CV1 La leyenda de Eala - Miss Darcy
Publicado: 22 Jun 2013 16:57
La Leyenda de Eala
Varios siglos atrás se remonta nuestra historia, a aquellos años cuando los caballeros aún portaban cota de mallas y existían historias de espadas tan poderosas que eran consideradas mágicas. En esta era, mezcla de fantasía y leyenda vivía el joven Cormac, primogénito del duque de Cork y último discípulo del conocido y admirado Merlín.
Una hermosa tarde de verano, Cormac y Merlín caminaban juntos por el jardín del castillo, pues así gustaba el mago de enseñar a su pupilo: a través de largas caminatas en la naturaleza. Caminaban pues, sin rumbo definido, charlando de cualquier cosa, cuando llegaron a un amplio estanque en cuyo centro dos cisnes retozaban.
¿Conoces la Leyenda de Eala, mi joven Cormac?
No maestro, me es desconocida.
Lo suponía. Hace años conté esta misma Leyenda a otro de mis pupilos, a Arturo ¿Deseas escucharla tu también?
Por supuesto, maestro - respondió el joven entusiasmado.- Adelante.
Siglos han pasado desde que la leyenda de Eala se perdiese, -comenzó a explicar Merlín- pero aún pervive en la memoria de unos pocos, que como yo, viejos soñadores, recordamos aquellos años con añoranza. Eala, mi joven Cormac, es el nombre que los pueblos celtas dieron al cisne, ese elegante ser en cuyas hermosas alas emplumadas el hombre aún admira la delicada belleza de la creación. Pero también Eala es el nombre de la más bella princesa que jamás haya vivido en el Reino de Adamar, hoy desaparecido. Como decía mi anciano maestro, si Eala no hubiese existido nadie podría admirar ahora la belleza del cisne. Ni su infinita tristeza.
Verás Cormac, el Reino de Adamar era rico y prospero, pues su rey, además de gobernar con sabiduría era un gran herrero, que forjaba espadas mágicas mejor que ningún otro en el mundo. Tal era su fama y maestría, que Adamar recibía en su palacio a grandes héroes en busca de un arma a la altura de sus hazañas. El rey nunca erraba, siempre encontraba la manera de reflejar el alma de sus futuros poseedores en sus creaciones. Pero llegó el día en que un guerrero con el alma oscura, corroído por el odio y la tristeza viajó hasta su reino. El rey no pudo crear el arma demandada, pues no conseguía una imagen nítida del alma del viajero, quien mostró una cólera inusitada. Espada en mano, oculto entre las sombras, decidió asesinar uno a uno a todos los habitantes de Adamar. Asustado, el pacífico rey refugió a sus súbditos dentro de su castillo, esperando que con el tiempo el ofendido guerrero se marchase.
Una noche de luna llena, la joven Eala decidió contravenir los deseos de su padre, y salió a pasear a un lago cercano. Anhelaba respirar la fragancias de las mágicas flores que exhibían sus pétalos en las noches de plenilunio. Por descontado, Eala se encontró con el guerrero, que espada en mano se dispuso a segar la vida de la princesa.
¡Espera! -exclamó esta- si vas a matarme, permíteme al menos formularte tres sencillas preguntas, guerrero.
El guerrero quedó desconcertado ante la petición de la hermosa princesa, que en lugar
de rogar por su vida, le pedía, en cambio, respuesta a tres preguntas.
¿Eso es lo que deseas, princesa Eala?
Sí, ese es mi deseo.
Sea, pregunta pues.
Eala sonrió, lo que llenó de mayor inquietud al oscuro viajero.
Mi primera pregunta es, ¿Qué te produce placer?
El guerrero exclamó una risotada, acercándose hacia la princesa mientras sostenía su
mentón con los dedos índice y pulgar.
La suave elegancia de una mujer hermosa -respondió el viajero.
Sincera respuesta -dijo la princesa dando un paso atrás, pero no os apresuréis, aún
cuento con dos preguntas más. Mi siguiente pregunta es, ¿Qué valor moral detestáis
en demasía?
El hombre se detuvo un segundo a reflexionar sobre ello, pues no era una pregunta
sencilla. Siempre se había regido por sus propios ideales, detestando todos los demás.
Difícil pregunta princesa, pero es posible que sea la fidelidad hacia otras personas el
valor moral que más detesto.
Os creo, señor. -respondió Eala, extrañamente sonriente- y ahora, respondedme a mi
tercera y última pregunta, ¿Qué animal os parece merece más respeto?
El ave -respondió el viajero, sin dudar un segundo- pues vuela libre a donde le place,
siendo esa es la esencia de la verdadera libertad.
No os lo discuto, guerrero, -respondió Eala- y os doy las gracias por responder a mis
preguntas. Sólo os disgustará saber que no puedo dejar que me matéis.
El guerrero sonrió, estaba tan cerca de la princesa que podría asestarle un golpe mortal
en cualquier momento. Pero la princesa no sonreía, sino que muy seria alzó su dedo índice y
tocó la frente del viajero.
Os maldigo -dijo la princesa mientras de su dedo salía un haz de luz que envolvió al
guerrero- Os maldigo a pasar toda la eternidad aquí, en este lago, convertido en un ave
de plumaje blanco.
¡Me habéis engañado, princesa! ¡Sabed que no moriré solo! -exclamó el guerrero
desenvainando su espada.
No lo haréis -dijo esta- yo iré con vos, me aseguraré de que jamás volváis a dañar a
nadie.
Así, la princesa se abrazó al desconcertado guerrero, fundiéndose ambos en un potente
estallido de luz. De este modo fue como la princesa y el guerrero desaparecieron.
Dicen que el rey mandó a buscar a la princesa por todo el reino, pero que solo pudieron encontrar a una pareja de extrañas aves blancas, que nadaban juntas en el lago. Desde entonces el rey llamó Eala a esas aves en honor de su amada hija, que les había librado de la amenaza del oscuro guerrero.
Esta es la Leyenda de Eala -dijo Merlín una vez concluido su relato.
Es una historia hermosa -se maravilló Cormac, reanudando su paseo.
Sí que lo es. -respondió Merlín, echando un último vistazo a la pareja de cisnes que nadaban en el lago.
Varios siglos atrás se remonta nuestra historia, a aquellos años cuando los caballeros aún portaban cota de mallas y existían historias de espadas tan poderosas que eran consideradas mágicas. En esta era, mezcla de fantasía y leyenda vivía el joven Cormac, primogénito del duque de Cork y último discípulo del conocido y admirado Merlín.
Una hermosa tarde de verano, Cormac y Merlín caminaban juntos por el jardín del castillo, pues así gustaba el mago de enseñar a su pupilo: a través de largas caminatas en la naturaleza. Caminaban pues, sin rumbo definido, charlando de cualquier cosa, cuando llegaron a un amplio estanque en cuyo centro dos cisnes retozaban.
¿Conoces la Leyenda de Eala, mi joven Cormac?
No maestro, me es desconocida.
Lo suponía. Hace años conté esta misma Leyenda a otro de mis pupilos, a Arturo ¿Deseas escucharla tu también?
Por supuesto, maestro - respondió el joven entusiasmado.- Adelante.
Siglos han pasado desde que la leyenda de Eala se perdiese, -comenzó a explicar Merlín- pero aún pervive en la memoria de unos pocos, que como yo, viejos soñadores, recordamos aquellos años con añoranza. Eala, mi joven Cormac, es el nombre que los pueblos celtas dieron al cisne, ese elegante ser en cuyas hermosas alas emplumadas el hombre aún admira la delicada belleza de la creación. Pero también Eala es el nombre de la más bella princesa que jamás haya vivido en el Reino de Adamar, hoy desaparecido. Como decía mi anciano maestro, si Eala no hubiese existido nadie podría admirar ahora la belleza del cisne. Ni su infinita tristeza.
Verás Cormac, el Reino de Adamar era rico y prospero, pues su rey, además de gobernar con sabiduría era un gran herrero, que forjaba espadas mágicas mejor que ningún otro en el mundo. Tal era su fama y maestría, que Adamar recibía en su palacio a grandes héroes en busca de un arma a la altura de sus hazañas. El rey nunca erraba, siempre encontraba la manera de reflejar el alma de sus futuros poseedores en sus creaciones. Pero llegó el día en que un guerrero con el alma oscura, corroído por el odio y la tristeza viajó hasta su reino. El rey no pudo crear el arma demandada, pues no conseguía una imagen nítida del alma del viajero, quien mostró una cólera inusitada. Espada en mano, oculto entre las sombras, decidió asesinar uno a uno a todos los habitantes de Adamar. Asustado, el pacífico rey refugió a sus súbditos dentro de su castillo, esperando que con el tiempo el ofendido guerrero se marchase.
Una noche de luna llena, la joven Eala decidió contravenir los deseos de su padre, y salió a pasear a un lago cercano. Anhelaba respirar la fragancias de las mágicas flores que exhibían sus pétalos en las noches de plenilunio. Por descontado, Eala se encontró con el guerrero, que espada en mano se dispuso a segar la vida de la princesa.
¡Espera! -exclamó esta- si vas a matarme, permíteme al menos formularte tres sencillas preguntas, guerrero.
El guerrero quedó desconcertado ante la petición de la hermosa princesa, que en lugar
de rogar por su vida, le pedía, en cambio, respuesta a tres preguntas.
¿Eso es lo que deseas, princesa Eala?
Sí, ese es mi deseo.
Sea, pregunta pues.
Eala sonrió, lo que llenó de mayor inquietud al oscuro viajero.
Mi primera pregunta es, ¿Qué te produce placer?
El guerrero exclamó una risotada, acercándose hacia la princesa mientras sostenía su
mentón con los dedos índice y pulgar.
La suave elegancia de una mujer hermosa -respondió el viajero.
Sincera respuesta -dijo la princesa dando un paso atrás, pero no os apresuréis, aún
cuento con dos preguntas más. Mi siguiente pregunta es, ¿Qué valor moral detestáis
en demasía?
El hombre se detuvo un segundo a reflexionar sobre ello, pues no era una pregunta
sencilla. Siempre se había regido por sus propios ideales, detestando todos los demás.
Difícil pregunta princesa, pero es posible que sea la fidelidad hacia otras personas el
valor moral que más detesto.
Os creo, señor. -respondió Eala, extrañamente sonriente- y ahora, respondedme a mi
tercera y última pregunta, ¿Qué animal os parece merece más respeto?
El ave -respondió el viajero, sin dudar un segundo- pues vuela libre a donde le place,
siendo esa es la esencia de la verdadera libertad.
No os lo discuto, guerrero, -respondió Eala- y os doy las gracias por responder a mis
preguntas. Sólo os disgustará saber que no puedo dejar que me matéis.
El guerrero sonrió, estaba tan cerca de la princesa que podría asestarle un golpe mortal
en cualquier momento. Pero la princesa no sonreía, sino que muy seria alzó su dedo índice y
tocó la frente del viajero.
Os maldigo -dijo la princesa mientras de su dedo salía un haz de luz que envolvió al
guerrero- Os maldigo a pasar toda la eternidad aquí, en este lago, convertido en un ave
de plumaje blanco.
¡Me habéis engañado, princesa! ¡Sabed que no moriré solo! -exclamó el guerrero
desenvainando su espada.
No lo haréis -dijo esta- yo iré con vos, me aseguraré de que jamás volváis a dañar a
nadie.
Así, la princesa se abrazó al desconcertado guerrero, fundiéndose ambos en un potente
estallido de luz. De este modo fue como la princesa y el guerrero desaparecieron.
Dicen que el rey mandó a buscar a la princesa por todo el reino, pero que solo pudieron encontrar a una pareja de extrañas aves blancas, que nadaban juntas en el lago. Desde entonces el rey llamó Eala a esas aves en honor de su amada hija, que les había librado de la amenaza del oscuro guerrero.
Esta es la Leyenda de Eala -dijo Merlín una vez concluido su relato.
Es una historia hermosa -se maravilló Cormac, reanudando su paseo.
Sí que lo es. -respondió Merlín, echando un último vistazo a la pareja de cisnes que nadaban en el lago.