CP X - Hermano viento - Gavalia
Publicado: 17 Abr 2015 21:16
Hermano viento
Me llamo Grulla y esta es mi historia. Soy cazador y pertenezco al pueblo del viento. Mi tribu honra a los dioses y a otras entidades divinas que habitan tanto en el espeso bosque como en el páramo. Estas presencias son tan antiguas como el amanecer de los días. Nadie sabe de dónde vinieron, mas no nos hace falta saberlo; lo importante para mi tribu es que están aquí, entre nosotros, el pueblo del viento…
Zarco, el chamán de la tribu, convocó asamblea hace tres lunas bajo la tutela del consejo de ancianos. El chamán refirió al consejo con todo lujo de detalles el sueño, contacto según él, que había tenido con las entidades divinas que viven en el páramo. El consejo, alborozado por la información que los dioses habían proporcionado al chamán, decidió convocar a su vez a Lobo que acecha, el jefe de la tribu del viento, y a sus tres hijos: yo mismo, Grulla, y mis dos hermanos, Ganso y Golondrina.
Los ancianos nos hicieron sentar alrededor del fuego central de la caverna. Los cantos guturales de reverencia a los dioses inundaron la estancia a nuestra entrada. Uno tras otro, los ancianos comenzaron una lenta danza entorno al fuego imitando los movimientos del hermano caribú. A cada vuelta que daban, el chamán profería un grito nacido de lo más profundo de sus entrañas y, con gesto agresivo, escupía sobre las llamas levantando una densa humareda. Lobo que acecha, como si de un gran tótem labrado en la roca se tratara, parecía inmutable ante la escena. Las gotas de sudor que corrían como ríos sobre su anguloso rostro, robusto cuello y potente pecho daban constancia de que no era una estatua colocada allí previamente para que presidiera la ceremonia. Impertérrito ante la danza, no movía ni un párpado. Mis dos hermanos y yo estábamos asustados. Intentábamos disimular nuestro miedo refugiados en la presencia de mi padre, al que nada parecía afectar. Las sombras bailaban al compás de un grave «tantán» que sonaba de fondo y cuya frecuencia iba incrementándose poco a poco. El humo, producto de la combustión de la madera y de diversas semillas usadas solamente en las ceremonias del consejo, era cada vez más intenso. De repente, todo se detuvo sin previo aviso. Los cantos y la danza cesaron. El «tantán» de fondo calló bruscamente y un ruidoso silencio se instaló en la cueva. Era el turno del chamán.
Lobo que acecha buscó con su mirada la presencia de Zarco, lo que llamó la atención de todos los presentes. El chamán se rebulló en el interior de su abrigo. No le gustaba Lobo que acecha, aunque tenía que aceptarlo, pues era el jefe. Zarco era envidioso por naturaleza. Siempre quiso ser el jefe del pueblo del viento, pero Lobo que acecha se había ganado el puesto tras la muerte del difunto jefe, Tamo, en singular lucha contra otros candidatos, incluido Zarco. Más tarde, el chamán vería cómo la persona a la que tanto aborrecía se unía en pareja con Selva, posiblemente la mujer viento más hermosa que nunca se haya visto entre los suyos. Era codiciada, pero también respetada, por todos los guerreros tanto por su belleza innata como por ser la mujer principal de la tribu; por todos excepto por Zarco, que también la deseaba y no se resignaba a estar sin ella. Realmente nunca se había fijado en Selva, pues solía tener a su disposición todas las hembras que se le antojaran, hasta que Lobo que acecha hizo a la hermosa gacela su mujer. El chamán la vio entonces con otros ojos, y la deseó más que nada en el mundo.
Zarco decidió que tenía que acabar con el jefe de una vez por todas, pero para conseguirlo necesitaba una posición de poder dentro del consejo que en ese momento no tenía. Gracias a unas cuantas argucias, artificiosas todas ellas, y a su capacidad innata para influenciar en las mentes de sus inocentes hermanos de tribu, logró el relevante puesto de chamán del pueblo del viento. No soportaba la presencia de Lobo que acecha, lo odiaba de muerte. Zarco se juró que acabaría con él empezando por quitarle aquello que más amaba: primero, a sus hijos, y después, a la puta.
Todos respetaban a Lobo que acecha, siempre escuchaba y mediaba con justicia en los conflictos de la tribu poniendo a cada uno en su sitio, razonando o por la fuerza. Su palabra era ley. Todos le admiraban por ser como era, y alguno incluso comentaba que Lobo que acecha estaba tocado por la gracia de los dioses y, por ello, la tribu siempre se encontraría bajo la protección de las diferentes deidades; eso le situaba a la altura del propio chamán, cosa que disgustaba enormemente a Zarco.
—Gran jefe Lobo que acecha —comenzó a hablar Miku, consejero principal de la tribu del viento—, los dioses han hablado por boca de Zarco, nuestro chamán, y anuncian que el caribú por fin regresa de su largo viaje. Como bien sabe nuestro respetado jefe, convendría hacer la invocación esta misma noche. Zarco dice estar preparado, solo necesitamos que autorices la ceremonia y convoques a tus mejores hombres. Es hora de cazar y alimentar a tu pueblo.
Lobo que acecha sopesó la situación y accedió a la propuesta del consejo pero puso una condición. Antes de convocar a las tribus del pueblo del viento para la gran cacería se enviaría una partida de exploración para confirmar la localización de la manada.
Hace tres lunas que por orden de mi padre abandoné la tribu en busca del gran rebaño acompañado por mis dos hermanos y Zar, uno de los mejores lobos domesticados de la tribu. Al final de la ceremonia de invocación, Zarco había dicho entre convulsiones que el hermano caribú acudiría a la llamada y que podríamos localizarlos en el paso próximo a los acantilados. Deberemos regresar de inmediato y avisar a la tribu en cuanto los encontremos. Lobo que acecha no estaba dispuesto a movilizar a todo un pueblo solo porque el chamán se hubiera hartado de setas.
—Amado esposo, ¿por qué recelas tanto de Zarco? Debes concederle una oportunidad. Después de todo, es el chamán del pueblo del viento y deberías respetar eso, ¿no crees?
Selva inquirió a su esposo mientras este la observaba embelesado por su belleza. Las curvas de Selva eran las de una gacela; sus ojos, rasgados y oscuros como los de un antílope. Su espalda infinita se cubría con una melena morena que le llegaba hasta la cintura, aunque solía llevar el cabello recogido en una trenza para no engancharse entre los arbustos cuando recolectaba frutos silvestres y realizaba otros trabajos a diario para cuidar de su tribu. Lobo que acecha jamás se sentía más feliz y agraciado por los dioses que cuando tenía a Selva entre sus brazos, la amaba profundamente.
—Selva es muy inocente —contestó Lobo que acecha mientras acariciaba el rostro de su mujer con ternura—. Zarco es rencoroso y mala persona. Nada le gustaría más que verme muerto y hacerse con el poder amparado en esas supuestas artes mágicas que tanto asustan al pueblo del viento; lo sabe y lo usa en su propio interés. Es pronto para que el caribú regrese de su largo viaje, pero no puedo ponerme en contra del consejo, así que actuaremos con prudencia. Selva, solo soy un hombre que vive su realidad y observa. De esa realidad y esa observación, extraigo conclusiones que me hacen pensar en por qué pasan las cosas. No estoy tocado por los dioses, solo intento entenderlos a través de lo que veo. Soy curioso por naturaleza, y te sorprenderías de lo simple que es todo muchas veces. Créeme cuando te digo que Zarco hará cuanto pueda para destruirme, pero eso no ha de preocuparte, porque le vigilo muy de cerca; tanto que ni él mismo se lo imagina.
Lobo que acecha quedó sumido en un profundo silencio recordando el pasado y reflexionando sobre el odio que Zarco le tenía desde que se conocían. Nunca supo por qué o qué dio lugar a ello, pero así fue siempre. Recordó, no sabía bien por qué en ese momento, aquella ocasión, siendo muy jóvenes todavía, en la que Zarco se opuso con la vehemencia de un loco a la domesticación de los lobos aduciendo que eran hijos de espíritus oscuros y contaminarían a la tribu. Sucedió hacía ya mucho tiempo, no sabría decir bien cuántas manos desde entonces, que Lobo que acecha conoció a un viajero que transitaba por el páramo, cosa bastante común por otra parte, pues el territorio del pueblo del viento abarcaba una gran zona de paso obligado para los viajeros. Lo que atrajo su atención sobre este hombre fue que le acompañaba un lobo. El joven Lobo que acecha, quedó fascinado ante lo que sus ojos vieron; al fin y al cabo, se trataba del animal que su propio tótem representaba. La bestia obedecía todas las órdenes que su dueño le daba. Era sorprendente, jamás se había visto tal cosa entre los suyos. Después de ganarse la confianza del viajero, le ofreció la hospitalidad de su tribu y aquel pasó una larga temporada en el poblado junto con su lobo. Al principio, todos se asustaron al verlos llegar, pues no creían lo que sus ojos se empeñaban en mostrarles: un lobo que caminaba con hombres y que obedecía todas las órdenes sin atacar. «Cosa de magia negra, sin duda», alegó Zarco cuando apareció instigando a todo el que pudo contra Lobo que acecha, el viajero y su terrible animal. En ese momento, el viajero, que respondía al nombre de Torka, se puso en cuclillas a la altura del animal. Con susurros y varios gestos de la mano, le ordenó esperarle en las afueras del poblado, le dio permiso para cazar y le indicó que, de paso, explorara la zona a su libre albedrío. Sin embargo, debía estar en ese mismo sitio a la mañana siguiente para recibir nuevas instrucciones.
Lobo que acecha pensó que aquel hombre estaba loco a causa del mal de los dioses, pues era imposible aceptar la manera en que se dirigía al animal y que este le entendiera. El caso es que, al día siguiente, el lobo se encontraba donde se le había ordenado. En ese momento, Lobo que acecha dio crédito al viajero y le pidió que le enseñara a hacerlo. Con el tiempo, consiguió hacerse con una pareja de lobeznos en una incursión de caza. Puso en práctica lo que Torka había enseñado, y lo hizo con tanto empeño que, con el tiempo, la tribu del viento contó con una jauría de lobos domesticados que, tras un adecuado adiestramiento, acompañaba a los guerreros en sus partidas de caza y protegía el perímetro del poblado el resto del tiempo. Lobo que acecha no quería animales de compañía, sino ayudantes eficaces para conseguir el sustento de la tribu a cambio de un trato justo.
Grulla alzó la mirada de la pequeña lumbre de campamento y observó a su alrededor comentando para sus hermanos.
—El invierno está siendo muy frío y la nieve cubre todo lo que la vista alcanza, pero no desesperamos, los encontraremos hermanos. La manada debe de haberse movido de sitio, aunque lo curioso es que no hemos encontrado rastro alguno de ella. Tendremos que avanzar más hacia el otro lado del paso hasta localizarlos. El viento sopla desde el este y trae a mi olfato olores de todo tipo; tenemos que concentrarnos en el que nos interesa. El hermano caribú aguarda, y no debemos hacerle esperar.
Ganso y Golondrina han decidido intentar cazar más cerca del río. Nuestras reservas de alimento se están agotando. Saben que los animales tienen que beber, y que se pondrán al alcance de sus flechas tarde o temprano. Tienen razón, y es posible que encuentren alguna presa. Esta noche dormiremos con la barriga llena, y mañana seguiremos avanzando hacia nuestro objetivo.
Grulla fue el primero en despertar y no tardó mucho en darse cuenta de lo que estaba pasando. Una cruel patada en su costado lo hizo retorcerse de dolor. Ganso y Golondrina despertaron bruscamente por el grito que profirió Grulla, y enseguida se dieron cuenta de que estaban rodeados.
Hombres totalmente pintados de blanco que portaban venablos dispuestos para el ataque ante el más mínimo movimiento de sus presas los amenazaban con gritos y aspavientos. Grulla se incorporó poco a poco recordando lo que tantas veces le había dicho su padre:
«Las apariencias engañan, joven Grulla. Observa a esa zarigüeya y dime cómo actuará ante nuestra presencia».
«Padre, el animal intentará huir primero y, si ve que le es imposible escapar, se hará el muerto para que perdamos interés en él», comentó muy ufano Grulla ante la pregunta de su padre, «solo que no sabe que nosotros lo sabemos y, por tanto, no le servirá de nada», continuó explicando el muchacho.
Su padre quedó satisfecho con la respuesta y, después de unos segundos de silencio, dio una palmada en la espalda del joven y le propuso que, en caso de verse algún día en una situación parecida a la de la zarigüeya, aprendiera de ella y actuara con cautela.
«Los guerreros somos bravos y nos hierve la sangre, pero muchas veces eso conduce a una muerte rápida», continuó explicando. «La mejor estrategia es ganar tiempo siempre que se pueda, pues la ocasión de escapar suele presentarse antes o después».
En ese mismo momento, la zarigüeya salió disparada entre las piernas de Grulla y se perdió en la espesura del bosque rápidamente. Padre e hijo echaron a reír y juraron no decir nada en la choza al respecto; la dignidad del cazador era algo muy importante.
Con las palmas de las manos hacia el cielo como gesto de paz, Grulla pidió calma a los hombres pintados. Intentó explicarles el porqué de su presencia en el páramo y observó con sorpresa que el que parecía mandar en la partida de caza llevaba un amuleto colgado en el cuello que Grulla conocía muy bien: era el colmillo de un gran oso de las cavernas que Zarco, el chamán de la tribu del viento, siempre llevaba al cuello…
Cuando Zar apareció ante la entrada de la choza del jefe, Zarco estaba observando la escena desde lejos parapetado tras una enorme encina y felicitándose porque la primera parte de su plan había funcionado a la perfección después de todo. Lobo que acecha, preocupado sin duda por la suerte de sus hijos, saldría en su busca lo antes posible. «Siempre ha estado muy unido a ellos», pensó Zarco con asco al tiempo que escupía un enorme escupitajo cargado de desprecio contra la choza del jefe. «Seguramente estarán muertos para cuando quiera encontrarlos». El propio Lobo que acecha sería el siguiente en caer, pues ese fue el trato que había hecho con el pueblo de los hombres pintados a cambio de cederles una más que considerable extensión de los territorios de caza que lindaban con el pueblo del viento en cuanto él fuera el nuevo jefe de su tribu.
Lobo que acecha escogió a cinco de sus mejores lobos incluido Zar, que no paraba de moverse inquieto por la tardanza de su amo.
—Tranquilo, Zar, sé perfectamente que los cachorros necesitan ayuda, te he entendido. Déjame que ordene un par de cosas y salimos de inmediato.
Zar escuchó atentamente a su dueño y, cuando este terminó de hablarle, aulló desesperado a la primera luz de la mañana. Después, Lobo que acecha se introdujo en la choza para despedirse de su amada esposa, pero antes se acercó a Negro, uno de sus lobos más viejos, y le susurró unas palabras al oído.
—¡En marcha! —Lobo que acecha azuzó a los cuatro lobos que tiraban del trineo—. ¡Zar, tú mandas!
El trineo salió disparado siguiendo a Zar, que encabezaba la expedición de búsqueda. Selva había rogado a su esposo que se dejara acompañar por algunos de sus cazadores, pero Lobo que acecha se negó. No había tiempo para organizar nada, y no deseaba inquietar al consejo; le harían mil preguntas y le entretendrían con sus ceremonias.
Atravesaron el poblado rápidos como el viento. Las primeras luces de la mañana despuntaban al alba. El hermano viento inundó los sentidos de humanos y lobos colmándolos de felicidad por la sensación de libertad que les producía sentir su agradable saludo en la cara. El trineo pasó muy cerca de la última choza, situada al final del sendero; era el apestoso cubil del chamán. Un sonido seco golpeó contra el tronco de madera que servía para cortar la leña, emplazado en la misma entrada de la rudimentaria vivienda. Una lanza con punta de obsidiana quedo clavada en el mismo tronco por la potencia del brazo de Lobo que acecha anunciando venganza. Zarco vería la lanza de buena mañana y el jefe se complacía en su trineo pensando que sería una manera excelente de recordarle quien manda. Sospechaba que el chamán estaba detrás de aquel extraño asunto. Era una simple partida de exploración la que formó con sus hijos y envió posteriormente para que informaran sobre la situación de la manada. El territorio estaba en paz, y aunque jóvenes, estaban perfectamente preparados; él se había encargado personalmente de que fuese así. Sus hijos debían ser los primeros en dar ejemplo de entrega ante el pueblo al que Lobo que acecha servía con devoción, pero estaban tardando demasiado.
Detuvo el trineo al amparo de una enorme mole de piedra para protegerse del fuerte viento que soplaba en el páramo. El paso del acantilado estaba cerca, y no había encontrado rastros recientes por ningún sitio. Zar continuaba tirando de ellos con impaciencia, pero tenían que descansar o podrían arrepentirse más tarde de no hacerlo. Había que observar ciertas reglas si querías sobrevivir en el páramo y aunque la impaciencia azuzaba su corazón, preparó para el descanso a los animales felicitándolos por el trabajo hecho y se obligó a comer algo y dormir un poco. Solo habían pasado cuatro horas cuando quiso despertar, pero tres lunas desde que salieron del poblado, y aún no había rastro alguno de los tres hermanos. Sin embargo, tenían que estar cerca; lo presentía él y lo presentía Zar, que cada vez se mostraba más inquieto.
Zarco elevó la voz para dirigirse a los ancianos en la asamblea extraordinaria que había convocado.
—¡Los dioses están enojados con el pueblo del viento! Nos consideran unos desagradecidos, y terminarán por castigarnos si no hacemos algo al respecto y pronto. De momento, nuestro amado jefe, Lobo que acecha, y sus tres maravillosos hijos ya han desaparecido. ¿Qué más pruebas necesitáis para comprender lo que está ocurriendo?
—¿Y por qué razón las deidades habrían de estar enfadadas con el pueblo del viento —inquirió el consejero principal con rotundidad—. ¿A qué te refieres, Zarco? ¿Qué es eso que está ocurriendo y que los seres humanos no entendemos? Excepto tú, claro está, que hablas con los dioses.
—Las presencias están enfadadas porque no hemos rendido los honores necesarios por localizar al hermano Caribú. Exigen la mayor de las celebraciones para honrarles por tal acontecimiento. ¡Exigen Packu!
Los ancianos quedaron perplejos ante el anuncio del chamán. El Packu era una celebración que solo tenía lugar en ocasiones muy extraordinarias. Se trataba de la comunión con la naturaleza en agradecimiento a los dioses, y suponía la desinhibición de los sentidos en su máxima expresión: bebida, danza y apareamiento desenfrenado durante un día y una noche. Todos los miembros de la tribu, excepto embarazadas, niños y enfermos, estaban obligados a asistir y participar para no ofender a las deidades.
La voz se corrió por toda la aldea en cuanto Zarco anunció la exigencia divina. Realmente, el chamán se había encargado de que así fuera usando a sus más serviles acólitos para ello. Estos no tardaron en hacer partícipe a toda la tribu del deseo de las divinidades del bosque y del páramo. El grito de ¡Packu! ¡Packu! ¡Packu! se extendió por el poblado, cuyos habitantes fueron reuniéndose poco a poco frente a las puertas de la caverna de ceremonias reclamando el inmediato cumplimiento del mandato de los dioses. El consejo tuvo que rendirse ante la abrumadora petición del pueblo del viento y, finalmente, accedió. El Packu se celebraría pasadas cinco lunas desde su anuncio. Necesitaban tiempo para prepararlo y que resultara agradable a ojos de las entidades del páramo, así que no podría llevarse a cabo esa misma noche, como pretendía el chamán, por mucha prisa que tuvieran dichos dioses y el propio Zarco; al fin y al cabo, la fiesta se celebraría. «Quizá Lobo que acecha llegue a tiempo de parar esta locura», pensó Miku, el consejero principal de la tribu, que empezaba a sospechar de las intenciones del chamán. Lobo que acecha ya le había advertido de que se cuidara del brujo y, lo más importante, también le dijo qué debía hacer en caso de necesitar ayuda urgente contra Zarco o si se presentaba cualquier otra amenaza durante su ausencia. El anciano encaminó sus pasos con decisión en busca de Negro, el lobo más respetado por el jefe de la tribu; debía darle una orden muy concreta.
Por fin, Zar encontró el rastro que buscaban desde hacía días. Habían intentado disimularlo, pero no pasó desapercibido para su diestro olfato de lobo. Las señales indicaban que siete seres humanos viajaban juntos hacia la zona más baja de los acantilados, donde habitaba una de las pequeñas tribus itinerantes que formaban el pueblo de los hombres pintados. Era un pueblo guerrero y ambicioso que siempre había pretendido extender los límites de su territorio de caza, colindante con el del pueblo del viento. Dicho rastro mostraba, además, la presencia de sus hijos entre ellos por el tipo de calzado que usaban. ¡Estaban vivos!
Pasaron seis lunas desde el anuncio de la celebración del Packu, y Miku estaba desolado porque seguía sin tener noticias de su jefe. El asunto se le había ido de las manos, y se vio obligado a intervenir cuando Selva se negó tajantemente a someterse al ritual. Miku ordenó recluirla en su choza hasta que no se presentaran cargos contra ella oficialmente. De otro modo, el chamán podría haberla matado aquella misma noche en su desenfreno. Zarco no había dejado de intentar hacerse con los favores de Selva desde que Lobo que acecha partió en busca de sus hijos. Los rechazos continuos de ella terminaron por desquiciar al chamán cuando, una luna después de la gran celebración, este se introdujo en el interior de la choza del jefe. Selva estaba cepillando su larga melena y el chamán irrumpió en su intimidad; se encontraba desnuda de cintura para arriba. A Zarco le pareció una diosa en todo su esplendor, y no supo retener los impulsos de hacerla suya. Selva se defendió como Lobo que acecha le había enseñado, y le asestó una brutal patada en los genitales. Zarco quedó lívido y encogido ahogándose en su propio dolor durante unos minutos. A continuación, se levantó poco a poco con una mirada feroz en los ojos, momento en que Negro apareció en la entrada con el lomo erizado, gruñendo y mostrando sus enormes colmillos.
—¡No, Negro! El chamán ya se iba. Apártate y déjale pasar, amigo —Zarco abandonó la choza nuevamente humillado; no hacían falta palabras, su expresión lo decía todo.
A la mañana siguiente, el chamán presentó cargos oficialmente contra Selva y solicitó al consejo que se celebrara juicio por falta grave contra los dioses.
El trineo de Lobo que acecha se detuvo en las inmediaciones del poblado de los hombres pintados. Nacían las primeras luces del día y todo estaba en silencio. Un par de centinelas vigilaban el perímetro, y el resto parecía dormir. El jefe desató a los cuatro lobos del trineo, y envió a dos de ellos contra los centinelas. Ambos cayeron bajo las fauces de las bestias, que atenazaron las gargantas de sus víctimas sin darles tiempo a dar la voz de alarma. El poblado estaba formado por cinco chozas, y el jefe del pueblo del viento colocó a un lobo en la entrada de cada una de estas; en caso de que alguien intentara salir de ellas, la orden era matar. Lobo que acecha se introdujo con sigilo en una de las cabañas, y dio gracias a los dioses ya que sus hijos estaban dentro atados de pies y manos pero vivos. Zar, contento por la alegría del encuentro, se rozó contra los chicos a modo de saludo.
—Bien hecho, Zar, sabíamos que podíamos contar contigo —comentó alborozado Grulla al ver a su padre entrar en la choza mientras se llevaba un dedo a los labios solicitando silencio.
Lobo que acecha desató de inmediato a los jóvenes y todos salieron sigilosamente de la cabaña. Se dirigieron al lugar en que el jefe había dejado el trineo y Grulla aprovechó para contar a su padre lo sucedido. La traición de Zarco era patente, pero necesitaban pruebas para demostrarlo. Grulla también indicó a su padre dónde dormía el hombre pintado que llevaba el amuleto de Zarco. El sujeto en cuestión salía de su choza en ese momento con intención de aliviarse la vejiga. Lobo que acecha lo inmovilizó con una presa por la espalda y le dejó inconsciente de un golpe en la cabeza. A continuación, lo maniataron y colocaron como un fardo sobre el trineo. Era hora de partir de vuelta a casa, ya ajustaría cuentas más tarde con el pueblo de los hombres pintados; su única preocupación en ese momento era volver al poblado cuanto antes.
La caverna de ceremonias estaba a rebosar el día del juicio contra Selva. Zarco había tomado la palabra y lanzaba continuas diatribas contra ella y contra el propio Lobo que acecha. El Packu era sagrado y, según el chamán, Selva se había negado a participar. Por otra parte, el jefe también había estado ausente por motivos personales, lo que significaba una doble falta imperdonable ante los dioses. Llegados a este punto, era lógico pensar que, según las palabras de Zarco, el jefe y sus hijos ya hubieran muertos por expreso deseo de las deidades ante semejante ofensa; toda la tribu podía desaparecer si no se hacía pagar a los culpables.
—Los dioses son implacables, pueblo del viento, y debemos sobrevivir—. Selva será despojada de su condición de mujer principal del poblado y desposeída de su espíritu por medio de la invocación de su nombre verdadero.
Nada había más importante para un miembro de la tribu del viento que el secreto de su nombre verdadero. La posesión del nombre verdadero de alguien daba el poder a quien lo tenía para usarlo invocándolo en voz alta y, así, robarle el espíritu, sumiendo a la víctima en el más profundo de los olvidos, lo que le conducirá finalmente a la muerte. Las creencias del pueblo del viento estaban muy arraigadas.
—¡Selva, esposa de Lobo que acecha! —espetó el chamán con cara de pocos amigos—. Has sido encontrada culpable del delito de ofensa contra los dioses y, por ello, se te condena a perder tu espíritu.
El verdadero nombre de la mujer del jefe era Agua de lluvia. Inmediatamente después de que un nuevo niño o niña nacía, las madres del pueblo del viento hacían un signo sobre una hoja seca con tinturas extraídas de algunas plantas. Este signo era la traducción literal del nombre verdadero del recién nacido, y se enterraba en secreto para que nadie pudiera localizarlo nunca, pues con él se guardaba el espíritu del interesado. Zarco, siendo un niño y movido por la curiosidad, había seguido a hurtadillas a la difunta madre de Selva cuando esta fue a enterrar el nombre verdadero de su recién nacida; por tanto, Zarco conocía la clave para destruir el espíritu de Selva.
—¡Que el espíritu de esta mujer caiga para siempre en el olvido, pues así lo desean los dioses! —gritó al cielo el chamán regodeándose en su triunfo.
Mirando fijamente a Selva, Zarco comenzó a pronunciar la primera parte del nombre verdadero de esta:
—¡Agua…! —Selva comenzó a tiritar como un cachorro muerto de frío; el aire empezaba a faltarle y sentía que la vida se le escapaba poco a poco. Zarco espero con deleite unos segundos antes de proseguir.
Justo cuando el chamán se disponía a pronunciar la segunda parte del nombre de Selva y terminar así definitivamente con ella, las siluetas de Lobo que acecha y de sus tres hijos se dibujaron en la entrada de la cueva. Grulla arrastraba un fardo con forma humana tras él. Un murmullo de sorpresa se elevó entre los asistentes a la ceremonia. Una vez situados en el centro de la cueva, todos pudieron ver al hombre pintado que, aún con vida, gemía bajo la presa de Grulla; llevaba un amuleto colgado del cuello que todos en la tribu conocían sobradamente. El jefe se dirigió al chamán:
—¡Deja de hacer daño a mi esposa, maldito traidor, o te mato ahora mismo con mis propias manos! —la voz de Lobo que acecha retumbó gravemente en los oídos de todos los presentes—, Zarco supo con certeza que ya no había salida. Reflexionó un momento y decidió acabar de pronunciar el nombre completo de una Selva que se había encogido sobre sí misma con signos de asfixia; si lo conseguía, al menos habría despojado al jefe de lo que más quería y, para Zarco, sería un pequeño consuelo independientemente de lo que pudiera pasarle después.
El jefe saltó como un felino sobre el chamán cuando se dio cuenta de lo que este pretendía y le asestó una patada tras otra en las costillas. Siguió pateándolo hasta que Zarco reventó por dentro y comenzó a vomitar sangre. Aun así, el chamán casi ahogado en su propio vómito y mirando fijamente a la desfallecida mujer del jefe, intentó terminar de pronunciar la parte final de su nombre verdadero. En ese instante, una enorme figura de color negro atravesó la estancia como una sombra y mordió con rabia la garganta de Zarco hasta arrancársela de cuajo con un sobrecogedor chasquido.
Me llamo Grulla y esta es mi historia. Soy cazador y pertenezco al pueblo del viento. Mi tribu honra a los dioses y a otras entidades divinas que habitan tanto en el espeso bosque como en el páramo. Estas presencias son tan antiguas como el amanecer de los días. Nadie sabe de dónde vinieron, mas no nos hace falta saberlo; lo importante para mi tribu es que están aquí, entre nosotros, el pueblo del viento…
FIN
Me llamo Grulla y esta es mi historia. Soy cazador y pertenezco al pueblo del viento. Mi tribu honra a los dioses y a otras entidades divinas que habitan tanto en el espeso bosque como en el páramo. Estas presencias son tan antiguas como el amanecer de los días. Nadie sabe de dónde vinieron, mas no nos hace falta saberlo; lo importante para mi tribu es que están aquí, entre nosotros, el pueblo del viento…
Zarco, el chamán de la tribu, convocó asamblea hace tres lunas bajo la tutela del consejo de ancianos. El chamán refirió al consejo con todo lujo de detalles el sueño, contacto según él, que había tenido con las entidades divinas que viven en el páramo. El consejo, alborozado por la información que los dioses habían proporcionado al chamán, decidió convocar a su vez a Lobo que acecha, el jefe de la tribu del viento, y a sus tres hijos: yo mismo, Grulla, y mis dos hermanos, Ganso y Golondrina.
Los ancianos nos hicieron sentar alrededor del fuego central de la caverna. Los cantos guturales de reverencia a los dioses inundaron la estancia a nuestra entrada. Uno tras otro, los ancianos comenzaron una lenta danza entorno al fuego imitando los movimientos del hermano caribú. A cada vuelta que daban, el chamán profería un grito nacido de lo más profundo de sus entrañas y, con gesto agresivo, escupía sobre las llamas levantando una densa humareda. Lobo que acecha, como si de un gran tótem labrado en la roca se tratara, parecía inmutable ante la escena. Las gotas de sudor que corrían como ríos sobre su anguloso rostro, robusto cuello y potente pecho daban constancia de que no era una estatua colocada allí previamente para que presidiera la ceremonia. Impertérrito ante la danza, no movía ni un párpado. Mis dos hermanos y yo estábamos asustados. Intentábamos disimular nuestro miedo refugiados en la presencia de mi padre, al que nada parecía afectar. Las sombras bailaban al compás de un grave «tantán» que sonaba de fondo y cuya frecuencia iba incrementándose poco a poco. El humo, producto de la combustión de la madera y de diversas semillas usadas solamente en las ceremonias del consejo, era cada vez más intenso. De repente, todo se detuvo sin previo aviso. Los cantos y la danza cesaron. El «tantán» de fondo calló bruscamente y un ruidoso silencio se instaló en la cueva. Era el turno del chamán.
Lobo que acecha buscó con su mirada la presencia de Zarco, lo que llamó la atención de todos los presentes. El chamán se rebulló en el interior de su abrigo. No le gustaba Lobo que acecha, aunque tenía que aceptarlo, pues era el jefe. Zarco era envidioso por naturaleza. Siempre quiso ser el jefe del pueblo del viento, pero Lobo que acecha se había ganado el puesto tras la muerte del difunto jefe, Tamo, en singular lucha contra otros candidatos, incluido Zarco. Más tarde, el chamán vería cómo la persona a la que tanto aborrecía se unía en pareja con Selva, posiblemente la mujer viento más hermosa que nunca se haya visto entre los suyos. Era codiciada, pero también respetada, por todos los guerreros tanto por su belleza innata como por ser la mujer principal de la tribu; por todos excepto por Zarco, que también la deseaba y no se resignaba a estar sin ella. Realmente nunca se había fijado en Selva, pues solía tener a su disposición todas las hembras que se le antojaran, hasta que Lobo que acecha hizo a la hermosa gacela su mujer. El chamán la vio entonces con otros ojos, y la deseó más que nada en el mundo.
Zarco decidió que tenía que acabar con el jefe de una vez por todas, pero para conseguirlo necesitaba una posición de poder dentro del consejo que en ese momento no tenía. Gracias a unas cuantas argucias, artificiosas todas ellas, y a su capacidad innata para influenciar en las mentes de sus inocentes hermanos de tribu, logró el relevante puesto de chamán del pueblo del viento. No soportaba la presencia de Lobo que acecha, lo odiaba de muerte. Zarco se juró que acabaría con él empezando por quitarle aquello que más amaba: primero, a sus hijos, y después, a la puta.
Todos respetaban a Lobo que acecha, siempre escuchaba y mediaba con justicia en los conflictos de la tribu poniendo a cada uno en su sitio, razonando o por la fuerza. Su palabra era ley. Todos le admiraban por ser como era, y alguno incluso comentaba que Lobo que acecha estaba tocado por la gracia de los dioses y, por ello, la tribu siempre se encontraría bajo la protección de las diferentes deidades; eso le situaba a la altura del propio chamán, cosa que disgustaba enormemente a Zarco.
—Gran jefe Lobo que acecha —comenzó a hablar Miku, consejero principal de la tribu del viento—, los dioses han hablado por boca de Zarco, nuestro chamán, y anuncian que el caribú por fin regresa de su largo viaje. Como bien sabe nuestro respetado jefe, convendría hacer la invocación esta misma noche. Zarco dice estar preparado, solo necesitamos que autorices la ceremonia y convoques a tus mejores hombres. Es hora de cazar y alimentar a tu pueblo.
Lobo que acecha sopesó la situación y accedió a la propuesta del consejo pero puso una condición. Antes de convocar a las tribus del pueblo del viento para la gran cacería se enviaría una partida de exploración para confirmar la localización de la manada.
Hace tres lunas que por orden de mi padre abandoné la tribu en busca del gran rebaño acompañado por mis dos hermanos y Zar, uno de los mejores lobos domesticados de la tribu. Al final de la ceremonia de invocación, Zarco había dicho entre convulsiones que el hermano caribú acudiría a la llamada y que podríamos localizarlos en el paso próximo a los acantilados. Deberemos regresar de inmediato y avisar a la tribu en cuanto los encontremos. Lobo que acecha no estaba dispuesto a movilizar a todo un pueblo solo porque el chamán se hubiera hartado de setas.
—Amado esposo, ¿por qué recelas tanto de Zarco? Debes concederle una oportunidad. Después de todo, es el chamán del pueblo del viento y deberías respetar eso, ¿no crees?
Selva inquirió a su esposo mientras este la observaba embelesado por su belleza. Las curvas de Selva eran las de una gacela; sus ojos, rasgados y oscuros como los de un antílope. Su espalda infinita se cubría con una melena morena que le llegaba hasta la cintura, aunque solía llevar el cabello recogido en una trenza para no engancharse entre los arbustos cuando recolectaba frutos silvestres y realizaba otros trabajos a diario para cuidar de su tribu. Lobo que acecha jamás se sentía más feliz y agraciado por los dioses que cuando tenía a Selva entre sus brazos, la amaba profundamente.
—Selva es muy inocente —contestó Lobo que acecha mientras acariciaba el rostro de su mujer con ternura—. Zarco es rencoroso y mala persona. Nada le gustaría más que verme muerto y hacerse con el poder amparado en esas supuestas artes mágicas que tanto asustan al pueblo del viento; lo sabe y lo usa en su propio interés. Es pronto para que el caribú regrese de su largo viaje, pero no puedo ponerme en contra del consejo, así que actuaremos con prudencia. Selva, solo soy un hombre que vive su realidad y observa. De esa realidad y esa observación, extraigo conclusiones que me hacen pensar en por qué pasan las cosas. No estoy tocado por los dioses, solo intento entenderlos a través de lo que veo. Soy curioso por naturaleza, y te sorprenderías de lo simple que es todo muchas veces. Créeme cuando te digo que Zarco hará cuanto pueda para destruirme, pero eso no ha de preocuparte, porque le vigilo muy de cerca; tanto que ni él mismo se lo imagina.
Lobo que acecha quedó sumido en un profundo silencio recordando el pasado y reflexionando sobre el odio que Zarco le tenía desde que se conocían. Nunca supo por qué o qué dio lugar a ello, pero así fue siempre. Recordó, no sabía bien por qué en ese momento, aquella ocasión, siendo muy jóvenes todavía, en la que Zarco se opuso con la vehemencia de un loco a la domesticación de los lobos aduciendo que eran hijos de espíritus oscuros y contaminarían a la tribu. Sucedió hacía ya mucho tiempo, no sabría decir bien cuántas manos desde entonces, que Lobo que acecha conoció a un viajero que transitaba por el páramo, cosa bastante común por otra parte, pues el territorio del pueblo del viento abarcaba una gran zona de paso obligado para los viajeros. Lo que atrajo su atención sobre este hombre fue que le acompañaba un lobo. El joven Lobo que acecha, quedó fascinado ante lo que sus ojos vieron; al fin y al cabo, se trataba del animal que su propio tótem representaba. La bestia obedecía todas las órdenes que su dueño le daba. Era sorprendente, jamás se había visto tal cosa entre los suyos. Después de ganarse la confianza del viajero, le ofreció la hospitalidad de su tribu y aquel pasó una larga temporada en el poblado junto con su lobo. Al principio, todos se asustaron al verlos llegar, pues no creían lo que sus ojos se empeñaban en mostrarles: un lobo que caminaba con hombres y que obedecía todas las órdenes sin atacar. «Cosa de magia negra, sin duda», alegó Zarco cuando apareció instigando a todo el que pudo contra Lobo que acecha, el viajero y su terrible animal. En ese momento, el viajero, que respondía al nombre de Torka, se puso en cuclillas a la altura del animal. Con susurros y varios gestos de la mano, le ordenó esperarle en las afueras del poblado, le dio permiso para cazar y le indicó que, de paso, explorara la zona a su libre albedrío. Sin embargo, debía estar en ese mismo sitio a la mañana siguiente para recibir nuevas instrucciones.
Lobo que acecha pensó que aquel hombre estaba loco a causa del mal de los dioses, pues era imposible aceptar la manera en que se dirigía al animal y que este le entendiera. El caso es que, al día siguiente, el lobo se encontraba donde se le había ordenado. En ese momento, Lobo que acecha dio crédito al viajero y le pidió que le enseñara a hacerlo. Con el tiempo, consiguió hacerse con una pareja de lobeznos en una incursión de caza. Puso en práctica lo que Torka había enseñado, y lo hizo con tanto empeño que, con el tiempo, la tribu del viento contó con una jauría de lobos domesticados que, tras un adecuado adiestramiento, acompañaba a los guerreros en sus partidas de caza y protegía el perímetro del poblado el resto del tiempo. Lobo que acecha no quería animales de compañía, sino ayudantes eficaces para conseguir el sustento de la tribu a cambio de un trato justo.
Grulla alzó la mirada de la pequeña lumbre de campamento y observó a su alrededor comentando para sus hermanos.
—El invierno está siendo muy frío y la nieve cubre todo lo que la vista alcanza, pero no desesperamos, los encontraremos hermanos. La manada debe de haberse movido de sitio, aunque lo curioso es que no hemos encontrado rastro alguno de ella. Tendremos que avanzar más hacia el otro lado del paso hasta localizarlos. El viento sopla desde el este y trae a mi olfato olores de todo tipo; tenemos que concentrarnos en el que nos interesa. El hermano caribú aguarda, y no debemos hacerle esperar.
Ganso y Golondrina han decidido intentar cazar más cerca del río. Nuestras reservas de alimento se están agotando. Saben que los animales tienen que beber, y que se pondrán al alcance de sus flechas tarde o temprano. Tienen razón, y es posible que encuentren alguna presa. Esta noche dormiremos con la barriga llena, y mañana seguiremos avanzando hacia nuestro objetivo.
Grulla fue el primero en despertar y no tardó mucho en darse cuenta de lo que estaba pasando. Una cruel patada en su costado lo hizo retorcerse de dolor. Ganso y Golondrina despertaron bruscamente por el grito que profirió Grulla, y enseguida se dieron cuenta de que estaban rodeados.
Hombres totalmente pintados de blanco que portaban venablos dispuestos para el ataque ante el más mínimo movimiento de sus presas los amenazaban con gritos y aspavientos. Grulla se incorporó poco a poco recordando lo que tantas veces le había dicho su padre:
«Las apariencias engañan, joven Grulla. Observa a esa zarigüeya y dime cómo actuará ante nuestra presencia».
«Padre, el animal intentará huir primero y, si ve que le es imposible escapar, se hará el muerto para que perdamos interés en él», comentó muy ufano Grulla ante la pregunta de su padre, «solo que no sabe que nosotros lo sabemos y, por tanto, no le servirá de nada», continuó explicando el muchacho.
Su padre quedó satisfecho con la respuesta y, después de unos segundos de silencio, dio una palmada en la espalda del joven y le propuso que, en caso de verse algún día en una situación parecida a la de la zarigüeya, aprendiera de ella y actuara con cautela.
«Los guerreros somos bravos y nos hierve la sangre, pero muchas veces eso conduce a una muerte rápida», continuó explicando. «La mejor estrategia es ganar tiempo siempre que se pueda, pues la ocasión de escapar suele presentarse antes o después».
En ese mismo momento, la zarigüeya salió disparada entre las piernas de Grulla y se perdió en la espesura del bosque rápidamente. Padre e hijo echaron a reír y juraron no decir nada en la choza al respecto; la dignidad del cazador era algo muy importante.
Con las palmas de las manos hacia el cielo como gesto de paz, Grulla pidió calma a los hombres pintados. Intentó explicarles el porqué de su presencia en el páramo y observó con sorpresa que el que parecía mandar en la partida de caza llevaba un amuleto colgado en el cuello que Grulla conocía muy bien: era el colmillo de un gran oso de las cavernas que Zarco, el chamán de la tribu del viento, siempre llevaba al cuello…
Cuando Zar apareció ante la entrada de la choza del jefe, Zarco estaba observando la escena desde lejos parapetado tras una enorme encina y felicitándose porque la primera parte de su plan había funcionado a la perfección después de todo. Lobo que acecha, preocupado sin duda por la suerte de sus hijos, saldría en su busca lo antes posible. «Siempre ha estado muy unido a ellos», pensó Zarco con asco al tiempo que escupía un enorme escupitajo cargado de desprecio contra la choza del jefe. «Seguramente estarán muertos para cuando quiera encontrarlos». El propio Lobo que acecha sería el siguiente en caer, pues ese fue el trato que había hecho con el pueblo de los hombres pintados a cambio de cederles una más que considerable extensión de los territorios de caza que lindaban con el pueblo del viento en cuanto él fuera el nuevo jefe de su tribu.
Lobo que acecha escogió a cinco de sus mejores lobos incluido Zar, que no paraba de moverse inquieto por la tardanza de su amo.
—Tranquilo, Zar, sé perfectamente que los cachorros necesitan ayuda, te he entendido. Déjame que ordene un par de cosas y salimos de inmediato.
Zar escuchó atentamente a su dueño y, cuando este terminó de hablarle, aulló desesperado a la primera luz de la mañana. Después, Lobo que acecha se introdujo en la choza para despedirse de su amada esposa, pero antes se acercó a Negro, uno de sus lobos más viejos, y le susurró unas palabras al oído.
—¡En marcha! —Lobo que acecha azuzó a los cuatro lobos que tiraban del trineo—. ¡Zar, tú mandas!
El trineo salió disparado siguiendo a Zar, que encabezaba la expedición de búsqueda. Selva había rogado a su esposo que se dejara acompañar por algunos de sus cazadores, pero Lobo que acecha se negó. No había tiempo para organizar nada, y no deseaba inquietar al consejo; le harían mil preguntas y le entretendrían con sus ceremonias.
Atravesaron el poblado rápidos como el viento. Las primeras luces de la mañana despuntaban al alba. El hermano viento inundó los sentidos de humanos y lobos colmándolos de felicidad por la sensación de libertad que les producía sentir su agradable saludo en la cara. El trineo pasó muy cerca de la última choza, situada al final del sendero; era el apestoso cubil del chamán. Un sonido seco golpeó contra el tronco de madera que servía para cortar la leña, emplazado en la misma entrada de la rudimentaria vivienda. Una lanza con punta de obsidiana quedo clavada en el mismo tronco por la potencia del brazo de Lobo que acecha anunciando venganza. Zarco vería la lanza de buena mañana y el jefe se complacía en su trineo pensando que sería una manera excelente de recordarle quien manda. Sospechaba que el chamán estaba detrás de aquel extraño asunto. Era una simple partida de exploración la que formó con sus hijos y envió posteriormente para que informaran sobre la situación de la manada. El territorio estaba en paz, y aunque jóvenes, estaban perfectamente preparados; él se había encargado personalmente de que fuese así. Sus hijos debían ser los primeros en dar ejemplo de entrega ante el pueblo al que Lobo que acecha servía con devoción, pero estaban tardando demasiado.
Detuvo el trineo al amparo de una enorme mole de piedra para protegerse del fuerte viento que soplaba en el páramo. El paso del acantilado estaba cerca, y no había encontrado rastros recientes por ningún sitio. Zar continuaba tirando de ellos con impaciencia, pero tenían que descansar o podrían arrepentirse más tarde de no hacerlo. Había que observar ciertas reglas si querías sobrevivir en el páramo y aunque la impaciencia azuzaba su corazón, preparó para el descanso a los animales felicitándolos por el trabajo hecho y se obligó a comer algo y dormir un poco. Solo habían pasado cuatro horas cuando quiso despertar, pero tres lunas desde que salieron del poblado, y aún no había rastro alguno de los tres hermanos. Sin embargo, tenían que estar cerca; lo presentía él y lo presentía Zar, que cada vez se mostraba más inquieto.
Zarco elevó la voz para dirigirse a los ancianos en la asamblea extraordinaria que había convocado.
—¡Los dioses están enojados con el pueblo del viento! Nos consideran unos desagradecidos, y terminarán por castigarnos si no hacemos algo al respecto y pronto. De momento, nuestro amado jefe, Lobo que acecha, y sus tres maravillosos hijos ya han desaparecido. ¿Qué más pruebas necesitáis para comprender lo que está ocurriendo?
—¿Y por qué razón las deidades habrían de estar enfadadas con el pueblo del viento —inquirió el consejero principal con rotundidad—. ¿A qué te refieres, Zarco? ¿Qué es eso que está ocurriendo y que los seres humanos no entendemos? Excepto tú, claro está, que hablas con los dioses.
—Las presencias están enfadadas porque no hemos rendido los honores necesarios por localizar al hermano Caribú. Exigen la mayor de las celebraciones para honrarles por tal acontecimiento. ¡Exigen Packu!
Los ancianos quedaron perplejos ante el anuncio del chamán. El Packu era una celebración que solo tenía lugar en ocasiones muy extraordinarias. Se trataba de la comunión con la naturaleza en agradecimiento a los dioses, y suponía la desinhibición de los sentidos en su máxima expresión: bebida, danza y apareamiento desenfrenado durante un día y una noche. Todos los miembros de la tribu, excepto embarazadas, niños y enfermos, estaban obligados a asistir y participar para no ofender a las deidades.
La voz se corrió por toda la aldea en cuanto Zarco anunció la exigencia divina. Realmente, el chamán se había encargado de que así fuera usando a sus más serviles acólitos para ello. Estos no tardaron en hacer partícipe a toda la tribu del deseo de las divinidades del bosque y del páramo. El grito de ¡Packu! ¡Packu! ¡Packu! se extendió por el poblado, cuyos habitantes fueron reuniéndose poco a poco frente a las puertas de la caverna de ceremonias reclamando el inmediato cumplimiento del mandato de los dioses. El consejo tuvo que rendirse ante la abrumadora petición del pueblo del viento y, finalmente, accedió. El Packu se celebraría pasadas cinco lunas desde su anuncio. Necesitaban tiempo para prepararlo y que resultara agradable a ojos de las entidades del páramo, así que no podría llevarse a cabo esa misma noche, como pretendía el chamán, por mucha prisa que tuvieran dichos dioses y el propio Zarco; al fin y al cabo, la fiesta se celebraría. «Quizá Lobo que acecha llegue a tiempo de parar esta locura», pensó Miku, el consejero principal de la tribu, que empezaba a sospechar de las intenciones del chamán. Lobo que acecha ya le había advertido de que se cuidara del brujo y, lo más importante, también le dijo qué debía hacer en caso de necesitar ayuda urgente contra Zarco o si se presentaba cualquier otra amenaza durante su ausencia. El anciano encaminó sus pasos con decisión en busca de Negro, el lobo más respetado por el jefe de la tribu; debía darle una orden muy concreta.
Por fin, Zar encontró el rastro que buscaban desde hacía días. Habían intentado disimularlo, pero no pasó desapercibido para su diestro olfato de lobo. Las señales indicaban que siete seres humanos viajaban juntos hacia la zona más baja de los acantilados, donde habitaba una de las pequeñas tribus itinerantes que formaban el pueblo de los hombres pintados. Era un pueblo guerrero y ambicioso que siempre había pretendido extender los límites de su territorio de caza, colindante con el del pueblo del viento. Dicho rastro mostraba, además, la presencia de sus hijos entre ellos por el tipo de calzado que usaban. ¡Estaban vivos!
Pasaron seis lunas desde el anuncio de la celebración del Packu, y Miku estaba desolado porque seguía sin tener noticias de su jefe. El asunto se le había ido de las manos, y se vio obligado a intervenir cuando Selva se negó tajantemente a someterse al ritual. Miku ordenó recluirla en su choza hasta que no se presentaran cargos contra ella oficialmente. De otro modo, el chamán podría haberla matado aquella misma noche en su desenfreno. Zarco no había dejado de intentar hacerse con los favores de Selva desde que Lobo que acecha partió en busca de sus hijos. Los rechazos continuos de ella terminaron por desquiciar al chamán cuando, una luna después de la gran celebración, este se introdujo en el interior de la choza del jefe. Selva estaba cepillando su larga melena y el chamán irrumpió en su intimidad; se encontraba desnuda de cintura para arriba. A Zarco le pareció una diosa en todo su esplendor, y no supo retener los impulsos de hacerla suya. Selva se defendió como Lobo que acecha le había enseñado, y le asestó una brutal patada en los genitales. Zarco quedó lívido y encogido ahogándose en su propio dolor durante unos minutos. A continuación, se levantó poco a poco con una mirada feroz en los ojos, momento en que Negro apareció en la entrada con el lomo erizado, gruñendo y mostrando sus enormes colmillos.
—¡No, Negro! El chamán ya se iba. Apártate y déjale pasar, amigo —Zarco abandonó la choza nuevamente humillado; no hacían falta palabras, su expresión lo decía todo.
A la mañana siguiente, el chamán presentó cargos oficialmente contra Selva y solicitó al consejo que se celebrara juicio por falta grave contra los dioses.
El trineo de Lobo que acecha se detuvo en las inmediaciones del poblado de los hombres pintados. Nacían las primeras luces del día y todo estaba en silencio. Un par de centinelas vigilaban el perímetro, y el resto parecía dormir. El jefe desató a los cuatro lobos del trineo, y envió a dos de ellos contra los centinelas. Ambos cayeron bajo las fauces de las bestias, que atenazaron las gargantas de sus víctimas sin darles tiempo a dar la voz de alarma. El poblado estaba formado por cinco chozas, y el jefe del pueblo del viento colocó a un lobo en la entrada de cada una de estas; en caso de que alguien intentara salir de ellas, la orden era matar. Lobo que acecha se introdujo con sigilo en una de las cabañas, y dio gracias a los dioses ya que sus hijos estaban dentro atados de pies y manos pero vivos. Zar, contento por la alegría del encuentro, se rozó contra los chicos a modo de saludo.
—Bien hecho, Zar, sabíamos que podíamos contar contigo —comentó alborozado Grulla al ver a su padre entrar en la choza mientras se llevaba un dedo a los labios solicitando silencio.
Lobo que acecha desató de inmediato a los jóvenes y todos salieron sigilosamente de la cabaña. Se dirigieron al lugar en que el jefe había dejado el trineo y Grulla aprovechó para contar a su padre lo sucedido. La traición de Zarco era patente, pero necesitaban pruebas para demostrarlo. Grulla también indicó a su padre dónde dormía el hombre pintado que llevaba el amuleto de Zarco. El sujeto en cuestión salía de su choza en ese momento con intención de aliviarse la vejiga. Lobo que acecha lo inmovilizó con una presa por la espalda y le dejó inconsciente de un golpe en la cabeza. A continuación, lo maniataron y colocaron como un fardo sobre el trineo. Era hora de partir de vuelta a casa, ya ajustaría cuentas más tarde con el pueblo de los hombres pintados; su única preocupación en ese momento era volver al poblado cuanto antes.
La caverna de ceremonias estaba a rebosar el día del juicio contra Selva. Zarco había tomado la palabra y lanzaba continuas diatribas contra ella y contra el propio Lobo que acecha. El Packu era sagrado y, según el chamán, Selva se había negado a participar. Por otra parte, el jefe también había estado ausente por motivos personales, lo que significaba una doble falta imperdonable ante los dioses. Llegados a este punto, era lógico pensar que, según las palabras de Zarco, el jefe y sus hijos ya hubieran muertos por expreso deseo de las deidades ante semejante ofensa; toda la tribu podía desaparecer si no se hacía pagar a los culpables.
—Los dioses son implacables, pueblo del viento, y debemos sobrevivir—. Selva será despojada de su condición de mujer principal del poblado y desposeída de su espíritu por medio de la invocación de su nombre verdadero.
Nada había más importante para un miembro de la tribu del viento que el secreto de su nombre verdadero. La posesión del nombre verdadero de alguien daba el poder a quien lo tenía para usarlo invocándolo en voz alta y, así, robarle el espíritu, sumiendo a la víctima en el más profundo de los olvidos, lo que le conducirá finalmente a la muerte. Las creencias del pueblo del viento estaban muy arraigadas.
—¡Selva, esposa de Lobo que acecha! —espetó el chamán con cara de pocos amigos—. Has sido encontrada culpable del delito de ofensa contra los dioses y, por ello, se te condena a perder tu espíritu.
El verdadero nombre de la mujer del jefe era Agua de lluvia. Inmediatamente después de que un nuevo niño o niña nacía, las madres del pueblo del viento hacían un signo sobre una hoja seca con tinturas extraídas de algunas plantas. Este signo era la traducción literal del nombre verdadero del recién nacido, y se enterraba en secreto para que nadie pudiera localizarlo nunca, pues con él se guardaba el espíritu del interesado. Zarco, siendo un niño y movido por la curiosidad, había seguido a hurtadillas a la difunta madre de Selva cuando esta fue a enterrar el nombre verdadero de su recién nacida; por tanto, Zarco conocía la clave para destruir el espíritu de Selva.
—¡Que el espíritu de esta mujer caiga para siempre en el olvido, pues así lo desean los dioses! —gritó al cielo el chamán regodeándose en su triunfo.
Mirando fijamente a Selva, Zarco comenzó a pronunciar la primera parte del nombre verdadero de esta:
—¡Agua…! —Selva comenzó a tiritar como un cachorro muerto de frío; el aire empezaba a faltarle y sentía que la vida se le escapaba poco a poco. Zarco espero con deleite unos segundos antes de proseguir.
Justo cuando el chamán se disponía a pronunciar la segunda parte del nombre de Selva y terminar así definitivamente con ella, las siluetas de Lobo que acecha y de sus tres hijos se dibujaron en la entrada de la cueva. Grulla arrastraba un fardo con forma humana tras él. Un murmullo de sorpresa se elevó entre los asistentes a la ceremonia. Una vez situados en el centro de la cueva, todos pudieron ver al hombre pintado que, aún con vida, gemía bajo la presa de Grulla; llevaba un amuleto colgado del cuello que todos en la tribu conocían sobradamente. El jefe se dirigió al chamán:
—¡Deja de hacer daño a mi esposa, maldito traidor, o te mato ahora mismo con mis propias manos! —la voz de Lobo que acecha retumbó gravemente en los oídos de todos los presentes—, Zarco supo con certeza que ya no había salida. Reflexionó un momento y decidió acabar de pronunciar el nombre completo de una Selva que se había encogido sobre sí misma con signos de asfixia; si lo conseguía, al menos habría despojado al jefe de lo que más quería y, para Zarco, sería un pequeño consuelo independientemente de lo que pudiera pasarle después.
El jefe saltó como un felino sobre el chamán cuando se dio cuenta de lo que este pretendía y le asestó una patada tras otra en las costillas. Siguió pateándolo hasta que Zarco reventó por dentro y comenzó a vomitar sangre. Aun así, el chamán casi ahogado en su propio vómito y mirando fijamente a la desfallecida mujer del jefe, intentó terminar de pronunciar la parte final de su nombre verdadero. En ese instante, una enorme figura de color negro atravesó la estancia como una sombra y mordió con rabia la garganta de Zarco hasta arrancársela de cuajo con un sobrecogedor chasquido.
Me llamo Grulla y esta es mi historia. Soy cazador y pertenezco al pueblo del viento. Mi tribu honra a los dioses y a otras entidades divinas que habitan tanto en el espeso bosque como en el páramo. Estas presencias son tan antiguas como el amanecer de los días. Nadie sabe de dónde vinieron, mas no nos hace falta saberlo; lo importante para mi tribu es que están aquí, entre nosotros, el pueblo del viento…
FIN