CV5 - El indómito Barba guarra y su loro Manolo - Prófugo
Publicado: 11 Jul 2017 08:22
El indómito Barba guarra y su loro Manolo
Ramontxo era un pirata con las barbas bien puestas. Desde niño se hizo a la mar. Aprendió todos sus trucos y secretos gracias a un encomiable esfuerzo y mucha persistencia. Fue guiado a base de soplamocos y pescozones por parte de su padre, el recordado Txosko, marinero de la vieja guardia, tatuado, temible y con una mala hostia legendaria, hasta el día en que murió asfixiado comiendo unas aceitunas. Ramontxo creció bajo su sombra hasta hacerse mayor, siempre a bordo de su barco Txingurri, luciendo una dentadura podrida, una cabeza piojosa y una cara repleta de cicatrices que se escondían dentro de un manojo de pelos desaliñados y malolientes. Por ello le apodaban Capitán «Barba guarra».
Atravesó siete mares, cinco océanos y más de trescientos bares llenos de mujeres complacientes y marineros borrachos en busca de camorra de la buena. No se le conoció mujer estable en su vida, ni hijo declarado, aunque las malas lenguas decían que, en cada puerto que atracaba, iba dejando el germen de su semilla a buen recaudo.
Barba guarra contaba con un único compañero, su querido Manolo. En él confiaba hasta cuando las fuerzas le flaqueaban. Manolo era un loro bastante especial. Ante las féminas se hacía pasar por un apuesto guacamayo de hermoso plumaje de colores, dotado de un gran pico y de otros atributos que aquí no vienen al caso. En contra, ante los demás loros y aves marinas, se pavoneaba haciéndose pasar por un ave de rapiña, un engendro de águila calva que tenía más muertos sobre su conciencia que garrapatas en su barriga.
Un buen día, Manolo llegó raudo a posarse sobre el hombro de Ramontxo. En una de sus múltiples escapadas hacia las tabernas, oyó decir a dos tipejos con parches en los ojos que, en el Cabo de la Muerte, a cincuenta millas del peñasco, se escondía un inmenso tesoro que guardaba piezas de arte muy valiosas, pero era necesario tener dos melones bien puestos para llegar a conquistarlo.
A Ramontxo se le llenó de fantasías la cabeza y sin pensarlo, armado de gran valor y poca inteligencia, decidió embarcar e ir a por todas hacia esa recompensa. Motivado más por el heroísmo y el qué dirán sobre su valentía, que por el valor material que se escondía en aquel remoto lugar, levó anclas y navegó a toda vela al lado del gamberro Manolo, que no hacía más que vitorear y exclamar a viva voz: ¡Que suban los telones, tenemos dos cojones!
Transcurridos cincuenta días, se encontraban a escasas millas del lugar indicado. La mar rugía fiera y turbia. Olas de tres y cuatro metros reventaban una y otra vez en Txingurri, pero éste, barco curtido de mil batallas, aguantaba eso y mil olas más. Barba guarra, empleando su telescopio, pudo divisar una extraña figura bastante sensual. Acercándose a ella, por la espalda, pudo comprobar que se encontraba sorprendentemente quieta. Sin pensarlo lanzó sus redes y, con sumo esfuerzo, estallando sus musculosos antebrazos y pectorales, pudo subir su presa hasta el interior del barco. Barba guarra, que llevaba esos días sin ver a mujer ninguna, se encontraba desesperado, imaginando que iba a poseer a esa atractiva sirena inofensiva y atontada. Empezó a apretujarla por detrás, a manosear sus diminutos pechos y a arrimar su impulsivo Manutxin contra la masa circular trasera que poseía dicha hembra. Pero nuestro querido pirata se llevó un gran disgusto al comprobar, mientras seguía metiéndole mano a la susodicha, que al bajar a su entrepierna tenía un pedazo de antorcha que duplicaba como mínimo a la suya. Sorprendido y asqueado, logró girarle la cara y se dio cuenta de que ese bicho era realmente un tritón sinvergüenza que deseaba acción de la buena. Barba guarra, con su mala hostia característica, de un solo bofetón puso a volar al pervertido ser, que acabó cayendo de bruces en medio del mar. Mientras Manolo, disimuladamente, se orinaba de la risa ante espectáculo tan bochornoso, Barba guarra, muy cabreado, continuaba su marcha blasfemando a voces.
Ya a pocos metros de alcanzar su objetivo, se encontró un ejército de medusas que salieron implacables a su paso en defensa del tesoro. A Ramontxo esto le importó tres pimientos y cuatro rábanos y fue a por ellas. Pretendía pasarles por encima confiando en su valor y en la fortaleza del Txingurri. Justo cuando se disponía a acometer semejante acto belicoso, las medusas apuntaron hacia el barco dejándolo instantáneamente fuera de acción. La nave se convirtió en un inmenso barco de piedra que cayó hasta el fondo del mar por el resto de sus días.
Las medusas, seres inteligentes, hechiceras y crueles conocían perfectamente el «affaire» que había tenido Barba guarra con el tritón. Así que, sin dejar que el aguerrido pirata y su amigo el loro se ahogaran en aguas turbias, estos fueron rescatados, violados y convertidos en una pequeña pieza de porcelana.
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Pedrito estaba jugando en la bañera con su nuevo barquito de papel. Entonces se le ocurrió la idea de introducir en él aquella ridícula figura del pirata y su loro que había encontrado en la playa. Barba guarra estaba inmóvil, pero no muerto; podía ver, pensar y sentir cómo su nuevo barco blanco, sin velas ni timón, cada vez más frágil, sucumbía ante el agua tibia con espuma jabonosa. Lo último que logró ver fue la imagen de una masa inmensa macro-perfecta¹, acercándose cada vez más y más hasta aplastarlo y dejarlo inconsciente por los siglos de los siglos.
—¡Mamá, te has sentado encima de mi barco de papel y mi muñeco pirata! — gritó Pedrito despavorido.
—Ay hijo, no lo he visto —dijo Gumersinda sonriendo plácidamente. Con razón siento incrustado algo punzante y duro que me está haciendo unas cosquillas del demonio, ¡carajo!
¹ Nalgas macro-perfectas: dícese de los culos que, tan pronto se sumergen en el agua, causan ondas de veinte segundos o más, algunos logrando ocasionar, en casos remotos, verdaderos tsunamis y algún que otro divorcio.