CN5 - Borealia - Ratpenat
Publicado: 25 Dic 2016 11:05
Borealia
Amor mío,
Ya han pasado muchos meses desde que vine a Borealia. La soledad que siento en esta isla es tal que a veces me dan ganas de matarme y no lo hago por ti. Me terminé todos los libros que llevé conmigo a las dos semanas y tan solo puedo obtener nuevos cuando viene el barco una vez al mes. El capitán es un hombre huraño y me vende los libros muy caros, pero al menos me los vende. Siempre espero de él otra cosa una carta, una carta tuya. Prometiste escribirme, ¿por qué no lo has hecho? ¿No has recibido mis cartas? ¿O soy yo quien no las recibe?
Recuerdo los primeros días en Borealia, una isla desierta, nevada de arriba abajo. ¡Y qué frío! De vez en cuando me abrigaba para explorarla. La nieve dificulta el caminar y era fácil perder la orientación pues los árboles son todos iguales, coníferas altas, estrechas por todos lados. La hoja no cae y el suelo debajo de la nieve es oscuro, como cenizo y arenoso. Aunque no es arena, desde luego, lo que hay en el suelo.
Tras los primeros días de exploración, me aburrió salir y me quedaba en el faro, escribiéndote cartas. A veces más de una al día. Cuando vino por primera vez el capitán del barco que me trae las mercancías, cuál fue mi disgusto saber que no había llegado ni una carta tuya. Aún así le di las mías y él prometió hacértelas llegar. Me hubiera gustado tanto pedirle que me llevara con él, pero no puedo... Tiene que pasar un año entero, ya lo sabes, amor.
Pasaron dos semanas más y llegó el capitán por la noche. Tomó cobijo conmigo y me vendió los libros que había traído. Tomamos cobijo en el faro y bebimos primero café y luego vino a la luz del faro, jugando a las cartas, mientras intercambiamos historias. Me habló de su tripulación y de sus aventuras cuando los problemas acechaban el mar, lo que parecía más común de lo que uno creería. Yo le hablé de ti, puesto que nada más viene a mis pensamientos. Le hablé de cómo te conocí, de cómo mueves tus manos cuando te pones nerviosa, de tus hoyuelos cuando sonríes, del día que nos prometimos.
¡Cuánto te echo de menos, amor mío! El segundo mes fue mi sentimiento de soledad tal que empecé a ver espectros en el bosque. Primero se escondían entre los árboles y me susurraban con el viento helado. Oía palabras, ¿sabes? Y llevado por la curiosidad volví al bosque. Poco a poco empecé a ver patrones, aprendí a guiarme por él, conocí a los árboles y al final, en el tercer mes vi a uno de los espectros. O quizá debería decir una, pues era una mujer. Una mujer vestida con unas ropas oscuras que jamás había visto y una capucha que le tapaba la cara.
Cuando me quedé frente a ella, tan solo podía distinguir su boca y recuerdo que la abrió y pronunció unas palabras que no pude escuchar pues el viento gritó más fuerte que ella, de forma aguda y espeluznante, cortante y helada. Me tapé los ojos, pues me hacían daño y, cuando los volví a abrir, ya no estaba. ¡Te juro que la vi, mi amor! Y así empecé a salir todos los días hasta que volvió el marinero, ese día dejé de buscarla. Al capitán no le hablé de mi descubrimiento, ni mostré interés en los libros, aunque los compré de todos modos.
Le debió extrañar mi comportamiento porque aunque no le mencioné el bosque en ningún momento, él me recomendó no pasear por él. No es necesario decir que hice caso omiso de su recomendación y volví a buscarla al día siguiente. Me pasé todo el día caminando arriba y abajo por el bosque, sin comer siquiera. Estaba desesperado por encontrar a esa mujer, mi amor, y no lo tomes a mal, pero necesitaba saber si me estaba volviendo loco.
A punto estaba de desistir y volver a mi faro, prometiéndome que jamás volvería al bosque, como bien me aconsejó el capitán del barco, cuando el viento sopló trayendo las palabras: ayer no me buscaste. Caí de rodillas. Su voz bajo el agudo viento que soplaba entre los abetos era hermosa. Pero eso fue todo.
Eso fue todo durante el día. Ella empezó a hablarme en sueños, me mostraba imágenes de un pueblo en esa isla, un pueblo pequeñito y acogedor de otra época. Y soñaba imágenes apacibles de un pueblo frío de corazón cálido, de gente que se ayudaba entre ellos. Un pueblo de pescadores, de artesanos, de cocineros. Un pueblo feliz.
Dormía apaciblemente con esas imágenes y quise buscar ese pueblo. Necesitaba demostrarme que no estaba loco y tomé una pala, me dirigí al bosque y cavé, buscando vestigios de una civilización antigua.
Cavé y cavé, pero no encontraba nada. Los días pasaban y yo olvidé escribirte más, olvidé contar los días, olvidé mis obligaciones. Solo quería saber qué había sido de ese pueblo. Una vez cavé tan hondo que me quedé atrapado y al caer tierra acumulada casi muero. El viento me trajo fuerzas con un susurro: ¿quieres saber lo que nos ocurrió? Conseguí salir del hueco y allí estaba ella, sin capucha, ¡qué hermosa era, mi amor! Su belleza solo podría ser comparada a la tuya.
Yo fui la última, te lo mostraré, dijo.
Esa noche también soñé con ese pueblo tan alegre, pero había más gente. Un grupo de piratas llegó a la isla, gritaban y golpeaban a todos los hombres a los que les cortaron la cabeza sin ningún miramiento. Robaron la comida y todo aquello que creyeron que podía tener algún valor. Y luego... luego posaron su mirada sobre las mujeres. ¡Qué terror sentí! Me di cuenta de que las imágenes eran las propias que veía el espectro. Ella lo vio todo, vio cómo iban violando sistemáticamente a cada mujer del poblado. Y no tenían suficiente con penetrarlas, las torturaban, les metían objetos punzantes, las pateaban. Cada noche soñaba con una de ellas, cada noche sufría viendo el tormento de una de ellas y me despertaba sudando, llorando y apretando mi estómago.
Esta noche me tocará a mí, mi amor, y no quiero dormir, no puedo verlas a todas muertas de nuevo. Estoy decidido a volver con el capitán cuando vuelva, ya no me importa nada, pero no volverá a tiempo. No volverá a tiempo y tendré que sentir eso, ¿qué hago mi amor? Solo quiero volver a casa contigo y casarme contigo, olvidar todo esto.
Por favor, escríbeme.
Siempre tuyo,
Armando.
Amor mío,
Ya han pasado muchos meses desde que vine a Borealia. La soledad que siento en esta isla es tal que a veces me dan ganas de matarme y no lo hago por ti. Me terminé todos los libros que llevé conmigo a las dos semanas y tan solo puedo obtener nuevos cuando viene el barco una vez al mes. El capitán es un hombre huraño y me vende los libros muy caros, pero al menos me los vende. Siempre espero de él otra cosa una carta, una carta tuya. Prometiste escribirme, ¿por qué no lo has hecho? ¿No has recibido mis cartas? ¿O soy yo quien no las recibe?
Recuerdo los primeros días en Borealia, una isla desierta, nevada de arriba abajo. ¡Y qué frío! De vez en cuando me abrigaba para explorarla. La nieve dificulta el caminar y era fácil perder la orientación pues los árboles son todos iguales, coníferas altas, estrechas por todos lados. La hoja no cae y el suelo debajo de la nieve es oscuro, como cenizo y arenoso. Aunque no es arena, desde luego, lo que hay en el suelo.
Tras los primeros días de exploración, me aburrió salir y me quedaba en el faro, escribiéndote cartas. A veces más de una al día. Cuando vino por primera vez el capitán del barco que me trae las mercancías, cuál fue mi disgusto saber que no había llegado ni una carta tuya. Aún así le di las mías y él prometió hacértelas llegar. Me hubiera gustado tanto pedirle que me llevara con él, pero no puedo... Tiene que pasar un año entero, ya lo sabes, amor.
Pasaron dos semanas más y llegó el capitán por la noche. Tomó cobijo conmigo y me vendió los libros que había traído. Tomamos cobijo en el faro y bebimos primero café y luego vino a la luz del faro, jugando a las cartas, mientras intercambiamos historias. Me habló de su tripulación y de sus aventuras cuando los problemas acechaban el mar, lo que parecía más común de lo que uno creería. Yo le hablé de ti, puesto que nada más viene a mis pensamientos. Le hablé de cómo te conocí, de cómo mueves tus manos cuando te pones nerviosa, de tus hoyuelos cuando sonríes, del día que nos prometimos.
¡Cuánto te echo de menos, amor mío! El segundo mes fue mi sentimiento de soledad tal que empecé a ver espectros en el bosque. Primero se escondían entre los árboles y me susurraban con el viento helado. Oía palabras, ¿sabes? Y llevado por la curiosidad volví al bosque. Poco a poco empecé a ver patrones, aprendí a guiarme por él, conocí a los árboles y al final, en el tercer mes vi a uno de los espectros. O quizá debería decir una, pues era una mujer. Una mujer vestida con unas ropas oscuras que jamás había visto y una capucha que le tapaba la cara.
Cuando me quedé frente a ella, tan solo podía distinguir su boca y recuerdo que la abrió y pronunció unas palabras que no pude escuchar pues el viento gritó más fuerte que ella, de forma aguda y espeluznante, cortante y helada. Me tapé los ojos, pues me hacían daño y, cuando los volví a abrir, ya no estaba. ¡Te juro que la vi, mi amor! Y así empecé a salir todos los días hasta que volvió el marinero, ese día dejé de buscarla. Al capitán no le hablé de mi descubrimiento, ni mostré interés en los libros, aunque los compré de todos modos.
Le debió extrañar mi comportamiento porque aunque no le mencioné el bosque en ningún momento, él me recomendó no pasear por él. No es necesario decir que hice caso omiso de su recomendación y volví a buscarla al día siguiente. Me pasé todo el día caminando arriba y abajo por el bosque, sin comer siquiera. Estaba desesperado por encontrar a esa mujer, mi amor, y no lo tomes a mal, pero necesitaba saber si me estaba volviendo loco.
A punto estaba de desistir y volver a mi faro, prometiéndome que jamás volvería al bosque, como bien me aconsejó el capitán del barco, cuando el viento sopló trayendo las palabras: ayer no me buscaste. Caí de rodillas. Su voz bajo el agudo viento que soplaba entre los abetos era hermosa. Pero eso fue todo.
Eso fue todo durante el día. Ella empezó a hablarme en sueños, me mostraba imágenes de un pueblo en esa isla, un pueblo pequeñito y acogedor de otra época. Y soñaba imágenes apacibles de un pueblo frío de corazón cálido, de gente que se ayudaba entre ellos. Un pueblo de pescadores, de artesanos, de cocineros. Un pueblo feliz.
Dormía apaciblemente con esas imágenes y quise buscar ese pueblo. Necesitaba demostrarme que no estaba loco y tomé una pala, me dirigí al bosque y cavé, buscando vestigios de una civilización antigua.
Cavé y cavé, pero no encontraba nada. Los días pasaban y yo olvidé escribirte más, olvidé contar los días, olvidé mis obligaciones. Solo quería saber qué había sido de ese pueblo. Una vez cavé tan hondo que me quedé atrapado y al caer tierra acumulada casi muero. El viento me trajo fuerzas con un susurro: ¿quieres saber lo que nos ocurrió? Conseguí salir del hueco y allí estaba ella, sin capucha, ¡qué hermosa era, mi amor! Su belleza solo podría ser comparada a la tuya.
Yo fui la última, te lo mostraré, dijo.
Esa noche también soñé con ese pueblo tan alegre, pero había más gente. Un grupo de piratas llegó a la isla, gritaban y golpeaban a todos los hombres a los que les cortaron la cabeza sin ningún miramiento. Robaron la comida y todo aquello que creyeron que podía tener algún valor. Y luego... luego posaron su mirada sobre las mujeres. ¡Qué terror sentí! Me di cuenta de que las imágenes eran las propias que veía el espectro. Ella lo vio todo, vio cómo iban violando sistemáticamente a cada mujer del poblado. Y no tenían suficiente con penetrarlas, las torturaban, les metían objetos punzantes, las pateaban. Cada noche soñaba con una de ellas, cada noche sufría viendo el tormento de una de ellas y me despertaba sudando, llorando y apretando mi estómago.
Esta noche me tocará a mí, mi amor, y no quiero dormir, no puedo verlas a todas muertas de nuevo. Estoy decidido a volver con el capitán cuando vuelva, ya no me importa nada, pero no volverá a tiempo. No volverá a tiempo y tendré que sentir eso, ¿qué hago mi amor? Solo quiero volver a casa contigo y casarme contigo, olvidar todo esto.
Por favor, escríbeme.
Siempre tuyo,
Armando.