CN5 - La culpa (Canción de cuna) - Iliria
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CN5 - La culpa (Canción de cuna) - Iliria
LA CULPA (CANCIÓN DE CUNA)
No he solicitado su visita. Deje de mirarme con esa expresión estúpida, no era yo en ese momento quien imploraba la confesión de un sacerdote, sino un ser débil y cobarde que se desollaba los dedos al arañar estas húmedas paredes de piedra.
Disculpe mis palabras y el hecho de que mi lamentable estado no me permita levantarme del camastro, ni que mi apariencia sea la adecuada para recibir a un ministro de Dios. No quisiera que me comparara con la maloliente canalla entre la que me encuentro aquí confinado. Sí… lo sé. Todos somos criaturas del Señor, y en su infinita Misericordia no hace distinción para llamarnos a dejar este maldito mundo. Si algo bueno me legó mi padre, Don Alejandro Somoza, fue nombre, posición y una educación basada en una severa disciplina, con la que llegué a la más prestigiosa Universidad. Mi formación me había llevado a creer en todo aquello evidente y razonable, dejando de lado supercherías y creencias sin fundamento.
¿Terminaría un hombre de ciencia creyendo en la vida eterna y en las almas inmortales? Ustedes no serían capaces de ubicar el alma que tanto gustan mencionar en sus sermones sobre una mesa de disección y, sin embargo, ¡con qué fervor alientan a su rebaño! No ven con otros ojos que con los de la fe. Pues ante el Altísimo juro haber presenciado la obra del diablo. ¿No va a santiguarse, padre, ante los desvaríos de este pecador?
Ojalá mis días hubiesen terminado en el maldito 1862, que ya parece siglos que dejamos atrás. Por aquel entonces mi falta de fe continuaba siendo inquebrantable. Pero quiso la mala suerte que una noche de invierno sin luna llamaran a mi puerta. Reconocí al criado y a la hacienda de dónde venía. Mi hermana se había puesto de parto y, tan complicado se presentaba, que mi ayuda como médico parecía ser su única posibilidad.
Mandé ensillar mi yegua y salimos a galope tendido. Decidí acortar la distancia todo lo posible, pero el criado de mi hermana trató de disuadirme al adivinar mis intenciones:
“Señor, ¿no pretenderá que atravesemos el pantano? Las almas de los difuntos rondan por allí esta noche”.
Yo, al escuchar aquella pamplina propia de gente inculta y falta de seso, recriminé al criado su estupidez y le ordené seguirme. No pude saber si obedeció porque lancé la yegua hacia adelante. No fui capaz de hallar una explicación, pero las palabras del sirviente habían encontrado, como el agua que discurre entre la roca, un pequeño recoveco por el que filtrarse en mi interior e ir minándolo. Me apartaba de sonidos imprecisos, de brumas que parecían siluetas. Apremiaba cada vez más a mi montura, cuyos cascos irrumpían en la pútrida quietud del pantano, y a duras penas apartaba las ramas secas que me rasguñaba el rostro. De pronto, mi yegua se espantó y fui derribado, golpeándome la cabeza.
Ya avanzado el día desperté tendido en mi lecho, aturdido y lleno de dolores. Junto a mí, uno de mis sirvientes comenzó a dar gracias al Cielo por haberme hallado con vida. Recordé súbitamente a mi hermana, a quien debí haber asistido. “Murieron ambos, señor”, fue la afligida respuesta.
Sería difícil explicar lo que se apoderó de mí al saber que había fallado en mi cometido. Al principio no lamenté tanto la muerte de mi hermana y de su criatura como la evidencia de que lo sucedido llevaría el sello de mi culpa. Puedo adivinar sus palabras, mientras contempla esa botella vacía: “pobre y estúpido borracho”. Ahora, ahora es cuando maldigo el alcohol, que nos eleva hasta la más sublime de las alturas para después estrellarnos contra el suelo, pues así fue como traté de mitigar el tormento que me acosaba día y noche.
Sobre mi familia recayó la carga de soportar mi trato, hasta que en un arrebato casi arrojé por la ventana a mi hermano, un muchacho de trece años. Decidí entonces marchar lejos, a la casa en la que nació nuestro criado más fiel, y que dejó siendo aún niño para servir a mi padre. Se hallaba cerca de una aldea de casuchas de piedra, cuyos hogares desprendían hileras de humo que ascendían entre el verdor de las colinas y el velo de la niebla. Algunas reses mugían dolientes al frío y a la humedad y otras pacían cerca del camino embarrado. Sin moradores durante años, tanto la casa como los muebles transmitían una sensación de abandono, pero allí me instalé. Durante días de lluvia me dediqué a llenar las horas con holganza, visité con frecuencia la taberna y ya de noche algún que otro campesino que volvía de sus labores se apartaba de mi camino como un gato esquivo. Una vez en la choza me recostaba en el jergón de paja y a la vista del caserón señorial que se alzaba sobre aquellas tierras, mis remordimientos y yo parecíamos diluirnos en los vapores del sueño.
Una noche desperté de súbito. Fuera creí escuchar un cadente sonido. Me tambaleé hasta la puerta y me adentré en la niebla del camino. Aunque no pude ver a nadie, tuve la sensación de que alguien merodeaba por la casa. Pensé que la bebida había engañado a mis sentidos y volví a acostarme. Al despuntar el alba el frío invadió mi cuerpo. En la chimenea solo quedaban algunos rescoldos y salí en busca de leña a aquel paraje donde parecía haber sido desterrada la luz del sol. Al regresar me detuve. Sobre la piedra de la pared vi la huella de una mano ensangrentada. Traté de sobreponerme ante la visión de aquellos pequeños dedos y decidí explorar los alrededores en busca de la víctima de algún percance. Mi búsqueda resultó infructuosa y pasé el resto del día arropado junto a la lumbre. Semejante hallazgo me fue sumergiendo en un estado de duermevela ante la idea de algún intruso rondando por allí. En algún momento debí dormirme. En sueños reconocí la choza, a pesar de aparecer desprovista de techo y en ruinas. La niebla había invadido su interior y, entre la bruma, rostros conocidos descendían sobre mí, se asomaban uno a uno y volvían a ocultarse: mi padre, mi hermano menor, mis criados… todos canturreaban con la misma voz femenina… una canción de cuna.
Me incorporé de un salto y me precipité al exterior. O aquel arrullo había cruzado el umbral del sueño o era real. Se iba desvaneciendo entre los lejanos aullidos de algún perro. El frío invernal acabó de despejarme. Miré en todas direcciones, pero en aquella noche de luna nueva no había ni un solo atisbo de movimiento, ni rastro alguno de pisadas ni más huella que la mano ensangrentada en la pared. ¿Era un delirio mío o la impronta tenía un tono escarlata más fresco?
Durante las noches siguientes comenzó a hacerse recurrente la imagen de mi hermana. Su rostro, cuya belleza no había desaparecido de mi memoria, surgía entre las brumas de un paisaje pantanoso. Yo detenía mi montura ante ella. Hacía un ademán de querer montar en la grupa, pero de pronto se encogía en el suelo, presa de un intenso dolor. Entonces me daba cuenta de que la parte inferior de su camisón estaba desgarrada y manchada de sangre. Extrajo de entre sus muslos (¿o de las aguas fétidas?) un bulto al que comenzaba a arrullar en brazos, un fardo de podredumbre que ni gemía ni se agitaba. Al despertar, la canción de cuna seguía flotando en el exterior, pero yo no osaba moverme.
De día no podía desprenderme de un recuerdo terrible ni de un sentimiento de culpa que trataba de aliviar con la botella. A aquellos tormentos venía a unirse por la noche el espectro del pasado. Me había negado a creer en entes del Más Allá que clamaran venganza por errores pretéritos. Porque aquello había sido un error. ¿Cómo iba a querer matarlos? Y sin embargo, su imagen y su voz me perseguían, me perseguían, me perseguían… Padre, ¿qué otra cosa podía hacer yo? Deseé abandonar el maldito lugar, pero tenía la certeza de que aquello me acosaría hasta el fin de mis días.
La gente del pueblo no tardó en huir despavorida ante mi presencia. No me había mirado a un espejo ni me había mudado la ropa en meses. No sentía el menor interés por mi aspecto. La última vez que acudí a la taberna recuerdo de forma vaga haber agarrado del cuello al tabernero hasta alzarlo del suelo, y regresar a la cabaña cargado de botellas. Sin apenas comer y con temor de dormir, y en un estado de embriaguez casi constante, mi ya frágil salud y mi mente se resentían. Fue aquella vez en la que, desesperado, salí al paso del espectro. Me temblaba el pulso y se me nublaba la vista, pero encañoné con mi revólver a la figura que, ataviada con un camisón blanco y con sus largos cabellos negros velándole el rostro, caminaba entre la bruma en dirección a mi casa, sus brazos acunando algo invisible y la siniestra tonada en sus labios. No sé muy bien qué esperaba que sucediera cuando apreté el gatillo, pero me sorprendió oír el peso de un cuerpo caer al suelo. Tras el eco de las balas, el silencio en el ambiente se tornó doloroso. Me acerqué para ver el cadáver. Una de las balas había impactado de lleno en su rostro, pero juro por Dios haber reconocido en él a mi hermana. El ojo que había quedado intacto se clavaba en mí con la opacidad de quien mira desde el Más Allá.
No, padre, una y mil veces negaré haber matado a una mujer de carne y hueso. Por más que me hable de la esposa de un terrateniente a quien ni siquiera conozco, fue el alma de mi hermana quien va a llevarme al cadalso. Ella poseyó a esa mujer y la hacía vagar por las noches para atormentarme. No vuelva a decirme que el demente del cacique mató a su propia hija y la enterró junto a mi choza. No sea tan ciego como el juez y los verdugos para no ver la luz que ha arrojado la obra de Lucifer.
No he solicitado su visita. Deje de mirarme con esa expresión estúpida, no era yo en ese momento quien imploraba la confesión de un sacerdote, sino un ser débil y cobarde que se desollaba los dedos al arañar estas húmedas paredes de piedra.
Disculpe mis palabras y el hecho de que mi lamentable estado no me permita levantarme del camastro, ni que mi apariencia sea la adecuada para recibir a un ministro de Dios. No quisiera que me comparara con la maloliente canalla entre la que me encuentro aquí confinado. Sí… lo sé. Todos somos criaturas del Señor, y en su infinita Misericordia no hace distinción para llamarnos a dejar este maldito mundo. Si algo bueno me legó mi padre, Don Alejandro Somoza, fue nombre, posición y una educación basada en una severa disciplina, con la que llegué a la más prestigiosa Universidad. Mi formación me había llevado a creer en todo aquello evidente y razonable, dejando de lado supercherías y creencias sin fundamento.
¿Terminaría un hombre de ciencia creyendo en la vida eterna y en las almas inmortales? Ustedes no serían capaces de ubicar el alma que tanto gustan mencionar en sus sermones sobre una mesa de disección y, sin embargo, ¡con qué fervor alientan a su rebaño! No ven con otros ojos que con los de la fe. Pues ante el Altísimo juro haber presenciado la obra del diablo. ¿No va a santiguarse, padre, ante los desvaríos de este pecador?
Ojalá mis días hubiesen terminado en el maldito 1862, que ya parece siglos que dejamos atrás. Por aquel entonces mi falta de fe continuaba siendo inquebrantable. Pero quiso la mala suerte que una noche de invierno sin luna llamaran a mi puerta. Reconocí al criado y a la hacienda de dónde venía. Mi hermana se había puesto de parto y, tan complicado se presentaba, que mi ayuda como médico parecía ser su única posibilidad.
Mandé ensillar mi yegua y salimos a galope tendido. Decidí acortar la distancia todo lo posible, pero el criado de mi hermana trató de disuadirme al adivinar mis intenciones:
“Señor, ¿no pretenderá que atravesemos el pantano? Las almas de los difuntos rondan por allí esta noche”.
Yo, al escuchar aquella pamplina propia de gente inculta y falta de seso, recriminé al criado su estupidez y le ordené seguirme. No pude saber si obedeció porque lancé la yegua hacia adelante. No fui capaz de hallar una explicación, pero las palabras del sirviente habían encontrado, como el agua que discurre entre la roca, un pequeño recoveco por el que filtrarse en mi interior e ir minándolo. Me apartaba de sonidos imprecisos, de brumas que parecían siluetas. Apremiaba cada vez más a mi montura, cuyos cascos irrumpían en la pútrida quietud del pantano, y a duras penas apartaba las ramas secas que me rasguñaba el rostro. De pronto, mi yegua se espantó y fui derribado, golpeándome la cabeza.
Ya avanzado el día desperté tendido en mi lecho, aturdido y lleno de dolores. Junto a mí, uno de mis sirvientes comenzó a dar gracias al Cielo por haberme hallado con vida. Recordé súbitamente a mi hermana, a quien debí haber asistido. “Murieron ambos, señor”, fue la afligida respuesta.
Sería difícil explicar lo que se apoderó de mí al saber que había fallado en mi cometido. Al principio no lamenté tanto la muerte de mi hermana y de su criatura como la evidencia de que lo sucedido llevaría el sello de mi culpa. Puedo adivinar sus palabras, mientras contempla esa botella vacía: “pobre y estúpido borracho”. Ahora, ahora es cuando maldigo el alcohol, que nos eleva hasta la más sublime de las alturas para después estrellarnos contra el suelo, pues así fue como traté de mitigar el tormento que me acosaba día y noche.
Sobre mi familia recayó la carga de soportar mi trato, hasta que en un arrebato casi arrojé por la ventana a mi hermano, un muchacho de trece años. Decidí entonces marchar lejos, a la casa en la que nació nuestro criado más fiel, y que dejó siendo aún niño para servir a mi padre. Se hallaba cerca de una aldea de casuchas de piedra, cuyos hogares desprendían hileras de humo que ascendían entre el verdor de las colinas y el velo de la niebla. Algunas reses mugían dolientes al frío y a la humedad y otras pacían cerca del camino embarrado. Sin moradores durante años, tanto la casa como los muebles transmitían una sensación de abandono, pero allí me instalé. Durante días de lluvia me dediqué a llenar las horas con holganza, visité con frecuencia la taberna y ya de noche algún que otro campesino que volvía de sus labores se apartaba de mi camino como un gato esquivo. Una vez en la choza me recostaba en el jergón de paja y a la vista del caserón señorial que se alzaba sobre aquellas tierras, mis remordimientos y yo parecíamos diluirnos en los vapores del sueño.
Una noche desperté de súbito. Fuera creí escuchar un cadente sonido. Me tambaleé hasta la puerta y me adentré en la niebla del camino. Aunque no pude ver a nadie, tuve la sensación de que alguien merodeaba por la casa. Pensé que la bebida había engañado a mis sentidos y volví a acostarme. Al despuntar el alba el frío invadió mi cuerpo. En la chimenea solo quedaban algunos rescoldos y salí en busca de leña a aquel paraje donde parecía haber sido desterrada la luz del sol. Al regresar me detuve. Sobre la piedra de la pared vi la huella de una mano ensangrentada. Traté de sobreponerme ante la visión de aquellos pequeños dedos y decidí explorar los alrededores en busca de la víctima de algún percance. Mi búsqueda resultó infructuosa y pasé el resto del día arropado junto a la lumbre. Semejante hallazgo me fue sumergiendo en un estado de duermevela ante la idea de algún intruso rondando por allí. En algún momento debí dormirme. En sueños reconocí la choza, a pesar de aparecer desprovista de techo y en ruinas. La niebla había invadido su interior y, entre la bruma, rostros conocidos descendían sobre mí, se asomaban uno a uno y volvían a ocultarse: mi padre, mi hermano menor, mis criados… todos canturreaban con la misma voz femenina… una canción de cuna.
Me incorporé de un salto y me precipité al exterior. O aquel arrullo había cruzado el umbral del sueño o era real. Se iba desvaneciendo entre los lejanos aullidos de algún perro. El frío invernal acabó de despejarme. Miré en todas direcciones, pero en aquella noche de luna nueva no había ni un solo atisbo de movimiento, ni rastro alguno de pisadas ni más huella que la mano ensangrentada en la pared. ¿Era un delirio mío o la impronta tenía un tono escarlata más fresco?
Durante las noches siguientes comenzó a hacerse recurrente la imagen de mi hermana. Su rostro, cuya belleza no había desaparecido de mi memoria, surgía entre las brumas de un paisaje pantanoso. Yo detenía mi montura ante ella. Hacía un ademán de querer montar en la grupa, pero de pronto se encogía en el suelo, presa de un intenso dolor. Entonces me daba cuenta de que la parte inferior de su camisón estaba desgarrada y manchada de sangre. Extrajo de entre sus muslos (¿o de las aguas fétidas?) un bulto al que comenzaba a arrullar en brazos, un fardo de podredumbre que ni gemía ni se agitaba. Al despertar, la canción de cuna seguía flotando en el exterior, pero yo no osaba moverme.
De día no podía desprenderme de un recuerdo terrible ni de un sentimiento de culpa que trataba de aliviar con la botella. A aquellos tormentos venía a unirse por la noche el espectro del pasado. Me había negado a creer en entes del Más Allá que clamaran venganza por errores pretéritos. Porque aquello había sido un error. ¿Cómo iba a querer matarlos? Y sin embargo, su imagen y su voz me perseguían, me perseguían, me perseguían… Padre, ¿qué otra cosa podía hacer yo? Deseé abandonar el maldito lugar, pero tenía la certeza de que aquello me acosaría hasta el fin de mis días.
La gente del pueblo no tardó en huir despavorida ante mi presencia. No me había mirado a un espejo ni me había mudado la ropa en meses. No sentía el menor interés por mi aspecto. La última vez que acudí a la taberna recuerdo de forma vaga haber agarrado del cuello al tabernero hasta alzarlo del suelo, y regresar a la cabaña cargado de botellas. Sin apenas comer y con temor de dormir, y en un estado de embriaguez casi constante, mi ya frágil salud y mi mente se resentían. Fue aquella vez en la que, desesperado, salí al paso del espectro. Me temblaba el pulso y se me nublaba la vista, pero encañoné con mi revólver a la figura que, ataviada con un camisón blanco y con sus largos cabellos negros velándole el rostro, caminaba entre la bruma en dirección a mi casa, sus brazos acunando algo invisible y la siniestra tonada en sus labios. No sé muy bien qué esperaba que sucediera cuando apreté el gatillo, pero me sorprendió oír el peso de un cuerpo caer al suelo. Tras el eco de las balas, el silencio en el ambiente se tornó doloroso. Me acerqué para ver el cadáver. Una de las balas había impactado de lleno en su rostro, pero juro por Dios haber reconocido en él a mi hermana. El ojo que había quedado intacto se clavaba en mí con la opacidad de quien mira desde el Más Allá.
No, padre, una y mil veces negaré haber matado a una mujer de carne y hueso. Por más que me hable de la esposa de un terrateniente a quien ni siquiera conozco, fue el alma de mi hermana quien va a llevarme al cadalso. Ella poseyó a esa mujer y la hacía vagar por las noches para atormentarme. No vuelva a decirme que el demente del cacique mató a su propia hija y la enterró junto a mi choza. No sea tan ciego como el juez y los verdugos para no ver la luz que ha arrojado la obra de Lucifer.
Re: CN5 - LA CULPA (CANCIÓN DE CUNA)
La historia es interesante pero no me acaba de gustar esa forma de narrar contando la historia en primera persona a otro que está escuchando
La idea del final me ha parecido de lo mejor del relato, hacer que mate a una inocente en medio de su delirio me ha parecido un acierto
La idea del final me ha parecido de lo mejor del relato, hacer que mate a una inocente en medio de su delirio me ha parecido un acierto
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Me ha gustado el tinte de historia clásica gótica de fantasmas, que, además, está muy bien escrita
Eso sí, en qué cabeza entra meterse en un pantano de noche, no por los espíritus, sino por el peligro intrínseco del pantano. Si es que...
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
A este relato le he visto un aire a "Cumbres Borrascosas" que me ha gustado bastante: un personaje atormentado, fantasmas, la confesión a un cura y una condena a muerte flotando en el aire. Mola
Gracias por compartirlo, autor
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Me gustó. La historia, sin ser muy original, me parece buena y está bien escrita y bien contada.
Hubo una parte en la que se me hizo un poco fatigante la lectura, pero me late que puede deberse al uso de la primera persona en la narración (y no creo que eso sea precisamente un fallo)
Hubo una parte en la que se me hizo un poco fatigante la lectura, pero me late que puede deberse al uso de la primera persona en la narración (y no creo que eso sea precisamente un fallo)
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Muy buena historia de fantasmas. Madres y niños no natos, una tremenda combinación.
Gracias por oscurecer mi navidad.
Gracias por oscurecer mi navidad.
Ronda de noche. Mundodisco 29. Terry pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
La sombra de Ender (Ender 5) - Orson Scott Card
El asombroso Mauricio y sus roedores sabios. Mundo disco 28. Terry Pratchett
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Está bien escrita.
Pero no me atrajo mucho,
quizás deba hacerle una segunda lectura.
Gracias por compartirlo y suerte
Pero no me atrajo mucho,
quizás deba hacerle una segunda lectura.
Gracias por compartirlo y suerte
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Roastbeef parece fácil pero... conlleva grandes riesgos.
Una vez has escogido el mejor trozo de carne y lo has macerado con tiempo y cariño debes decidir el tiempo de cocción. Allí corres tu primer y principal riesgo. Si lo aciertas te puede quedar genial pero si te pasas... tendrás a los comensales con dentaduras postizas haciendo bolas toda la noche. En tu confesión en presente, directa y ágil, decides que mejor que te pases de cruda. Le das un ritmo rápido a la cocción y dejas que se acumulen recuerdos, culpas, espectros e hijas de caciques sin demora.
Lo más difícil, pero, de este plato es la salsa bearnesa. Te puede quedar una masa bastante fea o una mantequilla dura y más apta para una tostada de desayuno que para la carne. No te ha quedado mal pero creo que le falta algún elemento para que la totalidad del plato resulte redondo y exquisito. No es la apariencia, perfecta, ni los ingredientes. Debe ser algún elemento que aún no he conseguido adivinar. Pero te aseguro que te ha salido mucho mejor que en los varios intentos que he hecho yo
Una vez has escogido el mejor trozo de carne y lo has macerado con tiempo y cariño debes decidir el tiempo de cocción. Allí corres tu primer y principal riesgo. Si lo aciertas te puede quedar genial pero si te pasas... tendrás a los comensales con dentaduras postizas haciendo bolas toda la noche. En tu confesión en presente, directa y ágil, decides que mejor que te pases de cruda. Le das un ritmo rápido a la cocción y dejas que se acumulen recuerdos, culpas, espectros e hijas de caciques sin demora.
Lo más difícil, pero, de este plato es la salsa bearnesa. Te puede quedar una masa bastante fea o una mantequilla dura y más apta para una tostada de desayuno que para la carne. No te ha quedado mal pero creo que le falta algún elemento para que la totalidad del plato resulte redondo y exquisito. No es la apariencia, perfecta, ni los ingredientes. Debe ser algún elemento que aún no he conseguido adivinar. Pero te aseguro que te ha salido mucho mejor que en los varios intentos que he hecho yo
El día 24 me salió mantequilla |
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Mejor que poco y peor que mucho. La historia atrae más por como está contada que por lo que cuenta. El ambiente está logrado pues te introduce en ese mundo oscuro que rodea toda la historia. Eché de menos algún diálogo que pudo haber gracias al páter pero que no llegó en ningún momento. Lo digo porque la historia se vuelve bastante plana con tanto monólogo depresivo y qie se ve venir el desenlace. La idea no me gusta demasiado por lo poco original que es y lo manido del diablo, sin embargo, me gusta como me lo has contado, que no es algo que sea fácil de llevar a cabo. Un saludo y suerte.
En paz descanses, amigo.
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Hola autor o autora:
Al igual que en otros relatos de este concurso, te has decantado por un estilo narrativo diferente. La narrativa confesional es un estilo muy particular porque permite acompañar al protagonista en su descripción los hechos.
Lo malo es que a veces puede fatigar, y eso es lo que me ha ocurrido en algunos pasajes. Creo que la elección del narrador debe ser un ingrediente escogido de forma concienzuda para ayudar a transmitir, y yo no tengo del todo claro que el narrador esté en consonancia con el objetivo del relato. Dicho esto, creo que está muy bien escrito y que manejas muy bien los recursos estilísticos.
Gracias por compartirlo
Al igual que en otros relatos de este concurso, te has decantado por un estilo narrativo diferente. La narrativa confesional es un estilo muy particular porque permite acompañar al protagonista en su descripción los hechos.
Lo malo es que a veces puede fatigar, y eso es lo que me ha ocurrido en algunos pasajes. Creo que la elección del narrador debe ser un ingrediente escogido de forma concienzuda para ayudar a transmitir, y yo no tengo del todo claro que el narrador esté en consonancia con el objetivo del relato. Dicho esto, creo que está muy bien escrito y que manejas muy bien los recursos estilísticos.
Gracias por compartirlo
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Una de cal y otra de arena. Por un lado, está muy bien escrito y se nota que hay trabajo detrás. Me gusta la atmósfera que has creado tan oscura y sofocante. Por otro, la lectura pronto se vuelve monótona, el lenguaje, la ausencia de diálogos y el incansable soliloquio de protagonista atormentado consiguen que la tensión se diluya y solo acabes oyendo un runrún constante dentro de tu cabeza. Le falta esa chispa, ese pico de tensión, ese salto al vacío que el escritor a veces tiene que hacer aun a riesgo de crear perplejidad. Has querido asegurar, eso está claro.
Aun así el balance es positivo para mí. Admiro el estilo que gastas y el curro de revisión que le has metido al texto (o el talento innato que tienes si no se lo has metido ), la historia es típica pero efectiva y solo falla -en mi opinión- una ejecución un tanto monocorde.
Pero está bastante bien, ¡suerte!
Aun así el balance es positivo para mí. Admiro el estilo que gastas y el curro de revisión que le has metido al texto (o el talento innato que tienes si no se lo has metido ), la historia es típica pero efectiva y solo falla -en mi opinión- una ejecución un tanto monocorde.
Pero está bastante bien, ¡suerte!
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Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Me ha pasado una cosa extraña. He seguido la historia hasta el punto en que se muda a la otra casa y ahí me he confundido. ¿La casa donde nació el criado más fiel? Me ha chocado mucho la forma de referirse a ella y me ha costado imaginar lo que sigue. Es quizás un cambio muy brusco y me deja la impresión de que la primera parte era solo relleno. Porque lo que quieres contar es el tema de la culpa y el fantasma que no lo es.
También se la ha hecho un poco denso y no he sabido por qué hasta que he leído los comentarios previos. Ahora pienso que es por el narrador en primera persona.
También se la ha hecho un poco denso y no he sabido por qué hasta que he leído los comentarios previos. Ahora pienso que es por el narrador en primera persona.
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Yo creo que le hace falta un repaso. El narrador divaga mucho, intercala en un mismo párrafo cosas de interés y cosas que no aportan nada y saca del objetivo de la explicación, también abusa del elemento metafórico. Y no digo que no deba hacerse todo esto, pero a veces un poco de recorte gana puntos en la narración.
Esta párrafo es mejorable en mi opinión, por poner un ejemplo:
2-Es paja, el criado más fiel no representa nada en este relato.
3-Tres frases que se podrían unir en una sola fácilmente. ¿Las reses qué aportan al relato?
4-Durante los días de lluvia me dedicaba, estás usando el mismo tiempo que cuando luego llega. Me dedicaba y luego me recostaba.
Perdona este repaso. No quiero ir de listillo. Son cosas que a mí, y puede que solo a mí y erróneamente, me parecen mejorables.
Y supongo que lo que me saca del relato es que hay mucha implicación emocional que la narración no muestra en realidad. En todo caso, yo creo que esto se puede pulir con práctica y paciencia. El ambiente creado bien podría haberlo escrito Poe o Lovecraft, así que desde aquí estoy seguro que el autor puede escribir cosas que lleguen a fascinarme.
Gracias por compartir
Esta párrafo es mejorable en mi opinión, por poner un ejemplo:
1-Nos acaba de contar su problema con el alcoholismo. Y nada más contarlo ya está casi tirando a su hermano por la ventana y largándose de allí. No se ve la evolución que el alcoholismo provoca.Sobre mi familia recayó la carga de soportar mi trato, hasta que en un arrebato casi arrojé por la ventana a mi hermano, un muchacho de trece años (1). Decidí entonces marchar lejos, a la casa en la que nació nuestro criado más fiel, y que dejó siendo aún niño para servir a mi padre (2). Se hallaba cerca de una aldea de casuchas de piedra, cuyos hogares desprendían hileras de humo que ascendían entre el verdor de las colinas y el velo de la niebla. Algunas reses mugían dolientes al frío y a la humedad y otras pacían cerca del camino embarrado. Sin moradores durante años, tanto la casa como los muebles transmitían una sensación de abandono, pero allí me instalé (3). Durante días de lluvia me dediqué (4) a llenar las horas con holganza, visité con frecuencia la taberna y ya de noche algún que otro campesino que volvía de sus labores se apartaba de mi camino como un gato esquivo. Una vez en la choza me recostaba (4) en el jergón de paja y a la vista del caserón señorial que se alzaba sobre aquellas tierras, mis remordimientos y yo parecíamos diluirnos en los vapores del sueño.
2-Es paja, el criado más fiel no representa nada en este relato.
3-Tres frases que se podrían unir en una sola fácilmente. ¿Las reses qué aportan al relato?
4-Durante los días de lluvia me dedicaba, estás usando el mismo tiempo que cuando luego llega. Me dedicaba y luego me recostaba.
Perdona este repaso. No quiero ir de listillo. Son cosas que a mí, y puede que solo a mí y erróneamente, me parecen mejorables.
Y supongo que lo que me saca del relato es que hay mucha implicación emocional que la narración no muestra en realidad. En todo caso, yo creo que esto se puede pulir con práctica y paciencia. El ambiente creado bien podría haberlo escrito Poe o Lovecraft, así que desde aquí estoy seguro que el autor puede escribir cosas que lleguen a fascinarme.
Gracias por compartir
Re: CN5 - La culpa (Canción de cuna)
Sí, los puntos dos y tres que comenta Ratpenat son los que me desconcertaron a mí...