I Fantasía: El dragón de las siete cabezas - Takeo
Publicado: 26 Oct 2008 13:27
EL DRAGON DE LAS SIETE CABEZAS
Era aquél un país extraño pero hermoso. Cualquier parecido con la realidad solo era comparable con la realidad de aquella época pero todo transcurría con una cierta normalidad que únicamente se veía alterada por la presencia del dragón de las siete cabezas Egueltap.
La primera cabeza se llamaba Maldras y era altiva y orgullosa. Su configuración remarcaba un mentón sobresaliente, unos colmillos duros y afilados y unos ojos tan saltones como amenazantes. Le gustaba vivir su vida y jugar a soltar grandes láminas de fuego para asustar a cualquier vecino de los pueblos que cruzaban a su paso, luego se reía a mandíbula batiente antes de empezar a llorar.
-Pss, pss… ya puedes ir cambiando de música, que hay más cabezas de las que hablar.
-Calla Theudis, ya te llegará tu turno.
-Claro, mientras hablen de ti, todo será perfecto, pero no te olvides que yo soy la cabeza siete y hasta que llegue a mí…
-Cómo me voy a olvidar de que eres la cabeza siete, la más estúpida: a medida que este cuerpo de dragón va teniendo cabezas, la calidad desciende a pasos de dragón agigantado.
-Bah, dejad de pelearos, ya nos tocará nuestro turno a cada una. Sigue narrador –intervino conciliadora la cabeza número tres.
Maldras era risueña pero decidida. Todo lo tenía claro: qué hacer, cómo hacerlo y, sobre todo, a quién hacer daño. Había heredado los genes de su padre el dragón Utopka, que había vencido en mil batallas a todos los Caballeros que se habían atrevido a desafiarlo. Pero de su madre le habían llegado, para su desgracia, unos gramos de flojera que la llevaban a reír estruendosamente antes de empezar a llorar desconsoladamente, algo que confundía no sólo a sus hermanas cabezas, sino a sus enemigos más acérrimos.
-¡Qué pasa! Ya has proporcionado datos suficientes de esa especie de incongruencia volante, no creo que haya más que añadir.
-¡Theudis, por San Jorge! No podrás estar calladita un rato. Que sepas que hablando de mi cabeza se podría llenar un libro entero, algo que por supuesto no cabría decir de la tuya que, con un par de renglones se te despacha para siempre. – Maldras le envió una ráfaga de fuego que le chamuscó el hocico ante la perplejidad de las otras cabezas que asistían cariacontecidas a las eternas discusiones de sus hermanas. Siempre había sido así, pero no terminaban de acostumbrarse.
-Por favor, dejadlo ya.
-Ya está Andeca la conciliadora. Métete en tus cosas, cabeza fea.
Andeca, la tercera cabeza, era efectivamente fea y conciliadora. Pero como ella decía, la belleza la llevaba en el color de sus llamas, las más hermosas que se recordaban por aquellos lugares remotos. Eran una mezcla de amarillos y azules con rojos color fuego que, antes de llegar a su destino asombraban a sus débiles receptores, de tal manera que se quedaban petrificados y maravillados ante tanta belleza a punto de acabar con sus vidas.
La cabeza de Andeca era de menor tamaño que la de Maldras, sus ojos no eran saltones sino perfectos pero la boca la traicionaba: se había roto un colmillo en una de las peleas con un fiero Caballero lanza en ristre y el mellado había conseguido que el labio superior le colgara confiriéndole un aspecto que en un primer momento daba risa pero que la hacía desaparecer de cualquier rostro cuando la boca se abría para dedicarse a la labor para la que había sido engendrada.
-Ja, ja, ja –la risa estruendosa de Maldras retumbó en el valle haciendo salir despavoridas a todas las aves que descansaban en las ramas de los árboles circundantes-. Si ésa da miedo, qué podrás contar de mí, narrador. Pobrecilla, si de fea la gente huye nada más verla… -iba a continuar hablando, pero grandes lagrimones comenzaron a brotar de sus ojos sin consuelo. Giró la cabeza para no tener que mirarlas-. Se me ha metido un terodáptilo en el ojo.
La cabeza número cinco, Frumario, que se mantenía callada, no quitaba ojo de lo que sucedía a su alrededor. Si por algo destacaba era por su inteligencia y su sagaz visión, capaz de ver más allá de lo que cualquier ojo de dragón podría imaginarse ver algún día. Escuchaba las discusiones de sus hermanas como si no pertenecieran a su linaje. Sus conocimientos del entorno, de los peligros, de todo aquello que pudiera significar el menor peligro para cualquiera de ellas, le habían conferido un respeto y una posición dominante que procuraba no ejercer. Emanaba de su porte y era aceptado sin necesidad de que constase en parte alguna. Utopka siempre se había sentido orgulloso de ella y le enseñaba todo lo que sabía por él mismo y por lo que había heredado de sus dragones antepasados. Aunque él solo había tenido dos cabezas, su dragoncito había nacido con siete para envidia de los demás dragones, que los miraban sin poder evitar un cierto resquemor ante tanta descendencia.
Frumario no había perdido el tiempo: siempre estaba atento a las actuaciones de su padre, a los consejos inteligentes de su madre: Etina. El arte de las argucias, de las emboscadas, de saber esperar el instante preciso para lanzar sus llamas de fuego con tino y sin perder un gramo de energía gratuitamente, le habían llegado, no sólo por la sangre, sino por su juiciosa manera de entender la vida.
-Y Frumario se desmayó de gloria. Siempre ha sido la cabecita mimada de mamá, el ‘elegido’ de papá.
-Maldras, tú sabes que nos ha librado de más de una…
-Sobre todo a ti, Andeca, que hasta que levantas tu labio adormilado y puedes lanzar una llama, le daría tiempo a cualquier Caballero a lancearnos sin piedad.
-¿Podemos continuar con esta historia, por favor? – Theudis volvía a mostrar su paciencia con las continuas discusiones de sus hermanas.
-Bah, ya está contado todo, incluso más de lo necesario –Maldras lanzó un silbido desentendiéndose de todo. Seguro que por los alrededores sucedían cosas más interesantes que pudieran distraerle de aquel tedio insoportable.
Theudis, la séptima cabeza, siempre deseaba que sucedieran cosas, siempre quería llamar la atención porque se sentía, en el fondo, insignificante y totalmente prescindible. Envidiaba la energía de Maldras, su facilidad para expresar sus sentimientos, bien a través de la risa como del llanto. Siempre viva. De Andeca anhelaba su lengua de fuego pero daba gracias a San Jorge por no tener ese labio asqueroso que le producía un rechazo insuperable. Y de Frumario, ¿qué podía decir? La apoyaba, la protegía, siempre estaba dispuesta a enseñarle a defenderse y, si atisbaba cualquier peligro para ella, allí estaba siempre dispuesta a llevarse por delante a cualquier que hubiera descubierto el punto débil del dragón: la cabeza de Theudis cuyo fuego apenas abandonaba sus labios en una mueca grotesca y triste.
-¡Atención atención! ¡Todas alerta! – gritó Maldras.
-¿Qué sucede? – Preguntó nerviosa Theudis.
-Creo que he olido algo.
-Dejadme a mí – alargó la cabeza Andeca moviéndola en todas direcciones intentando percibir algún movimiento extraño a su alrededor-. Creo que hemos llegado a un poblado… oigo pies corriendo en todas direcciones, seguro que ya nos han visto y huyen despavoridos.
-Vayamos a por ellos, hermanas, nos divertiremos un rato. –El mensaje de Maldras llegó nítido a los pies del dragón que empezaron a moverse con toda la rapidez que su envergadura le permitía.
-Que no se escape ninguno – intentó animar Theudis sin que nadie le hiciera el menor caso.
Enseguida apareció ante sus catorce ojos el pueblo de cabañas, los habitantes huyendo tratando de proteger a los niños, los hombres clamando por la presencia de los Caballeros cubiertos de armadura mientras intentaban hacer frente a aquél monstruo con sus flechas y piedras.
A una señal de Frumario, tanto ella como Maldras con su bravura, Andeca con su hermoso fuego y Theudis con su insignificancia comenzaron a lanzar lenguas de fuego terroríficas. Cuando las primeras cabañas empezaron a incendiarse, Aegiamuniaegus, la cabeza número dos, Airnus, la cabeza número cuatro y Bandua, la cabeza número seis, empezaron a arrojar grandes buches de agua por sus enormes bocas, porque estas cabezas habían heredado de su madre la posibilidad de apagar todos los fuegos innecesarios que comenzaban sus hermanas.
Otro final para los amantes de finales no felices, sexo y violencia: Cuando las primeras cabañas empezaron a incendiarse, tanto a Aegiamuniaegus, la cabeza número dos, como a Airnus, la cabeza número cuatro y a Bandua, la cabeza número seis, les cogió desprevenidos y dentro de algunas cabañas perecieron abrasadas y abrazadas las parejas que estaban dedicando la noche a hacer el amor. El país de los dragones era harto peligroso para los habitantes descuidados.
Era aquél un país extraño pero hermoso. Cualquier parecido con la realidad solo era comparable con la realidad de aquella época pero todo transcurría con una cierta normalidad que únicamente se veía alterada por la presencia del dragón de las siete cabezas Egueltap.
La primera cabeza se llamaba Maldras y era altiva y orgullosa. Su configuración remarcaba un mentón sobresaliente, unos colmillos duros y afilados y unos ojos tan saltones como amenazantes. Le gustaba vivir su vida y jugar a soltar grandes láminas de fuego para asustar a cualquier vecino de los pueblos que cruzaban a su paso, luego se reía a mandíbula batiente antes de empezar a llorar.
-Pss, pss… ya puedes ir cambiando de música, que hay más cabezas de las que hablar.
-Calla Theudis, ya te llegará tu turno.
-Claro, mientras hablen de ti, todo será perfecto, pero no te olvides que yo soy la cabeza siete y hasta que llegue a mí…
-Cómo me voy a olvidar de que eres la cabeza siete, la más estúpida: a medida que este cuerpo de dragón va teniendo cabezas, la calidad desciende a pasos de dragón agigantado.
-Bah, dejad de pelearos, ya nos tocará nuestro turno a cada una. Sigue narrador –intervino conciliadora la cabeza número tres.
Maldras era risueña pero decidida. Todo lo tenía claro: qué hacer, cómo hacerlo y, sobre todo, a quién hacer daño. Había heredado los genes de su padre el dragón Utopka, que había vencido en mil batallas a todos los Caballeros que se habían atrevido a desafiarlo. Pero de su madre le habían llegado, para su desgracia, unos gramos de flojera que la llevaban a reír estruendosamente antes de empezar a llorar desconsoladamente, algo que confundía no sólo a sus hermanas cabezas, sino a sus enemigos más acérrimos.
-¡Qué pasa! Ya has proporcionado datos suficientes de esa especie de incongruencia volante, no creo que haya más que añadir.
-¡Theudis, por San Jorge! No podrás estar calladita un rato. Que sepas que hablando de mi cabeza se podría llenar un libro entero, algo que por supuesto no cabría decir de la tuya que, con un par de renglones se te despacha para siempre. – Maldras le envió una ráfaga de fuego que le chamuscó el hocico ante la perplejidad de las otras cabezas que asistían cariacontecidas a las eternas discusiones de sus hermanas. Siempre había sido así, pero no terminaban de acostumbrarse.
-Por favor, dejadlo ya.
-Ya está Andeca la conciliadora. Métete en tus cosas, cabeza fea.
Andeca, la tercera cabeza, era efectivamente fea y conciliadora. Pero como ella decía, la belleza la llevaba en el color de sus llamas, las más hermosas que se recordaban por aquellos lugares remotos. Eran una mezcla de amarillos y azules con rojos color fuego que, antes de llegar a su destino asombraban a sus débiles receptores, de tal manera que se quedaban petrificados y maravillados ante tanta belleza a punto de acabar con sus vidas.
La cabeza de Andeca era de menor tamaño que la de Maldras, sus ojos no eran saltones sino perfectos pero la boca la traicionaba: se había roto un colmillo en una de las peleas con un fiero Caballero lanza en ristre y el mellado había conseguido que el labio superior le colgara confiriéndole un aspecto que en un primer momento daba risa pero que la hacía desaparecer de cualquier rostro cuando la boca se abría para dedicarse a la labor para la que había sido engendrada.
-Ja, ja, ja –la risa estruendosa de Maldras retumbó en el valle haciendo salir despavoridas a todas las aves que descansaban en las ramas de los árboles circundantes-. Si ésa da miedo, qué podrás contar de mí, narrador. Pobrecilla, si de fea la gente huye nada más verla… -iba a continuar hablando, pero grandes lagrimones comenzaron a brotar de sus ojos sin consuelo. Giró la cabeza para no tener que mirarlas-. Se me ha metido un terodáptilo en el ojo.
La cabeza número cinco, Frumario, que se mantenía callada, no quitaba ojo de lo que sucedía a su alrededor. Si por algo destacaba era por su inteligencia y su sagaz visión, capaz de ver más allá de lo que cualquier ojo de dragón podría imaginarse ver algún día. Escuchaba las discusiones de sus hermanas como si no pertenecieran a su linaje. Sus conocimientos del entorno, de los peligros, de todo aquello que pudiera significar el menor peligro para cualquiera de ellas, le habían conferido un respeto y una posición dominante que procuraba no ejercer. Emanaba de su porte y era aceptado sin necesidad de que constase en parte alguna. Utopka siempre se había sentido orgulloso de ella y le enseñaba todo lo que sabía por él mismo y por lo que había heredado de sus dragones antepasados. Aunque él solo había tenido dos cabezas, su dragoncito había nacido con siete para envidia de los demás dragones, que los miraban sin poder evitar un cierto resquemor ante tanta descendencia.
Frumario no había perdido el tiempo: siempre estaba atento a las actuaciones de su padre, a los consejos inteligentes de su madre: Etina. El arte de las argucias, de las emboscadas, de saber esperar el instante preciso para lanzar sus llamas de fuego con tino y sin perder un gramo de energía gratuitamente, le habían llegado, no sólo por la sangre, sino por su juiciosa manera de entender la vida.
-Y Frumario se desmayó de gloria. Siempre ha sido la cabecita mimada de mamá, el ‘elegido’ de papá.
-Maldras, tú sabes que nos ha librado de más de una…
-Sobre todo a ti, Andeca, que hasta que levantas tu labio adormilado y puedes lanzar una llama, le daría tiempo a cualquier Caballero a lancearnos sin piedad.
-¿Podemos continuar con esta historia, por favor? – Theudis volvía a mostrar su paciencia con las continuas discusiones de sus hermanas.
-Bah, ya está contado todo, incluso más de lo necesario –Maldras lanzó un silbido desentendiéndose de todo. Seguro que por los alrededores sucedían cosas más interesantes que pudieran distraerle de aquel tedio insoportable.
Theudis, la séptima cabeza, siempre deseaba que sucedieran cosas, siempre quería llamar la atención porque se sentía, en el fondo, insignificante y totalmente prescindible. Envidiaba la energía de Maldras, su facilidad para expresar sus sentimientos, bien a través de la risa como del llanto. Siempre viva. De Andeca anhelaba su lengua de fuego pero daba gracias a San Jorge por no tener ese labio asqueroso que le producía un rechazo insuperable. Y de Frumario, ¿qué podía decir? La apoyaba, la protegía, siempre estaba dispuesta a enseñarle a defenderse y, si atisbaba cualquier peligro para ella, allí estaba siempre dispuesta a llevarse por delante a cualquier que hubiera descubierto el punto débil del dragón: la cabeza de Theudis cuyo fuego apenas abandonaba sus labios en una mueca grotesca y triste.
-¡Atención atención! ¡Todas alerta! – gritó Maldras.
-¿Qué sucede? – Preguntó nerviosa Theudis.
-Creo que he olido algo.
-Dejadme a mí – alargó la cabeza Andeca moviéndola en todas direcciones intentando percibir algún movimiento extraño a su alrededor-. Creo que hemos llegado a un poblado… oigo pies corriendo en todas direcciones, seguro que ya nos han visto y huyen despavoridos.
-Vayamos a por ellos, hermanas, nos divertiremos un rato. –El mensaje de Maldras llegó nítido a los pies del dragón que empezaron a moverse con toda la rapidez que su envergadura le permitía.
-Que no se escape ninguno – intentó animar Theudis sin que nadie le hiciera el menor caso.
Enseguida apareció ante sus catorce ojos el pueblo de cabañas, los habitantes huyendo tratando de proteger a los niños, los hombres clamando por la presencia de los Caballeros cubiertos de armadura mientras intentaban hacer frente a aquél monstruo con sus flechas y piedras.
A una señal de Frumario, tanto ella como Maldras con su bravura, Andeca con su hermoso fuego y Theudis con su insignificancia comenzaron a lanzar lenguas de fuego terroríficas. Cuando las primeras cabañas empezaron a incendiarse, Aegiamuniaegus, la cabeza número dos, Airnus, la cabeza número cuatro y Bandua, la cabeza número seis, empezaron a arrojar grandes buches de agua por sus enormes bocas, porque estas cabezas habían heredado de su madre la posibilidad de apagar todos los fuegos innecesarios que comenzaban sus hermanas.
Otro final para los amantes de finales no felices, sexo y violencia: Cuando las primeras cabañas empezaron a incendiarse, tanto a Aegiamuniaegus, la cabeza número dos, como a Airnus, la cabeza número cuatro y a Bandua, la cabeza número seis, les cogió desprevenidos y dentro de algunas cabañas perecieron abrasadas y abrazadas las parejas que estaban dedicando la noche a hacer el amor. El país de los dragones era harto peligroso para los habitantes descuidados.