CRI: Recuerdos del pasado -Persephone
Publicado: 09 Oct 2011 16:41
RECUERDOS DEL PASADO
No sé por dónde empezar... Hace un mes que ocurrió y aún no me lo creo. Quizá lo mejor es que empiece recordando un poco.
La conocí hace ya cuatro años en la universidad. Era la chica más dulce y simpática del mundo, todos quedaban prendados de ella, de su luz y su calidez, contagiaba a todos su energía. Al principio no lo tuve claro, la veía como a una amiga más, incluso me fijé antes en su amiga que en ella. Poco a poco fui viendo la verdad, descubriendo mis propios sentimientos, resultaba que estaba empezando a gustarme mucho, era un sentimiento de inquietud, pero a la vez de querer explotar de la emoción.
Me pasaba el día pensando en ella, hasta el punto de empezar a intentar intimar, pero ella se cerraba en banda a cualquier acercamiento más allá de la amistad. No era capaz de entenderlo hasta que me enteré lo desastrosas que fueron sus relaciones anteriores. Ella era tan frágil, tan adorable y estaba tan asustada de amar a alguien de nuevo... Eso sólo podía hacer que yo la amase con más fuerza en silencio y la distancia de la amistad.
Estuvimos meses entre el sí y el no, mientras yo me moría por tenerla entre mis brazos y protegerla del mundo. Recuerdo una tarde especialmente, a ella le gustaba mucho hacerme de rabiar. Vino a mi casa y nos fuimos a mi cuarto, me senté en la cama y ella se sentó a mi lado. La miraba de reojo, estaba nerviosa y miraba hacia todos lados, como inspeccionando mi cuarto. De repente se giró y me dio un beso en la mejilla, me pareció un gesto de lo más tierno y aniñado, muy tímido, como si estuviese haciendo una travesura. Ese pequeño contacto ya hacía que mi corazón se me saliese por la boca, pero procuré mantener la calma y quedarme quieto, prefería ver en qué acababa la cosa. Según me contó ella semanas después le parecí impasible, ajeno a lo que pasaba, ya que ni siquiera me giré para mirarla a los ojos en ese primer contacto. En cierto modo temía encontrar en sus ojos el sentimiento equivocado hacia mi.
Tras ese beso me dio otro y empezó a ver que no me era indiferente. Me dio otro beso, otro y otro más, me retaba a reaccionar, picándome para que saltase; hasta que al fin me giré para mirarla. No estaba la mirada vacía que la caracterizaba, ya no parecía estar en otro mundo, sus ojos chispeaban de alegría, de ilusión, estábamos en mi cuarto y nos empezamos a ver como éramos realmente.
Nos miramos durante largos minutos, separados únicamente por milímetros de aire, ninguno sonreía, la tensión del momento era demasiada. Poco a poco ella se acercó, podía sentir su respiración suave y cálida; terminó de acercarse y me besó. No fue mi primer beso, pero como si lo fuese... Fue lento, tierno, cargado de sentimientos contenidos durante meses. Sabía que en lo más profundo de su ser, ella sentía lo mismo que yo. El beso iba pasando a ser más apasionado con el paso de los segundos pero paramos, nos miramos intensamente y después volvimos a mirar hacia el frente, retomando una conversación medio olvidada que teníamos antes de entrar al cuarto.
Poco después comenzamos a salir, estaba que no me lo creía, sabía que yo no me la merecía, que me había tocado la lotería, que nunca sería suficiente para una mujer tan maravillosa, pero no sería yo quien se lo dijese al mundo, lo único que gritaría a los cuatro viento era lo mucho que nos amábamos y las promesas de amor eterno y de estar juntos por siempre. Creí que esas promesas las cumpliríamos, nunca creí que pasaría lo que pasó.
Fueron dos años y medio de pasión desenfrenada, de sincerarnos y contarnos secretos, de hablar de toda clase de intimidades. Cuando comenzamos a salir pareció que nuestras vidas empezaron. Lo hacíamos todo juntos, montábamos en patines o bicicleta por el paseo marítimo, nos íbamos algún fin de semana a un bungalow en el campo, a la playa todo el día en verano o simplemente a dar largos paseos por el centro de la ciudad. Nuestra vida era perfecta, y lo fue más a raíz de poder ir a pasar varios días juntos a una casa vacía que tenía su madre. A partir de ese momento no había quien nos separase, prácticamente la veía más que a mi propia familia. Me encantaba pasar esos días con ella, eran una liberación, nos evadíamos de la realidad y del mundo que nos rodeaba; los problemas quedaban fuera de esa casa. Pero parece ser que los nuestros no supieron mantenerse detrás de la puerta de ese mundo de paz y acabaron colándose.
Estábamos más unidos que cualquier otra pareja que conocía, pero algo tan perfecto no podía durar. Sabíamos que no estaba bien, ella no tenía una buena vida familiar, y esos problemas nos ahogaban a ambos, yo caí en problemas de ansiedad y me fui apagando, abrumado por la vida familiar que debía soportar mi pobre novia, y ella se moría al ver que me iba apagando por sus problemas. Nos desvivíamos por aparentar ser felices, por mantener una relación que se venía abajo por mucho que nos amásemos.
Un día, sentados en el coche, ella me dijo que debíamos romper, que por mucho que me amase sentía que algo no estaba bien entre nosotros. También que para crecer como persona y averiguar qué quería hacer con su vida necesitaba estar sola. Hacía unos días había intentado suicidarse, y yo en ese momento quería morir también, no sabía que un corazón roto en mil pedacitos podía doler hasta marear, hasta no poder respirar. Le supliqué que no me dejase, le dije que todo tenía solución, que debíamos buscarla juntos, le imploré que no se alejase de mi, que no me abandonase. Ella se echó a llorar y me dijo que la matase, que nos matásemos juntos para alejar el dolor para siempre. No supe qué decir...
Lloramos durante horas, nos repetimos lo mucho que nos amábamos y yo no paraba de repetir que todo esto era un error, que había otras soluciones, que no podía dejarme solo, pero no había forma de parar la determinación de mi preciosa chica. La estaba perdiendo... Sentí como ella se alejaba de mi y yo no podía hacer nada, quería extender el brazo y retenerla a mi lado, abrazarla hasta quedarnos sin respiración; pero ella comenzó a caminar hacia el horizonte, un camino sin retorno.
Nunca pensé que algo así podía doler tanto, íbamos a estar siempre juntos, ella me lo prometió, yo se lo prometí. Ahora estamos destrozados, separados sin esperanza de recuperar algo de lo que teníamos. Todo lo que hay en mi cuarto me recuerda a ella, todas mis cosas tienen una historia que las acompaña, y en todas está implicada ella. Ropa que me ayudó a elegir para comprarla, ropa mía que utilizó, los móviles iguales, juegos de mesa... No hay nada en mi vida que no me recuerde a ella, pero tengo que aprender a vivir sin ella, no puedo hacer otra cosa.
Poco a poco, al ir asimilando todo, la fui borrando de mi vida. Me dolía más saber de ella que no saber nada; aún así me puse en contacto en un par de ocasiones, sin resultado alguno. ¿De verdad ella podía soportarlo? Porque mi mundo se estaba derrumbado, me estaba costando creerlo. Pero prefería creer que empezaba a hacer su vida normal, como me dijo que quería hacer cuando rompió conmigo, que estaba encontrándose a sí misma, conociéndose y averiguando a dónde quería llegar. Me alegra que no se haya encerrado a llorar en su casa, significa que al menos esto ha servido para algo, para que ella esté mejor, para que se recupere anímicamente de todos los problemas que tiene. Quizá cuando se recupere y aprenda a ser feliz sin mi se de cuenta de lo mucho que me necesita, porque amarme sé que me ama.
Todo es tan complicado cuando sientes algo por alguien pero no es el momento adecuado... Sé que ella me dijo que era un adiós para siempre, que aunque fuésemos amigos no quería saber nada de mi durante un tiempo, pero es que la amo tanto... Quiero llamarla, sé que es pronto, que tiene que llorar mi ausencia tanto como yo ya lloro la suya; pero es tan frustrante sentarse y esperar... La veo pasar malos momentos y no puedo consolarla, ni siquiera acercarme o preguntarle, debo enterarme por otros y eso me está matando en vida. No puedo esperar nada, no debo tener esperanza de volverla a tener conmigo, en el fondo ya lo sabía pero no podía asimilarlo. No sabéis cómo le agradezco cada momento que me ha regalado.
Dios, la amo tanto... Con toda mi alma.
No sé por dónde empezar... Hace un mes que ocurrió y aún no me lo creo. Quizá lo mejor es que empiece recordando un poco.
La conocí hace ya cuatro años en la universidad. Era la chica más dulce y simpática del mundo, todos quedaban prendados de ella, de su luz y su calidez, contagiaba a todos su energía. Al principio no lo tuve claro, la veía como a una amiga más, incluso me fijé antes en su amiga que en ella. Poco a poco fui viendo la verdad, descubriendo mis propios sentimientos, resultaba que estaba empezando a gustarme mucho, era un sentimiento de inquietud, pero a la vez de querer explotar de la emoción.
Me pasaba el día pensando en ella, hasta el punto de empezar a intentar intimar, pero ella se cerraba en banda a cualquier acercamiento más allá de la amistad. No era capaz de entenderlo hasta que me enteré lo desastrosas que fueron sus relaciones anteriores. Ella era tan frágil, tan adorable y estaba tan asustada de amar a alguien de nuevo... Eso sólo podía hacer que yo la amase con más fuerza en silencio y la distancia de la amistad.
Estuvimos meses entre el sí y el no, mientras yo me moría por tenerla entre mis brazos y protegerla del mundo. Recuerdo una tarde especialmente, a ella le gustaba mucho hacerme de rabiar. Vino a mi casa y nos fuimos a mi cuarto, me senté en la cama y ella se sentó a mi lado. La miraba de reojo, estaba nerviosa y miraba hacia todos lados, como inspeccionando mi cuarto. De repente se giró y me dio un beso en la mejilla, me pareció un gesto de lo más tierno y aniñado, muy tímido, como si estuviese haciendo una travesura. Ese pequeño contacto ya hacía que mi corazón se me saliese por la boca, pero procuré mantener la calma y quedarme quieto, prefería ver en qué acababa la cosa. Según me contó ella semanas después le parecí impasible, ajeno a lo que pasaba, ya que ni siquiera me giré para mirarla a los ojos en ese primer contacto. En cierto modo temía encontrar en sus ojos el sentimiento equivocado hacia mi.
Tras ese beso me dio otro y empezó a ver que no me era indiferente. Me dio otro beso, otro y otro más, me retaba a reaccionar, picándome para que saltase; hasta que al fin me giré para mirarla. No estaba la mirada vacía que la caracterizaba, ya no parecía estar en otro mundo, sus ojos chispeaban de alegría, de ilusión, estábamos en mi cuarto y nos empezamos a ver como éramos realmente.
Nos miramos durante largos minutos, separados únicamente por milímetros de aire, ninguno sonreía, la tensión del momento era demasiada. Poco a poco ella se acercó, podía sentir su respiración suave y cálida; terminó de acercarse y me besó. No fue mi primer beso, pero como si lo fuese... Fue lento, tierno, cargado de sentimientos contenidos durante meses. Sabía que en lo más profundo de su ser, ella sentía lo mismo que yo. El beso iba pasando a ser más apasionado con el paso de los segundos pero paramos, nos miramos intensamente y después volvimos a mirar hacia el frente, retomando una conversación medio olvidada que teníamos antes de entrar al cuarto.
Poco después comenzamos a salir, estaba que no me lo creía, sabía que yo no me la merecía, que me había tocado la lotería, que nunca sería suficiente para una mujer tan maravillosa, pero no sería yo quien se lo dijese al mundo, lo único que gritaría a los cuatro viento era lo mucho que nos amábamos y las promesas de amor eterno y de estar juntos por siempre. Creí que esas promesas las cumpliríamos, nunca creí que pasaría lo que pasó.
Fueron dos años y medio de pasión desenfrenada, de sincerarnos y contarnos secretos, de hablar de toda clase de intimidades. Cuando comenzamos a salir pareció que nuestras vidas empezaron. Lo hacíamos todo juntos, montábamos en patines o bicicleta por el paseo marítimo, nos íbamos algún fin de semana a un bungalow en el campo, a la playa todo el día en verano o simplemente a dar largos paseos por el centro de la ciudad. Nuestra vida era perfecta, y lo fue más a raíz de poder ir a pasar varios días juntos a una casa vacía que tenía su madre. A partir de ese momento no había quien nos separase, prácticamente la veía más que a mi propia familia. Me encantaba pasar esos días con ella, eran una liberación, nos evadíamos de la realidad y del mundo que nos rodeaba; los problemas quedaban fuera de esa casa. Pero parece ser que los nuestros no supieron mantenerse detrás de la puerta de ese mundo de paz y acabaron colándose.
Estábamos más unidos que cualquier otra pareja que conocía, pero algo tan perfecto no podía durar. Sabíamos que no estaba bien, ella no tenía una buena vida familiar, y esos problemas nos ahogaban a ambos, yo caí en problemas de ansiedad y me fui apagando, abrumado por la vida familiar que debía soportar mi pobre novia, y ella se moría al ver que me iba apagando por sus problemas. Nos desvivíamos por aparentar ser felices, por mantener una relación que se venía abajo por mucho que nos amásemos.
Un día, sentados en el coche, ella me dijo que debíamos romper, que por mucho que me amase sentía que algo no estaba bien entre nosotros. También que para crecer como persona y averiguar qué quería hacer con su vida necesitaba estar sola. Hacía unos días había intentado suicidarse, y yo en ese momento quería morir también, no sabía que un corazón roto en mil pedacitos podía doler hasta marear, hasta no poder respirar. Le supliqué que no me dejase, le dije que todo tenía solución, que debíamos buscarla juntos, le imploré que no se alejase de mi, que no me abandonase. Ella se echó a llorar y me dijo que la matase, que nos matásemos juntos para alejar el dolor para siempre. No supe qué decir...
Lloramos durante horas, nos repetimos lo mucho que nos amábamos y yo no paraba de repetir que todo esto era un error, que había otras soluciones, que no podía dejarme solo, pero no había forma de parar la determinación de mi preciosa chica. La estaba perdiendo... Sentí como ella se alejaba de mi y yo no podía hacer nada, quería extender el brazo y retenerla a mi lado, abrazarla hasta quedarnos sin respiración; pero ella comenzó a caminar hacia el horizonte, un camino sin retorno.
Nunca pensé que algo así podía doler tanto, íbamos a estar siempre juntos, ella me lo prometió, yo se lo prometí. Ahora estamos destrozados, separados sin esperanza de recuperar algo de lo que teníamos. Todo lo que hay en mi cuarto me recuerda a ella, todas mis cosas tienen una historia que las acompaña, y en todas está implicada ella. Ropa que me ayudó a elegir para comprarla, ropa mía que utilizó, los móviles iguales, juegos de mesa... No hay nada en mi vida que no me recuerde a ella, pero tengo que aprender a vivir sin ella, no puedo hacer otra cosa.
Poco a poco, al ir asimilando todo, la fui borrando de mi vida. Me dolía más saber de ella que no saber nada; aún así me puse en contacto en un par de ocasiones, sin resultado alguno. ¿De verdad ella podía soportarlo? Porque mi mundo se estaba derrumbado, me estaba costando creerlo. Pero prefería creer que empezaba a hacer su vida normal, como me dijo que quería hacer cuando rompió conmigo, que estaba encontrándose a sí misma, conociéndose y averiguando a dónde quería llegar. Me alegra que no se haya encerrado a llorar en su casa, significa que al menos esto ha servido para algo, para que ella esté mejor, para que se recupere anímicamente de todos los problemas que tiene. Quizá cuando se recupere y aprenda a ser feliz sin mi se de cuenta de lo mucho que me necesita, porque amarme sé que me ama.
Todo es tan complicado cuando sientes algo por alguien pero no es el momento adecuado... Sé que ella me dijo que era un adiós para siempre, que aunque fuésemos amigos no quería saber nada de mi durante un tiempo, pero es que la amo tanto... Quiero llamarla, sé que es pronto, que tiene que llorar mi ausencia tanto como yo ya lloro la suya; pero es tan frustrante sentarse y esperar... La veo pasar malos momentos y no puedo consolarla, ni siquiera acercarme o preguntarle, debo enterarme por otros y eso me está matando en vida. No puedo esperar nada, no debo tener esperanza de volverla a tener conmigo, en el fondo ya lo sabía pero no podía asimilarlo. No sabéis cómo le agradezco cada momento que me ha regalado.
Dios, la amo tanto... Con toda mi alma.