Libros que nos llevan a otros libros

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Aparte de en el colegio casi no había visto a Boris, exceptuando un sábado por la noche que mi padre nos había llevado a los dos al Carnegie Deli del Mirage para comer pez espada y bialys. Pero unas semanas antes del Día de Acción de Gracias subió ruidosamente las escaleras e irrumpió en mi habitación sin avisar.
- Tu padre está pasando una mala racha, ¿lo sabías?
Dejé a un lado Silas Marner, que estábamos leyendo en el colegio.
El jilguero. Donna Tartt.

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- Me encantan los perros. - Casi no oía lo que ella decía, tan aturdido me sentía al notar sus ojos clavados en los míos -. Tengo un libro sobre perros y me he aprendido todas las razas que aparecen en él. Si tuviera que escoger un perro grande elegiría un terranova como Nana, el de Peter Pan, y si tuviera que elegir uno pequeño..., bueno, cambio de opinión a menudo. Me gustan todos los terriers pequeños, sobre todo el jack russell, son muy simpáticos y divertidos. Pero también conozco un basenji encantador. Y el otro día conocí un pekinés precioso. Pequeñísimo y muy inteligente. En China sólo podría haberlo tenido la familia real. Es una raza muy antigua.
El jilguero. Donna Tartt.

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Mensaje por Gretogarbo »

Sin embargo, el traqueteo de las ruedas la hizo reaccionar y las tinieblas se cernieron sobre ella. «No puedo pensar… no puedo pensar», gimió, apoyando la cabeza contra el tambaleante costado del coche. Era como si no se conociera o, mejor dicho, existían en ella dos personas, la de siempre y una nueva y odiosa a la que se encontraba encadenada. Una vez había visto, en una casa donde estaba de visita, una traducción de Las euménides, y en su imaginación había quedado grabada la escena de terror en que Orestes, en la cueva del oráculo, encuentra dormidas a sus implacables perseguidoras y puede tomarse una hora de descanso. Sí, las Furias dormían a veces, pero siempre estaban allí, acechando en los rincones oscuros, y ahora se habían despertado y el sonido férreo de sus alas martilleaba en el cerebro de Lily… Abrió los ojos y vio pasar las calles… las familiares y desconocidas calles. Todo lo que veía era familiar, pero en cierto modo había cambiado. Existía un abismo entre el hoy y el ayer.
La casa de la alegría, de Edith Wharton (traducción de Pilar Giralt Gorina).

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Mensaje por Gretogarbo »

Pero aun así, a pesar del calor de los ideales y de la lucha nacionalista, me imagino a Marie en esa escuela, siendo la pequeña de cinco hermanos (cuatro, tras la muerte de la mayor), sin dinero, una simple niña humillada por los invasores. ¿Qué podía esperar de la vida? En Nada (1944), la maravillosa novela escrita en estado de gracia por Carmen Laforet a los veintitrés años, la narradora habla de las amigas de su tía, que antaño fueron unas jóvenes felices y ahora eran mujeres atormentadas y marchitas, y dice: «Eran como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño.» Ése era el destino más probable que le aguardaba a Manya: un trozo de cielo demasiado pequeño y un corazón casi roto después de haberse estrellado una y otra vez contra los límites. No creo que por entonces nadie diera un céntimo por la pequeña Skłodowska.
La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero.

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Mensaje por Gretogarbo »

Pero las ranas son ranas, pobrecitas; no sólo nadie puede cambiar a nadie, sino que es profundamente injusto exigirle a un batracio que se convierta en otra cosa. De manera que, cuando pasa el tiempo y vemos que nuestro hombre no muda a Superhombre, empezamos a sentir una frustración y un rencor desatinados. Apagamos los focos de nuestros ojos, esos reflectores con los que antes les iluminábamos como si fueran las grandes estrellas de nuestra película; y empezamos a observarlos con desprecio y desilusión, como si fueran garrapatas. Cuando Arthur dice que los hombres piensan que nosotras no vamos a cambiar, no se refiere a que nos pongamos culonas y echemos celulitis, sino a que se nos llene de aspereza la mirada, a que ya no les mimemos y cuidemos como si fueran dioses, a que nos arruinemos la vida en común con acerbos reproches. A veces este proceso de desencanto es tan feroz que la convivencia se convierte en un infierno para ambos. Patricia Highsmith, formidable domadora de demonios, refleja esta cruel deriva del amor al odio en varias de sus novelas, pero sobre todo en la desoladora Mar de fondo. En cambio, creo que nosotras les parecemos a ellos desde el principio unas ranitas preciosas. En eso son menos exigentes, más generosos. Envidio la naturalidad con la que nos ven y nos desean.
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No hay nada ridículo en la #Intimidad, no hay nada escatológico ni repudiable en ese lento fuego doméstico de sudor y de fiebre, de mocos y estornudos, de pedos y ronquidos. Bueno, estos últimos suelen ser motivo de bastantes disputas, pero incluso a eso te terminas acostumbrando. La #Intimidad: no tener muy claro donde acabas tú y empieza el otro. Y saberlo todo de esa persona, o al menos saber tanto. En su precioso libro Tiempo de vida, escrito tras la muerte por cáncer de su padre, Marcos Giralt Torrente anota los gustos del fallecido en largas retahílas de ínfimos datos: «Tenía debilidad por los fritos y por todo lo que llevara bechamel […], le gustaban los embutidos, los macarrones, las albóndigas; le gustaba el repollo, la remolacha, el atún…» Todas esas pequeñeces, en efecto, conforman a una persona. Son nuestra fórmula básica, el garabato único que cada uno dibuja en la existencia. Por ejemplo: yo detesto las coles y me pellizco los pellejos de los dedos hasta hacerme sangre. Estas nimiedades, y muchísimas más, son exactamente lo que soy.
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Lo de no querer olvidar es una obviedad, un lugar común del que te previene todo el mundo, y desde luego dificulta el duelo y lo hace más largo. Pero es lógico que nos resistamos al olvido porque ésa es la derrota final frente a nuestra gran enemiga, frente a esa asquerosa muerte que es la destructora de las dulzuras, la separadora de las multitudes, la aniquiladora de los palacios y la constructora de tumbas, como la denominan en Las mil y una noches, que es un libro que sabe mucho sobre el combate desigual de los humanos contra la Parca.
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La #Culpa. La inevitable #Culpa de no haberle dado todo. La #Culpa imperdonable de estar viva y él no (aunque, con su muerte, el ser querido se lleve una buena parte de nosotros, un puñado de años y recuerdos, una porción de carne). Y es que el cuerpo, ese animal, se regocija pese a todo de vivir, como explica Tolstói en su novela corta La muerte de Iván Ilich: «El sencillo hecho de enterarse de la muerte de un allegado suscitaba en los presentes, como siempre ocurre, una sensación de complacencia, a saber: “el muerto es él; no soy yo”. Cada uno de ellos pensaba o sentía: “Pues sí, él ha muerto, pero yo estoy vivo.”» Qué disociación y qué desgarro: todas tus células celebrando frenéticamente la existencia mientras tu cabeza se está ahogando de pena.
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¡Y ahora escucha! Lo que acabo de hacer es el truco más viejo de la Humanidad frente al horror. La creatividad es justamente esto: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza. El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto. En primer lugar, porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos. Pero además el sortilegio funciona porque, cuando el sufrimiento nos quiebra el espinazo, el arte consigue convertir ese feo y sucio daño en algo bello. Narro y comparto una noche lacerante y al hacerlo arranco chispazos de luz a la negrura (al menos, a mí me sirve). Por eso Conrad escribió El corazón de las tinieblas: para exorcizar, para neutralizar su experiencia en el Congo, tan espantosa que casi le volvió loco. Por eso Dickens creó a Oliver Twist y a David Copperfield: para poder soportar el sufrimiento de su propia infancia. Hay que hacer algo con todo eso para que no nos destruya, con ese fragor de desesperación, con el inacabable desperdicio, con la furiosa pena de vivir cuando la vida es cruel. Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.
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Mensaje por Gretogarbo »

Simone de Beauvoir llamaba mujeres pelota a aquellas que, tras triunfar con grandes dificultades en la sociedad machista, se prestaban a ser utilizadas por esa misma sociedad para reforzar la discriminación; y así, su imagen era rebotada contra las demás mujeres con el siguiente mensaje: «¿Veis? Ella ha triunfado porque vale; si vosotras no lo conseguís no es por impedimentos sexistas, sino porque no valéis lo suficiente.» ¿Fue Marie Curie una mujer pelota? No te equivoques: el hecho de que viviera hace más de un siglo no la exime de ser consciente de las injusticias de género. Ya en la Edad Media hubo mujeres que escribieron textos protofeministas, como Christine de Pisan y su Ciudad de las damas (1405), y en concreto en la época de Marie las sufragistas eran tremendamente activas. Así que si no mencionó en absoluto la cuestión feminista no fue porque el tema resultara invisible. Sí, es posible que Marie fuera un poco esa mujer pelota de la que hablaba Beauvoir. Era orgullosa. Sabía lo mucho que le había costado todo. Y, en temperamentos así, creo que hay una tendencia a considerarse distinta a las demás. Distinta y mejor. De hecho, dijo una vez sobre las mujeres: «No es preciso llevar una existencia tan antinatural como la mía. Le he entregado una gran cantidad de tiempo a la ciencia, porque quería, porque amaba la investigación… Lo que deseo para las mujeres y las jóvenes es una sencilla vida de familia y algún trabajo que les interese.» Guau. Paternalista, ¿no? ¿O habría que decir maternalista?
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Mensaje por Gretogarbo »

Ah, las #Coincidencias. Son raras, son imposibles, son inquietantes y abundan, sobre todo, en la literatura. No quiero decir dentro de las novelas, sino en las proximidades de la escritura. O en la relación entre la escritura y la vida real.
Por ejemplo: mi penúltima novela se titula Instrucciones para salvar el mundo. El personaje principal es un taxista, Matías, que ha perdido a su mujer por un tumor maligno fulminante; la historia empieza en el cementerio, cuando Matías entierra a su esposa, y luego acompañamos al personaje durante su duelo y hasta que consigue empezar a salir de la oscuridad. Publiqué la novela en mayo de 2008; y el 12 de julio le diagnosticaron el cáncer a mi marido. Es decir: me había pasado tres años escribiendo mi historia sin saberlo. Tres años intentando vivir la pérdida de Matías. Tres años desentrañando o adivinando lo que podía ser ese recorrido de dolor. ¿Lo hice bien? Ahora que lo he vivido de verdad, ¿supe intuirlo? Pues sí y no. Hay detalles atinados. Percepciones exactas. Pero no llegué al fondo. Por ahí abajo había un pez abisal de oscuridad del que sólo llegué a atisbar un pequeño movimiento entre las aguas.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Tengo la costumbre de dar a leer el manuscrito de mis libros a unos pocos amigos para que lo critiquen, y así poder tener en cuenta sus opiniones antes de la última revisión del texto. Es un ejercicio muy recomendable: una está tan absolutamente sumergida en la obra que escribe que necesita esas miradas exteriores para poder ganar cierta perspectiva. Uno de esos amigos, el escritor Alejandro Gándara, me dijo: «En el libro están Marie y Pierre, y por otro lado estás tú. Pero Pablo no está. Hay un desequilibrio.»
Bueno, sí, creo que entiendo a qué se refiere y supongo que tiene razón. Pero siempre es tan difícil escribir directamente sobre lo más íntimo. O al menos para mí lo es. No me gusta la narrativa autobiográfica, es decir, no me gusta practicarla. Leerla es otra cosa: hay autores inmensos que, partiendo de su propia vida, son capaces de crear obras maestras, como Proust y su En busca del tiempo perdido o Conrad y El corazón de las tinieblas. Pero yo siempre he necesitado utilizar la intermediación del cuento para poder expresar mis alegrías y mis penas. Los personajes de ficción son las marionetas del inconsciente.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

La conexión entre la realidad biográfica y la ficción es un territorio ambiguo y pantanoso en donde se han hundido no pocos autores. Por mencionar a uno: Truman Capote, que, pretendiendo convertirse en el Marcel Proust americano, publicó en una revista los tres primeros capítulos de su supuesta magna obra, Plegarias atendidas, y con ello provocó que rompieran con él todas sus amigas de la alta sociedad, que se vieron retratadas y traicionadas hasta tal punto que una de ellas, Anne Woodward, se suicidó. El caso es que Capote se convirtió en un apestado, nunca terminó Plegarias atendidas y se entregó sin freno al alcohol y las drogas, un régimen de vida que le condujo en un periquete a la muerte. O sea que no manejar bien el equilibrio entre lo ficticio y lo real puede tener consecuencias devastadoras.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Creo que nuestra percepción lineal del tiempo lo empeora todo. Einstein dijo ya hace mucho que el tiempo y el espacio eran curvos, pero nosotros seguimos viviendo los minutos como una secuencia (y una consecuencia) inexorable. En su raro y conmovedor libro Un hombre afortunado, publicado en 1966, John Berger acompaña a John Sassall, un médico rural amigo, en sus visitas a los pacientes, y hace un retrato reflexivo del doctor concluyendo que, en efecto, su vida puede considerarse plena: «Sassall es un hombre que está haciendo lo que quiere hacer. O, para ser más precisos, un hombre que sabe lo que busca. A veces la búsqueda entraña tensión y contrariedades, pero constituye su única fuente de satisfacción. Al igual que los artistas o que cualquiera que crea que su trabajo es la justificación de su vida, para los estándares miserables de nuestra sociedad, Sassall es un hombre afortunado.» Resulta difícil no pensar que Berger está hablando de sí mismo, o también de sí mismo, cuando escribe esto; por eso debió de ser todavía más desolador para él lo que pasó luego. Y lo que sucedió es que, quince años después de que sacara este libro, John Sassall se suicidó. Lo cuenta el propio Berger en una breve postdata añadida en 1999. Y añade: «John, el hombre a quien tanto quise, se suicidó. Y, en efecto, su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más misteriosa. Pero no más oscura. No es menos luminosa ahora: simplemente su misterio es más violento.» Estoy de acuerdo: ¿por qué el suicidio va tener que ensuciar todo su pasado? Pero tendemos a ver las cosas así: si alguien se suicida, es como si toda su vida fuera una tragedia. Si alguien tiene una vejez solitaria, precaria e infeliz, es como si las tinieblas impregnaran toda su existencia. Pero no es así. Lo que vivió, lo vivió. Antes de que llegara el invierno, la cigarra disfrutó de una vida fantástica, mientras que la existencia de la hormiga siempre fue bastante tediosa. Además, de todos modos el periodo vital de los insectos es muy breve, o sea que, ¡hurra por la cigarra! Por lo menos tendría unas memorias alegres, una narración hermosa que contarse.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Quién pudiera perder peso como ella y volar. Flotar ingrávida en el tiempo, que es una manera de rozar la eternidad. Vivir en la suprema gracia del aquí y el ahora. Siempre me fascinó el magistral relato de Nathaniel Hawthorne «Wakefield», en el que un modoso caballero del siglo XIX sale de su casa para un breve recado y ya no vuelve, o al menos no vuelve en muchos años. Y aquí viene lo más estremecedor y más genial: alquila un piso muy cerca de su hogar, en la misma calle, y durante su larga desaparición se dedica a contemplar el dolor de su mujer, la perplejidad de quienes le conocen, el agujero que ha dejado su ausencia. Y ahora dime: ¿No has sentido nunca la insidiosa tentación de dejar de ser quien eres? ¿De liberarte de ti mismo? Pero no hace falta ser tan drástico y tan loco como Wakefield: bastaría con ir soltando lastre. Con irse desnudando de las capas superfluas. Fuera la dictadura de #HacerLoQueSeDebe. Adiós a la #Ambición esclavizante y a la inseguridad torturadora (estas dos son pareja). Se acabó la #Culpabilidad y el ciego mandato de #HonrarALosPadres.
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