CRI: En un lugar del Sur de España - Katia
Publicado: 09 Oct 2011 16:42
EN UN LUGAR DEL SUR DE ESPAÑA
En un lugar del sur de España, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía una dama, que pasaba sus ratos de ocio, que eran muchos, leyendo sin cesar novelas románticas. “El amor con el que muero por ti y revivo sin morirme al fin”, “Nada soy sin ti” “Te quiero sin razón, por la razón de que te quiero”, y otras muchas sentencias de esta índole hacían que la hermosa Amaranta se devanara los sesos tratando de hallar su intrínseco y oculto significado, yendo poco a poco estas historias ocupando un espacio mayor en su mente, hasta que fue sin darse cuenta perdiendo el buen criterio y lo que es más grave, buena parte de su sensatez.
De nada sirvió entonces que sus padres quemaran en alta hoguera libros de títulos tan elocuentes como “Siete días en el edén del amor”, “La señorita enamorada”, o “El gato del caballero elegante”, pues todas estas locas ideas habían ensartado su subconsciente adueñándose de él peligrosamente, hasta el punto de que nuestra protagonista, de inquisitivos ojos azabache y cabellos ensortijados a juego, iba por la vida viendo señales que se acercaban peligrosamente a las alucinaciones:
Si conocía a alguien, lo ornaba en su imaginación con toda suerte de adjetivos, viendo en él un posible ángel que había venido a salvarla: Podía ver un príncipe en la persona de un humilde obrero de la construcción que la piropeara una tarde de calor, pues su cara se transfiguraba en la del más apuesto actor de cine, y los pies de Amaranta empezaban a levitar sobre la tierra, pareciendo como si Dios tocara una música celestial que sólo iluminadas como ella podían escuchar.
-¡Qué chica tan romántica!-exclamó un compañero del trabajo-
-Tiene muchas ganas de sexo-apostilló otro-.
El segundo en hablar es Arturo: en la treintena como Amaranta, algo aburrido de todo en general, y nietzscheano, -en el sentido positivo del término-. Ha reparado en que Amaranta tiene una boca generosa, bien dibujada: se ha fijado en ella bebiendo agua en la fuente del pasillo; las gotas resbalaban por sus comisuras y el rosa de sus labios se hacía más tenue por su efecto. Mientras bebía, su escote se pronunciaba, y Arturo veía cómo la cruz de su colgante se hundía tentadoramente entre sus senos. No se había fijado hasta ese momento, siempre iba tan tapada… bendito verano:
Pecho y boca grandes.
Arturo sintió un intenso e insoportable calor.
Le habían contado que Amaranta estaba más lánguida que de costumbre. Al parecer estaba saliendo con un chico, pero no parecía más satisfecha. Sí, Arturo estaba bien seguro:
-Amaranta no es que sea muy espiritual, es que tiene unas ganas desaforadas de que la besen… por todo su cuerpo.
No, no se la veía con la alegría propia de la sensualidad. Al contrario, estaba aun más circunspecta y fuera de la realidad que antes. Cuando le dijeron quién era él, un conocido suyo de la Universidad, aun lo entendió mejor.
“Debe de estar muy desesperada, mira que salir con ese imbécil”-pensó.
Encontró por casualidad unos versos sueltos en su diario:
“Veo ahora el vacío de tus palabras
Con las que di sentido a mi existir
Y ahora cantan en mi alma la nada
Las notas de una canción me hacen sentir
Que un corazón frío no puede ser morada
Y que mi amor no puede incendiar ninguna mañana
Sale cada día el sol”
“Llaga dorada,
Clavo atravesado,
Espina sin rosa en un alma
Herida de un amor que apenas ha andado”
Claro, ha roto con ella apenas empezar a salir. Por eso dice que “apenas ha andado”. Dios, qué cursi es. Y…
Qué cuerpo tiene. Y qué mirada. Y qué decir de sus labios, que parecen decir:”bésame”, sin descanso.
Arturo se ha ido acercando fácilmente a ella desde su ruptura. La propia Amaranta ha acudido a él a contarle su desazón. Y llega un momento en que se desnuda más, la tristeza tiene ese efecto de dejar a una persona sin socaire alguno.
-A veces, Arturo, cuando me levanto, no me veo guapa al espejo. Depende muchas veces de mi estado de ánimo, ¿sabes? Tengo baja la autoestima.
“Y que lo digas”, piensa él. “Si no, cómo se te ocurre salir con ese imbécil, en qué estarías pensando…”
-Pues a mí me encanta tu boca.
-¿Sí?-musita.
Está frágil. Muchas conversaciones intrascendentes y pesadas, es el precio de la pasión, se dice para sí: hay que hablar mucho, demasiado, antes de dar en la diana. Quiere prenderla: como las llamas los bosques, como el sol las arenas o las ventanas al amanecer; pirómano del deseo es.
-Es más, me vuelve loco.
Está desorientada, es lo que tienen los ataques por sorpresa, y él se crece.
-Es lo que más me gusta de tu cara: tus labios. Los besaría sin cansarme-le susurra al oído mientras le acaricia la barbilla levemente-
-¿Sí?-la respiración se le entrecorta poco a poco, las palabras de él se agazapan en grutas sin luz de su mente que va siendo gobernada por una ansiedad creciente.
-Te estaría besando sin descanso… en el cuello… en las orejas, dejándote mi aliento en ellas…
Y mientras le habla en susurros, comienza a besarla en el lóbulo de la oreja, tímidamente, sin tocarla aun; ella se estremece al tiempo que Arturo mira el reloj: dentro de poco la oficina será un desierto, hora de comer. Pone las manos en la pared mientras la besa, aun no se atreve a tocarla.
-¿Estás loco, Arturo? ¡Nos pueden ver!
-Ja ja, no te preocupes, quedan minutos para el almuerzo. ¡Ven!
La conduce a la sala de reuniones, y una vez allí la coge por la cintura mientras la mira radiante:
-¡Oh Amaranta! ¡Qué labios! Estréchate contra mí-la abraza- Más, estréchate más. Más, aun más, más. ¡Oh, sí! Más…
Y el adverbio de cantidad cae en la mente de Amaranta como rocío de aurora, como cuerda lanzada de un puente que da a un río incendiado de ocasos. Más. Resuena como eco insaciable: el de él. “Es insoportablemente masculino-piensa” Algo en él la debilita y hace más fuerte a la vez. Nota Arturo contra su tórax el pecho voluptuoso de ella, y al notarlo no puede evitar rozar su escote con las manos, furtivamente casi, y acaba escuchando un suspiro ahogado de ella. Se acuerda entonces de la nevera: “sí, fuego y hielo, la combinación perfecta” –razona.
La deja por unos instantes ahí, mientras le implora:
-No te muevas, cierra los ojos.
Mas ella obedece parcialmente abriéndolos, inmóvil. Vuelve con un cubito de hielo entre los dedos, la abraza más intensamente que antes y lo hace resbalar por dentro de su camisa, acariciándole los senos con él mientras su lengua de fuego se hunde en su cavidad bucal a la vez que sus manos descienden por su espalda hasta asirla por los glúteos y darle una leve sacudida que la estrecha aun más contra él.
-Nadie me había hecho esto nunca. ¡Nunca! –Amaranta suspira más fuertemente- ¿Cómo estás?
Él sonríe y contesta en tono sardónico:
-¿Yo? Excitado- dice con rasgada sensualidad-
Deshace el hielo dentro de su sostén: ya es sólo agua, y continúa metiéndole mano hasta desabrochárselo, hasta hacerla inflamarse de deseo y notar su busto más convexo bajo sus palmas.
-¡Oh, Arturo! –y reitera su nombre como un mantra-
Él va excitándose cada vez más, nunca imaginó que le pudiera encender de ese modo. Se siente como el descubridor de un volcán cuando le roza ahora las piernas con la mano y provocadoramente toca con la rodilla izquierda su pelvis.
-Arturo, estás loco. Estamos en una oficina-dice con poca voluntad-
Y él no parece oírla, pues le pregunta:
-¿Hay también aquí el mismo agua que sobre tus pechos?- a la vez que la toca entre las piernas, rozando con sus dedos el monte de Venus sin entrar en él, perdidos dentro de su falda, pero no aun dentro de su ropa interior satinada-
Ella tiembla, siente un placer apremiante: de cascada despeñándose entre rocas, de rojas aguas incendiadas sin calma, de nieve derritiéndose al primer sol primaveral. Tiembla. Y no hace sino temblar. Le dice:
-Arturo, me estás volviendo completamente loca.
-¿Te gusta?
-Me encanta.
Sus dedos la rozan como si fuera arpa: ella vibra como música y su voz es cadencia tendida en el aire, desmayada y ajena a los problemas del vivir cotidiano. Sólo están ella y él: hombre y mujer. Se desean, sabedlo.
-No puede ser Arturo, es una locura. Por favor no sigas, cariño. Otro día.
“Otro día-piensa él-serás completamente mía”
Y llega ese otro día: la invita a cenar. Ríen. Aun recuerda la promesa encerrada entre sus muslos en forma fluyente e incipiente. La lleva hasta la habitación de su piso. Se la come a besos en el sofá.
-Siéntate sobre mí
Y ella ejecuta ancestral danza de caderas sobre su pelvis. Se mueve como Afrodita renaciendo entre oleajes de fuego que son las caricias y besos de él. Transpiran: humedad en sus bocas, agua en sus espaldas, fluidos que brotan sin miedo a nada. El pecho de ella se desliza sobre el de él. Sus bocas se sellan, se entreabren y se encierran. Sus manos se exploran, se tientan y despiertan. El ritmo es frenético: como el de un allegro o una cantata. Los gemidos crecen, se incendian. Él la alza en vuelo y la lleva a la cama, y ella se resiste sin apenas fuerzas. En el tálamo la tiende, la mira extasiado, le arrebata la ropa como náufrago queriendo enterrarse en sus doradas costas de piel de mujer. Ella se aparece desnuda y angelada ante su vista masculina deleitada. Le separa las piernas y liba con su boca entre ellas, hasta sentir como sus muslos se deshacen trepidantes de placer, bebiendo gota a gota el néctar del edén, adentrándose sin resuello en sus corrientes de mujer y…
La posee.
Ha sido su primera vez y ya es eterna. Es un recuerdo para siempre. Amaranta y Arturo han estallado de placer.
En un lugar del sur de España, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía una dama, que pasaba sus ratos de ocio, que eran muchos, leyendo sin cesar novelas románticas. “El amor con el que muero por ti y revivo sin morirme al fin”, “Nada soy sin ti” “Te quiero sin razón, por la razón de que te quiero”, y otras muchas sentencias de esta índole hacían que la hermosa Amaranta se devanara los sesos tratando de hallar su intrínseco y oculto significado, yendo poco a poco estas historias ocupando un espacio mayor en su mente, hasta que fue sin darse cuenta perdiendo el buen criterio y lo que es más grave, buena parte de su sensatez.
De nada sirvió entonces que sus padres quemaran en alta hoguera libros de títulos tan elocuentes como “Siete días en el edén del amor”, “La señorita enamorada”, o “El gato del caballero elegante”, pues todas estas locas ideas habían ensartado su subconsciente adueñándose de él peligrosamente, hasta el punto de que nuestra protagonista, de inquisitivos ojos azabache y cabellos ensortijados a juego, iba por la vida viendo señales que se acercaban peligrosamente a las alucinaciones:
Si conocía a alguien, lo ornaba en su imaginación con toda suerte de adjetivos, viendo en él un posible ángel que había venido a salvarla: Podía ver un príncipe en la persona de un humilde obrero de la construcción que la piropeara una tarde de calor, pues su cara se transfiguraba en la del más apuesto actor de cine, y los pies de Amaranta empezaban a levitar sobre la tierra, pareciendo como si Dios tocara una música celestial que sólo iluminadas como ella podían escuchar.
-¡Qué chica tan romántica!-exclamó un compañero del trabajo-
-Tiene muchas ganas de sexo-apostilló otro-.
El segundo en hablar es Arturo: en la treintena como Amaranta, algo aburrido de todo en general, y nietzscheano, -en el sentido positivo del término-. Ha reparado en que Amaranta tiene una boca generosa, bien dibujada: se ha fijado en ella bebiendo agua en la fuente del pasillo; las gotas resbalaban por sus comisuras y el rosa de sus labios se hacía más tenue por su efecto. Mientras bebía, su escote se pronunciaba, y Arturo veía cómo la cruz de su colgante se hundía tentadoramente entre sus senos. No se había fijado hasta ese momento, siempre iba tan tapada… bendito verano:
Pecho y boca grandes.
Arturo sintió un intenso e insoportable calor.
Le habían contado que Amaranta estaba más lánguida que de costumbre. Al parecer estaba saliendo con un chico, pero no parecía más satisfecha. Sí, Arturo estaba bien seguro:
-Amaranta no es que sea muy espiritual, es que tiene unas ganas desaforadas de que la besen… por todo su cuerpo.
No, no se la veía con la alegría propia de la sensualidad. Al contrario, estaba aun más circunspecta y fuera de la realidad que antes. Cuando le dijeron quién era él, un conocido suyo de la Universidad, aun lo entendió mejor.
“Debe de estar muy desesperada, mira que salir con ese imbécil”-pensó.
Encontró por casualidad unos versos sueltos en su diario:
“Veo ahora el vacío de tus palabras
Con las que di sentido a mi existir
Y ahora cantan en mi alma la nada
Las notas de una canción me hacen sentir
Que un corazón frío no puede ser morada
Y que mi amor no puede incendiar ninguna mañana
Sale cada día el sol”
“Llaga dorada,
Clavo atravesado,
Espina sin rosa en un alma
Herida de un amor que apenas ha andado”
Claro, ha roto con ella apenas empezar a salir. Por eso dice que “apenas ha andado”. Dios, qué cursi es. Y…
Qué cuerpo tiene. Y qué mirada. Y qué decir de sus labios, que parecen decir:”bésame”, sin descanso.
Arturo se ha ido acercando fácilmente a ella desde su ruptura. La propia Amaranta ha acudido a él a contarle su desazón. Y llega un momento en que se desnuda más, la tristeza tiene ese efecto de dejar a una persona sin socaire alguno.
-A veces, Arturo, cuando me levanto, no me veo guapa al espejo. Depende muchas veces de mi estado de ánimo, ¿sabes? Tengo baja la autoestima.
“Y que lo digas”, piensa él. “Si no, cómo se te ocurre salir con ese imbécil, en qué estarías pensando…”
-Pues a mí me encanta tu boca.
-¿Sí?-musita.
Está frágil. Muchas conversaciones intrascendentes y pesadas, es el precio de la pasión, se dice para sí: hay que hablar mucho, demasiado, antes de dar en la diana. Quiere prenderla: como las llamas los bosques, como el sol las arenas o las ventanas al amanecer; pirómano del deseo es.
-Es más, me vuelve loco.
Está desorientada, es lo que tienen los ataques por sorpresa, y él se crece.
-Es lo que más me gusta de tu cara: tus labios. Los besaría sin cansarme-le susurra al oído mientras le acaricia la barbilla levemente-
-¿Sí?-la respiración se le entrecorta poco a poco, las palabras de él se agazapan en grutas sin luz de su mente que va siendo gobernada por una ansiedad creciente.
-Te estaría besando sin descanso… en el cuello… en las orejas, dejándote mi aliento en ellas…
Y mientras le habla en susurros, comienza a besarla en el lóbulo de la oreja, tímidamente, sin tocarla aun; ella se estremece al tiempo que Arturo mira el reloj: dentro de poco la oficina será un desierto, hora de comer. Pone las manos en la pared mientras la besa, aun no se atreve a tocarla.
-¿Estás loco, Arturo? ¡Nos pueden ver!
-Ja ja, no te preocupes, quedan minutos para el almuerzo. ¡Ven!
La conduce a la sala de reuniones, y una vez allí la coge por la cintura mientras la mira radiante:
-¡Oh Amaranta! ¡Qué labios! Estréchate contra mí-la abraza- Más, estréchate más. Más, aun más, más. ¡Oh, sí! Más…
Y el adverbio de cantidad cae en la mente de Amaranta como rocío de aurora, como cuerda lanzada de un puente que da a un río incendiado de ocasos. Más. Resuena como eco insaciable: el de él. “Es insoportablemente masculino-piensa” Algo en él la debilita y hace más fuerte a la vez. Nota Arturo contra su tórax el pecho voluptuoso de ella, y al notarlo no puede evitar rozar su escote con las manos, furtivamente casi, y acaba escuchando un suspiro ahogado de ella. Se acuerda entonces de la nevera: “sí, fuego y hielo, la combinación perfecta” –razona.
La deja por unos instantes ahí, mientras le implora:
-No te muevas, cierra los ojos.
Mas ella obedece parcialmente abriéndolos, inmóvil. Vuelve con un cubito de hielo entre los dedos, la abraza más intensamente que antes y lo hace resbalar por dentro de su camisa, acariciándole los senos con él mientras su lengua de fuego se hunde en su cavidad bucal a la vez que sus manos descienden por su espalda hasta asirla por los glúteos y darle una leve sacudida que la estrecha aun más contra él.
-Nadie me había hecho esto nunca. ¡Nunca! –Amaranta suspira más fuertemente- ¿Cómo estás?
Él sonríe y contesta en tono sardónico:
-¿Yo? Excitado- dice con rasgada sensualidad-
Deshace el hielo dentro de su sostén: ya es sólo agua, y continúa metiéndole mano hasta desabrochárselo, hasta hacerla inflamarse de deseo y notar su busto más convexo bajo sus palmas.
-¡Oh, Arturo! –y reitera su nombre como un mantra-
Él va excitándose cada vez más, nunca imaginó que le pudiera encender de ese modo. Se siente como el descubridor de un volcán cuando le roza ahora las piernas con la mano y provocadoramente toca con la rodilla izquierda su pelvis.
-Arturo, estás loco. Estamos en una oficina-dice con poca voluntad-
Y él no parece oírla, pues le pregunta:
-¿Hay también aquí el mismo agua que sobre tus pechos?- a la vez que la toca entre las piernas, rozando con sus dedos el monte de Venus sin entrar en él, perdidos dentro de su falda, pero no aun dentro de su ropa interior satinada-
Ella tiembla, siente un placer apremiante: de cascada despeñándose entre rocas, de rojas aguas incendiadas sin calma, de nieve derritiéndose al primer sol primaveral. Tiembla. Y no hace sino temblar. Le dice:
-Arturo, me estás volviendo completamente loca.
-¿Te gusta?
-Me encanta.
Sus dedos la rozan como si fuera arpa: ella vibra como música y su voz es cadencia tendida en el aire, desmayada y ajena a los problemas del vivir cotidiano. Sólo están ella y él: hombre y mujer. Se desean, sabedlo.
-No puede ser Arturo, es una locura. Por favor no sigas, cariño. Otro día.
“Otro día-piensa él-serás completamente mía”
Y llega ese otro día: la invita a cenar. Ríen. Aun recuerda la promesa encerrada entre sus muslos en forma fluyente e incipiente. La lleva hasta la habitación de su piso. Se la come a besos en el sofá.
-Siéntate sobre mí
Y ella ejecuta ancestral danza de caderas sobre su pelvis. Se mueve como Afrodita renaciendo entre oleajes de fuego que son las caricias y besos de él. Transpiran: humedad en sus bocas, agua en sus espaldas, fluidos que brotan sin miedo a nada. El pecho de ella se desliza sobre el de él. Sus bocas se sellan, se entreabren y se encierran. Sus manos se exploran, se tientan y despiertan. El ritmo es frenético: como el de un allegro o una cantata. Los gemidos crecen, se incendian. Él la alza en vuelo y la lleva a la cama, y ella se resiste sin apenas fuerzas. En el tálamo la tiende, la mira extasiado, le arrebata la ropa como náufrago queriendo enterrarse en sus doradas costas de piel de mujer. Ella se aparece desnuda y angelada ante su vista masculina deleitada. Le separa las piernas y liba con su boca entre ellas, hasta sentir como sus muslos se deshacen trepidantes de placer, bebiendo gota a gota el néctar del edén, adentrándose sin resuello en sus corrientes de mujer y…
La posee.
Ha sido su primera vez y ya es eterna. Es un recuerdo para siempre. Amaranta y Arturo han estallado de placer.