CV5 - Lucecitas en la costa - Konchyp (3ª)
Publicado: 11 Jul 2017 08:59
LUCECITAS EN LA COSTA
En el bolsillo de sus rasgados pantalones cortos se concentraba la mayor suma de dinero que jamás había acumulado en su vida. Una camisa deplorable y unas chanclas viejas que la mar había arrastrado a la orilla, fue todo lo que llevaba consigo. El último año había sido durísimo y el resultado se concentraba en el único bolsillo intacto de su ropaje.
Se dirigió hacia el barbudo con la AK47 que contaba absorto el dinero recaudado. Un pitillo amarillento descansaba sobre su oscuro labio inferior. A través de la cortina de humo, percibió la aproximación del muchacho, se percató del abultado bolsillo y volvió a fijar la vista en el fajo.
‘Espero que traigas la cantidad acordada’.
Con mano temblorosa le ofreció todos los esfuerzos de su último año. Aun así, tuvo que esperar con el brazo extendido en el aire a que el barbudo terminase su recuento, se cambiase el arma de hombro y solo entonces aceptó el pago.
En la barca, apretados, decenas de caras como la suya esperaban su destino.
El tipo del arma escupió a un lado y saltó a la embarcación, encendió el pequeño motor y poco a poco, se alejaron de las dunas que abarcaban sus recuerdos. Un llanto desconsolado arrancó de los brazos de una joven. Su cara, encogida y sudorosa, siseaba a la criatura en un fracasado intento. El recuerdo de sus familias flotaba oscuro en la noche pero su destino brillaba en la lejanía en forma de lucecitas en la costa. La brisa marina barría sus rostros con renovada esperanza y la humedad de la noche oscurecía, a su vez, sus corazones.
El sonido del motor cesó sin previo aviso. La patera se dejaba llevar con abruptas sacudidas en algún lugar entre las dos costas. Confundidos miraban atónitos al capitán, quien apuntaba indiscriminadamente al indefenso pasaje.
‘Última parada’.
Se miraron unos a otros. Llantos adultos rompieron el silencio de la noche.
‘No me miréis así, la orilla está ahí mismo, en un par de brazadas’.
Algunos, reclamaron. El bebé gritaba más que nunca y su llanto era consumido por la fuerza del océano junto con la voz de los valientes. Una explosión sorprendió a todos, menos a uno. Antes de que fuera consciente del resultado de su protesta, cayó por la borda y el mar, agradecido, lo engulló con tremendo apetito.
‘Seguir su ejemplo y largaros, pero no me obliguéis a ayudaros’.
La mayoría siguieron sus órdenes entre lamentos silenciados por las olas y el humo que aún salía del arma.
El muchacho de los pantalones rotos junto a la joven del bebé quedaron a bordo. Los chillidos desesperados del nene se mezclaban con las súplicas inútiles de la madre. El joven permanecía en silencio, aun temblando y con la mirada fija en la luz intermitente que ofrecía la costa. Sus compañeros habían desaparecido de su vista pero sus chapoteos aún podían oírse desde la embarcación.
El barbudo se encendió un cigarrillo medio mojado. Apuntó con su arma a los últimos pasajeros y sacó un frasco del bolsillo que vació en un par de tragos. La brisa arrastró un dulce olor a ron y tabaco negro. El cigarro, que aún seguía adherido a la comisura de sus renegridos labios, se consumía con el batir del viento, al igual que su paciencia.
‘Por favor señor, mi niño, no puedo nadar con él. Por favor, señor, tenga piedad’.
El pitillo yacía medio apagado entre la barba del capitán cuando se acercó, arrancó el tesoro de sus brazos y lo arrojó por la borda.
‘Ve a por él’. Musitó mientras la mujer se lanzaba al agua tras su hijo.
‘¿Y tú? ¿Cuál es tu problema?’
‘no… no se nadar’. Dijo el muchacho incorporándose para confrontar al capitán.
‘¿tú te crees que alguno de éstos sabía nadar?’
Antes de poder contestar, el muchacho recibió una patada tan fuerte en el pecho, que le hizo caer de espaldas siguiendo el ejemplo de sus ya olvidados compañeros.
El sonido de la barca alejándose fue lo último que escuchó. Las luces de la costa no se distinguían con la marejadilla y, poco a poco, el muchacho comenzó a formar parte del ecosistema marino que separaba los dos continentes.
Mientras se hundía, imágenes esporádicas aparecían ante sus ojos iluminadas por el faro. El cuerpo de la joven abrazando a su hijo aparecía bajo el agua al ritmo marcado por la luz. El oleaje bamboleaba sus cuerpos inertes.
Se dejó llevar por la fuerza del océano con esa iluminada imagen grabada en la retina y el recuerdo de su familia. La inconsciencia lo arrastraba al fondo y sus ojos se cerraban encapsulado la esencia de las últimas imágenes. Justo cuando su cuerpo se daba por vencido, algo rozó su piel, donde sus pantalones cortos no llegaban.
Dedicó sus últimas energías en abrir sus ojos una vez más. La muchacha más hermosa que jamás hubiera visto apareció frente a él. Estaba desnuda y su melena ondulaba bajo el agua. Sus piernas habían sido sustituidas por una cola de escamas rosadas que destellaban con las ráfagas circulares del faro.
La chica sostuvo entre sus bronceadas manos el rostro del muchacho, mientras éste daba su último espasmo, para besarle en los labios.
*
Una gaviota anunciaba su presencia en la distancia. Parpadeó cegado por la luz. Poco a poco la imagen de una playa se definía en su mirada. El sonido de las olas y la agresividad del sol sobre su espalda calmaron sus temores. Se levantó a trompicones para descubrir a gran parte del pasaje en la misma situación. El hombre que protestó, despertaba en la orilla a tan sólo unos metros. La joven, con su bebé ahora durmiendo plácidamente en sus brazos, estaba a su lado. Le sonrió con ternura antes de adentrarse en el pinar.
El muchacho se sacudió la arena pegada como buenamente pudo, notó el vacío de su bolsillo, y se encaminó, con renovado espíritu, a afrontar su tan esperado destino.
En el bolsillo de sus rasgados pantalones cortos se concentraba la mayor suma de dinero que jamás había acumulado en su vida. Una camisa deplorable y unas chanclas viejas que la mar había arrastrado a la orilla, fue todo lo que llevaba consigo. El último año había sido durísimo y el resultado se concentraba en el único bolsillo intacto de su ropaje.
Se dirigió hacia el barbudo con la AK47 que contaba absorto el dinero recaudado. Un pitillo amarillento descansaba sobre su oscuro labio inferior. A través de la cortina de humo, percibió la aproximación del muchacho, se percató del abultado bolsillo y volvió a fijar la vista en el fajo.
‘Espero que traigas la cantidad acordada’.
Con mano temblorosa le ofreció todos los esfuerzos de su último año. Aun así, tuvo que esperar con el brazo extendido en el aire a que el barbudo terminase su recuento, se cambiase el arma de hombro y solo entonces aceptó el pago.
En la barca, apretados, decenas de caras como la suya esperaban su destino.
El tipo del arma escupió a un lado y saltó a la embarcación, encendió el pequeño motor y poco a poco, se alejaron de las dunas que abarcaban sus recuerdos. Un llanto desconsolado arrancó de los brazos de una joven. Su cara, encogida y sudorosa, siseaba a la criatura en un fracasado intento. El recuerdo de sus familias flotaba oscuro en la noche pero su destino brillaba en la lejanía en forma de lucecitas en la costa. La brisa marina barría sus rostros con renovada esperanza y la humedad de la noche oscurecía, a su vez, sus corazones.
El sonido del motor cesó sin previo aviso. La patera se dejaba llevar con abruptas sacudidas en algún lugar entre las dos costas. Confundidos miraban atónitos al capitán, quien apuntaba indiscriminadamente al indefenso pasaje.
‘Última parada’.
Se miraron unos a otros. Llantos adultos rompieron el silencio de la noche.
‘No me miréis así, la orilla está ahí mismo, en un par de brazadas’.
Algunos, reclamaron. El bebé gritaba más que nunca y su llanto era consumido por la fuerza del océano junto con la voz de los valientes. Una explosión sorprendió a todos, menos a uno. Antes de que fuera consciente del resultado de su protesta, cayó por la borda y el mar, agradecido, lo engulló con tremendo apetito.
‘Seguir su ejemplo y largaros, pero no me obliguéis a ayudaros’.
La mayoría siguieron sus órdenes entre lamentos silenciados por las olas y el humo que aún salía del arma.
El muchacho de los pantalones rotos junto a la joven del bebé quedaron a bordo. Los chillidos desesperados del nene se mezclaban con las súplicas inútiles de la madre. El joven permanecía en silencio, aun temblando y con la mirada fija en la luz intermitente que ofrecía la costa. Sus compañeros habían desaparecido de su vista pero sus chapoteos aún podían oírse desde la embarcación.
El barbudo se encendió un cigarrillo medio mojado. Apuntó con su arma a los últimos pasajeros y sacó un frasco del bolsillo que vació en un par de tragos. La brisa arrastró un dulce olor a ron y tabaco negro. El cigarro, que aún seguía adherido a la comisura de sus renegridos labios, se consumía con el batir del viento, al igual que su paciencia.
‘Por favor señor, mi niño, no puedo nadar con él. Por favor, señor, tenga piedad’.
El pitillo yacía medio apagado entre la barba del capitán cuando se acercó, arrancó el tesoro de sus brazos y lo arrojó por la borda.
‘Ve a por él’. Musitó mientras la mujer se lanzaba al agua tras su hijo.
‘¿Y tú? ¿Cuál es tu problema?’
‘no… no se nadar’. Dijo el muchacho incorporándose para confrontar al capitán.
‘¿tú te crees que alguno de éstos sabía nadar?’
Antes de poder contestar, el muchacho recibió una patada tan fuerte en el pecho, que le hizo caer de espaldas siguiendo el ejemplo de sus ya olvidados compañeros.
El sonido de la barca alejándose fue lo último que escuchó. Las luces de la costa no se distinguían con la marejadilla y, poco a poco, el muchacho comenzó a formar parte del ecosistema marino que separaba los dos continentes.
Mientras se hundía, imágenes esporádicas aparecían ante sus ojos iluminadas por el faro. El cuerpo de la joven abrazando a su hijo aparecía bajo el agua al ritmo marcado por la luz. El oleaje bamboleaba sus cuerpos inertes.
Se dejó llevar por la fuerza del océano con esa iluminada imagen grabada en la retina y el recuerdo de su familia. La inconsciencia lo arrastraba al fondo y sus ojos se cerraban encapsulado la esencia de las últimas imágenes. Justo cuando su cuerpo se daba por vencido, algo rozó su piel, donde sus pantalones cortos no llegaban.
Dedicó sus últimas energías en abrir sus ojos una vez más. La muchacha más hermosa que jamás hubiera visto apareció frente a él. Estaba desnuda y su melena ondulaba bajo el agua. Sus piernas habían sido sustituidas por una cola de escamas rosadas que destellaban con las ráfagas circulares del faro.
La chica sostuvo entre sus bronceadas manos el rostro del muchacho, mientras éste daba su último espasmo, para besarle en los labios.
*
Una gaviota anunciaba su presencia en la distancia. Parpadeó cegado por la luz. Poco a poco la imagen de una playa se definía en su mirada. El sonido de las olas y la agresividad del sol sobre su espalda calmaron sus temores. Se levantó a trompicones para descubrir a gran parte del pasaje en la misma situación. El hombre que protestó, despertaba en la orilla a tan sólo unos metros. La joven, con su bebé ahora durmiendo plácidamente en sus brazos, estaba a su lado. Le sonrió con ternura antes de adentrarse en el pinar.
El muchacho se sacudió la arena pegada como buenamente pudo, notó el vacío de su bolsillo, y se encaminó, con renovado espíritu, a afrontar su tan esperado destino.