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[lucia]

El campesino y el samurái


La batalla parecía inevitable. Ambos ejércitos estaban dispuestos. Los comandantes, sobre nerviosos corceles, recorrían las formaciones de un lado a otro impartiendo las últimas órdenes a sus tropas. Ondeaban al viento las banderas y se alzaban orgullosos los estandartes. Armaduras, cascos y catanas refulgían al recibir los rayos del sol. Los soldados coreaban consignas para infundirse ánimos y espantar el miedo. Resonaron las trompetas de concha y ambos ejércitos se pusieron en movimiento. Despacio al principio, como si los hombres intentaran demorar el comienzo de la lucha; todos agrupados, como si temieran perder el cobijo que entre ellos se procuraban.

El campesino, desde la cima de una colina cercana, contemplaba con pesar los preámbulos de la barbarie. Se preguntó qué pasaría en esos instantes por la mente de aquellos hombres que caminaban hacia la muerte. Muchos de ellos no podrían volver a pensar nunca más porque caerían en el campo de batalla. Volvieron a tronar las trompetas. Fue la señal definitiva para que las huestes se lanzaran vociferando al ataque.

El campesino se dio la vuelta. No quería contemplar la tragedia. Lentamente comenzó a descender la colina por la ladera opuesta, sin poder alejar de su mente negros pensamientos de violencia y muerte. ¿Por qué los hombres se mataban unos a otros? ¿Por qué despreciaban de ese modo el tesoro más valioso que poseían: la vida? Sacudió la cabeza con resignación. Se había alejado bastante de su casa, de modo que tendría que dar un largo rodeo para volver a ella. Vivía al otro lado de aquel verde valle que iba esta mañana a teñirse de rojo.

A pesar de la distancia, todavía llegaba a sus oídos el fragor de la batalla: el galope de los caballos, el entrechocar de las catanas, los gritos de euforia o de muerte. Anduvo durante largo rato y los sonidos fueron acallándose poco a poco, hasta que por fin sólo escuchó el canto de los colirrojos y el murmullo de los cipreses azotados por el viento. Pensó en lo agradecida que era la naturaleza y en los hombres que no sabían apreciarla; siempre luchando, sabiendo que quizá mañana una espada más certera les atravesaría el corazón.
Y, de repente, al volver un recodo del camino, apareció ante él.
Estaba recostado sobre una gran piedra, manchada con su propia sangre. El casco, rematado con una cresta de cuernos de ciervo, descansaba a su lado en el suelo. Sus ropas, sucias y rotas; en un costado, una profunda herida de la que manaba abundante sangre. Su mano derecha empuñaba una catana que dejó caer a tierra pasados unos instantes. No muy lejos de él, un caballo tordo mordisqueaba tranquilo la hierba.
El campesino se quedó inmóvil, sin poder apartar sus ojos del herido. De complexión fuerte y mirada fiera, aun desangrándose infundía miedo. Debía ser un gran guerrero. Su espada habría segado muchas vidas en decenas de batallas. Ahora le había tocado a él.
—Ayudadme —musitó—. Ayudadme o moriré.
No pudo decir más antes de perder el sentido.
El campesino se acercó a él y examinó su herida. Aunque no confiaba demasiado en sus habilidades para curar, limpió el profundo tajo lo mejor que pudo e improvisó con su camisa un fuerte vendaje con el que rodeó el costado del samurái. Presionó con firmeza durante largo rato. Al fin, consiguió que la sangre dejara de manar.

Pasaron las horas. El guerrero deliraba, dejando escapar iracundas exclamaciones de sus labios y agitándose cual si todavía estuviera combatiendo con el enemigo. El campesino permaneció a su lado, enjugando el sudor que inundaba una y otra vez la frente del herido. Al empezar a caer la noche, el samurái recobró el conocimiento. Miró con sorpresa al campesino y pareció recordar.
—Gracias. Me has salvado la vida.
—Procurad no moveros, porque de lo contrario la herida volverá a sangrar.
—Siempre estaré en deuda contigo. Pídeme lo que quieras y si está en mi mano ten por seguro que te lo concederé.
—No deseo nada a cambio. He seguido los dictados de mi conciencia y he intentado curarte.
—De todas formas, nunca podré pagarte lo que has hecho por mí. Vente conmigo. Ahora eres sólo un labrador. Vuelve conmigo al castillo. Hablaré de ti a mi señor y él te recompensará. Quizá con el tiempo te convertirás en un samurái como yo.
—Perdonadme, pero no quiero ser un samurái. Prefiero vivir en paz.
Un gesto de sorpresa se reflejó en el rostro del guerrero.
—¿Prefieres ser un mísero labrador que un samurái? No lo entiendo. Dime el porqué. Habla sin temor.
El campesino vaciló unos instantes.
—No comprendo por qué os matáis los unos a los otros. No hay razón que justifique tanta muerte y destrucción. No, no quiero ser un guerrero. Ni siquiera valgo para ello.
El samurái esbozó una leve sonrisa.
—La guerra es necesaria. Luchamos para defender nuestra tierra, nuestras ideas, a nuestro señor. El nos da todo lo que un hombre puede desear: casa, comida, sake, mujeres y riquezas. Nosotros tenemos el deber de defenderle y nos sentimos orgullosos de ello. Aunque nos cueste la vida.
—La vida es todo lo que tenemos. Me gustaría que terminaran todas las batallas y volviera a reinar la paz. Que los hombres resolvieran sus diferencias hablando y no luchando. Que hubiese más comprensión y más justicia. Pero la guerra lo destruye todo convirtiendo el lugar por donde pasa en un infierno.
—Hablas de un mundo imposible, labrador. De una utopía. La guerra nunca dejará de existir. Cierto es que causa destrucción y muerte. Cierto también que cuando las fuerzas de los combatientes se acaban, sobreviene un periodo de paz. Pero esa tregua, antes o después termina. Vuelven a surgir conflictos entre los hombres, vuelven a enconarse los ánimos y a desatarse pasiones. Renace el orgullo y todos se sienten fuertes de nuevo. Y la lucha es inevitable.
—La guerra no nace por sí sola. La hacéis vosotros, los guerreros. O vuestros jefes, que quieren seguir disfrutando de su poder y privilegios. Todos quieren ser los más fuertes. Y, para ello, contratan más soldados. Y no importa que mueran porque buscarán otros, que también darán su vida por conseguir la victoria para su señor. Pero él no baja al campo de batalla, sino que permanece seguro en lo más alto del castillo, embriagado por el poder que posee. Desde allí ve morir a muchos seres, pero son sólo insignificantes peones a su servicio.
—Quizá haya una parte de razón en tus palabras. Pero el mundo es como es y hay que aceptarlo. Siempre ha sido así. Mi abuelo fue samurái; mi padre, también. De niño, ya sabía yo que también lo sería. Todos mis amigos son guerreros. Y los aprecio y admiro por ello. Si yo dejara de ser un samurái, mi vida perdería todo su sentido. Mi gente me despreciaría y no le faltarían motivos.
La noche se iba tornando fría. El campesino apiló unas cuantas ramas secas y preparó un reconfortante fuego.
—Por muy fuertes que sean los lazos que nos unen a ciertos lugares o personas, a veces merece la pena romperlos. Al principio puede resultar doloroso, pero la vida es muy larga.
—No, labrador. No hay razón para cambiar mi vida. Quisiera que comprendieras que luchamos por una causa noble. Luchamos por las tierras que en justicia nos pertenecen. Y me siento orgulloso de poner mi catana al servicio de esa causa y de mi señor.
—Quizá tus enemigos piensen lo mismo que tú. También creerán que esas tierras son suyas, que su causa es noble y que vosotros sois los usurpadores. Las cosas cambian dependiendo del punto de vista del que se las mire. Pero es terrible resolver vuestras disputas mediante las armas.
El tiempo había pasado rápidamente. Ya era noche cerrada. El campesino advirtió que la conversación había debilitado al herido.
—Será mejor que intentemos dormir. Falta te hace descansar.

Se despertaron con los primeros rayos de sol. El guerrero parecía encontrarse mejor. Sin duda, el reposo le había hecho mucho bien.
—Por favor, ayudadme a montar. Tengo que volver al castillo.
—Todavía estás muy débil. Puede volver a abrirse la herida.
—Por favor —insistió—. Será lo último que te pida.
El campesino acercó la cabalgadura al herido y le ayudó a montar. Ya en la silla, el samurái tendió su mano diestra.
—Gracias por todo lo que has hecho por mí. Si alguna vez me necesitas, no dudes en buscarme. Adiós, labrador. Te deseo lo mejor.
—Buena suerte —respondió el campesino.
Permaneció con la vista fija en el guerrero mientras éste se alejaba. A pesar de sus diferencias en el modo de entender la vida, le había cogido un cierto aprecio. Iba ya a volverse para reemprender su camino cuando un rumor creciente de galope de caballos llegó a sus oídos. Unos instantes después, vio una partida de soldados que se dirigían veloces hacia el samurái. Saltó su corazón dentro del pecho. Por los colores que lucían en sus vestimentas los jinetes que llegaban, supo que eran enemigos del herido. Vio cómo éste desenvainaba su catana y los esperaba impasible. El campesino sabía que con el tajo que llevaba en su cuerpo no podía huir; ni tan siquiera luchar contra un hombre sano. El samurái paró el primer golpe con su espada, pero no pudo evitar que ésta cayera a tierra. El segundo golpe le atravesó el corazón.

[Raúl Conesa]

Me ha recordado a El húsar, de Pérez-Reverte. Mensaje similar, distinta perspectiva, final igual de depresivo.

Mi mayor crítica sería el lenguaje empleado en los diálogos. No me encaja que un samurai tolere que le tutee un labrador (Por muy mono que sea ). Los nobles feudales japoneses tenían cierta fama de maltrato a los plebeyos, así que esperaba que al oir el tuteo, el samurai le cortara la cabeza ahí mismo; y si se desangra, pues se desangra, que lo importante es demostrar quién manda. Aparte de eso, me he dado cuenta de una ligera inconsistencia que no parece intencional: a veces se tratan de tú, otras de usted, y otras de vos.

Dicho todo eso, me ha gustado bastante. Para mí queda el segundo de entre todos.

[Jarg]

Me ha gustado. Escrito de forma impecable y bien estructurado.

En algunos momentos las ideas del campesino sobre los poderosos me han parecido un poco demasiado revolucionarias para la época, pero entiendo que era necesario para generar el choque de ideas. El campesino que cultiva, cura y da la vida frente al samurái que lucha, hiere y da la muerte. Un interesante contraste. Enhorabuena y buena suerte.

[Edgardo Benitez]

El tema de fondo me gusta, es reflexivo y ademas, está bien llevado. Aunque estos temas de espadas y cascos a caballo ya estan un poco afuera de contexto y no son agradables, lo digo porque denota la poca creatividad del autor al usar temas tan recurrentes habiendo millones de maneras de representar temas. En fin, es algo que los autores debemos trabajar, hablo de la singularidad o dicho de otra manera, originalidad, en el tema escogido. Por ahora me conformo con aceptar tu idea y recuerdo cuando de pequeño me entusiasmaban las pelis de estos bravos espadachines.
Y DE verdad, la guerra existirá siempre que exista el negocio de las armas y esas fabricas de espadas o fusiles deben dar trabajo a miles de hombres que también aman la guerra porque de lo contrario se quedarán sin trabajo.

[raumat]

Como dice el refrán: "Quien a hierro mata, a hierro muere".
Un relato bastante filosófico: los guerreros, los antiguerreros... cada cual aportando sus razones...
Interesante reflexión sobre el tema de la guerra.
Gracias al autor por compartirlo y suerte en el concurso.

[ciro]

Bien en el aspecto formal, creo que es una tónica de este concurso. La historia, poco original, para mi gusto, lo que más me gusta es el final depresivo que comenta Raúl Conesa. Creo que históricamente hay demasiadas incoherencias. Los campesinos no se libraban de la guerra, nunca lo han hecho. Es decir ese paralelismo vida campesina y bucolismo es completamente falso. Huele a moralina. Los campesinos medievales de todo el mundo pasaban hambre, miserias y luchaban en las guerras, obligados o por el poder o por el hambre o por su propia supervivencia. La guerra, por desgracia, es innata al ser humano y a los animales. A los chimpancés nadie les fabrica armas y hacen guerras entre grupos, y somos taaan parecidos a los chimpancés...

[Gavalia]

El relato es interesante y formalmente correcto. La defensa de la no violencia y la realidad de la guerra como tema argumental es poco original pero da para reflexionar un rato. Me ha gustado por lo fácil de leer que es, aun con la indefinición  del tú, el usted o el vos en los diálogos. Tiene su épica final con la muerte del guerrero pero no sorprende.
Saludos y suerte.

[Ginebra]

está muy bien como reflexión sobre la guerra y muy bien escrito (excepto lo que ya te han comentado), pero no me acaba de cuajar, hubiera preferido algo más de acción, pero eso es cosa mía... Mucha suerte!

[Megan]

Autor/a, me gustó tu relato.
Las reflexiones sobre la paz y la guerra están muy bien narradas, pero no son muy originales, no te estoy criticando con esto, sólo te digo que quizás podrías haber profundizado más en los sentimientos de los hombres pacíficos y lo belicosos. Es como una alegoría a la humanidad, porque siempre hubo de los dos bandos, porque siempre hubo guerras, porque nunca vivimos en paz. Es por ello que el que gana es el Samurai, porque en definitiva cuando se va, no se va en paz, lo está esperando la guerra.

Dijo el gran John Lennon: "Demos una oportunidad a la paz", pero nadie lo escuchó.

Buen relato, mucha suerte y gracias por compartirlo

[Iliria]

Interesante reflexión sobre la guerra y lo absurdo de ésta. Admito que me atrae en el campo de la ficción, pero en la vida real deberíamos resolver nuestras diferencias como mucho en una partidita de paintball
(Por cierto, mis apuntes de Arte Prehistórico sugieren que el origen de las guerras se encuentra en el Neolítico, con el inicio de las poblaciones sedentarias y con ellas la aparición de la propiedad. Merece la pena indagar sobre eso y ver qué hay de cierto... )

Como dicen los compañeros, hay que cuidar un poco más la coherencia en el trato entre los personajes: tú-vos-usted...
Por lo demás no le pongo pegas.

Un saludo

[rubisco]

(Creía que era el hombre de mi vida. Hasta que habló.)

Estimado autor, estimada autora:

Te pido, por favor (porque sé que voy a ser duro) que leas mi crítica desde un punto de vista constructivo. Si en algún momento sientes que te ofende o que te ataca, deja de leerla y no mires atrás. Mi intención es constructiva, pero el resultado es un misterio.

De paso te mando muchos abrazos para dulcificarla un poco .

Ahora tengo que ponerme serio y darte una reprimenda. Tenías un entorno adecuado. Tenías unos personajes bien definidos. Tenías un contexto favorable. Pero desde que los personajes empezaron a hablar perdió la magia. Siento decírtelo, pero seré directo: no me he creído a los personajes. Y no me los he creído desde esta frase:

—Perdonadme, pero no quiero ser un samurái. Prefiero vivir en paz.
Un gesto de sorpresa se reflejó en el rostro del guerrero.
—¿Prefieres ser un mísero labrador que un samurái? No lo entiendo. Dime el porqué. Habla sin temor.

Me ha parecido tan antinatural, tan sobreactuado, que me ha sido imposible imaginarme una escena en la que esa frase pueda salir tal cual de forma espontánea. Inicialmente creí que habías sido víctima de algún tijeretazo, pero viendo la longitud del relato esto no es una explicación, de la misma forma que otros diálogos también sufren problemas similares.

Este asunto no me parecería grave si no fuera porque me he sentido fuera de la lectura todo el tiempo. He sido consciente de estar más como un espectador desde fuera de la historia que como un observador en el entorno en el que se desarrolla.

Y es una pena, porque de algo tan sencillo como un diálogo a favor o en contra de la guerra podrías haber terminado haciendo una gran historia. Que lo es, ojo. Que el mensaje funciona muy bien (aunque, como dice Edgardo, hubiera sido interesante experimentar con otros elementos literarios), pero sólo eso: el mensaje. El transcurso se me queda cojo no por intencionalidad, sino por falta de realismo, bajo mi punto de vista.

Hubiera sido muy difícil, pero me hubiera parecido más interesante que no hubieran hablado. Imagínate que sus miradas lo dijeran todo. Hubiera acabado igual y, en mi opinión, hubiera ganado mucho como relato.

En fin, si has leído hasta aquí sin ganas de matarme habrás comprobado que son sólo tonterías mías.

Mucha suerte y gracias por compartirlo.

[Sinkim]

Me ha gustado mucho esta historia, sobre todo porque me ha recordado a las películas clásicas de Akira Kurosawa y Toshirō Mifune Puede que los dialogos no concuerden demasiado con la época pero en esta historia me parece más interesante el mensaje y el fondo que la forma

[Iliria]

Bueno, Raumat, mis 3 puntitos para ti. Fuiste mi segundo favorito con una historia reflexiva y bien contada. Me alegro

[Edgardo Benitez]

Este era mi tercer lugar, me encantó el tema de la guerra.

[rubisco]

Qué duro he sido con tu relato, Raumat . ¿Me perdonas? ¿Me perdonas? ¿Me per...