CV4 - Mala estrella - Gavalia
Publicado: 04 Jul 2016 08:16
Mala estrella
Mala Estrella recorre las calles buscando su presa. Escudriña la noche con todos sus sentidos alerta. Cada paso es un sordo retumbo que golpea las paredes de las callejuelas donde lo más bajo de la raza humana comercia con todo aquello que la condena.
Él libera la amargura de vivir sumido en la maldad a quien así se lo demanda, y siempre encuentra solicitudes libres de timbres o cargas.
Todo sucede en un parpadeo. No se regodea, y tampoco alarga la triste espera del que está condenado de antemano. Mala Estrella es el mesías que anuncia la paz del alma a través de un afilado machete que siempre le acompaña.
Los maullidos de dos gatos enrabietados que pelean salvajemente estremecen la madrugada y un grito de terror lejano viaja sinuoso buscando quien lo atienda. Mala Estrella afina sus oídos, alguien demanda sus servicios. Sin dudarlo se pone en marcha para dar paz y alivio.
Una farola parpadea sobre una figura envuelta en una capa negra que desaparece al amparo de las sombras entre las callejuelas.
—¡Calla puta! Deja de gritar auxilio porque nadie vendrá hasta aquí para ayudarte –dos tipos acorralan a una dama de la noche en las entrañas de un callejón en penumbra. Ella se defiende con patadas, arañazos y gritos, sabe que está en manos del más perverso de los seres, y también sabe, que de allí no escapará con vida–.
Mala Estrella llena sus fosas nasales con el olor de la maldad que pasea por las calles después de la hora bruja. Una extraña sensación le inunda y se deja llevar por su instinto aumentando la frecuencia de su zancada.
Ataviado con su capa negra y sombrero de ala ancha, parece levitar sobre la bruma mientras se desplaza.
—Sujétala bien compadre y dale la vuelta. Cariño te voy a hacer algo que nunca te han hecho. Verás que te gusta más de lo que piensas. No grites y colabora putilla, si te portas bien, quizás te perdonemos tu miserable vida.
Mala Estrella no puede evitar una erección ante la escena y se odia por ello. Dos despojos humanos acosan a su presa amparados en la íntima soledad que proporciona el pecado. La han acuclillado a la fuerza, y mientras uno la sujeta por delante ahogando sus gritos con la mano; un segundo rufián intenta montarla por detrás a la fuerza.
—Ahora guarrilla te vas a enterar de lo que es un hombre. ¡Toma!
Son las últimas palabras del violador. Lo siguiente es un vómito escarlata que expulsa su podrida boca sobre su compadre mientras éste lo mira pasmado con los ojos inyectados en sangre. Algo metálico, que parece haber salido de la nada, sobresale por la grotesca boca abierta de su compañero de parranda. Sorprendido por lo inexplicable, suelta a la mujer de inmediato. El villano no puede apartar la vista del horror de aquella cara siniestra que balbuceaba borbotones de sangre sobre el cuello y la espalda de su víctima.
La mujer se deja caer de costado sorprendida al verse libre de la presa que rueda muerta a su lado. Una figura envuelta en una capa negra y un gran sombrero de ala ancha emerge de la oscuridad. Es entonces cuando un miedo atávico se apodera de ella. Los demonios existen piensa, y ahora se encuentra en presencia de uno. Se pregunta incrédula por qué razón la ha salvado.
—¡¿Quién eres?! –grita el segundo rufián de forma nerviosa– ¡Déjanos en paz! ¡Nada te hemos hecho, mal nacido!
—Mal nacido no, miserable. Mi nombre es Mala Estrella, y tú eres aquello por lo que existo. Hoy te toca pagar al barquero. Algún día echaré cuentas contigo y con todos los hijos de puta que he llevado al averno.
En ese momento la mujer se levanta temblorosa, pero también agradecida, para darle las gracias a la negra figura por lo que acaba de hacer por ella. No sabe bien por qué, pero a su lado se siente protegida, y encuentra esa paz que tanto anhela.
—¡Vuelve aquí puta y apártate de ese cabrón porque pienso abrirlo en canal! –profiere el criminal rompiendo con su grito la fantasmagórica escena–
Mala Estrella, se alegra por aquél arranque inesperado de valor del cobarde antes de segarle la vida. Un escalofrío recorre el bajo vientre del delincuente que lo hace mirar hacia abajo extrañado por tan fría sensación. Acto seguido comienza a gritar horrorizado al ver como se le va la vida entre un amasijo de tripas imposible de sujetar entre sus manos.
—¿Era necesario? -pregunta la mujer impresionada por la visión.
—Quizá no mujer, pero no importa, no estoy aquí por ellos. Ya estaban muertos aunque no lo supieran. ¿Y tú mujer? ¿Lo sabes? –la estremecedora voz de Mala Estrella solicita una respuesta.
—¿Sa… saber… el qué? No… no entiendo –contesta la dama tartamudeando.
—Saber si quieres vivir, o por el contrario seguir muriendo hasta llegar a ser como ellos muchacha, en cuyo caso te daré la paz que necesitas. Todavía estás a tiempo de remediarlo. Piensa bien tú respuesta antes de hacer la elección. No es algo tan sencillo como decir sí, o responder no. No se trata del ahora, se trata del después y de tú capacidad de redención. Sabré la verdad cuando respondas.
Estoy cansada de sufrir –contesta para después sumirse en un protector silencio. El tiempo parece detenerse. Mala Estrella espera atento lo que tenga que decir– ¡Nada bueno me espera al final del camino! –exclama resignada tras un titubeo–. Todo es oscuridad desde hace ya demasiado tiempo. La heroína galopa por mis venas consumiéndome por dentro y el pecado domina mi vida. Me gustaría que todo fuera distinto, pero es tarea imposible pretender salir de esta cloaca. No encuentro las fuerzas necesarias y tampoco la voluntad de hacerlo. Ratas como estas nunca me lo permitirán.
Un viento helado acaricia el rostro de la muchacha por un instante cuando Mala Estrella se prepara para ser el fiel de esa balanza indefinida que se ocupa de pesar tanto el bien como el mal que habita en el alma, quizá esperaba algo más de ella, pero eso no ocurrió. Se arrodilló sumisa, y esperó con calma el momento de partir al otro lado.
Una risa lejana procedente de los tejados de la ciudad vieja inunda la noche con estruendo. La figura oscura de Mala Estrella, se yergue siniestra en las alturas de una cornisa. En su mano izquierda destaca el color metálico de un enorme machete y en la derecha cuelga siniestra la cabeza de una dama que no quiso luchar por su redención.
El despertador rompe el silencio de la habitación. Matílda se levanta más cansada de lo que estaba cuando se acostó. La pesadilla había sido intensa como pocas en esta ocasión. Alcanza la silla de ruedas situada al borde de su cama y con gran esfuerzo logra colocar sus inútiles piernas sobre el asiento. Se dirige al baño, tiene que aliviarse y pronto. Evita torpemente la capa de color negro tirada en el suelo y el sombrero de ala ancha que descansa a su lado. Prosigue su avance pero algo la detiene. Maldice y mira al suelo; un gran cuchillo con manchas carmesí refleja los rayos de la mañana cuando lo recoge del suelo. Lo examina, y no se pregunta cuál es la causa. Sabe que cuando duerme, él toma posesión de su cuerpo, aunque nunca logra recordar nada. Ocurre desde que perdió la capacidad de andar tras ser violada y después atropellada por sus verdugos para terminar abandonada y dada por muerta en un triste callejón. Juró venganza e invocó al mismísimo Lucifer cuando ya no esperaba nada más que la muerte, ofreciendo su alma como satisfacción, y su sangre como refrendo del trato.
Mala Estrella anda suelto, y Matilda, aunque no recuerda, lo siente tan real como los ojos abiertos y sin vida de la muchacha muerta cuya cabeza descansa en la papelera de su dormitorio. Matilda diría, a todas luces, que hay agradecimiento en su mirada.
FIN
Mala Estrella recorre las calles buscando su presa. Escudriña la noche con todos sus sentidos alerta. Cada paso es un sordo retumbo que golpea las paredes de las callejuelas donde lo más bajo de la raza humana comercia con todo aquello que la condena.
Él libera la amargura de vivir sumido en la maldad a quien así se lo demanda, y siempre encuentra solicitudes libres de timbres o cargas.
Todo sucede en un parpadeo. No se regodea, y tampoco alarga la triste espera del que está condenado de antemano. Mala Estrella es el mesías que anuncia la paz del alma a través de un afilado machete que siempre le acompaña.
Los maullidos de dos gatos enrabietados que pelean salvajemente estremecen la madrugada y un grito de terror lejano viaja sinuoso buscando quien lo atienda. Mala Estrella afina sus oídos, alguien demanda sus servicios. Sin dudarlo se pone en marcha para dar paz y alivio.
Una farola parpadea sobre una figura envuelta en una capa negra que desaparece al amparo de las sombras entre las callejuelas.
—¡Calla puta! Deja de gritar auxilio porque nadie vendrá hasta aquí para ayudarte –dos tipos acorralan a una dama de la noche en las entrañas de un callejón en penumbra. Ella se defiende con patadas, arañazos y gritos, sabe que está en manos del más perverso de los seres, y también sabe, que de allí no escapará con vida–.
Mala Estrella llena sus fosas nasales con el olor de la maldad que pasea por las calles después de la hora bruja. Una extraña sensación le inunda y se deja llevar por su instinto aumentando la frecuencia de su zancada.
Ataviado con su capa negra y sombrero de ala ancha, parece levitar sobre la bruma mientras se desplaza.
—Sujétala bien compadre y dale la vuelta. Cariño te voy a hacer algo que nunca te han hecho. Verás que te gusta más de lo que piensas. No grites y colabora putilla, si te portas bien, quizás te perdonemos tu miserable vida.
Mala Estrella no puede evitar una erección ante la escena y se odia por ello. Dos despojos humanos acosan a su presa amparados en la íntima soledad que proporciona el pecado. La han acuclillado a la fuerza, y mientras uno la sujeta por delante ahogando sus gritos con la mano; un segundo rufián intenta montarla por detrás a la fuerza.
—Ahora guarrilla te vas a enterar de lo que es un hombre. ¡Toma!
Son las últimas palabras del violador. Lo siguiente es un vómito escarlata que expulsa su podrida boca sobre su compadre mientras éste lo mira pasmado con los ojos inyectados en sangre. Algo metálico, que parece haber salido de la nada, sobresale por la grotesca boca abierta de su compañero de parranda. Sorprendido por lo inexplicable, suelta a la mujer de inmediato. El villano no puede apartar la vista del horror de aquella cara siniestra que balbuceaba borbotones de sangre sobre el cuello y la espalda de su víctima.
La mujer se deja caer de costado sorprendida al verse libre de la presa que rueda muerta a su lado. Una figura envuelta en una capa negra y un gran sombrero de ala ancha emerge de la oscuridad. Es entonces cuando un miedo atávico se apodera de ella. Los demonios existen piensa, y ahora se encuentra en presencia de uno. Se pregunta incrédula por qué razón la ha salvado.
—¡¿Quién eres?! –grita el segundo rufián de forma nerviosa– ¡Déjanos en paz! ¡Nada te hemos hecho, mal nacido!
—Mal nacido no, miserable. Mi nombre es Mala Estrella, y tú eres aquello por lo que existo. Hoy te toca pagar al barquero. Algún día echaré cuentas contigo y con todos los hijos de puta que he llevado al averno.
En ese momento la mujer se levanta temblorosa, pero también agradecida, para darle las gracias a la negra figura por lo que acaba de hacer por ella. No sabe bien por qué, pero a su lado se siente protegida, y encuentra esa paz que tanto anhela.
—¡Vuelve aquí puta y apártate de ese cabrón porque pienso abrirlo en canal! –profiere el criminal rompiendo con su grito la fantasmagórica escena–
Mala Estrella, se alegra por aquél arranque inesperado de valor del cobarde antes de segarle la vida. Un escalofrío recorre el bajo vientre del delincuente que lo hace mirar hacia abajo extrañado por tan fría sensación. Acto seguido comienza a gritar horrorizado al ver como se le va la vida entre un amasijo de tripas imposible de sujetar entre sus manos.
—¿Era necesario? -pregunta la mujer impresionada por la visión.
—Quizá no mujer, pero no importa, no estoy aquí por ellos. Ya estaban muertos aunque no lo supieran. ¿Y tú mujer? ¿Lo sabes? –la estremecedora voz de Mala Estrella solicita una respuesta.
—¿Sa… saber… el qué? No… no entiendo –contesta la dama tartamudeando.
—Saber si quieres vivir, o por el contrario seguir muriendo hasta llegar a ser como ellos muchacha, en cuyo caso te daré la paz que necesitas. Todavía estás a tiempo de remediarlo. Piensa bien tú respuesta antes de hacer la elección. No es algo tan sencillo como decir sí, o responder no. No se trata del ahora, se trata del después y de tú capacidad de redención. Sabré la verdad cuando respondas.
Estoy cansada de sufrir –contesta para después sumirse en un protector silencio. El tiempo parece detenerse. Mala Estrella espera atento lo que tenga que decir– ¡Nada bueno me espera al final del camino! –exclama resignada tras un titubeo–. Todo es oscuridad desde hace ya demasiado tiempo. La heroína galopa por mis venas consumiéndome por dentro y el pecado domina mi vida. Me gustaría que todo fuera distinto, pero es tarea imposible pretender salir de esta cloaca. No encuentro las fuerzas necesarias y tampoco la voluntad de hacerlo. Ratas como estas nunca me lo permitirán.
Un viento helado acaricia el rostro de la muchacha por un instante cuando Mala Estrella se prepara para ser el fiel de esa balanza indefinida que se ocupa de pesar tanto el bien como el mal que habita en el alma, quizá esperaba algo más de ella, pero eso no ocurrió. Se arrodilló sumisa, y esperó con calma el momento de partir al otro lado.
Una risa lejana procedente de los tejados de la ciudad vieja inunda la noche con estruendo. La figura oscura de Mala Estrella, se yergue siniestra en las alturas de una cornisa. En su mano izquierda destaca el color metálico de un enorme machete y en la derecha cuelga siniestra la cabeza de una dama que no quiso luchar por su redención.
El despertador rompe el silencio de la habitación. Matílda se levanta más cansada de lo que estaba cuando se acostó. La pesadilla había sido intensa como pocas en esta ocasión. Alcanza la silla de ruedas situada al borde de su cama y con gran esfuerzo logra colocar sus inútiles piernas sobre el asiento. Se dirige al baño, tiene que aliviarse y pronto. Evita torpemente la capa de color negro tirada en el suelo y el sombrero de ala ancha que descansa a su lado. Prosigue su avance pero algo la detiene. Maldice y mira al suelo; un gran cuchillo con manchas carmesí refleja los rayos de la mañana cuando lo recoge del suelo. Lo examina, y no se pregunta cuál es la causa. Sabe que cuando duerme, él toma posesión de su cuerpo, aunque nunca logra recordar nada. Ocurre desde que perdió la capacidad de andar tras ser violada y después atropellada por sus verdugos para terminar abandonada y dada por muerta en un triste callejón. Juró venganza e invocó al mismísimo Lucifer cuando ya no esperaba nada más que la muerte, ofreciendo su alma como satisfacción, y su sangre como refrendo del trato.
Mala Estrella anda suelto, y Matilda, aunque no recuerda, lo siente tan real como los ojos abiertos y sin vida de la muchacha muerta cuya cabeza descansa en la papelera de su dormitorio. Matilda diría, a todas luces, que hay agradecimiento en su mirada.
FIN