CV6 - Ojos verdes traicioneros, ¿por qué me...? - Sinkim
Publicado: 26 Jul 2018 18:56
Ojos verdes traicioneros, ¿por qué me miráis así?
Lo suyo fue amor a primera vista. Desde que sus ojos se encontraron, Labadio fue incapaz de apartar la mirada de ella. El cálido sol del verano se reflejó en esos enormes y preciosos ojos verdes y él cayó completamente hechizado. Sus piernas largas y torneadas, junto con un cuerpo estilizado pero con curvas en los sitios correctos e imprescindibles, le terminaron de cautivar.
Desafortunadamente para él nunca había sido muy ducho en lo que al trato con el sexo opuesto se refiere. Su madre, una santa llamada Teresa, había sido el único sostén con el que había podido contar ya que nunca llegó a conocer a su padre y la ausencia de una presencia masculina se había hecho notar. Aunque su madre había tenido varias parejas nunca había podido evitar que terminaran cortando, dejándole sin una figura paterna a la que emular y de la que aprender. Su madre nunca había sido demasiado cariñosa, bastante tenía la pobre con encargarse de toda la familia siendo madre soltera. La mala suerte que le había acompañado siempre en el amor se había compensado con la caterva de hijos que había tenido. Labadio nunca terminó de encajar entre sus hermanos y había acabado por desarrollar un carácter tímido y apocado que le hacía incapaz de relacionarse de una forma normal con sus semejantes.
Pero todo cambió cuando la vio. Desde ese momento se creyó invencible, capaz de cualquier proeza, de enfrentarse a monstruos alados, de saltar por encima del árbol más alto del mundo, o de partirlo por la mitad únicamente con la fuerza de sus brazos.
A pesar de todo, al principio solo se atrevió a admirarla desde la distancia, sin decirle nada, hasta que un día coincidió con ella mientras estaba comiendo. La delicadeza con que se llevaba la comida a la boca y la pulcritud con que preparaba el siguiente bocado le fascinó y le dio valor para acercarse a ella.
Su reacción fue mucho más favorable de lo que Labadio pudiera haber esperado. Cuando le vio acercarse una gran sonrisa apareció en su cara y su cuerpo y su postura cambiaron animándole, sin ninguna duda, a aproximarse y compartir su comida.
Todo ocurrió más rápido de lo que había imaginado, quizás fue por las fragancias del verano, o porque ese día estaba más receptiva, o por una misteriosa y milagrosa conjunción de los astros, pero, sin saber cómo, se encontró tumbado sobre ella. Sus brazos rodeándola por detrás y su cabeza recorriendo su cuello mientras se conectaban de la forma más íntima y completa posible. El cúmulo de sensaciones que le atravesaron en ese momento fue impresionante y por poco se desmayó de placer. Casi dos horas de placer ininterrumpido le llevaron a un estado de puro éxtasis indescriptible en el que nada parecía importante. En ese momento, el amor de su vida se giró y comenzó a besarle frenéticamente. Sus labios se juntaron y las lenguas jugaron una con la otra. Ella siguió besando toda su cabeza hasta que, de repente, abrió completamente su mandíbula y comenzó a devorar la cabeza de Labadio.
La muerte siempre es una posibilidad cuando dos mantis religiosas se enamoran.
Lo suyo fue amor a primera vista. Desde que sus ojos se encontraron, Labadio fue incapaz de apartar la mirada de ella. El cálido sol del verano se reflejó en esos enormes y preciosos ojos verdes y él cayó completamente hechizado. Sus piernas largas y torneadas, junto con un cuerpo estilizado pero con curvas en los sitios correctos e imprescindibles, le terminaron de cautivar.
Desafortunadamente para él nunca había sido muy ducho en lo que al trato con el sexo opuesto se refiere. Su madre, una santa llamada Teresa, había sido el único sostén con el que había podido contar ya que nunca llegó a conocer a su padre y la ausencia de una presencia masculina se había hecho notar. Aunque su madre había tenido varias parejas nunca había podido evitar que terminaran cortando, dejándole sin una figura paterna a la que emular y de la que aprender. Su madre nunca había sido demasiado cariñosa, bastante tenía la pobre con encargarse de toda la familia siendo madre soltera. La mala suerte que le había acompañado siempre en el amor se había compensado con la caterva de hijos que había tenido. Labadio nunca terminó de encajar entre sus hermanos y había acabado por desarrollar un carácter tímido y apocado que le hacía incapaz de relacionarse de una forma normal con sus semejantes.
Pero todo cambió cuando la vio. Desde ese momento se creyó invencible, capaz de cualquier proeza, de enfrentarse a monstruos alados, de saltar por encima del árbol más alto del mundo, o de partirlo por la mitad únicamente con la fuerza de sus brazos.
A pesar de todo, al principio solo se atrevió a admirarla desde la distancia, sin decirle nada, hasta que un día coincidió con ella mientras estaba comiendo. La delicadeza con que se llevaba la comida a la boca y la pulcritud con que preparaba el siguiente bocado le fascinó y le dio valor para acercarse a ella.
Su reacción fue mucho más favorable de lo que Labadio pudiera haber esperado. Cuando le vio acercarse una gran sonrisa apareció en su cara y su cuerpo y su postura cambiaron animándole, sin ninguna duda, a aproximarse y compartir su comida.
Todo ocurrió más rápido de lo que había imaginado, quizás fue por las fragancias del verano, o porque ese día estaba más receptiva, o por una misteriosa y milagrosa conjunción de los astros, pero, sin saber cómo, se encontró tumbado sobre ella. Sus brazos rodeándola por detrás y su cabeza recorriendo su cuello mientras se conectaban de la forma más íntima y completa posible. El cúmulo de sensaciones que le atravesaron en ese momento fue impresionante y por poco se desmayó de placer. Casi dos horas de placer ininterrumpido le llevaron a un estado de puro éxtasis indescriptible en el que nada parecía importante. En ese momento, el amor de su vida se giró y comenzó a besarle frenéticamente. Sus labios se juntaron y las lenguas jugaron una con la otra. Ella siguió besando toda su cabeza hasta que, de repente, abrió completamente su mandíbula y comenzó a devorar la cabeza de Labadio.
La muerte siempre es una posibilidad cuando dos mantis religiosas se enamoran.