CPVII: La Arcadia perdida - Ayrween
Publicado: 12 Abr 2012 17:10
La Arcadia perdida
—¿Te acuerdas de Arcadia, Dani?
Su hermano no contestó. Seguía hojeando el libro.
—¿Dani? ¿Me has oído?
—Sí. Hay quince. O dieciséis, si contamos Arcadia Lakes. Pero no es la misma. De cuando éramos pequeños y mamá vivía. Y papá no se había ido.
—No, no te voy a engañar. Pero podemos empezar de nuevo, tener otra oportunidad. Aquí es muy difícil.
—No. —Y se volvió a enfrascar en el libro.
Cuando su hermano se obstinaba, sabía que era mejor dejarlo, solo conseguiría desesperarse y él no cambiaría su decisión ni un ápice. Era mejor intentarlo más tarde, cuando estuviera más calmado, menos confundido por tantos cambios en su vida.
—¡Joder! —exclamó Marcos —Todo era más fácil entonces.
Siempre se había sentido protector con su hermano, aunque era dos años más joven que él. Era un chico especial, como decía su madre. Vivía en el mismo y en distinto mundo a un tiempo. Le encantaba la informática, la geografía y los mitos. De pequeño le contaba historias fascinantes que había leído, sus preferidas eran las mitologías griega, romana, nórdicas, germanas… Dominaba todas ellas. Podían quedarse horas hablando en susurros hasta que su padre entraba en la habitación para decirles que era demasiado tarde para seguir hablando. A Dani le gustaba especialmente hablar de Arcadia, y así se referían a su mundo en el que nadie más que ellos dos estaba admitido. Solo su madre y a veces su padre podían traspasarlo.
Lo que en principio había parecido una solución a sus problemas se estaba complicando. La Universidad de Berkeley, California, le había ofrecido un contrato de investigador. Era para lo que se había esforzado toda la vida. Desde que tuvo seis años supo que quería hacer desaparecer el dolor que veía en su entorno, el miedo de su hermano cuando se sentía atacado o nervioso y se ponía a chillar, la mirada herida tras la sonrisa de mamá, la frustración de papá, casi siempre contenido, a veces superado por las circunstancias. Cuando creció supo que era imposible eliminar el dolor pero podía hacerse más soportable. Y quiso aportar su grano de arena investigando enfermedades y curas.
Su infancia había sido feliz, inconscientemente feliz, lo reconocería en el momento en que ya no tuvo el arropo de la familia. El barco empezó a naufragar cuando su padre les dejó, él tenía quince años y su hermano diecisiete. Ese día sintió que nunca podría regresar a Arcadia.
Su madre sostuvo a la familia, trabajó hasta la extenuación, pagó la escuela de su hijo mayor y la universidad del menor, cuidó de su hijo, siempre preocupada por él, hasta que ese estúpido accidente hacía apenas una semana les dejó huérfanos. Marcos se sentía culpable de haber dedicado tanto tiempo a sus estudios e investigaciones y tan poco a las personas que más quería. Se sentía abrumado para organizar el desbarajuste familiar y su propia vida. Recordó su reciente ruptura con Elena, ambos demasiado absortos en sus profesiones. Supo que habían tomado la decisión correcta cuando pese a seguirla echando de menos, se sintió aliviado de que cada uno continuara con su camino.
Había vuelto a España después del doctorado en Norteamérica y había trabajado en una ciudad distante, así que volvía a casa en pocas ocasiones. Hacía tres meses que habían cancelado el proyecto y se había visto por primera vez en su vida en el amargo trance del desempleo. En esos tiempos de recortes y cierre de líneas de investigación era casi imposible encontrar trabajo en su profesión.
Acababan de enterrar a su madre hacía dos días, debería haber esperado un poco más antes de comunicarle a su hermano que cambiaban de país. Durante los siguientes días, Dani apenas pronunció palabra. No le notaba triste, sino más ausente de lo habitual. Marcos seguía con los preparativos para el traslado. No tenía mucho tiempo que perder, pero tampoco quería detenerse a pensar demasiado. Sentía que ese lugar donde tan a gusto se había sentido de pequeño, le apretaba un cable tenso en el cuello, no se podía mover bien con él, pero tampoco podía descansar tranquilo.
Dani terminó dándose cuenta de la mudanza pero su actitud era hosca. Su hermano sabía que no le gustaban los cambios, más bien odiaba todo lo que variase su rutina. Tendría que acostumbrarse, aunque tardase meses.
Recordó una anécdota de cuando eran niños. Estaban con su prima Marimar, de la misma edad que su hermano. Él tendría unos siete años. Ellos, nueve.
—¿Vosotros qué queréis ser de mayores?
—Yo médico. O científico. —Se apresuró a decir, tenía bastante clara su vocación desde pequeño.
—Yo profesora. Y también me gustaría ser pintora. ¿Y tú, Dani?
—Yo contaré cuentos de Arcadia.
—Escritor, entonces.
—No, sólo contaré cuentos.
—Eso no es una profesión. Todavía si escribieras libros, para mayores, o para niños…
Terminaron discutiendo. Al final Marimar abrazó a su primo para hacer las paces. Dani la empujó, no le gustaban tales muestras de efusividad. Su prima terminó llorando, sus padres y sus tíos mediaron y dijeron que no había pasado nada. A Marcos le dejó intranquilo. Era el primer recuerdo del que era consciente de su temor por el futuro de su hermano. Sabía que no era como los otros niños, pero lo había aceptado sin cuestionárselo.
Dos semanas después estaban sentados en el avión con los cinturones puestos, Dani en el asiento de la ventanilla. No le gustaba volar, pero se distraería cuando estuviesen por encima de las nubes, le fascinaban.
—Venga, anímate. Es una experiencia nueva. Encontraremos un trabajo para ti. Eres bueno con los ordenadores.
—No hablo bien inglés.
—Ya lo mejoraras. Puedes dar clases, y yo te ayudaré.
Dani volvió a meter la nariz en un libro, éste era de mitología griega.
—Marcos, ¿iremos a ver todas las Arcadias?
—Sí, los fines de semana. Todas ellas, te lo prometo. ¿Y sabes lo mejor?
—¿Qué?
—Que mientras estemos juntos, nunca perderemos Arcadia. Se lo prometí a mamá.
—Bueno.
—¿Te acuerdas de Arcadia, Dani?
Su hermano no contestó. Seguía hojeando el libro.
—¿Dani? ¿Me has oído?
—Sí. Hay quince. O dieciséis, si contamos Arcadia Lakes. Pero no es la misma. De cuando éramos pequeños y mamá vivía. Y papá no se había ido.
—No, no te voy a engañar. Pero podemos empezar de nuevo, tener otra oportunidad. Aquí es muy difícil.
—No. —Y se volvió a enfrascar en el libro.
Cuando su hermano se obstinaba, sabía que era mejor dejarlo, solo conseguiría desesperarse y él no cambiaría su decisión ni un ápice. Era mejor intentarlo más tarde, cuando estuviera más calmado, menos confundido por tantos cambios en su vida.
—¡Joder! —exclamó Marcos —Todo era más fácil entonces.
Siempre se había sentido protector con su hermano, aunque era dos años más joven que él. Era un chico especial, como decía su madre. Vivía en el mismo y en distinto mundo a un tiempo. Le encantaba la informática, la geografía y los mitos. De pequeño le contaba historias fascinantes que había leído, sus preferidas eran las mitologías griega, romana, nórdicas, germanas… Dominaba todas ellas. Podían quedarse horas hablando en susurros hasta que su padre entraba en la habitación para decirles que era demasiado tarde para seguir hablando. A Dani le gustaba especialmente hablar de Arcadia, y así se referían a su mundo en el que nadie más que ellos dos estaba admitido. Solo su madre y a veces su padre podían traspasarlo.
Lo que en principio había parecido una solución a sus problemas se estaba complicando. La Universidad de Berkeley, California, le había ofrecido un contrato de investigador. Era para lo que se había esforzado toda la vida. Desde que tuvo seis años supo que quería hacer desaparecer el dolor que veía en su entorno, el miedo de su hermano cuando se sentía atacado o nervioso y se ponía a chillar, la mirada herida tras la sonrisa de mamá, la frustración de papá, casi siempre contenido, a veces superado por las circunstancias. Cuando creció supo que era imposible eliminar el dolor pero podía hacerse más soportable. Y quiso aportar su grano de arena investigando enfermedades y curas.
Su infancia había sido feliz, inconscientemente feliz, lo reconocería en el momento en que ya no tuvo el arropo de la familia. El barco empezó a naufragar cuando su padre les dejó, él tenía quince años y su hermano diecisiete. Ese día sintió que nunca podría regresar a Arcadia.
Su madre sostuvo a la familia, trabajó hasta la extenuación, pagó la escuela de su hijo mayor y la universidad del menor, cuidó de su hijo, siempre preocupada por él, hasta que ese estúpido accidente hacía apenas una semana les dejó huérfanos. Marcos se sentía culpable de haber dedicado tanto tiempo a sus estudios e investigaciones y tan poco a las personas que más quería. Se sentía abrumado para organizar el desbarajuste familiar y su propia vida. Recordó su reciente ruptura con Elena, ambos demasiado absortos en sus profesiones. Supo que habían tomado la decisión correcta cuando pese a seguirla echando de menos, se sintió aliviado de que cada uno continuara con su camino.
Había vuelto a España después del doctorado en Norteamérica y había trabajado en una ciudad distante, así que volvía a casa en pocas ocasiones. Hacía tres meses que habían cancelado el proyecto y se había visto por primera vez en su vida en el amargo trance del desempleo. En esos tiempos de recortes y cierre de líneas de investigación era casi imposible encontrar trabajo en su profesión.
Acababan de enterrar a su madre hacía dos días, debería haber esperado un poco más antes de comunicarle a su hermano que cambiaban de país. Durante los siguientes días, Dani apenas pronunció palabra. No le notaba triste, sino más ausente de lo habitual. Marcos seguía con los preparativos para el traslado. No tenía mucho tiempo que perder, pero tampoco quería detenerse a pensar demasiado. Sentía que ese lugar donde tan a gusto se había sentido de pequeño, le apretaba un cable tenso en el cuello, no se podía mover bien con él, pero tampoco podía descansar tranquilo.
Dani terminó dándose cuenta de la mudanza pero su actitud era hosca. Su hermano sabía que no le gustaban los cambios, más bien odiaba todo lo que variase su rutina. Tendría que acostumbrarse, aunque tardase meses.
Recordó una anécdota de cuando eran niños. Estaban con su prima Marimar, de la misma edad que su hermano. Él tendría unos siete años. Ellos, nueve.
—¿Vosotros qué queréis ser de mayores?
—Yo médico. O científico. —Se apresuró a decir, tenía bastante clara su vocación desde pequeño.
—Yo profesora. Y también me gustaría ser pintora. ¿Y tú, Dani?
—Yo contaré cuentos de Arcadia.
—Escritor, entonces.
—No, sólo contaré cuentos.
—Eso no es una profesión. Todavía si escribieras libros, para mayores, o para niños…
Terminaron discutiendo. Al final Marimar abrazó a su primo para hacer las paces. Dani la empujó, no le gustaban tales muestras de efusividad. Su prima terminó llorando, sus padres y sus tíos mediaron y dijeron que no había pasado nada. A Marcos le dejó intranquilo. Era el primer recuerdo del que era consciente de su temor por el futuro de su hermano. Sabía que no era como los otros niños, pero lo había aceptado sin cuestionárselo.
Dos semanas después estaban sentados en el avión con los cinturones puestos, Dani en el asiento de la ventanilla. No le gustaba volar, pero se distraería cuando estuviesen por encima de las nubes, le fascinaban.
—Venga, anímate. Es una experiencia nueva. Encontraremos un trabajo para ti. Eres bueno con los ordenadores.
—No hablo bien inglés.
—Ya lo mejoraras. Puedes dar clases, y yo te ayudaré.
Dani volvió a meter la nariz en un libro, éste era de mitología griega.
—Marcos, ¿iremos a ver todas las Arcadias?
—Sí, los fines de semana. Todas ellas, te lo prometo. ¿Y sabes lo mejor?
—¿Qué?
—Que mientras estemos juntos, nunca perderemos Arcadia. Se lo prometí a mamá.
—Bueno.