Encierro. El feliz instante en el que consiga odiarte Elulti
Publicado: 29 Jun 2015 09:35
El feliz instante en el que consiga odiarte.
No escribió la primera carta hasta tres días después. Los tres días que necesitó para asumir su derrota, su pérdida, y olvidar que es lo que había provocado aquella reacción en él. Y el contenido de aquella primera carta era como sus sentimientos: un sinsentido, una maraña de palabras que habían perdido su significado y que ya no eran más que un burdo intento de perdón.
Esperó durante días una respuesta que nunca llegaría. Ni siquiera un “olvídame para siempre”. Y eso era lo que más le dolía; aquella indiferencia que le hacía pensar que, en el fondo, no había significado nada para él, que todo había sido una relación que ambas partes la habían entendido de maneras diferentes y que todas las palabras que le susurraba al oído no eran más que una estratagema para conseguir de ella todo lo que le pidiera. Y así parecía ser.
Durante meses, habían mantenido una relación que buceaba entre la amistad, el sexo y una relación imposible. Durante meses, ambos sabían qué era lo que podían conseguir del otro y lo que les aportaba su historia. Por lo menos por parte de ella, que se negaba a asumir que no podía conseguir nada más que lo que tenía y que, intentando romper algo que sabía invulnerable, no había provocado otra cosa que quebrar el débil hilo que los unía.
Una semana después de la primera carta envió la segunda. Más serena que la primera, pero más llena de rencor. Ahora no le pedía perdón por algo que no había hecho, sino que le preguntaba si, a pesar de que para él aquello no había sido más que algo trivial, un entretenimiento sin más que probablemente mantenía con otras mujeres, había algo de verdad en su relación. Si no todo era fingido para conseguir bajarle las bragas o si aquellas tardes en las que no había sexo y se las pasaban hablando durante horas le había contado alguna verdad.
Aquella segunda carta tampoco obtuvo respuesta. Así que le escribió una tercera solo para preguntarle si, por lo menos, había leído las anteriores. Y la respuesta fue “no”. Un simple “no. Toda una página en blanco con la palabra “No” escrita con bolígrafo azul y repasando varias veces cada trazo para que quedara bien marcada la tinta sobre el papel. Y se puso a llorar. No podía creer que su relación terminara así, con esa indiferencia, de esa forma tan fría y mezquina de destrozar sus sentimientos. Y, cada noche, la observa durante horas, lo que le hace llorar hasta que los ojos se le irritan tanto que tiene que usar un colirio. Sabe lo que significa la carta: que ya todo es imposible; pero se niega a creerlo. Así, esa carta es el único recuerdo que guarda de él.
Después de aquello, pasaron varias semanas en las que el sentido común le decía que tenía que olvidar, pero ella se niega por completo. No sabe olvidar y tampoco se plantea aprender a hacerlo. Hasta ahora que han pasado varios meses sin que haya habido ningún tipo de comunicación entre ambos, cada vez que piensa incluso en el momento más breve entre ambos, siente como se le acelera el corazón. Lo malo es que no le hace sentir mal, sino más bien todo lo contrario. Solo pensar en su recuerdo, a pesar de ser todo hipocresía, le hace sonreír. Y ahora, escribe la cuarta y última carta para darle las gracias por haberla hecho tan feliz, por haber conseguido sacarla del pozo en el que se encontraba, por haber conseguido hacer de ella una persona mejor y que nadie jamás conseguiría que sintiera lo mismo que había sentido, que siente, por él.
Pero esa carta se quedará escondida en el fondo de algún cajón donde nadie jamás consiga leerla.
No escribió la primera carta hasta tres días después. Los tres días que necesitó para asumir su derrota, su pérdida, y olvidar que es lo que había provocado aquella reacción en él. Y el contenido de aquella primera carta era como sus sentimientos: un sinsentido, una maraña de palabras que habían perdido su significado y que ya no eran más que un burdo intento de perdón.
Esperó durante días una respuesta que nunca llegaría. Ni siquiera un “olvídame para siempre”. Y eso era lo que más le dolía; aquella indiferencia que le hacía pensar que, en el fondo, no había significado nada para él, que todo había sido una relación que ambas partes la habían entendido de maneras diferentes y que todas las palabras que le susurraba al oído no eran más que una estratagema para conseguir de ella todo lo que le pidiera. Y así parecía ser.
Durante meses, habían mantenido una relación que buceaba entre la amistad, el sexo y una relación imposible. Durante meses, ambos sabían qué era lo que podían conseguir del otro y lo que les aportaba su historia. Por lo menos por parte de ella, que se negaba a asumir que no podía conseguir nada más que lo que tenía y que, intentando romper algo que sabía invulnerable, no había provocado otra cosa que quebrar el débil hilo que los unía.
Una semana después de la primera carta envió la segunda. Más serena que la primera, pero más llena de rencor. Ahora no le pedía perdón por algo que no había hecho, sino que le preguntaba si, a pesar de que para él aquello no había sido más que algo trivial, un entretenimiento sin más que probablemente mantenía con otras mujeres, había algo de verdad en su relación. Si no todo era fingido para conseguir bajarle las bragas o si aquellas tardes en las que no había sexo y se las pasaban hablando durante horas le había contado alguna verdad.
Aquella segunda carta tampoco obtuvo respuesta. Así que le escribió una tercera solo para preguntarle si, por lo menos, había leído las anteriores. Y la respuesta fue “no”. Un simple “no. Toda una página en blanco con la palabra “No” escrita con bolígrafo azul y repasando varias veces cada trazo para que quedara bien marcada la tinta sobre el papel. Y se puso a llorar. No podía creer que su relación terminara así, con esa indiferencia, de esa forma tan fría y mezquina de destrozar sus sentimientos. Y, cada noche, la observa durante horas, lo que le hace llorar hasta que los ojos se le irritan tanto que tiene que usar un colirio. Sabe lo que significa la carta: que ya todo es imposible; pero se niega a creerlo. Así, esa carta es el único recuerdo que guarda de él.
Después de aquello, pasaron varias semanas en las que el sentido común le decía que tenía que olvidar, pero ella se niega por completo. No sabe olvidar y tampoco se plantea aprender a hacerlo. Hasta ahora que han pasado varios meses sin que haya habido ningún tipo de comunicación entre ambos, cada vez que piensa incluso en el momento más breve entre ambos, siente como se le acelera el corazón. Lo malo es que no le hace sentir mal, sino más bien todo lo contrario. Solo pensar en su recuerdo, a pesar de ser todo hipocresía, le hace sonreír. Y ahora, escribe la cuarta y última carta para darle las gracias por haberla hecho tan feliz, por haber conseguido sacarla del pozo en el que se encontraba, por haber conseguido hacer de ella una persona mejor y que nadie jamás conseguiría que sintiera lo mismo que había sentido, que siente, por él.
Pero esa carta se quedará escondida en el fondo de algún cajón donde nadie jamás consiga leerla.