el que tocan los objetos, con que examinan los precios o las etiquetas, la curiosidad que sacian recorriendo planta tras planta estos grandes almacenes, todo eso guarda una información, puede traducirse a un código preciso cuya lectura mis ojos encomiendan al azar. Mi método es simple. Se parece a una cacería. La fase ojeo es la primera. Las observo desde lejos, paradas frente a una estantería, consultando a una empleada, revisando los colores de unas sábanas, las cualidades de un electrodoméstico o el plisado de un mantel. Las elijo por razones establecidas de antemano. La ropa, el pelo, la cara, la forma de sostenerse sobre los pies o de apoyar las manos o los codos. Me acerco con cautela. Las rodeo. Mi asalto comienza por la espalda, las recorro de arriba abajo, me pierdo en los detalles, las pantorrillas, las nalgas, los pechos, al entrar en su campo de visión ya no hay marcha atrás. Con gran decisión, miro su boca, su nariz, y ya sin rodeos enfrento sus ojos. El tiempo de su respuesta forma parte del experimento. Unas no tardan en esquivar mi mirada, otras me miran fijamente para rechazarme, otras muestran interés o lo fingen, creyendo que tengo algo importante que decirles, un consejo, una sugerencia, incluso una pregunta. Piensan que podrían servirme de ayuda llegado el caso. Imposible. Solo me interesa la información cifrada en su mirada. Los datos que extraigo a toda velocidad de sus ojos. Los valiosos datos que almaceno en mi cerebro antes de clasificarlos en alguno de sus compartimentos para estudiarlos después, cuando esté solo y nada pueda perturbar su análisis. Solo hay algo que puede estropear esa primera lectura. De pronto pienso en Ariana, mi mujer. Por qué no está aquí. Dónde está. Con quién. Haciendo qué. Esa pregunta es la única que puede traicionarme cuando miro a los ojos de una mujer extraña cuyo único error es haber aceptado carearse conmigo sin preguntarse antes por mis intenciones. Cuando detecto que buscan intimar, que su deseo se transmite a mí con la nitidez con que sopesan los artículos que han reclamado su atención, es cuando me digo que es hora de interrumpir el experimento. No me interesa ir más lejos. Solo persigo obtener un código borroso que deben transmitirme sin darse cuenta, cuando se vuelven transparentes para el observador, distraídas con la compra, la gestión de tarjetas y la adquisición de objetos. Es entonces cuando aparezco en escena sin avisar y les robo todos sus secretos. El aburrimiento, sí, el aburrimiento. El mío y el de ellas. Este juego se basa en el aburrimiento. Como todos los juegos del mundo.
Juan Francisco Ferré - "Revolución"