CPVII: El color que bajó del cielo - Shimoda

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Nieves
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CPVII: El color que bajó del cielo - Shimoda

Mensaje por Nieves »

El color que bajó del cielo

Aquella mañana de primavera el cielo mostró inusitados colores iridiscentes antes de la salida del sol, el lucero del alba retrasó su caída en el horizonte y las flores exhalaron su perfume antes de abrirse. Pocas horas después, cientos de mariposas abanicaron suavemente el aire con sus acompasados vuelos, todos los pájaros cantaron al unísono una melodía increíblemente hermosa y una lluvia de delgadísimos filamentos dorados comenzó a caer del cielo azul.
Los medios de comunicación anunciaron que se trataba de un fenómeno mundial, de naturaleza desconocida, pero advirtieron, sin explicar por qué, que ante la extraña manifestación debíamos permanecer en nuestros hogares, mantener las puertas y ventanas cerradas, taponar cuidadosamente las aberturas naturales de nuestros cuerpos y, sobre todo, usar mascarillas para proteger la boca y la nariz. Luego sobrevino la nada. Simultáneamente se interrumpieron las comunicaciones telefónicas, radiales y televisivas; los monitores de las computadoras se apagaron y dejaron de funcionar los navegadores satelitales. Como si todo en el mundo se hubiera puesto de acuerdo para aquietarse al mismo tiempo, las nubes se estacionaron en el cielo, los motores de las máquinas y de los vehículos se detuvieron, las hormigas se encerraron en sus nidos y se acallaron las voces de los pájaros y de los hombres. Y mientras la lluvia de hilos dorados continuaba descolgándose del cielo, un silencio estremecedor se apoderó del ánimo de todos.
Asustada y sin comprender, después de atrancar las puertas y sellar todas las aberturas y rendijas de la casa, me encerré en el cuarto de baño, aseguré la mascarilla en la cara y me protegí la vulva y el ano con tampones, los oídos con algodones y hasta el ombligo con un trozo de cinta hipoalergénica. «Sea lo que fuere, en mí no va a entrar», me dije satisfecha. Me aprovisioné, además, de agua y alimentos para varios días, y aunque el teléfono móvil no funcionaba, igual lo tenía conmigo.
Media hora más tarde, vi por la ventana que por los hilos dorados descendían millones de diminutos puntos, también dorados, que al alcanzar el suelo se dispersaban en todas las direcciones. No pude reprimir un grito de terror cuando cubrieron completamente el cristal con una capa que parecía una melaza en ebullición. Retrocedí torpemente, trastabillando, hasta caer en la esquina opuesta del cuarto, temblando de pánico. Unos segundos después, respiré profundo y busqué tranquilizarme repitiéndome una y otra vez «no pueden entrar, no pueden entrar». Pero continuaban allí, como una masa repugnante de partículas agitadas por una corriente eléctrica.
Al cabo de un rato, convencida de que me encontraba a salvo de la invasión, me senté en la tapa del inodoro. ¿Qué diablos eran estos bichos? ¿Qué querían de mí? Y, por encima de todo, ¿hasta cuándo se quedarían allí, tratando de entrar? Estas preocupaciones martillaban mi mente cuando los vi penetrar a través del extractor de aire, pero, por fortuna, se trataba de unos pocos puntos dorados que tras atravesar la rejilla protectora volvieron sobre sus pasos. Suspiré aliviada, pensando que por alguna razón el lugar no les resultaba propicio, pero poco después, un ejército de estas diminutas arañitas doradas —o lo que diablos fueran— comenzó a descender por la azulejada pared. En mi turbada desesperación traté de salir del cuarto y resbalé cayendo al piso. Quise gritar, pero el espanto oprimía mi garganta y me quedé acurrucada, llorando en silencio. Me esforzaba en mantener los ojos cerrados para no ver, pero las lágrimas me lo impedían, y las vi acercarse y trepar por mi cuerpo. Miles de ellas subían hacia mi cara, y a través de las lágrimas alcancé a ver como entraban por mis ojos. Entonces, todo se oscureció.
«Padre nuestro que estás en los cielos… » Intenté rezar y no sé si lo logré. Mi razón se nubló y me resultaba imposible elaborar el menor pensamiento coherente. Sin embargo, percibía claramente los movimientos de los invasores dentro de mi cuerpo como una suave corriente eléctrica que corría aquí y allá, y que en ciertos lugares provocaba una sensación de chisporroteo. Recuerdo que, en ese momento, alcancé a pensar, alocadamente, que tal vez estarían modificando mis genes para transformarme en un aliado de ellos. No pregunten cuánto duró, pues no sabría responder. Perdí la noción de todo lo externo.
Cuando el movimiento interior se detuvo, abrí los ojos y los vi salir de mí. Lentamente se fueron por donde habían entrado. Pero ya no sentía espanto ni turbación, sólo paz. Una paz como jamás había experimentado en toda la vida, y todo era luz adentro mío. Entonces me incorporé y salí del cuarto, al tiempo que mi teléfono móvil volvía a funcionar.
—¡Hola, Patricia! ¿Cómo estás? —me dijo Adriana con su voz cantarina—. Yo estoy en la gloria, me siento en el cielo, con una paz interior y una sensación de amor…
—¡Adriana! ¡Yo tamb… ¡
—¿Has salido a la calle? ¡Sal y mira! Verás gente abrazándose en las esquinas, desbordando lágrimas de alegría. Yo fui hasta la…
—¡Adriana! ¡Yo la he pasado muy mal! —al fin me dejó hablar—. Creí que iban a matarme, aunque ahora me siento como tú dices.
—¿Por qué no nos reunimos en el salòn de usos múltiples de la biblioteca? —propone, un poco más calmada.
Al salir a la calle me encontré con mis vecinos, y nos abrazamos efusivamente. Y mientras caminaba hacia la biblioteca pude ver personas sonrientes y amables por todas partes. Una paz y una armonía inefables flotaban en el ambiente, y se respiraba una atmósfera de fraternidad que ni el profeta más optimista se habría atrevido a predecir unos días antes. La única explicación posible era que las doradas —nombre que se les dio a estas partículas de luz que habían descendido del cielo— no eran los temibles invasores llegados de las estrellas, como se había creído en un principio, sino una forma de vida que había llegado a nuestro mundo con la clara intención de adentrarnos en una era de amor. ¿La famosa Era de Acuario profetizada por la New Age? ¿Los mil años de paz anunciados por Jesús-El Cristo? Las etiquetas sobraban; sólo había que disfrutar de la nueva condición.

Seis años después
Finalmente, tal vez como consecuencia del llamado Efecto del Centésimo Mono, estos cambios en la conducta psicoemocional de tantas personas terminaron por imponerse a escala mundial, y en los años que siguieron al arribo de las doradas la sociedad evolucionó a través de saltos increíbles.
Primero se disolvieron los cuerpos de policía y demás sistemas de seguridad, porque ya no había delitos de ninguna clase. Después se suprimieron las fuerzas armadas de tierra, agua y aire, pues ya no había guerras, disputas ni amenazas entre los países. A través de un acuerdo entre los gobiernos de todo el mundo se resolvió desactivar los armamentos nucleares, y, efectivamente, así se hizo. También se desmontaron las usinas nucleares y se desarrolló un vasto programa de generación de energías limpias a partir de las fuerzas de la naturaleza.
Simultáneamente con estos progresos en la consciencia de la humanidad, sucedió algo extraordinario: las personas dejaron de enfermar y de envejecer, y tampoco había accidentes de gravedad. Se cerraron, entonces, los hospitales y las clínicas privadas, luego los laboratorios farmacológicos, y finalmente las facultades de medicina.
Naturalmente, sería lógico pensar que semejante transformación en la estructura de la sociedad habría ocasionado una ola gigantesca de desocupación. Pero no fue así, porque los cambios se desarrollaron poco a poco, por una parte; y por otra, porque los mismos gobiernos que los pusieron en marcha impulsaron simultáneamente la creación de nuevas fuentes de trabajo. De manera inteligente, redireccionaron los recursos humanos y materiales hacia otros fines. Entre éstos, merece destacarse la difusión generalizada del vegetarianismo, y no sólo como una forma más sana de alimentarse, sino también como una demostración de respeto hacia todas las formas de vida animal. En este sentido, los esfuerzos se centraron en la agricultura orgánica, sobre todo en la producción de frutas, de manera de no sacrificar las plantas para su consumo. Asimismo, en clara demostración del creciente aprecio por los animales, se erradicaron los zoológicos, y, siempre que fue posible, se devolvió a su hábitat natural a los individuos con capacidad de readaptación.
Finalmente terminó por desaparecer el dinero y las formas electrónicas de intercambio de moneda, lo mismo que las bolsas de valores, pues, a estas alturas, nada de esto hacía falta ya que todas las personas producían y cada una tomaba lo que necesitaba. No había abusos, robos ni estafas; nada se codiciaba, ya que todo estaba al alcance de la mano. Todos éramos iguales, y así lo atestiguaban las doradas banderas que flameaban en las plazas públicas de todo el mundo. Ya no había países ni fronteras.
Y todo esto gracias a las doradas, que, en realidad, no sabíamos qué eran, pues su estructura no podía verse ni en el más poderoso microscopio electrónico. ¿Vivían? ¿Eran conglomerados de virus cósmicos? Sólo podíamos manifestar que estaban más allá del mundo físico conocido y que habían intervenido benéficamente en la sociedad humana. ¿Cómo lo habían hecho? El mecanismo era aún desconocido, pero los científicos sospechaban que ciertos cambios en nuestro ADN habían afectado al sistema límbico del cerebro cambiando la naturaleza de las emociones y, en consecuencia, la manera de reaccionar a los estímulos ambientales.
Pero ha llegado el momento de decir que, junto a este crecimiento en la consciencia de la humanidad, una señal de alarma fue detectada por los sociólogos. Gracias a sus estadísticas, ellos advirtieron un alarmante aumento en la tasa de suicidios a escala mundial. Y lo que parecía aún más grave: se constató una absoluta desproporción entre las causas y los fatales resultados en la mayoría de los casos. Adonde había sido Viena, por ejemplo, un niño de siete años se suicidó, arrojándose a las aguas de un canal, luego de atropellar a otro con su bicicleta, a quien, interesa aclarar, no ocasionó el menor daño. Un hombre mayor, en la zona que se llamaba Amsterdam, se cortó las venas cuando el ramo de rosas que obsequió a su esposa en el aniversario de bodas se marchitó a la mañana siguiente. En la otrora Buenos Aires, una adolescente de quince años se quitó la vida, ahorcándose, después de que su pez rojo murió repentinamente. Y hasta mi querida amiga Adriana, que era la flor de la alegría, no pudo soportar la ruptura del jarrón que su abuela le había regalado en su último cumpleaños, y se tiró por la ventana de su apartamento. Y así, inexplicablemente, en todo el mundo se constataban sucesos como éstos.

Reflexiones
Por más que le doy vueltas al asunto, no llego a comprender por qué está pasando esto ¡Por qué estas olas de suicidios atormentan a la sociedad! Una auténtica epidemia. Supongo que ha de ser una psicosis colectiva o algo así, mas ¿cómo es posible que las autoridades científicas no hagan nada al respecto? ¿Es que a nadie le importa? Pero, claro, ellos también se quitan la vida, ¿cómo explicar, si no, que la semana pasada el científico que ganó el Premio Nobel por desarrollar la tecnología de vuelo sin combustibles fósiles se arrojó al río con una piedra atada a sus pies? ¿Renunciar a la vida? ¿Al don más preciado que tenemos? No entiendo, pues, para mí, vivir es hermoso. Y ahora, como todas las mañanas después del desayuno, saldré a mi jardín, a disfrutar de las plantas y del canto de los pájaros.
Ah… Respiro profundo, y todo mi ser se impregna del aroma verde, húmedo y vital. Camino entre las flores, en compañía de las coloridas mariposas y de las abejas que zumban, aquí y allá, buscando su néctar. Siento la tibieza del sol en mi cuerpo y el mullido césped bajo mis pies descalzos, y ¡ay! ¡Ay! ¡Qué dolor! La sangre mana copiosamente de mi pie. Pero, ¡qué me ha pasado! Me agacho y miro… ¡Oh, no, Dios mío! He aplastado un caracol, ¡está destrozado, pobrecito! Me saco un trozo de su caparazón de la herida, pongo con cuidado su pequeño cuerpo sobre una hoja y lo llevo a la sombra. Extiende sus ojos, como cuernitos, hacia mí… Y se retuerce, creo que está muriéndose. Desconsolada, me retiro al interior de la casa y me echo en la cama. Una hora después, regreso al jardín y lo encuentro muerto.

El juicio final
Ahora comprendo. Recuerdo, hace unos años, cuando las doradas invadieron el planeta, cómo nos asustamos todos, creyendo que iban a destruirnos. Sin embargo, la paz, la armonía, la igualdad y el amor reinaron en el mundo, y todos aprendimos a vivir la nueva vida, y nos regocijamos. Pero después, los suicidios: primero unos pocos casos aquí y allá, luego se multiplicaron…
Ahora comprendo. Las doradas tenían su plan, y está cumpliéndose. Se han metido en nuestro ADN y no sé si habrá alguien capaz de detenerlas. He escrito todo esto en mi cuaderno de anotaciones diarias, quizá sirva de advertencia…, aunque lo dudo. Ahora me voy a mi cuarto dormitorio, donde me esperan una silla y una soga que cuelga del techo.
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Katia
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Katia »

El color que bajó del cielo

Relato de Ciencia-Ficción. ¿La felicidad atonta? Algo así como "engordemos a los cerdos para matarlos luego". Hagámoslos tan felices que ya no tengan metas que perseguir, y luego ellos mismos verán la inutilidad de sus vidas, segándolas por sus propias manos. Interesante. Inteligente mensaje. Uno de mis favoritos, por género (adoro la Ciencia Ficción, y a Asimov :wink: ), y porque tiene trasfondo filosófico.

Felicitaciones al autor :D Dedicatoria de canción:


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Isma
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Isma »

Jajaja.. jopé, este concurso está siendo de lo más prolífico. Muchos buenos relatos, entre ellos, este. No sólo es muy, muy original, sino que está perfectamente desarrollado y escrito.

Se juega con el lector como un malabarista juega con sus bolas de colores, haciéndole pasar sin remisión por los siguientes estados:
1. Alegría por las bonitas luces de colores que caen del cielo y huelen a mariposas
2. Miedo por las pegajosas cosas amarillentas que acosan los hogares
3. Felicidad por la dicha compartida de una sociedad protoutópica
4. Desconcierto por los incomprensibles suicidios
5. Comprensión final. ¡Malditos invasores alienígenas, nos la han jugado! Aunque, ¿seguro que no descubriremos nada a continuación?

Ése es el éxito que yo le veo. En ningún momento puedo anticipar lo que ocurre a continuación, y lo que sucede me parece de lo más natural. Muy bien, un relatazo de mucho cuidado :402:
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Fernando Vidal
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Fernando Vidal »

Me ha gustado mucho la historia, realmente muy interesante. No esperé encontrarme con una temática así mientras leía las primeras cuatro o cinco líneas. Aunque intuí que el final sería perjudicial para la protagonista y para su sociedad (en el momento de plena felicidad, sentí que el final debía ser necesariamente negativo), no por eso llegó a ser lo que de manera manifiesta podría denominarse predecible.

Por lo demás, solo harían falta unos muy pequeños ajustes con los signos de admiración y el tiempo de un verbo en la parte del diálogo con la amiga (propuso en lugar de propone, a mi parecer).
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kassiopea
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por kassiopea »

Es un relato bien elaborado y, además, a mí personalmente me gusta mucho la temática de ciencia ficción. Me ha sorprendido gratamente :wink:

Enhorabuena. La idea me parece muy buena y aún mejor la forma de desarrollarla. Como ha apuntado Isma, el autor sabe "jugar bien sus cartas". Consigue llevar de la mano al lector hasta el final, manteniendo la intriga y haciéndole pasar por diversos estados: miedo ante la invasión, luego euforia cuando les embarga la paz, asistimos a los increíbles cambios en la sociedad... y al final se riza el rizo y comprendemos.
¡Buen trabajo! :402:

:hola:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Nínive
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Nínive »

Pasa por diferentes momentos, de tensión, de incertidumbre, de sociedad "pastelosa", hasta que se produce el desenlace y comprendemos todo.
Me gusta el estilo y la redacción, aunque no conectado del todo con la historia.
Buen trabajo :60:
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Igor Rodtem
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Igor Rodtem »

Curioso, desconcertante y atractivo relato, de temática de ciencia-ficción (aunque por el título me esperaba un relato con tintes lovecraftianos). Muy bien escrito, con un ritmo muy trabajado. Estaba claro que, como en toda buena invasión alienígena que se precie, no podía terminar bien. Uno de mis favoritos.
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Ororo
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Ororo »

Es un relato curiosísimo y muy original.
Me ha parecido que la redacción se podría mejorar por algún baile de tiempos verbales y expresiones. También es algo lioso en ciertos momentos.
No sé si es el tono que el escritor pensó para el relato, pero yo he leído fragmentos en plan cómico, melodramático y sarcástico a propósito. Quiero decir que la sensación que me da es la de tomarse a la ligera un tema dramático como una invasión extraterrestre, lo cual me ha gustado mucho. Como frivolizando y bromeando. No sé explicarlo mejor.

Pese a esto, la historia no acaba de convencerme por la repentina utopía y la redacción.

Vamos, un relato atípico pero que le falta algo para que me acabe de gustar.

Enhorabuena por arriesgar :wink:
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Gavalia
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Gavalia »

EL COLOR QUE BAJÓ DEL CIELO: Me parece un relato francamente original. Un mundo feliz, no tan feliz al fin y al cabo. Además creo que sería una vida muy aburrida y algo chata. vamos que tan siquiera un buen chuletón de ternera...no tienes piedad.
Muy bien escrito. gracias compañer@
En paz descanses, amigo.
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Isma
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Isma »

Mmm, ahora que recuerdo; los primeros compases de este relato me recordaron al Eternauta, legendario cómic argentino. Supongo que eso es bueno..
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imation
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por imation »

En el Eternauta es en lo primero que he pensado, Isma :lol: .

Me ha gustado, sencillito pero impactante. Al principio el tono es un poco demasiado ingenuo, infantil, pero después cambia. El plan de las motitas doradas es bueno, lento, malvado, muy cínico. Me gustaría saber que civilización o lo que sea, está detrás.
Leyendo: Ensayos, George Orwell.


"Se dispersa y se reúne, viene y va", Heráclito.
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sergiocossa
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por sergiocossa »

Bien presentado. Con varias opciones de mejorarse.

Creo que se excede en descripciones: aseguré la mascarilla en la cara y me protegí la vulva y el ano con tampones, los oídos con algodones y hasta el ombligo con un trozo de cinta hipoalergénica.
Los indicados cambios de tiempo verbal.
No está claro el inicio del relato con el final, en el cual nos informa que está escribiendo un diario de notas. En Reflexiones mezcla eso, un razonamiento, con una acción directa.

La idea es buena. Si es creíble o no… la ciencia ficción debe tener cierto grado de credulidad y supongo que este relato pre-apocalíptico lo tiene.

Un saludo.
Sergio Cossa
De lo que escribimos hace años también se vive.
https://sergiocossa.blogspot.com/
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Dori25
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por Dori25 »

Me ha gustado muchísimo!!!!!!!!!
Lo he apuntado en mi libretita de finalistas.
Quizás se me ha hecho un poco farrogosa la parte intermedia y la división de ¿capítulos?, yo lo redactaría más abierto, con párrafos separados.
Pero es que me ha gustado tanto la idea de ese mundo ideal, aunque eso de que acabe mal... fuera! Seguro que acabaría bien.
Felicidades al autor!! Me ha emocionado!
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shirabonita
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por shirabonita »

Asombroso relato que me hizo llorar mientras lo leía.
Una descripción tan maravillosa de lo que podría ser el próximo solsticio de invierno en el hemisferio norte: la llegada de la era de Acuario.
Una humanidad más pacífica y amorosa. Un mundo sin guerras, ni delincuencia, personas que viven respetando la Naturaleza.
Sólo me ha desconcertado el hecho de los suicidios narrados al final.Supongo que van unidos a una sensibilidad muy desarrollada, que de algún modo, aumenta el sentimiento de culpa.
Esta parte le ha quitado al relato su carácter utópico pero con todo, es uno de mis cinco favoritos. Me encanta. Y la redacción es perfecta.
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xabeltrán
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Re: CPVII: El color que bajó del cielo

Mensaje por xabeltrán »

A mí no me gusta la ciencia-ficción y debo decir que este relato me ha convencido absolutamente. No sólo está muy bien escrito, sino que la historia me parece original y bien desarrollada. Hacia la mitad pensaba que el relato iba a ser una apología de la felicidad y que todo sería muy happy flower, y por eso me ha sorprendido muy gratamente el giro que ha tomado el argumento. Una decisión sabia y acertada, sin duda.

Felicidades al autor, porque es uno de los relatos mejor escritos del concurso. :60:
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