CI 1 - Un trébol de cuatro hojas - Selin
Publicado: 15 Oct 2015 14:32
UN TRÉBOL DE CUATRO HOJAS
Rosina había ido con sus padres hasta una fuente que había cerca de donde vivían. Estaba situada al fondo de una pequeña hondonada, en un paraje natural de lomas y prados, separado de la ciudad por una carretera que bordeaba las últimas casas.
Mientras esperaban para que les llegase su turno para llenar las garrafas, había aprovechado para jugar y saltar por la zona alrededor de la fuente y que estaba acondicionada como merendero.
Ya lo tenía todo visto y todavía estarían un rato más. Empezaba a aburrirse, cuando vio que, entre unos árboles de los que rodeaban la explanada, se abría un sendero. No lo recordaba de otras veces que habían venido y sintió curiosidad.
Conforme se acercaba, escuchó la voz de su madre:
—¡Rosina! ¿Dónde vas?
—Por aquí, mamá, a ver las flores.
—Vale, pero quédate cerca que yo te vea.
—Sí, mamá.
Nada más contestó, Rosina siguió con su atención puesta en las plantas y las flores, que rellenaban cada hueco, cada rincón donde miraba.
Poco a poco, avanzó en su exploración, ensimismada en lo maravilloso que era aquel lugar para ella. Rosina bajó la mirada, atraída por el fugaz movimiento de unas alas a ras de suelo, y se fijó en que estaba tapizado de tréboles.
Se agachó en cuclillas y pasó la mano por la suave superficie que formaba aquella alfombra verde. Era una sensación refrescante por la ligera humedad del rocío que todavía permanecía en las hojas.
De pronto su mirada se posó en un trébol de cuatro hojas. ¡Qué suerte había tenido!
Acercó su mano para llevárselo, pero cuando llegaba a tocarlo...
—¡Espera, por favor!
Rosina estaba segura de que un momento antes no había nadie y se sobresaltó, retrocediendo un par de pasos.
—Perdona, no pretendía asustarte.
Nunca antes había visto alguien semejante. Bueno, sí, pero solamente en algún libro. Era menuda, brillante y su sonrisa le hizo sentir bien, muy tranquila.
—¿Quién eres? —preguntó Rosina.
—Soy Taliana.
—Yo me llamo Rosina —aún quería saber algo más y continuó—. ¿Pero...?
—Sí, soy un hada, ¿no habías visto ninguna antes?
—Pues..., en dibujos, nada más. ¿Qué haces aquí?
—Este es nuestro hogar y lo cuidamos, por eso te detuve cuando querías llevarte el trébol de cuatro hojas.
—A mí me gustaba...
—A mí también, pero sólo hay uno. Si te lo llevas, no quedará ninguno.
—Pero crecerán otros, ¿no?
—Es posible. Eso no lo sabemos.
—¿Y si viene alguien, otro niño y se lo lleva? —Rosina intentaba razonar con el hada, pues pensaba que si no era ella, habría alguien que sí lo cogería—. Ahora estabas aquí, ¿y si no estás la próxima vez?
—El sendero nada más está abierto cuando lo podemos vigilar —Taliana revoloteó a su lado—. Y solamente cuando se acerca alguien como tú, que nos puedes ver.
Rosina hubiese querido sentirse especial al oír esas palabras, no obstante en su interior no se consideraba diferente a las demás niñas. Ahora bien, le parecía que había algún significado escondido en lo que decía el hada. ¿Qué sería?
—¿Entonces es que me esperabas o me has visto venir?
—Sí, eso es, algo así —Taliana sonreía con picardía.
—Y has aparecido cuando he ido a coger el trébol.
—Mi misión es cuidarlo.
—¿Y si no lo hubiese visto? ¿No habrías aparecido?
—Estaba segura de que lo verías, siempre ocurre así.
Ahora Rosina quedó algo confundida, pues eso representaba que cada vez venía alguien, veía el trébol, pero nadie se lo llevaba. ¿Cuánto tiempo dura un trébol?
—No lo entiendo. Me dejas ver el trébol y cuando quiero llevármelo, no me dejas. ¿Por qué haces eso?
Taliana se posó muy cerca del trébol de cuatro hojas y lo señaló con la mano.
—Si te llevas este trébol, te llevarás una pizca de suerte contigo, pero la plantita se secará y ya no dará más suerte. Eso si lo comprendes, ¿verdad?
—Bueno, sí, pero claro...
—Mira más de cerca, ¿ves esos puntitos oscuros, los de color marrón rojizo? Ven, acércate más, son muy pequeños.
Rosina se agachó hasta casi tocar el trébol con la punta de la nariz. Los vio. Había un par donde se unían las hojas del trébol. Unos pocos más en tierra, justo al lado.
—¿Qué son?
—Semillas. Si las plantas, crecerán tréboles y algunos tendrán cuatro hojas.
—Son muy pequeñas, ¿cómo me las podré llevar?
Taliana le ofreció un pequeño saquito de una tela blanquecina y muy suave.
—Toma, estas las he escogido yo misma para ti.
Rosina abrió su mano y notó como se le pegaba en la palma.
—¡Se me ha pegado! ¿De qué está hecho?
—Lo ha tejido una araña. No te asustes, no hay por aquí ninguna que quiera hacerte daño. Y al llevar así las semillas, seguro que no las perderás por el camino.
—¿Hay muchas semillas dentro?
—Serán suficientes para que las plantes en alguna maceta de tu casa. ¡Ah! Y también en el jardín del parque donde vas a jugar cada día.
Rosina la miró sorprendida, no se había planteado compartir su suerte y si las plantaba en el parque, entonces estarían al alcance de...
—Sí, así tiene que ser. La suerte de un trébol de cuatro hojas es pasajera. Si plantas semillas, habrá muchos y entre medio también crecerán de cuatro hojas.
Rosina se quedó mirando el saquito, pensativa, cerró la mano y se dispuso para volver.
—Adiós, Taliana —miró hacia el suelo—. Adiós, trébol.
—Adiós, Rosina —se despidió Taliana—. Y recuerda que la suerte puede ser producto del azar o el fruto de tus acciones.
Rosina había ido con sus padres hasta una fuente que había cerca de donde vivían. Estaba situada al fondo de una pequeña hondonada, en un paraje natural de lomas y prados, separado de la ciudad por una carretera que bordeaba las últimas casas.
Mientras esperaban para que les llegase su turno para llenar las garrafas, había aprovechado para jugar y saltar por la zona alrededor de la fuente y que estaba acondicionada como merendero.
Ya lo tenía todo visto y todavía estarían un rato más. Empezaba a aburrirse, cuando vio que, entre unos árboles de los que rodeaban la explanada, se abría un sendero. No lo recordaba de otras veces que habían venido y sintió curiosidad.
Conforme se acercaba, escuchó la voz de su madre:
—¡Rosina! ¿Dónde vas?
—Por aquí, mamá, a ver las flores.
—Vale, pero quédate cerca que yo te vea.
—Sí, mamá.
Nada más contestó, Rosina siguió con su atención puesta en las plantas y las flores, que rellenaban cada hueco, cada rincón donde miraba.
Poco a poco, avanzó en su exploración, ensimismada en lo maravilloso que era aquel lugar para ella. Rosina bajó la mirada, atraída por el fugaz movimiento de unas alas a ras de suelo, y se fijó en que estaba tapizado de tréboles.
Se agachó en cuclillas y pasó la mano por la suave superficie que formaba aquella alfombra verde. Era una sensación refrescante por la ligera humedad del rocío que todavía permanecía en las hojas.
De pronto su mirada se posó en un trébol de cuatro hojas. ¡Qué suerte había tenido!
Acercó su mano para llevárselo, pero cuando llegaba a tocarlo...
—¡Espera, por favor!
Rosina estaba segura de que un momento antes no había nadie y se sobresaltó, retrocediendo un par de pasos.
—Perdona, no pretendía asustarte.
Nunca antes había visto alguien semejante. Bueno, sí, pero solamente en algún libro. Era menuda, brillante y su sonrisa le hizo sentir bien, muy tranquila.
—¿Quién eres? —preguntó Rosina.
—Soy Taliana.
—Yo me llamo Rosina —aún quería saber algo más y continuó—. ¿Pero...?
—Sí, soy un hada, ¿no habías visto ninguna antes?
—Pues..., en dibujos, nada más. ¿Qué haces aquí?
—Este es nuestro hogar y lo cuidamos, por eso te detuve cuando querías llevarte el trébol de cuatro hojas.
—A mí me gustaba...
—A mí también, pero sólo hay uno. Si te lo llevas, no quedará ninguno.
—Pero crecerán otros, ¿no?
—Es posible. Eso no lo sabemos.
—¿Y si viene alguien, otro niño y se lo lleva? —Rosina intentaba razonar con el hada, pues pensaba que si no era ella, habría alguien que sí lo cogería—. Ahora estabas aquí, ¿y si no estás la próxima vez?
—El sendero nada más está abierto cuando lo podemos vigilar —Taliana revoloteó a su lado—. Y solamente cuando se acerca alguien como tú, que nos puedes ver.
Rosina hubiese querido sentirse especial al oír esas palabras, no obstante en su interior no se consideraba diferente a las demás niñas. Ahora bien, le parecía que había algún significado escondido en lo que decía el hada. ¿Qué sería?
—¿Entonces es que me esperabas o me has visto venir?
—Sí, eso es, algo así —Taliana sonreía con picardía.
—Y has aparecido cuando he ido a coger el trébol.
—Mi misión es cuidarlo.
—¿Y si no lo hubiese visto? ¿No habrías aparecido?
—Estaba segura de que lo verías, siempre ocurre así.
Ahora Rosina quedó algo confundida, pues eso representaba que cada vez venía alguien, veía el trébol, pero nadie se lo llevaba. ¿Cuánto tiempo dura un trébol?
—No lo entiendo. Me dejas ver el trébol y cuando quiero llevármelo, no me dejas. ¿Por qué haces eso?
Taliana se posó muy cerca del trébol de cuatro hojas y lo señaló con la mano.
—Si te llevas este trébol, te llevarás una pizca de suerte contigo, pero la plantita se secará y ya no dará más suerte. Eso si lo comprendes, ¿verdad?
—Bueno, sí, pero claro...
—Mira más de cerca, ¿ves esos puntitos oscuros, los de color marrón rojizo? Ven, acércate más, son muy pequeños.
Rosina se agachó hasta casi tocar el trébol con la punta de la nariz. Los vio. Había un par donde se unían las hojas del trébol. Unos pocos más en tierra, justo al lado.
—¿Qué son?
—Semillas. Si las plantas, crecerán tréboles y algunos tendrán cuatro hojas.
—Son muy pequeñas, ¿cómo me las podré llevar?
Taliana le ofreció un pequeño saquito de una tela blanquecina y muy suave.
—Toma, estas las he escogido yo misma para ti.
Rosina abrió su mano y notó como se le pegaba en la palma.
—¡Se me ha pegado! ¿De qué está hecho?
—Lo ha tejido una araña. No te asustes, no hay por aquí ninguna que quiera hacerte daño. Y al llevar así las semillas, seguro que no las perderás por el camino.
—¿Hay muchas semillas dentro?
—Serán suficientes para que las plantes en alguna maceta de tu casa. ¡Ah! Y también en el jardín del parque donde vas a jugar cada día.
Rosina la miró sorprendida, no se había planteado compartir su suerte y si las plantaba en el parque, entonces estarían al alcance de...
—Sí, así tiene que ser. La suerte de un trébol de cuatro hojas es pasajera. Si plantas semillas, habrá muchos y entre medio también crecerán de cuatro hojas.
Rosina se quedó mirando el saquito, pensativa, cerró la mano y se dispuso para volver.
—Adiós, Taliana —miró hacia el suelo—. Adiós, trébol.
—Adiós, Rosina —se despidió Taliana—. Y recuerda que la suerte puede ser producto del azar o el fruto de tus acciones.