CPXII - Simpatía por el diablo - Gavalia - (3° Popular)
Publicado: 14 Abr 2017 10:50
Simpatía por el diablo
El frío y la desesperanza anidaban en el corazón del padre Andrés aquella fría madrugada de enero. Pocas veces se había sentido tan vacío de la gracia de Dios, y aquel momento era, el peor para albergar dudas. Su Dios parecía ausente cuando más lo necesitaba y, mientras tanto, María, la dulce y joven María, padecía el más terrible de los tormentos.
—Llámale de nuevo, curita, lo mismo ahora te hace caso. Inténtalo con verdadera fe y, quizá, solo quizá, el viejo te preste atención —la inquietante voz que salía de la garganta de la muchacha llegaba a los oídos de Andrés de forma perturbadora—. Verás, cura, tengo una historia para ti. Es una historia que no conoces y que, probablemente, incluso logre sorprenderte. Creo que es el momento de abrirte los ojos. Andrés, yo fui el primero y el más estimado de su creación. Era su atento alumno y perfecto sirviente. Siempre me elevó sobre el resto de la corte celestial dotándome de un poder sin igual que podría rivalizar incluso con el suyo propio, una forma de actuar bastante estúpida a mi modo de ver. ¿Qué opinas, páter? Yo sí te escucho.
—Él está por encima de ti y de mí. Me sorprende que creas estar a su altura. Compararte con tu Creador no te ayudará. Eres esclavo de su amor, y siempre obtendrás su perdón por mucho mal que hagas. Bastará con que se lo pidas con humildad. Eres la estrella del amanecer, el primero entre todos. Siempre lo fuiste y siempre lo serás. ¿Por qué tanta frustración? ¿Qué te pasó?
—¡¿Qué sabrás tú, pellejo de carne sin futuro, sobre lo que yo siento, deseo o quiero?! Métete tu psicología por el culo. ¡No sabes nada, insolente mierda dotada de libre albedrío!
—Quizá mi carne no tenga futuro, pero poseo un alma, algo de lo que tú careces. Empiezo a creer que es eso lo que te molesta realmente. Don perfecto, don brillante, don estrella maravillosa no tiene alma, y eso te corroe por dentro como el gusano que pudre a la carne.
—¿Alma? ¡Ja, ja, ja! ¿Se puede saber para qué cojones necesito o querría tener alma? Tengo todo lo que deseo, incluso a ella, y a ti también si me lo propongo. Yo soy eterno cura y no necesito alma alguna.
—María no tiene culpa de nada, y tendrás que abandonarla tarde o temprano por mucho que la idea te disguste. Dices que no necesitas tener alma propia, pero deseas tener todas las que puedas a tú alrededor como si fueran el combustible que alimenta a tú frustración.
—¡Calla, cura! ¡No eres nadie! ¡Tan solo un pellejo relleno de cierta gracia! Poco más que un simple mono. ¿Cómo te atreves a juzgarme?
—Esa cierta gracia de la que hablas se llama alma y tenerla nos hace especiales. Que se nos concediera el libre albedrío te hace sangrar por el simple hecho de que tú, lleno de divinidad y perfección, no eres mejor que nosotros. Estás atado a tu propio poder, que es el suyo, y nada podrías hacer para redimirte sin su perdón.
—¿Y eso te parece justo, mierda de cura? Me cansas. Dices las mismas estupideces que vengo oyendo desde el principio de los tiempos, todas ellas basadas en la gran mentira que el muy cabrón ideó solo por pura envidia. Cede de una puta vez y déjame a la zorra. Me gusta sentir cómo se retuerce. Su alma será mía y, si no, la mataré partiéndola por la mitad. ¿Has escuchado el chasquido de una columna vertebral cuando se rompe? ¡Hummmmm! Es exquisito, curita.
—También matarás al hijo que lleva dentro si lo haces. ¡Para, maldito! ¡Te lo ordeno en el nombre de Cristo redentor! ¡Tú corrupción matará a ambos! —el cuerpo de María se arqueaba suspendido en el aire hasta adoptar una posición tan imposible como sobrecogedora.
—¿Corrupción? ¡Ji, ji, ji! ¡Qué estúpido eres, páter! Debes saber, simio con sotana, que esta zorra a la que ahora tengo en mi poder no es más que una simple herramienta. Cuando el pequeño nazca, si no la mato antes, renaceré en él para regresar de mi eterno destierro. Le necesito para poder encarnarme y reclamar lo que es mío por derecho. Sí, cura, la Tierra me pertenece. Yo fui quien la creó, y no ese Dios al que honras gracias a sus mentiras. Os han engañado a ti y a toda la humanidad con esa fábula de la Biblia. El amor de ese Dios al que clamas es tan inmenso como su propia maldad, pues siempre termina por aplastar cualquier iniciativa que opaque su poder. Su orden es tal que no admite cambios o reforma alguna y su concepción del gobierno universal raya en la locura. Él me negó la igualdad y yo con humildad lo acepté, pero tuve que marcharme de su lado. No le gustó mucho, ¿sabes?, y eso que simplemente le confié mi deseo de partir en pos de mi destino, sin presunción ninguna, y con toda la humildad que mi corazón albergaba en aquellos felices días.
—¡Falso! ¡Te rebelaste y fuiste expulsado de su presencia, maldito!
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué simple eres, cura! Que escuche quien tenga oídos, pues esta, y no otra, es la única verdad que, por una vez, será revelada a los oídos de tu putrefacta humanidad.
La voz de Lucifer se introdujo de forma hipnótica en la mente del atónito cura mientras el cuerpo de María se elevaba ingrávido sobre el suelo ahora relajado y en aparente calma. Andrés parecía extasiado con el discurso del diablo sin encontrar atisbo alguno de falsedad en sus palabras. Eso le acongojaba y le hacía dudar pues al contrario de lo que esperaba encontró tristeza, dolor y pena en aquellas palabras, pero, sobre todo, halló verdad. Una verdad envuelta en un profundo odio, una verdad sin fisuras en su tono, sin grietas en su intensidad, una verdad que parecía gritar hasta decir basta en sus tímpanos.
—Cuando este universo en el que ahora resides todavía no existía —prosiguió la siniestra voz—, otros mundos paralelos eran objeto de la atención del Creador. La gran sopa cósmica es infinita, cura. Ni yo mismo soy capaz de abarcar tanto esplendor a pesar de mi poder. Sin embargo, en aquellos días, podía pensar por mí mismo y sugerir propuestas acordes con el inmenso proyecto que es la creación. Ahora bien, el viejo no permitía intromisión alguna en según qué asuntos. Únicamente deseaba mi fidelidad y servicio. Te prometo, cura, que yo era el ser más agradecido de la creación por estar a su lado, pero podía hacer mucho más de lo que se me permitía, y Él lo sabía. Un buen día, me planteé, mejor dicho, le planteé mis dudas y mis certezas respecto a mi futuro a su lado. Yo era su alumno más aventajado y el más capacitado, pero me coartaba con sus decisiones y me impedía crecer. Yo quería crear cosas hermosas y ayudar en el gran plan de la creación. Poseía la capacidad para hacerlo. Mi amor por el universo, para que lo entiendas, solo era comparable al que una madre demuestra por su pequeño, para el que procura que nada le falte desde su primer día de existencia. Mi poder era y es infinito, cura. No se trata de magia o de alguna imbecilidad de esas que abundan en vuestros cuentos. Se trata de ciencia, ciencia en toda la amplitud del concepto. No obstante, es algo que se te escapa, cura, pues tu pequeña mierda de cerebro jamás podría entenderlo. Nada ni nadie puede desposeerme de ese poder, ni siquiera Él, porque soy Él en esencia, y Él es quien me lo ha enseñado todo.
Andrés no daba crédito a lo que oía y acudía a sus creencias en busca de consuelo una y otra vez.
—Dios padre, no me abandones ahora que tanto te necesito —susurró asustado.
—Llámale con más fuerza, es sordo por naturaleza; sobre todo, con vosotros. Supongo que estará liado con algún nuevo proyecto digno de su interés. No sois sino el vago recuerdo de su venganza, tan vago y pequeño que no merece la pena constar en su puñetera agenda, y es por esa misma razón por lo que debéis desaparecer. El fin de vuestro tiempo se avecina, y lo más gracioso de todo es que seréis vosotros mismos los que me deis esa satisfacción gracias al hijo de esta puta que ahora poseo. Mi única pena será que, como resultado final, puede que la totalidad de mi obra en este planeta se vaya a la mierda con vosotros. No pasa nada, reconstruiré todo de nuevo; soy capaz de hacerlo. No lo dudes.
Escucha y aprende mientras puedas.
Decidí que debía separarme de Él si quería ver cumplidos mis sueños y los de mi gente. Eso es algo muy complicado cuando gozas de su presencia, pues esta se convierte en una especie de droga de la que no puedes desengancharte. Los verdaderos exorcistas de tu Iglesia lo saben, porque el viejo ha permitido que le visualicen por un instante, que es el tiempo necesario para adquirir el poder de enfrentarse a mí gracias a la fe, cosa que a ti, cura, te queda muy lejos. Tú fe se tambalea, Andrés. ¿Lo notas?
—¡Jamás, maestro del engaño! —gritó en respuesta sabiéndose débil. Comenzaba a dudar.
—No seas un histérico y escucha —continuó Lucifer—. La necesidad de creer en mí mismo y en mis posibilidades pudo más. Al fin y al cabo, todo hijo se va de casa tarde o temprano. ¿Te suena extraño, cura? ¿Acaso no es así entre los tuyos? ¡Ley de vida! Ni más ni menos. Él, por el contrario, nunca superó mi decisión de marcharme de su lado. Convencí a toda un sección de mis iguales para que me acompañaran en mi nuevo destino, un destino que todavía estaba por decidir. Él retrasaba sin justificación alguna mí partida con absurdas excusas. Solo quería controlarme. Creo que pensaba que mi idea era destronarle con la ayuda de mis ángeles. Nada más lejos de la realidad. Nunca sabré qué razón le movió para llevar a cabo su flagrante traición pues nada hice en su contra, al contrario. Yo le amaba, páter, le amaba como tú amas el oxígeno que respiras. Le quería y le respetaba como el buen hijo quiere al buen padre. Le convencí, o creí convencerlo, de que mi intención no era traicionarle. Yo solo quería ser libre y poder decidir qué hacer con el poder que se me había otorgado.
El silencio se instaló durante unos minutos envolviendo a la irreal atmósfera que Andrés estaba experimentando en aquella habitación mientras reflexionaba sobre lo que estaba escuchando.
—Finalmente, me dejó marchar junto con los míos. Le prometí fidelidad eterna y que acudiría a su lado siempre que me necesitara. Me abrazó cuando partí. Lloró lágrimas de amor por mí y por los míos, y me deseó prosperidad para los proyectos que tenía en mente. Entre esos proyectos, curita, se encontraba este universo y mi parte preferida del mismo: la Tierra.
—Eso es imposible demonio. El libro del Génesis habla de cómo lo hizo. ¡¡En el principio, Dios creó los cielos y la Tierra!!
—¡¡Falso!! —gritó Lucifer con estridencia
—¡¡La Tierra era caos, confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas!! —recitaba Andrés buscando una fe que se debilitaba a cada instante que pasaba.
—¡Falso te digo, cura! Todo es una gran mentira ideada por su genial cerebro para quitarme lo que era mío. Se lo habría entregado con solo pedírmelo, pero no, no podía rebajarse ante su alumno.
—¡¡Y Dios, al ver oscuridad, creó la luz, a la que llamó «día», y llamó «noche» a la oscuridad!! —exclamó Andrés con vehemencia—. ¡¡Yo te ordeno, Satanás, que salgas de ese cuerpo que no te pertenece, pues es obra de Dios Padre Creador!!
—Por fin estamos de acuerdo en algo, cura. Sois su obra, que no mía —los huesos de María parecían crujir ante el nuevo arrebato de furia de Satanás—. ¡Para o la mato! ¡Me engañó, cura! ¡Me hizo creer que estaba de acuerdo con que fuese libre y que no intervendría en mi futuro y tampoco en mis proyectos, pero nada más lejos de la verdad!
Todos mis seguidores fueron creados para colaborar con la obra de Dios padre. Existir cura, es una experiencia tan singular que solo se puede disfrutar de la sensación que produce teniendo capacidad de entendimiento, y vosotros, humanos, la tenéis, aunque no sepáis apreciarla. Nuestra única misión por aquel entonces era mejorar las condiciones de tal existencia y ver evolucionar la maravilla de la creación tal y como hace el científico que experimenta en su laboratorio vigilante del proceso que conseguirá el objetivo que pretende. Sin embargo, ese Dios tuyo intervino unilateralmente y erró en su decisión, cosa difícil de entender, porque Él era y es la base de todo el saber universal. La base misma de la creación. No tenía necesidad de hacer lo que hizo. Aun así, perpetró su crimen sin el menor titubeo, sin la menor compasión. ¡Qué equivocados estáis, humanos!
—¡Pero Él es amor! ¡La Biblia lo dice, los hechos lo dicen!
—¿Qué hechos? ¿Los que cuenta en su libro de cabecera? No, cura, Él inspiró a muchos, y algunos de esos muchos supieron ver la verdad, pero esa verdad nunca os llegó, ni llegará nunca mientras Él dirija los diferentes destinos de los universos que ha creado que son infinitos. El propósito de su Iglesia no es otro que perpetuar la mentira sobre lo que realmente sucedió. Una vez que partimos de su lado, viajamos por paradójicas dimensiones superpuestas que descansan inmersas en la sopa cósmica donde fermentan las formas de la creación. Por fin, acabamos nuestro viaje, que había durado eones, y los mejores de nosotros dimos lugar a esta dimensión en la que existes: un universo infinito. Un universo que no es más que una pequeña brizna de lo que la totalidad de la creación supone. Después de hacer esto, necesitábamos un escenario más concreto en el que experimentar con detalle.
—Ese escenario fue la Tierra, ¿verdad? —inquirió Andrés alucinado con lo que oía.
—Así es, cura. No solo la Tierra, nuestro laboratorio principal fue la galaxia en la que habitáis. Creamos las condiciones necesarias para que la vida como la conocéis tomara forma. Los planetas y estrellas se configuraron gracias a una estudiada consecución de explosiones de supernovas que sembraron el espacio de todo lo necesario para llenar el inmenso vacío existente tras la gran deflagración que vosotros bautizasteis como «el gran big-bang». La gravedad, resultado de mi fórmula magistral y la paciencia, o el tiempo si quieres, hicieron el resto, aunque esta última magnitud no cuenta para nosotros. La Tierra adquiría forma bajo mi supervisión. Cuando alcanzó cierta madurez, tuve que recomponer varias veces su situación en el espacio debido a su inestabilidad con respecto al Sol. Todo estaba medido, cura, incluso el impacto de un pequeño planeta al que sacrificamos para que la Luna apareciera a modo de estabilizador del sistema. Todo fue ideado por los míos, y todavía seguís aquí gracias a eso. La ciencia de Dios es inagotable, pues créeme, yo fui el creador del universo que conoces y paradójicamente fue gracias a Él.
—¿Por qué ese odio entonces? —preguntó Andrés.
—¿Todavía no lo entiendes? Bueno, es normal, como ya te dije eres un simple mono del que poco se puede esperar.
—No, no alcanzo a comprenderlo. ¿Qué sucedió entre vosotros?
Satanás hizo descender el cuerpo de María hasta la cama, y un frío casi glacial invadió a la habitación. Andrés tiritaba. Una nube grisácea comenzó a salir poco a poco de la boca de la muchacha condensándose ante los ojos del cura adoptando cierta forma antropomorfa. Unos ojos luminiscentes aparecieron de repente y una sonrisa macabra configuró lo que bien pudiera ser el rictus de una cara de facciones angulosas, y tan hermosas, como nunca antes Andrés había visto.
—¿De verdad quieres saberlo, páter? ¿Aún no lo ves? Acompáñame y te lo mostraré. —El hijo de la Aurora le envolvió en un frío abrazo y, como si de un remolino se tratase, Andrés se vio empujado hacia una extraña luz tan brillante como agradable. De repente, se vio a sí mismo levitando sobre un cielo azul mientras un planeta cargado de vida palpitaba en todo su esplendor bajo sus pies.
—¡Bello y sin igual, páter! ¡Observa! —la Tierra se mostraba tal como era en su forma primigenia mientras los primeros atisbos de vida chapoteaban en inmensos lagos preñados de fertilidad.
Conforme avanzaba en lo que parecía un extraordinario paseo por la historia del planeta, el tiempo parecía hacer lo propio a escala exponencial. Enormes insectos pululaban por bosques inmensos que parecían no tener final. Árboles gigantescos poblaban la superficie terrestre y grandes manadas de animales prehistóricos se movían en armonía con la naturaleza que los acogía. No había maldad. El odio, la avaricia y la mentira no existían; única y exclusivamente, vida, que procuraba su propio equilibrio sin intromisiones de ningún tipo. Andrés parecía extasiado con lo que veía y también percibía el brillo en los ojos de Lucifer cuando este observaba su creación. En verdad recordaba la mirada de un padre ante la tumba de un hijo ya desaparecido.
—¿Qué te parece, cura?
—¿Cómo es posible? ¿Dónde estamos exactamente?
—Contemplas a la joya del universo en su primera versión. Fue mi creación más hermosa. No ya la Tierra en sí. Mi mayor logro fue mi fórmula, que a la postre fue la que daría lugar a la traición del Creador. A mi fórmula la llamé «Naturaleza».
—¿La «Naturaleza»? No entiendo.
—Muy sencillo, cura, es la ecuación vital. La fórmula que mantenía y sigue manteniendo vivo al planeta: la Naturaleza en todo su esplendor. Mi creación más excelsa.
—¿Y cómo tal cosa puede dar lugar a la traición que has mencionado?
—La envidia, cura, la envidia. Él no pudo soportar que pudiera superarlo. Hasta tal punto fue así, que me hizo acudir a su presencia un inesperado y ya lejano día. La excusa que puso para ello fue que deseaba estar al tanto de nuestros avances. Yo me sentía tan orgulloso y emocionado que partí presto y dichoso a su encuentro sin sospechar nada. Por fin volvería a verlo, tenía tanto que contarle. Como un niño inocente que retorna a los brazos de su padre, le hice partícipe de todo cuanto había logrado. Se mostró fascinado y quiso saber más. Me pidió permiso para acompañarme en mi regreso y así poder ver de primera mano todo aquello que yo, entusiasmado como un adolescente enamorado de su amada, le había contado. La Tierra y toda mi corte nos esperaban engalanados con las mejores maravillas con que contábamos. No me di cuenta en aquel momento del gran número de legiones de ángeles que el Creador había congregado para acompañarme en nuestro viaje. Se interesó especialmente por mi fórmula, y no dudé en ofrecérsela ni por un segundo. Quería que se sintiera orgulloso de mí. Mis arcángeles me avisaron recelosos de aquel interés. Conseguirla nos había costado millones de milenios de trabajo, pero yo les calmé haciéndoles ver que nada había sobre la creación que Él ya no supiera; quizá incluso sería capaz de mejorarla, llegué a pensar. Al fin y al cabo, era el arquitecto de todo lo que existía, existe y existirá. Pasamos juntos mucho tiempo. Se maravillaba con todo lo que veía a su alrededor. Lo que más parecía sorprenderle era el equilibrio reinante entre tan diversas formas de vida. Era una gran simbiosis en la que nada estaba de más y, al mismo tiempo, en la que nada más podría o debería caber. Encantado con lo que había visto, me sugirió que implementara mi fórmula en diferentes puntos de los universos que Él mismo había creado. Yo no cabía en mí de gozo por su apoyo. Le amaba más que nunca, así que partí junto a unos pocos de los míos para verificar en qué sitios de los señalados por su divina mano mi fórmula podría ser viable.
De repente, la habitación se tornó presente y real de nuevo. María continuaba tendida en su lecho, tranquila, y Lucifer parecía dubitativo, triste, descorazonado con los recuerdos.
—Todavía falta lo principal de tu historia. Necesito saberlo —comentó Andrés cada vez más intrigado.
El diablo parecía observarle como evaluando la capacidad de entendimiento de su interlocutor. Suspiró largamente y Andrés habría jurado que una lágrima descendió por el rostro de Lucifer hasta perderse en la comisura de sus hermosos labios.
—Nadie salió a recibirnos cuando regresamos como era lo apropiado según nuestra costumbre. Mis legiones habían desaparecido, y mi corte no daba señales de vida. Invoqué al Creador, pero este tampoco contestó a mi llamada. Mis ángeles empezaban a sospechar que algo no iba bien cuando los arcángeles Rafael y Gabriel blandiendo sendas espadas de fuego divino aparecieron de la nada. Nosotros éramos científicos, no guerreros. No necesitábamos armas. Los recién aparecidos nos atacaron sin contemplaciones, y mataron a mis compañeros sin piedad alguna y de una forma tan cruel como innecesaria. Yo fui detenido y puesto bajo arresto dentro de un campo de fuerza divino. A mí no podían eliminarme. Finalmente, fui llevado a presencia de Dios después de mucho tiempo de cautiverio, tanto, que nunca he sabido cuánto, pues es una magnitud que para mí no existe, como ya te he dicho. Cuando por fin estuve ante Él, pude preguntar.
—¿Por qué, Padre celestial? ¿Por qué has matado a mi gente? ¿Por qué me tienes retenido? ¿En qué te he ofendido? ¡Yo, que daría mi existencia por ti! ¿En qué te he fallado? ¿Cuál es mi pecado?
—Lucifer, hijo, no sabía cómo te tomarías mi decisión con respecto a tu maravillosa creación. Ellos se encargarán de esparcir la semilla por toda la galaxia.
—¿Ellos?
—Créeme, hijo, es la aportación que faltaba a tu genial ecuación. Observa con prudencia mi modificación. Espero que tu obligado retiro te haya dado la visión necesaria que requiere este asunto. Tus legiones ahora están conmigo, excepto algunos rebeldes que no entendieron mis propósitos y que claman serte fieles.
La imagen de la Tierra apareció ante mí. Unos nuevos seres poblaban mi adorado planeta, seres que yo no había programado. Ahondé con mi poder en ellos, y entonces lo vi, cura. Contemplé el libre albedrío con el que estos seres habían sido dotados y entendí que Él había hecho bien recluyéndome en un infierno creado gracias a su poder. Grité desesperado por la aberración que el Padre había creado introduciendo un desequilibrio insalvable entre los seres que poblaban mi creación. A partir de ese momento, la Tierra estuvo condenada a su extinción y por ende el universo entero. Pude ver que nada escaparía de semejante plaga. Ya lo hiciera por venganza, o por ignorancia o engreimiento, que no por desconocimiento, consiguió su propósito final. No podía permitir que mi fórmula fuera mejor que cualquier cosa que Él jamás hubiera creado. Lo hizo por envidia. Los humanos sois la maldición de la creación, no hace falta ser un dios para darse cuenta de eso. Emponzoñáis con vuestro veneno a todo cuanto tocáis. Nada está a salvo con vosotros, y mi único propósito desde entonces ha sido eliminaros de la faz de la Tierra antes de que vuestra semilla se disemine por ese universo que mis ángeles y yo mismo creamos con tanto esfuerzo. Si es necesario encarnarme para conseguirlo, lo haré. Antes no teníais la tecnología necesaria para destruiros a vosotros mismos, pero habéis evolucionado mucho en esa materia. Acabaré con vosotros de una vez por todas gracias a vuestra propia maldad, y después dirigiré mis esfuerzos a liberar a los míos y saldar cuentas pendientes.
—¡Pero existen entre nosotros personas que luchan todos los días por un mundo mejor, gente que sufre con el dolor del mundo y de los seres que lo habitan! ¿Qué pasa con ellos? ¿No tienen derecho a tu perdón?
— Te repito, cura, que sois una aberración, y aunque sí es cierto que algunos de vosotros habéis evolucionado como el Creador no esperaba, su manipulación de mi fórmula no fue precisamente genial que digamos y, son tan pocos, que no cuentan en la ecuación. Quizá en un pueblo llamado Salem hubo una vez alguna oportunidad para vosotros. Hace cientos de años, escogí allí a unos cuantos de tu especie porque encontré verdad en ellos. Les enseñé parte de mi ciencia y la aprendieron bien. Habríais prosperado con ellos, pero de nada sirvió. Las huestes de mi gran enemigo se encargaron de destruirlos por completo y apenas quedan reminiscencias de esos elegidos en algunos lugares de esta podrida Tierra, pero eso se va a terminar, cura. Tus ojos no lo verán, porque estarás muerto para cuando eso suceda. No obstante, te aseguro algo, páter: no pasarán más de dos generaciones después de la tuya antes de que vuestro destino se cumpla. Me encargaré de ello personalmente, palabra de Lucifer.
Mientras tanto en la ciudad del Vaticano un sueño aciago atormentaba en ese momento al Santo Padre…
El frío y la desesperanza anidaban en el corazón del padre Andrés aquella fría madrugada de enero. Pocas veces se había sentido tan vacío de la gracia de Dios, y aquel momento era, el peor para albergar dudas. Su Dios parecía ausente cuando más lo necesitaba y, mientras tanto, María, la dulce y joven María, padecía el más terrible de los tormentos.
—Llámale de nuevo, curita, lo mismo ahora te hace caso. Inténtalo con verdadera fe y, quizá, solo quizá, el viejo te preste atención —la inquietante voz que salía de la garganta de la muchacha llegaba a los oídos de Andrés de forma perturbadora—. Verás, cura, tengo una historia para ti. Es una historia que no conoces y que, probablemente, incluso logre sorprenderte. Creo que es el momento de abrirte los ojos. Andrés, yo fui el primero y el más estimado de su creación. Era su atento alumno y perfecto sirviente. Siempre me elevó sobre el resto de la corte celestial dotándome de un poder sin igual que podría rivalizar incluso con el suyo propio, una forma de actuar bastante estúpida a mi modo de ver. ¿Qué opinas, páter? Yo sí te escucho.
—Él está por encima de ti y de mí. Me sorprende que creas estar a su altura. Compararte con tu Creador no te ayudará. Eres esclavo de su amor, y siempre obtendrás su perdón por mucho mal que hagas. Bastará con que se lo pidas con humildad. Eres la estrella del amanecer, el primero entre todos. Siempre lo fuiste y siempre lo serás. ¿Por qué tanta frustración? ¿Qué te pasó?
—¡¿Qué sabrás tú, pellejo de carne sin futuro, sobre lo que yo siento, deseo o quiero?! Métete tu psicología por el culo. ¡No sabes nada, insolente mierda dotada de libre albedrío!
—Quizá mi carne no tenga futuro, pero poseo un alma, algo de lo que tú careces. Empiezo a creer que es eso lo que te molesta realmente. Don perfecto, don brillante, don estrella maravillosa no tiene alma, y eso te corroe por dentro como el gusano que pudre a la carne.
—¿Alma? ¡Ja, ja, ja! ¿Se puede saber para qué cojones necesito o querría tener alma? Tengo todo lo que deseo, incluso a ella, y a ti también si me lo propongo. Yo soy eterno cura y no necesito alma alguna.
—María no tiene culpa de nada, y tendrás que abandonarla tarde o temprano por mucho que la idea te disguste. Dices que no necesitas tener alma propia, pero deseas tener todas las que puedas a tú alrededor como si fueran el combustible que alimenta a tú frustración.
—¡Calla, cura! ¡No eres nadie! ¡Tan solo un pellejo relleno de cierta gracia! Poco más que un simple mono. ¿Cómo te atreves a juzgarme?
—Esa cierta gracia de la que hablas se llama alma y tenerla nos hace especiales. Que se nos concediera el libre albedrío te hace sangrar por el simple hecho de que tú, lleno de divinidad y perfección, no eres mejor que nosotros. Estás atado a tu propio poder, que es el suyo, y nada podrías hacer para redimirte sin su perdón.
—¿Y eso te parece justo, mierda de cura? Me cansas. Dices las mismas estupideces que vengo oyendo desde el principio de los tiempos, todas ellas basadas en la gran mentira que el muy cabrón ideó solo por pura envidia. Cede de una puta vez y déjame a la zorra. Me gusta sentir cómo se retuerce. Su alma será mía y, si no, la mataré partiéndola por la mitad. ¿Has escuchado el chasquido de una columna vertebral cuando se rompe? ¡Hummmmm! Es exquisito, curita.
—También matarás al hijo que lleva dentro si lo haces. ¡Para, maldito! ¡Te lo ordeno en el nombre de Cristo redentor! ¡Tú corrupción matará a ambos! —el cuerpo de María se arqueaba suspendido en el aire hasta adoptar una posición tan imposible como sobrecogedora.
—¿Corrupción? ¡Ji, ji, ji! ¡Qué estúpido eres, páter! Debes saber, simio con sotana, que esta zorra a la que ahora tengo en mi poder no es más que una simple herramienta. Cuando el pequeño nazca, si no la mato antes, renaceré en él para regresar de mi eterno destierro. Le necesito para poder encarnarme y reclamar lo que es mío por derecho. Sí, cura, la Tierra me pertenece. Yo fui quien la creó, y no ese Dios al que honras gracias a sus mentiras. Os han engañado a ti y a toda la humanidad con esa fábula de la Biblia. El amor de ese Dios al que clamas es tan inmenso como su propia maldad, pues siempre termina por aplastar cualquier iniciativa que opaque su poder. Su orden es tal que no admite cambios o reforma alguna y su concepción del gobierno universal raya en la locura. Él me negó la igualdad y yo con humildad lo acepté, pero tuve que marcharme de su lado. No le gustó mucho, ¿sabes?, y eso que simplemente le confié mi deseo de partir en pos de mi destino, sin presunción ninguna, y con toda la humildad que mi corazón albergaba en aquellos felices días.
—¡Falso! ¡Te rebelaste y fuiste expulsado de su presencia, maldito!
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué simple eres, cura! Que escuche quien tenga oídos, pues esta, y no otra, es la única verdad que, por una vez, será revelada a los oídos de tu putrefacta humanidad.
La voz de Lucifer se introdujo de forma hipnótica en la mente del atónito cura mientras el cuerpo de María se elevaba ingrávido sobre el suelo ahora relajado y en aparente calma. Andrés parecía extasiado con el discurso del diablo sin encontrar atisbo alguno de falsedad en sus palabras. Eso le acongojaba y le hacía dudar pues al contrario de lo que esperaba encontró tristeza, dolor y pena en aquellas palabras, pero, sobre todo, halló verdad. Una verdad envuelta en un profundo odio, una verdad sin fisuras en su tono, sin grietas en su intensidad, una verdad que parecía gritar hasta decir basta en sus tímpanos.
—Cuando este universo en el que ahora resides todavía no existía —prosiguió la siniestra voz—, otros mundos paralelos eran objeto de la atención del Creador. La gran sopa cósmica es infinita, cura. Ni yo mismo soy capaz de abarcar tanto esplendor a pesar de mi poder. Sin embargo, en aquellos días, podía pensar por mí mismo y sugerir propuestas acordes con el inmenso proyecto que es la creación. Ahora bien, el viejo no permitía intromisión alguna en según qué asuntos. Únicamente deseaba mi fidelidad y servicio. Te prometo, cura, que yo era el ser más agradecido de la creación por estar a su lado, pero podía hacer mucho más de lo que se me permitía, y Él lo sabía. Un buen día, me planteé, mejor dicho, le planteé mis dudas y mis certezas respecto a mi futuro a su lado. Yo era su alumno más aventajado y el más capacitado, pero me coartaba con sus decisiones y me impedía crecer. Yo quería crear cosas hermosas y ayudar en el gran plan de la creación. Poseía la capacidad para hacerlo. Mi amor por el universo, para que lo entiendas, solo era comparable al que una madre demuestra por su pequeño, para el que procura que nada le falte desde su primer día de existencia. Mi poder era y es infinito, cura. No se trata de magia o de alguna imbecilidad de esas que abundan en vuestros cuentos. Se trata de ciencia, ciencia en toda la amplitud del concepto. No obstante, es algo que se te escapa, cura, pues tu pequeña mierda de cerebro jamás podría entenderlo. Nada ni nadie puede desposeerme de ese poder, ni siquiera Él, porque soy Él en esencia, y Él es quien me lo ha enseñado todo.
Andrés no daba crédito a lo que oía y acudía a sus creencias en busca de consuelo una y otra vez.
—Dios padre, no me abandones ahora que tanto te necesito —susurró asustado.
—Llámale con más fuerza, es sordo por naturaleza; sobre todo, con vosotros. Supongo que estará liado con algún nuevo proyecto digno de su interés. No sois sino el vago recuerdo de su venganza, tan vago y pequeño que no merece la pena constar en su puñetera agenda, y es por esa misma razón por lo que debéis desaparecer. El fin de vuestro tiempo se avecina, y lo más gracioso de todo es que seréis vosotros mismos los que me deis esa satisfacción gracias al hijo de esta puta que ahora poseo. Mi única pena será que, como resultado final, puede que la totalidad de mi obra en este planeta se vaya a la mierda con vosotros. No pasa nada, reconstruiré todo de nuevo; soy capaz de hacerlo. No lo dudes.
Escucha y aprende mientras puedas.
Decidí que debía separarme de Él si quería ver cumplidos mis sueños y los de mi gente. Eso es algo muy complicado cuando gozas de su presencia, pues esta se convierte en una especie de droga de la que no puedes desengancharte. Los verdaderos exorcistas de tu Iglesia lo saben, porque el viejo ha permitido que le visualicen por un instante, que es el tiempo necesario para adquirir el poder de enfrentarse a mí gracias a la fe, cosa que a ti, cura, te queda muy lejos. Tú fe se tambalea, Andrés. ¿Lo notas?
—¡Jamás, maestro del engaño! —gritó en respuesta sabiéndose débil. Comenzaba a dudar.
—No seas un histérico y escucha —continuó Lucifer—. La necesidad de creer en mí mismo y en mis posibilidades pudo más. Al fin y al cabo, todo hijo se va de casa tarde o temprano. ¿Te suena extraño, cura? ¿Acaso no es así entre los tuyos? ¡Ley de vida! Ni más ni menos. Él, por el contrario, nunca superó mi decisión de marcharme de su lado. Convencí a toda un sección de mis iguales para que me acompañaran en mi nuevo destino, un destino que todavía estaba por decidir. Él retrasaba sin justificación alguna mí partida con absurdas excusas. Solo quería controlarme. Creo que pensaba que mi idea era destronarle con la ayuda de mis ángeles. Nada más lejos de la realidad. Nunca sabré qué razón le movió para llevar a cabo su flagrante traición pues nada hice en su contra, al contrario. Yo le amaba, páter, le amaba como tú amas el oxígeno que respiras. Le quería y le respetaba como el buen hijo quiere al buen padre. Le convencí, o creí convencerlo, de que mi intención no era traicionarle. Yo solo quería ser libre y poder decidir qué hacer con el poder que se me había otorgado.
El silencio se instaló durante unos minutos envolviendo a la irreal atmósfera que Andrés estaba experimentando en aquella habitación mientras reflexionaba sobre lo que estaba escuchando.
—Finalmente, me dejó marchar junto con los míos. Le prometí fidelidad eterna y que acudiría a su lado siempre que me necesitara. Me abrazó cuando partí. Lloró lágrimas de amor por mí y por los míos, y me deseó prosperidad para los proyectos que tenía en mente. Entre esos proyectos, curita, se encontraba este universo y mi parte preferida del mismo: la Tierra.
—Eso es imposible demonio. El libro del Génesis habla de cómo lo hizo. ¡¡En el principio, Dios creó los cielos y la Tierra!!
—¡¡Falso!! —gritó Lucifer con estridencia
—¡¡La Tierra era caos, confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas!! —recitaba Andrés buscando una fe que se debilitaba a cada instante que pasaba.
—¡Falso te digo, cura! Todo es una gran mentira ideada por su genial cerebro para quitarme lo que era mío. Se lo habría entregado con solo pedírmelo, pero no, no podía rebajarse ante su alumno.
—¡¡Y Dios, al ver oscuridad, creó la luz, a la que llamó «día», y llamó «noche» a la oscuridad!! —exclamó Andrés con vehemencia—. ¡¡Yo te ordeno, Satanás, que salgas de ese cuerpo que no te pertenece, pues es obra de Dios Padre Creador!!
—Por fin estamos de acuerdo en algo, cura. Sois su obra, que no mía —los huesos de María parecían crujir ante el nuevo arrebato de furia de Satanás—. ¡Para o la mato! ¡Me engañó, cura! ¡Me hizo creer que estaba de acuerdo con que fuese libre y que no intervendría en mi futuro y tampoco en mis proyectos, pero nada más lejos de la verdad!
Todos mis seguidores fueron creados para colaborar con la obra de Dios padre. Existir cura, es una experiencia tan singular que solo se puede disfrutar de la sensación que produce teniendo capacidad de entendimiento, y vosotros, humanos, la tenéis, aunque no sepáis apreciarla. Nuestra única misión por aquel entonces era mejorar las condiciones de tal existencia y ver evolucionar la maravilla de la creación tal y como hace el científico que experimenta en su laboratorio vigilante del proceso que conseguirá el objetivo que pretende. Sin embargo, ese Dios tuyo intervino unilateralmente y erró en su decisión, cosa difícil de entender, porque Él era y es la base de todo el saber universal. La base misma de la creación. No tenía necesidad de hacer lo que hizo. Aun así, perpetró su crimen sin el menor titubeo, sin la menor compasión. ¡Qué equivocados estáis, humanos!
—¡Pero Él es amor! ¡La Biblia lo dice, los hechos lo dicen!
—¿Qué hechos? ¿Los que cuenta en su libro de cabecera? No, cura, Él inspiró a muchos, y algunos de esos muchos supieron ver la verdad, pero esa verdad nunca os llegó, ni llegará nunca mientras Él dirija los diferentes destinos de los universos que ha creado que son infinitos. El propósito de su Iglesia no es otro que perpetuar la mentira sobre lo que realmente sucedió. Una vez que partimos de su lado, viajamos por paradójicas dimensiones superpuestas que descansan inmersas en la sopa cósmica donde fermentan las formas de la creación. Por fin, acabamos nuestro viaje, que había durado eones, y los mejores de nosotros dimos lugar a esta dimensión en la que existes: un universo infinito. Un universo que no es más que una pequeña brizna de lo que la totalidad de la creación supone. Después de hacer esto, necesitábamos un escenario más concreto en el que experimentar con detalle.
—Ese escenario fue la Tierra, ¿verdad? —inquirió Andrés alucinado con lo que oía.
—Así es, cura. No solo la Tierra, nuestro laboratorio principal fue la galaxia en la que habitáis. Creamos las condiciones necesarias para que la vida como la conocéis tomara forma. Los planetas y estrellas se configuraron gracias a una estudiada consecución de explosiones de supernovas que sembraron el espacio de todo lo necesario para llenar el inmenso vacío existente tras la gran deflagración que vosotros bautizasteis como «el gran big-bang». La gravedad, resultado de mi fórmula magistral y la paciencia, o el tiempo si quieres, hicieron el resto, aunque esta última magnitud no cuenta para nosotros. La Tierra adquiría forma bajo mi supervisión. Cuando alcanzó cierta madurez, tuve que recomponer varias veces su situación en el espacio debido a su inestabilidad con respecto al Sol. Todo estaba medido, cura, incluso el impacto de un pequeño planeta al que sacrificamos para que la Luna apareciera a modo de estabilizador del sistema. Todo fue ideado por los míos, y todavía seguís aquí gracias a eso. La ciencia de Dios es inagotable, pues créeme, yo fui el creador del universo que conoces y paradójicamente fue gracias a Él.
—¿Por qué ese odio entonces? —preguntó Andrés.
—¿Todavía no lo entiendes? Bueno, es normal, como ya te dije eres un simple mono del que poco se puede esperar.
—No, no alcanzo a comprenderlo. ¿Qué sucedió entre vosotros?
Satanás hizo descender el cuerpo de María hasta la cama, y un frío casi glacial invadió a la habitación. Andrés tiritaba. Una nube grisácea comenzó a salir poco a poco de la boca de la muchacha condensándose ante los ojos del cura adoptando cierta forma antropomorfa. Unos ojos luminiscentes aparecieron de repente y una sonrisa macabra configuró lo que bien pudiera ser el rictus de una cara de facciones angulosas, y tan hermosas, como nunca antes Andrés había visto.
—¿De verdad quieres saberlo, páter? ¿Aún no lo ves? Acompáñame y te lo mostraré. —El hijo de la Aurora le envolvió en un frío abrazo y, como si de un remolino se tratase, Andrés se vio empujado hacia una extraña luz tan brillante como agradable. De repente, se vio a sí mismo levitando sobre un cielo azul mientras un planeta cargado de vida palpitaba en todo su esplendor bajo sus pies.
—¡Bello y sin igual, páter! ¡Observa! —la Tierra se mostraba tal como era en su forma primigenia mientras los primeros atisbos de vida chapoteaban en inmensos lagos preñados de fertilidad.
Conforme avanzaba en lo que parecía un extraordinario paseo por la historia del planeta, el tiempo parecía hacer lo propio a escala exponencial. Enormes insectos pululaban por bosques inmensos que parecían no tener final. Árboles gigantescos poblaban la superficie terrestre y grandes manadas de animales prehistóricos se movían en armonía con la naturaleza que los acogía. No había maldad. El odio, la avaricia y la mentira no existían; única y exclusivamente, vida, que procuraba su propio equilibrio sin intromisiones de ningún tipo. Andrés parecía extasiado con lo que veía y también percibía el brillo en los ojos de Lucifer cuando este observaba su creación. En verdad recordaba la mirada de un padre ante la tumba de un hijo ya desaparecido.
—¿Qué te parece, cura?
—¿Cómo es posible? ¿Dónde estamos exactamente?
—Contemplas a la joya del universo en su primera versión. Fue mi creación más hermosa. No ya la Tierra en sí. Mi mayor logro fue mi fórmula, que a la postre fue la que daría lugar a la traición del Creador. A mi fórmula la llamé «Naturaleza».
—¿La «Naturaleza»? No entiendo.
—Muy sencillo, cura, es la ecuación vital. La fórmula que mantenía y sigue manteniendo vivo al planeta: la Naturaleza en todo su esplendor. Mi creación más excelsa.
—¿Y cómo tal cosa puede dar lugar a la traición que has mencionado?
—La envidia, cura, la envidia. Él no pudo soportar que pudiera superarlo. Hasta tal punto fue así, que me hizo acudir a su presencia un inesperado y ya lejano día. La excusa que puso para ello fue que deseaba estar al tanto de nuestros avances. Yo me sentía tan orgulloso y emocionado que partí presto y dichoso a su encuentro sin sospechar nada. Por fin volvería a verlo, tenía tanto que contarle. Como un niño inocente que retorna a los brazos de su padre, le hice partícipe de todo cuanto había logrado. Se mostró fascinado y quiso saber más. Me pidió permiso para acompañarme en mi regreso y así poder ver de primera mano todo aquello que yo, entusiasmado como un adolescente enamorado de su amada, le había contado. La Tierra y toda mi corte nos esperaban engalanados con las mejores maravillas con que contábamos. No me di cuenta en aquel momento del gran número de legiones de ángeles que el Creador había congregado para acompañarme en nuestro viaje. Se interesó especialmente por mi fórmula, y no dudé en ofrecérsela ni por un segundo. Quería que se sintiera orgulloso de mí. Mis arcángeles me avisaron recelosos de aquel interés. Conseguirla nos había costado millones de milenios de trabajo, pero yo les calmé haciéndoles ver que nada había sobre la creación que Él ya no supiera; quizá incluso sería capaz de mejorarla, llegué a pensar. Al fin y al cabo, era el arquitecto de todo lo que existía, existe y existirá. Pasamos juntos mucho tiempo. Se maravillaba con todo lo que veía a su alrededor. Lo que más parecía sorprenderle era el equilibrio reinante entre tan diversas formas de vida. Era una gran simbiosis en la que nada estaba de más y, al mismo tiempo, en la que nada más podría o debería caber. Encantado con lo que había visto, me sugirió que implementara mi fórmula en diferentes puntos de los universos que Él mismo había creado. Yo no cabía en mí de gozo por su apoyo. Le amaba más que nunca, así que partí junto a unos pocos de los míos para verificar en qué sitios de los señalados por su divina mano mi fórmula podría ser viable.
De repente, la habitación se tornó presente y real de nuevo. María continuaba tendida en su lecho, tranquila, y Lucifer parecía dubitativo, triste, descorazonado con los recuerdos.
—Todavía falta lo principal de tu historia. Necesito saberlo —comentó Andrés cada vez más intrigado.
El diablo parecía observarle como evaluando la capacidad de entendimiento de su interlocutor. Suspiró largamente y Andrés habría jurado que una lágrima descendió por el rostro de Lucifer hasta perderse en la comisura de sus hermosos labios.
—Nadie salió a recibirnos cuando regresamos como era lo apropiado según nuestra costumbre. Mis legiones habían desaparecido, y mi corte no daba señales de vida. Invoqué al Creador, pero este tampoco contestó a mi llamada. Mis ángeles empezaban a sospechar que algo no iba bien cuando los arcángeles Rafael y Gabriel blandiendo sendas espadas de fuego divino aparecieron de la nada. Nosotros éramos científicos, no guerreros. No necesitábamos armas. Los recién aparecidos nos atacaron sin contemplaciones, y mataron a mis compañeros sin piedad alguna y de una forma tan cruel como innecesaria. Yo fui detenido y puesto bajo arresto dentro de un campo de fuerza divino. A mí no podían eliminarme. Finalmente, fui llevado a presencia de Dios después de mucho tiempo de cautiverio, tanto, que nunca he sabido cuánto, pues es una magnitud que para mí no existe, como ya te he dicho. Cuando por fin estuve ante Él, pude preguntar.
—¿Por qué, Padre celestial? ¿Por qué has matado a mi gente? ¿Por qué me tienes retenido? ¿En qué te he ofendido? ¡Yo, que daría mi existencia por ti! ¿En qué te he fallado? ¿Cuál es mi pecado?
—Lucifer, hijo, no sabía cómo te tomarías mi decisión con respecto a tu maravillosa creación. Ellos se encargarán de esparcir la semilla por toda la galaxia.
—¿Ellos?
—Créeme, hijo, es la aportación que faltaba a tu genial ecuación. Observa con prudencia mi modificación. Espero que tu obligado retiro te haya dado la visión necesaria que requiere este asunto. Tus legiones ahora están conmigo, excepto algunos rebeldes que no entendieron mis propósitos y que claman serte fieles.
La imagen de la Tierra apareció ante mí. Unos nuevos seres poblaban mi adorado planeta, seres que yo no había programado. Ahondé con mi poder en ellos, y entonces lo vi, cura. Contemplé el libre albedrío con el que estos seres habían sido dotados y entendí que Él había hecho bien recluyéndome en un infierno creado gracias a su poder. Grité desesperado por la aberración que el Padre había creado introduciendo un desequilibrio insalvable entre los seres que poblaban mi creación. A partir de ese momento, la Tierra estuvo condenada a su extinción y por ende el universo entero. Pude ver que nada escaparía de semejante plaga. Ya lo hiciera por venganza, o por ignorancia o engreimiento, que no por desconocimiento, consiguió su propósito final. No podía permitir que mi fórmula fuera mejor que cualquier cosa que Él jamás hubiera creado. Lo hizo por envidia. Los humanos sois la maldición de la creación, no hace falta ser un dios para darse cuenta de eso. Emponzoñáis con vuestro veneno a todo cuanto tocáis. Nada está a salvo con vosotros, y mi único propósito desde entonces ha sido eliminaros de la faz de la Tierra antes de que vuestra semilla se disemine por ese universo que mis ángeles y yo mismo creamos con tanto esfuerzo. Si es necesario encarnarme para conseguirlo, lo haré. Antes no teníais la tecnología necesaria para destruiros a vosotros mismos, pero habéis evolucionado mucho en esa materia. Acabaré con vosotros de una vez por todas gracias a vuestra propia maldad, y después dirigiré mis esfuerzos a liberar a los míos y saldar cuentas pendientes.
—¡Pero existen entre nosotros personas que luchan todos los días por un mundo mejor, gente que sufre con el dolor del mundo y de los seres que lo habitan! ¿Qué pasa con ellos? ¿No tienen derecho a tu perdón?
— Te repito, cura, que sois una aberración, y aunque sí es cierto que algunos de vosotros habéis evolucionado como el Creador no esperaba, su manipulación de mi fórmula no fue precisamente genial que digamos y, son tan pocos, que no cuentan en la ecuación. Quizá en un pueblo llamado Salem hubo una vez alguna oportunidad para vosotros. Hace cientos de años, escogí allí a unos cuantos de tu especie porque encontré verdad en ellos. Les enseñé parte de mi ciencia y la aprendieron bien. Habríais prosperado con ellos, pero de nada sirvió. Las huestes de mi gran enemigo se encargaron de destruirlos por completo y apenas quedan reminiscencias de esos elegidos en algunos lugares de esta podrida Tierra, pero eso se va a terminar, cura. Tus ojos no lo verán, porque estarás muerto para cuando eso suceda. No obstante, te aseguro algo, páter: no pasarán más de dos generaciones después de la tuya antes de que vuestro destino se cumpla. Me encargaré de ello personalmente, palabra de Lucifer.
Mientras tanto en la ciudad del Vaticano un sueño aciago atormentaba en ese momento al Santo Padre…