Raoul - La entrevista

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RAOUL
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por RAOUL »

Sí, sí, grandísimo, gordísimo, localísimo y liadísimo Raoul :(

Nada, no he tenido ni un segundo para escribir. Pero prometo ponerme a ello este fin de semana para ofrecer pronto a la pública luz de un mundo asombrado el singularísimo, abracadabrante, mastodóntico y hasta megalítico desenlace de esta encarnizada contienda similística, la mayor que vieron los pasados siglos y esperan ver los venideros :shock:
:dragon:
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evaluna
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por evaluna »

Bueno, tú tranquilo :60:
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Ashling
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por Ashling »

Te olvidaste del "queridísimo", Raoul. :D :60:
¿Qué surgiría de la sábana de mi mente y de las cavernas de mi garganta?
Una elefanta bellísima, la Ava Gardner de los elefantes.
Me encantan. :marie_bow:

...escopeta Winchester modelo Maximum Cirium XZL.
¿existe realmente este modelo de Winchester? :cunao:
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RAOUL
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por RAOUL »

Ah, mis musas ambas dos :mrgreen: :60:

Pues nada, aquí está recién terminada la nueva entrega de la historia del símil más largo del mundo. Yo ya no sé si quedará alguien por aquí :roll: En cualquier caso, como la semana pasada no colgué nada pues ahora pongo tres entregas en una.

No voy a anunciar que éste sea el capítulo final porque a lo mejor no se me creerá :mrgreen: ... En cualquier caso, por él desfilan la segunda realidad representada del interminable símil, un gigante azul con muy malas pulgas, un ATCHISS, un accidente que tuvo un chino con la gran muralla, un clásico inmarchitable del cine septentrional, un peluquero que es un artista del peine y la tijera, el extraordinario relato en clave de jota de una dama en apuros, la enemistad indeclinable entre un propietario y sus estanques, el valeroso rey Ansúrez, la taimada María de los Desamparados y el traicionero jardinero Jean Louis, elefantes que saben jugar al rugby, nenúfares que suben por escaleras y otras muuuchas cosas que espero sean del agrado e interés del respetable :hola:



- ¡Cuatro! – había exclamado el prusiano, justísimo y calvísimo juez de símiles don Rogelio Cambriones.

Y ante mí, desdichado lanzador de símiles sin afición, giraban los cuatro puntos cardinales en un carrusel gigante y enloquecido del que yo era el centro. Desalentado, más muerto que vivo, con el alma echando las tripas del alma por la boca del alma y el salakof de cazador intrépido roto y mal colocado sobre la cabeza.

-¡Tres! – había gritado a continuación don Rogelio con sólido conocimiento aritmético y entusiasmo propio de un vendedor de globos.

Proseguía la marcha inexorable hacia el cero aborrecible de mi fracaso y mi vergüenza. Y ninguna virtud podía asistirme. Ni la fe quebrada, ni la esperanza descompuesta ni la ya imposible caridad, triturada por la mirada inquieta de don Lucio Rebolloso, mi respetado presidente, por las manos frenéticas de don Higinio Carrascosa, mi queridísimo mentor, habilísimo entrenador y no tan diestro armador de escopetas Winchester, y entre la sonrisa floreciente en amarillo del omnipresente Heriberto Zunzunegui, ruin rival y despiadado enemigo mío.

Sin embargo, una última palabra lanzada a la desesperada, un último intento a ciegas, una postrera flecha disparada al azar contra el bosque de las palabras, quizás pudiera…

- ¡Dos! – tronó la voz imperiosa de don Rogelio Cambriones, que ya veía el perfil de la meta y el sillón de su merecida siesta.

¿Y el anhelado blanco de esa flecha? A mi alrededor vi al juez Cambriones, a su apurado asistente Rafaelillo de la Línea, a “Nexo Comparativo” y a “Segunda Realidad Representada”, que, a falta de mejor ocupación, se habían puesto a jugar al tresillo con la misteriosa damita de los ojos tristes, a Heriberto y sus secuaces de la ciudad con más malísima leche del orbe católico y casi todo el hereje, a mis compañeros tirados ya más como caracoles que como setas…

El brillo del sol en la brontosáurica cabeza de don Rogelio, las gotitas de sudor temblando en la frente de Rafaelillo de la Línea, la patita coja de “Segunda Realidad Representada”, la risa haciendo equilibrios en el marfil de “Nexo Comparativo”, las manos como palomas diminutas de la hermosa muchacha, volanderas sobre las cartas y entre las trompas de los dulces elefantitos, el aliento a ajo del puerquísimo escritor Heriberto Zunzunegui, el gallináceo coro del tenorino idiota, las casitas en las espaldas de mis coparticipes de club atlético y literario…

- ¡Uno!

El brillo, las gotitas, la patita, la risa, las palomas, las gallinas, el ajo, las casitas…

La risa, el ajo, el brillo, las casitas…

El ajo y el brillo.

¡El brillo!

¡El brillo del sol en la brontosáuricamente alopécica cabeza de don Rogelio Cambriones!

Y así, antes de que el rigurosísimo juez elevara la bandera roja, una palabra, una única palabra, en efecto, emergió herida y sangrienta de mi boca, alcanzada por el agudo arco de mis labios. La palabra, la pieza cobrada destinada a dar un giro radical a esta descomunal historia.

La dije.

Dos sílabas.

O sea, que lancé al aire una palabra bisílaba –atención al importante detalle-.

Y al terminar me callé y cerré los ojos porque después de decir lo que dije lo mejor que podía hacer era quedarme callado y entrar en estado catatónico.

Al lanzamiento de símil del vituperable Zunzunegui había seguido un pandemónium de risas, vítores, aplausos y gritos de “¡Heriberto, eres el más grande!”. A mi lanzamiento siguió un silencio de puntillas, acompañado de un silencio de rodillas, acompañado de un silencio mudo; después un silencio acompañado de un silencio reumático, acompañado de un silencio artrítico, acompañado de un silencio artrósico, acompañado de un silencio diabético, acompañado de un silencio osteoporótico, acompañado de un silencio matusalénico. Un silencio elevado a la sexta potencia esdrújula. Un geriátrico de silencios gerontológicos, vamos.

Luego se levantó un siseo.

Después estalló un grito:

- ¡Maldita escopeta Winchester modelo Maxium Cirium ZKL!

A continuación estalló otro silencio.

Transcurrió un minuto. Transcurrieron dos minutos. Transcurrieron tres minutos.

Los minutos se agolpaban en las ventanillas de los vagones del lentísimo ferrocarril del tiempo, interesados ante el raro paisaje que sin duda ofrecíamos a su paso.

Luego nada. Otro silencio impuntual que corría en busca del tren perdido por los andenes del limbo.

Entonces, muy despacio, acuciado por la curiosidad y una tensión insufrible, elevé el párpado derecho, luego el párpado izquierdo, enfoqué la visión y vi… Vi la cara atónita de don Rogelio Cambriones que se inclinaba hacía mí con la expresión de un botánico que acabara de descubrir una especie nueva y extrañísima.

- ¿Cómo has dicho, muchacho?

Yo callado, claro.

El servicial asistente, el dulce e imberbe Rafaelillo de la Línea, pasaba las hojas de su cuadernillo con frenesí redundante y espíritu de estudiante chivato.

- Don Rogelio, ha dicho: “¡Azules son los ojos de Margot Lulú, hija brutísima del barón Gastón du Bleu!”. Y luego ha venido lo de “Como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul de los ojos”. Cuatro veces ha repetido la frase, don Rogelio. Cuatro. Las he contado.

- Ya, ya… ¿Pero qué es lo último que ha dicho?

Rafaelillo de la Línea revisaba con mucho cuidado su letra para no meter la pata en aquel trascendental e histórico momento.

- Bueno, pues yo creo que al final ha dicho “champú”, don Rogelio.

Se acariciaba el mentón don Rogelio Cambriones, mientras movía de un lado a otro la desnuda cabeza con aire alucinado.

- Sí, eso he oído yo también. “Champú”.

- Sin duda, don Rogelio. En total el símil ha sido: “Azules son los ojos de Margot Lulú, hija brutísima del barón Gastón du Bleu, como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul, como azul muy azul es el azul más azul de los ojos de un… champú”

Asintió pensativo don Rogelio.

- Pues si.

Un cuervo graznó a lo lejos.

- Pues sí – repitió don Rogelio.

Allá en China, un anciano que montaba una bicicleta se saltó a lo tonto un stop y chocó contra la Gran Muralla. A la muralla no le pasó nada, porque era grande y estaba además acostumbrada. Al viejo tampoco. A la bicicleta, bastante. El “stop” se puso rojísimo de indignación ante el poco caso que se le había prestado y lo atribuyó al hecho de ser chino autóctono.

Don Rogelio se rascó la oreja derecha.

- Pues sí –volvió a confirmar.

A continuación se rascó la oreja izquierda.

- ¿Y eso qué significa?

Se encogió de hombros Rafaelillo.

-Si no lo sabe usted, don Rogelio, que es la mayor autoridad mundial en símiles.

Buscó otra oreja don Rogelio para rascarse pero no la halló. Disgustado por su insuficiencia anatómica, aquel noble y justo varón soltó un exabrupto y una hipérbole.

- ¡Pero esto es un despropósito de símil! – concluyó.

- Un despropósito, don Rogelio. Un auténtico despropósito.

Carraspeó Rafaelillo y acercándose a su superior, con voz susurrante, cuidadosa y casi inaudible, dijo en un hilillo donde de posaban y piaban pájaros de pánico:

- Don Rogelio, fíjese, yo creo que puede tratarse de un símil surrealista.

A don Rogelio casi se le salen los ojos de las órbitas al escuchar aquello.

- ¿Surrealista? ¡No fastidies, Rafaelillo! ¿Cómo que surrealista? ¿Pero este lanzador no está vacunado?

Se encogió un poco Rafaelillo.

- Bueno, yo creo que sí, pero...

- ¿Cómo que crees que sí, desgraciado? ¿Cómo que crees que sí? ¿No eres tú el encargado de revisar las hojas sanitarias, pedazo de animal?

- Si lo he hecho, don Rogelio, si lo he hecho, pero como ya se sabe que esos virus son muy contumaces, pues a lo mejor...

-¿Pero qué contumaces ni qué niño muerto, so mendrugo? Anda, anda y compruébalo todo que como me hayas formado aquí una epidemia te vas a enterar, Rafaellillo, te vas a enterar. ¡Vuelves de cabeza a la panadería de tu tío, no te digo más!

Abrumado y tembloroso se agachó el pobre Rafaelillo de la Línea a recoger los archivadores que portaba para pasar y repasar expedientes con manos epilépticas y palidez de muerto.

A todo esto, llegaba procedente de la tribuna principal el ilustre secretario del comité organizador don Aquilino Cambriones, hermano pequeño de don Rogelio, hombre de abundante cabellera y malísimas pulgas.

- Leñe, Rogelio, ¿qué haces que no levantas la bandera roja ya? Que nos estás poniendo en un compromiso.

- Calla, Aquilino, que se puede haber propagado un virus surrealista.

Casi le dio un patatús a don Aquilino.

- ¡Me cagüen! ¿Qué me cuentas?! ¡Habrá que cerrar las puertas inmediatamente y poner a todo el estadio en cuarentena!

Mientras tanto, el malvado Heriberto Zunzunegui no contribuía a poner la nota de calma en la dramática circunstancia que se estaba viviendo. Desde su zona empezó a apelar a gritos al buen juez Cambriones.

- Don Rogelio, ¿invalida ya el lanzamiento o qué? ¡Que tenemos hambre!

- ¡Un momento y un poquito de paciencia, caramba!

- Pero, don Rogelio, es que es de risa. ¡Que ha comparado unos ojos con un champú! ¡Con un champú! Ya me contará dónde está ahí la correspondencia. ¡Vamos, si eso es un símil válido yo soy el archipámpano de las Molucas!

- ¡Heriberto, que te calles!

Terminó su escrutinio Rafaelillo de la Línea.

-Confirmadísimo, don Rogelio. Podemos estar tranquilos. Está vacunado contra el surrealismo con todas las de ley. Parece que en la cuna recitó una vez un poema dadaísta pero a fuerza de pastillas, electroshocks y un par de bofetadas se le pudo corregir la desviación. Después de eso alguna veleidad futurista propia de la adolescencia. Nada serio. Bueno, y el inevitable sarampión del ultraísmo felizmente superado. Lo más grave fueron unas paperas cubistas que se le declararon a la edad de doce años. Pero se le curaron muy bien curadas y los análisis de sangre no dejan lugar a dudas. Limpio y exento de vanguardismo, don Rogelio.

Suspiró aliviado el fatigado juzgador de símiles.

-Menos mal, menos mal.

- Vale, Rogelio, pues entonces levanta la bandera de una vez y vámonos a casa, que mamá ha hecho natillas de postre.

- Bueno, bueno, Aquilino, es que eso hay que meditarlo

- ¿Pero qué tienes que meditar? Si es una aberración de símil, si no es un símil, si no tiene ni pies de cabeza.

Movió de un lado a otro la suya el insobornable y terco Cambriones.

- ¡Ah, pero es que yo tengo como un gusanillo en el cerebro que me dice que aquí hay algo, aquí hay algo que se nos escapa! Porque, entre otras cosas, debemos reconocer que el lanzamiento ha sido muy bueno técnicamente. Se han marcado a la perfección los tiempos del símil: su primera realidad, su nexo comparativo y su segunda realidad. Manejado todo además con mucha intriga. He disfrutado mucho yo con este lanzamiento, Aquilino. En secreto, pero he disfrutado.

- Vamos a ver, Rogelio, si me eres razonable. Ve al fondo de los hechos, que a ti las formas te ciegan. ¿Qué similitud o parecido puede existir entre los ojos azules de una tal Margot Lulú y los ojos de un cosmético? Para empezar, el champú no tiene ojos. ¡Y no es azul!

- ¿Seguro que no es azul, Aquilino? – inquirió don Rogelio, que como calvo que era desde los diecisiete años sentía la inseguridad propia de quien se mueve en terrenos inexplorados- ¿De qué color es el tuyo?

- ¿El mío? ¿Mi champú? Pues… si no recuerdo mal, verde pistacho.

- ¿Y el tuyo, Rafaelillo?

- El mío es así como entre blanco y transparente, don Rogelio.

Pareció muy decepcionado el incansable Cambriones de los resultados de su breve indagación cosmética. Con ánimo consolador acudió en su auxilio el dulce e imberbe Rafaelillo, a quien la perspectiva de la vuelta a la panadería de su tío le había puesto los pelos de punta y el ánimo pelota y colaborador.

- A lo mejor se refería al envase, don Rogelio. Al recipiente comprensivo, quiero decir. Ahora está de moda una marca de champúes con una gama de colores para cada tipo de cabello. Los champúes anticaspa son azules, los champúes para cabello frágil son blancos y en ese plan…

Un relámpago cruzó por los ojos de don Rogelio. Se volvió hacia mí y con voz suave me preguntó:

- A ver, muchacho, ¿cuando has dicho champú te referías a un champú anticaspa o a un champú para cabello frágil? No tengas prisa en contestar, piensa que no es lo mismo una cosa que otra.

Yo permanecí en silencio. Entre que no podía hablar y no sabía qué decir…

Don Aquilino dio un pisotón de impaciencia a la tierra.

- ¡Mira, Rogelio, eso son tonterías y ganas de rizar el rizo! ¡Da igual una cosa que la otra! ¡Levanta la bandera roja y acabemos de una puñetera vez!

Se mordía el labio don Rogelio y no cedía a las presiones. ¡Venturoso y equitativo varón!

- El caso es que a mí ese champú me ha sonado un poco gangoso.

- Bueno, don Rogelio, es normal –terció Rafaelillo- Tenga en cuenta que si los del otro equipo son de la ciudad con más malísima leche del mundo católico y tres cuartas partes del hereje, los de este equipo pertenecen a la ciudad más pija del universo cristiano sin distinción. Fíjese que allí llevan a los niños a bautizar con la raya en medio y una dalia en la oreja.

- ¡Hombre, y que para pescar ponen en el cebo una gamba en vez de una lombriz! ¡Que lo sé de buena tinta! - aportó don Aquilino.

Pero Don Rogelio no cedía. El era descendiente numantino por vía paterna y saguntino por vía materna. Y además tenía un tío muy querido en Aragón.

- Nada, nada, aquí me da que hay algo que no vemos… ¡Que venga el ATCHISS!

- ¡La madre que te parió, Rogelio, la que estás montando!

En ese momento se acercó corriendo el portero del estadio, Atanasio Iñiguez.

- Don Rogelio, que los de seguridad preguntan que qué hacen con los elefantes.

Miró don Rogelio al frente. “Nexo Comparativo” y “Segunda Realidad Representada” trotaban libremente de un lado a otro del estadio perseguidos por los agentes de orden público Mauricio Céspedes y Jacinto Peñarroya. Con singular inteligencia estratégica, Mauricio Céspedes, que era cojo de garrota por efecto de un botijo caído sobre su empeine ya a las puertas de la jubilación, se encargaba de la captura del también cojo proboscideo “Segunda Realidad Representada”. Jacinto Peñarroya, que sin ser cojo tampoco era muy ligero de pies merced, según fama, a ciertos comercios espiritosos que comenzaban inmediatamente después del chocolate con churros de la mañana, iba a la caza del alegre y saltarín “Nexo Comparativo”. El resultado de aquella competición era una verdadera vergüenza para los representantes del género humano.

Se indignó don Rogelio ante el panorama.

- ¡Qué poca seriedad! ¿Cómo va uno a meditar y decidir cuestiones tan graves con un número de circo al lado? ¡Iñiguez, inmovilicen de una vez a esos paquidermos, caramba, que tiene que estar uno en todo!

- Es que no es tan fácil, don Rogelio.

- ¿Pero usted no fue torero en Logroño?

- ¿Yo? Un poco. Becerrista en capeas.

-Pues actúe, caramba, actúe. Refuerce a Céspedes y Peñarroya que están haciendo el ridículo.

-Don Rogelio, con su permiso, es que esos animales (me refiero a los elefantes), si bien son naturalmente herbívoros en su orden zoológico, no pertenecen propiamente al ramo cornúpeta, con lo cual quedan ajenos a mi posible jurisdicción. Advierta usted que eso que parecen cuernos son en realidad dientes. Además, uno de esos animales flaquea clarísimamente de los cuartos traseros. Cualquier veterinario se lo confirmará. Yo le aconsejo a usted que, en cumplimiento estricto de los preceptos reglamentarios, saque el pañuelo verde.

- Mire, Iñiguez, haga usted lo que le dé la gana y déjeme en paz.

Aterrizó en ese mismo instante la delegación del ATCHISS (Asociación de Técnicos, Comentaristas, Hermeneutas e Intérpretes de Símiles y Similares), compuesta por dos señores muy serios, con corbata de jirafas y gafas de concha, tiesos como un mástil. Resumió el problema don Rogelio y los dos expertos, luego de un breve y discreto coloquio, anunciaron con gran prosopopeya que tenían dos interpretaciones para el presunto y sorprendente símil.

- La primera de ellas y mejor, señor de Cambriones, parte de la constatación de un error del lanzador similero, producto de los nervios, la precipitación o la ignorancia, que eso no nos corresponde a nosotros decidirlo. Nos inclinamos a pensar que el final del símil llama a la sustitución de la palabra “champú”, completamente absurda, antiliteraria y sin tradición alguna, por otra distinta que bien podría ser “iglú”. Sabrá usted que los iglúes son refugios de nieve que los indígenas de las zonas más septentrionales del planeta construyen para protegerse de las inclemencias del entorno hostil, que allí es muy hostil. Observe usted; aquí traemos un muestrario con diferentes modelos – y desplegó el experto que tenía las jirafas más grandes en la corbata una carpeta con hojas plastificadas -. El contorno y la cúpula del iglú semejan sin duda un globo ocular con su rabillo adjunto, e incluso en el modelo superior de la derecha podrá comprobar que las ventanas y la entrada crepitan, por la incidencia de la luz en la zona de los polos, en una especie de fuego mate pero innegablemente azul. No olvide, señor de Cambriones, que el color natural del hielo es el azul. Le supongo yo informado de los glaciares. Por consiguiente, comparar el fulgor del iris azul de una mujer con el resplandor puro y azulado de los iglúes en conjunto, o de sus huecos y aberturas en sí mismos considerados, representa a nuestro juicio un símil muy original y admisible: “Como azul es el azul más azul de los ojos de un iglú”… Existen ilustres antecedentes literarios incluso. Así, cuando el célebre poeta esquimal Aipaolovik andaba quejoso por la renuencia de su querida novia Aguta, dejó grabado en su trineo aquello tan bonito y elocuente de “tus helados ojos, Aguta, azules como la puerta del iglú de tus padres”. Se hizo una canción popular y todo. Y luego una película: “Pasión inuit en la tundra”, que aquí en España se tradujo por “Los amores de Aipaolovik y Aguta”. El gran clásico del cine esquimal. Lo habrá usted visto.

Intercambiaron miradas disimuladas don Rogelio, don Aquilino y Rafaelillo.

- Desde luego, hay que reconocer que estos del ATCHISS son tremendos –susurró don Rogelio- Sacan petróleo de un pozo seco y descubren palacios barrocos en un grano de arena.

- Hombre, con lo que cobran ya pueden – masculló don Aquilino.

Carraspeó el juez Cambriones.

- Verán ustedes, señores delegados. En primer lugar nos ha dejado admirados su erudición, pero es el caso –conste que esto se lo digo yo con todo respeto y sin ningún otro ánimo personal- que el similero aquí presente ha dicho claramente “champú” y no “iglú”. Sobre este dato estamos seguros. Que si hubiera dicho “iglú” aceptábamos su brillantísima explicación y el símil inmediatamente, pero claro… es que ha dicho lo que ha dicho y no lo que debería haber dicho. Así que, si no es mucha molestia, ¿no tendrían ustedes alguna otra explicación que partiera del significado convencional de la palabra “champú”?

Los expertos del ATCHISS estiraron el cuello todavía más y miraron a don Rogelio como al cerdo proverbial de la frase al que se le arrojan margaritas.

- Bueno, puede que haya otra solución. Pero le aviso que no es tan bonita.

Sin embargo, antes de que abrieran la boca irrumpió a la carrera y con la lengua fuera el portero Atanasio Iñiguez.

- ¡Don Rogelio!

- ¿Qué pasa, Iñiguez? ¿Ya han solucionado lo de los elefantes?

- ¿Eh? Bueno, sí, más o menos. Los animalitos se han cansado y ahora mismo están echando una siesta en la zona de alegorías. Ya no molestan. Céspedes se ha roto el pie sano y se lo han llevado en ambulancia. Y Peñarroya se ha apretado el pecho con las manos en un momento dado, ha soltado un quejido y lleva veinte minutos en el suelo sin moverse. Siempre ha sido un extravagante, pero con no hacerle caso… No, yo venía a preguntarle, don Rogelio, que si hacemos algo con el otro elemento perturbativo.

- ¿Qué otro elemento perturbativo?

- La señorita ésa que va vestida a lo Pompadour.

- Pero rediez, Iñiguez. ¡Que es usted el encargado del protocolo de pista! Ya le tenía que haber presentado a la señorita nuestros respetos y la hospitalidad de la competición. ¡Que no está usted en lo que está! Ande, corra y ofrézcase, hombre de Dios. Pídale un asiento, una gaseosa, lo que desee. ¡Pero rápido!... O mejor, Iñiguez – detuvo don Rogelio al portero que ya había reanudado su trotecillo galguero-. Tráigala aquí, a ver si arroja algo de luz a este misterio.

Dicho esto, se volvió don Rogelio a los técnicos del ATCHISS.

- Ustedes perdonen.

- La segunda explicación, señor de Cambriones, no nos gusta mucho porque después de los románticos y tormentosos amores del apasionado Aipaolovik y la arisca Aguta, todo parecerá prosaico, comercial y depauperado. Pero nosotros nos lavamos las manos, cumplimos con nuestra obligación y dejamos que usted tome la decisión final... Pensamos que quizás “los ojos de un champú” son interpretables como apócope de lo simbólico. ¿Usted sabe por casualidad quién es Vidal Sasoon, señor de Cambriones?

- ¿Vidal Sasoon? Pues no, la verdad.

-Claro – dijo el técnico de las jirafillas cortas contemplando con suficiencia el cráneo pelado de don Rogelio- Usted de eso no sabrá nada de nada. Pues le informo, señor de Cambriones, que Vidal Sasoon es un celebérrimo peluquero o, más propiamente, un estilista capilar, un poeta de la tijera, un arquitecto del peine, un escultor de esas excrecencias que a los seres humanos nos salen por la parte de arriba de la cabeza. Con los cabellos de la mujer el señor Sasoon hace verdaderas locuras y genialidades, señor de Cambriones. ¡Pero verdaderas locuras! Coge a una señora y con un par de tijeretazos por aquí y un par de peinetazos por allá la hace otra. Irreconocible por completo. Un auténtico mago del cabello que, le repito, es eso que nos recubre la bóveda craneana a algunos.

-¡Qué bien! ¡Me deja usted mudo de asombro! – respondió con cierto resquemor don Rogelio, mosca por las continuas referencias a su calvicie y la insistencia en llamarle señor de Cambriones.

-Pues asómbrese más, señor de Cambriones. Pásmese. El señor Vidal Sasoon, no contento con ser un Miguel Angel contemporáneo en la cuestión de los folículos pilosos, ha creado también toda una línea de cosméticos relacionados con el cabello. Que si acondicionadores, que si sprays, que si lacas, que si planchas para el pelo… En fin, no le voy a aburrir con una larga lista porque además usted, debido a su sencilla desgracia personal, sería incapaz de comprender el significado y la trascendencia de estos importantísimos productos.

- Completamente incapaz, señor mío – dijo don Rogelio, rojo como un tomate y con un repentino y violento temblor de labios.

- Entre ellos, naturalmente, se encuentra una amplísima gama de champúes. Pues bien, no le supongo yo tan ignorante, señor de Cambriones, como para desconocer las leyes y flujos del mercado y la insoslayable necesidad del apoyo publicitario en las actividades económicas y artísticas de los humanos. Y así, el señor Vidal Sasoon, como hombre de su tiempo, utiliza modelos, mujeres modelos entiéndase, sobre las que aplica las criaturas surgidas de su fastuoso numen para luego fotografiar los resultados, inmortalizarlos y exponerlos a un mundo admirado. Así nacen las conocidas “chicas Vidal Sazón”.

Como un maitre de restaurante caro cogió el experto de las jirafillas bajas una carpeta que abrió, con movimiento elegante de abanico, ante los perplejos ojos del infatigable juzgador de símiles. Una pléyade de rostros femeninos y de melenas impactantes se derramó en exuberante catarata.

- Aquí tiene a algunas de esas afortunadas. Fíjese que muchas de ellas poseen ojos azules, singularmente las que ofrecen un tono claro de cabello porque es fama que tales ojos casan mejor con el color rubio. Pero usted no sabrá nada de esto, señor de Cambriones.

Cerró la carpeta el experto.

- En definitiva, señor de Cambriones. “Ojos de champú” quiere decir “ojos de una chica Vidal Sasoon”. Sustitúyalo, sustituya los términos y verá que la exégesis se le presentará meridiana. Encaja a la perfección con el contenido global del símil ya que se establece una similitud entre los ojos de la tal Margot Lulú y los de una chica Vidal Sasoon con ojos azules, lo cual respeta escrupulosamente las leyes de la lógica y la coherencia interna exigible a todo recurso literario que se precie.

Quedóse pensativo un rato don Rogelio y luego con la mirada buscó el asesoramiento fraterno.

- ¿Tú qué opinas, Aquilino?

-¿Qué voy a opinar? Una tontería como la copa de un pino. Traidísima de los pelos, y nunca mejor dicho. ¿Se comparan el color de unos ojos azules con un cabello rubio? ¿O con un cabello azul? ¿Dónde hay cabellos azules? ¿Y qué tiene que ver los ojos de la modelo con los del champú? ¿Y por qué han de ser ojos azules los de la modelo? ¿Y que tienen que ver los ojos de la modelo con la esencia del champú? ¿Y dónde se dice en el símil que haya una modelo? ¿Y por qué Vidal Sasoon? Si es que no hay por dónde agarrarlo, Rogelio. Con esa interpretación tan creativa damos que hablar y mucho. Si la admites te montan un escándalo de los de no te menees. Y con razón.

- No, si yo pienso igual.

-Que llevamos una hora aquí y ni levantas la bandera roja ni la blanca. Que ni comes ni dejas comer. Ya no llegamos a las natillas de mamá por tu cerrazón y está clarísimo que este símil es el prototipo de todas las nulidades.

- Eso parece a simple vista, sí, pero yo tengo un gusanillo en el cerebro que me ronda. Aquí sigue habiendo algo que no vemos. ¡Así que no me conformo!

Iba a replicarle su hermano, pero don Rogelio hubo de volverse para afrontar una nueva oleada de abucheos e improperios procedentes de las furibundas masas zunzuneguinas que, de muy mal talante, demandaban el inmediato dictamen de la cuestión y la anulación completa y sin tapujos de mi manoseado símil.

Le sorprendió en tan hercúlea actividad la llegada del portero Iñiguez, hecho un edecán, conduciendo a su presencia a la triste damita de los tirabuzones dorados. De cerca, la joven se daba un aire a muñeca de porcelana andante con sus puntillos de Brigitte Bardot tumbada en una cheslong.

- Hermosa, alta y gentil doncella -la recibió don Rogelio, quien además de haber vivido mucho y haber visto muchas cosas, había leído con fruición los clásicos de la novela popular-, sea usted bienvenida a esta humilde competencia atlética y literaria.

-Gracias, caballejo –respondió la muchacha moviendo más las palmíferas pestañas que la encendida boca.

Se puso rígido el mayor de los Cambriones.

- Oiga, señorita, más respeto. Que podría ser su abuelo.

-No, no don Rogelio –intervino el portero Iñiguez- Si no es falta de respeto. Es que es francesa y padece exasperación de jotas.

-¡Ah, bueno, ya me parecía a mí! –exclamó don Rogelio- ¿Entonces dice usted que proviene de Francia, señorita?

- Oui, monsieur.

- ¿Y de qué parte de Francia, si puede saberse?

- Del valle del Loija, caballejo

- ¡Ah, el valle del Loira! Bello sitio, bello sitio – ponderó don Rogelio que además de haber visto y vivido muchas cosas y leer los clásicos de la novela popular, presumía de haber sido algo viajero en su juventud-. Allí hay muchos castillos. Muchos. No tendrá usted problemas en encontrar sombra.

La damita contempló con atención a don Rogelio y su aspecto triste hizo un arpegio descendente en su escala melancólica.

- En fin, en fin – dijo el implacable juez de símiles intentando romper con la formalidad y la tensión del momento- ¿Y a qué debemos el honor de tenerla por estos lares, señorita?

- No sé, caballejo. Creo que he venido huyendo.

- ¿Huye usted, señorita? ¿De qué? ¿Acaso de una sangrienta revolución?

- No, monsieur. Yo huyo de los nenúfajes.

- ¿De los nenúfares? –se sorprendió don Rogelio.

- Sí, caballejo. En mi castillo hay un estanque con muchos nenúfajes.

- ¿Y cisnes?

- No, cisnes no. Los cisnes estropean los nenúfajes.

- ¿Ah, sí? Pues nunca lo había oído. Yo pensaba que los cisnes y los nenúfares son elementos no sólo compatibles sino complementarios, como nos enseña la poesía modernista.

- Sí, sí, complementajios. Pues pregúntele usted a los nenúfajes. Cisnes y nenúfajes no pueden vejse. Es el sej o no sej de los estanques. O cisnes o nenúfares. Y los estanques de mi familia ha sido siempre más partidajios de los nenúfajes pojque no tienen plumas.

- Pero tienen hojas -advirtió don Rogelio con sonrisa condescendiente.

- Caballejo, los estanques de mi familia no repajan en detalles superfluos. Francia es la tieja de la libejtad. Los nenúfajes pueden tener hojas sin miedo alguno. Lo que no pueden tenej es plumas. Eso está prohibido. Los cisnes tampoco pueden llevaj flojes.

- Sin embargo, a pesar de la afición de su familia por los nenúfares, usted dice que huye de los nenúfares y no de los cisnes.

- Oui, Monsieur – suspiró la francesita- Pero eso es por culpa de mon pére.

- ¿De su padre? ¡Ah, ya veo! ¿La tiene raptada y encerrada en sus aposentos? ¿Pretende forzar su voluntad con astutas mañas para casarla con alguien que a su corazón repele? –se interesó vivamente don Rogelio, quien, como ya se ha dicho, había leído con mucho aprovechamiento los clásicos más extremosos de la novela popular.

- ¡Clajo que no, señoj! Mi papá me quieje mucho a mí…

- ¿Entonces?

- Mi papá es enemigo acéjimo de los estanques de mi casa pojque él prefieje los cisnes a los nenúfajes mientras los estanques prefiejen los nenúfajes a los cisnes. Hay una gran discojdia entre mi padre y sus estanques poj esta razón. Él me llama a mí “cisne alado y pejegrino de jubojoso cuello” o “cisne blanco y pujo entre azules”. Constantemente. Yo creo que lo hace un poco para fastidiaj a los estanques. Pero mon pére me quieje mucho y es muy aficionado a los símiles.

- ¡Anda, qué casualidad! ¡Tiene usted un padre literato! Estará orgullosa de ser objeto de sus agudos símiles y aladas metáforas.

- Pues no, monsieur. A mí me hojipilan los símiles. Y a los nenúfajes también. Ellos no entienden de símiles.

Dio un paso adelante la francesita y con voz confidencial dijo:

-Un día estaba yo al bojde de un estanque contemplando un nenúfaj muy bonito. Un nenúfaj amajillo. Me agaché a contemplaj mi belleza jeflejada en al ajua del estanque como cojesponde a una muchachita de mi condición y, ¿sabe usted, monsieur, lo que pasó?

- ¿Qué pasó, señorita?

- ¡Que el nenúfaj dio un salto e intentó mojdejme!

- ¿Cómo? ¿Sin que mediara provocación alguna por su parte? ¡Me deja usted de piedra!

- ¡Poj supuesto que no provoqué, caballejo! ¡Si el nenúfaj eja amajillo!

- ¡Ah, claro!

- Es que los nenúfajes son muy celosos, caballejo. Mucho. Y clajo, cómo estaban hajtos de escuchaj a mi padre llamajme cisne blanco entre azules y esas cosas, ellos creyejon que eja yo un cisne. Y al ser ello enémigos acéjimos de los cisnes y no entendej de símiles…

- ¡No me diga más! Siguieron su instinto y la atacaron a usted. Y como usted viste de blanco este desafortunado hecho alimentó su equivocación

- ¡Mon Dieu, monsieur, es usted muy inteligente y muy pejpicaz!

- No, señorita –dijo don Rogelio con rubor modesto-, que he vivido mucho, he visto muchas cosas y he leído con aprovechamiento los clásicos de la novela popular. Aparte de que viajé bastante en mi juventud. ¡Me consta que el valle del Loira es un lugar propicio para pasiones desatadas y que su flora es agreste y asaz peculiar!... Pero, siga, señorita, siga…

- Pues desde ese día no he conocido un momento de paz, caballejo. Los nenúfajes me acosan a todas hojas. Intentan asesinajme. ¡Nunca puedo estaj tranquila! Cuando nadie los ve, abandonan el estanque e intentan entraj en mis aposentos. Los oigo subij por la escaleja y como conspijan detrás de la ventana… ¡Es hojible, hojible, hojible!

La encantadora damita de mis sueños más dorados púsose entonces a derramar tiernas lágrimas. Todos guardábamos un silencio ante el desconsuelo de la belleza encarnado en aquella ninfa amenazada por fieras plantas acuáticas.

- Realmente, madamemoiselle –dijo don Rogelio con solemnidad, resumiendo el sentir de todos- su tragedia nos conmueve. Pero no explica cómo ha llegado usted aquí.

- Oh, monsieur, yo se lo dijé. Anoche, a hoja ya avanzada, se abrió la puejta de mi habitación. Yo me sobresalté mucho pojque, como comprendejá, siempre la ciejo con llave, pero me tranquilicé enseguida al vej que eja mi quejida camajeja Majía de los Desampajados, natujal de Villajobledo y que me ha enseñado su lengua matejna, que poj eso la hablo con tanto dominio.

“-¡Oh, Majía de los Desampajados, me has asustado! –dije.

“Majía de los Desampajados me sonjió con encantadoja sonjisa

“- Lo lamento, señojita. Pejo como hace una noche tan calujosa he pensado que prefejijía usted que le abrieja las ventanas.

“- ¡No, Majía! ¡Sabes que te lo tengo prohibido!

“-¡Oh, pero hace tanto caloj! ¿Quieje usted que al menos le traija un vaso de ajua, señojita?

“Sí, eso sí. Te lo ajadezco mucho.

“Majía de los Desampajados se acejcó lentamente al bojde de mi cama.

“- Aquí tiene, señojita Margot.

“Y extendió desde su espalda hacia mí su mano. Esa mano, monsieur, contenía….¡Oh, que hojoj, qué hojoj recojdajlo!

La damita se cubrió la cara con su pañuelo de batista y reanudó sus sollozos intercalados ahora con fuertes hipidos. Todos nos miramos consternados. Por orden de don Rogelio, Atanasio Iñiguez corrió a la tienda de muebles de la esquina y regresó con una butaca estilo Luis XVI. ¡Emocionante rasgo del eximio juzgador de símiles y gran hombre que demostró de esta forma su fina sensibilidad aliviando el sufrimiento atroz de una mujer con un objeto típico que debía traer a su infeliz memoria la remembranza de la patria querida y quizás perdida para siempre!

- Animo, encantadora hija de la luminosa Francia – exclamó don Rogelio, una vez que la muchacha se hubo acomodado en la butaca-. No debe usted temer nada porque está a salvo entre nosotros. En esta tierra, que es un secarral, no hallará nenúfares. Ortigas y cardos los que quiera. Pero nenúfares ni uno. Tenga valor y díganos: ¿Qué monstruo informe escondía la mano de su camarera?

Sofocó la francesita su llanto.

- ¡Un vaso de ajua, caballejo!

- ¿Quiere usted un vaso de agua? ¡Iñiguez, muévase!

- No, no, caballejo. ¡Que dijo que mi camajeja me ofreció un vaso de ajua!

- ¡Ah, pues esperaba otra cosa más epatatante! ¡Nos ha decepcionado usted, señorita, con franqueza se lo digo!

- Pejo, monsiueir, es que flotando en el vaso había… ¡un nenúfaj!

Un grito unánime de horror sacudió al auditorio. Yo mismo me había puesto de pie y escuchaba con el corazón en vilo el estremecedor relato.

La pobre desconocida nos lanzó una mirada de desesperación

- ¡Mi camajeja me había traicionado, caballejos! Los nenúfajes habían cojompido su cojazón y su fidelidad de alguna maneja, la habían sobojnado, y ella les había dado entrada a mis aposentos.

- ¡Qué infamia! – gritó Rafaellillo de la Línea

- ¡Y qué vergüenza para nuestra patria! – se lamentó don Rogelio.

- De Villarrobledo tenía que ser – musité yo, aunque nadie me hizo caso- Así se entiende que hable con tantas jotas.

- ¿Que sucedió después? Cuente, cuente, señorita – la apremiamos todos.

Suspiró la bella Margot y tembló a la vista de las imágenes terribles que pululaban por su mente.

- El nenúfaj dio un salto y salió del vaso. Entonces gritó: “¡Compañejos, ya es nuestra!” Entonces por la puejta abiejta de mi estancia penetró un vejdadejo ejéjcito de nenúfajes. De todos los colojes: Jojos, amajillos, vejdes… Ajmados con cuchillos afilados y peojes intenciones. Mientras, Majía de los Desamapajados había abiejto la ventana y poj allí empezajon a apajecer más nenúfajes con la ayuda de Jean Louis, el jardinejo, que sostenía desde al pie del mujo la escaleja. ¡También mi jardinejo me había traicionado, señojes!

- ¡Qué conspiración! ¡Y qué ojo para elegir la servidumbre, señorita, si nos permite la crítica!

- En un momento estaba totalmente jodeada. Había nenúfajes por todas pajtes. En las pajedes, en los ajmajios, en mi cama. Me encontré ajinconada en mi tocadoj sin escapatojia posible. El nenúfaj del vaso, que era el nenúfaj que había intentado mojdejme y el cabecilla, se puso frente a mí y me dijo: “¡Poj fin te tenemos, maldito cisne invasoj de nuestro estanque! ¡No va a quedaj de ti ni el foiegrass!”. Yo les suplicaba y les decía que no eja un cisne, que todo habían sido símiles de mi papá. Pejo los nenúfajes no me creían: “Prepájate paja tu último canto, repugnante ave!”

“Cuando ya me pensaba muejta y pejdida sucedió un gran milajro. ¡Sentí una cajicia dulce en mis hombros y un manto blanquísimo que me envolvía y me ajastraba al alfeizaj de la ventana! Y oí una voz que decía a mi lado: “¡Atrás, péjfidos y atrevidos nenúfajes! Dejad en paz a esta desampajada e inocente criatuja”. ¿Saben quién eja mi defensor, caballejos?

- ¡No me diga que el arcángel San Miguel! – exclamó don Rogelio.

- No, monsieur. ¡Eja el jey Ansújez!

- ¿El rey Ansúrez? – repitió don Rogelio desconcertado.

- Oui, monsieur. El jey Ansújez es el jey de los cisnes. Un cisne muy blanco y enojme y muy bonito, muy caballejoso y valiente. Había oído mis jritos de auxilio y había acudido en mi socojo. Pojtaba su espada y al cuello llevaba atada su capa de ajmiño. Y en la cabeza su cojona.

“Él me salvó. Me recojió entre sus alas y echó a volaj alejándome de los péjfidos nenúfajes, que se quedajon babeando de jabia.

“Volamos así durante mucho jato, hasta que él me dijo: “Allá veo una jeunión de caballejos, bella Margot. La voy a dejar con ellos pojque tengo que regresaj a capitaneaj mi pueblo en la lucha tejible contra los malvados nenúfajes. Aquí no coje usted pelijro, pojque esta tieja se llama la Mancha y hay cajdos y ojtigas pero ni un solo nenúfaj. Pronto jegresajé victorioso paja devolvejla a su casa, libre de nenúfajes.”
Dio un último suspiro la muchacha y cesó el goteo de sus ojos azules.

- Y así es como he llegado aquí, señojes. Ya ven que soy una dama en apujos

Se hizo un pesaroso, denso y contundente silencio.

Don Rogelio se volvió a su hermano.

- ¿Qué te parece, Aquilino?

- ¿Qué me va a parecer? ¡Menudo cuento chino nos ha colocado la francesa!

- Hombre, Aquilino, tú es que eres en un incrédulo. Reconozco que la historia es un poco peculiar, sí, pero yo la he visto coherente y además no creo que una señorita así, a la que se la ve tan limpia y bien educada…

- A ti es que te las cuelan todas, Rogelio. ¡Menudo juez estás hecho!

Y con paso firme y mucho taconeo de sus botas se acercó don Aquilino a la butaca de Margot.

- Disculpe, señorita. ¿Cómo explica usted que el rey Ansúrez pudiera llevarla entre sus alas y volar al mismo tiempo?

Margot abrió un poco sus ojos azules y se quedó mirando con atención al menor de los Cambriones.

- Es que el jey Ansújez tiene cuatro alas, monsieur. ¡Como es jey!

- ¡Ah, naturalmente! ¡Cuatro alas!

Regresó don Aquilino a la posición de su hermano y le lanzó una significativa mirada.

De repente, rompió en gritos a lo lejos el execrable y un tanto desplazado escritor Heriberto Zunzunegui, seguramente furioso de no ser el centro de atención

- ¡Bueno, don Rogelio! ¿Se decide usted ya o qué? ¡Que la cosa pasa de castaño oscuro, me parece a mí! Si no es capaz de resolver, dimita y delegue en otro.

- ¡Zunzunegui, que ya te he dicho que te calles, leches!

- ¡Que está usted muy mayor, don Rogelio!

- Mira, Zunzunegui, que aún te descalifico, ¿eh?

Cogió de un brazo don Aquilino al indignado juzgador de símiles y con tono calmo al par que firme, le dijo en un aparte:

- Mira, Rogelio, sabes que soy tu hermano y te quiero mucho, pero es que ya estás poniendo en peligro hasta el honor y el buen nombre de la familia. Llevamos una hora hablando de champúes, de esquimales, de peluqueros, de nenúfares y de cisnes. ¡Y no adelantamos nada! ¿No te das cuenta de que con tu empecinamiento estás a un paso del ridículo, del escarnio y, quizás, de algo peor? ¿Qué te cuesta levantar la bandera roja? Lo has intentado, y tu meticulosidad y rigor son algo que te honra, pero el símil no tiene un pase y es una aberración inadmisible. No hay quien lo salve. Reconócelo.

Don Rogelio movía la cabeza. ¡Tremendo y verdadero héroe de aquella memorable jornada!

- Yo no quiero cometer una injusticia. Y el gusanillo del cerebro me dice que en el símil hay algo, algo que no terminamos de ver. Aquilino, ¡concédeme cinco minutos más, te lo pido por nuestra madre!

Sacudió con tristeza la cabeza don Aquilino. A mí ya me daba pena del abrumado don Rogelio, perdido en el laberinto de su solitario oficio y en busca de un minotauro inexistente. Tanta pena me dio que estuve por pedirle yo mismo que me anulara el lanzamiento.

Y creo que hubiera llegado a hacerlo si en ese momento un inmenso vozarrón no hubiera alterado la poca paz que quedaba en el estadio.

- ¡Miserable! ¿Es usted el canalla que ha llamado bruta a mi Margot Lulú? ¡Lavará esa afrenta con su sangre!

Procedente de la puerta del estadio había aparecido un nuevo personaje. Un gigante de más de dos metros, peluca diminuta empolvada sobre la enorme cabeza, casaca azul y calzones celestes, barba teñida en azul de Prusia y botas de un azul intenso casi añil. Los ojos azules inyectados en sangre azul, las venas azules hinchadas en el cuello de toro, espumarajos azulados saliendo proyectados de la boca de dientes azules y la manos enguantadas en azul sosteniendo una brillante espada con la que dibujaba furiosos molinetes en azul cobalto.

¡Y aquella personificación de la ira indomable y homicida se dirigía directamente hacia mí con la seguridad y el tonelaje de un mercancías!

La francesita lazó un grito de horror y se desmayó.

Atanasio Iñiguez, que estaba a mi lado, emprendió su acostumbrada carrera de galgo en dirección a las gradas.

Los técnicos del ATCHISS se escondieron detrás de la butaca estilo Luis XVI.

Rafaelillo de la Linea, petrificado por el miedo, recordó con ternura la panadería de su tío.

Hasta los Cambriones se retiraron convenientemente un conveniente espacio.

Quedé yo solo ante el peligro, pues.

Y cuando ya tenía encima a aquel demonio y se mascaba una tragedia demediada, surgieron en mi auxilio los dulces y providenciales elefantitos “Segunda Realidad Representada” y “Nexo Comparativo”, despertados y reforzados de su siesta, quienes, con auténtica potencia paquiderma y proboscidea, efectuaron un placaje de rugby sobre el gigante que ni en el torneo de las seis naciones.

¡Qué momento! ¡El estadio entero se levantó a aplaudir!

Iba yo a abrazar y a agradecer emocionado su rasgo a aquellos desprendidos e inocentes animalitos, incapaces de rencor, que me pagaban con tanto bien el mal que yo les había hecho separándoles de su insigne madre, la espectacular Ava Gardner de las elefantas, cuando me detuvo la imagen del odioso Heriberto Zunzunegui que, con cuarenta de los suyos, había abandonado su zona reservada para abordar al insobornable juez Rogelio Cambriones

- ¡Cambriones, esto es una vergüenza! Exijo una explicación inmediata. ¡Usted no quiere que yo gane!

- Zunzunegui, vuelve a tu sitio. ¡Yo me debo a la justicia y a la literatura!

- ¡Y una gaita! Usted chochea. Está dudando si dar validez a un símil que ha comparado unos ojos con un champú. ¡Es para meterlo directo en el manicomio!

- Zunzunegui, que no te lo repito otra vez.

- Es usted connivente con el despropósito. ¡Aquí hay oscuros intereses! ¡Y mucha envidia!

- ¡¡¡Zunzunegui!!! ¡Respeto a la autoridad constituida!

- ¡No tiene usted criterio ni juicio literario, don Rogelio!

- ¿Que no tengo criterio ni juicio literario? ¿Qué no tengo yo criterio ni juicio literario?

- ¡Pero ninguno!

Jamás en mi vida vi tan indignado al augusto, noble e irreprochable juez de símiles Rogelio Cambriones, como en aquel momento en que se le exponían en su misma barba las dudas sobre su capacidad artística y validez profesional. El pérfido y malvado Heriberto Zunzunegui se había pasado de la raya.

Don Rogelio respiró hondo, contuvo el fuelle trepidante de su pecho y alzando las manos, gritó:

- ¡Pues ahora lo vamos a ver! ¡Moviola! ¡Decreto moviola para este símil!

- ¿Cómo?

- ¡Está como una cabra!

- Rogelio, por tu madre que es la mía, ¡detén esta locura!

Don Rogelio, ajeno y sordo a todo, seguía con las manos alzadas, en la postura reglamentaria, y gritando a viva voz:

- ¡Moviola! ¡Moviola! ¡Moviola para el símil!

A sus órdenes se levantó una compuerta lateral del estadio. Y por ella apareció, muy sorprendido y deslumbrado por el sol, el empleado municipal Fructuoso Gutiérrez, acumulando legañas y trienios y conduciendo la máquina en cuyo interior se escondía el tremebundo secreto que habría de dar un nuevo giro a esta monumental historia.
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evaluna
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por evaluna »

¡anda, mira! Como la mayonesa :cunao:

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Que cumplidor y trabajador es nuestro RAOUL.

Me lo imprimo para leerlo tranquilamente .

:60:
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Nínive
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por Nínive »

Dios mío.... :ojos4: :grinno:
Ya no sé que nos deparará la historia. Ya se parece a "Twin Peaks".
¿Quién mató al simil? :lol: :lol:
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Ashling
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por Ashling »

Yo tampoco sé quién mató al símil :lol: :lol:

Frases para enmarcar, queridísimo Raoul... :60: :60:
- (...) había exclamado el prusiano, justísimo y calvísimo juez de símiles don Rogelio Cambriones :meparto:
- El gran clásico del cine esquimal. :meparto:


¿Es muy difícil hacerse socio del ATCHISS? Es que mola mucho. :mrgreen:


Oye, pues
la salsa cocktail de Musa es de las mejores que hay. :mrgreen: :mrgreen:
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evaluna
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por evaluna »

¿Champú? :shock: ¿Champú? :shock:

:meparto: :meparto:

¿pero este lanzador no está vacunado?
:meparto:

Gracias por despertarnos la sonrisa :60: en este sábado sudorífico con tu magnífico espectáculo unas veces esdrújulo, unas veces selvático y otras transpirenaico .
Zunzunegui se está jugando un desacato y la descalificación :boese040: :boese040:
¡¡Moviola!! :vb_manifa: :vb_manifa: :vb_manifa:
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RAOUL
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por RAOUL »

Gracias a vosotras tres, queridas mayonesas mías, por leer y comentar :D

¿Twin Peaks? :cunao: No la he visto, pero al símil habrá que hacerle la autopsia (más o menos eso es una moviola, ¿no? :boese040: )

Ashling, al ATCHISS hay que entrar por oposición o enchufe. Aquilino Cambriones no tenía lo segundo y no aprobó lo primero, con lo cual se explica ese encono suyo hacia tan honorable e imprescindible institución.

¿Descalificar a Zunzunegui? :shock: Bueno, podría ser una solución :twisted:
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Saber
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por Saber »

Sólo escribo para hacer saber que sigo aquí, atento a la historia.
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Arden
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por Arden »

Está entre una película de Berlanga y Pynchon, si se me permite la comparación, solo he leído un libro de Pynchon pero me parecía surrealista e hilarante al mismo tiempo, y en esta competición estamos ya dentro del surrealismo totalmente.

Me encanta Raoul, qué dominio del lenguaje :D , qué suspense,

¡El brillo del sol en la brontosáuricamente alopécica cabeza de don Rogelio Cambriones!

Lo de la vacuna contra el surrealismo es buenísimo, y las intervenciones del portero descacharrantes:

- Don Rogelio, que los de seguridad preguntan que qué hacen con los elefantes.

Y la intervención de don Rogelio, que además de ser de padre numantino y madre saguntina tiene un tío muy querido de Aragón :meparto: :meparto: :

Se indignó don Rogelio ante el panorama.

- ¡Qué poca seriedad! ¿Cómo va uno a meditar y decidir cuestiones tan graves con un número de circo al lado? ¡Iñiguez, inmovilicen de una vez a esos paquidermos, caramba, que tiene que estar uno en todo!

- Es que no es tan fácil, don Rogelio.

- ¿Pero usted no fue torero en Logroño?

- ¿Yo? Un poco. Becerrista en capeas.

-Pues actúe, caramba, actúe. Refuerce a Céspedes y Peñarroya que están haciendo el ridículo.

En fin, que espero el desenlace ávido de nuevas aventuras, enhorabuena Raoul por la historia :D :D :60:
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lucia
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por lucia »

Ereeeeeees malvaaaaaaaadooooo. ¿Cómo se te ocurre dejarnos con la moviola y la duda? :lol: :lol:
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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RAOUL
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por RAOUL »

Saber, Arden, lucia :D Muchas gracias.

A ver qué nos depara Fructuoso Gutiérrez. Atención a ese personaje y su máquina.

Por cierto, lucia, en relación al desenlace del asunto del símil y de la moviola... Bueno, alguna pista puede haberse dejado ya :silbando:
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lucia
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por lucia »

¿Que alguien compare el brillo del champú con el brillo de los ojos?
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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RAOUL
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Re: Raoul - La entrevista

Mensaje por RAOUL »

Frío, frío, frío :mrgreen:

Pero no daré pistas que sois muy listos y lo cogeréis. :D
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