La larga espera
Publicado: 14 Oct 2012 12:20
La larga espera
Mis ojos están clavados en la pantalla, empecinada en emitir nieve a todas horas. Tal vez cuento con que mi obstinada observación de la misma la lleve a mudar su emisión por otra más acorde a mis expectativas, pero a estas alturas de la película apenas espero nada de la electrónica. El sonido que percibo a través del altavoz, que en ocasiones cambio por el auricular, por aquello de la variedad, acompaña a la imagen que ya ha quedado grabado en mi retina para los restos.
Son dos días ya los que pasan desde que la última ventana de comunicación quedó atrás, pero el panorama no tiene visos de mejorar. No sé si debería preocuparme. No es cierto, sí que lo sé, y además, estoy preocupado. Esto no es normal, aunque ya entrené un contratiempo de estas características durante mi tiempo de aprendizaje. Ejercicios los llamaban. Entonces todo parecía eso, un simple juego, pero aquí arriba todo se magnifica.
Reviso por enésima vez el sistema de mantenimiento de vida, y es que ya no me fío ni de mi sombra. ¿Quién me dice que no es el sistema de comunicación de mi base orbital la que falla? De ser así, quizás algún elemento más vital pudiese unirse a él, provocando en mí algo más que sudores. Aún en mi órbita en torno a Calisto, no he terminado de aprender a respirar otra cosa que aire. Quizás mis instructores debieron centrarse en ese aspecto en lugar de profundizar en el conocimiento de las turbulencias provocadas en la atmósfera joviana.
Veinte días pueden transcurrir de forma muy lenta cuando es la propia vida lo que está en juego. Tras seis meses en esta estación se acerca el momento de mi relevo, aunque la falta de noticias me hace preguntarme si acudirán puntuales a la cita; es más, ni siquiera cuento con la seguridad de que recuerden que la tienen. ¿Cómo podrán hacerme saber que se encuentran en camino? En realidad hace tiempo que debían haber salido de la Tierra si pretenden llegar en la fecha fijada. ¿Y cuando lleguen, cómo podrán ponerse en contacto conmigo? ¿Tal vez el sistema de comunicaciones se repare de forma milagrosa con la sola necesidad de que tal hecho suceda? Mi escasa fe en todo cuanto suena a religioso me hace no albergar muchas esperanzas en ese sentido. Tal vez puedan golpear el casco de mi nave, como si de un submarino perdido en el fondo marino se tratase. ¡Bendito Morse y bendito aquel que nos obliga a aprender su código en la escuela de oficiales!
Si la fecha de la computadora es correcta, han pasado cinco jornadas desde el día estipulado. Es en momentos como éste cuando quisiera tener frente a mí al personal encargado de calcular la cantidad de suministros precisa para una estancia tan prolongada en el interior de esta cafetera de diseño. Soy consciente como el que más de lo que le cuesta al bolsillo del contribuyente enviar un solo gramo de materia al espacio, ¿pero acaso faltaron a la facultad el día que explicaban el tema de los coeficientes de seguridad? Porque mis reservas están mal, más que mal, se diría que son inexistentes. Tan sólo mi previsión de los días precedentes me permitirá resistir unos días más, pero si tuviera que apostar por mí, dejaría el dinero en mi bolsillo.
Me esfuerzo por controlar mi respiración. Mantengo una cuenta de cinco antes de aspirar, y trato de mantenerme sereno. Sé que sólo de ese modo conseguiré estirar la media hora de aire que resta en los tanques del vehículo. Ya me he despedido del satélite en torno al cual orbito, y he hecho las paces con Dios, no vaya a ser que finalmente fuese yo el equivocado.
Es mi cerebro, que me juega una mala pasada, seguro. Tan sólo en el guión de una mala película de Hollywood podría ocurrir que cinco minutos antes del completo agotamiento de las reservas de aire, llegase el rescate. Presto mayor atención, y vuelvo a oír los golpes en el exterior de la nave. Ya no albergo dudas al respecto, ¡están aquí, por fin han llegado! Mientras espero a que la escotilla se abra, dudo entre recibir al relevo con los brazos abiertos, o atizarles de lleno en el estómago como resarcimiento por las penurias vividas.
Ignoraba que el mando de la misión fuese a cambiar los uniformes de color blanco por otros de color oscuro y superficie metalizada, pero la moda espacial debe ser lo último que me preocupe en este momento. Espero recibir una bocanada de aire fresco tras la apertura de la escotilla, pero para mi sorpresa, es el aire contenido en mi nave el que escapa en dirección al vehículo adosado a la misma, prueba inequívoca de que allí existe el vacío más absoluto.
Los achaparrados individuos que acceden a lo que hasta ahora han venido siendo mis dominios, se apresuran a colocarme un aparato respirador, lo que no puedo sino agradecerles, pues mis pulmones se aprestaban ya a dejar de realizar su función, a falta de elemento gaseoso con el que trabajar. No puedo verles el rostro a través de sus escafandras, pero no deja de sorprenderme el modo en que han cambiado los estándares durante mi ausencia; en mis tiempos de academia, jamás habrían aceptado cadetes de tan baja estatura.
Recupero el sentido, y se hace evidente que he abandonado el pequeño espacio que por tanto tiempo ha sido mi hogar. La asepsia de la sala me pone enfermo; me recuerda demasiado a un hospital. Oigo unos pasos que se aproximan hacia mí, y trato de incorporarme para ver de quién se trata. Es entonces cuando me percato de las ataduras que me mantienen unido a la camilla sobre la que me encuentro. Cuando el recién llegado se sitúa junto a mí, su aspecto inhumano me hace pensar que estoy soñando, aunque el dolor que me provoca la aguja con la que me pincha en las extremidades me convence de que estoy más que despierto. Definitivamente, aquellos tipos no formaban parte de mi relevo.
Puedo ver que allí donde habría de estar situada su boca, se generan unos movimientos que dan lugar a un galimatías que en algunos ambientes podrían llegar a confundirse con palabras. No dudo del interés de lo que aquel ser tenga que decir, pero mucho me temo que jamás conoceré el contenido de su mensaje. Sitúa un extraño artefacto sobre mi sien, y es entonces cuando sus vocablos se tornan inteligibles para mí.
—Le pido disculpas por el modo en que actuamos, pero la situación era crítica. —Imagino que habla de mi escasez de oxígeno—. Habíamos cometido un tremendo error, y había que subsanarlo antes de que fuese irremediable.
—¿Quiénes son ustedes? —pregunto sin tener la certeza de que vaya a entenderme.
—Basta con que sepa que nuestra civilización representa la nueva población de su planeta.
—¿Cómo que…? ¿Dónde están todos, qué han hecho con la gente?
—Como le digo, cometimos un grave error, pero tal vez le alegre saber que los responsables ya han sido ajusticiados. Equivocaron la dosis de partículas en su atmósfera, ¿sabe? ¿Quién iba a pensar que no fuese a sobrevivir ningún espécimen?
La interpretación que de sus palabras hacía mi cerebro me provocaba náuseas. Comenzaba a sentirme realmente mal.
—Imagine el problema que se planteaba para la organización que dirijo, ¡todos muertos! Por suerte, nuestras sondas detectaron sus constantes vitales a tiempo, y pudimos llegar antes de que fuese demasiado tarde. ¡Alégrese, es usted la nueva joya de esta institución!
—¿De qué institución me está hablando? —pregunté horrorizado frente a cuanto escuchaba.
—El zoo, ¿qué si no?
Mis ojos están clavados en la pantalla, empecinada en emitir nieve a todas horas. Tal vez cuento con que mi obstinada observación de la misma la lleve a mudar su emisión por otra más acorde a mis expectativas, pero a estas alturas de la película apenas espero nada de la electrónica. El sonido que percibo a través del altavoz, que en ocasiones cambio por el auricular, por aquello de la variedad, acompaña a la imagen que ya ha quedado grabado en mi retina para los restos.
Son dos días ya los que pasan desde que la última ventana de comunicación quedó atrás, pero el panorama no tiene visos de mejorar. No sé si debería preocuparme. No es cierto, sí que lo sé, y además, estoy preocupado. Esto no es normal, aunque ya entrené un contratiempo de estas características durante mi tiempo de aprendizaje. Ejercicios los llamaban. Entonces todo parecía eso, un simple juego, pero aquí arriba todo se magnifica.
Reviso por enésima vez el sistema de mantenimiento de vida, y es que ya no me fío ni de mi sombra. ¿Quién me dice que no es el sistema de comunicación de mi base orbital la que falla? De ser así, quizás algún elemento más vital pudiese unirse a él, provocando en mí algo más que sudores. Aún en mi órbita en torno a Calisto, no he terminado de aprender a respirar otra cosa que aire. Quizás mis instructores debieron centrarse en ese aspecto en lugar de profundizar en el conocimiento de las turbulencias provocadas en la atmósfera joviana.
Veinte días pueden transcurrir de forma muy lenta cuando es la propia vida lo que está en juego. Tras seis meses en esta estación se acerca el momento de mi relevo, aunque la falta de noticias me hace preguntarme si acudirán puntuales a la cita; es más, ni siquiera cuento con la seguridad de que recuerden que la tienen. ¿Cómo podrán hacerme saber que se encuentran en camino? En realidad hace tiempo que debían haber salido de la Tierra si pretenden llegar en la fecha fijada. ¿Y cuando lleguen, cómo podrán ponerse en contacto conmigo? ¿Tal vez el sistema de comunicaciones se repare de forma milagrosa con la sola necesidad de que tal hecho suceda? Mi escasa fe en todo cuanto suena a religioso me hace no albergar muchas esperanzas en ese sentido. Tal vez puedan golpear el casco de mi nave, como si de un submarino perdido en el fondo marino se tratase. ¡Bendito Morse y bendito aquel que nos obliga a aprender su código en la escuela de oficiales!
Si la fecha de la computadora es correcta, han pasado cinco jornadas desde el día estipulado. Es en momentos como éste cuando quisiera tener frente a mí al personal encargado de calcular la cantidad de suministros precisa para una estancia tan prolongada en el interior de esta cafetera de diseño. Soy consciente como el que más de lo que le cuesta al bolsillo del contribuyente enviar un solo gramo de materia al espacio, ¿pero acaso faltaron a la facultad el día que explicaban el tema de los coeficientes de seguridad? Porque mis reservas están mal, más que mal, se diría que son inexistentes. Tan sólo mi previsión de los días precedentes me permitirá resistir unos días más, pero si tuviera que apostar por mí, dejaría el dinero en mi bolsillo.
Me esfuerzo por controlar mi respiración. Mantengo una cuenta de cinco antes de aspirar, y trato de mantenerme sereno. Sé que sólo de ese modo conseguiré estirar la media hora de aire que resta en los tanques del vehículo. Ya me he despedido del satélite en torno al cual orbito, y he hecho las paces con Dios, no vaya a ser que finalmente fuese yo el equivocado.
Es mi cerebro, que me juega una mala pasada, seguro. Tan sólo en el guión de una mala película de Hollywood podría ocurrir que cinco minutos antes del completo agotamiento de las reservas de aire, llegase el rescate. Presto mayor atención, y vuelvo a oír los golpes en el exterior de la nave. Ya no albergo dudas al respecto, ¡están aquí, por fin han llegado! Mientras espero a que la escotilla se abra, dudo entre recibir al relevo con los brazos abiertos, o atizarles de lleno en el estómago como resarcimiento por las penurias vividas.
Ignoraba que el mando de la misión fuese a cambiar los uniformes de color blanco por otros de color oscuro y superficie metalizada, pero la moda espacial debe ser lo último que me preocupe en este momento. Espero recibir una bocanada de aire fresco tras la apertura de la escotilla, pero para mi sorpresa, es el aire contenido en mi nave el que escapa en dirección al vehículo adosado a la misma, prueba inequívoca de que allí existe el vacío más absoluto.
Los achaparrados individuos que acceden a lo que hasta ahora han venido siendo mis dominios, se apresuran a colocarme un aparato respirador, lo que no puedo sino agradecerles, pues mis pulmones se aprestaban ya a dejar de realizar su función, a falta de elemento gaseoso con el que trabajar. No puedo verles el rostro a través de sus escafandras, pero no deja de sorprenderme el modo en que han cambiado los estándares durante mi ausencia; en mis tiempos de academia, jamás habrían aceptado cadetes de tan baja estatura.
Recupero el sentido, y se hace evidente que he abandonado el pequeño espacio que por tanto tiempo ha sido mi hogar. La asepsia de la sala me pone enfermo; me recuerda demasiado a un hospital. Oigo unos pasos que se aproximan hacia mí, y trato de incorporarme para ver de quién se trata. Es entonces cuando me percato de las ataduras que me mantienen unido a la camilla sobre la que me encuentro. Cuando el recién llegado se sitúa junto a mí, su aspecto inhumano me hace pensar que estoy soñando, aunque el dolor que me provoca la aguja con la que me pincha en las extremidades me convence de que estoy más que despierto. Definitivamente, aquellos tipos no formaban parte de mi relevo.
Puedo ver que allí donde habría de estar situada su boca, se generan unos movimientos que dan lugar a un galimatías que en algunos ambientes podrían llegar a confundirse con palabras. No dudo del interés de lo que aquel ser tenga que decir, pero mucho me temo que jamás conoceré el contenido de su mensaje. Sitúa un extraño artefacto sobre mi sien, y es entonces cuando sus vocablos se tornan inteligibles para mí.
—Le pido disculpas por el modo en que actuamos, pero la situación era crítica. —Imagino que habla de mi escasez de oxígeno—. Habíamos cometido un tremendo error, y había que subsanarlo antes de que fuese irremediable.
—¿Quiénes son ustedes? —pregunto sin tener la certeza de que vaya a entenderme.
—Basta con que sepa que nuestra civilización representa la nueva población de su planeta.
—¿Cómo que…? ¿Dónde están todos, qué han hecho con la gente?
—Como le digo, cometimos un grave error, pero tal vez le alegre saber que los responsables ya han sido ajusticiados. Equivocaron la dosis de partículas en su atmósfera, ¿sabe? ¿Quién iba a pensar que no fuese a sobrevivir ningún espécimen?
La interpretación que de sus palabras hacía mi cerebro me provocaba náuseas. Comenzaba a sentirme realmente mal.
—Imagine el problema que se planteaba para la organización que dirijo, ¡todos muertos! Por suerte, nuestras sondas detectaron sus constantes vitales a tiempo, y pudimos llegar antes de que fuese demasiado tarde. ¡Alégrese, es usted la nueva joya de esta institución!
—¿De qué institución me está hablando? —pregunté horrorizado frente a cuanto escuchaba.
—El zoo, ¿qué si no?