CM - Diario de una damita de Petrogrado - Jilguero
Publicado: 17 May 2014 10:34
Diario de una damita de Petrogrado
1916
Lunes, 19 de diciembre
¡Grigori ha muerto! ¿Qué será ahora de nosotras?
Desde hace dos días, no teníamos ninguna noticia suya y estábamos muy preocupadas. Sobre todo después de que ayer por la mañana Matryona reconociera su galocha —la policía la había encontrado en el Puente Petrovsky, justo donde el parapeto estaba manchado de sangre—. Por la tarde, Anna nos llamó por teléfono desde el palacio y, al enterarse del hallazgo, la escuchamos decir a la zarina que habían asesinado a Grigori. A pesar de las evidencias, en la calle Gorokhovaia preferimos no perder del todo la esperanza. Ahora, sin embargo, ya no cabe engañarse. Anna tenía razón: ¡Grigori está muerto, lo han asesinado!
Hoy han ido sus hijas a reconocer el cadáver. Han regresado consternadas, pero las demás necesitábamos saber y no dejábamos de hacerles preguntas. Entre sollozos, Matryona nos ha contado que su padre llevaba puesta su túnica favorita: la de seda verde con los pequeños dragones bordados en rojo y negro. Una trivialidad que a nadie ha interesado. A ella, en cambio, ese detalle parecía ayudarle a superar el horror de haber visto el cuerpo de su padre ultrajado. Gracias a dios, Akulina ha demostrado la misma entereza de siempre y será ella quien se encargue de preparar el cadáver para el velatorio.
¡Grigori ha muerto! Y ahora que ha llegado la noche, la angustia se está adueñando de mí. ¿Cómo será mi vida sin ese mar azul en el que me sumergía cuando me miraba, y sin ese paraíso en el que me adentraban sus caricias? Vivir sin Grigori se me antoja una condena insufrible. Me asusta la hueca soledad en la que habré de vivir en adelante. Es por eso, por miedo, por lo que he decidido iniciar este diario. Me aferraré a los recuerdos y, a través de ellos, intentaré estar de nuevo entre sus brazos...
Martes, 20 de diciembre
Esta tarde nos hemos vuelto a reunir en la calle Gorokhovaia. Matryona había recuperado ya la presencia de ánimo y nos ha contado que, además de golpearlo con saña, a su padre lo han mutilado. No dábamos crédito a sus palabras, pero Akulina nos lo ha confirmado: mientras lo lavaba ha visto, con horror, que le faltaban sus partes pudendas.
A última hora, ha llegado Anna con noticias de palacio. La zarina está convencida de que Grigori le ha transferido parte de su fuerza y se ha colgado al cuello su crucifijo. Confiemos en que sea un desvarío pasajero. La verdad es que todas nos sentimos un tanto trastornadas. Y también confusas, muy confusas, puesto que no entendemos por qué Grigori se ha dejado matar. El mismo viernes, Anna le recordó que Yusupov era un traidor y un fanfarrón ávido de sensaciones raras —es vox populi que al príncipe le gusta disfrazarse de mujer para atraer a los hombres—. Y le habló también del rumor que corría por la ciudad de que le iban a tender una trampa. Pero Grigori ignoró la advertencia y aguardó al verdugo con inexplicable serenidad. Cuando este llegó al apartamento, saludó a Grigori con un beso, y la criada escuchó al amo decirle: «¿Me besas pequeño…? ¡Espero que no sea el beso de Judas!». Es más, antes de marcharse, Grigori besó a sus hijas y también a la fiel Katia —era la primera vez que la besaba y la criada lo ha contado conmovida—. Sabía, por tanto, lo que le aguardaba en el paseo de Moka y, aun así, siguió adelante. ¿Por qué motivo no anuló la cita? ¿Qué se lo impidió? Esa es la pregunta que todas nos hemos hecho, una y otra vez, esta tarde.
Sí, Grigori, ¿por qué?: ¿por qué acudiste a la emboscada?, ¿por qué te dejaste matar?
Miércoles, 21 de diciembre
Esta mañana hemos enterrado a Grigori. En el parque hacía mucho frío y la bruma era densísima. Matryona y Varvara no han estado en la ceremonia por miedo a que el acoso de los periodistas les causara demasiado sufrimiento. La familia imperial, en cambio, ha asistido al completo. La zarina, el rostro lívido, los ojos enrojecidos por el llanto, daba la impresión de ser la viuda. A su lado, enlutadas y también llorosas, estaban Olga, Tatiana, María y Anastasia. ¡Cuánto lo hemos amado todas! Tal vez demasiado... Pues sin querer hemos alimentado la envidia de quienes se han dedicado a llenar las calles de Petrogrado de calumnias mal intencionadas.
El padre Teophán ha dicho unas emotivas palabras y, al terminar la plegaria, con mano temblorosa, la zarina ha depositado sobre su pecho un icono — según Anna, firmado al dorso por las cinco féminas imperiales—; y luego, una vez cerrado el ataúd, con mano todavía más trémula, le ha arrojado un ramo de flores blancas y el primer puñado de tierra. A partir de ese momento, ninguna de las presentes ha podido contener ya las lágrimas y, entre sollozos, todas le hemos dicho adiós a nuestro mejor amigo, a nuestro mejor amante…
¿Por qué acudiste, Grigori, a la encerrona? ¿Por qué…?
[…]
1917
[…]
Jueves, 3 de marzo
Después de semanas de continuas revueltas callejeras, el zar ha abdicado. Cada día resulta más peligroso salir a la calle. Pero hoy lo hemos hecho: necesitábamos estar juntas para abrazarnos y sobrellevar así mejor la pena de que unos desarmados hayan profanado la tumba de Grigori. ¡Ni siquiera después de muerto lo van a dejar en paz!
Tras la reunión, me sentía tan abatida que he preferido dar un paseo por la orilla del Neva. Escuchar su rumor me hace sentir serena, quizás porque fue en esas aguas donde Grigori perdió la vida... Mientras me hallaba sentada en el parapeto del puente ha pasado una cosa muy curiosa: no sé de dónde ha salido, pero al levantar la vista he visto un perro sentado al lado de mi pierna. Ensimismada en mi dolor, apenas le he prestado atención. Pero le he debido acariciar la cabeza sin darme cuenta y, cuando me he puesto en marcha, me ha seguido. Hace tanto frío en la calle que me ha dado lástima y lo he dejado entrar. Y ahora, mientras escribo, se encuentra aovillado a mis pies. ¡Es curioso!: desde la muerte de Grigori, es la primera vez que la llegada de la noche no me asusta; y es que hoy no me siento tan sola, ni tampoco tan abandonada. ¿La compañía de este perro zalamero…? No, no lo creo.
Viernes, 4 de marzo
¡Qué cosa tan rara me ha ocurrido esta noche! Matryona me regaló ayer una foto de la primera tarde que pasé en la calle Gorokhovaia, y tal vez por eso he soñado con ello. Aquel día, yo era la nueva y gocé del privilegio de pasar unas horas a solas con Grigori. También en el sueño ha ocurrido lo mismo: me ha mirado y de inmediato he sabido que era la elegida. «¡Peca conmigo, hermana mía, no le tengas miedo a gozar del placer de tus sentidos! ¡Mi contacto te hará grata a los ojos de Dios! Solo quienes se hunden antes en el barro encontrarán arriba la mirada del padre…», me ha murmurado entre caricias. Luego ha recorrido mi cuerpo con sus labios hasta saciarme como nadie más sabe hacerlo —Grigori no solo saciaba nuestra carne sino también nuestra sed de absoluto, y eso es lo que me ha vuelto a ocurrir en el sueño—. Con sonrojo, he escuchado que yo le gritaba: «Tómame, padrecito, soy tu oveja». Él ha empezado entonces a lamerme la mano con su lengua… De repente, me he despertado y he descubierto que quien me estaba lamiendo la mano era el perro. La he retirado con coraje y, cuando he encendido la luz dispuesta a expulsarlo del cuarto, he visto que me estaba mirando como Grigori lo hacía. Y aunque ni siquiera ahora entiendo la razón, en lugar de echarlo, he apagado la luz y he vuelto a colocar mi mano a su alcance.
Hace un rato, al despertarme, el perro dormía encima de la cama. Nunca me ha gustado tanta familiaridad con los animales y, pese a ello, esta vez no me he atrevido a reñirle. De hecho, todavía duerme plácidamente. Me siento confusa, muy confusa… Me asusta el momento en el que él vuelva a abrir los ojos…
Sábado, 5 de marzo
Más que nunca siento la necesidad de escribir este diario. Esta noche ha vuelto a pasar. Es él, lo sé. Ya no me siento sola ni tampoco abandonada. Me gustaría decírselo a las demás, compartir con ellas mi secreto, notar su envidia... Pero no puedo contárselo porque van a creer que me he vuelto loca.
Me gusta pensar que esa fue la razón por la que Grigori acudió a la cita, la cabriola de la que se ha valido el destino para que acabase viviendo conmigo. Para Grigori, nosotras siempre hemos sido sus damitas de Petrogrado. Pero antes yo solo era una más, mientras que ahora ya no hay ninguna otra: ¡yo soy la única!
[…]
Domingo, 22 de octubre
En las calles hay cada día más revueltas y enfrentamientos. Empieza a hacer frío de nuevo y las colas para conseguir el pan y el carbón son interminables. Nosotros procuramos seguir haciendo nuestra vida, saliendo a pasear a las horas a las que hay menos tumultos. Y hoy, mientras caminábamos por la orilla del Neva, un perrillo se ha caído al agua y la corriente ha estado a punto de llevárselo. Pero él no ha dudado en lanzarse al río y le ha salvado la vida. El dueño del perro se ha mostrado muy agradecido. Es periodista y se halla en la ciudad como corresponsal de La Gazzetta di Sorrento. Y en recuerdo del feliz rescate, nos ha hecho una fotografía a los tres. La he colocado sobre el escritorio, al lado de la que me regaló Matryona en marzo. En ambas, los dos estamos mirando a la cámara. Y hace un momento, al levantar la vista y vernos en ellas, me he dicho que son dos entrañables retratos de familia.
Nota del autor: debido al contenido de algunas de las páginas no reproducidas aquí, el diario de Alina Ivánovna Lébedeva —muerta a orillas del Neva durante la revolución de octubre de 1917— fue cedido por sus familiares a un museo erótico de San Petersburgo, conocido sobre todo por albergar el pene amputado de Rasputín.
1916
Lunes, 19 de diciembre
¡Grigori ha muerto! ¿Qué será ahora de nosotras?
Desde hace dos días, no teníamos ninguna noticia suya y estábamos muy preocupadas. Sobre todo después de que ayer por la mañana Matryona reconociera su galocha —la policía la había encontrado en el Puente Petrovsky, justo donde el parapeto estaba manchado de sangre—. Por la tarde, Anna nos llamó por teléfono desde el palacio y, al enterarse del hallazgo, la escuchamos decir a la zarina que habían asesinado a Grigori. A pesar de las evidencias, en la calle Gorokhovaia preferimos no perder del todo la esperanza. Ahora, sin embargo, ya no cabe engañarse. Anna tenía razón: ¡Grigori está muerto, lo han asesinado!
Hoy han ido sus hijas a reconocer el cadáver. Han regresado consternadas, pero las demás necesitábamos saber y no dejábamos de hacerles preguntas. Entre sollozos, Matryona nos ha contado que su padre llevaba puesta su túnica favorita: la de seda verde con los pequeños dragones bordados en rojo y negro. Una trivialidad que a nadie ha interesado. A ella, en cambio, ese detalle parecía ayudarle a superar el horror de haber visto el cuerpo de su padre ultrajado. Gracias a dios, Akulina ha demostrado la misma entereza de siempre y será ella quien se encargue de preparar el cadáver para el velatorio.
¡Grigori ha muerto! Y ahora que ha llegado la noche, la angustia se está adueñando de mí. ¿Cómo será mi vida sin ese mar azul en el que me sumergía cuando me miraba, y sin ese paraíso en el que me adentraban sus caricias? Vivir sin Grigori se me antoja una condena insufrible. Me asusta la hueca soledad en la que habré de vivir en adelante. Es por eso, por miedo, por lo que he decidido iniciar este diario. Me aferraré a los recuerdos y, a través de ellos, intentaré estar de nuevo entre sus brazos...
Martes, 20 de diciembre
Esta tarde nos hemos vuelto a reunir en la calle Gorokhovaia. Matryona había recuperado ya la presencia de ánimo y nos ha contado que, además de golpearlo con saña, a su padre lo han mutilado. No dábamos crédito a sus palabras, pero Akulina nos lo ha confirmado: mientras lo lavaba ha visto, con horror, que le faltaban sus partes pudendas.
A última hora, ha llegado Anna con noticias de palacio. La zarina está convencida de que Grigori le ha transferido parte de su fuerza y se ha colgado al cuello su crucifijo. Confiemos en que sea un desvarío pasajero. La verdad es que todas nos sentimos un tanto trastornadas. Y también confusas, muy confusas, puesto que no entendemos por qué Grigori se ha dejado matar. El mismo viernes, Anna le recordó que Yusupov era un traidor y un fanfarrón ávido de sensaciones raras —es vox populi que al príncipe le gusta disfrazarse de mujer para atraer a los hombres—. Y le habló también del rumor que corría por la ciudad de que le iban a tender una trampa. Pero Grigori ignoró la advertencia y aguardó al verdugo con inexplicable serenidad. Cuando este llegó al apartamento, saludó a Grigori con un beso, y la criada escuchó al amo decirle: «¿Me besas pequeño…? ¡Espero que no sea el beso de Judas!». Es más, antes de marcharse, Grigori besó a sus hijas y también a la fiel Katia —era la primera vez que la besaba y la criada lo ha contado conmovida—. Sabía, por tanto, lo que le aguardaba en el paseo de Moka y, aun así, siguió adelante. ¿Por qué motivo no anuló la cita? ¿Qué se lo impidió? Esa es la pregunta que todas nos hemos hecho, una y otra vez, esta tarde.
Sí, Grigori, ¿por qué?: ¿por qué acudiste a la emboscada?, ¿por qué te dejaste matar?
Miércoles, 21 de diciembre
Esta mañana hemos enterrado a Grigori. En el parque hacía mucho frío y la bruma era densísima. Matryona y Varvara no han estado en la ceremonia por miedo a que el acoso de los periodistas les causara demasiado sufrimiento. La familia imperial, en cambio, ha asistido al completo. La zarina, el rostro lívido, los ojos enrojecidos por el llanto, daba la impresión de ser la viuda. A su lado, enlutadas y también llorosas, estaban Olga, Tatiana, María y Anastasia. ¡Cuánto lo hemos amado todas! Tal vez demasiado... Pues sin querer hemos alimentado la envidia de quienes se han dedicado a llenar las calles de Petrogrado de calumnias mal intencionadas.
El padre Teophán ha dicho unas emotivas palabras y, al terminar la plegaria, con mano temblorosa, la zarina ha depositado sobre su pecho un icono — según Anna, firmado al dorso por las cinco féminas imperiales—; y luego, una vez cerrado el ataúd, con mano todavía más trémula, le ha arrojado un ramo de flores blancas y el primer puñado de tierra. A partir de ese momento, ninguna de las presentes ha podido contener ya las lágrimas y, entre sollozos, todas le hemos dicho adiós a nuestro mejor amigo, a nuestro mejor amante…
¿Por qué acudiste, Grigori, a la encerrona? ¿Por qué…?
[…]
1917
[…]
Jueves, 3 de marzo
Después de semanas de continuas revueltas callejeras, el zar ha abdicado. Cada día resulta más peligroso salir a la calle. Pero hoy lo hemos hecho: necesitábamos estar juntas para abrazarnos y sobrellevar así mejor la pena de que unos desarmados hayan profanado la tumba de Grigori. ¡Ni siquiera después de muerto lo van a dejar en paz!
Tras la reunión, me sentía tan abatida que he preferido dar un paseo por la orilla del Neva. Escuchar su rumor me hace sentir serena, quizás porque fue en esas aguas donde Grigori perdió la vida... Mientras me hallaba sentada en el parapeto del puente ha pasado una cosa muy curiosa: no sé de dónde ha salido, pero al levantar la vista he visto un perro sentado al lado de mi pierna. Ensimismada en mi dolor, apenas le he prestado atención. Pero le he debido acariciar la cabeza sin darme cuenta y, cuando me he puesto en marcha, me ha seguido. Hace tanto frío en la calle que me ha dado lástima y lo he dejado entrar. Y ahora, mientras escribo, se encuentra aovillado a mis pies. ¡Es curioso!: desde la muerte de Grigori, es la primera vez que la llegada de la noche no me asusta; y es que hoy no me siento tan sola, ni tampoco tan abandonada. ¿La compañía de este perro zalamero…? No, no lo creo.
Viernes, 4 de marzo
¡Qué cosa tan rara me ha ocurrido esta noche! Matryona me regaló ayer una foto de la primera tarde que pasé en la calle Gorokhovaia, y tal vez por eso he soñado con ello. Aquel día, yo era la nueva y gocé del privilegio de pasar unas horas a solas con Grigori. También en el sueño ha ocurrido lo mismo: me ha mirado y de inmediato he sabido que era la elegida. «¡Peca conmigo, hermana mía, no le tengas miedo a gozar del placer de tus sentidos! ¡Mi contacto te hará grata a los ojos de Dios! Solo quienes se hunden antes en el barro encontrarán arriba la mirada del padre…», me ha murmurado entre caricias. Luego ha recorrido mi cuerpo con sus labios hasta saciarme como nadie más sabe hacerlo —Grigori no solo saciaba nuestra carne sino también nuestra sed de absoluto, y eso es lo que me ha vuelto a ocurrir en el sueño—. Con sonrojo, he escuchado que yo le gritaba: «Tómame, padrecito, soy tu oveja». Él ha empezado entonces a lamerme la mano con su lengua… De repente, me he despertado y he descubierto que quien me estaba lamiendo la mano era el perro. La he retirado con coraje y, cuando he encendido la luz dispuesta a expulsarlo del cuarto, he visto que me estaba mirando como Grigori lo hacía. Y aunque ni siquiera ahora entiendo la razón, en lugar de echarlo, he apagado la luz y he vuelto a colocar mi mano a su alcance.
Hace un rato, al despertarme, el perro dormía encima de la cama. Nunca me ha gustado tanta familiaridad con los animales y, pese a ello, esta vez no me he atrevido a reñirle. De hecho, todavía duerme plácidamente. Me siento confusa, muy confusa… Me asusta el momento en el que él vuelva a abrir los ojos…
Sábado, 5 de marzo
Más que nunca siento la necesidad de escribir este diario. Esta noche ha vuelto a pasar. Es él, lo sé. Ya no me siento sola ni tampoco abandonada. Me gustaría decírselo a las demás, compartir con ellas mi secreto, notar su envidia... Pero no puedo contárselo porque van a creer que me he vuelto loca.
Me gusta pensar que esa fue la razón por la que Grigori acudió a la cita, la cabriola de la que se ha valido el destino para que acabase viviendo conmigo. Para Grigori, nosotras siempre hemos sido sus damitas de Petrogrado. Pero antes yo solo era una más, mientras que ahora ya no hay ninguna otra: ¡yo soy la única!
[…]
Domingo, 22 de octubre
En las calles hay cada día más revueltas y enfrentamientos. Empieza a hacer frío de nuevo y las colas para conseguir el pan y el carbón son interminables. Nosotros procuramos seguir haciendo nuestra vida, saliendo a pasear a las horas a las que hay menos tumultos. Y hoy, mientras caminábamos por la orilla del Neva, un perrillo se ha caído al agua y la corriente ha estado a punto de llevárselo. Pero él no ha dudado en lanzarse al río y le ha salvado la vida. El dueño del perro se ha mostrado muy agradecido. Es periodista y se halla en la ciudad como corresponsal de La Gazzetta di Sorrento. Y en recuerdo del feliz rescate, nos ha hecho una fotografía a los tres. La he colocado sobre el escritorio, al lado de la que me regaló Matryona en marzo. En ambas, los dos estamos mirando a la cámara. Y hace un momento, al levantar la vista y vernos en ellas, me he dicho que son dos entrañables retratos de familia.
Nota del autor: debido al contenido de algunas de las páginas no reproducidas aquí, el diario de Alina Ivánovna Lébedeva —muerta a orillas del Neva durante la revolución de octubre de 1917— fue cedido por sus familiares a un museo erótico de San Petersburgo, conocido sobre todo por albergar el pene amputado de Rasputín.