CV5 - Nudos de sal - Onomatopeya
Publicado: 11 Jul 2017 09:04
Nudos de sal
─Mamá, me aburro ─dijo la joven Alba.
─Sal al patio con tu abuelo. Yo tengo mucho trabajo acumulado.
─No me gusta el abuelo, es muy raro. Siempre está mirando al mar.
─Tienes que portarte bien con él, está malito de la cabeza. ¡Venga!, sal un rato.
Alba se dirigió al patio trasero de su casa de Suances. Al fondo, de pie junto a la verja sobre el acantilado, su abuelo Matías miraba al horizonte.
─Abuelo, ¿qué haces?
El anciano, de piel curtida por la sal, miró a su joven nieta de arriba abajo, buscando una referencia mental.
─¡Alba, has venido!
─Siempre estoy aquí.
─Ten cuidado ─dijo señalando a sus pies─. Ese cordón no está bien prieto. Te podrías caer.
Alba se miró el zapato.
─Creo que está bien.
Matías se agachó con dificultad. Extendió sus manos temblorosas y se puso a anudarle los cordones.
─Los nudos son importantes. A mí me salvaron la vida muchas veces en el pasado.
─¿Cómo?
El anciano se incorporó de nuevo.
─El nudo de Briol, o cómo yo le llamo, el «acallasirenas», ese me salvó la vida. Navegaba yo por el Mar de Tasmania con la instrumentación estropeada. Mi barco se confundió en la niebla y las corrientes me llevaron a lugares desconocidos. Un amanecer, aparecí frente a un islote de puntiagudas piedras que ansiaban un casco que atravesar. Giré el timón con todas mis fuerzas para evitar la colisión, logrando enderezar el barco. Ahí las escuché por primera vez. Una dulce melodía vocal y en coro resonó en la bahía. La niebla me dio un respiro y las vi, posadas sobre las rocas, medio pez medio hermosas mujeres. Me llamaban, susurraban a mis oídos, esculpían en mi mente con su voz. «Ven, únete a nosotras», me decían sin decir. Estuve a punto de tirarme al mar en un par de ocasiones, pero logré contenerme, de momento. Creo que fueron esos licores de malos puertos los que me dieron mayor resistencia al azoramiento mental. Pero ellas insistían. Así que decidí buscar un cabo suelto, y lo até a mi cinturón con el «acallasirenas». Entonces me turbé. Intenté lanzarme con rabia descontrolada a las rocas, como el perro de presa que está atado.
»No recuerdo más de aquel momento, como no recuerdo muchos amaneceres. Sólo sé que desperté tirado sobre la cubierta y atado. Aquel nudo aguantó mi empuje, mi obnubilación, y me salvó de morir a manos de aquellos demonios del mar. Oteé el horizonte y pude ver las costas de Nueva Zelanda. Estaba a salvo.
Alba le con cara de incredulidad.
─Eso no es verdad, ¿no?
─¡Claro que sí! Y no fue la única vez que un nudo me salvó de morir.
─¡Cuéntame otra! ─le pidió con curiosidad.
─¿Conoces el nudo de mariposa? ─Alba negó con la cabeza─. Pues ese no sólo me salvó la vida a mí, sino también a Kofi Bassop, el mejor contramaestre que jamás haya surcado los mares. Por aquel entonces yo era el capitán de un barco velero llamado el Ruiseñor. Había veinte marineros bajo mi mando cuando navegábamos por el Atlántico Sur en busca de merluzas. Si nos desviamos demasiado hacia la Antártida, fue por mi culpa. ─Matías agachó la cabeza─. Todo comenzó cuando una lejana loma, que llevábamos rato divisando, de repente, desapareció. ¡Estaba ahí! ¡Lo juro! Así que decidí erróneamente acercarnos para echar un vistazo, por curiosidad. Pero resultó que los montes eran lomo, y los picos, espina dorsal. Delante nuestra, a quinientos metros, un inmenso animal surgió del mar. Era el leviatán, el peor de los males del mar.
»Pude ver sus gigantescos ojos mirándonos, a ras del agua. Abrió su boca y mostró una oscuridad digna los peores abismos. Íbamos directos a él, sin casi tiempo para reaccionar. «¡Leviatán!», grité, «¡Virad al máximo!». El barco giró casi recostándose sobre el agua. Pasamos a no más de diez metros de aquella enorme boca capaz de tragarse un navío entero. Pero, otra vez por mi culpa, todo se torció. Caí al agua por la fuerza de la inercia, junto a la bestia. ─Alba miraba incrédula─. Kofi no lo dudó ni un segundo. Agarró un salvavidas y se tiró al mar helado para ayudarme. Nadó entre el oleaje hasta alcanzarme y cederme el flotador. Pero las corrientes que creaba la boca de aquel ser eran demasiado fuertes, y Kofi, sin lugar dónde agarrarse, fue arrastrado hacia las fauces del leviatán. Se lo tragó como nosotros tragamos un simple insecto.
»Mis marineros me lanzaron el cabo más largo que encontraron, pero yo, al ver que estaba lleno de nudos de mariposa, decidí dejarme arrastrar hasta el interior de la bestia. ─Alba abrió la boca─. Caí por su laringe, como navegando entre rápidos. Y allí lo vi. Kofi estaba anclado a su esófago gracias a su cuchillo. Aquel hombre era increíble. Me frenó con su mano y volvimos a reencontrarnos. Pero todavía estábamos dentro de la bestia. Así que comenzamos a escalar por el cabo, usando los nudos como estribos. Luchamos contra las corrientes con todas nuestras fuerzas. Pero aquel animal estaba cerrando la boca, y cuando la hubiera cerrado por completo, se hundiría hasta su propio infierno en el abismo. Por fortuna, la tripulación notó el movimiento en el cabo, y comenzaron a sacarnos al unísono. Aún recuerdo el roce de los labios del monstruo mientras escapaba de sus fauces.
─¿Y qué pasó después?
─El leviatán se hundió lentamente y no volvimos a verle jamás.
─Pero estas historias no son reales, ¿no?
─¿Cómo qué no? Reales como la escama que le arranqué. Desde entonces siempre la llevo conmigo, colgada en el pecho. Me recuerda la suerte de estar vivo.
─¿Puedo verla?
─¡Claro que sí!
Matías se miró el pecho e introdujo las manos temblorosas por debajo de la rebeca. Rebuscó unos segundos hasta agarrar algo. Levantó la cabeza de nuevo y dijo:
─¡Alba, has venido!
─Mamá, me aburro ─dijo la joven Alba.
─Sal al patio con tu abuelo. Yo tengo mucho trabajo acumulado.
─No me gusta el abuelo, es muy raro. Siempre está mirando al mar.
─Tienes que portarte bien con él, está malito de la cabeza. ¡Venga!, sal un rato.
Alba se dirigió al patio trasero de su casa de Suances. Al fondo, de pie junto a la verja sobre el acantilado, su abuelo Matías miraba al horizonte.
─Abuelo, ¿qué haces?
El anciano, de piel curtida por la sal, miró a su joven nieta de arriba abajo, buscando una referencia mental.
─¡Alba, has venido!
─Siempre estoy aquí.
─Ten cuidado ─dijo señalando a sus pies─. Ese cordón no está bien prieto. Te podrías caer.
Alba se miró el zapato.
─Creo que está bien.
Matías se agachó con dificultad. Extendió sus manos temblorosas y se puso a anudarle los cordones.
─Los nudos son importantes. A mí me salvaron la vida muchas veces en el pasado.
─¿Cómo?
El anciano se incorporó de nuevo.
─El nudo de Briol, o cómo yo le llamo, el «acallasirenas», ese me salvó la vida. Navegaba yo por el Mar de Tasmania con la instrumentación estropeada. Mi barco se confundió en la niebla y las corrientes me llevaron a lugares desconocidos. Un amanecer, aparecí frente a un islote de puntiagudas piedras que ansiaban un casco que atravesar. Giré el timón con todas mis fuerzas para evitar la colisión, logrando enderezar el barco. Ahí las escuché por primera vez. Una dulce melodía vocal y en coro resonó en la bahía. La niebla me dio un respiro y las vi, posadas sobre las rocas, medio pez medio hermosas mujeres. Me llamaban, susurraban a mis oídos, esculpían en mi mente con su voz. «Ven, únete a nosotras», me decían sin decir. Estuve a punto de tirarme al mar en un par de ocasiones, pero logré contenerme, de momento. Creo que fueron esos licores de malos puertos los que me dieron mayor resistencia al azoramiento mental. Pero ellas insistían. Así que decidí buscar un cabo suelto, y lo até a mi cinturón con el «acallasirenas». Entonces me turbé. Intenté lanzarme con rabia descontrolada a las rocas, como el perro de presa que está atado.
»No recuerdo más de aquel momento, como no recuerdo muchos amaneceres. Sólo sé que desperté tirado sobre la cubierta y atado. Aquel nudo aguantó mi empuje, mi obnubilación, y me salvó de morir a manos de aquellos demonios del mar. Oteé el horizonte y pude ver las costas de Nueva Zelanda. Estaba a salvo.
Alba le con cara de incredulidad.
─Eso no es verdad, ¿no?
─¡Claro que sí! Y no fue la única vez que un nudo me salvó de morir.
─¡Cuéntame otra! ─le pidió con curiosidad.
─¿Conoces el nudo de mariposa? ─Alba negó con la cabeza─. Pues ese no sólo me salvó la vida a mí, sino también a Kofi Bassop, el mejor contramaestre que jamás haya surcado los mares. Por aquel entonces yo era el capitán de un barco velero llamado el Ruiseñor. Había veinte marineros bajo mi mando cuando navegábamos por el Atlántico Sur en busca de merluzas. Si nos desviamos demasiado hacia la Antártida, fue por mi culpa. ─Matías agachó la cabeza─. Todo comenzó cuando una lejana loma, que llevábamos rato divisando, de repente, desapareció. ¡Estaba ahí! ¡Lo juro! Así que decidí erróneamente acercarnos para echar un vistazo, por curiosidad. Pero resultó que los montes eran lomo, y los picos, espina dorsal. Delante nuestra, a quinientos metros, un inmenso animal surgió del mar. Era el leviatán, el peor de los males del mar.
»Pude ver sus gigantescos ojos mirándonos, a ras del agua. Abrió su boca y mostró una oscuridad digna los peores abismos. Íbamos directos a él, sin casi tiempo para reaccionar. «¡Leviatán!», grité, «¡Virad al máximo!». El barco giró casi recostándose sobre el agua. Pasamos a no más de diez metros de aquella enorme boca capaz de tragarse un navío entero. Pero, otra vez por mi culpa, todo se torció. Caí al agua por la fuerza de la inercia, junto a la bestia. ─Alba miraba incrédula─. Kofi no lo dudó ni un segundo. Agarró un salvavidas y se tiró al mar helado para ayudarme. Nadó entre el oleaje hasta alcanzarme y cederme el flotador. Pero las corrientes que creaba la boca de aquel ser eran demasiado fuertes, y Kofi, sin lugar dónde agarrarse, fue arrastrado hacia las fauces del leviatán. Se lo tragó como nosotros tragamos un simple insecto.
»Mis marineros me lanzaron el cabo más largo que encontraron, pero yo, al ver que estaba lleno de nudos de mariposa, decidí dejarme arrastrar hasta el interior de la bestia. ─Alba abrió la boca─. Caí por su laringe, como navegando entre rápidos. Y allí lo vi. Kofi estaba anclado a su esófago gracias a su cuchillo. Aquel hombre era increíble. Me frenó con su mano y volvimos a reencontrarnos. Pero todavía estábamos dentro de la bestia. Así que comenzamos a escalar por el cabo, usando los nudos como estribos. Luchamos contra las corrientes con todas nuestras fuerzas. Pero aquel animal estaba cerrando la boca, y cuando la hubiera cerrado por completo, se hundiría hasta su propio infierno en el abismo. Por fortuna, la tripulación notó el movimiento en el cabo, y comenzaron a sacarnos al unísono. Aún recuerdo el roce de los labios del monstruo mientras escapaba de sus fauces.
─¿Y qué pasó después?
─El leviatán se hundió lentamente y no volvimos a verle jamás.
─Pero estas historias no son reales, ¿no?
─¿Cómo qué no? Reales como la escama que le arranqué. Desde entonces siempre la llevo conmigo, colgada en el pecho. Me recuerda la suerte de estar vivo.
─¿Puedo verla?
─¡Claro que sí!
Matías se miró el pecho e introdujo las manos temblorosas por debajo de la rebeca. Rebuscó unos segundos hasta agarrar algo. Levantó la cabeza de nuevo y dijo:
─¡Alba, has venido!