Bueno, pues dejando a un lado "Las vistas de la señora Manstey", que es muy bueno, comento brevemente los siguientes que ya había leído:
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La plenitud de la vida es un cuento muy curioso que, aunque sucede en el Más Allá y con el Espíritu haciendo las veces de San Pedro, podría haber tenido un marco terrenal. A mí me recuerda un poco a "Breve encuentro" de David Lean. En realidad, no tengo clara la postura de la autora. Es decir, superficialmente y en la literalidad del texto, hay una decantación por el compromiso, el sacrificio, la lealtad y las zapatillas de andar por casa. Pero una mujer que lea esto seguramente podría sacar la conclusión de que el sacrificio no cabe rendirlo en el altar del conformismo, la lealtad no vale la venta de una vida y que debe cambiarse las zapatillas de fieltro por las botas de montar a caballo. No sé que has pensado tú
Yo desde luego, neoyorkino de finales del XIX, no dejaría que mi mujer comprara el Scribner,s (donde aparecieron estos primeros cuentos) así por si las moscas. Posiblemente también iría a un zapatero para arreglar los chirridos de mi calzado.
- Para que venga lo bueno. Hacer lo malo para que venga lo bueno contra la idea de que de lo malo no puede venir nada bueno. A mí éste me ha gustado sobre todo por la figura de la madre y la hermana, el retrato de esa familia, y también la escena de la iglesia, la confirmación de las niñas. Maurice me ha parecido un personaje muy exagerado. Pero la exageración se le irá yendo con la juventud.
La lámpara de Psique. Otro cuento, y muy bueno, sobre el matrimonio y sobre la necesidad de puertas cerradas en toda relación. Me ha recordado también un poco a Barba Azul, pero todo es una recreación muy hábil del mito griego. Este es el cuento que más me ha recordado a Henry James, que es un autor con el que E. Wharton ya desde el principio denota una gran afinidad. "La apasionada devoción que le tenía a su esposo la sustituyó con un afecto tolerante que poseía, exactamente, las mismas ventajas", Sin duda, es un a advertencia al público femenino de que la vida está llena desengaños y todos los ídolos tienen pies de barro. Mejor no querer saber si no se sabe mirar y no mirar si no se sabe amar.
Psique era la menor y más hermosa de tres hermanas, hijas de un rey de Anatolia. Afrodita, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros (Cupido) para que le lanzara una flecha que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros se enamoró de ella y lanzó la flecha al mar; cuando Psique se durmió, se la llevó volando hasta su palacio.
Para evitar la ira de su madre, Eros se presenta siempre de noche, en la oscuridad, y prohíbe a Psique cualquier indagación sobre su identidad. Cada noche, en medio de la oscuridad, se amaban. Una noche, Psique le contó a su amado que echaba de menos a sus hermanas y quería verlas. Eros aceptó, pero también le advirtió que sus hermanas querrían acabar con su dicha. A la mañana siguiente, Psique estuvo con sus hermanas, que le preguntaron, envidiosas, quién era su maravilloso marido. Psique, incapaz de explicarles cómo era su marido, puesto que jamás lo había visto, titubeó y les contó que era un joven que estaba de caza, pero acabó confesando la verdad: que realmente no sabía quién era. Así, las hermanas de Psique la convencieron para que en mitad de la noche encendiera una lámpara y observara a su amado, asegurándole que sólo un monstruo querría ocultar su verdadera apariencia. Psique les hace caso y enciende una lámpara para ver a su marido. Una gota de aceite hirviendo cae sobre la cara de Eros dormido, que despierta y abandona, decepcionado, a su amante.
El valle de las cosas infantiles y otros símbolo es una miscelánea de anécdotas, cuentecillos filosóficos, proverbios elaborados, chistes... Están bien para leer en la antesala del dentista.
Y ya el siguiente relato no será relectura...