CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno - Nínive - TERCERO

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Lifen
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CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno - Nínive - TERCERO

Mensaje por Lifen »

Año 200 DAC. Solsticio de invierno.

Me recuesto contra la fría pared de roca mientras intento acomodar la curvatura de mi espalda dolorida a los salientes irregulares. Me intimida un poco la grandiosidad de la cueva santa con su oscuridad infinita. No sé hasta dónde llega el techo, las líneas se pierden entre las sombras y las corrientes de aire gélido llegan desde varios lados a la vez, formando remolinos caprichosos que nos amoratan los dedos de las manos y de los pies desnudos.
Me llaman Mil-dos desde que tengo memoria. Soy una de las que han consagrado su vida a nuestro Salvador en aras del bien común. Junto con mis otras seis hermanas ─hermanas de comunidad, no de sangre─ espero el momento en que comience la liturgia cerca del altar, en un sitio privilegiado. Desde aquí puedo observar a la congregación, aunque solo distingo el contorno de unos cuerpos extremadamente delgados, las cabezas gachas envueltas en auras entre el gris y el morado, apagadas, casi sin vida. Poco sé de las exigencias de nuestro Salvador para con su pueblo, pero puedo percibir el sufrimiento en su hálito desvaído. Somos todo lo que queda de la raza humana. Lo que Él pudo salvar. Un pueblo sometido a sus designios, a su voluntad. Aunque he sido adiestrada para este día durante los quince años de mi existencia, siento como mi cuerpo entero se sacude con un ligero temblor que no puedo controlar, ni siquiera con los ejercicios de meditación que nos enseñaron las Madres anteriores. Siempre hemos estado recluidas, separadas del resto de la comunidad, viviendo en los niveles inferiores de las cuevas sagradas, orando y estudiando la historia de nuestro exiguo pueblo. Los niveles superiores están destinados a la construcción de la ciudad santa y la colmena de trabajadores, aislados de nosotras en algún lugar cercano a las nuevas estructuras, solo se nos muestra en la oración conjunta del solsticio de invierno. Es el tiempo de la ofrenda; como cada año, celebramos su Natividad.
Mil-una me coge la mano y noto su nerviosismo a través de la sangre que golpea furiosa la arteria de su muñeca. Tiene los labios entreabiertos y una nube de vaho se escapa de ellos con cada jadeo. Me gustaría recorrer de nuevo su contorno con la lengua, notar sus dientes al adentrarme en su humedad cálida; acariciar la suave piel de sus muslos y enterrar mi rostro entre sus piernas. Pero los días en que nos entrelazábamos compartiendo jergón han pasado, nuestro destino es otro. Solo ella sabe de mis sueños extraños, de las sacudidas que acometen mis extremidades sin control cuando visito otros tiempos. Porque son otros tiempos, lo sé, otras vidas: lugares en los que la gente ríe y celebra en torno a una mesa cubierta de comida, extrañas luces de colores iluminando la oscuridad, cánticos de amor y paz. ¿Amor y paz? Terrorífica visión de un mundo que jamás existió. Ella me acuna y me canta con su voz de niña cuando me sucede. Me esconde de mis hermanas, miente por mí. Si alguien lo descubriera…, me tacharían de hereje y… no sé qué me harían o lo que le harían a ella por encubrirme. El reinado del otro Dios terminó y está prohibido hablar sobre los tiempos antiguos, antes de que llegaran los cuatro jinetes.
El aura de Mil-una es de una tonalidad rojiza. Me doy cuenta de que tiene miedo, como lo tengo yo, pero también está excitada, anhela el momento en que Él aparezca. No la culpo. Solo yo tengo el don de ver lo que otros ignoran, de vislumbrar más allá de lo evidente. Un don maldito. Quisiera haber seguido en la ignorancia y entregarme sin reservas a los ritos que comienzan en el solsticio y culminan en la ofrenda. Pero lo que vi era tan aterrador que no puedo quitarme esa imagen de la cabeza. Nueve ciclos lunares han pasado y aún tiemblan mis rodillas al pensar en ello.


Recuerdo que las niñas estábamos reunidas en la comunidad con las Madres. Nos acababan de acicalar para nuestra primera noche de orgía. Cada día durante cuatro semanas, seríamos sometidas a los deseos de los Cuatro Jinetes y a los de Él, nuestro salvador. Los ritos de ofrenda se han realizado desde su venida, hace ya doscientos años; un pequeño precio a pagar por nuestra supervivencia. Las cinco esperábamos desnudas, temblando en la cueva, rodeadas de una oscuridad violenta y fría.
Entre las columnas de piedra se adivinaba el aleteo de los cuervos guardianes. Sus alas chocaban entre sí reclamando un lugar en el que pudieran oler la sangre, ahora lo sé. Las antorchas arrancaban delicados tonos iridiscentes en los cristales de roca incrustados en las paredes oscuras. Nosotras éramos como aquellos cristales, apretujadas contra el fondo de la caverna, pero nuestra piel pálida era opaca y solo en los cabellos bailaban las llamaradas caprichosas.
Entonces apareció. El aire pareció vibrar y estallar en su presencia. Tenía una figura hermosa. Su rostro perfecto sonreía y la piel sin mácula recubría un cuerpo musculado y fibroso. Un ángel de cabello y ojos negros… hasta que me miró. Y entonces sentí cómo el vacío se abría bajo mis pies y la oscuridad me engullía sin remedio. La cabeza me daba vueltas y las náuseas hicieron que me doblara, aovillándome en el suelo como si fuera un bebé. Pero nadie lo advirtió. Su presencia lo llenaba todo, acaparando todas las miradas, toda la atención. Junto a él, flanqueando su imponente imagen, los Cuatro Jinetes ─Muerte, Guerra, Peste y Hambruna─ reían sin parar. Sus cuerpos descarnados se preparaban para abalanzarse sobre nosotras, las pupilas ardientes titilaban bajo la luz de las antorchas. Su aura era de de hielo. Él me miró con extrañeza, creo que se dio cuenta de que yo no lo deseaba. No podía. No mientras viera lo que Él era en realidad: la podredumbre que lo envolvía, el torbellino de formas sin voz con cientos de bocas gritando en silencio y los miembros sacudiéndose atrapados en la oscuridad que emanaba de su piel.
Ante una señal de sus finos dedos, el caos se desató. Muerte saltó hacia Mil-tres con su falo enhiesto y la empaló contra la pared mientras un grito desgarrador me hería los oídos. Pero luego pareció entrar en trance y puso los ojos en blanco, gimiendo sin notar cómo la sangre le escurría por los pálidos muslos. Mirara a donde mirara, veía cómo la carne de mis hermanas se abría para recibir los embates de nuestros amos. Guerra y Hambruna, rojo y negro, gritaban eufóricos mientras que Mil-una y Mil-cinco, a cuatro patas, eran violadas por detrás. Pude entrever sus rostros virginales surcados por el dolor antes de que ellas también sucumbieran al embrujo del rito. Jadeaban. Reían. Las llamas de dolor que emanaban de sus auras surcaban el aire y eran absorbidas por Abaddon, que parecía crecer en poder ante mis ojos con cada oleada. Entonces, Él supo lo que yo veía.
Un enorme cuervo bajó planeando con suavidad, elegante, con sus plumas de carbón encendidas y me rozó el cabello cuando hizo un giro sobre mi cabeza. Se posó en frente y clavó sus ojos pequeños en mis pupilas. Graznó con un tono áspero que me erizó el vello de los brazos. Con un movimiento brusco, lanzó su pico afilado hacia delante y un dolor agudo, insoportable, me atravesó de parte a parte. Sentí el chorro de calor derramándose por mi rostro mientras mis chillidos salpicaban las paredes y se perdían en el bullicio. La oscuridad se hizo en la mitad de mi visión. En la otra mitad, solo acerté a ver cómo aquel cuervo se llevaba mi ojo desgarrado colgando del pico.


La voz de la Madre oficiante me saca de mis pensamientos; reverbera entre los salientes y me llega profunda, con un ligero amargor en el eco que recalca sus palabras.
«Era el momento en que la humanidad iba a sucumbir a la ira del Dios antiguo. Y así envió a los cuatro jinetes a cumplir su cometido. Pero el Antagonista sembró su semilla en el vientre elegido, profanándolo, para que creciera y se hiciera fuerte en el pecado. Un cometa de sangre iluminó el cielo días antes de su llegada .Y, entonces, el Verbo se hizo carne en el solsticio de invierno y emergió del fango para detener las plagas que asolaban la Tierra. Nació en la profundidad del abismo y, al punto, el cuervo abrió sus alas y cobijó su cuerpo, mientras el neonato se alimentaba del vientre que lo había acogido. La hiena se apostó en la entrada de la cueva para evitar que los servidores del Dios impostor acabaran con él. Muchos vinieron a adorarlo y se postraron a sus pies. Y los Jinetes, siguiendo la estela púrpura de aquella estrella peregrina, le entregaron sus presentes envueltos en las capas: cinco vidas recién nacidas. Y así se sometieron los cuatro a su poderosa voluntad, pues vieron que Él era grande y único. Detuvo a los Jinetes en el cometido que el impostor les había exigido y los puso bajo su mando, pues así había de ser y estaba escrito. Por aquel tiempo, los hombres se retorcían entre el dolor de la enfermedad y los fuegos de la guerra. La muerte se llevaba a los nonatos y diezmaba ciudades enteras que se derrumbaban entre escombros. Así que, cuando Él…»


Él se acercaba despacio. Imponente. Mi Dios. Debería haberme postrado de rodillas ofreciendo mi cuerpo para que lo usara con una sonrisa de beneplácito en mi rostro contrito aunque estuviera desangrándome, medio ciega. Pero solo podía percibir horrorizada cómo de aquel vacío negro que difuminaba su figura emergían lamentos, gritos, agonía. Sombras esquivas que se ondulaban con su movimiento al andar, pidiendo clemencia. Lenguas de fuego lamiendo su contorno, apagándose al contacto con el aire. Un fuego frío, azulado, desesperado. No sé cómo lo supe, pero podía intuir la tortura de las almas atrapadas en Él. Almas humanas.


«… Y en su magnanimidad, acogió a los mil últimos humanos sacándolos de entre las garras del antiguo Dios que ordenó el Apocalipsis y les puso bajo su protección divina. Liberó cuerpos y mentes y nos ofreció una vida nueva en un nuevo mundo, pidiéndonos muy poco a cambio, ya que su generosidad es grande. Se llamó a sí mismo Abaddon, pues ningún hombre era digno de pronunciar su nombre verdadero y nos nombró su pueblo: el pueblo de Abaddon, para servirlo y adorarlo.»


Adorarlo, es lo que debería haber hecho. Me miró y supo lo que yo veía, porque seguía en el suelo, vomitando, incapaz de moverme. Me agarró del pelo y tiró hacia arriba, incorporándome, acercando su cara a la mía. El aliento le olía a cieno. Los cuervos observaban desde sus tronos elevados, divertidos. Graznaban jaleando a su amo y amortiguaban los gritos. Solo después fui consciente de que eran míos, cuando mi garganta se negó a pronunciar un sonido más y me sumió en un silencio de derrota. Me sometió de todas las formas posibles hasta que me rompió en pedazos. Aún duelen las cicatrices. Veintiocho días, cuatro semanas. Mil-una me curó las heridas e intentó calentarme en el lecho, sin conseguirlo. El frío de mi cuerpo no se ha ido del todo y las rodillas aún me tiemblan entre las pieles cuando ella no está junto a mí. Quizá todo hubiera sido distinto si el aleteo que comencé a percibir en mi vientre tiempo después me fuera indiferente, si no conociera el destino final del tributo que habíamos de ofrecer a nuestro salvador.
Mil-una estaba hermosa en aquellos días. La curva de su perfil crecía y sus mejillas se rellenaban al tiempo. Nos dejaban descansar más, podíamos reunirnos a media tarde y contar historias hasta que nos entraba sueño. Todas estaban relajadas, alegres por el deber cumplido. Ajenas a lo que crecía dentro de nuestro cuerpo. Las Madres nos habían advertido de ello: no debíamos conectar, no debíamos sentirlos. Ellos eran el tributo.


«… el tributo. Así habló Abaddon para todos nosotros. Y nos regocijamos por el precio tan pequeño que habíamos de pagar para garantizar nuestra supervivencia. Desde entonces, cinco niñas se ofrecen al Señor para su cuidado y durante un ciclo lunar lo adoran junto a los cuatro Jinetes que están bajo su mandato. Y nueve ciclos lunares después, durante las celebraciones del solsticio de invierno que festejan su venida al mundo, El Salvador toma el fruto de sus vientres como ofrenda y sacrificio por nuestra salvación. Hermanos, elevemos pues nuestras plegarias dando gracias por celebrar un nuevo solsticio de invierno bajo el poder de Abaddon, nuestro señor. Arrodillaos.»


Tiemblo. Una opresión sorda convierte mi pecho en un amasijo de latidos ahogados. Se acerca el momento. Me inclino apoyándome en la pared de roca. Mi vientre hinchado no me permite arrodillarme con facilidad. El peso me empuja hacia delante y tengo que apoyar las palmas de las manos en el suelo de tierra. La vida que llevo dentro rebulle, incómoda. Puedo sentir cómo una mano se desliza de un lado al otro y cruza por mi ombligo, estirando la piel en su vaivén. Su cabeza ─sé que es su pequeña cabeza, redonda y lisa─ empuja mi estómago entre las costillas y me cuesta respirar.
Todos están postrados. El silencio pesa y se arremolina entre los cuerpos. Los cuervos callan y esperan. Tengo que intentarlo. Por él, por esa cosa que me despierta cada mañana con un vuelco y hace que tenga hambre de vida, de verlo crecer junto a mí, pero sobre todo, de que esté a salvo de su destino. He jurado que mi pequeño será libre y pienso cumplir mi promesa, aunque eso me destroce. No puedo permitirme pensar en las consecuencias.
Creo que es el momento. Nadie me mira, nadie espera que una tullida abandone el único hogar que conoce. Miro de soslayo a Mil-una y la ofrezco una despedida silenciosa y un ruego desde lo más hondo de mi ser. Espero que recuerde las palabras que ayer no tenían mucho sentido para ella cuando llegó la hora del sueño, pero que espero lo tengan cuando se sepa de mi huída: «Desconfía de lo que te digan sobre mí, cree solo en lo que queda escrito».
Gateo con cuidado. Estoy cerca de un pasadizo que conduce a las celdas del nivel superior. La oscuridad me engulle en cuanto alcanzo el recodo. No me importa, conozco el camino demasiado bien. Corro mientras me sujeto el vientre con ambas manos, incapaz de abarcar toda su redondez. Asciendo lo más rápido que puedo, intentando orientarme por el laberinto de túneles. Cuanto más cerca de la superficie, menos me puedo fiar de mi memoria. Hace años que no salgo de las cámaras subterráneas. Me encerraron en la congregación cuando apenas sabía hablar. No recuerdo a mis padres, pero supongo que ellos se alegrarían por mí al saberme alejada de la construcción de los templos interminables en los túneles superiores, con sus jornadas extenuantes, de las enfermedades en las que la tos rompe los pulmones, del hambre. Sufrimientos sin fin para glorificarlo. Él nos salvó, se lo debemos.
Todo mi mundo se ha reducido desde entonces a estudiar las Escrituras y a prepararme para Él. Por un efímero momento, me preguntó qué hago, por qué no estoy con las demás escuchando el oficio, por qué no puedo olvidarlo todo y envejecer en la cueva con las demás, cuando Él se haya cansado me mí. Recuerdo que todo esto es para evitar que el pequeño caiga en sus manos y mis dudas desaparecen.
Un sonido de revoloteo me paraliza. ¿Es uno de los cuervos? Retengo el aire en el pecho hasta que quema y lo suelto muy despacio, sin hacer ruido. Una descarga de dolor recorre mi vientre y lo endurece. Jadeo hasta que pasa y vuelvo a sentir cómo esa vida que llevo dentro se rebela y se mueve nerviosa. El instante de alegría que siento me apremia; no oigo más ruidos, así que continúo. Un latido sordo comienza en la cuenca vacía de mi ojo, se acelera por momentos mientras asciendo hacia una tenue claridad al final del pasadizo.
La luz arde en mi piel. Blanco, tan blanco que duele. El frío quema mis dedos descalzos cuando se hunden en el suelo esponjoso. Es nieve. La he visto antes, lo sé. No recuerdo si son imágenes de mi niñez o de mis extrañas visiones.
Las formas envueltas en hielo me muestran un mundo ─el mundo antiguo que aparece en mis sueños─ muerto y enterrado bajo la blancura que me hiere y mis pequeñas esperanzas de que hubiera algo esperándome fuera de la tumba en la que he vivido se resquebrajan y desaparecen en la nada, como los trozos de hielo que aplasto con mis dedos.
Ya no siento los pies al caminar. Finos latigazos me cruzan el vientre, cada vez más intensos, pero hablo con el pequeño y le pido que espere. El viento azota mi piel sin tregua y me impide avanzar, pero aguanto y sigo: un paso hacia delante y otro más. La nebulosa dorada que envuelve el cielo se apaga y la noche se desploma de repente sobre mí. Camino. Solo me detengo un momento para masticar una tira de carne seca, acurrucada al abrigo de algún tronco pardo y, por primera vez, me pregunto de dónde saldrá esa carne que robé del pequeño agujero en el que guardamos los alimentos. Nunca he visto un animal vivo en mi encierro y las nauseas se agitan por un momento en mi garganta hasta que las hago desaparecer con otro bocado. Mi instinto me advierte que debo buscar un refugio seguro cuanto antes; no nos queda mucho tiempo.
Busco pequeños bosques de árboles ralos para evitar el frío cortante, evitando su corazón porque temo los sonidos extraños que escucho entre las ramas; histéricas risas lejanas que parecen burlarse de mí. Pierdo la noción del día y la noche. Ya no sé cuánto tiempo he pasado huyendo. Creo ser más vieja y más torpe con cada paso que doy. Mi espalda está a punto de romperse con cada contracción. No puedo más.
A lo lejos, desde una pequeña loma, veo un inmenso esqueleto metálico que se alza intentando arañar el cielo anaranjado. Debió ser grandioso. Otras estructuras más pequeñas se desmoronan a su alrededor y se pierden entre la arena y la nieve, pero ella está ahí, majestuosa desde los tiempos antiguos. El mundo está muerto y yo contemplo sus cenizas. Es a ese lugar donde debo ir.
Busco el camino rodeando los montones de huesos blanqueados por el tiempo. Los cráneos vigilan mis pasos, pero no me amenazan: yo los observo con mi cuenca vacía y sé que son mis hermanos.
Un enorme arco engarzado con cristales de colores imposibles me da la bienvenida. Yo los he visto antes, en mis sueños, y los veo ahora de nuevo: brillaban como llamas danzarinas al son de los acordes de una musiquilla que lo envolvía todo. Personas, miles de personas se movían en todas direcciones, atravesando el gran arco, las manos ocupadas con bultos que relucían al compás. Un gigantesco árbol triangular ocupaba el centro; cintas vistiéndolo en zig-zag; esferas luminosas pendiendo de sus ramas verdes. A sus pies, un hogar de piedra cobijaba a unos seres inmóviles que rodeaban una pequeña figura tendida en un lecho de paja. Aquí estaba el reino del antiguo Dios. Aquí le rendían tributo los hombres de antaño.
Intento enfocar de nuevo mi realidad, algo mareada aún por la visión y con un ligero zumbido en los oídos, pero la última imagen se resiste a abandonarme. Parpadeo. Está ahí, delante de mí y es real. Me acerco a ellos, arrastrando los pies muertos ─ni siquiera me duelen ya─ y rozo con mis dedos su contorno. Es frío. No son seres humanos, son estatuas. Sus rasgos están ajados por el paso del tiempo y grandes grietas se abren en la madera. La forma tumbada es un niño. Una mujer a su lado, con los brazos abiertos, parece querer cogerlo y una gran tristeza vibra en mi interior por un momento. ¡Cómo comprendo ese gesto!
Algo se rompe dentro de mi vientre. Siento una humedad cálida entre mis muslos y, cuando bajo la mirada hacia el suelo, veo un gran charco a mi alrededor del que se desprenden pequeñas volutas que se elevan, desapareciendo casi al instante. Por un momento, todo queda en calma. Luego, el dolor me golpea de nuevo. El tiempo se detiene. Grito. Las gotas de sudor resbalan por mi frente. Me doblo en dos…, acuclillada, se abre paso…, me desgarra. El dolor…crece, se acerca…, no puedo…no…no más. Me quiebro. Dolor. Dolor. Dolor.
Su cabeza sobre mis manos. Paz absoluta. Su peso entre los brazos. Un minúsculo gemido arranca de su cuerpo y se estremece. Lloro. Llora.
El cordón que le une a mí deja de latir y lo rompo con los dientes. La boca me sabe a sangre y a vida. La placenta se desliza con un último embate de mi vientre. Lo acurruco contra mi pecho y me mira mientras su boca encuentra el pezón. Es perfecto. Sonrío. Su aura es limpia y sin mácula, resplandeciente. Lo envuelve entre destellos dorados que se alargan y me acarician con su calidez. Dentro, en el centro de mi ser, un pequeño punto arde y se expande. Ya no siento frío, ya no me duele. Mi corazón late al ritmo del suyo y mi mundo desaparece ante la imagen de aquel frágil cuerpo que se pega a mi piel; nunca he existido, porque esperaba su llegada para vivir este instante: un momento de felicidad. Soy poderosa.

Las sombras de la noche ya han caído sobre nosotros cuando me adormezco al ritmo de los suaves tirones de sus labios al succionar. Guarecida entre los extraños muros donde habitan las estatuas, entre sus miradas fijas, vigilantes, me duermo.


Batir de alas. Graznidos. Me despierto de golpe entre violentas sacudidas. Mi cuerpo entero se estremece de terror. He vuelto al infierno.
Están por todas partes: en las cintas sobre el árbol, sobre las cabezas de las figuras que me rodean, cubriendo el suelo, volando en círculos sobre nosotros. Sus ojos negros me miran, los picos afilados entreabiertos. Tienen sed.
Me acurruco en una esquina y aprieto fuerte al pequeño contra mi seno, entre dos enormes animales de madera carcomida. Sé que todo es en vano. No puedo escapar de Él.
Entonces, entre las sombras, emerge su figura imponente despacio, recreándose en el terror que emana de mi cuerpo insignificante. Olfatea el aire y sonríe complacido: viene a por su ofrenda.
Beso suavemente la cabeza aterciopelada que sabe a leche y a sol, y me inunda la tristeza. Es mi despedida.
Él sigue acercándose con su halo de almas atormentadas y sus terribles gritos de agonía girando alrededor. Tiende sus manos hacia mí y yo puedo ver que debajo de la piel de sus dedos perfectos se esconden las escamas y las garras retorcidas de nuestro ángel salvador. Sepulto la carita de mi hijo en el pecho y aprieto con fuerza. Saco la lengua y la paso por mis labios, humedeciéndolos, mientras me abro de piernas, ofreciéndole mi cuerpo. Es lo único que va a conseguir. Él se recrea en mi gesto. Recuerdo que soy poderosa.
Siento cómo la vida de mi pequeño se escapa de mi abrazo y puedo ver cómo su alma dorada se eleva alejándose de Él, hasta que desaparece con un estallido de luz blanca sobre mi cabeza. Los cuervos se alborotan, airados. Un rugido furioso estalla contra mí. Se ha dado cuenta de mi treta, pero ya es tarde. Nunca tendrá su alma, no se alimentará de su pureza ni del dolor que su tormento eterno genera. Es libre.
Aflojo los brazos y el pequeño cuerpo exangüe cae sobre mis rodillas. Aún puedo oler su piel en la mía. Abaddon me aferra con fuerza con sus garras pútridas y me iza en el aire. Clava sus ojos antiguos y malignos en mi única pupila, pero puedo ver su debilidad y le dedico un guiño de triunfo. Yo lo sospechaba, ahora lo sé con certeza. Nosotros somos su sustento, la fuerza que le hace reinar, pero también podemos ser su Némesis. Si Mil-una comprendiera el manuscrito que la dejé bajo las pieles, si confiara en mí…, aún habría esperanza para mi pueblo.
Con un movimiento brusco me lanza contra la pared y se oye un crujido seco. Yazco en el suelo helado con el cuerpo roto. No me importa. Sonrío. Si ella me hiciera caso… Comienzo a irme, mi hijo me espera, me llama.
Él chasquea los dedos. Miles de alas negras se abalanzan sobre mí.
Última edición por Lifen el 20 Ene 2014 09:36, editado 1 vez en total.
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Sinkim
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado mucho, me ha parecido una historia muy original y bien contada y a pesar de alguna escena algo fuerte se lee con agrado :D ¡Felicidades autor! :lol:

Me ha parecido ver un pequeño fallito
al principio la protagonista dice que son 7 hermanas pero luego hablas todo el rato de cinco :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Isma
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Isma »

Vaya... muy bueno. Al principio me pareció que era un poco largo, pero la verdad es que me ha gustado así como está. Es imaginativo y original. Y retrata la navidad de una forma de verdad diferente. Mezcla ciencia ficción con un aire de leyenda y un poco de crítica social. Y aparece una de las palabras fetiche del subforo, aovillado.

Felicidades!
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kassiopea
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por kassiopea »

Esta historia me ha cautivado. Estoy segura de que la ha escrito una mujer. El texto está lleno de fuerza; la autora consigue transmitir esa fuerza, que nace desde las profundidades de las entrañas, hacia afuera, desbordándose por los cuatro costados. Aunque es una historia muy triste y con algunos momentos brutales y escalofriantes, es un canto a la esperanza y a la libertad. También es una interpretación muy, muy original de la Navidad. Lo que me ha fascinado es la conjunción de los dos elementos: la brutalidad y la emotividad en una misma historia, creando un fuerte contraste. Me encanta cómo la autora ha conseguido ese contraste :P La terrible y desesperanzadora situación de la protagonista que, aún a pesar del final, acaba convirtiéndose en algo positivo, en una victoria contra ese ser diabólico que es el nuevo dios de los humanos, Abaddon.

Otro aspecto que me ha parecido muy interesante es la forma en que sobreviven esos últimos humanos sometidos por Abaddon, encerrados en una caverna y separados en distintos niveles, según una especie de jerarquía social, como en una colmena de abejas. Mis felicitaciones, ¡me ha gustado mucho! :402:
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Tadeus Nim
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Tadeus Nim »

Por fin uno que me ha cautivado. Poco que decir después de Kassio. Me encanta como ha retratado el mundo después del triunfo del anticristo.

Me ha faltado, quizá, un lugar a la esperanza.

En versión novela, con subtramas, ampliaciones y demás puede ser muy potente. Autor, anímate.

Buen trabajo, autor. :60:
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Ratpenat
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Ratpenat »

No sé qué decir de este... :roll:

Está bien redactado y la idea es original, pero no me ha entusiasmado. Hay mucho concepto y mucha ambientación compleja que se ha de meter en pocas palabras (y no ha sido este el relato más corto, precisamente). A mí parecer algo más largo, con capítulos y algo de dejar descansar al lector, habría sido mejor. O si no, reducir en conceptos. Se me ha hecho un poco largo, aunque he de reconocer que le veo la calidad.

Claro que es una opinión i prou. Parece que has gustado mucho, ¡enhorabuena! :hola:
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kassiopea
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por kassiopea »

Vuelvo a pasarme por aquí para comentar que esta noche he tenido un sueño bastante angustioso en el que me perseguían todas esas alas negras del relato :shock: Lo digo para que veas, autor/a, de qué forma tu historia se ha apropiado de mi cabeza, jaja.

¡Enhorabuena! :60: :60:
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Gavalia
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Gavalia »

Me ha gustado bastante. Crece desde el principio y cierra francamente bien. Transmite angustia a la vez que esperanza. Mezcla fantasía con ciencia ficción y un toque de magia que atrapa al lector en cuanto le das la oportunidad de dejarte llevar por la historia. Algún lío de comas si que me ha parecido observar. Enhorabuena
En paz descanses, amigo.
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Ororo
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Ororo »

¿De quién eres, pequeña antracita?
Aun aovillada ( :meparto: otra vez!), al final ganas.

Muy buen relato. Me ha gustado mucho.
Está escrito con gran maestría, con un lenguaje bien elegido y cuidado, poético en ocasiones, bello también a ratos. Un dominio envidiable y, además, tratando un tema oscuro y muy interesante.
Quizá en lugar de DAC (después del Anticristo -una visión más cristiana que anticristiana para haber sido puesto por estos últimos-) habría puesto DA (después de Abaddon, el nombre por el cual se le conoce), pero bueno, te lo perdono porque es, en parte, una pista para saber de qué va todo esto.

Muy buenas descripciones, especialmente en los aspectos físicos, que saltan del texto. Menos trabajados en lo psíquico, quizá, aunque al final este aspecto gana fuerza. La protagonista se lleva todo el trabajo, excelente, pero he echado de menos saber más de Él y los Jinetes. Un par de párrafos bien colocados en el texto refiriéndose a la maldad pura y su personificación habrían equilibrado la historia.

Es emocionante, también emotivo, oscuro... y muy bien expuesta la convicción de que Abaddon les salvó y lo merece todo.

Pero no todo puede ser bueno :P . El momento de la huída me parece una excusa para que a la protagonista le toque correr y huir estando a punto de tener el bebé. Un drama buscado e innecesario. Para empezar, me resulta raro que nadie se dé cuenta de que desaparece y, además, no le den caza hasta bastante más tarde. Y luego, podría haber escapado estando de menos meses, más fuerte y ágil para huir.

Otra cosa que no me cuadra es que si lleva en las cavernas subterráneas desde que aprendió a hablar y tiene 15 años, la luz (y además reflejada en la nieve) la habrían dejado ciega. Aunque diga que le duele, yo creo que eso sería insoportable.

Y, por último, al principio dice que son ella y sus otras 6 hermanas y al final son 5. Si es un número calculado, no entiendo por qué especificarlo, puesto que no cuadra. Si es un error, no pasa nada, es una tontería.

En cualquier caso, me ha gustado mucho. Incluido el final, que no podía ser otro :wink:

Gracias por este relato, autor!
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Yuyu
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Yuyu »

Me gustó. El ambiente creado, las descripciones. Usas todos los iconos navideños, las vírgenes, los recién nacidos, los reyes magos transformados en los cuatro jinetes del apocalipsis. Incluso el dios follador que se alimenta de almas puras, ay no!!, ese no :mrgreen: . Escribes con mucha pasión, todo, no sólo las escenas sexuales.
Qué es DAC? Después del anti cristo? Después del apo calipsis? División de Arquitectura de Computadores? :60: :hola:
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elultimo
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por elultimo »

Pues a mí me ha aburrido. Me ha parecido demasiado largo y denso para contar lo que cuenta. Los símiles navideños me parecen muy pillados por los pelos.
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triste
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por triste »

Uy, no me gustó nada. Es que las cosas de ciencia ficción y todo eso me aburren demasiado. Tampoco me gustó cómo está escrito. Le encuentro errores de puntuación, faltan tildes, algunas cosas en mayúsculas que sobraron y otras que faltaron. Muy largo y además creo que lo de la Navidad está de adorno; si el concurso hubiese sido de otoño, metía la misma historia al otoño, si hubiese sido de osos polares, eran osos polares viviendo después del triunfo del anticirsto. Que la Navidad no era parte importante de la trama, quiero decir.
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kassiopea
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por kassiopea »

triste escribió: Que la Navidad no era parte importante de la trama, quiero decir.
El relato entero es una alegoría de la Navidad. La protagonista y su hijo consiguen escapar de las garras del Anticristo porque, aunque mueran, sus almas serán libres, no contribuyen a aumentar el poder de Abaddon, que se alimenta de esas almas, de someterlas y devorarlas.

Además, todo el Nacimiento, el portal de Belén, está reprensentado. La protagonista da a luz en las ruinas de una antigua iglesia, junto a las esculturas que representan el nacimiento de Jesús. Para mí la Navidad no es que sea importante en la trama, es toda la trama :wink:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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triste
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por triste »

kassiopea escribió: Para mí la Navidad no es que sea importante en la trama, es toda la trama :wink:
Yo creo que esta historia quizá ya estaba escrita, o al menos pensada, y solo se acomodó al tema navideño. Podrían aparecer los reyes magos, eso no quiere decir que la trama esté relacionada a la Navidad parcial o totalmente. Quiero decir que el escenario y los personajes no me parecen creados para una historia navideña, más bien que, como ya dije, estos elementos se adhirieron para el concurso, pero la historia (que está bien escrita y desarrollada) podría continuar y lo de la Navidad pasaría a segundo, tercer o ve tú a saber qué plano. Pero bueno, es solo lo que a mí me ha parecido. :icon_smile_blush:
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Ratpenat
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Re: CN2 - Año 200 DAC. Solsticio de invierno

Mensaje por Ratpenat »

triste escribió:
kassiopea escribió: Para mí la Navidad no es que sea importante en la trama, es toda la trama :wink:
Yo creo que esta historia quizá ya estaba escrita, o al menos pensada, y solo se acomodó al tema navideño. Podrían aparecer los reyes magos, eso no quiere decir que la trama esté relacionada a la Navidad parcial o totalmente. Quiero decir que el escenario y los personajes no me parecen creados para una historia navideña, más bien que, como ya dije, estos elementos se adhirieron para el concurso, pero la historia (que está bien escrita y desarrollada) podría continuar y lo de la Navidad pasaría a segundo, tercer o ve tú a saber qué plano. Pero bueno, es solo lo que a mí me ha parecido. :icon_smile_blush:
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