CPXII - La puerta estaba cerrada - Tolomew Dewhust

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CPXII - La puerta estaba cerrada - Tolomew Dewhust

Mensaje por lucia »

La puerta estaba cerrada


Caminaba dentro de un cristal, y ese cristal era su casa.

Porque moraba en el interior de una esfera translúcida y templada, como lo hace el caracol dentro de su palacio pequeño y cerrado. A veces se arrastraba muy cerca del suelo. Otras avanzaba erguido. En ocasiones se sometía a la inercia del movimiento involuntario en las pendientes más pronunciadas, dejándose llevar como lo haría un pez sin vida en el curso de un río, y su cuerpo revoleaba dentro de la esfera, encontrándose, entonces, sus extremidades, su rostro y su tronco con las paredes de su única habitación.

—Caballero —a un transeúnte que cruzaba frente a sí—… Caballero, ¿le importaría recoger ese pedazo de cartón que yace —señalando con la mano huesuda del escuálido brazo, el torso consumido y su cuerpo desnudo—, que duerme, suspira, titila, ¡que acecha…! en el borde de esa acera?

Recogió el hombre el despojo de cartulina y lo arrimó al rostro del sujeto que subsistía, enjaulado, en una bola de cristal. Al tiempo, complaciente, interrogaba si le quedaba algún otro deseo por satisfacer.

—No, a mí no… Acérquelo a su nariz, caballero, y, dígame, ¿a qué huele? Solo eso.

—A humedad, a brea. A podredumbre huele este pedazo de cartón.

Trisaba la alondra con la primera luz del alba y amanecía Gabriel dentro de su habitáculo curvo, acompañado de un poco de zumo y otro poco de pan —tal y como venía sucediendo, al menos, desde que tenía uso de razón. Los desechos que no cabían por las ranuras que ventilaban el recinto eran también retirados, cada madrugada, por las manos de un semejante suyo, carcelero y esquivo.

Cumplía el niño nueve años la madrugada en la que decidió aguardar a quien quiera que fuese la persona que lo alimentaba día tras día, con el único propósito de expresarle gratitud y cariño. En cuclillas, frente a un pintarrajo que había sido trazado sobre el cristal, pasó la noche en vela. Como recompensa, a la mañana siguiente no tuvo pan que roer ni zumo que echarse a la tripa... y aprendió la lección. Y desaparecieron las ganas de conocer y los «porqués».

Cuarenta años más tarde aún caminaba, encontraba todavía tierra sobre la que horadar. Por las avenidas, los peatones entrechocaban cual iones de oro para abrirle paso, de manera inconsciente aunque orquestada, a la burbuja en la que malvivía Gabriel. Y, si este preguntaba, ellos respondían, interactuaban sin reparo alguno con su igual, asentían, le auxiliaban, se ofrecían para cuanto Gabriel necesitase. Si requería de fornidas manos para remontar un escalón, sin dificultad las encontraba pronto entre quienes le rodeaban…

Lo que nunca nadie le preguntó es si acaso necesitaba un abrazo, por utópico que fuese el anhelo.

Solo una vez, una tan solo hasta entonces, un desconocido se había dirigido hacia él de manera espontánea. Tampoco en aquella ocasión pudo ponerle rostro al protagonista, pues, con el amanecer, con la alondra y el zumo, con el pan en la boca y su cuerpo desnudo, una escueta oración rubricada con letra minúscula y artística le había sorprendido, esculpida, en el reverso del cristal: «¿Acaso tú no mamaste?».

Con once años le confesó a una farola que le gustaría apuntarse a fútbol.

Mañanas enteras observando a sus semejantes correr, sin una pared de cristal que los distanciase. Mochilas a la espalda y una manzana en la mano. El sacapuntas, cartabón y compás, deberes en una carpeta. La niña del pelo ondulado y la falda verde, el bebé en brazos, el niño en brazos, un cachorro en brazos. Zapatos negros, calcetines. La sirena, un silbido de alarma, carreras... ¿Adónde iban? ¿Quién los borraba del suelo? Luego brotaban como epilobios, los escupían las paredes, asomaban por las puertas, bullían, crecían dentro de los vehículos... Niños, adultos, el chófer del bus que rodeaba la escuela.

Todo eso era fútbol. Y también mediodía, la calle desierta y una telenovela desgajándose de la fachada. Los niños, algunos, no todos, se materializaban de nuevo. «¡Ese lleva un balón! Parece bueno. De cuero, de cuero blanco», «Vamos a darle patadas», «¡Más fuerte!», «Yo puedo darle más fuerte». «A ver quien lo embarca». Sudaban. Más de uno soltaba una lágrima. Y, en cascada, se sucedían el agua en la fuente o en la botella pequeña, pan con Nocilla, «¿Otra vez fruta?», la abuela con golosinas, «Mamá, me he caído», «Mamá, me han pegado», la arena en el suelo, sangre en la rodilla, tiritas, pañuelos, un chiquillo descalzo gritando «Por todos mis compañeros...».

E intentó —sin conseguirlo— inscribirse Gabriel en fútbol, acercándose a la persona que creía él que era quien manejaba el asunto. «¿Por qué sujeta esta señora tu mano?», le preguntó. «Es mi madre», respondió la cría estupefacta.

Aprendió a leer en su adolescencia. Sus primeros best sellers fueron «Se vende», «Se alquila» y «Se dan clases de guitarra», así como cuantos otros anuncios prendiesen de fachadas y ventanas. Para ello, interpeló hasta la saciedad a todo el que se le arrimara, para que le aclarase este o aquel otro término, si alguno le resultaba confuso.

—¡Señor! Perdone, ese trazo tan pequeño que separa las palabras, ¿tiene algún significado para usted?

—Es un signo ortográfico, joven. Lo denominamos coma, no me pregunte por qué. Entiéndalo como el palito de la tranquilidad. Lea, lea conmigo: «Se ofrece chica universitaria,» ahora nos detenemos un tanto, un parpadeo, medio suspiro, y continuamos con el enunciado «con experiencia en el cuidado de personas con necesidades especiales...».

Y buscó palabras en la corteza de los árboles. En los neumáticos. En el papel llovido que salpicaba el suelo, en las prendas de vestir, en las monedas pequeñas, en el aluminio, en la cal y en su sombra. Arriba en las nubes halló algún adverbio.

Reía, lloraba y reía una vez más, extasiado, completo, henchido, feliz… feliz como solo se sabe un loco cuando ya se piensa cuerdo, porque su universo se había llenado de colores al conocer la palabra escrita.

Y le visitaron la oración y el verso. Y supo del ritmo, la melodía…

Amarillo y negro, los colores que ese crío tenía en las manos. Bien pudiera ser su hijo. Se acercó despacio, como el que intenta sorprender a una paloma, y, sin mediar palabra, dibujó la caseta de un perro. Dentro se intuía un galgo. Había también un árbol, posiblemente un roble. A la izquierda, a la izquierda del roble, un papá con su colita frente a una muchacha preciosa… ¿Qué se estarían contando?

Fue la esfera una pizarra, e imaginaron, entre ambos, lo que los enamorados decían: «Él tiene hambre, se está comiendo una rama...», «… y ella ha venido corriendo, por eso ha perdido un zapato». «Parece triste, ya se marcha...», «Ella le quiere y sonríe, pero saben que no está bien y que no deben».

Comenzó a oscurecer y, con las manos pintadas de negro, le dijo adiós a Gabriel. «Tú puedes irte, yo me quedo».

Vinieron otra tarde más niños, algunos traían colores. Y le llenaron de castillos los cristales, de columpios, de enanitos… A veces se le acercaban y él se hacía el dormido. Cuando se iban, cuando descubría los garabatos, los bautizaba, les daba vida o inventaba canciones para ellos… «Hay una cuerda en el suelo para el que busca un camino / ven, que hay sitio en mi universo, a recorrerla conmigo...».

Dos décadas más tarde ascendería a capitán de navío.

Ocurrió en noviembre, mes lluvioso. Despertó de madrugada y se puso en pie. La esfera flotaba como hoja de arce, sobre un inmenso charco que se había formado junto a la muralla. Y, sus pasos, aquellos que otrora aprendiera solo —pequeños al principio, frente a nadie y ningún espejo, sin brazos delante que lo aguardasen...—, dejaron de ser timón para el balandro aquel en que se había convertido su celda.

Inspiró con brío, alzó la diestra e invocó a la Suerte. Tentó a los mares. Navegó. Navegó por las calles, ahora océanos miles, a bordo de una piedra ostionera, sin agua salada en la cara ni madera estanca en el suelo, con diez cañones por banda y los poetas del agua en sus labios.

Se aferró a su mástil y murió Parténope.

Pero tampoco esa noche se fracturó el cristal. Ni el viento ni las olas, que le hicieron embestir con crudeza contra los soportales, lograron hacer mella en la jaula de Gabriel.

Y supo por fin que nunca saldría.

«¡Que llueva y que llueva lo que quiera llover!». Porque no quería abandonar nunca su prisión de reflejos, ¿quién desearía tal cosa, sabiendo que es siempre más seguro vivir preso de una cadena, que no romperla y verse libre?

Y en una cama de vidrio vio llegar a su invierno. Apenas cumplía medio siglo.

Se acercó al cristal, y fue, su vaho, el único paisaje. Sonaban los tres violines de Pachelbel sobre los compases del contrabajo. Gabriel acarició su vieja jaula y escribió dentro de ella: El Jardín Botánico es…, Y una madre te sujeta la mano —comenzaba el primer violín con la segunda variación, y el segundo con la primera—. El patio de mi casa no es particular, Mira a ese niño, va desnudo... ¡Un, dos, tres, el escondite inglés! —arrancaba el primero con la tercera, el segundo violín con la segunda variación, y el tercero con la primera—. Aquí tengo mi silla y mi cama, y tú has perdido un zapato. ¿Acaso nunca mamaste?

Le aguardó despierto, pero no vino. El día se le hizo un mundo. La noche le sorprendió fatigado, y la veló con una rodilla en el suelo. Tres, cuatro días sin dormir, sin el pan, sin el zumo…

«Sea como tú dispongas… Muramos juntos, distantes. Yo de hambre, y tú de pena».

Lo encontraron sentado, casi parecía dormido… El rostro, sereno, sobre el cristal, junto a un garabato, el de una caseta de perro. Dentro se intuía un galgo. Había también un árbol, posiblemente un roble. A la izquierda, a la izquierda del roble, un papá con su colita frente a una muchacha preciosa… ¿Qué silencios no se estarían contando?
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Berlín
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Berlín »

jomio, te subo para tenerte a mano, porque te he leído como dos o tres veces y no te acabo de pillar y mira que me gustas.

Que espesa estoy...
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Frigg
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Frigg »

Me gusta la metáfora y el lenguaje poético, pero he de reconocer que no logro conectar con tu relato. No necesito que se me cuente una gran historia si saben transmitirme sensaciones e imágenes que me lleguen al alma...Pero es que me pierdo tanto en tu prosa, desde luego instruida, que no empatizo.
Lo siento autor.
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Mario Cavara
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Mario Cavara »

Es sin duda un buen relato, sobre todo en el aspecto sintáctico, puesto que, aunque a veces cae en la trampa de las frases cortas, consigue casi siempre fugarse y lograr hilvanaciones más complejas.

El problema es que, aunque busca encomiablemente el necesario barniz lírico, no termina de alcanzarlo. Hay algunas tentativas bastante interesantes, como en “dejándose llevar como lo haría un pez sin vida en el curso de un río”, pero terminan quedándose en aproximaciones.

También lo intenta en esta otra: “los peatones entrechocaban cual iones de oro para abrirle paso”, pero sigue faltándole algo, al menos a mi juicio.

Quizá la frase más lograda sea esta: “con el amanecer, con la alondra y el zumo, con el pan en la boca y su cuerpo desnudo, una escueta oración rubricada con letra minúscula y artística le había sorprendido, esculpida, en el reverso del cristal” . Sí, esta frase merece mucho la pena, confiere un notorio toque de calidad al relato.

En suma, aunque le falta algo, es de lo mejorcito que he leído. Felicidades
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jilguero
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por jilguero »

Si te digo la verdad, autor, lo que siento ahora mismito es envidia. Y siento envidia porque compruebo que logras hacer, a tu manera, por supuesto, eso que yo busco hacer sin acabar de conseguirlo: una historia con diferente nivel de lectura según sea el lector. :chino:

Una biografía peculiar sería al nivel más elemental. Una metáfora de la soledad del ser humano su nivel más profundo. Y en medio intuyo cosas que no sé si serán o no serán. Eso sí, veo asomar a Benedetti en ese Jardín botánico y en esos enamorados junto al roble ( A la izquierda del roble) y me arrancas una sonrisa y me metes en el bosillo.

Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble
(también podría llamarlo almendro o araucaria
gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo)
hablan y por lo visto las palabras
se quedan conmovidas a mirarlos
ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos
.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero es lindísimo imaginar qué dicen
sobre todo si él muerde una ramita
y ella deja un zapato sobre el césped

sobre todo si él tiene los huesos tristes
y ella quiere sonreír pero no puede
.
[...]
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.

Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.


En lo formal tienes frases muy logradas entremezcladas con otras de estructura tan “singular” que se queda uno atascado. Gajes del oficio, diría yo. Cuestión de seguir peleando con esa música a ver si se vuelve más universal :wink: . Es demasiado metafórico para que te comas un colín en el concurso popular, pero yo parafrasearía a Benedetti diciendo: Ustedes pueden irse. Yo me quedo

Leido el 50% de los relatos, este, junto con el borgeano (El problema del pastor), son los dos que más gratamente me han sorprendido de momento, los que más se parecen a lo que yo voy buscando cuando leo. Están en las antípodas el uno del otro y justo por eso muy próximos. Este gana en mundo propio, en originalidad. El otro gana como juego intelectual, no tan propio (es inevitable pensar en Borges), pero estupendamente llevado, creando un falso mundo sobre el conocido.

PD: olvidé decir que también he visto por ahí a mi checo favorito: es siempre más seguro vivir preso de una cadena, que no romperla y verse libre. Y ese galgo intuido en la caseta del perro... :roll: :luf:


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Paraná
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Paraná »

Trisaba la alondra con la primera luz del alba y amanecía Gabriel dentro de su habitáculo curvo
Frases como ésta -y hay varias- cargan el texto de un lirismo valioso. También las varias referencias de intertextualidad con otros autores leídos es un punto llamativo e interesante (a propósito, "Se alquila" y "Se vende", ¿son al azar o hay un guiño a la trilogía de Galsworthy sobre los Forsyte?).
Pero... Sí, encuentro un pero: no consigo hacerme con la historia. Cuando creo haberla resuelto, alguna palabra o giro me vuelve a punto cero. Parece obvio que se trata de una alegoría muy elaborada y que su estructura gira en torno a la incomunicación; pero es que si en algún punto no se descubre al referente concreto, queda frustrada. O es eso, o yo estoy pasándome de simple.
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Berlín
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Berlín »

En fin, este relato es de una gran belleza. Y me ha pasado con él lo mismo que con La tempestad, que se me han agarrado a las tripas y no me sueltan. Aquel lo he entendido más, este un poco menos, pero eso es porque tú no lo quieres contar con palabras, tú has ido esparciendo dibujitos que vuelan por la calle y que el viento hace bailar. En un dibujo se ve a un niño que solo quiere un abrazo, en otro hay un palito negro que con el pasar de los años fue bautizado como el palito de la tranquilidad, en otro una mano pequeña cogida a otra que no se sabe si la sujeta o la mantiene anclada, robles, alondras, capitanes de barco, burbujas de cristal, silencio, o todo eso que quiere decirse y uno no sabe cómo o no le alcanzan las palabras. Un dia de estos tendremos que inventar palabras para los capitanes de navíos intrépidos.

En fin, socio, de rarita a rarito, felicidades, y si nadie quiere pintar en el cristal de tu burbuja, yo me ofrezco, que pinto leones.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Gavalia
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Gavalia »

Como viene siendo normal en este entrañable autor, escribe para él, y para todo aquel que conoce y aplaude su obra. Para mi es un puto genio al que nunca entiendo y que se sale del guión que mi convencional cerebro suele defender. El relato es para nota, de eso estoy seguro, pero dudo que llegue a mucho en certámenes tan mundanos como el presente y estoy seguro que de la mayoría de futuros. El día que se convoque alguno donde el norte sea el sur y viceversa fijo que arrasas. Yo he conseguido terminarlo, de lo cual estoy muy orgulloso. Entender, entendí varias cosas, pero las voy a dejar en la "soledad" de mi pensamiento, que es el único concepto que me ha quedado claro en tú trabajo. Suerte, aunque me da que eso a ti te da bastante igual genio. :60:
En paz descanses, amigo.
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Tolomew Dewhust
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Tolomew Dewhust »

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¿Os dejamos un ratito a solas?
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Gavalia
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Gavalia »

:mrgreen:
En paz descanses, amigo.
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Dama Luna
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Dama Luna »

Qué hermoso. ME ha ganado tu prosa, tus imágenes dibujadas ante mí con un pincel delicado, pero con la suficiente potencia como para impedir que las hojas floridas nos hagan desertar. Creo que lo ideal sería sentarse en la hierba para leerlo unas cuantas veces y disfrutar de su belleza.

Lista verde. Suerte.
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jilguero
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por jilguero »

En recta final (me faltan seis) y como las buenas noticias me gusta darlas pues que sepas, autor, que el pastorcillo evangélico y este peculiar jardín botánico con hombre burbuja dentro me siguen teniendo robados el corazón/intelecto o ambos dos, no lo sé :mrgreen:


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Isma
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Isma »

Coño.

Me ha encantado. Me encantaba ya antes de encontrar una referencia que conozco. Me ha enamorado desde el momento en que me topé con las palabras que el autor dejó ahí como bloques de lego: el sacapuntas, la mochila, el chófer del bus. Todo eso era fútbol. Recojo esas piezas sin saber qué hacer con ellas y las dejo caer donde mejor puedo. Después me echo hacia atrás y las miro y entonces digo: coño.

Porque el relato no sé lo que cuenta, pero me cuenta algo. Me convierte en un niño, que sin conocer las palabras ni las complejidades ni las miserias de la vida, comprende algo nuevo. Y me digo que la literatura es eso. No la transmisión pasiva de una historia, con mayor o menor fortuna, ingenio o elegancia; sino la capacidad de hacer que las palabras hagan magia activa en el interior de otra persona.

Dentro de un par de días quizás esté escribiendo un relato. Me llevaré este recuerdo, para intentar contar algo de la misma manera que tú me lo has contado.

Gracias.
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prófugo
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por prófugo »

Estimado autor:

A ti también te leí hace un par de noches y..qué quieres que te diga que no sepas?

Lo que tú haces con las palabras es magia...arte del bueno..tanto así que leerte me hace bien y mal. Bien porque me hace amar a la literatura ...y mal porque me hace sentir más inútil como «escritor» y algo más ignorante como lector. Pero..te confieso que me empieza a gustar eso de ser un ignorante feliz :lengua: Creo que no entendí cuatro pitos pero igual me quedé con una sonrisa en el rostro y en el alma.

Rendido a tus pies. Nunca faltes por aquí :60:

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Ratpenat
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Re: CPXII - La puerta estaba cerrada

Mensaje por Ratpenat »

Ostras, se me ha hecho un pelín extraño. Esto aquí, esto allá. Es un poco caos pero bastante atado. No sé qué pensar de él aún.
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