CT II - La Montoya - Dulcineaa (1º Jurado)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CT II - La Montoya - Dulcineaa (1º Jurado)

Mensaje por lucia »

La Montoya
…y en las noches sin luna, ellas dejan el cuerpo y la cabeza sola
sale a volar, y así andan haciendo sus maldades…

Ese veinticinco de diciembre, bajo el sol inmisericorde de las tres de la tarde, todos vieron avanzar por la calle larga del ingenio –envuelto en vapores deformantes- el más ruinoso y desgarrador cortejo fúnebre que alguien pudiera imaginar. A su paso, un llanto quedo sin lágrimas, pero con gritos mudos, asaltó a todos allí donde estaban: arrinconados tras postigos, puertas y cortinas de hule floreado. Desde allí espiaban la marcha dolorosa de la Montoya y sus hijas -todas envueltas en luto riguroso- seguidas por la mula agobiada que arrastraba el carro desvencijado donde se bamboleaban, como ahogados en la crecida, los dos cajones de madera pálida y sin cepillar. Uno era muy pequeño. Aun así, todos se mantuvieron agazapados en las sombras; incapaces de salir a la caldera sin respiro en que se habían convertido las calles del caserío; inmóviles frente a tanto dolor injusto. Sólo la silueta amorfa y tambaleante de las hermanas Centeno abrazadas, mal sostenida la una en la otra y arrastrando su eterna borrachera, se recostó en el umbral desnudo de la casa derruida. En el momento mismo en que el séquito desgarrado pasaba frente a ellas, comenzaron a mecerse al ritmo de aullidos plañideros que subían hacia las bocas abiertas rasguñándoles las mismas entrañas. Con esos pelos erizados de mugre y piojos, los raídos harapos que no alcanzaban a cubrir sus carnes y las máscaras patéticas de sus rostros grises y abotagados, parecían la parodia morbosa e infernal de los corifeos del teatro griego.
*************************
Doña Rosario sabía, como toda mujer bien criada, que sólo dándole un hijo machito al marido cumpliría con su destino de esposa devota. Después de siete partos frustrados que le fueran acumulando hembras blancuzcas, regordetas y de ojos vacunos, no tuvo pruritos en buscar los servicios de la Montoya. Fue la Niña Amalia, la partera que la atendía, quien le había largado la idea mientras le pegaba al pecho la carita abultada de la última mujercita a la que había dado a luz. Octaviano Luna, su marido, había salido del dormitorio maldiciéndola: “No servís para nada, carajo, puras chinitas nomás…” Y entonces fue cuando la comadrona largó sus palabras como una reflexión: “Doña Rosario, si quiere un varón, vaya a lo de la Montoya, ella sabe…”
La mujer vivía en el otro extremo de la calle larga, en una de las casas de antes, de esas que sólo ocupaban los empleados extranjeros traídos por los antiguos dueños del ingenio. Se lo debía a la gratitud del administrador, al que le había curado la esposa asmática. El jardín de otrora se había convertido con el tiempo en un retazo del monte, con árboles añosos y asfixiados por plantas parásitas y helechos prehistóricos. La humedad había trepado por las paredes de ladrillos sin revoque y, en el calor del verano, aún en plena noche, uno podía sentir que un vapor pegajoso lo aplastaba, sofocándolo y entumeciéndolo.
Durante la breve consulta, Doña Rosario no pudo encontrar la mirada ardiente y enigmática de la curandera, que sólo se le reveló nueve meses después para clavársele en el alma con una advertencia que la mantendría en vilo para siempre. Las indicaciones habían sido precisas: esperar el cuarto creciente de la luna, poner debajo de la cama el atadito que ella le entregaba (con la estricta recomendación de no abrirlo por nada del mundo) y montar al hombre hasta que se suelte. Pero antes, comenzar una dieta que incluía vino tinto, nueces, miel y carne apenas soasada sobre las brasas. Don Octaviano, hombre de buen comer, agregó con ánimo alegre los nuevos ingredientes que su mujer le acercaba a veces a las horas más insólitas, y aunque por ahí tuvo alguna curiosidad acerca de la actitud de su esposa en el lecho, se dejó llevar por el placer que por fin le traía ese matrimonio hasta entonces insulso como Dios manda.
El nacimiento de Dionisio fue un acontecimiento que quedaría en el recuerdo de todos: fiesta de tres días, incluidos los fuegos artificiales que espantaron a la jauría del pueblito y una banda de música que vino de la ciudad para los festejos.
-Mire, ya desde la cuna mi amigo venía fiestero y siguió así hasta el final, apañado por su padre que, en los tiempos de esta historia ya era diputado, gracias a su puesto de sindicatero del obreraje. Su madre, por otro lado, ni se preocupó más por las hijas; las fue casando como pudo, mientras dedicaba su vida a su único hijo, siempre sacudida por un temblor extraño, como de miedo, vea...
El cortejo fúnebre sólo se detuvo un instante frente a la casa de los Luna, vacía en esos días en que el matrimonio había viajado a la ciudad a pasar las Fiestas. Las calas en los brazos de las enlutadas parecían ramilletes de pañuelos mustios. El espanto enmudeció por un instante al vecindario, que recuperó el respiro cuando el séquito retomó su rumbo hacia el cementerio. El cura, se supo después, se quedó esperando en vano parado con su atuendo funerario en medio del atrio de la capillita.
¿La Zoé Montoya? Nunca supimos muy bien de dónde había llegado. Unos decían que era una gitana que había huido de su gente para ir tras un hombre. Otros, que descendía de los brasileños que había traído el dueño del ingenio muchos años atrás, para que enseñaran a los lugareños a trabajar en el azúcar. Sea como sea, todos la reconocían como una curandera muy habilidosa. Muchos decían que era bruja, que iba seguido a la salamanca, en las barrancas del río, y que ahí se metía en ceremonias raras. Se notaba que había sido muy bonita, con grandes ojos pardos y de mirada penetrante. Todo el mundo iba a ella para cosas buenas… y de las otras. Hasta le cuento que a veces se veían frente a su casa vehículos de otros lados…
Había tenido tres hijas -de padres desconocidos- que se habían casado con ocasionales forasteros, todos con una vida acomodada y que se las llevaron del pueblo. La chiquilla era hija de una de esas, y por alguna razón –seguro que para acompañar a la abuela, ya vieja y venida a menos- llegó y se quedó a vivir aquí. Se llamaba Angelina y era hermosa como todas las Montoya.
Cuando nació Dionisio Luna, su madre, de mala gana y acompañada por la Niña Amalia, fue a cumplir la promesa que le había hecho a la Montoya: llevarle la criatura para que ella le adelantara su destino. Pero lo que pasó en realidad fue que apenas vio al niño y, mientras doña Rosario lo envolvía en su pañoleta inmaculada, la curandera le clavó una mirada torva casi de desprecio, y cerró la entrevista con una frase contundente: “Tenga cuidado con el mocoso, le va a gustar la farra y eso le puede costar caro”. Esto último fue lo único que la Niña Amalia recordaría de ese encuentro, veintidós años después, junto a la cama blanca del hospital de las monjas.
En esos años, mi hermano José y yo trabajábamos en la fábrica. Nuestra casa estaba justo al frente de la niña Amalia que vivía con su hermano, un tontito que se las pasaba tocando una armónica vieja. Justo al lado de ellos vivían los Luna, que se habían quedado ahí, en el barrio de los obreros, a pesar de que habían alcanzado un muy buen pasar. Claro que a la casa la habían modificado y tenían lujos que los demás vecinos ni soñábamos… Pero Dionisio nunca hizo diferencias; nos criamos juntos y él se acomodaba a nuestros usos: íbamos a los partidos los domingos, aprovechábamos las fiestas y bailes en el Club Obrero, salíamos de putas los tres juntos, y sobre todo, nos gustaba ir a pescar y cazar en el monte. Claro que eso era más bien en el verano, porque en la época de cosecha, José y yo trabajábamos más duro y a Dionisio sus padres lo mandaban a estudiar a la ciudad, aunque creo que nunca llegó a tener un título.
Como todos los años, la fiesta de carnaval incluía la elección de la reina. Después de los acontecimientos se supo que las mellizas Fontana, hijas del único médico que vivía en el ingenio, fueron las que terminaron de convencer a doña Zoé para que le permitiera a la nieta presentarse en el baile, acompañada por ella misma, como años atrás lo había hecho con sus hijas, y hasta le facilitaron el vestido primoroso con el que apareció la joven esa noche.
Cuando los presentes vieron avanzar a esa criatura magnífica envuelta en su atuendo azul ajustado al cuerpo esbelto, con el cabello ensortijado de un rojizo de cobre enmarcando su rostro trigueño con enormes ojos verdes y encendidos, no tuvieron duda alguna de quién sería la nueva soberana. En una mesa cercana al escenario, Dionisio Luna tuvo la imposible sensación corporal de que esa mujer se prendía para siempre a su alma, y fue por ella. De nada sirvieron las advertencias de sus amigos: “Tené cuidado, es nieta de la Montoya…”, “la vieja es bruja, te puede joder…”, “te estás buscando la desgracia…”
Durante toda la noche no se separó de la muchacha y hasta hizo valer las influencias de su padre para ser él en persona quien le colocase la corona y la banda. La Montoya, con los ojos clavados en el muchacho, permaneció sola bebiendo despacio su anís dulce. Algún parroquiano chismoso fue hasta el Club Social a contarles a los Luna sobre el encendido idilio que estaba surgiendo a ojos vista y que tenía a todo el mundo cuchicheando en el baile. Don Octaviano no le prestó mayor atención, pero a doña Rosario el corazón se le quiso salir por la boca. ¡La nieta de la Montoya! Le rogó al marido para que fuese a buscar al hijo y lo sacase de ahí.
-No empecés con tus tonteras, mujer… ¿Querés que lo haga quedar como un maricón?
Y con esas palabras clausuró el asunto.
El romance que se inició esa noche duró hasta el mes de mayo, gracias a una intrincada maraña de mentiras, omisiones y complicidades. Todos en el caserío sabían de los encuentros furtivos, pero al mismo tiempo imaginaban lo que podría ocurrir si los Luna o la Montoya llegaban a descubrir lo que estaba ocurriendo.
No se supo quién les fue con el chisme a los Luna. Pudo ser cualquiera. Fue una noche, después de la cena, cuando estalló la sentencia de don Octaviano, acompañado por doña Rosario que no podía disimular el temblor que la sacudía toda.
-Usted, Dionisio, mañana mismo se va a la capital. Ahí un compañero del partido le conseguirá un trabajo en el Congreso. Lo que pasó aquí deló por terminado. Cuando podamos su madre y yo iremos a verlo.
El hijo supo que de nada servirían reclamos ni ruegos y apenas si tuvo tiempo de cruzarse a lo de los Rosales para dejar un mensaje para Angelina, con promesas que sabía que no podría cumplir.
En los meses siguientes, a la Angelina a penas se la podía ver; la vieja la tenía vigilada. Cuando la panza le fue creciendo, se le arruinó la salud. Era un alma en pena. Con la mirada perdida y unas ojeras que daban miedo, pronto supimos que no estaba bien de la cabeza. Yo me imagino que con semejante problema, mal preñada y seguro que sin poder dormir o comer bien, se fue consumiendo, pobrecita, hasta que llegó ese veinticuatro de diciembre. Todos entretenidos con los festejos, recién al día siguiente nos enteramos de lo que había pasado.
El parto llegó justo en Nochebuena. La Montoya y sus hijas (nunca se supo cuándo ni cómo habían llegado) fueron a golpear las puertas del hospital de las monjas, llevando en brazos a la jovencita que llegó desangrándose. Corrieron a buscar a la niña Amalia porque no había médico de guardia, pero todo esfuerzo fue inútil. A la medianoche, mientras en el pueblo estallaban los fuegos artificiales, en una salita inmaculada moría Angelina abrazada al niño sin vida que acababa de parir. Entre los estruendos que se filtraban desde afuera, el llanto de las hermanas Montoya se mezclaba con el rosario desgranado por las dos únicas monjas presentes. La vieja partera, con las manos aún ensangrentadas, no podía apartar su mirada de la Zoé Montoya, con esos ojos sin lágrimas y donde parecían confundirse un dolor inconcebible y un odio profundo. Después de un breve velatorio en soledad, las Montoya llevaron a sus muertos hasta una tumba sin nombres, en el cementerio local. A partir de entonces su casa permaneció cerrada y nada se sabría de su ocupante hasta tres años después, cuando todos cayeron en cuenta de que la Zoé aún permanecía en el ingenio.
El joven Luna había regresado de la misma manera como había partido: sin previo aviso y, aunque apenas llegó al pueblo el recuerdo de Angelina lo persiguió día y noche, no se animó a hacer preguntas. Había rondado cerca de la casona, pero todo parecía abandonado. Dio por descontado que la Montoya y su nieta se habían marchado del lugar, hasta que su amigo Andrés le contó la desgracia.
Dionisio no volvió de la ciudad hasta ese invierno, por expresa prohibición de don Octaviano. Al principio, nadie le quería contar lo que había ocurrido; pero era mi amigo y un día tuve que decírselo. Se quedó mudo, sin mover ni un músculo y las lágrimas empezaron a correrle sin parar. José y yo lo acompañamos lo más que pudimos en esos días, para consolarlo y distraerlo. Y así nomás fue.
Estábamos en plena zafra y un día quedamos en que esa noche, apenas regresara José de la fábrica, los tres iríamos a cazar. Acabábamos de cenar cuando fue el griterío, y cada cual en su casa estaba preparando los avíos…
En mitad de la noche, los alaridos de la niña Amalia estallaron en la calle. Varios vecinos salieron a ver qué ocurría: la mujer, casi histérica, trataba de explicar cómo había salido al patio a recoger la ropa tendida cuando alcanzó a ver entre las cañas huecas del fondo un enorme pájaro como un pavo al que, a pesar de la oscuridad, se le podía entrever un rostro humano. Según aseguraba, había lanzado una carcajada espeluznante que los había espantado a ella y a Tristán, que la estaba ayudando.
Dionisio y Andrés Rosales regresaron corriendo a sus casas en busca de sus armas y linternas que habían estado preparando para salir a cazar. Al regresar, apenas entraron a la galería ahogada de helechos y begonias, descubrieron al tontito en un rincón meciéndose y llorando como una criatura. Dionisio indicó al otro que alumbrara la parte trasera de la casa, mientras él avanzó decidido por la vereda de ladrillos con la escopeta remontada sobre el hombro. Andrés nunca pudo explicarse por qué la luz de la vizcachera se apagó justo en el momento en que su amigo se acercó a las cañas. Luego repetiría, una y otra vez, que desde donde él se hallaba alcanzó a ver la silueta borrosa de su amigo y cómo después se escuchó como un murmullo de voz ronca; luego un revoloteo escalofriante antes de que algo indescriptible alzara vuelo hacia la oscuridad profunda.
No entiendo, amigo, por qué no disparó Dionisio. Cuando volvió la luz de la linterna lo vi avanzar con la escopeta cargada como si fuera un niño. Tenía el andar de un anciano y su cara era como una de esas máscaras de miedo: pálida y con unas ojeras profundas. No respondió jamás a nuestras preguntas, apenas le acarició la cabeza a Tristán como para calmarlo, y después fue a su casa y se encerró en su cuarto. La partida de caza se había suspendido…
Todos se retiraron con la sensación de que las cosas no habían terminado, y una tensión inexplicable sobrevoló el vecindario hasta que a la madrugada, otra vez, los gritos los convocaron a la calle. Pero esta vez era en la casa de los Luna: Doña Rosario lloraba abrazada a su hijo inconsciente tendido en la cama con la ropa de la noche anterior; don Octaviano fuera de sí aullaba exigiendo a uno de sus yernos que trajera el auto, o mejor que llamara una ambulancia, o que viera qué carajo se podía hacer para trasladar a Dionisio al hospital.
Fue atendido por todos los médicos que don Luna hizo traer al ingenio. Ninguno atinó a un diagnóstico. Aparentemente, Dionisio estaba sano; pero no despertaba ni respondía a ningún estímulo. Consideraron inútil prescribir alguna medicación. Al atardecer del tercer día, entre fulgores rojos y anaranjados, una nube de pájaros oscuros vino a estrellarse contra la tela mosquitera de las ventanas. Caían fulminados con los ojos muy abiertos. Se necesitaron palas enormes para desocupar las galerías.
Nunca se supo cuándo doña Rosario salió del hospital, pero muchos la vieron aferrada a las rejas de la casona de la Montoya, llorando desquiciada y suplicándole que por Dios le salvase al hijo. Pero el silencio fue la única respuesta. Mientras tanto en la salita, con los ojos desorbitados, la niña Amalia contemplaba los gusanos negros y peludos que le salían al muchacho por los orificios del cuerpo y caían retorciéndose, primero sobre la cama blanquísima y después sobre el piso encerado.
La agonía duró hasta la medianoche, envuelta por una densa humareda de incienso que trajera el cura; retazos del rosario y el llanto ahogado de los padres consumidos por el dolor más terrible del mundo. Afuera la noche estaba estrellada; había comenzado a helar y una capa blanca y brillante fue cubriendo de triste gala el caserío.
Antes del amanecer, salimos del velorio totalmente borrachos y nos fuimos a lo de la Montoya. No teníamos dudas de que algo tenía ella que ver con la desgracia. Las puertas estaban sin llave y todo adentro parecía que no había sido tocado desde hacía mucho tiempo. El ambiente era espeso, como con humo, pero no había fuego en ninguna parte. Fue José el primero que salió al patio trasero; su alarido nos heló la sangre y nos borró de un plumazo el efecto del alcohol. Al salir vimos cómo en medio de un piso de ladrillos estaba tendida la Zoé Montoya. Mejor dicho, su cuerpo porque de su cabeza, ¡ni rastros! Yo sé que usted no cree en esas cosas, pero es tal como se lo estoy contando. Y le digo más: a la vieja la enterraron en el mismo lugar que a la Angelina y su criaturita, y muchos de acá, gente seria, dicen que algunas noches, un pájaro que gime como persona se lanza formando una cruz sobre la tumbita sin nombre.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Onomatopeya
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Onomatopeya »

Relato sin candado!!!

:8_azotes:
"Añadido candado" (kassiopea)
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rubisco
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por rubisco »

Querido autor, querida autora:

Hay circunstancias en las que la redacción va en contra de la historia, y me temo que éste es uno de ellos, al menos para mi gusto. Es una lástima, porque la historia tiene una trama bastante compleja para ser un relato corto, pero en este caso la forma de escribir resta protagonismo a lo que se quiere contar.

Intentaría no redundar, pero resulta que la historia tiene elementos para dar miedo; el problema es, volviendo a lo mismo, que he tenido que centrar tanta atención en entender lo que estaba leyendo y en no perderme con lo que cuentas que al final las escenas de miedo las he pasado más como un trámite que como una lectura.

Es una pena, ojalá otros compañeros sean más benévolos.

¡Mucha suerte y gracias por compartirlo :60: !
69
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Isma
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Isma »

Utiliza un lenguaje muy rico y un estilo que quiere parecer al de los grandes escritores latinoamericanos, en particular a los que desarrollaron el realismo mágico. En el primer párrafo hay un exceso de adjetivos; si te das cuenta, casi cada sustantivo lleva uno, y en muchos casos varios. Eso lo hace muy recargado y creo que es innecesario, aunque por otro lado el exceso le da un aire como de parodia. Por cierto, ¿quiénes son las hermanas Centeno? No vuelven a salir.

Me gusta mucho la descripción de la casa de la Montoya, que contagia el ambiente sofocante. El diálogo intercalado en mitad de la narración en tercera persona también me parece interesante, dando a entender que se trata de una historia contada entre dos personas. Pero solo hay una línea para ese oyente invisible. Hubiera estado bien que siguiera comentando. Igual que lo del cortejo fúnebre, que vuelve en un solo párrafo y desaparece hasta el final.

Dioniso no parece tan juerguista como lo anticipa la vieja Montoya. Al revés, parece bastante obediente, pues se marcha cada vez que su padre se lo ordena. Incluso parece tener buena voluntad al intentar visitar a la amada. Al menos la recuerda.

¿Y el tal Tristán? Se menciona el nombre de repente. Supongo que debo entender que es el perro familiar.

El terror supongo que está bien traído. Es verdad que no da miedo, ni apenas un poquito de pavor, quizás por el tono de la narración, que parece involucrar a un oyente invisible y que alejan así los sucesos del lector. Pero es una leyenda fantasmagórica, así que por ahí muy bien, en la etiqueta del bote ya advierte de que lleva terror como ingrediente. El texto está trabajado, de eso no cabe duda, y es también bueno reconocerlo.

Mi impresión, en definitiva, es que me ha costado un poco seguir el hilo, sobre todo al principio; que está muy bien escrito y que el estilo es coherente; que la historia es algo típica y que sin embargo es un relato muy redondo. Aun así, a bote pronto, no lo tengo entre mis preferidos (¿tengo preferidos?).

¡Mucha suerte!
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Paraná
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Paraná »

Me ha encantado este relato. Tiene una estructura como de caracol, muy trabajada en tan breve espacio. El juego de narradores diferentes y de un tiempo que se retuerce sobre sí mismo, en el cual pasado y presente parecen ser categorías intercambiables, lo convierten en una pieza barroca, por momentos asfixiante, que repite precisamente el barroquismo y la sensación de sofocación en que se mueven los personajes. El hecho de que haya dos cortejos fúnebres es otro punto que parece multiplicar las volutas del relato. Hay dotes narrativas ahí.
Como soy latinoamericana, la historia de las brujas sin cabeza me cae como guante; yo conozco la leyenda en mi propia región, pero sorprendentemente también la he encontrado en Chile y en Bolivia, con los mismos ingredientes.
Lo que le reprocharía: un exceso en la adjetivación (ya lo señala el omnipresente Isma) y el cuadro de las Centeno aullando ante el cortejo, que me parece de puro ornato. Yo lo sacaría, pero cada cual escribe a su gusto, gracias a Zeus :cunao:
¡Mucha suerte, plumilla!
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Isma
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Isma »

Paraná escribió:ya lo señala el omnipresente Isma
Te veo, Paraná, y desde las alturas te perdono :lol:.
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Paraná
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Paraná »

Isma escribió:
Paraná escribió:ya lo señala el omnipresente Isma
Te veo, Paraná, y desde las alturas te perdono :lol:.
No te confiés, palomo... Tengo una honda y buena puntería :133:
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konchyp
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por konchyp »

Hola aut@r :hola:

Muy buena pluma la tuya! La historia está muy bien tramada y se ve que le has dado bastantes vueltas para enlazarlo todo y no dejar nada suelto.

Las leyendas de gitanas/brujas creo que no está tan trillado como otros temas clásicos en el terror pero aún así no es nuevo y la historia un poco típica.

Lo que más ha destacado para mi gusto ha sido tu prosa. Es verdad que hay mucho dentro de tu relato y me ha dado la sensación de que a quedado todo un poco apelmazado. También pienso que para la extensión se ha quedado corto.

Yo le hubiera dado un par de tijeretazos por aquí y por allá para sintetizar y condensar la historia un pelín. La otra opción es hacer una versión más extendida :)

En general está muy bien, la historia atrapa con esa apertura clásica e intrigante y el misterio entorno a las Montoya es embaucador.

Lo negativo? Poca cosa, bueno lo ya dicho, muy denso para mi gusto y el final que probablemente sea culpa mía y no lo haya cogido.
El final me ha parecido ambiguo pero solo la parte del pavo con cara de humano que andurrea por los jardines. Esa parte no la pillo. Pero ya ves, poco más que añadir por mi parte.

No me ha apasionado pero la he disfrutado.

Gracias por compartirlo y espero que las Montoya no me tomen manía por mi comentario ;)
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Spicata
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Spicata »

Querido autor/a:

Debo de decir que terror no he sentido mucho, pero ... tu relato es TAN bueno que me he olvidado de ese "pequeño" detalle durante el transcurso de la historia. Tu pluma es sencillamente exquisita, un relato muy bien trabajado, todo muy bien hilvanado y con un aire de desasosiego durante el transcurso del mismo. Me ha encantado. La historia me ha envuelto y has conseguido que me prendase de ella. Enhorabuena.

Mucha suerte en el concurso :60:
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Gavalia
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Gavalia »

El lenguaje recuerda a los autores latinos consagrados. El estilo costumbrista es uno de mis preferidos y en eso creo que es acertado. La historia crea un universo con exceso de información para mi gusto, información a pinceladas y que parece dar por hecho que no hace falta detallar pero que a mi me saca de la trama al intentar asimililarla. La prosa es sobresaliente, pero creo que no se trata de redactar bien, también debe atrapar el conjunto y conmigo no ha sido así. Se me ha transformado en un denso conjunto que creo se puede aligerar para hacerlo más atractivo al lector.
El miedo o posible terror no lo veo por ningún lado a pesar de saber perfectamente que está introducido, pero me ha pasado por alto por la densidad con la que se ha construido la historia. Calidad a toneladas, eso no lo puedo ni debo obviar, sin embargo divaga demasiado y pierdo el hilo con tremenda facilidad. Te doy un 7.5 por el gran esfuerzo que ha tenido que ser intentar casar tanta información y ademas hacerlo con gran estilo. Gustarme, no me ha gustado mucho, la verdad. Me ha costado entender lo que cuenta. Un saludo y suerte.
En paz descanses, amigo.
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Sinkim
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Sinkim »

Se me ha hecho larga la historia, creo que la idea era buena pero que el relato hubiera mejorado siendo más conciso. Está claro que la autora escribe muy bien pero está visto que yo no soy el mejor lector para este estilo de narración :oops: Aunque no te preocupes, seguro que hay muchos foreros que te van a dar una alta puntuación :D :60:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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konchyp
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por konchyp »

Sinkim escribió:Está claro que la autora escribe muy bien pero está visto que yo no soy el mejor lector para este estilo de narración
:meditando: :meditando: :meditando:
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Sinkim
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Sinkim »

Simplemente, me parece que está escrito por una mujer y teniendo en cuenta que en este foro hay muchas más mujeres que hombres alguna vez acertaré cuando digo que es autora, aunque solo sea por estadística :cunao: :cunao:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

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Gisso
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Gisso »

Se me ha hecho espesa la narración y cuando ha llegado ya el supuesto momento del "terror", creo que a un tercio del final, ya casi había perdido la atención en la historia. La lectura se hace muy melosa y esto hace que en mi caso haya perdido todo su efecto. Tal vez en otra clase de concurso lo hubiese visto con otros ojos esta historia que parece una típica leyenda de pueblo perdido contada de boca en boca. Lo que hay que reconocer es que tienes buena mano y buen oficio en las letras.
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Iliria
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Re: CT II - La Montoya

Mensaje por Iliria »

Al leer lo de "...la Montoya y sus hijas de luto riguroso" me ha hecho recordar por un segundo a "la casa de Bernarda Alba" (no me hagas caso; se me va la pinza") :cunao:

Aunque he encontrado el lenguaje un tanto recargado y la trama un poco densa, creo que logras mantener al lector expectante. Pero me ha faltado algo más de agilidad.

Gracias y suerte, autor/a :hola:
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón :101:
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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