CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea - Frigg
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ESPUMA Y SAL LLEGAN JUNTAS EN LA MAREA
¡Después de tanto tiempo, por fin te tengo! -grité mientras alborotaba mi pelo como un niño que intenta apresar el mar entre las manos. Puedo jurar que llegué a rozarle y que se desvaneció en el último segundo, volviendo a esa cueva donde duerme. Porque tiene una guarida, no sé muy bien en qué rincón, pero se esconde y se queda callado. A veces pasan las horas y no percibo su presencia. Pero ahí está, al acecho. Es un ser maldito que intenta controlarlo todo, introduciéndose en el bosque pagano de mi cuerpo para jugar a ser un dios titiritero, pero algún día bajará la guardia y terminaré por capturarle.
Desde que está conmigo he sido incapaz de escribir una sola línea. Me quedo paralizado, frente a las nubes de la pantalla en blanco, esperando una lluvia que nunca llega. Y al cabo del rato, me obliga a levantarme para hacer cosas que jamás hubiera imaginado.
Suele ponerme en ridículo bastante a menudo. Un día, estando en la cola del supermercado, sentí un dulce olor que erizó mi piel. No sabía qué aspecto tenía la persona que se acercaba lentamente hacia mí, pero mi sentido del olfato se agudizaba de tal manera que podía imaginarla casi a la perfección. Entonces ese bicho salió de su guarida, trepando desde mi vientre hasta la garganta, agarrándose a las cuerdas vocales para obligarme a emitir un leve murmullo sostenido. El señor que tenía delante se giró mirándome con desprecio, yo, por el contrario, no podía mover ni un dedo, tan solo gemir como una vaca afónica. Mi nariz comenzó a dilatarse y mis ojos se cerraron. Fue entonces cuando perdí el control absoluto de lo que hacía, él ya jugaba con mi mente manejándome como una marioneta. Comencé a olfatearla. La visualicé desayunando zumo de naranja y tostadas con mermelada de tomate, sentí que estaba de buen humor y que intentaba camuflar el olor de un cigarrillo con un chicle de menta.
-¿Vas a pasar, “alelao”? –me gritó una señora, despistando así al inmundo ser que me manipulaba.
La chica, por el contrario, fingió haber olvidado algo y se adentró de nuevo en el supermercado.
La cajera me preguntó si estaba bien y me sentí avergonzado. Mientras tanto una diminuta carcajada sonó en mi interior, alejándose dando saltos sobre los pliegues de mi intestino.
Casi todas las noches, en el umbral del sueño, notaba su presencia. Me decía cosas al oído e intentaba dialogar con él para llegar a algún tipo de acuerdo. Llamarle bicho puñetero o duende de mi cabeza parecía no gustarle demasiado, así que decidí llamarle Kiplynobosor.
Compré un nuevo cuaderno, confiado en estudiar su comportamiento impredecible y en demostrar al mundo su existencia. Apunté cada uno de sus movimientos, la hora exacta y las sensaciones exacerbadas que me producían sus juegos.
El décimo día de mi investigación ya tenía algunas conclusiones claras. Kiply, como me gustaba llamarle, se excitaba con determinados olores. La piel sin perfume artificial, la que destila un ligero toque de almizcle sobre las humedades del cuerpo, resultó ser uno de sus aromas favoritos. Le seguía el olor de la albura de la madera, la espuma de la cerveza negra y de alguna de las especias del mole.
Cuando llevaba un mes tras él, observé que tenía diferentes estados de ánimo por los que me arrastraba irremediablemente. Había días que me sentía triste o melancólico y se me escapaba el llanto mientras montaba en autobús. Yo le escuchaba pronunciar frases como: “eres un bicho raro”, “el mundo no te entiende”, “no haces nada con tu vida”, y reconozco que me hacía sentir que iban dirigidas a mí.
Lo que más me gustaba de Kiply eran sus historias. Me las contaba en muy pocas ocasiones, pero cuando estaba feliz, daba saltitos sobre mis neuronas, estimulándolas para crear paisajes de mares encantados o aventuras de héroes. Esos momentos sí que eran placenteros y difuminaban mi odio.
Cuando transcurrieron dos meses, comenzó a obsesionarse con la chica del supermercado. Ya tenía más poder sobre mí y quería estar cerca de ella a toda costa. Me hizo llevarle hasta su edificio y cuando leyó que el apartamento de abajo se alquilaba, me obligó a mudarme de casa.
El piso era un poco lúgubre y empeoró cuando él decidió tapar las ventanas con papel de periódico, ya que la luz del sol le hacía aletargarse. La compra la hacíamos por internet y, en mi desafuero horario, podía estar días sin pisar la calle. Mi estómago no estaba muy contento con las comidas tan especiadas que cocinábamos, sin embargo, mis papilas gustativas sentían una inefable sensación de placer.
Al poco tiempo de vivir allí, conocíamos la hora exacta en la que ella llegaba a casa, escuchábamos el pequeño tintineo de las llaves cuando las buscaba en el bolso, el delicado clic en la cerradura, el suspiro ritual al comprobar que todo parecía en orden, tres o cuatro pasos firmes con el tacón y una pausa. Luego, zapatos en mano, seguía caminando por el piso hasta el dormitorio, donde los dejaba caer. Si estaba contenta, los colocaba con cuidado mientras tarareaba, si había tenido un mal día, los arrojaba al suelo haciéndolos rebotar. Se sucedía casi siempre una ducha; el sonido del agua deslizándose por su cuerpo hasta caer en la bañera nos producía excitación. Kiply jadeaba y me describía cada una de sus curvas humedecidas, el olor del jabón, el cabello brillante como el rocío en las copas de los árboles, el suave fruncir de la toalla en la piel…
Pasaron un par de semanas más y empecé a sentir dependencia de ella, o puede que la tuviera él y me arrastrara por una enfermedad de ausencia. Si su apartamento estaba vacío, sentía náuseas. Necesitaba cada vez más dosis de sus pequeños gestos que, como miguitas de pan, me llevaban a componer el puzle de sus días.
Y entonces apareció ella con el perro. Era un chucho pequeño, por el timbre del ladrido y la levedad de las patas contra el suelo, y al pasar junto a mi puerta, comenzó a aullar. Le sentí compañero, como si su improvisado sonido lastimero percibiera la prisión en la que me encontraba, un aullido que ponía voz a mi muda sensación de ahogo. Kiply se sintió amenazado y me hizo gruñir, dando paso a un ladrido grave y ensordecedor que retumbó en el salón. A cuatro patas, asomando la nariz por el hueco de la puerta hacia la escalera, olfateaba y bramaba como un animal salvaje.
Tras cuatro meses de estudio, aunque fueron pocos los momentos de lucidez que tuve mientras él descansaba, llegué a la firme sospecha de ser víctima de un peligroso parásito no terrestre. No encontré casos parecidos al mío en ningún foro médico y sentí que mi sórdida alma cada vez le pertenecía más. Tuve entonces miedo de que no se conformara con poseerme y que decidiera reproducirse en la vecina. Imaginaba a Kiply dejando un nido de huevos en la boca de ella, con un sabor tan dulce que resultara imposible no lamer, para así germinar en cada rincón de su cuerpo.
A las cinco de la tarde ella tomaba el té con cardamomo y jengibre. A las cinco de la tarde estábamos frente a su puerta con una bandeja de pastas con frutos rojos.
El perro metió el rabo entre las piernas y se escondió. Nos miramos unos segundos eternos antes de que me invitara a pasar.
-Te recuerdo- me dijo -de aquel día en el supermercado.
-Soy tu vecino de abajo -acerté a decirle- y ya iba siendo hora de presentarme de una manera menos animal.
Sonrió y me dijo que se llamaba Estela. Se produjo un silencio y un pequeño tic apareció en mi ojo izquierdo, guiñándose cuando le dije que mi nombre era Kiplynobosor.
-¿Eres ruso? -preguntó intrigada.
-No exactamente, pero tengo algo de espía.
Ambos reímos y nos sentamos frente a una mesa bajita en la que humeaba la tetera.
-¿Por qué reaccionaste así la primera vez que nos vimos?
-Porque me gusta olisquear a las personas para descubrir su esencia, lo hago desde hace siglos, desde hace muchas vidas. Deja que me explique -le pedí.
Comencé a contarle esas historias de héroes y mares encantados que tanto me gustaban y la voz ya no sonaba como mía. Intenté protestar pero algo ahogaba mi pequeño zumbido de auxilio. Ella no percibió los pequeños gestos que se iteraban como señal de aviso y, al servir el té, se vio inmersa en el sortilegio de mi parásito.
Él la besó, mis labios se posaron en los suyos, mi lengua recogía la humedad de su boca para que él se la bebiera. El deseo nos contagió a los tres, anidando dentro de Estela, cuajándose hasta encubar el gameto de la locura. Luego sobrevino lo inevitable, el insaciable hedonismo, el movimiento acompasado, la ralentización de las sensaciones y los murmullos ininteligibles.
Me desperté sobre las sábanas sudadas. Palpé mi rostro, con miedo a que mis facciones hubieran cambiado, pero todo parecía en orden. Fui al lavabo para echarme un poco de agua y entonces fue cuando le vi. Daba saltitos en mi cabeza, con esa euforia que da el exceso de dopamina y endorfina, irradiando una luz espectral a mis ojos.
-¡Maldito buitre! -grité mientras intentaba cazarle.
Y entonces ocurrió.
Sonó un leve zumbido y la luz comenzó a crecer. No podía moverme, apenas pestañear, y el batir de sus alas se aceleró hasta que le tuve frente a mis ojos. Era hermoso, como un copo de nieve caleidoscópico. Y me habló.
-¿Quién es el parásito?, ¿quién se nutre de vidas que no son suyas? -su rostro color cambió a naranja para gritar. -¿QUIÉN?
Temblé como un epiléptico, sacudido por una oscuridad tan esclarecedora que me situó en el abismo de la muerte.
Hizo un par de piruetas en espiral y prosiguió -Tuve lástima de ti, encarcelado en una historia sin alma, frente al ordenador, golpeando palabras vacías que nunca llegaste a sentir. En ese cuaderno que compraste, intentando enjaularme, está nuestra vida, nuestras emociones, nuestra esencia. No eres nadie sin mí, como yo no lo sería sin ti. Tendremos que encontrar nuestro equilibrio y, si me siento triste, tendrás que aprender a levantarme el ánimo con un poco de mole o un beso de Estela. Y tendrás que luchar conmigo para arrancar los periódicos que ponga en las ventanas, porque el mundo que existe fuera también nos nutrirá.
Sobrevino una explosión de miles de puntitos de luz, que se posaron sobre mi piel, y pude moverme de nuevo. Sentí que algunos vacíos se llenaban como si hubiera nacido un nuevo universo; colapsando la nada que crecía en mis miedos. Y volví a la cama.
Ha pasado un año desde que comenzó todo y una brisa con olor a lluvia se cuela por la ventana abierta. Un calor pegajoso me hace sudar; mi piel huele a jengibre y canela. Anoche soñé con la eclosión de un nido de pájaros sobre el pelo de Estela y me he despertado con un trinar en la mente que quiero escribir cuanto antes.
Tecleo la primera línea mientras el perro se posa sobre mis pies: “Espuma y sal llegan juntas en la marea; aceptarlo es la única manera de adentrarse en el mar”
¡Después de tanto tiempo, por fin te tengo! -grité mientras alborotaba mi pelo como un niño que intenta apresar el mar entre las manos. Puedo jurar que llegué a rozarle y que se desvaneció en el último segundo, volviendo a esa cueva donde duerme. Porque tiene una guarida, no sé muy bien en qué rincón, pero se esconde y se queda callado. A veces pasan las horas y no percibo su presencia. Pero ahí está, al acecho. Es un ser maldito que intenta controlarlo todo, introduciéndose en el bosque pagano de mi cuerpo para jugar a ser un dios titiritero, pero algún día bajará la guardia y terminaré por capturarle.
Desde que está conmigo he sido incapaz de escribir una sola línea. Me quedo paralizado, frente a las nubes de la pantalla en blanco, esperando una lluvia que nunca llega. Y al cabo del rato, me obliga a levantarme para hacer cosas que jamás hubiera imaginado.
Suele ponerme en ridículo bastante a menudo. Un día, estando en la cola del supermercado, sentí un dulce olor que erizó mi piel. No sabía qué aspecto tenía la persona que se acercaba lentamente hacia mí, pero mi sentido del olfato se agudizaba de tal manera que podía imaginarla casi a la perfección. Entonces ese bicho salió de su guarida, trepando desde mi vientre hasta la garganta, agarrándose a las cuerdas vocales para obligarme a emitir un leve murmullo sostenido. El señor que tenía delante se giró mirándome con desprecio, yo, por el contrario, no podía mover ni un dedo, tan solo gemir como una vaca afónica. Mi nariz comenzó a dilatarse y mis ojos se cerraron. Fue entonces cuando perdí el control absoluto de lo que hacía, él ya jugaba con mi mente manejándome como una marioneta. Comencé a olfatearla. La visualicé desayunando zumo de naranja y tostadas con mermelada de tomate, sentí que estaba de buen humor y que intentaba camuflar el olor de un cigarrillo con un chicle de menta.
-¿Vas a pasar, “alelao”? –me gritó una señora, despistando así al inmundo ser que me manipulaba.
La chica, por el contrario, fingió haber olvidado algo y se adentró de nuevo en el supermercado.
La cajera me preguntó si estaba bien y me sentí avergonzado. Mientras tanto una diminuta carcajada sonó en mi interior, alejándose dando saltos sobre los pliegues de mi intestino.
Casi todas las noches, en el umbral del sueño, notaba su presencia. Me decía cosas al oído e intentaba dialogar con él para llegar a algún tipo de acuerdo. Llamarle bicho puñetero o duende de mi cabeza parecía no gustarle demasiado, así que decidí llamarle Kiplynobosor.
Compré un nuevo cuaderno, confiado en estudiar su comportamiento impredecible y en demostrar al mundo su existencia. Apunté cada uno de sus movimientos, la hora exacta y las sensaciones exacerbadas que me producían sus juegos.
El décimo día de mi investigación ya tenía algunas conclusiones claras. Kiply, como me gustaba llamarle, se excitaba con determinados olores. La piel sin perfume artificial, la que destila un ligero toque de almizcle sobre las humedades del cuerpo, resultó ser uno de sus aromas favoritos. Le seguía el olor de la albura de la madera, la espuma de la cerveza negra y de alguna de las especias del mole.
Cuando llevaba un mes tras él, observé que tenía diferentes estados de ánimo por los que me arrastraba irremediablemente. Había días que me sentía triste o melancólico y se me escapaba el llanto mientras montaba en autobús. Yo le escuchaba pronunciar frases como: “eres un bicho raro”, “el mundo no te entiende”, “no haces nada con tu vida”, y reconozco que me hacía sentir que iban dirigidas a mí.
Lo que más me gustaba de Kiply eran sus historias. Me las contaba en muy pocas ocasiones, pero cuando estaba feliz, daba saltitos sobre mis neuronas, estimulándolas para crear paisajes de mares encantados o aventuras de héroes. Esos momentos sí que eran placenteros y difuminaban mi odio.
Cuando transcurrieron dos meses, comenzó a obsesionarse con la chica del supermercado. Ya tenía más poder sobre mí y quería estar cerca de ella a toda costa. Me hizo llevarle hasta su edificio y cuando leyó que el apartamento de abajo se alquilaba, me obligó a mudarme de casa.
El piso era un poco lúgubre y empeoró cuando él decidió tapar las ventanas con papel de periódico, ya que la luz del sol le hacía aletargarse. La compra la hacíamos por internet y, en mi desafuero horario, podía estar días sin pisar la calle. Mi estómago no estaba muy contento con las comidas tan especiadas que cocinábamos, sin embargo, mis papilas gustativas sentían una inefable sensación de placer.
Al poco tiempo de vivir allí, conocíamos la hora exacta en la que ella llegaba a casa, escuchábamos el pequeño tintineo de las llaves cuando las buscaba en el bolso, el delicado clic en la cerradura, el suspiro ritual al comprobar que todo parecía en orden, tres o cuatro pasos firmes con el tacón y una pausa. Luego, zapatos en mano, seguía caminando por el piso hasta el dormitorio, donde los dejaba caer. Si estaba contenta, los colocaba con cuidado mientras tarareaba, si había tenido un mal día, los arrojaba al suelo haciéndolos rebotar. Se sucedía casi siempre una ducha; el sonido del agua deslizándose por su cuerpo hasta caer en la bañera nos producía excitación. Kiply jadeaba y me describía cada una de sus curvas humedecidas, el olor del jabón, el cabello brillante como el rocío en las copas de los árboles, el suave fruncir de la toalla en la piel…
Pasaron un par de semanas más y empecé a sentir dependencia de ella, o puede que la tuviera él y me arrastrara por una enfermedad de ausencia. Si su apartamento estaba vacío, sentía náuseas. Necesitaba cada vez más dosis de sus pequeños gestos que, como miguitas de pan, me llevaban a componer el puzle de sus días.
Y entonces apareció ella con el perro. Era un chucho pequeño, por el timbre del ladrido y la levedad de las patas contra el suelo, y al pasar junto a mi puerta, comenzó a aullar. Le sentí compañero, como si su improvisado sonido lastimero percibiera la prisión en la que me encontraba, un aullido que ponía voz a mi muda sensación de ahogo. Kiply se sintió amenazado y me hizo gruñir, dando paso a un ladrido grave y ensordecedor que retumbó en el salón. A cuatro patas, asomando la nariz por el hueco de la puerta hacia la escalera, olfateaba y bramaba como un animal salvaje.
Tras cuatro meses de estudio, aunque fueron pocos los momentos de lucidez que tuve mientras él descansaba, llegué a la firme sospecha de ser víctima de un peligroso parásito no terrestre. No encontré casos parecidos al mío en ningún foro médico y sentí que mi sórdida alma cada vez le pertenecía más. Tuve entonces miedo de que no se conformara con poseerme y que decidiera reproducirse en la vecina. Imaginaba a Kiply dejando un nido de huevos en la boca de ella, con un sabor tan dulce que resultara imposible no lamer, para así germinar en cada rincón de su cuerpo.
A las cinco de la tarde ella tomaba el té con cardamomo y jengibre. A las cinco de la tarde estábamos frente a su puerta con una bandeja de pastas con frutos rojos.
El perro metió el rabo entre las piernas y se escondió. Nos miramos unos segundos eternos antes de que me invitara a pasar.
-Te recuerdo- me dijo -de aquel día en el supermercado.
-Soy tu vecino de abajo -acerté a decirle- y ya iba siendo hora de presentarme de una manera menos animal.
Sonrió y me dijo que se llamaba Estela. Se produjo un silencio y un pequeño tic apareció en mi ojo izquierdo, guiñándose cuando le dije que mi nombre era Kiplynobosor.
-¿Eres ruso? -preguntó intrigada.
-No exactamente, pero tengo algo de espía.
Ambos reímos y nos sentamos frente a una mesa bajita en la que humeaba la tetera.
-¿Por qué reaccionaste así la primera vez que nos vimos?
-Porque me gusta olisquear a las personas para descubrir su esencia, lo hago desde hace siglos, desde hace muchas vidas. Deja que me explique -le pedí.
Comencé a contarle esas historias de héroes y mares encantados que tanto me gustaban y la voz ya no sonaba como mía. Intenté protestar pero algo ahogaba mi pequeño zumbido de auxilio. Ella no percibió los pequeños gestos que se iteraban como señal de aviso y, al servir el té, se vio inmersa en el sortilegio de mi parásito.
Él la besó, mis labios se posaron en los suyos, mi lengua recogía la humedad de su boca para que él se la bebiera. El deseo nos contagió a los tres, anidando dentro de Estela, cuajándose hasta encubar el gameto de la locura. Luego sobrevino lo inevitable, el insaciable hedonismo, el movimiento acompasado, la ralentización de las sensaciones y los murmullos ininteligibles.
Me desperté sobre las sábanas sudadas. Palpé mi rostro, con miedo a que mis facciones hubieran cambiado, pero todo parecía en orden. Fui al lavabo para echarme un poco de agua y entonces fue cuando le vi. Daba saltitos en mi cabeza, con esa euforia que da el exceso de dopamina y endorfina, irradiando una luz espectral a mis ojos.
-¡Maldito buitre! -grité mientras intentaba cazarle.
Y entonces ocurrió.
Sonó un leve zumbido y la luz comenzó a crecer. No podía moverme, apenas pestañear, y el batir de sus alas se aceleró hasta que le tuve frente a mis ojos. Era hermoso, como un copo de nieve caleidoscópico. Y me habló.
-¿Quién es el parásito?, ¿quién se nutre de vidas que no son suyas? -su rostro color cambió a naranja para gritar. -¿QUIÉN?
Temblé como un epiléptico, sacudido por una oscuridad tan esclarecedora que me situó en el abismo de la muerte.
Hizo un par de piruetas en espiral y prosiguió -Tuve lástima de ti, encarcelado en una historia sin alma, frente al ordenador, golpeando palabras vacías que nunca llegaste a sentir. En ese cuaderno que compraste, intentando enjaularme, está nuestra vida, nuestras emociones, nuestra esencia. No eres nadie sin mí, como yo no lo sería sin ti. Tendremos que encontrar nuestro equilibrio y, si me siento triste, tendrás que aprender a levantarme el ánimo con un poco de mole o un beso de Estela. Y tendrás que luchar conmigo para arrancar los periódicos que ponga en las ventanas, porque el mundo que existe fuera también nos nutrirá.
Sobrevino una explosión de miles de puntitos de luz, que se posaron sobre mi piel, y pude moverme de nuevo. Sentí que algunos vacíos se llenaban como si hubiera nacido un nuevo universo; colapsando la nada que crecía en mis miedos. Y volví a la cama.
Ha pasado un año desde que comenzó todo y una brisa con olor a lluvia se cuela por la ventana abierta. Un calor pegajoso me hace sudar; mi piel huele a jengibre y canela. Anoche soñé con la eclosión de un nido de pájaros sobre el pelo de Estela y me he despertado con un trinar en la mente que quiero escribir cuanto antes.
Tecleo la primera línea mientras el perro se posa sobre mis pies: “Espuma y sal llegan juntas en la marea; aceptarlo es la única manera de adentrarse en el mar”
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Espuma y sal
Así que creo que todo el relato habla de eso, de ese punto de locura necesario para ser escritor.
El resultado no está mal, pero no me ha seducido del todo.
De todos modos, igual vuelvo a ver qué se cuece.
No estoy muy segura de lo que va este relato, pero todo me grita que se trata de “esa cosa” que se nos mete a los escritores por el cuerpo. Aquí en este párrafo en concreto es donde lo he visto todo más claro. El prota alega que no ha podido escribir ni una sola línea desde que “esa cosa” está dentro de él y es esa misma cosa la que le obliga a levantarse, abandonar esa página en blanco, y vivir, vivir nuevas experiencias que le sirvan luego para escribir.Desde que está conmigo he sido incapaz de escribir una sola línea. Me quedo paralizado, frente a las nubes de la pantalla en blanco, esperando una lluvia que nunca llega. Y al cabo del rato, me obliga a levantarme para hacer cosas que jamás hubiera imaginado.
Así que creo que todo el relato habla de eso, de ese punto de locura necesario para ser escritor.
El resultado no está mal, pero no me ha seducido del todo.
De todos modos, igual vuelvo a ver qué se cuece.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Estimado(a) autor(a):
Lo que he disfrutado con tu criatura!
Muy bien escrito. Divertido..atormentado..loco...por momentos sin pies ni cabeza
Qué grande Kiply!! Maravilloso ese ser interno truhán..travieso.
Me mataste con eso de que buscaría dejar un nido de huevos suyos dentro de la boca de Estela y la manera en como «acojona» al perro jaja ¡Qué crack!
Me has regalado una lectura fascinante..divertida y muy bien escrita. Pasas a ser, sin duda, uno de mis favoritos..y es que hasta el título me encanta
Un fuerte abrazo y gracias por compartir tu trabajo
Enviado desde mi ALE-L21 mediante Tapatalk
Lo que he disfrutado con tu criatura!
Muy bien escrito. Divertido..atormentado..loco...por momentos sin pies ni cabeza
Qué grande Kiply!! Maravilloso ese ser interno truhán..travieso.
Me mataste con eso de que buscaría dejar un nido de huevos suyos dentro de la boca de Estela y la manera en como «acojona» al perro jaja ¡Qué crack!
Me has regalado una lectura fascinante..divertida y muy bien escrita. Pasas a ser, sin duda, uno de mis favoritos..y es que hasta el título me encanta
Un fuerte abrazo y gracias por compartir tu trabajo
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- Mario Cavara
- Foroadicto
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- Registrado: 08 Oct 2016 18:26
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
El relato empieza ciertamente bien, con un primer párrafo al que pone poético colofón la frase “introduciéndose en el bosque pagano de mi cuerpo para jugar a ser un dios titiritero”. Esta frase es muy buena, sin duda alguna, y merece un aplauso… Pero a partir de aquí la narración va decreciendo, se hace más prosaica y ya no seduce tanto. Al final intenta recuperarse con ese “Espuma y sal llegan juntas en la marea”, que también se me antoja una frase bastante lograda, pero pienso que ya es demasiado tarde.
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- jilguero
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- Registrado: 05 Abr 2010 21:35
- Ubicación: En las ramas del jacarandá...
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Sensaciones encontradas tengo, autora.
El arranque me ha resultado prometedor y el final la mar de poético, pero todo el tramo central he tenido la sensación de que es la broza con la que adorna uno la idea principal para darle cuerpo, para que no se nos quede demasiado corta.
Y digo broza, porque si bien no está mal nada de lo que cuentas, tampoco destaca, mientras que ese final tan poético, con ese nido de pájaros y esa manera de entrar en el mar, me indica que es en ese terreno donde te sientes cómoda y que eres capaz de hacer algo más bello pero también mucho más corto con esta idea.
Igual me equivoco de esquina a esquina y todo lo del centro está muy bien pensado, pero es la sensación que yo he tenido.
El arranque me ha resultado prometedor y el final la mar de poético, pero todo el tramo central he tenido la sensación de que es la broza con la que adorna uno la idea principal para darle cuerpo, para que no se nos quede demasiado corta.
Y digo broza, porque si bien no está mal nada de lo que cuentas, tampoco destaca, mientras que ese final tan poético, con ese nido de pájaros y esa manera de entrar en el mar, me indica que es en ese terreno donde te sientes cómoda y que eres capaz de hacer algo más bello pero también mucho más corto con esta idea.
Igual me equivoco de esquina a esquina y todo lo del centro está muy bien pensado, pero es la sensación que yo he tenido.
¿Qué me está pasando? Las cavilaciones de Juan Mute
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Parece como si dos autores diferentes hubieran metido la mano en este relato. No se si es algo causal, en plan relleno como te apunta Jilguero, o de forma intencionada, sacando las voces tanto del personaje como del tal Kiply.
Coincido en que la parte poética me atrapa mucho más que la mundana.
La idea en sí me gusta pero formalmente creo que se le podría sacar más partido.
Suerte en las valoraciones.
Coincido en que la parte poética me atrapa mucho más que la mundana.
La idea en sí me gusta pero formalmente creo que se le podría sacar más partido.
Suerte en las valoraciones.
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Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
¿Kipling, como Ruyard Kipling?
Me ha gustado. Volveré.
Me ha gustado. Volveré.
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Guau. ¡Guau! ¡GUAU!
Rubisco termina el ensayo para la adaptación teatral de 101 Dálmatas e inicia la crítica del relato.
Me ha encantado. No puedo decirlo de otra forma. Me ha parecido un relato perfectamente trabajado. Para empezar, el título me había impactado desde el principio y me había aguantado porque temía que detrás se escondiera un relato del montón.
Pero no. He encontrado un gran relato. Para mi gusto, por supuesto
No es perfecto, desde luego, pero tiene todo lo que le pido a un relato: una historia que contar o un mensaje que transmitir (en este caso lo primero), intriga (estaba frito por averiguar qué le pasaba al protagonista y después quién era Kiply), personajes coherentes (cada uno con su propia voz y tomando decisiones acordes) y una narrativa inmersiva. Y vaya si es inmersiva.
Creo, además, que has conseguido un buen vaivén entre lo denotativo y lo connotativo, algo que, a mi juicio, se hace muy difícil sin romper el equilibrio en favor de uno de los dos.
No sé si serás mi ganador, pero probablemente te pondré bastante arriba.
Gracias por compartirlo .
Rubisco termina el ensayo para la adaptación teatral de 101 Dálmatas e inicia la crítica del relato.
Me ha encantado. No puedo decirlo de otra forma. Me ha parecido un relato perfectamente trabajado. Para empezar, el título me había impactado desde el principio y me había aguantado porque temía que detrás se escondiera un relato del montón.
Pero no. He encontrado un gran relato. Para mi gusto, por supuesto
No es perfecto, desde luego, pero tiene todo lo que le pido a un relato: una historia que contar o un mensaje que transmitir (en este caso lo primero), intriga (estaba frito por averiguar qué le pasaba al protagonista y después quién era Kiply), personajes coherentes (cada uno con su propia voz y tomando decisiones acordes) y una narrativa inmersiva. Y vaya si es inmersiva.
Creo, además, que has conseguido un buen vaivén entre lo denotativo y lo connotativo, algo que, a mi juicio, se hace muy difícil sin romper el equilibrio en favor de uno de los dos.
No sé si serás mi ganador, pero probablemente te pondré bastante arriba.
Gracias por compartirlo .
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Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Lo siento no me gustó.
El comienzo fue interesante, después no le encontré el porqué.
De todas formas, suerte en el concurso
El comienzo fue interesante, después no le encontré el porqué.
De todas formas, suerte en el concurso
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntos en la marea
Lo siento pero no me he enterado de nada. No sé exactamente si se trata de una posesión o que el hombre tiene un serio desequilibrio mental. Un homúnculo quizás? Una dosis demasiado elevada de Reynol aderazado con alcohol? Desde luego lo he leído con interés, porque está bien redactado, pero hasta ahí. No veo la resolución de la historia. Es una continua continuidad sin solución ninguna. En fin? Me quedo un poco plof porque prometía y no fue así para mi disgusto. Suerte y gracias por compartir.
En paz descanses, amigo.
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea
Ya he vuelto y además lo he releído. El inicio es bastante titubeante y hasta desmerece un poco la idea y el resto del relato, que me ha encantado. Sobre todo el momento en que el ente se revuelve y se encara con su anfitrión. También me gusta el final, y eso que la metaliteratura no me suele gustar nada. Pero el arranque, ay el arranque: en el punto en el que el narrador desvela que su Klingon le cuenta historias se me hacen dos textos separados.
Pero es muy bueno. ¡Suerte!
Pero es muy bueno. ¡Suerte!
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea
No sé si lo he entendido todo, pero me ha gustado bastante según iba leyendo. Tenía muchos detallitos de los que me gustan. Tendré que repasarlo.
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea
Escritura y estilo: Está bien, por lo general. Algunos fallos de puntuación, alguna palabra que no termino de ver (como "iterar", en mi opinión innecesaria), y esos guiones de apertura de diálogo que me han provocado un tic nervioso. Pero, sin ponerme muy maniático, está bastante bien. No entiendo que prosaico sea sinónimo de menor calidad literaria. Más bien lo contrario, pero para gustos...
Mensaje, verosimilitud e ideas exploradas: No sé muy bien qué pensar del relato. Está bastante bien peeero por algún motivo no he terminado de meterme en él. Tiene algunos momentos bastante brillantes y otros que lo son menos, como todos, pero el conjunto se sostiene. Sin embargo, el mensaje no me ha llegado, o no has conseguido hacer que me importe. Tanto si todo lo que acontece es una enorme metáfora como si nos agarramos a la interpretación más empírica, básicamente lo he leído sin inmutarme. Me ha faltado esa "chispa" que siempre es tan difícil de explicar.
Conclusión: Tu historia ha pasado por mi cabeza sin pena ni gloria, pero esto lo achaco más a mis gustos personales. Reconozco que has hecho un buen trabajo aunque a mí no me haya conquistado. Mucha suerte en el concurso y gracias por compartir
Mensaje, verosimilitud e ideas exploradas: No sé muy bien qué pensar del relato. Está bastante bien peeero por algún motivo no he terminado de meterme en él. Tiene algunos momentos bastante brillantes y otros que lo son menos, como todos, pero el conjunto se sostiene. Sin embargo, el mensaje no me ha llegado, o no has conseguido hacer que me importe. Tanto si todo lo que acontece es una enorme metáfora como si nos agarramos a la interpretación más empírica, básicamente lo he leído sin inmutarme. Me ha faltado esa "chispa" que siempre es tan difícil de explicar.
Conclusión: Tu historia ha pasado por mi cabeza sin pena ni gloria, pero esto lo achaco más a mis gustos personales. Reconozco que has hecho un buen trabajo aunque a mí no me haya conquistado. Mucha suerte en el concurso y gracias por compartir
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- Topito
- GANADOR del V Concurso de relatos
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- Ubicación: Los Madriles
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea
Un inicio titubeante, para después, una vez te sientes seguro, brote el ritmo para dejar fluir el escrito.
El estilo no me ha cautivado, ni el relato. No obstante, la idea es muy buena y el desarrollo también. Las formas son las que me hacen alejarme del texto. Pero aquí ya entramos en gustos personales. Así que dejo aquí el punto y final.
Suerte en el concurso.
El estilo no me ha cautivado, ni el relato. No obstante, la idea es muy buena y el desarrollo también. Las formas son las que me hacen alejarme del texto. Pero aquí ya entramos en gustos personales. Así que dejo aquí el punto y final.
Suerte en el concurso.
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- Paraná
- No tengo vida social
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- Ubicación: Tucumán - Argentina
Re: CPXII - Espuma y sal llegan juntas en la marea
He tratado de abrirme paso entre tanto mensaje críptico, y no sé si ha sido en balde... Parece tratarse de la fantasía creativa, que nos empuja de un lado a otro cuando estamos vacíos pero deseosos de que "algo nos pase" para poder escribir (¿Kipling? ¿y esa desinencia "bonosor"? Faltan pistas...). Pero cuando trato de encajar esa hipótesis en la relectura del relato, me entran de nuevo las dudas. Es un texto interesante, imaginativo, probablemente tenga una coherencia interna que no logro ver con claridad. De todos modos, la escritura es correcta y cuidadosa.
¡Suerte!
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