CM - El guardián de la casa - Sinkim
Publicado: 17 May 2014 10:38
El guardián de la casa
Sir John McHould, duque de Winterfall, leía sentado al calor de la chimenea en su cómodo sillón que, tras años de uso, se ajustaba perfectamente al inmenso corpachón del escocés. La quietud y el silencio en la habitación eran absolutos ya que todo los sirvientes del castillo sabían que el señor reservaba esa hora después de la cena para leer tranquilo y relajase. Por eso se sorprendió tanto cuando la gran puerta se abrió de golpe y su hija entró corriendo en el salón.
—¡Papá, papá, mira lo que he encontrado en el desván! –gritó su hija mientras agitaba una antigua foto en la cara de su padre.
Rose era una alegre belleza rubia de catorce años cuya inteligencia y sagacidad siempre sorprendía a su padre. Un auténtico huracán que resultaba casi imposible de controlar.
John levantó la mirada del libro y le dirigió su mirada de padre cabreado número cinco. La niña se detuvo en el acto y agachó mansamente la cabeza.
—¿Esas son las maneras de una dama? ¿Es así como se comporta una señorita bien educada? ¿Entrando en las habitaciones sin llamar y, aún peor, corriendo como si la casa estuviera en llamas? —Sir John tenía comprobado que el tono sereno y frío era mucho mejor que dejarse llevar por los gritos y los aspavientos. No en vano era el mismo tono que utilizaba tanto con sus lacayos como con otros nobles cuando quería hacer notar su descontento y siempre con resultados muy satisfactorios.
—No, papá, lo siento. Es que me he emocionado al encontrar esta foto en el trastero y he venido corriendo a enseñártela.
—¿Y se puede saber que hacías ahí? ¿No se supone que estabas dando clases con la señorita Mullien? —John se divertía atosigando con preguntas a su querida hija esperando a ver por donde le salía, no sería la primera vez que le dejaba sin palabras con sus inesperadas y ocurrentes respuestas.
—Ya había terminado los deberes y no tenía ganas de ponerme a coser y el desván es tan grande y tiene tantos baúles y armarios... a lo mejor si que me vas a tener que poner una cama allí —Rose recurrió a la clásica broma que siempre le hacía su padre y cuando vio que éste sonreía supo que ya había ganado.
—A ver pequeña lianta, enséñame que has encontrado.
—Es una foto, estaba escondida en un libro de poesía extranjera, creo que española o italiana —explico la niña mientras le tendía la foto.
Al ver la foto Sir John palideció y su mano empezó a temblar hasta que con un esfuerzo de voluntad consiguió controlarse.
—¿Quién es, papá? No la conozco y esa es nuestra casa. ¿Y has visto al perro, está difuminado, que raro, no? —Olvidada ya la regañina Rose volvía a estar tan excitada como al entrar en la habitación.
—Esa mujer es tu bisabuela Daisy, cariño. Una gran mujer que nos dejó demasiado pronto cuando tuvo a su tercera hija, la hermana de tu abuela.
—¿Y el perro por qué se ve tan mal?
—El perro se llamaba Hades y su historia no es para niñas pequeñas que luego puedan tener pesadillas.
—Porfa, papi, cuéntamelo, ya soy mayor, te aseguro que no tendré pesadillas —rogó la niña mientras utilizaba su patentada mirada de pena número tres, infalible tanto para conseguir pasteles de la cocinera como para librarse de hacer los deberes.
—Vale, te lo contaré pero luego no me vengas llorando si no puedes dormir —cedió Sir John—. ¿Ves ese cuadro en la pared? Ese era tu tatarabuelo, el primer duque de Winterfall.
—No me gusta, ese cuadro siempre me ha dado miedo. Tiene una cara tan seria y una mirada cargada de odio y desprecio. Parece como si todos los demás no fuéramos más que insectos para él. Además ¿a quién se le ocurre que le retraten con ropas de cazador, con una escopeta en la mano derecha, una Biblia en la otra y un puñal enorme en el cinturón? Esas no son formas para un duque.
—Tienes buen ojo, cielo. Lord Raoul no era una buena persona, no lo era antes de ir a la guerra y lo fue aún menos cuando volvió de ella. La guerra sacó a la luz el demonio que llevaba dentro y se volvió adicto a la sangre, a las matanzas y a la emoción de la batalla; así que cuando volvió a casa la inactividad, la paz y la tranquilidad del hogar se le hicieron insoportables.
Se convirtió en un hombre iracundo que explotaba a la mínima y al que todo el mundo trataba de evitar, sobre todo su sufrida esposa que era el blanco más fácil de su violencia. Los únicos momentos en los que era verdaderamente feliz era cuando se iba de caza con sus perros y su escopeta.
Todo cambió cuando Lady, la perrita pointer de tu bisabuela, tuvo cachorros con uno de los lebreles de su padre. En cuanto Raoul les puso la vista encima y comprobó que no le iban a servir para cazar quiso sacrificarlos, pero cuando fue a cogerlos uno de ellos le mordió en la mano con su boca sin dientes.
Tu bisabuelo se quedó tan sorprendido de que algo tan pequeño se hubiera atrevido a atacarlo, de que hubiera mostrado tanto valor siendo tan joven, que decidió quedárselo para él.
Lo llamó Hades y desde entonces no se separó de su lado. Lo educó él mismo y lo llevó de caza en cuando pudo andar sin caerse. Hades creció en tamaño, fuerza y ferocidad contagiándose del espíritu de Raoul. Él era quien le daba de comer y el único que podía acercársele sin que le gruñera o intentara morderle.
La excepción era Daisy, ya que cuando Raoul tenía que abandonar Winterfall para ir a Londres por negocios o por asuntos políticos ella era quien se encargaba de cuidarlo, jugar con él y darle de comer.
Tu tatarabuelo estaba exultante al tener un amigo que se amoldaba tan bien con su carácter, que le hacía compañía durante todo el día, que siempre le mostraba su amor incondicional y su odio al resto del mundo. Durante un tiempo, fue verdaderamente feliz y el ambiente en la casa mejoró considerablemente.
Todo fue bien hasta que Daisy soltó la bomba, se había enamorado del hijo del guardabosques y quería casarse con él, habían estado jugando juntos desde niños y al final habían terminado por enamorarse el uno del otro.
Tu tatarabuelo montó en cólera, él pensaba casarla con el hijo mayor de un conde vecino y una tontería como el amor no iba a echar por tierra sus planes. Así que encerró a Daisy en su habitación y le prohibió salir hasta que recapacitara y cambiara de opinión.
Por desgracia para él en esa época tuvo que ausentarse de casa durante un mes y, aunque dio ordenes estrictas a sus sirvientes de que Daisy siguiera encerrada, tuvo que permitir que Hades le hiciera compañía porque no confiaba en nadie más para que cuidara de él.
Durante ese mes Daisy y Hades se hicieron inseparables y Hades sirvió de almohada para las lagrimas derramadas por el amor prohibido de la joven.
A su vuelta Rauol confiaba que su hija hubiera cambiado de opinión pero había subestimado el amor y la fortaleza de su hija y se encontró con que ella seguía negándose a casarse con otro hombre que no fuera su querido John.
Ante la negativa de Daisy tu tatarabuelo perdió la cabeza y el diablo que dormía dentro despertó. Le dio una bofetada tan fuerte que la tiró al suelo, después se quitó el cinturón y comenzó a azotarla una y otra vez. Tu bisabuela lloraba en el suelo mientras los golpes caían sobre ella sin cesar.
Entonces sucedió algo que nadie podría haber esperado, Hades se volvió contra su amo. Saltó sobre Raoul y lo tiró al suelo cerrando luego sus poderosas mandíbulas en el cuello del sorprendido hombre que miraba al perro sin terminar de creerse lo que estaba sucediendo. Su único amigo le había traicionando y se había vuelto contra él.
Daisy se levantó y grito pidiendo ayuda mientras intentaba en vano separar a Hades del cuello de su padre. Para cuando llegaron los sirvientes ya era tarde, por más que lo golpearon Hades no soltó a su presa y, al final, uno de los lacayos se vio obligado a dispararle un tiro, con una de las pistolas de Raoul, para conseguir separarles.
Ni que decir tiene que, para entonces, tu tatarabuelo hacía tiempo que estaba muerto.
—¿Y qué tiene eso que ver con que Hades salga tan mal en la fotografía? —preguntó Rose que, aunque intentara disimularlo, se había quedado muy impresionada con la historia familiar.
—Eso es la más curioso, esa fotografía se tomó un año después de lo que te acabo de contar —respondió Sir John con su mejor voz cavernosa.
—¿De verdad? ¿Estás diciéndome que Hades es un fantasma? Pero tú mismo me dijiste hace años que los fantasmas no existen —replicó una nerviosa Rose.
—Te mentí, aunque no del todo porque Hades no es un fantasma al uso, él es más bien un espíritu protector de está familia. Recuérdame que otro día te cuente lo que les pasó a los ladrones que entraron a robar a esta casa cuando yo tenía 10 años. Ahora vamos a la cama que no son horas para que las niñas buenas estén despiertas —dijo mientras la cogía en brazos y la niña le abrazaba del cuello y reposaba la cabeza en su hombro.
Mientras salían de la habitación la mirada de Rose cayó sobre el cuadro de Raoul y, a la escasa luz de la habitación, le pareció ver que la mano que antes sujetaba la Biblia se apoyaba ahora en la cabeza de un Hades que antes no estabas ahí. Hasta hubiera podido jurar que, donde antes había una mirada de odio enfocada a todo aquel que mirara el cuadro, ahora había una mirada de orgullo dirigida al fiel guardián de la casa.
Sir John McHould, duque de Winterfall, leía sentado al calor de la chimenea en su cómodo sillón que, tras años de uso, se ajustaba perfectamente al inmenso corpachón del escocés. La quietud y el silencio en la habitación eran absolutos ya que todo los sirvientes del castillo sabían que el señor reservaba esa hora después de la cena para leer tranquilo y relajase. Por eso se sorprendió tanto cuando la gran puerta se abrió de golpe y su hija entró corriendo en el salón.
—¡Papá, papá, mira lo que he encontrado en el desván! –gritó su hija mientras agitaba una antigua foto en la cara de su padre.
Rose era una alegre belleza rubia de catorce años cuya inteligencia y sagacidad siempre sorprendía a su padre. Un auténtico huracán que resultaba casi imposible de controlar.
John levantó la mirada del libro y le dirigió su mirada de padre cabreado número cinco. La niña se detuvo en el acto y agachó mansamente la cabeza.
—¿Esas son las maneras de una dama? ¿Es así como se comporta una señorita bien educada? ¿Entrando en las habitaciones sin llamar y, aún peor, corriendo como si la casa estuviera en llamas? —Sir John tenía comprobado que el tono sereno y frío era mucho mejor que dejarse llevar por los gritos y los aspavientos. No en vano era el mismo tono que utilizaba tanto con sus lacayos como con otros nobles cuando quería hacer notar su descontento y siempre con resultados muy satisfactorios.
—No, papá, lo siento. Es que me he emocionado al encontrar esta foto en el trastero y he venido corriendo a enseñártela.
—¿Y se puede saber que hacías ahí? ¿No se supone que estabas dando clases con la señorita Mullien? —John se divertía atosigando con preguntas a su querida hija esperando a ver por donde le salía, no sería la primera vez que le dejaba sin palabras con sus inesperadas y ocurrentes respuestas.
—Ya había terminado los deberes y no tenía ganas de ponerme a coser y el desván es tan grande y tiene tantos baúles y armarios... a lo mejor si que me vas a tener que poner una cama allí —Rose recurrió a la clásica broma que siempre le hacía su padre y cuando vio que éste sonreía supo que ya había ganado.
—A ver pequeña lianta, enséñame que has encontrado.
—Es una foto, estaba escondida en un libro de poesía extranjera, creo que española o italiana —explico la niña mientras le tendía la foto.
Al ver la foto Sir John palideció y su mano empezó a temblar hasta que con un esfuerzo de voluntad consiguió controlarse.
—¿Quién es, papá? No la conozco y esa es nuestra casa. ¿Y has visto al perro, está difuminado, que raro, no? —Olvidada ya la regañina Rose volvía a estar tan excitada como al entrar en la habitación.
—Esa mujer es tu bisabuela Daisy, cariño. Una gran mujer que nos dejó demasiado pronto cuando tuvo a su tercera hija, la hermana de tu abuela.
—¿Y el perro por qué se ve tan mal?
—El perro se llamaba Hades y su historia no es para niñas pequeñas que luego puedan tener pesadillas.
—Porfa, papi, cuéntamelo, ya soy mayor, te aseguro que no tendré pesadillas —rogó la niña mientras utilizaba su patentada mirada de pena número tres, infalible tanto para conseguir pasteles de la cocinera como para librarse de hacer los deberes.
—Vale, te lo contaré pero luego no me vengas llorando si no puedes dormir —cedió Sir John—. ¿Ves ese cuadro en la pared? Ese era tu tatarabuelo, el primer duque de Winterfall.
—No me gusta, ese cuadro siempre me ha dado miedo. Tiene una cara tan seria y una mirada cargada de odio y desprecio. Parece como si todos los demás no fuéramos más que insectos para él. Además ¿a quién se le ocurre que le retraten con ropas de cazador, con una escopeta en la mano derecha, una Biblia en la otra y un puñal enorme en el cinturón? Esas no son formas para un duque.
—Tienes buen ojo, cielo. Lord Raoul no era una buena persona, no lo era antes de ir a la guerra y lo fue aún menos cuando volvió de ella. La guerra sacó a la luz el demonio que llevaba dentro y se volvió adicto a la sangre, a las matanzas y a la emoción de la batalla; así que cuando volvió a casa la inactividad, la paz y la tranquilidad del hogar se le hicieron insoportables.
Se convirtió en un hombre iracundo que explotaba a la mínima y al que todo el mundo trataba de evitar, sobre todo su sufrida esposa que era el blanco más fácil de su violencia. Los únicos momentos en los que era verdaderamente feliz era cuando se iba de caza con sus perros y su escopeta.
Todo cambió cuando Lady, la perrita pointer de tu bisabuela, tuvo cachorros con uno de los lebreles de su padre. En cuanto Raoul les puso la vista encima y comprobó que no le iban a servir para cazar quiso sacrificarlos, pero cuando fue a cogerlos uno de ellos le mordió en la mano con su boca sin dientes.
Tu bisabuelo se quedó tan sorprendido de que algo tan pequeño se hubiera atrevido a atacarlo, de que hubiera mostrado tanto valor siendo tan joven, que decidió quedárselo para él.
Lo llamó Hades y desde entonces no se separó de su lado. Lo educó él mismo y lo llevó de caza en cuando pudo andar sin caerse. Hades creció en tamaño, fuerza y ferocidad contagiándose del espíritu de Raoul. Él era quien le daba de comer y el único que podía acercársele sin que le gruñera o intentara morderle.
La excepción era Daisy, ya que cuando Raoul tenía que abandonar Winterfall para ir a Londres por negocios o por asuntos políticos ella era quien se encargaba de cuidarlo, jugar con él y darle de comer.
Tu tatarabuelo estaba exultante al tener un amigo que se amoldaba tan bien con su carácter, que le hacía compañía durante todo el día, que siempre le mostraba su amor incondicional y su odio al resto del mundo. Durante un tiempo, fue verdaderamente feliz y el ambiente en la casa mejoró considerablemente.
Todo fue bien hasta que Daisy soltó la bomba, se había enamorado del hijo del guardabosques y quería casarse con él, habían estado jugando juntos desde niños y al final habían terminado por enamorarse el uno del otro.
Tu tatarabuelo montó en cólera, él pensaba casarla con el hijo mayor de un conde vecino y una tontería como el amor no iba a echar por tierra sus planes. Así que encerró a Daisy en su habitación y le prohibió salir hasta que recapacitara y cambiara de opinión.
Por desgracia para él en esa época tuvo que ausentarse de casa durante un mes y, aunque dio ordenes estrictas a sus sirvientes de que Daisy siguiera encerrada, tuvo que permitir que Hades le hiciera compañía porque no confiaba en nadie más para que cuidara de él.
Durante ese mes Daisy y Hades se hicieron inseparables y Hades sirvió de almohada para las lagrimas derramadas por el amor prohibido de la joven.
A su vuelta Rauol confiaba que su hija hubiera cambiado de opinión pero había subestimado el amor y la fortaleza de su hija y se encontró con que ella seguía negándose a casarse con otro hombre que no fuera su querido John.
Ante la negativa de Daisy tu tatarabuelo perdió la cabeza y el diablo que dormía dentro despertó. Le dio una bofetada tan fuerte que la tiró al suelo, después se quitó el cinturón y comenzó a azotarla una y otra vez. Tu bisabuela lloraba en el suelo mientras los golpes caían sobre ella sin cesar.
Entonces sucedió algo que nadie podría haber esperado, Hades se volvió contra su amo. Saltó sobre Raoul y lo tiró al suelo cerrando luego sus poderosas mandíbulas en el cuello del sorprendido hombre que miraba al perro sin terminar de creerse lo que estaba sucediendo. Su único amigo le había traicionando y se había vuelto contra él.
Daisy se levantó y grito pidiendo ayuda mientras intentaba en vano separar a Hades del cuello de su padre. Para cuando llegaron los sirvientes ya era tarde, por más que lo golpearon Hades no soltó a su presa y, al final, uno de los lacayos se vio obligado a dispararle un tiro, con una de las pistolas de Raoul, para conseguir separarles.
Ni que decir tiene que, para entonces, tu tatarabuelo hacía tiempo que estaba muerto.
—¿Y qué tiene eso que ver con que Hades salga tan mal en la fotografía? —preguntó Rose que, aunque intentara disimularlo, se había quedado muy impresionada con la historia familiar.
—Eso es la más curioso, esa fotografía se tomó un año después de lo que te acabo de contar —respondió Sir John con su mejor voz cavernosa.
—¿De verdad? ¿Estás diciéndome que Hades es un fantasma? Pero tú mismo me dijiste hace años que los fantasmas no existen —replicó una nerviosa Rose.
—Te mentí, aunque no del todo porque Hades no es un fantasma al uso, él es más bien un espíritu protector de está familia. Recuérdame que otro día te cuente lo que les pasó a los ladrones que entraron a robar a esta casa cuando yo tenía 10 años. Ahora vamos a la cama que no son horas para que las niñas buenas estén despiertas —dijo mientras la cogía en brazos y la niña le abrazaba del cuello y reposaba la cabeza en su hombro.
Mientras salían de la habitación la mirada de Rose cayó sobre el cuadro de Raoul y, a la escasa luz de la habitación, le pareció ver que la mano que antes sujetaba la Biblia se apoyaba ahora en la cabeza de un Hades que antes no estabas ahí. Hasta hubiera podido jurar que, donde antes había una mirada de odio enfocada a todo aquel que mirara el cuadro, ahora había una mirada de orgullo dirigida al fiel guardián de la casa.