Desde las sombras - Saber
Publicado: 14 Oct 2012 12:21
Desde las sombras
Bill caminaba de vuelta a casa. Como casi siempre, sus pensamientos tenían la misma protagonista, Belinda. Su preciosa e inteligente compañera. Doblaba la última de las esquinas que lo separaba de su hogar, cuando vio que la tienda de Diego continuaba abierta. Por regla general no lo estaba al volver de clases. Queriendo aprovechar la oportunidad rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar la moneda que sabía le quedaba. Trató de sacarla con tan mala suerte que resto de cosas que guardaba en él se le cayeron. Apoyó una rodilla en la acera y miró bajo el coche, donde tras un rebote había ido a parar uno de sus bolígrafos. El grito más afeminado y ridículo que escuchara en su vida escapó de sus labios. Retrocedió demasiado rápido y acabó aterrizando sobre sus posaderas. «¿Qué era eso?» se preguntó impresionado. Sólo estaba seguro de haber visto unos enormes ojos de color naranja. Tras asegurarse con un vistazo de que nadie había presenciado la escena, devolvió su atención al espacio bajo el coche. Con los músculos en tensión y dispuesto a echar a correr si era preciso, acercó la cara a la acera... Ahí estaba su bolígrafo, pero nada más. «Sería algún gato» se convenció. Lo recogió y se fue a casa, olvidando su deseo de algo dulce.
Abrió los ojos en mitad de la noche. Escuchó el revoloteó del canario en su jaula, y lo maldijo. No era la primera vez que lo despertaba. Justo cuando estaba por volver a conciliar el sueño, percibió unos leves pero constantes golpecitos en el suelo de la habitación. Con el ceño fruncido levantó el torso hasta quedar medio sentado en la cama. Por poco no le dio un soponcio al encontrarse de nuevo con aquellos ojos.
Uh-uh
Antes de darse cuenta estaba de pie, con la cama como único obstáculo entre ambos. Encendió la lampara de escritorio, y agradeció no haberse puesto a gritar. Se trataba de un búho, uno pequeñito y sin alas. «Una malformación» caviló. Sin quitarle la vista de encima se fue hasta el ropero, tomó una toalla, y tras subirse a la cama se aproximó poco a poco al objetivo. Había tomado la decisión de capturarlo y dejarlo en el jardín.
Lo cubrió al mismo tiempo que sus pies tocaban el suelo. Sin detenerse lo rodeó con los brazos. Creía haberlo conseguido cuando estupefacto comprendió que en su abrazo no había atrapado nada. Tras buscar por toda la habitación sin éxito, se sentó en la cama preocupado por su salud mental. ¿Se lo había imaginado?, se preguntó. Entonces fue consciente de que la puerta de su habitación estaba cerrada y de que sin alas no era posible que la criatura hubiera entrado por la ventana... «Quizás haya estado soñando despierto, a lo mejor no es tan extraño. Mañana le diré a mamá». El pensamiento lo tranquilizó lo suficiente para tumbarse de nuevo.
—«No te asustes Bill»
—No estoy...
Sobresaltado se tapó la boca con las manos.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró.
—«No te asustes por favor. Necesito hablar contigo».
¡Alguien hablaba dentro de su cabeza! «Me he vuelto loco» pensó acongojado.
—«No te has vuelto loco, Bill. Quiero que me escuches. El búho que viste hace unos no era una alucinación, se trataba de mí. Ahora mismo me alojo en tu sombra. Como se te acaba de ocurrir, no soy una criatura de este mundo. Estoy seguro de que necesitas un buen número de respuestas para calmar tu corazón, yo las contestaré todas».
Poco después Bill dormía plácidamente. A su lado, otro chico, una copia perfecta de Bill salvó por los dedos que faltaban en una de sus manos, lo observaba con una media sonrisa.
—No muchos de los tuyos habrían podido conciliar el sueño tras un encuentro como este. Eres un chico muy especial, me alegro de haberme alojado en tu sombra —dijo en voz baja.
Era sábado por la mañana y Bill se preparaba para salir cuando su madre llegó del supermercado.
—Ay, Bill —dijo con tono preocupado—. ¿Supiste lo que le pasó a Diego? Ayer se le cayó una estantería en la cabeza —agregó tras el gesto del niño para que continuara—. Pedro lo encontró en el suelo cuando fue a relevarlo y enseguida llamó a la ambulancia, pero parece que sigue inconsciente. Silvia debe estar fatal. Qué pena... parece que a la gente buena le ocurra todo lo malo —se quejó.
La razón por la que Uhu —así llamaba Bill a su nuevo amigo, ya que según este su nombre era impronunciable para los humano—, se había alojado en la sombra del muchacho, era que había perdido a su compañera. Uhu le contó que a veces dos miembros de su especie formaban un vínculo el cual les permitía sentir al otro casi como si fueran uno. De alguna manera, después de que su compañera se alojara en la sombra de otra persona... el vínculo se esfumó. Cuando estaba más desesperado Bill apareció ante él, y tomó la oportunidad de hospedarse en su sombra. Sin dudarlo el chico había aceptado ayudarlo en su búsqueda y a eso se dedicaron toda la mañana.
La vecindad de Bill era muy poco transitada, en ella no habían centros comerciales ni calles importantes. Por ello, creyendo que habían grandes posibilidades de que la persona con la que trataban de dar, viviera o al menos pasara por ella de forma habitual; decidieron «barrerla» por completo.
La forma de la que investigaban por la compañera de Uhu era muy simple y al mismo tiempo difícilmente provechosa. Bill se acercaba a cualquiera de las personas que veían, y pasaba por su lado cuidando que sus sombras se «tocaran». Con un instante era suficiente para que Uhu rebuscara en ella.
Era la una y media de la tarde y Bill volvía a casa decepcionado. No habían encontrado nada. De alguna manera sintió la tristeza de Uhu, y quiso aliviarla.
—«Después de comer nos pondremos de nuevo manos a la obra. Esta vez tocaré en las casas bajo cualquier excusa. Seguro que la encontraremos».
Tan centrado estaba en la conversación mental —había descubierto que no era necesario que hablara en voz alta para comunicarse con Uhu—, que tropezó y cayó al suelo. El chico pudo escuchar el exagerado quejido de su nuevo amigo.
—«¡Ouch!»
—«¿Te encuentras bien?» —preguntó alarmado—. «No ha sido la peor caída de mi vida»
—«Sí, estoy bien».
El muchacho no dijo nada, pero le pareció que sonaba conmocionado.
—«¡Espera, Bill!» —dijo tras un instante—. «¡Se trata de él, de Diego! ¡Tienes que llevarme hasta él!»
—«Pero... ¿qué ocurrió?, ¿cómo lo sabes?» —inquirió sorprendido.
—«No te lo había dicho antes, pero a los de mi especie se nos tiene absolutamente prohibido tomar alojo en la sombra en un ser humano. La razón es, que tras permanecer hospedados en ella un tiempo, el comportamiento de algunos de los nuestros cambia para siempre... y lo hace para mal. No se nos da conocimiento de por qué ocurre esto. Es algo que no nos pasa con ningún otro ser. Y por eso, para nosotros los humanos sois algo mágico. En mi corta estancia junto a ti, he comprendido lo extraordinario de esta conexión. El dolor que acabo de sentir ha sido la llave que necesitaba. ¿Lo entiendes? Aunque tus pensamientos y sentimientos me alcancen, incluso si hago mías tus experiencias... yo soy yo. Así es como nos ocurre con cualquier otro ser. Si me instalo en la sombra de un ave y esta sufre una herida o muere, yo sería absolutamente consciente de ello, pero también lo sería de que no soy yo quien está herido, no soy yo quien va a morir. Sin embargo, nuestra conexión con vosotros los humanos parece tener sus propias reglas. Estoy convencido de que mi compañera se encuentra alojada en la sombra de ese hombre».
Decidido, Bill se detuvo frente a la casa de su vecina Silvia, la mujer de Diego. Y tocó. Cuando la puerta se abrió se encontró cara a cara con quien menos esperaba.
—Belinda...
—Bill, ¿qué haces aquí? —dijo tan pasmada como él.
En ese instante Silvia se acercó a ver de quién se trataba.
—Hola, Bill. ¿Ocurrió algo? —se preocupó. Era la primera vez que el niño tocaba a su puerta.
—No, disculpe. Venía de parte de mi madre a preguntar cómo se encuentra su marido —soltó la mejor excusa en la que pudo pensar.
—Se encuentra estable —replicó ella con voz ahogada.
Estaba claro que no quería hablar de ello. «¿Cómo hago que me diga en qué hospital, planta y habitación se halla?» pensó desesperado.
—«No importa, Bill. Tenemos una opción mejor. Belinda».
El chico lo comprendió al instante. Le dio las gracias, y se despidió. Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse y sólo la chica podía verlo, le hizo un gesto con la mano para que saliera.
No habían pasado dos minutos y la entrada se abrió lentamente. Belinda salió y cerró sin hacer ruido.
—¿Qué querías, Bill? —dijo algo agitada.
En la clase de Bill todos sabían que gustaba de ella. «Cree que voy a declararme», pensó. Y entonces tuvo que controlarse para no darle la razón...
—Hay algo que tengo que contarte. ¿Me escucharás?
Le contó toda la historia desde su primer encuentro con Uhu bajo el coche. Cuando terminó, Bill no sabía qué esperar. ¿Qué se podía decir ante una historia así? Pensaría que estaba loco, o peor, que era idiota.
—Te creo —declaró con seguridad—. Siempre he creído que los extraterrestres existen. Además, tú no eres muy bromista, Bill —añadió con una sonrisa—. Pero hay algo que me gustaría saber. ¿Qué pasará con mi tío? ¿Se pondrá bien?
—Uhu dice que no le está permitido inmiscuirse. Pero dadas las circunstancias, está dispuesto a ayudar.
Cinco minutos más tarde se reunieron de nuevo. Bill había ido a por su cartera mientras Belinda convencía a su madre de que tenía que ir a casa de una amiga por algún asunto escolar, y que se verían de nuevo en casa.
Llegaron al hospital en taxi. Subieron a la quinta planta, en la que se encontraban los pacientes internados. Alcanzaron la habitación de Diego, la 56; y Belinda que iba delante le hizo un gesto para que se detuviera.
—Espera, Bill. Dentro está la hermana de Silvia. Le voy a decir que vaya a tomarse un café, que yo la relevo un rato. Colócate al final del pasillo que yo te aviso.
Bill escuchó como los tacones de la mujer golpeaban el suelo según se alejaba.
—Ya puedes venir.
Uno al lado del otro otro miraban al hombre, quien permanecía inconsciente en su cama. Bill se sintió incómodo ya que aunque era un cliente habitual de su tienda, no tenían un trato cercano.
—No tenemos mucho tiempo, Bill. Si vais a hacer algo, es el momento.
Fue entonces que el chico se dio cuenta de que hacía un buen rato que Uhu no se comunicaba con él. Con Belinda de acompañante, el resto del mundo no parecía tan importante.
—«Uhu» —lo llamó con temor.
—«Estoy preparado» —dijo sacando un suspiro de alivio del muchacho—. «Y no te preocupes, no estoy enfadado porque te olvidaras de mí» —añadió—. «Ahora acércate hasta que vuestras sombras se superpongan. Voy a necesitar algo de tiempo, así que no desesperes y trata de no moverte demasiado».
Tras seguir sus indicaciones, esperaron.
Habían pasado diez minutos; Bill comenzaba a impacientarse y Belinda no ayudaba.
—Debe estar a punto de volver. A ver qué le digo cuando te vea ahí petrificado.
—«Ya está Bill» —escuchó que le decía Uhu—. «Dile por favor a Belinda que se acerque de modo que su sombra y la de Diego también se toquen. Y no, no le va a ocurrir nada malo» —respondió a la duda que había sentido en Bill.
Belinda hizo su parte mientras escuchaban abrirse las puertas del ascensor.
—«Perfecto, Bill. Salgamos, rápido».
El chico salió de la habitación justo antes de que la hermana de Silvia entrara en el pasillo. La vio venir al tiempo que le pareció percibir un grito ahogado desde la habitación que acababa de dejar.
—«Cuéntame qué ha pasado. ¿Dónde está tu compañera?» —preguntó mientras bajaban en el ascensor.
—«Se halla alojada en la sombra de Belinda» —replicó Uhu para sorpresa del chico—. No puede haber más de uno de los nuestros por sombra —explicó.
Caminaba con una gran sonrisa, y ojos brillantes. Signo claro de que acababa de llorar. Cuando los alcanzó, las manos de ambos muchachos se entrelazaron sin su permiso. Haciendo que se sonrojaran.
—Se han echado de menos. Dejémosles —dijo Bill con voz estrangulada y tratando de ocultar su propia felicidad.
—¿Dices que Diego abrió los ojos? —exclamó la madre de Belinda—. ¿Por qué no me han llamado? —preguntó al tiempo que buscaba su móvil—. ¡Maldito móvil! ¡Estaba apagado! Tengo tres llamadas perdidas. Pues me voy para allá a verlo, Bel. Tú y tu amigo podéis merendar aquí. Ya me explicarás luego toda la historia, no me ha quedado claro eso de que fuiste tú sola al hospital sin avisarme —agregó con el ceño fruncido.
Pasaron toda la tarde juntos. Belinda era una fanática de la ciencia ficción, quien poseía un montón de libros y revistas sobre ello. Por supuesto, no dejó de aprovechar la situación y pasó buena parte del tiempo hablando con ambos extraterrestres sobre viajes en el tiempo, mundos paralelos, y otros temas de los que Bill no entendía nada. Sin embargo su ignorancia no influyó en su estado de ánimo... ya que para que los cuatro se comunicaran al mismo tiempo, los chicos mantenían sus manos unidas, lo que era suficiente para hacer de Bill el más feliz del mundo.
Comenzaba a oscurecer cuando Uhu habló con un tono más grave.
—«Tenemos mucho que agradeceros. Bill, encontrarme contigo fue mi gran fortuna. Eres un chico maravilloso. En el poco tiempo que he pasado junto a ti, he escuchado tus pensamientos, sentido tus emociones, y conocido tu forma de actuar. Estoy convencido de que si esto debe producir algún cambio en mí, será para bien. También a ti debemos agradecerte, Belinda» —continuó—. «Eres una chica muy inteligente y madura. Si no hubiera sido por tu ayuda habríamos tenido muchas más complicaciones».
Su compañera siguió su ejemplo y dio las gracias a ambos muchachos.
—«Si no estoy muy equivocada os estáis despidiendo, ¿no es así?» —preguntó Belinda sin necesidad de usar su voz.
—«¿Ya os vais?» —exclamó Bill conmocionado—. «No me habías dicho nada, Uhu» —añadió con tristeza.
—«No te pongas triste, Bill. Si partiéramos mañana no sería menos doloroso» —razonó con voz amable—.«Yo también te echaré de menos».
Bill pudo sentir que lo que decía era verdad, y no quiso hacer de la despedida algo amargo.
—«Entiendo. Te extrañaré mucho, Uhu» —dijo conteniendo sus lágrimas.
De la mano, fueron hasta la entrada de la casa. Cuando la calle estuvo vacía, las sombras de ambos muchachos se distorsionaron y aumentaron de tamaño por un breve instante. En un parpadeo, frente a cada uno de los chicos había un ser idéntico a ellos.
Belinda dejó escapar un ¡Oooh!, de admiración.
Uhu y su compañera los abrazaron cariñosamente.
—Ya nos vamos —dijeron enlazando sus manos—. Siempre os estaremos agradecidos.
—Y si volvemos a venir por este planeta... os visitaremos. Pero guardad el secreto ¿sí? —agregó la «gemela» de Belinda colocando un dedo sobre sus labios.
Con una sonrisa, se dieron la vuelta y se alejaron. Cuando ya casi no se les veía, sin girarse levantaron sus manos como último adiós... y se esfumaron.
Ambos chicos se miraron con una sonrisa. Entonces se dieron cuenta de que aun tenían sus manos unidas. Bill sintió como la de Belinda perdía fuerza y se abría. Como respuesta, la asió con mayor firmeza. Ella apartó la mirada. Rojo como un tomate, Bill bajó la cabeza... no se atrevía a hablar pero tampoco soltaría su mano. Quizás por verlo sufrir, quizás por miedo a que le rompiera la mano, Belinda le preguntó si mañana domingo querría volver y merendar con ella. Esas palabras lo ayudaron a decidirse.
—Querré hacer cualquier cosa que me permita estar contigo.
Ella sonrió y volvió a cerrar su mano sobre la de él.
Bill caminaba de vuelta a casa. Como casi siempre, sus pensamientos tenían la misma protagonista, Belinda. Su preciosa e inteligente compañera. Doblaba la última de las esquinas que lo separaba de su hogar, cuando vio que la tienda de Diego continuaba abierta. Por regla general no lo estaba al volver de clases. Queriendo aprovechar la oportunidad rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar la moneda que sabía le quedaba. Trató de sacarla con tan mala suerte que resto de cosas que guardaba en él se le cayeron. Apoyó una rodilla en la acera y miró bajo el coche, donde tras un rebote había ido a parar uno de sus bolígrafos. El grito más afeminado y ridículo que escuchara en su vida escapó de sus labios. Retrocedió demasiado rápido y acabó aterrizando sobre sus posaderas. «¿Qué era eso?» se preguntó impresionado. Sólo estaba seguro de haber visto unos enormes ojos de color naranja. Tras asegurarse con un vistazo de que nadie había presenciado la escena, devolvió su atención al espacio bajo el coche. Con los músculos en tensión y dispuesto a echar a correr si era preciso, acercó la cara a la acera... Ahí estaba su bolígrafo, pero nada más. «Sería algún gato» se convenció. Lo recogió y se fue a casa, olvidando su deseo de algo dulce.
Abrió los ojos en mitad de la noche. Escuchó el revoloteó del canario en su jaula, y lo maldijo. No era la primera vez que lo despertaba. Justo cuando estaba por volver a conciliar el sueño, percibió unos leves pero constantes golpecitos en el suelo de la habitación. Con el ceño fruncido levantó el torso hasta quedar medio sentado en la cama. Por poco no le dio un soponcio al encontrarse de nuevo con aquellos ojos.
Uh-uh
Antes de darse cuenta estaba de pie, con la cama como único obstáculo entre ambos. Encendió la lampara de escritorio, y agradeció no haberse puesto a gritar. Se trataba de un búho, uno pequeñito y sin alas. «Una malformación» caviló. Sin quitarle la vista de encima se fue hasta el ropero, tomó una toalla, y tras subirse a la cama se aproximó poco a poco al objetivo. Había tomado la decisión de capturarlo y dejarlo en el jardín.
Lo cubrió al mismo tiempo que sus pies tocaban el suelo. Sin detenerse lo rodeó con los brazos. Creía haberlo conseguido cuando estupefacto comprendió que en su abrazo no había atrapado nada. Tras buscar por toda la habitación sin éxito, se sentó en la cama preocupado por su salud mental. ¿Se lo había imaginado?, se preguntó. Entonces fue consciente de que la puerta de su habitación estaba cerrada y de que sin alas no era posible que la criatura hubiera entrado por la ventana... «Quizás haya estado soñando despierto, a lo mejor no es tan extraño. Mañana le diré a mamá». El pensamiento lo tranquilizó lo suficiente para tumbarse de nuevo.
—«No te asustes Bill»
—No estoy...
Sobresaltado se tapó la boca con las manos.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró.
—«No te asustes por favor. Necesito hablar contigo».
¡Alguien hablaba dentro de su cabeza! «Me he vuelto loco» pensó acongojado.
—«No te has vuelto loco, Bill. Quiero que me escuches. El búho que viste hace unos no era una alucinación, se trataba de mí. Ahora mismo me alojo en tu sombra. Como se te acaba de ocurrir, no soy una criatura de este mundo. Estoy seguro de que necesitas un buen número de respuestas para calmar tu corazón, yo las contestaré todas».
Poco después Bill dormía plácidamente. A su lado, otro chico, una copia perfecta de Bill salvó por los dedos que faltaban en una de sus manos, lo observaba con una media sonrisa.
—No muchos de los tuyos habrían podido conciliar el sueño tras un encuentro como este. Eres un chico muy especial, me alegro de haberme alojado en tu sombra —dijo en voz baja.
Era sábado por la mañana y Bill se preparaba para salir cuando su madre llegó del supermercado.
—Ay, Bill —dijo con tono preocupado—. ¿Supiste lo que le pasó a Diego? Ayer se le cayó una estantería en la cabeza —agregó tras el gesto del niño para que continuara—. Pedro lo encontró en el suelo cuando fue a relevarlo y enseguida llamó a la ambulancia, pero parece que sigue inconsciente. Silvia debe estar fatal. Qué pena... parece que a la gente buena le ocurra todo lo malo —se quejó.
La razón por la que Uhu —así llamaba Bill a su nuevo amigo, ya que según este su nombre era impronunciable para los humano—, se había alojado en la sombra del muchacho, era que había perdido a su compañera. Uhu le contó que a veces dos miembros de su especie formaban un vínculo el cual les permitía sentir al otro casi como si fueran uno. De alguna manera, después de que su compañera se alojara en la sombra de otra persona... el vínculo se esfumó. Cuando estaba más desesperado Bill apareció ante él, y tomó la oportunidad de hospedarse en su sombra. Sin dudarlo el chico había aceptado ayudarlo en su búsqueda y a eso se dedicaron toda la mañana.
La vecindad de Bill era muy poco transitada, en ella no habían centros comerciales ni calles importantes. Por ello, creyendo que habían grandes posibilidades de que la persona con la que trataban de dar, viviera o al menos pasara por ella de forma habitual; decidieron «barrerla» por completo.
La forma de la que investigaban por la compañera de Uhu era muy simple y al mismo tiempo difícilmente provechosa. Bill se acercaba a cualquiera de las personas que veían, y pasaba por su lado cuidando que sus sombras se «tocaran». Con un instante era suficiente para que Uhu rebuscara en ella.
Era la una y media de la tarde y Bill volvía a casa decepcionado. No habían encontrado nada. De alguna manera sintió la tristeza de Uhu, y quiso aliviarla.
—«Después de comer nos pondremos de nuevo manos a la obra. Esta vez tocaré en las casas bajo cualquier excusa. Seguro que la encontraremos».
Tan centrado estaba en la conversación mental —había descubierto que no era necesario que hablara en voz alta para comunicarse con Uhu—, que tropezó y cayó al suelo. El chico pudo escuchar el exagerado quejido de su nuevo amigo.
—«¡Ouch!»
—«¿Te encuentras bien?» —preguntó alarmado—. «No ha sido la peor caída de mi vida»
—«Sí, estoy bien».
El muchacho no dijo nada, pero le pareció que sonaba conmocionado.
—«¡Espera, Bill!» —dijo tras un instante—. «¡Se trata de él, de Diego! ¡Tienes que llevarme hasta él!»
—«Pero... ¿qué ocurrió?, ¿cómo lo sabes?» —inquirió sorprendido.
—«No te lo había dicho antes, pero a los de mi especie se nos tiene absolutamente prohibido tomar alojo en la sombra en un ser humano. La razón es, que tras permanecer hospedados en ella un tiempo, el comportamiento de algunos de los nuestros cambia para siempre... y lo hace para mal. No se nos da conocimiento de por qué ocurre esto. Es algo que no nos pasa con ningún otro ser. Y por eso, para nosotros los humanos sois algo mágico. En mi corta estancia junto a ti, he comprendido lo extraordinario de esta conexión. El dolor que acabo de sentir ha sido la llave que necesitaba. ¿Lo entiendes? Aunque tus pensamientos y sentimientos me alcancen, incluso si hago mías tus experiencias... yo soy yo. Así es como nos ocurre con cualquier otro ser. Si me instalo en la sombra de un ave y esta sufre una herida o muere, yo sería absolutamente consciente de ello, pero también lo sería de que no soy yo quien está herido, no soy yo quien va a morir. Sin embargo, nuestra conexión con vosotros los humanos parece tener sus propias reglas. Estoy convencido de que mi compañera se encuentra alojada en la sombra de ese hombre».
Decidido, Bill se detuvo frente a la casa de su vecina Silvia, la mujer de Diego. Y tocó. Cuando la puerta se abrió se encontró cara a cara con quien menos esperaba.
—Belinda...
—Bill, ¿qué haces aquí? —dijo tan pasmada como él.
En ese instante Silvia se acercó a ver de quién se trataba.
—Hola, Bill. ¿Ocurrió algo? —se preocupó. Era la primera vez que el niño tocaba a su puerta.
—No, disculpe. Venía de parte de mi madre a preguntar cómo se encuentra su marido —soltó la mejor excusa en la que pudo pensar.
—Se encuentra estable —replicó ella con voz ahogada.
Estaba claro que no quería hablar de ello. «¿Cómo hago que me diga en qué hospital, planta y habitación se halla?» pensó desesperado.
—«No importa, Bill. Tenemos una opción mejor. Belinda».
El chico lo comprendió al instante. Le dio las gracias, y se despidió. Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse y sólo la chica podía verlo, le hizo un gesto con la mano para que saliera.
No habían pasado dos minutos y la entrada se abrió lentamente. Belinda salió y cerró sin hacer ruido.
—¿Qué querías, Bill? —dijo algo agitada.
En la clase de Bill todos sabían que gustaba de ella. «Cree que voy a declararme», pensó. Y entonces tuvo que controlarse para no darle la razón...
—Hay algo que tengo que contarte. ¿Me escucharás?
Le contó toda la historia desde su primer encuentro con Uhu bajo el coche. Cuando terminó, Bill no sabía qué esperar. ¿Qué se podía decir ante una historia así? Pensaría que estaba loco, o peor, que era idiota.
—Te creo —declaró con seguridad—. Siempre he creído que los extraterrestres existen. Además, tú no eres muy bromista, Bill —añadió con una sonrisa—. Pero hay algo que me gustaría saber. ¿Qué pasará con mi tío? ¿Se pondrá bien?
—Uhu dice que no le está permitido inmiscuirse. Pero dadas las circunstancias, está dispuesto a ayudar.
Cinco minutos más tarde se reunieron de nuevo. Bill había ido a por su cartera mientras Belinda convencía a su madre de que tenía que ir a casa de una amiga por algún asunto escolar, y que se verían de nuevo en casa.
Llegaron al hospital en taxi. Subieron a la quinta planta, en la que se encontraban los pacientes internados. Alcanzaron la habitación de Diego, la 56; y Belinda que iba delante le hizo un gesto para que se detuviera.
—Espera, Bill. Dentro está la hermana de Silvia. Le voy a decir que vaya a tomarse un café, que yo la relevo un rato. Colócate al final del pasillo que yo te aviso.
Bill escuchó como los tacones de la mujer golpeaban el suelo según se alejaba.
—Ya puedes venir.
Uno al lado del otro otro miraban al hombre, quien permanecía inconsciente en su cama. Bill se sintió incómodo ya que aunque era un cliente habitual de su tienda, no tenían un trato cercano.
—No tenemos mucho tiempo, Bill. Si vais a hacer algo, es el momento.
Fue entonces que el chico se dio cuenta de que hacía un buen rato que Uhu no se comunicaba con él. Con Belinda de acompañante, el resto del mundo no parecía tan importante.
—«Uhu» —lo llamó con temor.
—«Estoy preparado» —dijo sacando un suspiro de alivio del muchacho—. «Y no te preocupes, no estoy enfadado porque te olvidaras de mí» —añadió—. «Ahora acércate hasta que vuestras sombras se superpongan. Voy a necesitar algo de tiempo, así que no desesperes y trata de no moverte demasiado».
Tras seguir sus indicaciones, esperaron.
Habían pasado diez minutos; Bill comenzaba a impacientarse y Belinda no ayudaba.
—Debe estar a punto de volver. A ver qué le digo cuando te vea ahí petrificado.
—«Ya está Bill» —escuchó que le decía Uhu—. «Dile por favor a Belinda que se acerque de modo que su sombra y la de Diego también se toquen. Y no, no le va a ocurrir nada malo» —respondió a la duda que había sentido en Bill.
Belinda hizo su parte mientras escuchaban abrirse las puertas del ascensor.
—«Perfecto, Bill. Salgamos, rápido».
El chico salió de la habitación justo antes de que la hermana de Silvia entrara en el pasillo. La vio venir al tiempo que le pareció percibir un grito ahogado desde la habitación que acababa de dejar.
—«Cuéntame qué ha pasado. ¿Dónde está tu compañera?» —preguntó mientras bajaban en el ascensor.
—«Se halla alojada en la sombra de Belinda» —replicó Uhu para sorpresa del chico—. No puede haber más de uno de los nuestros por sombra —explicó.
Caminaba con una gran sonrisa, y ojos brillantes. Signo claro de que acababa de llorar. Cuando los alcanzó, las manos de ambos muchachos se entrelazaron sin su permiso. Haciendo que se sonrojaran.
—Se han echado de menos. Dejémosles —dijo Bill con voz estrangulada y tratando de ocultar su propia felicidad.
—¿Dices que Diego abrió los ojos? —exclamó la madre de Belinda—. ¿Por qué no me han llamado? —preguntó al tiempo que buscaba su móvil—. ¡Maldito móvil! ¡Estaba apagado! Tengo tres llamadas perdidas. Pues me voy para allá a verlo, Bel. Tú y tu amigo podéis merendar aquí. Ya me explicarás luego toda la historia, no me ha quedado claro eso de que fuiste tú sola al hospital sin avisarme —agregó con el ceño fruncido.
Pasaron toda la tarde juntos. Belinda era una fanática de la ciencia ficción, quien poseía un montón de libros y revistas sobre ello. Por supuesto, no dejó de aprovechar la situación y pasó buena parte del tiempo hablando con ambos extraterrestres sobre viajes en el tiempo, mundos paralelos, y otros temas de los que Bill no entendía nada. Sin embargo su ignorancia no influyó en su estado de ánimo... ya que para que los cuatro se comunicaran al mismo tiempo, los chicos mantenían sus manos unidas, lo que era suficiente para hacer de Bill el más feliz del mundo.
Comenzaba a oscurecer cuando Uhu habló con un tono más grave.
—«Tenemos mucho que agradeceros. Bill, encontrarme contigo fue mi gran fortuna. Eres un chico maravilloso. En el poco tiempo que he pasado junto a ti, he escuchado tus pensamientos, sentido tus emociones, y conocido tu forma de actuar. Estoy convencido de que si esto debe producir algún cambio en mí, será para bien. También a ti debemos agradecerte, Belinda» —continuó—. «Eres una chica muy inteligente y madura. Si no hubiera sido por tu ayuda habríamos tenido muchas más complicaciones».
Su compañera siguió su ejemplo y dio las gracias a ambos muchachos.
—«Si no estoy muy equivocada os estáis despidiendo, ¿no es así?» —preguntó Belinda sin necesidad de usar su voz.
—«¿Ya os vais?» —exclamó Bill conmocionado—. «No me habías dicho nada, Uhu» —añadió con tristeza.
—«No te pongas triste, Bill. Si partiéramos mañana no sería menos doloroso» —razonó con voz amable—.«Yo también te echaré de menos».
Bill pudo sentir que lo que decía era verdad, y no quiso hacer de la despedida algo amargo.
—«Entiendo. Te extrañaré mucho, Uhu» —dijo conteniendo sus lágrimas.
De la mano, fueron hasta la entrada de la casa. Cuando la calle estuvo vacía, las sombras de ambos muchachos se distorsionaron y aumentaron de tamaño por un breve instante. En un parpadeo, frente a cada uno de los chicos había un ser idéntico a ellos.
Belinda dejó escapar un ¡Oooh!, de admiración.
Uhu y su compañera los abrazaron cariñosamente.
—Ya nos vamos —dijeron enlazando sus manos—. Siempre os estaremos agradecidos.
—Y si volvemos a venir por este planeta... os visitaremos. Pero guardad el secreto ¿sí? —agregó la «gemela» de Belinda colocando un dedo sobre sus labios.
Con una sonrisa, se dieron la vuelta y se alejaron. Cuando ya casi no se les veía, sin girarse levantaron sus manos como último adiós... y se esfumaron.
Ambos chicos se miraron con una sonrisa. Entonces se dieron cuenta de que aun tenían sus manos unidas. Bill sintió como la de Belinda perdía fuerza y se abría. Como respuesta, la asió con mayor firmeza. Ella apartó la mirada. Rojo como un tomate, Bill bajó la cabeza... no se atrevía a hablar pero tampoco soltaría su mano. Quizás por verlo sufrir, quizás por miedo a que le rompiera la mano, Belinda le preguntó si mañana domingo querría volver y merendar con ella. Esas palabras lo ayudaron a decidirse.
—Querré hacer cualquier cosa que me permita estar contigo.
Ella sonrió y volvió a cerrar su mano sobre la de él.