CPIV- Las ilusiones que perdimos en el mar -"Robert Jordan"
Publicado: 07 Abr 2009 23:49
LAS ILUSIONES QUE PERDIMOS EN EL MAR
Me llamo Yusuff Abdullah Mibsam y hoy va a cambiar mi vida. He vendido todas mis propiedades, he abandonado mi casa, mi familia y mi país. Voy a bordo de una patera junto a veinte personas más. Quizá pueda parecerles una locura, ¡pero es mi única forma de sobrevivir!
Voy en busca de una nueva vida, quiero ser feliz, y en España se puede conseguir. Basic, el patrón de la patera, dice que en tres meses uno puede ser rico allí. “Hacen falta muchos obreros, porque no paran de construirse casas, a pesar de la crisis mundial”. Siempre que me hablan de crisis me río, yo se lo que es la crisis de verdad, mi crisis es perder una hija a los tres años por no poder darle de comer, y que otro caiga enfermo por beber de aguas infectadas. ¡Eso sí que es crisis y no esto!
Como es natural el viaje no me ha salido gratis, he vendido mi casa a uno de los pocos interesados en ella y con el dinero obtenido he pagado el “paseo” como aquí lo llaman. Mi familia vive ahora en la calle pero según cuentan dentro de poco tiempo podrán venirse a vivir a España conmigo.
Mientras pasan las horas pienso qué hacer con tanto dinero como voy a ganar. Al principio se lo enviaré a mi familia y cuando están conmigo me compraré una casa y tendré varios criados, mis hijos estudiarán en una buena Universidad y podrán seguir ganando dinero ¡Eso si que será vida y no la que he tenido hasta ahora!
En el viaje además de los veinte que ocupamos este minúsculo bote, hay alguien muy especial para mí, es Hafiz, ha sido amigo mío desde los ocho años. Nos conocimos en el vertedero donde buscábamos algo de comida y desde entonces siempre hemos estado juntos. Él también deja su antigua vida, y al no tener casa se ha endeudado con el patrón, que deberá pagarle dentro de tres meses. Con el dinero que ganará en España no creo que tenga problemas.
Salimos a las siete de la tarde, al principio todos cantábamos y reíamos, pero al caer la noche todo se ha vuelto del revés. Hace frío y la gente empieza a estar cansada. La espalda empieza a doler y las piernas a engarrotarse. De la risa de algunos hemos pasado al llanto de otros: dejan su país, su familia ¡su vida! Si tengo un punto en común con mis compañeros de barca, es que todos dejamos atrás lo mismo.
Hace diez minutos que ha empezado a llover y no tengo con que cubrirme. Miro en mi mochila a ver si me he traído algo que me pueda servir. El patrón solo deja llevarnos una mochila: “hay que aligerar peso que el camino es largo” nos repitió varias veces. Rebusco durante un minuto pero no encuentro nada, sólo una manta y dudando si ponérmela por encima o no decido que quizá sea lo mejor. Hafíz, mi amigo, se la ha puesto también. Le sonrío porque su expresión es seria y no tiene buena cara. ¡Será por su familia! “Estará bien, seguro” le digo. Él me mira y me muestra una sonrisa que, aunque intenta, no puede enmascarar su tristeza.
Ahora llueve con más intensidad, observo el cielo esperando que pare. Me apoyo en la pared del barco y miro hacia el horizonte, en ese momento me acuerdo de mi familia, de mis dos hijos y de mi mujer. ¿Dónde estarán durmiendo? ¿Les estará lloviendo? Mi mujer es fuerte, tan sólo debe aguantar un par de meses, luego vivirá como una reina.
Mientras pienso en los lujos que tendrán mi mujer y mis hijos, veo a Hafíz tiritar. Me pongo de pie para ver que le pasa.
-Idiota, ¿no ves que nos desequilibras?-me grita el patrón.
-Es que mi amigo está tiritando y voy a ver que le pasa.- le respondo con educación.
-Ah, ¿sí? Yo también tengo, todos tenemos frío, a ver compañeros –grita dirigiéndose al resto del bote- ¿Quién tiene frío?
“Yo” gritan algunos, otros callan, están demasiado cansados para hablar.
Me acerco de cuclillas intentando no molestar al resto ni desequilibrar el bote. La cara de mi amigo no es buena, tiene los ojos cerrados y la boca abierta, su expresión es una mezcla entre sufrimiento y cansancio.
-¿Qué te pasa Hafíz?-le digo.
-Tengo sed -me responde entre gemidos.
-Pero ¿estás bien? No tienes muy buen aspecto.
-Creo que tengo fiebre –me dice.
Hablaba como sino tuviera fuerzas y jadeando constantemente. Le pongo la mano encima de la frente y está ardiendo.
-Patrón, mi amigo tiene fiebre.-le grito.
-Y yo ¿Qué hago?, estoy aquí para llevaros a Canarias, no soy médico. Dile que aguante sólo quedan seis horas.
Le miro con gesto de desprecio, pero sólo para intentar ocultar mi preocupación, porque quizá tenga razón, sólo le pagamos para llevarnos. Le doy agua a Hafíz de mi cantimplora, pues de la suya ya no queda.
A la media hora mi amigo empieza a delirar, grita, llora agitando violentamente las manos. Trato de calmarlo, pero no hay forma. “¡Aguanta! -le susurro al oído- ya queda muy poco. Parece que mi voz le calma y se duerme poco a poco.
-¿Cuánto queda?-pregunto.
El patrón no me responde.
-Le he preguntado que cuanto queda- le digo poniéndome de pie y dirigiéndome a él.
-No lo sé –me responde.
-¿Cómo que no lo sabe? ¿Acaso se ha perdido?
El patrón no me contesta, pero su cara refleja una expresión de preocupación y chulería que me inquieta.
-¿Me está diciendo que no sabe por dónde vamos? Mi amigo está enfermo y tenemos que llegar ya a tierra, aquí no durará mucho.
El patrón sigue mirando al frente, le agarro con fuerza del brazo y le miro a la cara.
-Suéltame o te mato-me dice desafiante.
-¿Dónde estamos?-le digo apretándole más fuerte el brazo.
-No lo sé, y suéltame de una vez.
Antes de que pueda llegar a soltarlo me da un puñetazo. La gente grita cuando me ven caer al suelo de la embarcación. Me golpeo en la cabeza y por un momento todo se me vuelve oscuro. Abro los ojos y veo todo borroso, como si una repentina niebla hubiera invadido el Mediterráneo. Estoy demasiado trastornado como para decirle algo al patrón y mucho menos para pelearme. Por eso me vuelvo a mi sitio que logro alcanzar entre preguntas sobre mi estado por parte de mis compañeros.
Cuando me recupero algo me acerco hasta Hafíz. Tiene los ojos cerrados y su cabeza se mueve rápidamente. Intento notar su respiración es entrecortada y muy aguda. ¡Si no llegamos a tiempo morirá!
-Compañeros -grita el patrón- nos hemos perdido
En ese momento muchos empiezan a gritar, y otros se ponen de pie para dirigirse hacia el patrón.
-Escuchadme-grita de nuevo- tenemos suficiente gasolina para enderezar el rumbo, pero somos demasiados. Si no aligeramos peso no llegaremos a Canarias. Así que lo siento, pero tenemos que elegir a seis personas como mínimo. Yo apuesto por el moribundo y por el gordo aquel.
En ese momento sentí una rabia profunda, recordé el puñetazo que me había dado y unido con lo que quería hacer con mi amigo, decidí levantarme para matarlo con mis propias manos.
Lo que ahora relato pasó todo muy rápido. Se levantaron los instintos más primarios de los hombres que allí estábamos. La gente empezó a golpearse entre sí. ¿Qué estaba pasando? Era como si la racionalidad que habíamos logrado tras miles de años se hubiera esfumado en un segundo. La gente gritaba como loca, otros reían, otros lloraban. Se hicieron barbaridades, cuando lanzaron al patrón al mar me alegré, pero sabía que nunca llegaríamos a España.
Me levanté intentado poner orden en esa guerra, que como todas las demás no tiene sentido. Pero era inútil nadie me hacía ni caso, por otra parte me alegraba porque no saldría bien parado ¡Yo ya había tenido bastante!
Entonces sólo una luz cegadora hizo que todo el mundo se detuviera. Nadie sabía que era aquello, incluso, durante unos segundos llegué a pensar que era un castigo divino por nuestra conducta. “Somos la Guardia Civil, por favor permanezcan sentados hasta que los rescatemos”-gritó un altavoz.
Todas las caras entristecieron, todos sabíamos que significaba eso, todos sabíamos que no lo habíamos conseguido. Habíamos apostado todo a un número y perdimos, no había marcha atrás.
Los agentes fueron sacándonos del bote uno a uno. Intenté comunicar a un señor de verde que mi amigo estaba enfermo, él asintió con la cabeza, era evidente. Me dieron una manta y algo de beber. Nadie hablaba allí, los cantos de las primeras horas de viaje ahora eran llantos. El “paseo” se había terminado, todo había terminado ¡jamás alcanzaríamos esa nueva vida! Estábamos peor que antes-pensaba- antes no teníamos dinero, pero ahora además estábamos endeudados, porque el viaje había que pagarlo.
Fui a ver a Hafíz, lo estaban cuidando unos doctores con una cruz roja en la espalda. Recé una oración por él y subí a la cubierta para ver el mar. Allí vi la casa que quería comprarme, los criados que iba a tener y el coche de 240cv. Todos estaban allí, flotando, paseándose entre las olas, como riéndose de mí. Cada vez se alejaban más, hasta que desaparecieron completamente. Eran mis ilusiones, mis deseos, aquellos que, ahora, perdía en el mar.
Me llamo Yusuff Abdullah Mibsam y hoy va a cambiar mi vida. He vendido todas mis propiedades, he abandonado mi casa, mi familia y mi país. Voy a bordo de una patera junto a veinte personas más. Quizá pueda parecerles una locura, ¡pero es mi única forma de sobrevivir!
Voy en busca de una nueva vida, quiero ser feliz, y en España se puede conseguir. Basic, el patrón de la patera, dice que en tres meses uno puede ser rico allí. “Hacen falta muchos obreros, porque no paran de construirse casas, a pesar de la crisis mundial”. Siempre que me hablan de crisis me río, yo se lo que es la crisis de verdad, mi crisis es perder una hija a los tres años por no poder darle de comer, y que otro caiga enfermo por beber de aguas infectadas. ¡Eso sí que es crisis y no esto!
Como es natural el viaje no me ha salido gratis, he vendido mi casa a uno de los pocos interesados en ella y con el dinero obtenido he pagado el “paseo” como aquí lo llaman. Mi familia vive ahora en la calle pero según cuentan dentro de poco tiempo podrán venirse a vivir a España conmigo.
Mientras pasan las horas pienso qué hacer con tanto dinero como voy a ganar. Al principio se lo enviaré a mi familia y cuando están conmigo me compraré una casa y tendré varios criados, mis hijos estudiarán en una buena Universidad y podrán seguir ganando dinero ¡Eso si que será vida y no la que he tenido hasta ahora!
En el viaje además de los veinte que ocupamos este minúsculo bote, hay alguien muy especial para mí, es Hafiz, ha sido amigo mío desde los ocho años. Nos conocimos en el vertedero donde buscábamos algo de comida y desde entonces siempre hemos estado juntos. Él también deja su antigua vida, y al no tener casa se ha endeudado con el patrón, que deberá pagarle dentro de tres meses. Con el dinero que ganará en España no creo que tenga problemas.
Salimos a las siete de la tarde, al principio todos cantábamos y reíamos, pero al caer la noche todo se ha vuelto del revés. Hace frío y la gente empieza a estar cansada. La espalda empieza a doler y las piernas a engarrotarse. De la risa de algunos hemos pasado al llanto de otros: dejan su país, su familia ¡su vida! Si tengo un punto en común con mis compañeros de barca, es que todos dejamos atrás lo mismo.
Hace diez minutos que ha empezado a llover y no tengo con que cubrirme. Miro en mi mochila a ver si me he traído algo que me pueda servir. El patrón solo deja llevarnos una mochila: “hay que aligerar peso que el camino es largo” nos repitió varias veces. Rebusco durante un minuto pero no encuentro nada, sólo una manta y dudando si ponérmela por encima o no decido que quizá sea lo mejor. Hafíz, mi amigo, se la ha puesto también. Le sonrío porque su expresión es seria y no tiene buena cara. ¡Será por su familia! “Estará bien, seguro” le digo. Él me mira y me muestra una sonrisa que, aunque intenta, no puede enmascarar su tristeza.
Ahora llueve con más intensidad, observo el cielo esperando que pare. Me apoyo en la pared del barco y miro hacia el horizonte, en ese momento me acuerdo de mi familia, de mis dos hijos y de mi mujer. ¿Dónde estarán durmiendo? ¿Les estará lloviendo? Mi mujer es fuerte, tan sólo debe aguantar un par de meses, luego vivirá como una reina.
Mientras pienso en los lujos que tendrán mi mujer y mis hijos, veo a Hafíz tiritar. Me pongo de pie para ver que le pasa.
-Idiota, ¿no ves que nos desequilibras?-me grita el patrón.
-Es que mi amigo está tiritando y voy a ver que le pasa.- le respondo con educación.
-Ah, ¿sí? Yo también tengo, todos tenemos frío, a ver compañeros –grita dirigiéndose al resto del bote- ¿Quién tiene frío?
“Yo” gritan algunos, otros callan, están demasiado cansados para hablar.
Me acerco de cuclillas intentando no molestar al resto ni desequilibrar el bote. La cara de mi amigo no es buena, tiene los ojos cerrados y la boca abierta, su expresión es una mezcla entre sufrimiento y cansancio.
-¿Qué te pasa Hafíz?-le digo.
-Tengo sed -me responde entre gemidos.
-Pero ¿estás bien? No tienes muy buen aspecto.
-Creo que tengo fiebre –me dice.
Hablaba como sino tuviera fuerzas y jadeando constantemente. Le pongo la mano encima de la frente y está ardiendo.
-Patrón, mi amigo tiene fiebre.-le grito.
-Y yo ¿Qué hago?, estoy aquí para llevaros a Canarias, no soy médico. Dile que aguante sólo quedan seis horas.
Le miro con gesto de desprecio, pero sólo para intentar ocultar mi preocupación, porque quizá tenga razón, sólo le pagamos para llevarnos. Le doy agua a Hafíz de mi cantimplora, pues de la suya ya no queda.
A la media hora mi amigo empieza a delirar, grita, llora agitando violentamente las manos. Trato de calmarlo, pero no hay forma. “¡Aguanta! -le susurro al oído- ya queda muy poco. Parece que mi voz le calma y se duerme poco a poco.
-¿Cuánto queda?-pregunto.
El patrón no me responde.
-Le he preguntado que cuanto queda- le digo poniéndome de pie y dirigiéndome a él.
-No lo sé –me responde.
-¿Cómo que no lo sabe? ¿Acaso se ha perdido?
El patrón no me contesta, pero su cara refleja una expresión de preocupación y chulería que me inquieta.
-¿Me está diciendo que no sabe por dónde vamos? Mi amigo está enfermo y tenemos que llegar ya a tierra, aquí no durará mucho.
El patrón sigue mirando al frente, le agarro con fuerza del brazo y le miro a la cara.
-Suéltame o te mato-me dice desafiante.
-¿Dónde estamos?-le digo apretándole más fuerte el brazo.
-No lo sé, y suéltame de una vez.
Antes de que pueda llegar a soltarlo me da un puñetazo. La gente grita cuando me ven caer al suelo de la embarcación. Me golpeo en la cabeza y por un momento todo se me vuelve oscuro. Abro los ojos y veo todo borroso, como si una repentina niebla hubiera invadido el Mediterráneo. Estoy demasiado trastornado como para decirle algo al patrón y mucho menos para pelearme. Por eso me vuelvo a mi sitio que logro alcanzar entre preguntas sobre mi estado por parte de mis compañeros.
Cuando me recupero algo me acerco hasta Hafíz. Tiene los ojos cerrados y su cabeza se mueve rápidamente. Intento notar su respiración es entrecortada y muy aguda. ¡Si no llegamos a tiempo morirá!
-Compañeros -grita el patrón- nos hemos perdido
En ese momento muchos empiezan a gritar, y otros se ponen de pie para dirigirse hacia el patrón.
-Escuchadme-grita de nuevo- tenemos suficiente gasolina para enderezar el rumbo, pero somos demasiados. Si no aligeramos peso no llegaremos a Canarias. Así que lo siento, pero tenemos que elegir a seis personas como mínimo. Yo apuesto por el moribundo y por el gordo aquel.
En ese momento sentí una rabia profunda, recordé el puñetazo que me había dado y unido con lo que quería hacer con mi amigo, decidí levantarme para matarlo con mis propias manos.
Lo que ahora relato pasó todo muy rápido. Se levantaron los instintos más primarios de los hombres que allí estábamos. La gente empezó a golpearse entre sí. ¿Qué estaba pasando? Era como si la racionalidad que habíamos logrado tras miles de años se hubiera esfumado en un segundo. La gente gritaba como loca, otros reían, otros lloraban. Se hicieron barbaridades, cuando lanzaron al patrón al mar me alegré, pero sabía que nunca llegaríamos a España.
Me levanté intentado poner orden en esa guerra, que como todas las demás no tiene sentido. Pero era inútil nadie me hacía ni caso, por otra parte me alegraba porque no saldría bien parado ¡Yo ya había tenido bastante!
Entonces sólo una luz cegadora hizo que todo el mundo se detuviera. Nadie sabía que era aquello, incluso, durante unos segundos llegué a pensar que era un castigo divino por nuestra conducta. “Somos la Guardia Civil, por favor permanezcan sentados hasta que los rescatemos”-gritó un altavoz.
Todas las caras entristecieron, todos sabíamos que significaba eso, todos sabíamos que no lo habíamos conseguido. Habíamos apostado todo a un número y perdimos, no había marcha atrás.
Los agentes fueron sacándonos del bote uno a uno. Intenté comunicar a un señor de verde que mi amigo estaba enfermo, él asintió con la cabeza, era evidente. Me dieron una manta y algo de beber. Nadie hablaba allí, los cantos de las primeras horas de viaje ahora eran llantos. El “paseo” se había terminado, todo había terminado ¡jamás alcanzaríamos esa nueva vida! Estábamos peor que antes-pensaba- antes no teníamos dinero, pero ahora además estábamos endeudados, porque el viaje había que pagarlo.
Fui a ver a Hafíz, lo estaban cuidando unos doctores con una cruz roja en la espalda. Recé una oración por él y subí a la cubierta para ver el mar. Allí vi la casa que quería comprarme, los criados que iba a tener y el coche de 240cv. Todos estaban allí, flotando, paseándose entre las olas, como riéndose de mí. Cada vez se alejaban más, hasta que desaparecieron completamente. Eran mis ilusiones, mis deseos, aquellos que, ahora, perdía en el mar.