¨Triplecerouno¨ - Shimoda
Publicado: 14 Oct 2012 12:24
¨TRIPLECEROUNO¨
Oh, oh… Doña Josefina olvidó cerrar la puerta que da a su jardín y mi olfato me dice que Jazmín está en celo. La gran oportunidad, al fin, ha llegado. ¡Ah, mi adorable Jazmín! ¡Aquí está tu macho!
Uy, perdón, no me he presentado. Soy un cánido doméstico, guapo y valeroso, vivo en la calle y preño a cuanta perra se cruza en mi camino, pues mi libido es alta y mi pene grande y seductor. ¿Que cuál es mi nombre? Bueno, me dicen ¨Perro¨, ¨Amigo¨, ¨Pulgoso¨, ¨Salí de acá, perro de mierda¨, y Don Francisco me llama ¨Supermacho¨. Como ven, la lista es larga, pero el que más me gusta es ¨Amigo¨.
Doña María y Doña Inés me dan de comer todas las noches, y Patricia, una pequeña amiga, me baña de tanto en tanto, y yo se lo permito aunque no lo necesito y me gusta más mi olor. En cuanto a mi comportamiento, creo ser amable y educado, sin embargo Doña María sostiene que padezco de ¨sordera testicular¨, porque afirma que «este perro escucha sólo lo que le da en ganas a sus pelotas». En cambio, Doña Inés asevera que mi mal es un ¨síndrome psico-lírico-sexual¨ al explicar: «Pulgoso hace sólo lo que se le cantan las bolas».
¡A la carga con Jazmín! Pero… ¿Qué es esto? ¿Qué está pasándome? Una luz plateada me enceguece, una fuerza me eleva, haciéndome girar… Giro, giro, giro… ¡Justo yo, que padezco de mareos! ¡Voy a vomitar…! ¡Mis patas ya no pisan la tierra! ¡Paren el mundo que me quiero bajar! Mas nadie escucha mis ruegos y todo sigue dando vueltas y vueltas… ¡Señor conductor, bajo en la próxima parada! ¡¡Paaaaffffff!!
Me levanto aturdido. ¡Ya voy, Jazmín! ¡Espérame, no te entregues a cualquiera! Pero, ¡ay, mamita, me hago pis! ¡Un árbol! ¡Pronto, que no aguanto! Ah, qué suerte, acá hay uno. Levanto la pata y… ¿Cómo es posible?, este árbol no huele a meada… Como fuere, ya no puedo más, a orinar se ha dicho. Ahh, me siento aliviado. ¿Adónde estará Jazmín, que no alcanzo a percibir su aroma? Y qué extraño se ve todo…
Una señora que no conozco me mira y se aleja gritando, despavorida. ¿Pero qué pasó con las cosas conocidas? Adónde se fueron el parque, con sus hamacas y el banco bajo el que duermo todas las noches, las calles, las casas… Mi olfato no reconoce ningún olor. Pero, claro, si es que no hay olores, y las viviendas son doradas… No entiendo nada… ¿Y de dónde salieron esos hombres que visten trajes que parecen de astronauta y llevan una escafandra en la cabeza? ¡Oh, no, me señalan! ¡¡Son los de la perrera!! ¡Socorro, Doña María! Muevo amistosamente la cola demostrando que soy un perro bueno, pero igual se acercan… Trato de correr, pero otra vez mis patas no tocan el suelo. ¡Oh, no! ¡De nuevo el torbellino no, por favor! No, no lo es, menos mal, pero me han metido en una caja transparente que recuerda a una lavadora de ropa industrial, en la cual floto suspendido en el aire mientras me estudian por dentro y por fuera. ¡Uh, creo que he dejado de ser virgen…, pues me han revisado el culo con unas pinzas! ¿Afectará esto mi sexualidad? Mejor no se lo cuento a nadie. ¡No, no me toquen el pene, que estoy alzado! Mas la mano enguantada termina por recibir mi descarga de semen. Que no se quejen, yo les avisé. Es bueno comprobar que mi libido sigue alta, y, ahh, qué placer he recibido. Jazmín, deberás esperar un poco a este Supermacho, ahora estoy agotado…
No sé cuánto he dormido… Me pregunto dónde estoy, qué ha pasado. Debe haber sido un sueño, un mal sueño, Sí, ahora saldré y seguramente me encontraré con Doña María, que me servirá un apetitoso plato de carne con arroz; después, en la acera opuesta, Don Francisco me saludará «¡hola, ¨Supermacho¨!»; y, camino del parque, me llegará el aroma, el dulce aroma de la no menos dulce Jazmín, y entonces… ¡Esas voces… ¡ ¡Son ellos, no fue un sueño! ¡Estos astronautas están locos! ¡Dicen que lo mejor es la eutanasia! ¡Pero si apenas tengo tres añitos…, soy un cachorro de pura sangre canina, bueno y cariñoso! ¡No pueden hacerme eso! Mientras deliberan, yo, el otrora escéptico, invoco al ángel de los perros para que me proteja. ¡Angelito mío, sácame de ésta y no mearé más las ruedas del auto de Doña Florinda! ¡Angelito mío, sácame de… ¡ ¡Ahh, él me ha escuchado! Me dejan libre…
¿Y este ruido dentro mío? El corazón no es, pues escucho su tum-tum, tum-tum. ¿Serán mis tripas, que locas por el hambre se retuercen? No, esto es diferente, suena como beep, beep, beep… ¡Al diablo, tengo hambre! ¿Qué habrá sido de Doña María y Doña Inés? Cómo extraño aquellas cazuelas de carne, los guisos de pasta con trocitos de pollo, y las caricias, las caricias… No me queda más remedio que ir a buscar algún hueso. A ver, éste parece un buen lugar para explorar: el pasto es verde brillante, como de plástico, y el suelo debe ser ligero. Comienzo a escarbar, pero bajo el césped aparece una lámina resplandeciente. Seguramente no resistirá a mis poderosas garras, así que, ¡gggrrrrrrrr!, arremeto contra el suelo, pero…, ¡me hundo hasta las orejas!, y ahora reboto hacia arriba… ¡¡Paaaaffffff!! Uhh, he quedado en posición vergonzosa, panza arriba, con las patas abiertas… Justo cuando uno de los astronautas se acerca con una pinza en la mano. ¿Y ahora qué me espera, por favor! Me abre la boca y me mete una pastilla… ¡¡Estoy sanito, no preciso remedios!!, alcanzo a gritar. Sin embargo, el hambre ha desaparecido.
Me voy a dormir a mi nueva habitación. ¿No les conté? Sí, yo, el perro de la calle, ya no duermo bajo el banco de la plaza: tengo casa propia, con un piso muy mullido, al igual que las paredes, todo limpio y brillante. Despierto del reconfortante descanso con una necesidad urgente que me lleva fuera de la casa en busca de un lugar apropiado. Pero, por más que husmeo aquí y allá no lo encuentro y doy vueltas y vueltas para estimularme. Ahh, ahora sí, ahh…, por fin sale… Qué extraño, no huele como corresponde. Observo mi caca y, oh, oh, se desvanece ante mis ojos… Qué raro es todo esto.
¨¡Uau, uau, uau!¨ ¡Eh, parece el ladrido de un perro enfermo! Espero que no tenga tos de las perreras o moquillo. Pero la necesidad de ver a uno de los míos es más fuerte que el miedo a contagiarme, y voy a su encuentro. ¡Al fin, un hermano! Lo saludo moviendo la cola en señal de alegría y de amistad. Éste debe ser un perro de raza, pues nunca vi uno así: su pelaje es plateado brillante, los ojos verdes como la hierba parecen sobresalir de la cabeza, y mueve las orejas, extrañamente redondeadas, hacia arriba y abajo todo el tiempo. Mas qué importa, en el fondo somos todos iguales y no soy racista en absoluto. ¿Será una hembra? Me acerco y trato de oler sus orificios,¡oh, no tiene pene ni vulva, ni siquiera ano…! ¡Qué es esto! Bueno, qué más da, bajo la cabeza y extiendo mis patas delanteras invitándolo a jugar, pero me ignora y sigue con su monótono ¨uau, uau, uau¨. Qué tedioso es este animal.
Los humanos y sus modas… En este sitio, hombres y mujeres visten igual, todos usan unos monos, como los de los buzos, que les cubren hasta la cabeza, y llevan siempre anteojos oscuros y guantes. Ahora comprendo: a mi amigo canino también lo han vestido. ¡Mucho cuidado conmigo, que no necesito ropa!
La ciudad es pequeña, la he recorrido varias veces y por todas partes termina en algo semejante a un cristal, apenas translúcido. El lugar se ve impecable, reluciente y todo funciona de maravillas, sin embargo, me resulta terriblemente aburrido. Las flores abren todas juntas y a la misma hora todos los días; carecen de perfume. Los gatos hacen ¨miauuu¨, pero cuando intento perseguirlos se quedan quietos, como si no me temieran; creo que también están disfrazados porque sus colores son metalizados. Y los humanos parecen muñecos que muestran siempre la misma sonrisa y dicen las mismas palabras; sólo los distingo por los colores de sus trajes: unos dorados, otros rojos; los hay también lilas, verdes y rosas, y unos pocos azules.
La gente se ha encariñado conmigo y me han puesto un nuevo nombre: ¨Triplecerouno¨. Suena divertido. Me tratan muy bien aquí, no lo niego, pero añoro una hembra, sabrosos huesos, pelear con otros machos, un gato para correrlo, la comida de Doña María y Doña Inés, el saludo de Don Francisco, un árbol meado, olores, dormir mirando el cielo, las caricias y las risas, el bullicio, el canto de las aves y hasta mis pulgas. Este mundo no me hace feliz; es un mundo infeliz adornado con brillos. Y nada me divierte. En alguna parte debe de haber un hueco en la muralla que rodea a la ciudad, para escapar y volver a mi pueblo. ¡Arriba, perro! ¡A buscarlo!
No hay caso. Me he pasado varios días recorriendo el gran paredón, centímetro a centímetro, y nada… Ángel de los cánidos, te has olvidado de mí. Soy yo, ¨Perro¨, ¨Amigo¨, Supermacho¨, ¨Pulgoso¨… No quiero ser más ¨Triplecerouno¨. ¡Ayúdame, por favor! Te prometo que ya no enterraré huesos en el cantero de Doña Rosa.
¡Oh, oh! ¡A correr se ha dicho! El remolino de luz se acerca a gran velocidad. ¡Socorro! ¡Help! ¡Mayday! La fuerza me eleva y giro, giro, giro… Mis patas no pisan el suelo… Me mareo, ¡voy a vomitar! Ahh, parece que va a detenerse… ¡¡Paaaaffffff!!
Me siento atontado, el estómago dado vuelta. ¿Estaré lastimado? Uhh, qué olor a pis, me oriné encima. Pero…, ¿olor a pis? ¿Cómo puede ser? ¡¡Pero si ahí está la plaza con mi banco!! ¡Los árboles, los juegos para niños! Escucho un «¡Hola!, ¿dónde has estado, ¨Supermacho¨?», me doy vuelta y es ¡Don Francisco! ¡¡Hurra, viva, de nuevo en casa!! ¡Gracias, ángel, por haberme escuchado! ¡Gracias! Y ahora… ¡A Jazmín! Está abierta la puerta del jardín de Doña Josefina, y veo tras los arbustos a mi hermosa doncella. Me acerco y la huelo, pero… ¡Horror de horrores! ¡Ya no está en celo! Y Doña Josefina corre hacia mí con su escoba en alto, gritando «¡Sal de acá, perro pulgoso!».
Qué lindo es el hogar…
Ustedes pensarán, tal vez, que todo fue un sueño o una pesadilla, pero, que quede entre nosotros, aún escucho dentro mío beep, beep, beep…
Oh, oh… Doña Josefina olvidó cerrar la puerta que da a su jardín y mi olfato me dice que Jazmín está en celo. La gran oportunidad, al fin, ha llegado. ¡Ah, mi adorable Jazmín! ¡Aquí está tu macho!
Uy, perdón, no me he presentado. Soy un cánido doméstico, guapo y valeroso, vivo en la calle y preño a cuanta perra se cruza en mi camino, pues mi libido es alta y mi pene grande y seductor. ¿Que cuál es mi nombre? Bueno, me dicen ¨Perro¨, ¨Amigo¨, ¨Pulgoso¨, ¨Salí de acá, perro de mierda¨, y Don Francisco me llama ¨Supermacho¨. Como ven, la lista es larga, pero el que más me gusta es ¨Amigo¨.
Doña María y Doña Inés me dan de comer todas las noches, y Patricia, una pequeña amiga, me baña de tanto en tanto, y yo se lo permito aunque no lo necesito y me gusta más mi olor. En cuanto a mi comportamiento, creo ser amable y educado, sin embargo Doña María sostiene que padezco de ¨sordera testicular¨, porque afirma que «este perro escucha sólo lo que le da en ganas a sus pelotas». En cambio, Doña Inés asevera que mi mal es un ¨síndrome psico-lírico-sexual¨ al explicar: «Pulgoso hace sólo lo que se le cantan las bolas».
¡A la carga con Jazmín! Pero… ¿Qué es esto? ¿Qué está pasándome? Una luz plateada me enceguece, una fuerza me eleva, haciéndome girar… Giro, giro, giro… ¡Justo yo, que padezco de mareos! ¡Voy a vomitar…! ¡Mis patas ya no pisan la tierra! ¡Paren el mundo que me quiero bajar! Mas nadie escucha mis ruegos y todo sigue dando vueltas y vueltas… ¡Señor conductor, bajo en la próxima parada! ¡¡Paaaaffffff!!
Me levanto aturdido. ¡Ya voy, Jazmín! ¡Espérame, no te entregues a cualquiera! Pero, ¡ay, mamita, me hago pis! ¡Un árbol! ¡Pronto, que no aguanto! Ah, qué suerte, acá hay uno. Levanto la pata y… ¿Cómo es posible?, este árbol no huele a meada… Como fuere, ya no puedo más, a orinar se ha dicho. Ahh, me siento aliviado. ¿Adónde estará Jazmín, que no alcanzo a percibir su aroma? Y qué extraño se ve todo…
Una señora que no conozco me mira y se aleja gritando, despavorida. ¿Pero qué pasó con las cosas conocidas? Adónde se fueron el parque, con sus hamacas y el banco bajo el que duermo todas las noches, las calles, las casas… Mi olfato no reconoce ningún olor. Pero, claro, si es que no hay olores, y las viviendas son doradas… No entiendo nada… ¿Y de dónde salieron esos hombres que visten trajes que parecen de astronauta y llevan una escafandra en la cabeza? ¡Oh, no, me señalan! ¡¡Son los de la perrera!! ¡Socorro, Doña María! Muevo amistosamente la cola demostrando que soy un perro bueno, pero igual se acercan… Trato de correr, pero otra vez mis patas no tocan el suelo. ¡Oh, no! ¡De nuevo el torbellino no, por favor! No, no lo es, menos mal, pero me han metido en una caja transparente que recuerda a una lavadora de ropa industrial, en la cual floto suspendido en el aire mientras me estudian por dentro y por fuera. ¡Uh, creo que he dejado de ser virgen…, pues me han revisado el culo con unas pinzas! ¿Afectará esto mi sexualidad? Mejor no se lo cuento a nadie. ¡No, no me toquen el pene, que estoy alzado! Mas la mano enguantada termina por recibir mi descarga de semen. Que no se quejen, yo les avisé. Es bueno comprobar que mi libido sigue alta, y, ahh, qué placer he recibido. Jazmín, deberás esperar un poco a este Supermacho, ahora estoy agotado…
No sé cuánto he dormido… Me pregunto dónde estoy, qué ha pasado. Debe haber sido un sueño, un mal sueño, Sí, ahora saldré y seguramente me encontraré con Doña María, que me servirá un apetitoso plato de carne con arroz; después, en la acera opuesta, Don Francisco me saludará «¡hola, ¨Supermacho¨!»; y, camino del parque, me llegará el aroma, el dulce aroma de la no menos dulce Jazmín, y entonces… ¡Esas voces… ¡ ¡Son ellos, no fue un sueño! ¡Estos astronautas están locos! ¡Dicen que lo mejor es la eutanasia! ¡Pero si apenas tengo tres añitos…, soy un cachorro de pura sangre canina, bueno y cariñoso! ¡No pueden hacerme eso! Mientras deliberan, yo, el otrora escéptico, invoco al ángel de los perros para que me proteja. ¡Angelito mío, sácame de ésta y no mearé más las ruedas del auto de Doña Florinda! ¡Angelito mío, sácame de… ¡ ¡Ahh, él me ha escuchado! Me dejan libre…
¿Y este ruido dentro mío? El corazón no es, pues escucho su tum-tum, tum-tum. ¿Serán mis tripas, que locas por el hambre se retuercen? No, esto es diferente, suena como beep, beep, beep… ¡Al diablo, tengo hambre! ¿Qué habrá sido de Doña María y Doña Inés? Cómo extraño aquellas cazuelas de carne, los guisos de pasta con trocitos de pollo, y las caricias, las caricias… No me queda más remedio que ir a buscar algún hueso. A ver, éste parece un buen lugar para explorar: el pasto es verde brillante, como de plástico, y el suelo debe ser ligero. Comienzo a escarbar, pero bajo el césped aparece una lámina resplandeciente. Seguramente no resistirá a mis poderosas garras, así que, ¡gggrrrrrrrr!, arremeto contra el suelo, pero…, ¡me hundo hasta las orejas!, y ahora reboto hacia arriba… ¡¡Paaaaffffff!! Uhh, he quedado en posición vergonzosa, panza arriba, con las patas abiertas… Justo cuando uno de los astronautas se acerca con una pinza en la mano. ¿Y ahora qué me espera, por favor! Me abre la boca y me mete una pastilla… ¡¡Estoy sanito, no preciso remedios!!, alcanzo a gritar. Sin embargo, el hambre ha desaparecido.
Me voy a dormir a mi nueva habitación. ¿No les conté? Sí, yo, el perro de la calle, ya no duermo bajo el banco de la plaza: tengo casa propia, con un piso muy mullido, al igual que las paredes, todo limpio y brillante. Despierto del reconfortante descanso con una necesidad urgente que me lleva fuera de la casa en busca de un lugar apropiado. Pero, por más que husmeo aquí y allá no lo encuentro y doy vueltas y vueltas para estimularme. Ahh, ahora sí, ahh…, por fin sale… Qué extraño, no huele como corresponde. Observo mi caca y, oh, oh, se desvanece ante mis ojos… Qué raro es todo esto.
¨¡Uau, uau, uau!¨ ¡Eh, parece el ladrido de un perro enfermo! Espero que no tenga tos de las perreras o moquillo. Pero la necesidad de ver a uno de los míos es más fuerte que el miedo a contagiarme, y voy a su encuentro. ¡Al fin, un hermano! Lo saludo moviendo la cola en señal de alegría y de amistad. Éste debe ser un perro de raza, pues nunca vi uno así: su pelaje es plateado brillante, los ojos verdes como la hierba parecen sobresalir de la cabeza, y mueve las orejas, extrañamente redondeadas, hacia arriba y abajo todo el tiempo. Mas qué importa, en el fondo somos todos iguales y no soy racista en absoluto. ¿Será una hembra? Me acerco y trato de oler sus orificios,¡oh, no tiene pene ni vulva, ni siquiera ano…! ¡Qué es esto! Bueno, qué más da, bajo la cabeza y extiendo mis patas delanteras invitándolo a jugar, pero me ignora y sigue con su monótono ¨uau, uau, uau¨. Qué tedioso es este animal.
Los humanos y sus modas… En este sitio, hombres y mujeres visten igual, todos usan unos monos, como los de los buzos, que les cubren hasta la cabeza, y llevan siempre anteojos oscuros y guantes. Ahora comprendo: a mi amigo canino también lo han vestido. ¡Mucho cuidado conmigo, que no necesito ropa!
La ciudad es pequeña, la he recorrido varias veces y por todas partes termina en algo semejante a un cristal, apenas translúcido. El lugar se ve impecable, reluciente y todo funciona de maravillas, sin embargo, me resulta terriblemente aburrido. Las flores abren todas juntas y a la misma hora todos los días; carecen de perfume. Los gatos hacen ¨miauuu¨, pero cuando intento perseguirlos se quedan quietos, como si no me temieran; creo que también están disfrazados porque sus colores son metalizados. Y los humanos parecen muñecos que muestran siempre la misma sonrisa y dicen las mismas palabras; sólo los distingo por los colores de sus trajes: unos dorados, otros rojos; los hay también lilas, verdes y rosas, y unos pocos azules.
La gente se ha encariñado conmigo y me han puesto un nuevo nombre: ¨Triplecerouno¨. Suena divertido. Me tratan muy bien aquí, no lo niego, pero añoro una hembra, sabrosos huesos, pelear con otros machos, un gato para correrlo, la comida de Doña María y Doña Inés, el saludo de Don Francisco, un árbol meado, olores, dormir mirando el cielo, las caricias y las risas, el bullicio, el canto de las aves y hasta mis pulgas. Este mundo no me hace feliz; es un mundo infeliz adornado con brillos. Y nada me divierte. En alguna parte debe de haber un hueco en la muralla que rodea a la ciudad, para escapar y volver a mi pueblo. ¡Arriba, perro! ¡A buscarlo!
No hay caso. Me he pasado varios días recorriendo el gran paredón, centímetro a centímetro, y nada… Ángel de los cánidos, te has olvidado de mí. Soy yo, ¨Perro¨, ¨Amigo¨, Supermacho¨, ¨Pulgoso¨… No quiero ser más ¨Triplecerouno¨. ¡Ayúdame, por favor! Te prometo que ya no enterraré huesos en el cantero de Doña Rosa.
¡Oh, oh! ¡A correr se ha dicho! El remolino de luz se acerca a gran velocidad. ¡Socorro! ¡Help! ¡Mayday! La fuerza me eleva y giro, giro, giro… Mis patas no pisan el suelo… Me mareo, ¡voy a vomitar! Ahh, parece que va a detenerse… ¡¡Paaaaffffff!!
Me siento atontado, el estómago dado vuelta. ¿Estaré lastimado? Uhh, qué olor a pis, me oriné encima. Pero…, ¿olor a pis? ¿Cómo puede ser? ¡¡Pero si ahí está la plaza con mi banco!! ¡Los árboles, los juegos para niños! Escucho un «¡Hola!, ¿dónde has estado, ¨Supermacho¨?», me doy vuelta y es ¡Don Francisco! ¡¡Hurra, viva, de nuevo en casa!! ¡Gracias, ángel, por haberme escuchado! ¡Gracias! Y ahora… ¡A Jazmín! Está abierta la puerta del jardín de Doña Josefina, y veo tras los arbustos a mi hermosa doncella. Me acerco y la huelo, pero… ¡Horror de horrores! ¡Ya no está en celo! Y Doña Josefina corre hacia mí con su escoba en alto, gritando «¡Sal de acá, perro pulgoso!».
Qué lindo es el hogar…
Ustedes pensarán, tal vez, que todo fue un sueño o una pesadilla, pero, que quede entre nosotros, aún escucho dentro mío beep, beep, beep…