CF 2 - Biografía anónima; último pasaje - Landra
Publicado: 16 Oct 2016 20:51
Biografía anónima; último pasaje
Los maté a todos sin importar si eran inocentes o culpables; tampoco pude discriminar la edad, el sexo o la raza.
Continué andando entre el caos, muerte y destrucción que había causado a mi alrededor. La energía que había estallado en mi interior alcanzó cientos de kilómetros haciendo que la desolación se extendiera incluso a otros reinos ajenos a nuestra guerra.
Aquellos que intentaron detenerme fueron convertidos en estatuas negras de un material parecido a la obsidiana. El detalle de las esculturas era tan perfecto que parecía que iban a cobrar vida de un momento a otro. Una tormenta eléctrica iluminaba la noche convirtiéndola en día durante unos pocos segundos dando como resultado una visión desoladora que ennegrecía aún más mi corazón.
Anduve entre las esculturas sorteándolas, quedando tras de mí amigos y enemigos. Mi cuerpo se tambaleaba por una extenuación que me llevaba al límite. Mis hombros, mi espalda y mis piernas soportaban el peso de la culpa, más allá de lo que jamás podría imaginar.
Al abandonar aquella oscura fortaleza, miles de pensamientos encontrados me nublaron la cordura. Había evitado pasar por delante de mi compañera, mi amiga, mi amor en secreto. Me pidió entre lágrimas que no siguiera con mi propósito. No por ella, sino por mí, por la soledad infinita que debería soportar ahora y por siempre. Y allí la abandoné, con la esperanza de volver algún día para contemplar su rosto por última vez. Aunque para ello deberían pasar cientos de años.
Sabía hacia dónde dirigir mis pasos. Mi destino se encontraba en aquel lugar donde una vez tuve lo más parecido a una familia. Habían pasado varios años desde que todo comenzó y mi juventud se vio interrumpida. El camino que seguí durante ese tiempo evitó que regresara a la torre de cristal.
Las horas transcurrían, aunque mi cuerpo ya no respondía a mi mente, mis piernas seguían moviéndose como si un titiritero las manejara de manera lenta y torpe. Las estatuas dejaron de aparecer. La vida había cesado, y con ella, los sonidos que le precedían. Solo el crujir de las hojas secas sobre mis pies y el cantar del agua del riachuelo, me recordaban que yo también estaba vivo.
Horas más tarde caí al suelo inconsciente. Finalmente mi cuerpo se rindió, mi mente se nubló y no supe con certeza cuanto tiempo estuve allí tirado.
Desperté asustado pensando que me había quedado ciego, la oscuridad me rodeaba por completo y poco a poco fui recobrando la vista, aunque el sol me quemaba los ojos y tardé en recuperarme más de lo que me habría gustado. Seguía extenuado pero por alguna extraña razón el apetito y la sed habían desaparecido, asique continúe mi camino.
La última vez que miré hacia la torre, mis hermanos luchaban contra los traidores. Dieron la vida por mí y yo no pude hacer nada por ayudarles, es más, si estuvieran vivos y supieran lo que he hecho, no me lo habrían perdonado jamás. Sus vidas fueron segadas para nada.
Mi maese Telien invocó un hechizo donde todos quedaron atrapados en la torre. El poder que usó era tan inmenso, que nadie sería capaz de eliminar esa barrera jamás. Pero eso pasó hace muchos años y ahora mi poder ha superado con creces todo lo conocido. Entraría allí para salvar a mi maestro. Le debía eso y mucho más.
El camino era sencillo “sigue el riachuelo” y llegarás a la ciudad de Douglin, me dijo en su momento. Y ahora hago el camino a la inversa, volviendo al principio. Por fin pude vislumbrar la torre en lo alto de una montaña y me puse nervioso al comprobar que seguía intacta. Nadie había podido eliminar la barrera y por tanto cabía la posibilidad de que Telien o algún alumno siguiera allí dentro.
En apenas una hora llegué a la puerta de la muralla que rodeaba la torre. Allí estaba, erigida tan imponente y orgullosa como la recordaba. Toqué la barrera mágica con mi mano derecha y sentí el poder que de ella brotaba. Estaba seguro de que si no intercedía, la barrera podría aguantar así durante cien años más. Pero necesitaba saber la verdad de lo que había sucedido. Con apenas un gesto de la mano, la barrera desapareció mostrando la realidad de lo que había tras ella. Estaba todo completamente en ruinas. Aquella visión hizo que me tambaleara, y en mi corazón se ahogó el grito de dolor que no pude exteriorizar a causa de la sorpresa. Recuperé las fuerzas y corrí hacia la torre, de la que veía caer algún trozo de cristal desde las alturas. En ese estado, la esperanza de encontrar alguien con vida se desvanecía, aún así entré por la puerta principal convertida ahora en una oquedad enorme, dirigiéndome hacia las escaleras que llevaban a las mazmorras.
Invoqué una pequeña luz que me seguía y alumbraba mi camino. El cristal, otrora reluciente y bello, ahora se mostraba oscuro como la noche, incapaz de reflejar ningún destello o claridad. Todo parecía estar en silencio exceptuando el sonido del cristal resquebrajándose a mi alrededor. Tuve que bajar despacio y con cuidado de no herirme pies y piernas. Viendo el estado lamentable en el que se encontraba todo, empecé a pensar que el techo se me caería encima. Pero al final conseguí llegar a la biblioteca situada en uno de los niveles que había en el subsuelo. La magia rezumaba por todos los rincones de la sala, eso era buena señal. Era uno de los pocos lugares donde había madera, el resto de la construcción había sido confeccionada con aquel vidrio extraño, extraído de esta misma montaña. La puerta estaba caliente, algo dentro de la biblioteca emanaba calor y la madera lo retenía. Empujé con fuerza y la puerta se abrió sin chirrido o dificultad alguna. Allí se encontraba mi maestro en pie y mirando directamente hacia mí, como si hubiera estado esperando mi llegada. Detrás de él, una llama mágica calentaba la sala. Los ojos de Telien clamaban algún tipo de venganza u odio hacia mi persona y no tardó en dejar claras sus intenciones:
-He aquí mi alumno preferido, mi alumno más aventajado, aquel que una vez traté como el hijo que nunca tuve -su voz era solemne-. Aquel que ha traído la desgracia y la muerte -dijo de manera acusadora sin dejar de mirarme a los ojos.
-Maestro, deje que me explique…
-No hay nada que explicar -dijo sin dejarme hablar-. Llevo aquí encerrado varios años, pensando que algún día volverías a por mí, a por tus compañeros. Y cuando por fin vuelves, lo haces como el heraldo del mal y la oscuridad.
No tuve tiempo de pararlo, su magia fluía más fuerte que nunca y se lanzó al ataque. A pesar de tratarse de una carga física, su mano derecha brillaba como si estuviera llevando a cabo algún tipo de hechizo. De haber impactado sobre mí, me hubiera matado, pero pude esquivarlo y de manera automática lo hice volar contra la pared, ejerciendo tal fuerza sobre él que lo pude retener en lo alto. La presión era tan opresiva que hacía que sangrara por todos los orificios de la cabeza y sus huesos comenzaran a romperse. Pero mi maestro no gritaba de dolor, solo me miraba con más odio aún. Mis ojos estaban blancos, mi cuerpo había entrado nuevamente en ira, de nuevo, no podía controlarlo. Estaba dispuesto a acabar con esta maldición pero no tuve tiempo a hacerlo; quería que mi maestro comprendiera la verdad. El cuerpo de Telien estaba a punto de colapsarse cuando alguien o algo consiguió sacarme del trance, eso lo salvó de una muerte segura.
De repente mi cuerpo se elevó, como si alguien me hubiera cogido de la ropa y tirara de mí. Aquella extraña energía me hizo salir de la torre y empecé a ascender hacia el cielo mientras veía como todo se hacía más pequeño y, en apenas unos segundos, me encontraba en el espacio. Estaba flotando y la sensación de caída hizo que entrara en pánico; veía constelaciones, estrellas y planetas y no podía parar de dar vueltas. Finalmente sin saber cómo me estabilicé y dejé de girar. No podía distinguir donde estaba la izquierda o la derecha, el norte o el sur. Mi sentido de orientación se había quedado trastocado y de nada me servía.
Una mano tocó mi hombro y me giré realmente asustado. El personaje se separó de mí unos metros y permaneció callado mientras yo le observaba. Aquel ser que me sacaba al menos dos cabezas y no podía observar su rostro ya que estaba oculto tras una capucha. Llevaba una túnica que le cubría todo el cuerpo excepto las manos, que eran prácticamente huesos.
-¿Quién eres y que hago aquí? -dije recuperando la compostura.
El ser me hizo un gesto con la mano para que mantuviera en silencio, flotó a mi alrededor y con una voz de ultratumba me dijo que observara atentamente. Unas llamas de fuego aparecieron a mi alrededor, casi todas eran imperceptibles, como si una vela las estuviera manteniendo. Dos de ellas eran grandes y brillaban con fuerza, lo más curioso, es que todas tenían un color y tonalidad diferente.
-¿Qué significa todo esto?
-Las llamas que contemplas son la fuerza y energía de todos los dioses. ¿Sabes quién mantiene la llama con vida e impide que se apaguen? La devoción de sus seguidores. Ya puedes imaginar qué significa la existencia de tantas llamas a punto de extinguirse.
-¿Y a mí que me tienen que importar los dioses?, sigo sin entender que hago aquí.
-Tu destrucción ha provocado que pueblos y razas enteras hayan desaparecido. Y con ellos, los dioses que una vez di a la vida.
-Entonces, tú debes ser el padre de los dioses. Pensé que esa historia era solo una leyenda.
-Has matado a mis hijos no solo aquí donde nos encontramos, además has sido capaz de matarlos en tu mundo.
-¿Te refieres a los antiguos? Aún no he acabado con ellos. Tranquilo, no les queda mucho tiempo -dije con desdén.
-¡Serás destruido y mis hijos obtendrán su venganza!
El padre de todos los dioses pareció entrar en cólera tras mi último comentario e intentó aplastarme con su poder mientras hacía el gesto de cerrar el puño pero, para mi sorpresa, pude zafarme rápidamente de su control. Entonces comprendí que poseía el poder de un dios dentro de mí. Sin miedo, preparé mi contraataque contra el padre de los Dioses pero, de repente, me encontraba de nuevo en la biblioteca de la torre. Busqué a mi maestro y lo encontré tirado en el suelo en muy mal estado. Me coloqué a su lado y puse su cabeza en mis rodillas. Le apliqué los hechizos curativos que me enseñó cuando era su alumno y recobró el conocimiento. Conseguí curarle lo suficiente para que pudiera escucharme.
-Maestro, mi historia es muy larga de contar y siento dejarte con más dudas que respuestas. Tengo cosas que hacer, aunque la eternidad será mi aliada, ahora no puedo perder el tiempo. No solo nos traicionaron los altos consejeros y los maestros de las otras torres, sino que los dioses también estaban ocultos tras todos estos acontecimientos. Es cierto, por mi culpa cientos de miles de vidas han sido arrancadas sin merecerlo, pero no tenía otra alternativa. Todo debía empezar desde cero. Lo siento maestro.
Agarré un cuchillo que tenía en el cinto y sin más dilación me lo clavé en la yugular. Mi muerte fue rápida, aunque no puedo negar que fue dolorosa durante unos instantes. Mientras la vida se escapaba de mi cuerpo físico, pude ver cómo mi maestro seguía despreciándome con la mirada. Quizá eso fue lo más me dolió.
Tras mi muerte, mi otro cuerpo, el dimensional, apareció en el mundo de los antiguos.
Los miembros de aquella raza, hijos del dios padre, se encerraron en aquella isla infinita intentando así dirimir milenios de atrocidades. Pero no fue suficiente, los maté uno tras otro, vengando todas las torturas que había sufrido a sus manos durante años. Pero ellos seguían viviendo a su antojo en esta dimensión una vez su cuerpo expiraba. Desde aquí podían controlar a otros como yo, a otros bastardos que poseían su sangre. Gracias por haberme dado la vida padre, yo acabaré lo que tú nunca pudiste.
Miré a mí alrededor y uno de los antiguos me miraba petrificado. Sonreí al ver el miedo clavado en su rostro. Sabía que su muerte había llegado. Después de llevar el control durante milenios e infundir sufrimiento a todos los seres vivos, era consciente de su fin. Creé una espada de energía en mi mano derecha y disfruté cortándole la cabeza.
Si habéis encontrado este manuscrito, en él os indico donde encontrar el siguiente. En él relato toda la historia de este mundo, la misma que borré para que nadie la recordara… excepto yo.
Los maté a todos sin importar si eran inocentes o culpables; tampoco pude discriminar la edad, el sexo o la raza.
Continué andando entre el caos, muerte y destrucción que había causado a mi alrededor. La energía que había estallado en mi interior alcanzó cientos de kilómetros haciendo que la desolación se extendiera incluso a otros reinos ajenos a nuestra guerra.
Aquellos que intentaron detenerme fueron convertidos en estatuas negras de un material parecido a la obsidiana. El detalle de las esculturas era tan perfecto que parecía que iban a cobrar vida de un momento a otro. Una tormenta eléctrica iluminaba la noche convirtiéndola en día durante unos pocos segundos dando como resultado una visión desoladora que ennegrecía aún más mi corazón.
Anduve entre las esculturas sorteándolas, quedando tras de mí amigos y enemigos. Mi cuerpo se tambaleaba por una extenuación que me llevaba al límite. Mis hombros, mi espalda y mis piernas soportaban el peso de la culpa, más allá de lo que jamás podría imaginar.
Al abandonar aquella oscura fortaleza, miles de pensamientos encontrados me nublaron la cordura. Había evitado pasar por delante de mi compañera, mi amiga, mi amor en secreto. Me pidió entre lágrimas que no siguiera con mi propósito. No por ella, sino por mí, por la soledad infinita que debería soportar ahora y por siempre. Y allí la abandoné, con la esperanza de volver algún día para contemplar su rosto por última vez. Aunque para ello deberían pasar cientos de años.
Sabía hacia dónde dirigir mis pasos. Mi destino se encontraba en aquel lugar donde una vez tuve lo más parecido a una familia. Habían pasado varios años desde que todo comenzó y mi juventud se vio interrumpida. El camino que seguí durante ese tiempo evitó que regresara a la torre de cristal.
Las horas transcurrían, aunque mi cuerpo ya no respondía a mi mente, mis piernas seguían moviéndose como si un titiritero las manejara de manera lenta y torpe. Las estatuas dejaron de aparecer. La vida había cesado, y con ella, los sonidos que le precedían. Solo el crujir de las hojas secas sobre mis pies y el cantar del agua del riachuelo, me recordaban que yo también estaba vivo.
Horas más tarde caí al suelo inconsciente. Finalmente mi cuerpo se rindió, mi mente se nubló y no supe con certeza cuanto tiempo estuve allí tirado.
Desperté asustado pensando que me había quedado ciego, la oscuridad me rodeaba por completo y poco a poco fui recobrando la vista, aunque el sol me quemaba los ojos y tardé en recuperarme más de lo que me habría gustado. Seguía extenuado pero por alguna extraña razón el apetito y la sed habían desaparecido, asique continúe mi camino.
La última vez que miré hacia la torre, mis hermanos luchaban contra los traidores. Dieron la vida por mí y yo no pude hacer nada por ayudarles, es más, si estuvieran vivos y supieran lo que he hecho, no me lo habrían perdonado jamás. Sus vidas fueron segadas para nada.
Mi maese Telien invocó un hechizo donde todos quedaron atrapados en la torre. El poder que usó era tan inmenso, que nadie sería capaz de eliminar esa barrera jamás. Pero eso pasó hace muchos años y ahora mi poder ha superado con creces todo lo conocido. Entraría allí para salvar a mi maestro. Le debía eso y mucho más.
El camino era sencillo “sigue el riachuelo” y llegarás a la ciudad de Douglin, me dijo en su momento. Y ahora hago el camino a la inversa, volviendo al principio. Por fin pude vislumbrar la torre en lo alto de una montaña y me puse nervioso al comprobar que seguía intacta. Nadie había podido eliminar la barrera y por tanto cabía la posibilidad de que Telien o algún alumno siguiera allí dentro.
En apenas una hora llegué a la puerta de la muralla que rodeaba la torre. Allí estaba, erigida tan imponente y orgullosa como la recordaba. Toqué la barrera mágica con mi mano derecha y sentí el poder que de ella brotaba. Estaba seguro de que si no intercedía, la barrera podría aguantar así durante cien años más. Pero necesitaba saber la verdad de lo que había sucedido. Con apenas un gesto de la mano, la barrera desapareció mostrando la realidad de lo que había tras ella. Estaba todo completamente en ruinas. Aquella visión hizo que me tambaleara, y en mi corazón se ahogó el grito de dolor que no pude exteriorizar a causa de la sorpresa. Recuperé las fuerzas y corrí hacia la torre, de la que veía caer algún trozo de cristal desde las alturas. En ese estado, la esperanza de encontrar alguien con vida se desvanecía, aún así entré por la puerta principal convertida ahora en una oquedad enorme, dirigiéndome hacia las escaleras que llevaban a las mazmorras.
Invoqué una pequeña luz que me seguía y alumbraba mi camino. El cristal, otrora reluciente y bello, ahora se mostraba oscuro como la noche, incapaz de reflejar ningún destello o claridad. Todo parecía estar en silencio exceptuando el sonido del cristal resquebrajándose a mi alrededor. Tuve que bajar despacio y con cuidado de no herirme pies y piernas. Viendo el estado lamentable en el que se encontraba todo, empecé a pensar que el techo se me caería encima. Pero al final conseguí llegar a la biblioteca situada en uno de los niveles que había en el subsuelo. La magia rezumaba por todos los rincones de la sala, eso era buena señal. Era uno de los pocos lugares donde había madera, el resto de la construcción había sido confeccionada con aquel vidrio extraño, extraído de esta misma montaña. La puerta estaba caliente, algo dentro de la biblioteca emanaba calor y la madera lo retenía. Empujé con fuerza y la puerta se abrió sin chirrido o dificultad alguna. Allí se encontraba mi maestro en pie y mirando directamente hacia mí, como si hubiera estado esperando mi llegada. Detrás de él, una llama mágica calentaba la sala. Los ojos de Telien clamaban algún tipo de venganza u odio hacia mi persona y no tardó en dejar claras sus intenciones:
-He aquí mi alumno preferido, mi alumno más aventajado, aquel que una vez traté como el hijo que nunca tuve -su voz era solemne-. Aquel que ha traído la desgracia y la muerte -dijo de manera acusadora sin dejar de mirarme a los ojos.
-Maestro, deje que me explique…
-No hay nada que explicar -dijo sin dejarme hablar-. Llevo aquí encerrado varios años, pensando que algún día volverías a por mí, a por tus compañeros. Y cuando por fin vuelves, lo haces como el heraldo del mal y la oscuridad.
No tuve tiempo de pararlo, su magia fluía más fuerte que nunca y se lanzó al ataque. A pesar de tratarse de una carga física, su mano derecha brillaba como si estuviera llevando a cabo algún tipo de hechizo. De haber impactado sobre mí, me hubiera matado, pero pude esquivarlo y de manera automática lo hice volar contra la pared, ejerciendo tal fuerza sobre él que lo pude retener en lo alto. La presión era tan opresiva que hacía que sangrara por todos los orificios de la cabeza y sus huesos comenzaran a romperse. Pero mi maestro no gritaba de dolor, solo me miraba con más odio aún. Mis ojos estaban blancos, mi cuerpo había entrado nuevamente en ira, de nuevo, no podía controlarlo. Estaba dispuesto a acabar con esta maldición pero no tuve tiempo a hacerlo; quería que mi maestro comprendiera la verdad. El cuerpo de Telien estaba a punto de colapsarse cuando alguien o algo consiguió sacarme del trance, eso lo salvó de una muerte segura.
De repente mi cuerpo se elevó, como si alguien me hubiera cogido de la ropa y tirara de mí. Aquella extraña energía me hizo salir de la torre y empecé a ascender hacia el cielo mientras veía como todo se hacía más pequeño y, en apenas unos segundos, me encontraba en el espacio. Estaba flotando y la sensación de caída hizo que entrara en pánico; veía constelaciones, estrellas y planetas y no podía parar de dar vueltas. Finalmente sin saber cómo me estabilicé y dejé de girar. No podía distinguir donde estaba la izquierda o la derecha, el norte o el sur. Mi sentido de orientación se había quedado trastocado y de nada me servía.
Una mano tocó mi hombro y me giré realmente asustado. El personaje se separó de mí unos metros y permaneció callado mientras yo le observaba. Aquel ser que me sacaba al menos dos cabezas y no podía observar su rostro ya que estaba oculto tras una capucha. Llevaba una túnica que le cubría todo el cuerpo excepto las manos, que eran prácticamente huesos.
-¿Quién eres y que hago aquí? -dije recuperando la compostura.
El ser me hizo un gesto con la mano para que mantuviera en silencio, flotó a mi alrededor y con una voz de ultratumba me dijo que observara atentamente. Unas llamas de fuego aparecieron a mi alrededor, casi todas eran imperceptibles, como si una vela las estuviera manteniendo. Dos de ellas eran grandes y brillaban con fuerza, lo más curioso, es que todas tenían un color y tonalidad diferente.
-¿Qué significa todo esto?
-Las llamas que contemplas son la fuerza y energía de todos los dioses. ¿Sabes quién mantiene la llama con vida e impide que se apaguen? La devoción de sus seguidores. Ya puedes imaginar qué significa la existencia de tantas llamas a punto de extinguirse.
-¿Y a mí que me tienen que importar los dioses?, sigo sin entender que hago aquí.
-Tu destrucción ha provocado que pueblos y razas enteras hayan desaparecido. Y con ellos, los dioses que una vez di a la vida.
-Entonces, tú debes ser el padre de los dioses. Pensé que esa historia era solo una leyenda.
-Has matado a mis hijos no solo aquí donde nos encontramos, además has sido capaz de matarlos en tu mundo.
-¿Te refieres a los antiguos? Aún no he acabado con ellos. Tranquilo, no les queda mucho tiempo -dije con desdén.
-¡Serás destruido y mis hijos obtendrán su venganza!
El padre de todos los dioses pareció entrar en cólera tras mi último comentario e intentó aplastarme con su poder mientras hacía el gesto de cerrar el puño pero, para mi sorpresa, pude zafarme rápidamente de su control. Entonces comprendí que poseía el poder de un dios dentro de mí. Sin miedo, preparé mi contraataque contra el padre de los Dioses pero, de repente, me encontraba de nuevo en la biblioteca de la torre. Busqué a mi maestro y lo encontré tirado en el suelo en muy mal estado. Me coloqué a su lado y puse su cabeza en mis rodillas. Le apliqué los hechizos curativos que me enseñó cuando era su alumno y recobró el conocimiento. Conseguí curarle lo suficiente para que pudiera escucharme.
-Maestro, mi historia es muy larga de contar y siento dejarte con más dudas que respuestas. Tengo cosas que hacer, aunque la eternidad será mi aliada, ahora no puedo perder el tiempo. No solo nos traicionaron los altos consejeros y los maestros de las otras torres, sino que los dioses también estaban ocultos tras todos estos acontecimientos. Es cierto, por mi culpa cientos de miles de vidas han sido arrancadas sin merecerlo, pero no tenía otra alternativa. Todo debía empezar desde cero. Lo siento maestro.
Agarré un cuchillo que tenía en el cinto y sin más dilación me lo clavé en la yugular. Mi muerte fue rápida, aunque no puedo negar que fue dolorosa durante unos instantes. Mientras la vida se escapaba de mi cuerpo físico, pude ver cómo mi maestro seguía despreciándome con la mirada. Quizá eso fue lo más me dolió.
Tras mi muerte, mi otro cuerpo, el dimensional, apareció en el mundo de los antiguos.
Los miembros de aquella raza, hijos del dios padre, se encerraron en aquella isla infinita intentando así dirimir milenios de atrocidades. Pero no fue suficiente, los maté uno tras otro, vengando todas las torturas que había sufrido a sus manos durante años. Pero ellos seguían viviendo a su antojo en esta dimensión una vez su cuerpo expiraba. Desde aquí podían controlar a otros como yo, a otros bastardos que poseían su sangre. Gracias por haberme dado la vida padre, yo acabaré lo que tú nunca pudiste.
Miré a mí alrededor y uno de los antiguos me miraba petrificado. Sonreí al ver el miedo clavado en su rostro. Sabía que su muerte había llegado. Después de llevar el control durante milenios e infundir sufrimiento a todos los seres vivos, era consciente de su fin. Creé una espada de energía en mi mano derecha y disfruté cortándole la cabeza.
Si habéis encontrado este manuscrito, en él os indico donde encontrar el siguiente. En él relato toda la historia de este mundo, la misma que borré para que nadie la recordara… excepto yo.