Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Manresa

En principio incluye biografías, autoayuda, libros de viajes, arte y otros que no sean ensayos o de divulgación.

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Sue_Storm
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Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Manresa

Mensaje por Sue_Storm »

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RECUERDOS DE LA VIUDA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Josefina Manresa Marhuenda
Ediciones de la Torre, Madrid 1981 (2ª edición corregida y aumentada)
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788485866076
Colección: Nuestro Mundo, serie Arte y Cultura
195 páginas, de las cuales 32 son láminas

Según Casa del Libro actualmente está descatalogado. Pero se puede conseguir con facilidad en bibliotecas públicas, sobre todo en las de Centros de la Mujer y organismos similares.

Es un libro imprescindible para los interesados en conocer al poeta oriolano y su entorno, y aunque está escrito con gran sencillez y sin ánimo de acaparar protagonismo, a través de su lectura se agiganta ante nuestros ojos la figura de su autora, Josefina Manresa, una mujer tan excepcional como hombre excepcional fue Miguel Hernández.

En el Prefacio, Josefina afirma: "Muchos amigos de Miguel me han pedido, en numerosas ocasiones, que escribiera mis recuerdos sobre él. Esto unido a ciertos errores en la vida de Miguel que he observado en las biografías y en artículos de prensa, me ha movido a escribir estas páginas. Haber escrito esto, para mí que no soy de la familia de las letras, ha sido un gran trabajo. Pero como deber que me había impuesto, aquí están mis recuerdos, que cedo a los aficionados de la obra y la vida de Miguel, lo cual para mí es una satisfacción. También me satisface y es mi obligación rechazar versos que le aplican a su obra sin documento que lo acredite. Al tiempo que aclaro frases y pasajes de su correspondencia conmigo.
Por otra parte me atrevo a poner el ambiente mío de antes de conocernos, que fue el mismo que vivió Miguel. Y otros ambientes de miseria e ignorancia de familia y otras gentes, pobreza e injusticia que Miguel resalta y defiende durante su obra."

No me resisto a copiar el principio del Capítulo I, a ver si consigo que alguien se anime a buscar este libro, que es una delicia:

"Me estuvo pretendiendo Miguel desde el año 1933 hasta el 27 de septiembre del 34. Pasaba varias veces por la puerta del taller de la Calle Mayor, en Orihuela, donde yo trabajaba de modista. Siempre llevaba papeles, entonces trabajaba en la Notaría de D. Luis Maseres. Miraba hacia dentro del taller y me di cuenta de que me miraba a mí. Otra chica también se dio cuenta y dijo: El poeta quiere a una chica de aquí, y yo sé quién es. Al descubrirse, cada vez que Miguel pasaba decían todas: el poeta. A Miguel no le gustaba aquello y decía que les iba a echar una fresca. Yo sabía cuándo iba a pasar, porque pisaba muy fuerte y oía a lo lejos los tacones. La maestra era muy guasona y me decía: Josefina, el poeta lleva el pantalón redondo, y yo no sabía qué me quería decir, y era que lo llevaba planchado sin doble porque no le gustaba a él con esa forma tan planchado.
La costumbre que había entonces era la de no admitir a un chico enseguida. Él me esperaba en la puerta del taller y yo, al salir, me ponía en medio, entre dos compañeras. Siempre me preguntaba con mucho interés cómo me llamaba, y yo nunca se lo dije. Un día por la tarde, al salir del taller, ya finalizando la Calle Mayor, me dio un papel doblado dos veces y se fue de prisa. Yo lo tomé de improviso y me quedé pensando que él creería que yo le quería. La poesía era la que empieza así: Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo. Está escrita a máquina y con letra suya puso junto a su nombre esta frase: Para ti (...)"
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Aben Razín
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Aben Razín »

¡¡¡Muchas gracias, Sue_Storm!!! :60:

¡La tendré en cuenta para seguir sintiendo al poeta tan cerca! y seguro que esta obra me ayudará... ¡Quizás lo malo es que tardará, porque tengo tanto pendiente!... :roll:

Además, hoy, creo que todos un poco, estamos de luto... :(
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Aben Razín
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Aben Razín »

Aben Razín escribió:¡¡¡Muchas gracias, Sue_Storm!!! :60:

¡La tendré en cuenta para seguir sintiendo al poeta tan cerca! y seguro que esta obra me ayudará... ¡Quizás lo malo es que tardará, porque tengo tanto pendiente!... :roll:

Además, hoy, creo que todos un poco, estamos de luto... :(
No obstante, creo que le puedo encontrar un hueco antes del MC que he propuesto para el día 5 de abril: La hoja roja de Miguel Delibes... :lista:
¡Desde luego, a esa cita no puedo faltar, después de haberlo propuesto!... :cunao:
¡A ver, a ver!, si tengo fechas en el calendario... :mrgreen: 8)
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Sue_Storm
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Sue_Storm »

Se lee rápido, Aben, si te pica la curiosidad no creo que te lleve mucho tiempo ;-)
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Aben Razín
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Aben Razín »

Sue_Storm escribió:Se lee rápido, Aben, si te pica la curiosidad no creo que te lleve mucho tiempo ;-)
Creo que me está picando... :lista:
¡la curiosidad! :cunao: ¡Qué soy todos unos degenerados!... :mrgreen: :60:
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por bookhere »

Aquí tenéis un artículo de Muñoz Molina sobre el poeta. Un hombre del pueblo de verdad. O sea que no era un señorito que juega a ser del pueblo. En eso era aúténtico como pocos. Y su poesía, claro, que sigue siendo de primer nivel en lengua española. Hace años me sabía muchos poemas de El rayo que no cesa de memoria.

Éste es el artículo:


A Miguel Hernández todo le pasó en un tiempo muy breve, pero su vida es una larga cadena de esperas. Habría que sustraer, de los pocos años que vivió, todas las horas, los días, los meses que se pasó esperando algo, desesperando de que no llegara, enviando peticiones de ayuda a personas siempre mejor situadas que él que no tenían el tiempo o las ganas de contestar a sus demandas.

Otros disfrutaban el resguardo de una posición social o de un privilegio literario o político: Miguel Hernández se supo siempre a la intemperie, en la paz y en la guerra, en la literatura y en la vida, en la cárcel y en la cercanía de la muerte. Esperó tanto, hasta el final, que los últimos días de su vida los pasó esperando a que lo trasladaran a un sanatorio antituberculoso, que le trajeran a su hijo para poder verlo por última vez.

Escribía cartas y aguardaba respuestas con expectación angustiada: cartas a su novia, Josefina Manresa; cartas a los amigos, a los que pedía favores apremiantes, dinero prestado, influencias; cartas a los poetas célebres, a los que asediaba con una mezcla de orgullo insensato y tosco servilismo; cartas desde la cárcel, en los últimos años de su vida, solicitando avales políticos, gestos de clemencia, noticias sobre el hijo demasiado pequeño y demasiado frágil que tal vez acabaría teniendo el mismo destino del hijo anterior, muerto a los 10 meses, amortajado con los ojos abiertos, con el mismo gesto atónito que se le quedó a él mismo cuando velaban su cadáver: unos ojos muy grandes, desorbitados por la enfermedad de la tiroides, sobre cuyo color exacto no hay acuerdo entre los testimonios de quienes lo conocieron.

Qué podemos saber de verdad sobre la vida de alguien que murió no hace tanto, en 1942, si los testigos ni siquiera concuerdan en el color de sus ojos: Miguel Hernández los tenía verdes y muy claros, o muy azules, resaltando más en su cara morena; o los tenía pardos, según dice uno de sus biógrafos, Eutimio Martín, aportando la prueba de su ficha militar y la de su filiación de prisionero.

Lo que atestiguan sin duda las fotografías es el tamaño y la expresión de los ojos, la atención fija en todo, la mirada de una desarmada franqueza que es todavía más visible en el dibujo que le hizo Antonio Buero Vallejo en la cárcel. Fue ese dibujo el que convirtió a Miguel Hernández no en un hombre real, sino en un icono reverenciado de algo, de muchas cosas, demasiadas, cuando lo veíamos reproducido en los pósters del antifranquismo, en nuestras galerías de retratos de la resistencia, junto a Lorca, junto a Antonio Machado, tal vez también junto a Salvador Allende, Che Guevara, Dolores Ibárruri. En ciertos bares, en ciertos pisos de estudiantes, la cara y la mirada de Miguel Hernández formaban parte de un paisaje visual que también incluía las reproducciones del Guernica. Era difícil pensar entonces que aquel retrato hubiera sido el de un hombre real, no un santo laico ni un mártir ni un símbolo, un hombre, además, que si hubiera vivido no sería entonces muy viejo, porque había nacido ya bien entrado el siglo, en 1910.

Estremece siempre hacer las cuentas de su edad: con 22 años hizo su primer viaje a Madrid y publicó su primer libro de poemas; no había cumplido 26 cuando logró por primera vez la maestría indudable de El rayo que no cesa; tres años después, la guerra ya perdida, entró por segunda vez en la cárcel y no volvió a salir de ella. Pero la rapidez de todo se vuelve más asombrosa cuando contrastamos la altura de sus logros mejores con su punto de partida. Hacia 1937, Miguel Hernández empezó a escribir poemas con una voz y un despojo que no se parecen a nada en la literatura española, y muy poco antes había alcanzado ya un dominio de lenguaje y de las formas poéticas en el que estaba comprimida por igual la disciplina de la tradición clásica y la libertad del surrealismo: pero sólo unos años atrás, a finales de los veinte, su horizonte poético era todavía el de la retórica averiada de los juegos florales, cuando no el todavía más horrendo de la poesía entre sentimental y rústica en dialecto comarcal, muy imitada, de Gabriel y Galán. El mismo hombre que publica en 1937 la Canción del esposo soldado había presentado en 1931 un Canto a Valencia a un concurso oficial en dicha provincia, en el que, bajo el lema Luz�Pájaros�Sol, se sucede una catarata de versos que incluye el siguiente pareado: Con emoción agarro?/ el musical guitarro.

Tenía desde que encontró su vocación, en la primera adolescencia, la desvergonzada capacidad de mimetismo de los grandes autodidactas, el amor agraviado por el saber de quien fue apartado demasiado pronto de la escuela. Una leyenda que él mismo se ocupó de alimentar ha exagerado la pobreza de sus orígenes, y contribuido fatalmente al malentendido paternalista y populista que hace de él un talento rústico, una especie de diamante en bruto. Es verdad que Miguel Hernández dejó la escuela a los 14 años y se puso a cuidar cabras, pero las cabras pertenecían a los rebaños de su padre, que era un hombre de cierta posición. Más que la pobreza, lo que debió de herirlo cuando tuvo que abandonar la escuela fue la vejación de verse a sí mismo pastoreando cabras mientras otros con menos inteligencia natural que él continuaban en las aulas; también la sinrazón de una brutal autoridad paterna que no por ser propia de la época era menos hiriente para su espíritu innato de rebeldía y de justicia. El padre despótico veía la luz encendida a altas horas de la noche en el cuarto del niño lector y lo castigaba a correazos y a patadas (20 años después su hijo estaba muriéndose de neumonía y tuberculosis en la prisión de Alicante y no se molestó en visitarlo).



Miguel Hernández/Foto: EL PAISPero se marchaba el padre y Miguel Hernández volvía a encender la luz y recobraba el libro escondido, muy usado, alguno de los que encontraba en la biblioteca pública o en la de un sacerdote de Orihuela, el padre Almarcha, que empezó siendo su protector y fue luego uno de sus muchos verdugos. Leía de noche a la poca luz de una bombilla o de un candil, y cuando salía con las cabras llevaba el libro escondido en el zurrón y seguía leyendo, devorando toda la poesía española que encontraba, la buena y la mala, lector omnívoro a la manera de los autodidactas que no tienen más guía que su propio entusiasmo, originado quién sabe dónde. Nada de lo que a otros les estuvo siempre asegurado fue fácil para él: nada de lo más elemental, el papel, la pluma, la tinta, la mesa. Escribía versos en papel de estraza con un cabo de lápiz. Quería escribir y no tenía dónde apoyarse. Una piedra, el lomo de una cabra. Hay que leer sus poemas juveniles para darse cuenta de la penuria estética de la que partió, de la clase de talento y de furiosa voluntad que le fueron necesarios para sobreponerse a limitaciones invencibles. Entre la retórica mal digerida de la poesía barroca y de los atroces versificadores tardorrománticos y tardomodernistas, en esos poemas aparece un fogonazo de realidad observada de cerca, de naturaleza y vida animal y exasperación humana de soledad y deseo: Miguel Hernández, pastoreando cabras, copia laboriosamente los lugares comunes más decrépitos de la poesía pastoril, pero le sale de pronto una desvergüenza sexual campesina, una claridad expresiva que con el paso del tiempo será uno de los rasgos más originales de su voz poética, el arte supremo de hacer literatura llamando a las cosas por su nombre.

Tampoco tuvo vergüenza para medrar cuando le fue necesario: para cultivar un personaje que al despertar simpatías le beneficiaba en sus propósitos, pero también lo hacía vulnerable a la condescendencia, bienintencionada o malévola. Empezó jugando a ser el "pastor poeta" del primitivismo pintoresco, y en la sociedad literaria de Madrid en vísperas de la guerra siguió siendo, entre hijos de buena familia con inclinaciones izquierdistas, damas de sociedad y diplomáticos, el campesino moreno y exótico, el inocente y bondadoso que llevaba alpargatas y pantalón de pana que podía ser entrañable, pero no siempre era invitado a las reuniones de buen tono. Miguel Hernández, que persiguió con calculada adulación y sincero fervor a tantos de sus contemporáneos -la adulación y el fervor, en su caso, eran compatibles-, quizá no tuvo entre los literatos de Madrid ningún amigo de verdad salvo Vicente Aleixandre. En la intemperie de su vida había una soledad que no aliviaba nadie:

Ya vosotros sabéis / lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo. / Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Provocaba incomodidad, cuando no abierto rechazo. Rafael Alberti en verso y María Teresa León en prosa le atribuyen sin demasiados eufemismos un olor poco adecuado para las cercanía sociales. García Lorca no se presentaba en una casa si sabía que Miguel Hernández estaba en ella. Llamó por teléfono a Aleixandre con la intención de ir a visitarlo, y al enterarse de la presencia de Hernández no se contuvo: "Échalo".

De todo aquel grupo, sólo él conoció de primera mano el trabajo manual, sólo él pasó hambre al llegar a un Madrid en el que se le cerraban todas las puertas y en el que daba vueltas por las calles con el estómago vacío y con una carpeta de versos mecanografiados bajo el brazo, esperando a ser recibido por alguien importante, esperando a que apareciera en un periódico una entrevista prometida, a que le llegara un giro con algo de dinero que le permitiese prolongar un poco más la espera. Llegó la guerra y también fue él quien la conoció de cerca y de verdad, por decisión propia. Para entonces había empezado a disfrutar algo de lo tanto tiempo esperado, la visibilidad que le trajo la publicación de El rayo que no cesa, celebrado públicamente nada menos que por Juan Ramón Jiménez en el diario El Sol, lo cual equivalía a una consagración.

En la guerra, Miguel Hernández entra en posesión de todas sus mejores facultades como poeta y como militante político, pero también en eso lo acompañan el malentendido y la leyenda, la dificultad de encajar en los estereotipos de nadie. Su evolución política no es menos chocante que la rapidez de su maduración literaria: en 1935 aún escribía poemas y conatos de autos sacramentales influidos por el catolicismo entre místico y fascista de su amigo Ramón Sijé; en septiembre de 1936 es miembro del Partido Comunista y cava trincheras recién alistado en el Quinto Regimiento. Pero tampoco cuadra, ni física ni metafóricamente, en la fotografía canónica de los poetas comprometidos con la causa republicana: vive con los soldados en los frentes, no en los despachos de la Alianza de Intelectuales.

Y cuando en 1939 todo se derrumba, él se queda vagando en la intemperie de Madrid mientras casi todos los demás encuentran el camino del exilio. No hubo plaza en ningún avión ni pasaporte de última hora para quien había puesto su vida entera, su nombre y su literatura al servicio de la República; para quien no podría esperar clemencia de los vencedores ni tampoco esconderse en el anonimato.

Demasiado inocente o demasiado aturdido por la derrota, elige la peor huida posible y va a meterse él solo en la boca del lobo. Como Lorca buscando refugio en Granada, Miguel Hernández regresa con cabezonería suicida a su pueblo y a la cercanía de su mujer y su hijo, y en septiembre de 1939, ni siquiera con 29 años cumplidos, cae en la red de las cárceles y los procesos sumarísimos para no salir ya nunca.Nadie mejor que los paisanos y los convecinos de uno para abatirlo a traición con la quijada de Caín. El trato que recibe de los vencedores -civiles, militares, eclesiásticos- revela la catadura de un régimen construido expresamente sobre la venganza de clase. Miguel Hernández es el retrato robot del vencido, el enemigo perfecto.



Pero su martirio real no nos exime de la necesidad de mirar su figura completa como escritor y como hombre, que es mucho más rica que todos los estereotipos levantados sobre ella. Vivió en su tiempo, no en el nuestro. Hizo poemas a la Virgen María y también los hizo a Stalin. Cuando la cultura predominante en España era la antifranquista, Miguel Hernández fue elevado a un altar en el que convenía que destacara la parte más combativa de su obra, el estatuto de poeta voluntariamente popular que él asumió con todas las de la ley en los años de la guerra y que culmina en Vientos del pueblo; también, aunque en menor medida, en El hombre acecha, donde tan visible como la militancia política es el desaliento por la carnicería y la destrucción que ya duran demasiado, el puro espanto ante lo peor de la condición humana: Se ha retirado el campo / al ver abalanzarse / crispadamente al hombre. Pero en la ansiosa modernidad de los años ochenta, de pronto, ya no había sitio para Miguel Hernández: los mismos rasgos que habían contribuido a su consagración ahora lo volvían anacrónico.

En un país donde no hay actitud intelectual más celebrada que el desdén, nada era más fácil de repente que desdeñar a Miguel Hernández: había que ser cosmopolitas, y él resultaba demasiado autóctono; neuróticamente urbanos, y Hernández parecía demasiado rural; adictos a las modas capilares e indumentarias, y él permanecía congelado en su cabeza rapada y sus ropas de pana. En una época, los años ochenta, en la que estaba de moda despreciar con un mohín a Antonio Machado, Miguel Hernández tenía algo de antigualla embarazosa. No era un poeta: era una letra de canción anticuada.

Quizá ahora estamos en condiciones de mirarlo como fue y de leer de verdad su poesía, más allá de los pocos poemas que algunos recordamos todavía, los que se hicieron célebres en la resistencia y en la primera transición. El trabajo acumulado de los biógrafos -Agustín Sánchez Vidal, José Luis Ferris, Eutimio Martín- nos permite un conocimiento sólido de una vida demasiado breve y mucho más rica en pormenores y resonancias que cualquier estereotipo: la vida no de un inocente, ni de un buen salvaje exótico, ni la de un santo, sino la de un hombre que sobreponiéndose a circunstancias terribles logró hacer de sí mismo aquello que soñó desde que era un chaval pastoreando cabras: un poeta y un hombre en la plenitud de su albedrío.

En una literatura tan pudibunda y tan temerosa de lo sentimental como la española, él escribió sin reparo sobre el deseo sexual, sobre su ternura masculina de esposo y de padre. Su mejor poesía política conserva una fuerza de belleza y rebeldía que la hace muy superior a la de Neruda. Neruda no habría escrito jamás, por ejemplo, El tren de los heridos. Le faltaba empatía verdadera hacia los seres humanos, y no había compartido sus padecimientos. Neruda se declaró siempre maestro de Hernández, y sin duda lo fue en algún momento, pero yo tengo la sospecha de que el Canto General le debe a Vientos del pueblo mucho más de lo que el propio Neruda habría estado dispuesto a reconocer.

En Miguel Hernández lo más íntimo y lo más político, la emoción privada y la arenga pública, se conjugan más estrechamente que en ningún otro poeta. Y en el Cancionero y romancero de ausencias, la hondura y el despojo provocan un estremecimiento que es el de las cimas más solitarias de la literatura, el del Libro de Job y las Coplas de Jorge Manrique y François Villon y Fray Luis de León y la Balada de la cárcel de Reading y Antonio Machado. Toda retórica ha sido abolida, todo rastro de amaneramiento. Los versos tienen a veces una impersonalidad desnuda de poesía popular, de letra flamenca o de romance antiguo; en ellos se nota la doble sombra triste de Machado y de Lorca, los otros dos poetas aniquilados por la guerra: Písame,/ que ya no me quejo./ Ódiame,/ que ya no lo siento./ No me olvides/ que aún te recuerdo/ debajo del plomo/que embarga mis huesos. Demasiado viene durando ya la espera. Ahora que va a hacer un siglo que nació ha llegado el tiempo de leer a Miguel Hernández.
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Sue_Storm »

Me ha gustado mucho, bookhere. Gracias por postearlo :D
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por bookhere »

De nada, Sue. Está muy bien. :hola:
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Sue_Storm »

Pues mirad qué joyita. Me ha hecho mucha ilusión descubrirlo:

http://www.elbolsillo.es/2010/01/02/vid ... hernandez/
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julia
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por julia »

Me ha gustado mucho el artículo. La entrevista la vere otro rato.

No se ha divulgado mucho la antipatia de Lorca hacia Miguel Hernandez, supongo que por esa mitificacion que se tiene de él.
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Aben Razín
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Aben Razín »

julia escribió:Me ha gustado mucho el artículo. La entrevista la vere otro rato.

No se ha divulgado mucho la antipatia de Lorca hacia Miguel Hernandez, supongo que por esa mitificacion que se tiene de él.
Por esto y por otras razones, cada día, soy menos partidario de estos aniversarios-celebración-negocio-etc sobre autores, porque, en el fondo, ¡siempre habrá excepciones, no se llega a un conocimiento profundo y, si puede ser, objetivo del autor y de su obra; en muchos casos, acaba siendo un año con un monumental panegírico añadido que no permite descubrir matices y realidades, aunque sean éstas negativas para el autor...

Espero haberme explicado, saludos :60:
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Sue_Storm »

Claro que te explicas, Aben, perfectamente 8)

De todos modos, creo que Julia se refería a la imagen mitificada que se tiene "de Lorca", y que por eso mismo no se ha divulgado demasiado la anécdota concreta que cuentan en el artículo que posteó bookhere (que por cierto me ha dejado :shock: ), ni el hecho de que tardara mucho en contestar sus cartas y no le ayudara nada de nada a dar a conocer Perito en lunas, cuando Lorca era ya un poeta consagrado y Miguel un principiante sin recursos que luchaba por abrirse camino. Detalles así no le hicieron a Hernández ninguna gracia, evidentemente, porque de tonto no tenía un pelo. Quien sí le apoyó, o al menos presumía de haberlo hecho, fue Neruda.
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por julia »

Yo lo habia oido hace mucho tiempo, lo que pasa es que de Lorca se ha transmitido una imagen muy buenista, y de HErnandez también son los dos mitos de la guerra los dos poetas que fueron sus victimas directas y de alguna forma, estando en teoria en el mismo bando, resultaba algo feo que no congeniaran.

Los dos creo que son tambien victimas de esa imagen de poetas del pueblo, de poetas populares, y son dos poetas con un dominio tecnico brutal y con unos referentes cultos tremendos.

Neruda cuenta su vivencia de la guerra en su Confieso que he vivido.
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Ionescu »

Aunque no es el hilo correspondiente, creo que sirve como homenaje a esta pareja entrañable.

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Sue_Storm
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Re: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández - Josefina Man

Mensaje por Sue_Storm »

Precioso, Ionescu. Emocionante. Muchas gracias :60:
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