CP XI Las bolas de batería - Ciro
Publicado: 17 Abr 2016 19:24
LAS BOLAS DE BATERÍA
Los tres niños llevaban casi diez días encerrados. Solo los rodeaban hombres, vestidos igual que ellos. A ellos les divertía vestir todos iguales. A los hombres no parecía divertirles nada. Pero J, D y A se lo pasaban genial desde que uno de los que mandaban en el sitio les había regalado tres canicas de cristal con colores centrales. Los que mandaban eran como todos los adultos, muy mandones, pero no notaban gran diferencia con los maestros que habían tenido e incluso con sus propios padres y madres. Por suerte se habían desecho de sus progenitores. De repente, los habían separado de ellos, las habían dado aquellos trajes tan chulos y hasta uno les había regalado las canicas. Se apartaban de los amargados mayores, que no siempre estaban en el patio y se arrinconaban junto a una verja. Allí habían montado su juego, que llamaban "el círculo". Uno de ellos, por ejemplo J, tiraba su canica intentando golpear las de sus compañeros y sacarlas del círculo. Si lo conseguía había ganado. Se pasaban horas jugando con sus canicas. Lo único malo era la comida. Era escasa, pastosa y en seguida volvían a tener ganas de comer de nuevo, por lo que no debía ser muy nutritiva. Pero la diversión y la libertad del control paterno y escolar lo compensaba todo. Ni J, ni D, ni A, pasaban de los ocho años. Algún adulto de los vestidos como ellos lo miraba con aire conmiserativo y alguno de los que mandaban incluso les había prometido más juguetes si se dejaban tocar las partes que se nombraban con tacos. Pero A había dicho que eso sí que era un grave pecado, por lo que se habían quedado con sus tres únicas canicas. Habría sido más divertido tener más pues se podría haber ganado o perdido las bolas, pero no había más remedio que conformarse con lo que tenían si no querían cometer el pecado que A tanto les hacía temer.
Pasaron dos días más y se notaba gran movimiento en el patio. Los mayores que vestían igual susurraban e incluso alguno esbozaba alguna sonrisa y los que mandaban estaban nerviosos. Parecía que un rus-rus-rus se había instalado en el patio. En esos dos últimos días ya no sacaban a los adultos del patio y los que mandaban voceaban más de la cuenta. Pero de estos cambios, apenas se daban cuenta los tres niños. A, como siempre más avispado, había ideado conseguir más canicas. Un niño, cuando el vivía en su casa con sus padres le había, dicho que las baterías de los camiones tenían las que llamaba "bolas de batería", unas canicas especiales por las que te daban quince o veinte canicas normales. Las "bolas de batería", eran completamente transparentes y tenían un tacto más rugoso, por lo que eran mucho mejores para afinar la puntería pues no se resbalaban con la mano sudorosa. Sólo había un problema. Había que conseguirlas de las baterías de los camiones de transporte que estaban fuera del patio. Con los que mandaban tan revueltos, no parecía dificil escurrir el delgado cuerpo de J por debajo de la valla y que en la noche vaciara las baterías de los camiones de transporte del lugar y cogiera sus valiosas canicas. Había que hacerlo con cuidado. Vaciar el líquido de las baterías, con cuidado pues podía quemar, decía A y luego con un trapo secar las bolas y hacerse con ellas. Toda la noche, dedicó J a vaciar las baterías de los camiones de lugar y acumularlas al otro lado de la valla con sus amigos. Durmieron a pierna suelta esa noche, contentos con tener las mejores canicas que podrían conseguirse.
Pero a la mañana despertaron sobresaltados. Los que mandaban estaban nerviosísimos, incluso alguno de ellos había apuntado con sus fusiles a los adultos con el traje de rayas, todos se subieron a los camiones diciendo "rus, rus, rus" o algo parecido, pero ninguno de los camiones arrancaban. Intentaban empujarlos desesperados, proferían gritos e insultos, especialmente los que llevaban las insigias más brillantes. Finalmente llegaron otros que parecían mandar más, con uniformes distintos y que no hablaban alemán y detuvieron a todos los que mandaban. Los adultos del traje de rayas por fin manifestaron contento después de tanto tiempo con caras entristecidas. J,D y A, o Joshua, David y Abraham, no entendían mucho, sólo que los nuevos que mandaban los habían recogido en sus camiones y ya no les dejarían jugar más en el círculo de arena que había sido su diversión unos días.
Los tres niños llevaban casi diez días encerrados. Solo los rodeaban hombres, vestidos igual que ellos. A ellos les divertía vestir todos iguales. A los hombres no parecía divertirles nada. Pero J, D y A se lo pasaban genial desde que uno de los que mandaban en el sitio les había regalado tres canicas de cristal con colores centrales. Los que mandaban eran como todos los adultos, muy mandones, pero no notaban gran diferencia con los maestros que habían tenido e incluso con sus propios padres y madres. Por suerte se habían desecho de sus progenitores. De repente, los habían separado de ellos, las habían dado aquellos trajes tan chulos y hasta uno les había regalado las canicas. Se apartaban de los amargados mayores, que no siempre estaban en el patio y se arrinconaban junto a una verja. Allí habían montado su juego, que llamaban "el círculo". Uno de ellos, por ejemplo J, tiraba su canica intentando golpear las de sus compañeros y sacarlas del círculo. Si lo conseguía había ganado. Se pasaban horas jugando con sus canicas. Lo único malo era la comida. Era escasa, pastosa y en seguida volvían a tener ganas de comer de nuevo, por lo que no debía ser muy nutritiva. Pero la diversión y la libertad del control paterno y escolar lo compensaba todo. Ni J, ni D, ni A, pasaban de los ocho años. Algún adulto de los vestidos como ellos lo miraba con aire conmiserativo y alguno de los que mandaban incluso les había prometido más juguetes si se dejaban tocar las partes que se nombraban con tacos. Pero A había dicho que eso sí que era un grave pecado, por lo que se habían quedado con sus tres únicas canicas. Habría sido más divertido tener más pues se podría haber ganado o perdido las bolas, pero no había más remedio que conformarse con lo que tenían si no querían cometer el pecado que A tanto les hacía temer.
Pasaron dos días más y se notaba gran movimiento en el patio. Los mayores que vestían igual susurraban e incluso alguno esbozaba alguna sonrisa y los que mandaban estaban nerviosos. Parecía que un rus-rus-rus se había instalado en el patio. En esos dos últimos días ya no sacaban a los adultos del patio y los que mandaban voceaban más de la cuenta. Pero de estos cambios, apenas se daban cuenta los tres niños. A, como siempre más avispado, había ideado conseguir más canicas. Un niño, cuando el vivía en su casa con sus padres le había, dicho que las baterías de los camiones tenían las que llamaba "bolas de batería", unas canicas especiales por las que te daban quince o veinte canicas normales. Las "bolas de batería", eran completamente transparentes y tenían un tacto más rugoso, por lo que eran mucho mejores para afinar la puntería pues no se resbalaban con la mano sudorosa. Sólo había un problema. Había que conseguirlas de las baterías de los camiones de transporte que estaban fuera del patio. Con los que mandaban tan revueltos, no parecía dificil escurrir el delgado cuerpo de J por debajo de la valla y que en la noche vaciara las baterías de los camiones de transporte del lugar y cogiera sus valiosas canicas. Había que hacerlo con cuidado. Vaciar el líquido de las baterías, con cuidado pues podía quemar, decía A y luego con un trapo secar las bolas y hacerse con ellas. Toda la noche, dedicó J a vaciar las baterías de los camiones de lugar y acumularlas al otro lado de la valla con sus amigos. Durmieron a pierna suelta esa noche, contentos con tener las mejores canicas que podrían conseguirse.
Pero a la mañana despertaron sobresaltados. Los que mandaban estaban nerviosísimos, incluso alguno de ellos había apuntado con sus fusiles a los adultos con el traje de rayas, todos se subieron a los camiones diciendo "rus, rus, rus" o algo parecido, pero ninguno de los camiones arrancaban. Intentaban empujarlos desesperados, proferían gritos e insultos, especialmente los que llevaban las insigias más brillantes. Finalmente llegaron otros que parecían mandar más, con uniformes distintos y que no hablaban alemán y detuvieron a todos los que mandaban. Los adultos del traje de rayas por fin manifestaron contento después de tanto tiempo con caras entristecidas. J,D y A, o Joshua, David y Abraham, no entendían mucho, sólo que los nuevos que mandaban los habían recogido en sus camiones y ya no les dejarían jugar más en el círculo de arena que había sido su diversión unos días.