I Negra: La mantis religiosa - Yago

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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I Negra: La mantis religiosa - Yago

Mensaje por julia »

El automóvil barrió la calle con la luz de los faros y desapareció por la esquina dejando en el aire el sonido ronco del motor. Una persiana se cerró con estrépito al compás de una blasfemia y en los tejados se escuchó el maullido de un gato. En ese momento el portal se iluminó y en el dintel de entrada a la tahona situada justo enfrente unos pies recularon lanzando al aire el destello metálico del remache de unos zapatos.

En su escondite, Sara Mille se tensó como un resorte. La espera comenzaba a hacerse pesada y le dolía la espalda, sin embargo, al abrirse la puerta y contemplar al otro lado de la calle el rostro de la chica en el portal se relajó aliviada. Comenzaba la actividad.

Aquel caso se estaba alargando demasiado y el cliente se había quejado a su jefe, el cual le había advertido sin miramientos que si no conseguía resultados esa misma noche no habría caso…, ni tampoco recompensa.

Menuda porquería de profesión, pensó apretando su cuerpo menudo contra la puerta de la panadería. Bien que se lo había advertido su padre primero y su chico después: la de detective no era profesión para mujeres; sin embargo ese tipo de advertencias cargadas de machismo funcionaban para ella como un estímulo añadido, y a pesar del frío, la lluvia, las incómodas esperas y la cara de disgusto de Mario cuando llegaba a casa a final de mes con una nómina de tres cifras, Sara había decidido insistir, esperando la llegada del caso que la convirtiera en una figura de peso en el difícil mundo de los detectives.

En aquella ocasión se trataba de algo normal y atípico a la vez. La investigación de uno de los conyugues por parte del otro es cosa bastante común, pero raramente son ellos los que quieren husmear en la vida de ellas. Los hombres son arrogantes hasta para la infidelidad, sin embargo al marido de aquella chica que ahora se asomaba a la calle con curiosidad y que después de estirar un brazo para comprobar que chispeaba, abría un paraguas y echaba a andar calle abajo, le parecía sospechoso que se ausentara todos los martes ofreciendo brumosas explicaciones sobre un trabajo a tiempo parcial. Al menos Sara ya sabía que las idas y venidas a la central de Vodafone eran sólo una tapadera. La había visto entrar cada martes en la oficina principal de la operadora para volver a salir por la otra puerta después de una consulta inocente con cualquiera de los responsables disponibles.

Llevaba ya un mes tras ella, pero claro, tratándose de una conducta que ofrecía dudas únicamente unas pocas horas a la semana, el resultado real se resumía en una investigación de cuatro tardes.

La primera vez se pegó a ella desde la salida de su casa en Cornellá, subió al rodalies tras ella y cuando se apeó la siguió hasta las oficinas centrales de Vodafone primero, y hasta la pensión después. Esperó pacientemente mientras una tormenta descargaba sobre el coche gotas de agua como uvas de septiembre y, aprovechando una breve escampada, fue a orinar a una cafetería próxima. No fue nada, cinco minutos a lo sumo, después esperó durante horas sin que se produjera movimiento alguno hasta que, hacia las dos de la mañana, la vio venir de regreso. Se sintió indignada consigo misma. Menos mal que secretos como ese la acompañarían a la tumba; su padre y su chico hubieran apuntado que un hombre se hubiera limitado a abrir la puerta, sacar la chorra y mear sobre el pavimento. La de investigador no era profesión para mujeres. Donde tenía que estar era en su casa viendo la tele con su marido.

La segunda vez siguió la misma rutina hasta que la chica se instaló en la pensión. Después esperó pacientemente con una bacinilla a los pies del asiento del copiloto por si acaso, sin embargo esta vez apareció en seguida, tomó un taxi y Sara se aprestó a seguirla… hasta que el conductor giró por una callejuela reservada a vehículos públicos y ella continuó de frente mordiéndose los labios. Se sintió frustrada y adivinó el dedo admonitorio de Mario señalando que cualquier hombre hubiera transgredido la regla. Sólo las mujeres obedecen las señales de tráfico a rajatabla, es la testosterona la responsable de enviar al cerebro el impulso transgresor. Definitivamente la suya era una profesión para hombres. Su padre hubiera añadido que a esas horas su lugar estaba en casa preparando la cena a su sufrido esposo.

En la tercera ocasión decidió armarse de valor e insensatez para desafiar cualquier regla divina o humana que le impidiera cumplir una misión que su jefe comenzaba a juzgar demasiado elevada para ella. Esa vez esperó en el coche durante un par de horas escuchando un cedé de Bunbury e incluso tuvo que hacer uso de la bacinilla, pero al fin la chica volvió a aparecer en la puerta de la pensión y se dispuso a seguirla a distancia. Hacía una noche agradable, pero ella caminaba embutida en un abrigo entallado y con el cuello alzado cubriéndole por encima de las orejas. Al llegar a la parada de taxis la sorprendió y siguió caminando rambla abajo hasta perderse entre el gentío que absorbía la boca de metro en Drassanes. Desesperada, buscó dónde aparcar el coche, pero no hubo forma, además, parecía que todos los conductores de la ciudad habían decidido concentrarse tras ella para darle un concierto de claxon. Se sintió ofuscada. Mario decía que en la vida siempre hay que tener una alternativa. Su padre lo llamaba plan B, pero venía a ser lo mismo, aunque él hubiera añadido que tenía edad para andar criando churumbeles en lugar de callejear estúpidamente por una ciudad que le quedaba grande. Su jefe le advirtió que una y no más, santo Tomás.

Y allí estaba de nuevo. En la pensión la chica había sustituido los vaqueros con los que había subido al tren por una falda corta que ocultaba el largo abrigo color crema que volvía a cubrirle por encima de las orejas. El paraguas le quedaba tan próximo a la cabeza que caminaba completamente oculta bajo sus varillas, como esos soldados con el rostro pintado que se mimetizan en la jungla de modo que resulta imposible distinguirlos.

Esta vez tenía un plan alternativo que esperaba cubriera cualquier contingencia inesperada. Caminaría tras ella y si al llegar a la parada se metía en uno de los taxis, cogería el siguiente, aunque estaba por ver si el jefe accedería a pagárselo, cosa harto improbable si la investigación no llegaba a ninguna parte.

Con el paraguas abierto e inclinado de forma que le cubría completamente la cabeza, la siguió a una distancia prudente. A pesar de la lluvia y el viento, el aire le arrojaba al rostro ocasionales ramalazos del aroma de One, de Calvin Klein. Había usado ese perfume tiempo atrás y algunas veces, al cerrar los ojos, la esencia volvía a abrirse camino hasta su cerebro. El alguna parte había leído que los olores son uno de los puentes más sólidos en la dirección de los recuerdos.

A resguardo también de su paraguas, la chica, el target en el argot profesional, avanzaba firme y decidida y al llegar a la parada de taxis la rodeó para continuar caminando en dirección a la misma boca de metro en donde la había perdido la última vez, sólo que en esta ocasión pudo seguirla escaleras abajo con una sonrisa de satisfacción. Cuando el tren se detuvo en la estación, entró en el mismo vagón que ella y se sentó relativamente cerca, de ese modo pudo contemplarla sin obstáculos: tirando a feucha, tenía el cutis fino y el cabello, lacio y oscuro, estaba cortado a la altura del cuello. Las piernas eran firmes y algo musculosas, de extremo izquierdo, hubiera sentenciado su padre. Los pechos eran pequeños, como le gustaban a Mario. En la parte trasera del vagón un luminoso fluctuaba intermitentemente entre el anuncio de la parada inminente, la hora y la temperatura. El aroma del perfume de la chica le enviaba señales embriagadoras, cerrando los ojos pensó que podría seguirla sin referencias visuales y al abrirlos de nuevo, el luminoso le envió la hora envuelta en un guiño. Se preguntó porqué los martes. Porqué precisamente el día que en la tele hacían su serie favorita que Mario no podía grabar porque coincidía con las partidas de su campeonato de bridge. Sus ojos volvieron a cerrarse y una sonrisa maliciosa permaneció prendida en sus labios. Los días de partida solía regresar a casa antes que él y se acostaba dispuesta a esperarle hasta que caía rendida por el sueño. Entonces soñaba que él llegaba, se acostaba y le hacía el amor en su estado de inconsciencia de una forma cálida e intensa y en un ambiente saturado de inequívocos aromas de Calvin Klein. Entonces se despertaba y lo contemplaba dormido a su lado. Cuando intentaba volver a conciliar el sueño su mente se empeñaba en torturarla con ráfagas del deseo insatisfecho mientras el aire se impregnaba de los lacerantes vapores de One.

La parada brusca del tren la rescató de sus pensamientos. Se sentía húmeda y excitada, y dentro de las copas del sujetador sus pequeños pezones apuntaban al cielo como la artillería de un buque de combate. La chica se incorporó y abandonó el vagón. Sara la siguió envuelta en un halo de perfume, imaginando que esa noche al llegar a casa Mario la tomaba con el ímpetu antiguo. En la calle el aire frío de la noche la devolvió a la realidad. La chica avanzaba delante de ella sorteando charcos por un descampado para el que su calzado resultaba cruelmente inapropiado. Ahora la humedad había descendido hasta sus pies recordándole con su chof chof cadencioso la importancia de tener un plan alternativo. Una oleada de perfume volvió a excitar sus sentidos; se sentía extraña y ridícula siguiendo al target entre charcos y barro con la libido desatada de aquella manera. La chica no tardó en alcanzar una acera y dobló la esquina de una calle iluminada.

Aquel era uno de los barrios del muelle. La calle olía a frito y unas putas se insinuaban a los pocos hombres que caminaban por las aceras atraídos por los reclamos de neón. La chica se detuvo, miró a ambos lados de la calle y tras comprobar que no venía ningún coche atravesó en dirección a la otra acera. Sara se detuvo y disimuló contemplando un escaparate. Un marinero se acercó tambaleante y murmuró una grosería. Cruzó la calle siguiendo a su target.

Al llegar a la esquina la chica se detuvo y pareció dudar, Sara volvió a detenerse y se apoyó indolente en una farola. Había dejado de llover y cerró el paraguas. Un viejo enchaquetado y bien conjuntado la miró y alzó las cejas en un gesto de complicidad. Con los pies empapados y el alma encogida, Sara levantó la mano contestándole con un gesto del dedo anular. Entonces volvió la vista a la esquina y descubrió horrorizada que su target había desaparecido.

Renunciando al disimulo echó a correr en dirección a la esquina por la que había desaparecido su objetivo. En un instante su cabeza se llenó de avisos, su padre se reía, Mario sacudía la cabeza y su jefe la relegaba a labores administrativas con la orden tajante de no tocar los archivos. Al llegar a la esquina lanzó una ojeada a la calle y no la vio por ninguna parte. Un escalofrío recorrió su espina dorsal como una culebra.

Como el resto de arterias aledañas a la principal, aquella calle estaba iluminada pobremente y no se veían muchos transeúntes. Unas pocas luces en las alturas anunciaban hoteles de poca categoría, en uno de los cuales, a los pies de los escalones que conducían a la entrada, unos hombres bromeaban y reían con un vaso en la mano, Sara se acercó renunciando a las más elementales normas de la prudencia. En la puerta del hotel una pizarra apoyada sobre un enorme macetero en el que crecía raquíticamente un banano proclamaba una especie de concurso, en el anuncio destacaba un dibujo a mano representando un grupo de naipes. A Sara se le encogió el corazón mientras ascendía los escalones ignorando los comentarios del grupo de hombres a sus espaldas.

Bastó una mirada. El vestíbulo del hotel aparecía repleto de mesas, cubiertas todas por idénticos tapetes verdes sobre los que un grupo de ruidosos individuos jugaba a las cartas. En el centro del salón, ajena al bullicio, la chica permanecía de pie sonriendo mientras uno de los hombres abandonaba la partida y se dirigía a su encuentro fundiéndose con ella en un abrazo. Antes de desaparecer tras la puerta del ascensor en dirección a las habitaciones pudo ver como sus labios se unían en un beso cargado de deseo.

Se sentó en las escaleras de la puerta abrumada por una desagradable sensación de vacío. Los hombres de la calle habían dejado de reír y uno de ellos le preguntó si se encontraba bien. Sara permaneció mirándolo como si no le hubiera entendido. Claro que no se sentía bien. Estaba confundida y su primer pensamiento fue el dedo extendido de su padre recordándole que ya se lo había advertido. Tal vez tuviera razón y un pensamiento fugaz le trasmitió un instante de ánimo. Tal vez no fuera tarde. Quizás aún estuviera a punto de reconquistar a su chico. Dejaría la profesión y buscaría un empleo menos emocionante y más estable.

El hombre volvió a hacerle una pregunta ininteligible. En su rostro había un gesto de preocupación y en la mirada una mueca de flirteo. Qué coño, pensó, había resuelto el caso, lo cual significaba que era una buena profesional. El domingo iría a comer con su padre y se lo contaría, tal vez se sintiera orgulloso y si no, allá él. En cuanto a Mario, le mostraría el cheque antes de darle con la puerta en las narices y ponerle la maleta en la calle, pero antes tenía algo más importante que resolver: en las escaleras aún flotaba el intenso aroma de un perfume que le despertó un apetito enterrado en lo más profundo de su vientre. Sus ojos se iluminaron; aquella noche Mario sería suyo, le haría el amor en ese agradable estado de laxitud de la semiinconsciencia y después ya se vería. Era algo que se debía a sí misma. En ese momento recordó a la mantis religiosa. ¿No era ése insecto el que se merendaba al macho después de hacer uso de él?
El hombre se había sentado a su lado y la contemplaba con mirada estúpida insistiendo en sus preguntas mientras sus compañeros apuraban sus bebidas entre codazos, guiños y sonrisas cómplices. Sara volvió en sí, lo miró y se incorporó ignorándolo mientras echaba a andar tratando de recordar dónde había dejado el coche.
- Me encuentro perfectamente. Mejor que nunca. Gracias.
Y desapareció por la esquina reuniendo mentalmente las palabras precisas para su informe.
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ciro
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por ciro »

Me dice poco y tiene varios clichés del género. Lo siento.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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artemisia
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por artemisia »

no me ha convencido, demasiado descriptivo, dentro del género, eso sí, y con poca sustancia al final...
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Felicity
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Felicity »

El principio promete.
una mujer detective, Bien!
Pero... luego se queda en eso, promesa
mucha descripción y ninguna acción para lo largo que es :meditando:

Supongo que en novela esto ganaría mucho :D
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kharonte
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por kharonte »

Pues sí... con el título del relato, yo hubiera esperado que la Mantis resultase ser otro personaje... y habría dado un remate más interesante a todo.
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Escorpion
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Escorpion »

A mi tampoco me ha gustado. Está escrito correctamente y prometía, pero al final se diluye y tiene poca consistencia.
:?
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Ángel_caído
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Ángel_caído »

Coincido con los demás, parece que la va a encontrar en un asunto turbio o siniestro y que va a resolverlo para dejar pasmados a su jefe, marido y padre, pero luego resulta que sólo es una infidelidad... :roll:
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Ororo
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Ororo »

Pues a mí me ha gustado bastante. Es verdad que el final te deja frío, pensando que va a pasar cualquier otra cosa que confirmar la infidelidad. Pero me quedo con la sensación de "enganche" que produce la sospechosa en la detective cuando la va siguiendo por la calle y en el metro. Es como si su perfume la enganchara, la sedujera y la atontara y... yo creía que al final.... sabía que la estaba persiguiendo y le iba a tender una trampa mortal.
Los toques feministas también me han gustado: esos padres chapados a la antigua y esos novios! Más confianza :wink:
Lo que pienso es que en una historia se valora demasidado el final a veces. Que tiene su importancia, pero no lo es todo. De todas formas, te quedas con ganas de más aquí.
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Desierto
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Desierto »

A mí también me ha gustado. Es un relato muy bien construido en el que la trama se va desgranando perfectamente sin que te despistes en absoluto.
Formalmente correcto.
Es cierto que peca de una "falta" que ya he visto en varios: no porque los protagonistas sean detectives el relato es negro... éste en concreto entraría mejor en romántica.
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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Nieves
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Nieves »

La idea me ha parecido buena, no original. Yo lo hubiera alargado un poco más, me he quedado con las ganas de leer a la mantis religiosa en acción.
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Cronopio77
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Cronopio77 »

Tampoco me ha dicho nada. Tal y como está redactado (lenguaje, estructura, etc.) parece que la protagonista se ríe de sí misma y de los tópicos sobre su sexo; da la impresión de ser una especie de auto-parodia. Sin embargo, el final desmiente esa sensación: da a entender que el autor pretendía construir una historia crítica y de superación, cuestiones que yo no aprecio en ningún momento.
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SHardin
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por SHardin »

Leído. Es un relato que atrapa, muy bien estructurado pero con falta de guión. No me termina de convencer el caso que no es caso. Debo de reconocer que me encanta la detective y que quede con ganas de leer más sobre ella (eso si mientras no está en el trabajo).
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Arwen_77
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Arwen_77 »

Promete mucho al principio para luego irse quedando en muy poco. El final no me dice nada.
Y... ¿por qué le va a poner las maletas en la puerta al tal Mario? , ¿por no apoyarla más en el trabajo? Si hacía un momento le adoraba...:shock: Hasta llegué a pensar que iba a ser él quien estaba con la perseguida, pero no, tampoco era eso.
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Merridew
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Re: I Negra: La mantis religiosa

Mensaje por Merridew »

A mí me gusta cómo está escrito y el enfoque original de la mujer detective en un mundo de hombres. Quizá la pega es el final, que no es tan redondo como me gustaría, pero no me costó nada leer este relato.
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lucia
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Re: I Negra: La mantis religiosa - Yago

Mensaje por lucia »

El problema es que a la mitad de imaginas el final y te quedas esperando que haga honor al título para quedarte con cara de tonto por lo blanco que luego resulta.
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