CN2 - Una fiesta gitana - Ciro
Publicado: 01 Ene 2014 13:30
UNA FIESTA GITANA
Había nacido el niño. El niño, gitano de pura cepa, daba palmas. Le acercaron un cajón y marcaba el ritmo. María, recién parida, zapateaba y levantaba la falda con más gracia que "La Chunga". José tocaba la guitarra. No era muy bueno. Había trabajado en un tablao flamenco, pero más de carpintero para solucionar los desaguisados del suelo, que de guitarrista. Lo escogían sobre todo cuando faltaba Gabriel, al que apodaban "El Arcángel". Éste sí que era un guitarrista excepcional, algunos decían que divino.
Se habían sumado a la fiesta un grupo de gitanos que cuidaban ganado propio y afanaban el ganado ajeno. Como propio tenían alguna oveja y varias cabras. Como ajeno se habían agenciado un buey y una mula de un cercado de otro pueblo y los traían atados con un alambre de cobre, que luego revenderían, pues cobre que veían cobre que afanaban. Éstos sabían todos los palos de flamenco y la juerga era mayúscula.
Cuando empezaba a decaer la jarana, llegaron unos gitanos que decían venir del oriente, concretamente de Rumanía. No se les entendía muy bien. Al principio quisieron colocar un oro más falso que la moneda de tres euros y luego les dieron a esnifar una droga, que si bien olía muy bien, no colocaba nada y eso que decían algo de que eran camellos o que dónde estaban los camellos (como dije no se les entendía muy bien). De todas maneras, la fiesta fue a mejor con la nueva aportación, hasta que llegó la guardia civil, como siempre. Se puesieron pesados con que su jefe Herodes les había mandado que requisasen toda la mercancía de los rumanos y que los iban a llevar al cuartel. Los rumanos les contestaron que ya habían estado antes en el cuartel y que le habían regalado a Herodes unas cervezas "La Estrella". Al nombrar la cerveza, los guardias civiles cuchichearon algo entre sí y dijeron que entonces iban a hacer un control de alcoholemia y que todo el mundo a soplar. Se armó un revuelo de no te menees, porque el que más y el que menos, le había dado al alpiste. Empezaron con María que extrañamente dio cero cero. Todos los gitanos se hacían cruces, porque la parturienta, se había ventilado dos botellas de güisqui y algunos coñacs para el frío. El que no se extrañaba era José que estaba habituado a que María saliera inmaculada de estos lances. Luego José, que apenas había bebido más que un par de cervezas, dio en el límite y la guardia civil le dijo que estuviera un rato sin bailar y, que cuando se le hubiera bajado un poco la tasa, podía volver a la fiesta. Con quienes se pusieron pesados fue con el niño. Y es que triplicaba la tasa permitida y ya empezaba a despotricar contra la autoridad: que si no sabían con quien se metían, que su padre era muy influyente, que sabía muy bien donde estaba el cuartel y les iba a quemar el chiringo de un rayazo divino, y lindezas parecidas.
La guardia civil que, por motivos del día festivo, iban vestidos de rojo y blanco y con gorra de pompón, en lugar del tricornio y uniforme verde habitual, se puso farruca, aptitud muy de la benemérita y sacándo las esposas, engrillaron al niño, que, por cierto, se llamaba Jonathan Jesús de Dios y, con pañales por vestimenta, se lo llevaron al cuartelillo.
En el cuartel estaba de guardia el sargento Poncio Pilato, un chusquero ascendido a base de años de servicio y más asno que la mula robada que llevaban los gitanos. En cuanto le presentan al niño, les abronca diciendo que si creían que era hora y día para milongas con niños de pañal, pero, no teniendo más remedio que tramitar la denuncia, comienza dedo a dedo (pues nunca había aprendido mecanografía) a escribir con una máquina marca Monte Olivetti. Se atasca varias veces y se le enrolla la cinta. Total, que acaba con todos los dedos pringados de tinta y acaba diciendo: yo me lavo las manos y haced con el niño lo que os de la real gana, que para eso lo habéis detenido vosotros. La pareja acaba discutiendo el castigo de tamaña embriaguez y deciden darle al niño cincuenta azotes, veinticinco por nalga. Incluso uno de los guardias quería un escarmiento mayor en el monte Gólgota, que era donde llevaban a torturar a los más peligrosos delincuentes, pero les pareció excesivo para un niño recien nacido, por muy gitano que fuera y mucho alcohol que hubiera ingerido.
Dado que los padres no aparecían, pues habían seguido con la jarana, olvidándose por completo de Jonathan Jesús de Dios, vino a recoger al niño la puta del pueblo, Magdalena, que al verlo tan coloradito en sálvese sea la parte, dijo: es un milagro que este niño no haya perecido, lo voy a resucitar yo. Con lo que sacó una teta delante de la pareja de maromos y le dio de mamar al pequeño, el cual chupaba como si de un surtidor de gasoleo del caro se tratara.
Revivido el infante, Magdalena decidió quedárselo y junto con su propio hijo Santiago, de un mes de edad, se fueron a vivir a Galicia, donde la prostituta montó su propio negocio y le fue tan bien que incluso había cola para que los clientes fueran atendidos y venían de todos los lugares próximos, creando un verdadero camino a Compostela. Bien es cierto que en ocasiones le pagaban con conchas en lugar de euros contantes y sonantes, pero eran sólo los guapos mozos a los que Magdalena no les hacía ascos, aunque una simple concha trajeran de pagamento, que a los viejos babosos sus buenos dineros les sacaba.
Jonathan Jesús de Dios acabó dedicándose al mercadeo ambulante, hasta que un buen día le dio un arrebato y tiró todos los tenderetes, tanto el suyo como el del resto de mercaderes ambulantes, y le entró una locura tal que dijo que se iba a los Monegros a meditar. Este humilde narrador no ha sabido más de él, aunque hay quien dice que está en planes de montar un Eurovegas en la zona, porque le tentó un tal Adelson y acabó embaucándolo, pero yo creo que son simples maledicencias.
Había nacido el niño. El niño, gitano de pura cepa, daba palmas. Le acercaron un cajón y marcaba el ritmo. María, recién parida, zapateaba y levantaba la falda con más gracia que "La Chunga". José tocaba la guitarra. No era muy bueno. Había trabajado en un tablao flamenco, pero más de carpintero para solucionar los desaguisados del suelo, que de guitarrista. Lo escogían sobre todo cuando faltaba Gabriel, al que apodaban "El Arcángel". Éste sí que era un guitarrista excepcional, algunos decían que divino.
Se habían sumado a la fiesta un grupo de gitanos que cuidaban ganado propio y afanaban el ganado ajeno. Como propio tenían alguna oveja y varias cabras. Como ajeno se habían agenciado un buey y una mula de un cercado de otro pueblo y los traían atados con un alambre de cobre, que luego revenderían, pues cobre que veían cobre que afanaban. Éstos sabían todos los palos de flamenco y la juerga era mayúscula.
Cuando empezaba a decaer la jarana, llegaron unos gitanos que decían venir del oriente, concretamente de Rumanía. No se les entendía muy bien. Al principio quisieron colocar un oro más falso que la moneda de tres euros y luego les dieron a esnifar una droga, que si bien olía muy bien, no colocaba nada y eso que decían algo de que eran camellos o que dónde estaban los camellos (como dije no se les entendía muy bien). De todas maneras, la fiesta fue a mejor con la nueva aportación, hasta que llegó la guardia civil, como siempre. Se puesieron pesados con que su jefe Herodes les había mandado que requisasen toda la mercancía de los rumanos y que los iban a llevar al cuartel. Los rumanos les contestaron que ya habían estado antes en el cuartel y que le habían regalado a Herodes unas cervezas "La Estrella". Al nombrar la cerveza, los guardias civiles cuchichearon algo entre sí y dijeron que entonces iban a hacer un control de alcoholemia y que todo el mundo a soplar. Se armó un revuelo de no te menees, porque el que más y el que menos, le había dado al alpiste. Empezaron con María que extrañamente dio cero cero. Todos los gitanos se hacían cruces, porque la parturienta, se había ventilado dos botellas de güisqui y algunos coñacs para el frío. El que no se extrañaba era José que estaba habituado a que María saliera inmaculada de estos lances. Luego José, que apenas había bebido más que un par de cervezas, dio en el límite y la guardia civil le dijo que estuviera un rato sin bailar y, que cuando se le hubiera bajado un poco la tasa, podía volver a la fiesta. Con quienes se pusieron pesados fue con el niño. Y es que triplicaba la tasa permitida y ya empezaba a despotricar contra la autoridad: que si no sabían con quien se metían, que su padre era muy influyente, que sabía muy bien donde estaba el cuartel y les iba a quemar el chiringo de un rayazo divino, y lindezas parecidas.
La guardia civil que, por motivos del día festivo, iban vestidos de rojo y blanco y con gorra de pompón, en lugar del tricornio y uniforme verde habitual, se puso farruca, aptitud muy de la benemérita y sacándo las esposas, engrillaron al niño, que, por cierto, se llamaba Jonathan Jesús de Dios y, con pañales por vestimenta, se lo llevaron al cuartelillo.
En el cuartel estaba de guardia el sargento Poncio Pilato, un chusquero ascendido a base de años de servicio y más asno que la mula robada que llevaban los gitanos. En cuanto le presentan al niño, les abronca diciendo que si creían que era hora y día para milongas con niños de pañal, pero, no teniendo más remedio que tramitar la denuncia, comienza dedo a dedo (pues nunca había aprendido mecanografía) a escribir con una máquina marca Monte Olivetti. Se atasca varias veces y se le enrolla la cinta. Total, que acaba con todos los dedos pringados de tinta y acaba diciendo: yo me lavo las manos y haced con el niño lo que os de la real gana, que para eso lo habéis detenido vosotros. La pareja acaba discutiendo el castigo de tamaña embriaguez y deciden darle al niño cincuenta azotes, veinticinco por nalga. Incluso uno de los guardias quería un escarmiento mayor en el monte Gólgota, que era donde llevaban a torturar a los más peligrosos delincuentes, pero les pareció excesivo para un niño recien nacido, por muy gitano que fuera y mucho alcohol que hubiera ingerido.
Dado que los padres no aparecían, pues habían seguido con la jarana, olvidándose por completo de Jonathan Jesús de Dios, vino a recoger al niño la puta del pueblo, Magdalena, que al verlo tan coloradito en sálvese sea la parte, dijo: es un milagro que este niño no haya perecido, lo voy a resucitar yo. Con lo que sacó una teta delante de la pareja de maromos y le dio de mamar al pequeño, el cual chupaba como si de un surtidor de gasoleo del caro se tratara.
Revivido el infante, Magdalena decidió quedárselo y junto con su propio hijo Santiago, de un mes de edad, se fueron a vivir a Galicia, donde la prostituta montó su propio negocio y le fue tan bien que incluso había cola para que los clientes fueran atendidos y venían de todos los lugares próximos, creando un verdadero camino a Compostela. Bien es cierto que en ocasiones le pagaban con conchas en lugar de euros contantes y sonantes, pero eran sólo los guapos mozos a los que Magdalena no les hacía ascos, aunque una simple concha trajeran de pagamento, que a los viejos babosos sus buenos dineros les sacaba.
Jonathan Jesús de Dios acabó dedicándose al mercadeo ambulante, hasta que un buen día le dio un arrebato y tiró todos los tenderetes, tanto el suyo como el del resto de mercaderes ambulantes, y le entró una locura tal que dijo que se iba a los Monegros a meditar. Este humilde narrador no ha sabido más de él, aunque hay quien dice que está en planes de montar un Eurovegas en la zona, porque le tentó un tal Adelson y acabó embaucándolo, pero yo creo que son simples maledicencias.
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